El profesor y el estudiante
Por Carlos R. Mota
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Una novela única, emocionante, que narra las peripecias de un niño huérfano que es adoptado por una familia hispana. Esta primera parte, cruda y tierna a la vez, se desarrolla en un ambiente de corte realista que oscila entre la tristeza del abandono y la compensación de la gratitud. Charles Torres, el protagonista, nos lleva de la mano por el mundo que le ha tocado vivir, tortuoso a ratos, hilarante en otros, que un golpe de suerte lo transmuta en una oportunidad que él aprovecha plenamente. El profesor y el estudiante, la novela del Bronx, Nueva York, intenta ser un modelo escolar en el que se pone de manifiesto la praxis de que los estudiantes progresan y son exitosos académicamente cuando los padres se involucran de lleno en la educación de sus hijos. Escrita para padres, estudiantes y maestros, esta obra es de lectura obligatoria.
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El profesor y el estudiante - Carlos R. Mota
El profesor y el estudiante
Carlos R. Mota
Derechos de autor © 2019 Carlos R. Mota
Todos los derechos reservados
Primera Edición
PAGE PUBLISHING, INC.
Nueva York, NY
Primera publicación original de Page Publishing, Inc. 2019
ISBN 978-1-64334-062-3 (Versión impresa)
ISBN 978-1-64334-063-0 (Versión electrónica)
Libro impreso en los Estados Unidos de América
Dedicatoria
A mis hijas, Massiel y Priscilla Mota
Table of Contents
-
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
Declinaba el día. El sol se alejaba lentamente en el horizonte, desplegando sus últimos destellos de luz. El calor sofocante daba paso a la brisa tibia de la fresca.
La multitud, más numerosa que de costumbre y esparcida por todas partes, aguardaba con impaciencia. Del otro lado de la calle, unos mozalbetes jaraneaban debajo de los almendros; detrás, en el patio de baldosas granates, una señora con uniforme de criada y guantes desechables despolvaba un escaño de madera; en la acera del frente, un grupo discutía, entre gritos y alegatos, los pormenores del proceso de regularización migratoria de los extranjeros; todos acudían a la noticia del día: la visita inesperada del alto comisionado de los derechos humanos de las Naciones Unidas para el Caribe, Charles Torres.
-Buenas tardes, camaradas y amigos.
Al escuchar el altavoz, los invitados y asistentes que charlaban afuera irrumpieron en la apretada salita de aspecto modesto. Los más afortunados alcanzaron a sentarse; la mayoría permaneció de pie en los lados y el fondo: el sitio estaba repleto.
-¡Adelante! ¡Adelante! La Asociación de Amantes de las Letras y su servidor les damos la más cordial bienvenida al acto de esta noche. Es evidente lo mucho que hemos crecido. Este triunfo es producto de múltiples factores, entre los que cabe destacar la dedicación de todos ustedes a los esfuerzos de unidad civil y armonía ciudadana, el papel preponderante de nuestra programación, tanto en la conveniencia del horario como en la selección esmerada de los temas y el calibre de los exponentes e invitados. Esta noche no nos hemos quedado atrás.
Aplausos fuertes y prolongados, silbidos menudos, griterío ensordecedor.
-¡Gracias! ¡Muchas gracias! Esta convocatoria, imprevista para muchos de ustedes, responde a la visita de uno de nuestros más queridos y admirados mecenas. Contamos con la presencia del perspicuo y carismático protector de los derechos humanos Charles Torres, quien ha tenido a bien sacar un momento de su ceñida agenda para mostrarnos su apoyo y afecto. Antes de continuar, quiero reiterarles que el Dr. Torres no viene en representación oficial del Máximo Organismo; su presencia obedece a los lazos cordiales que nos unen y a la puesta en circulación de la primera parte de su obra más reciente.
Abucheos, aplausos. Muchos aplausos. Los concurrentes se ponen de pie. Al cabo de unos segundos de alharaca, el maestro de ceremonia les indica con los brazos volver a sus asientos.
-¡Muchísimas gracias, respetable público! Nos encantaría que el Dr. Torres nos acompañara en la próxima reunión ordinaria de la Asociación para nutrirnos de sus ideas, comentarios y puntos de vista. La invitación queda hecha. Por otra parte, el que Charles haya sacado tiempo para visitarnos es un gesto del que nos sentimos contentísimos y altamente honrados. En nombre de nuestra Organización y de toda esta audiencia que ha seguido su exitosa trayectoria y que tanto lo admira, Dr. Torres, queremos darle la más cálida bienvenida a nuestro humilde establecimiento.
La estruendosa audiencia -vitoreando, silbando y emitiendo sonidos guturales de aclamación- vuelve a ponerse de pie. Con el micrófono inalámbrico en la mano, el emocionado presentador se dirige al estrado y abraza efusivamente al visitante en repetidas ocasiones. Abrazados aún, mirándose a los ojos, sonrientes, ambos balbucean algunas palabras de gratitud y respeto. Luego, volviéndose hacia la alborotada muchedumbre, con múltiples ademanes, el animador hace varios llamados al orden y a la cordura.
-Gracias, compañeros. Antes de cederle la palabra a Charles, quiero recordarles a nuestros miembros y personas presentes que este agasajo de recepción y la velada del sábado que viene son en homenaje póstumo a la memoria del hermano contertulio y fundador Bolívar Torres, que, dicho sea de paso, gozó de la admiración y amistad estrecha de todos ustedes. Por último, en nombre de todos nuestros miembros, quiero agradecer infinitamente al Dr. Torres y a la editora Clásicos Latinoamericanos el obsequio de los cincuenta volúmenes de la novela. Aprovecho también para comunicarles que debido a este donativo la junta directiva ha decidido exponer una exégesis de esta obra el domingo en la tarde en este mismo local. Como siempre, contamos con la presencia y participación de todos ustedes.
Más aplausos. La mención de la contribución ha originado murmullos encontrados de beneplácito e inconformidad en el auditorio. Mientras unos celebran, otros se quejan de que esta vez no van a tolerar que los dejen con las manos vacías.
-Artemio, un ejemplar para cada uno de nosotros. Que no se repita lo de la ocasión pasada –un trío de paisanos vociferó unánimemente, como si lo hubieran ensayado de antemano.
-Silencio. Orden, por favor. Virgilio, Sócrates… Si lo que les interesa es la copia autografiada, quiero que sepan que cada ejemplar está ya firmado y dedicado a los miembros activos del comité ejecutivo. Los demás, si les parece, pueden obtener su copia en la Librería Aura del señor Ocala, que, como de costumbre, les dará el descuento prometido.
Se oyen más palabras de disgusto y protesta. No tienen derecho a ignorarnos de nuevo
, rezongan los mismos. Pero ustedes no son miembros bona fide. Paguen la cuota para que disfruten de los beneficios
, declara una voz perdida en la muchedumbre.
De pronto, alguien se acerca al podio. Es el señor Ocala, que le secretea algunas palabras al animador. Maravillado, como si de repente advirtiera una solución satisfactoria, éste exclama:
-Aviso importante. Nota de último minuto. El señor Ocala me acaba de informar que Charles estará en la librería mañana a partir de las diez de la mañana y que obsequiará diez ejemplares a los primeros diez clientes.
La sala permaneció en silencio. Artemio la recorrió con la vista, se aflojó el nudo de la corbata, sorbió un trago de agua y miró al reloj de pared. Sin más llamamientos ni rodeos, repuso:
-Y ahora, damas y caballeros, escuchemos a nuestro invitado de honor con el mismo entusiasmo y cariño que le hemos dispensado a su obra.
El público se ha levantado. Grandísima algazara, aplausos extensos y fragorosos. Minutos más tarde, impelidos por el insistente llamado de atención, todos, paulatinamente, vuelven a sus asientos.
-Tantísimas gracias. Muy agradecido –afirma el Dr. Torres deferentemente, con los brazos en vilo y el cuerpo inclinado hacia adelante, en pose venial-. Buenas noches, damas y caballeros… Si alguna vez titubeé al oír las palabras de mi padre cuando me aseguraba que la pasión por la literatura no había muerto, hoy no me queda la menor duda. Ese encanto no puede ser más palpable en este momento. ¡Enhorabuena! Por cuestiones de cumplimiento de trabajo y otras razones ajenas a mi deseo se me hace difícil compartir con ustedes asiduamente. Sin embargo, quiero decirles que estoy con ustedes, que no están solos. Estoy aquí ahora y estaré siempre. Espero que su indulgencia les permita excusar la tardanza. Por otra parte, en cuanto a la invitación que me acaban de hacer, la acepto. Les prometo que estaré en la mesa redonda de este fin de semana al igual que en la próxima convocatoria. Referente al insigne profesor