El deshielo: Apuntes del paraíso
Por Nayar Rivera
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Voces que (des) dibujan el (des) encuentro entre dos naciones.
Este libro se inserta en la tradición del ensayo latinoamericano y le añade una nueva perspectiva a dicho género al inscribirse en un territorio dual que aborda la relación –muchas veces conflictiva– entre México y su vecino del norte, la cual queda expresada por medio de una p
Nayar Rivera
Nayar Rivera (México, 1973) es poeta, ensayista, narrador, cronista, crítico literario y artista del performance. Es autor de los libros En la casa de la sal (México, Versal-Delegación Iztacalco, 2002), y Reglas de urbanidad (México, Quimera, 2008) y coautor de México se escribe con J. Una historia de la cultura gay (México, Planeta, 2010). Ha colaborado con numerosas publicaciones periódicas, tanto en papel como electrónicas, tales como el Periódico de Poesía de la UNAM, Replicante, La Jornada Semanal, Generación y El sol de México, y escribe la columna “Costumbres del ojo” en el portal Territorio Liberado. El deshielo fue escrito entre Nueva York y la Ciudad de México
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El deshielo - Nayar Rivera
Gide
Prefacio
El libro de todas las respuestas. El libro de todos los dilemas, de todas las contradicciones resueltas. La Gran Novela Americana, el nuevo libro de la almohada lleno de listas de objetos que nos agregan al mundo, de objetos que nos perpetúan, de objetos que nos agradecen su presencia. El libro de las normas del buen gusto y del buen decir, el libro de la Historia y de las historias. El libro del tránsito, del trance y del intercambio. El libro de la vanidad y el libro de los pecados. El libro del trabajo y el libro de la migración. Libro conmemorativo, palimpsesto de países, de territorios y rencores robados, de coincidencias imposibles y de puntos de encuentro forzados. Líneas de fuga, líneas de tiempo, personajes que hablan en voces prestadas, voces aludidas, semánticas y lógicas fallidas.
Este puede ser el libro de los fracasos y el libro de las necedades, el libro de los lugares comunes y el libro de las banalidades. Canta oh Paz la cólera del complejo de inferioridad, canta en proemios y exordios infinitos la dilación de ser, los juicios de la historia y de la prensa, las voces de los tiempos y de los pueblos, de las comentaristas y de los vendedores.
Canta Langston Hughes la América del sueño del hermano escondido en la cocina, el sueño realizado tantos años después, cante el coro de todos los jurados de los Estados Unidos de América la canción de la redención perenne de la democracia, canta Walt Whitman la gloria de la lila que florece en primavera en honor a los héroes, la canción de las barcazas, los puentes y los muelles, la canción de los transeúntes, los mecánicos, los carpinteros, los albañiles, los zapateros.
Cantan los homenajes, las traiciones, las estructuras, las teorías, las voces propias, las prestadas, las robadas. Canta la guerra y la paz, la historia como el cántaro de barro y el espacio hueco como el sentido de la vida.
***
Leo y releo con la intención de crear en el filo minúsculo que se tiende entre el caos y el sistema.
Es increíble como el ritmo frenético de trabajo del que parece estar huyendo la escritora de El diablo viste de Prada se refleja sin misericordia en su propio libro, que acaba siendo uno de esos libros de 600, 800 o 2000 páginas, que amplían los reportajes y artículos de 3, 5, 8 o 10 páginas del New York Times. ¿Dónde está su sentido de la concisión, por dios santo? Mientras más me arremolino en la cama leyendo y pensando en las valiosísimas horas de cosas infinitamente importantes que debería estar diciendo, que debería haber dicho ya, más me justifico pensando que al menos yo soy consecuente, yo edito en mi mente lo que digo, le doy una forma acabada antes de vomitarlo de mala manera, justamente como hago ahora en un ataque de culpa.
Hay tantas cosas sobre las cuales tendría que estar escribiendo. ¿O no? Tengo una lista mental de temas que ni siquiera he puesto por escrito porque no me parecen relevantes, porque este es un rompecabezas que ya debería estar transformado en una estructura coherente con un índice que no me costó nada poner sobre el papel el primer día de la escritura de este libro que ahora mismo parece absolutamente imposible.
Estoy escribiendo sobre los paralelismos entre México y los Estados Unidos
recuerdo que le dije a alguien a quien quería, si no impresionar, sí al menos informar de algo medianamente interesante. ¿Cuáles?
–fue la respuesta inmediata.
¿Cuáles? Repito frenéticamente, inusitadamente, transitoriamente. ¿Cuáles?, me dice la sala de la que apenas salgo, el escritorio de aluminio. ¿Cuáles?, me grita el libro de ensayos de Monsiváis que está en la cama al lado de una pila de libros que incluye una nueva historia mínima de México, El laberinto de la soledad, el diario de la filmación de una road movie mexicana en Estados Unidos, Leaves of Grass, una compilación de John Ashbery, El gran acuerdo (que trata de la cesión hecha por el estado mexicano salinista de las empresas paraestatales a unos cuantos empresarios), un libro de cuentos de Perrault (¿que son o no son de Perrault?).
¿Cuáles?, me dice mi herencia multicultural pero tan marcadamente mexicana, ¿cuáles?, me dice la barrera inexistente pero visible que se erige entre yo y la calle, ¿cuáles?, me grita el silencio del editor y los mil compromisos impostergables de la vida en español que he trasplantado a Nueva York desde la Ciudad de México.
He salido a buscar las respuestas, he intentado escribirlas, superponerlas en las caras de los transeúntes, en la limpieza cotidiana del departamento, en las largas partidas de backgammon, los paseos por el Met, las galerías de Chelsea, el barrio chino, las playas de Long Island. Busco y encuentro, transcribo en el tiempo, por más que sea un mero movimiento solar y terrestre, una percepción internalizada y anodina. Nunca había tenido una percepción tan clara, tan material del tiempo. Un mito por otros.
Mirada
1
Descarga total. Wilkommen, bienvenue, welcome. Besos, muchos besos, abrazo y beso, apretón de manos, ojos temblorosos, teléfono, la ruta, el silencio, la desesperación. Cena en la Cineteca con el mármol blanco, cena en el Flora Lounge con todos los del cumpleaños. Despedida beatnik en el hotel.
Muy poco sueño, muchos pendientes, una nueva vida que se parece tanto a la anterior. Responsabilidades y prerrogativas, en el centro del mundo no hay lugar para los débiles, varios nuevos sitios a la vez. Despegamos.
Un paisaje blanco y terso vela la tierra. Luego una raya larga, más clara, divide el azul grisáceo del mar y el azul intenso del cielo. Atrás va quedando la luz, el sol; vamos al encuentro del norte y el crepúsculo.
En Air France las chicas eran bellas y los jóvenes encantadores, las instrucciones de seguridad estaban en video, el menú era bueno y había bebidas y paletas de helado a granel.
Pero me aseguran que Europa es mucho más neoliberal que los Estados Unidos. ¿Será por eso que los empleados son aquí mucho mayores, el sistema de cómputo no sirve y hay que pagar por comer un sándwich? ¿Es Francia un sistema más elitista y cruel, más jerarquizado, en donde vale más el aspecto y el origen, en donde sólo los que viajamos tenemos acceso a la sonrisa, en tanto que en Estados Unidos todos tenemos democrático acceso a la mediocridad?
Vengo de la tierra de la hipérbole, del país de la luz contra la masa, de la belleza bruta a pesar de todo, de la conciencia atormentada. Vengo de la solemnidad y el sarcasmo amargo, de la imposición del sol a plomo. Por la ruta de la modestia y el humor, de la risa que se impone como paliativo contra la eficacia. Tierra de la movilidad social, tierra de la ley del más fuerte y la oportunidad.
No será tal vez demasiado tarde para usar mi escudo blando contra el mundo, mi porosidad. ¿Cuánta gente quiere esto y cuanta gente lo tiene? ¿Y por qué y para qué? Sé fiel (a ti mismo), sé verdadero.
2
Es el día triste del sueño, los ojos apaciguados entre la vigilia y la ciudad, entre la necesidad y el deseo. Nos besamos, como cada mañana, silenciosos, mimosos, entre ronquidos y gestos malhumorados de baño, de agua, de sábana arremolinada en nuestros cuerpos o a nuestros pies. La gloria de estar parece y no parece suficiente, el cuerpo pide y pide, exige cuotas de vida y cuotas de muerte, segundos, minutos de sueño entrecortado, los besos, la partida. Se repite una ronda, ¿hasta cuándo? –murmura el elevador presto, los vecinos animosos–. ¿Hasta cuándo? –aceleran los coches en el camino, las tiendas de diseño y los vendedores chinos–. ¿Hasta cuándo? –pululan los transeúntes grises manejados por semáforos humanos amarillos que se regodean de su poder en la calle. Un puente, será la entrada definitiva al mundo de día, al trabajo más lento que de costumbre, a la incertidumbre de lo contingente. Túneles y puentes, estatuas, la casa tibia, el mundo en el baño; ¿no somos de cosas?, ¿no nos comunicamos con cosas? la experiencia, el cambio, lo único inmutable.
3
Brooklyn/Queens/Manhattan, 10 PM. Más allá de la incomodidad, los otros pasajeros y yo tenemos que hacer cola por horas para dejar la tierra de nadie del aeropuerto. Soy un tipo con suerte, el tipo que se integra, no con la multitud, sino con aquellos que un mecanismo automático me permite reconocer como iguales. Soy mexicano. Soy guatemalteco. Soy ruso. Soy francés. Soy polaco. Soy mexicano.
Luego viajo por la autopista a través del suelo sagrado de las nuevas islas Ellis, donde todos los europeos de Este y los africanos y los latinoamericanos expían su cuarentena en la ruta hacia las riquezas.
Después de casi un mes, empiezo a sentir que puedo clavar mi bandera en esta isla, esta corona flotante de rascacielos.
Estos son los dominios de la abundancia. Es la tierra de los parámetros, donde lo implícito es de importancia definitiva, la tierra a donde una utopía animada atrae a millones de hombres y mujeres de todas las regiones del mundo; el llamado ha cambiado, ya no están invitados los de antes –los pobres, los cansados, las masas abigarradas de la Madre de los Exilios– sino los flexibles y los educados, los valientes.
4
Moon river, no te olvidaré, yo no me olvidaré, de ti...
es La mala educación de la mañana, la muerte inminente. ¿Cómo cocinar corazones de alcachofa? Hay varias maneras, a cual más pintoresca: la primera es cortar con tijeras las puntas espinosas de las alcachofas, cortar la parte superior sobrante de las hojas duras y luego sacar la futura corola, el nacimiento de nuevos brotes, para dejar sólo el cuerpo de hojas maduras y el corazón. Esto se cuece en agua hirviente, a la que por otra parte se le pueden echar simplemente las alcachofas sin más miramientos. Es la alegría de cocinar como la describe el clásico de Irma Rombauer, pero también está la manera de cocinar en el sentido de "concocter un artichaut, de Paul Fussel, la manera más preclara de comer una alcachofa, no por su sabor, sino por su ingrediente principal, el valor de clase añadido:
La persona de clase alta pescada en plena expedición antropológica es tan digna del desdén proletario por pronunciar las g’s al final de las palabras (movin’n shakin’) como el proletario entre las clases altas traicionado por no tener idea de cómo se come una alcachofa. Por supuesto, el naufragio social casi nunca es intencional".
Por supuesto. La masificación de la masa. Los sueños de redención de los marchand d’art de Park Avenue. La vida, instrucciones de uso. Por supuesto. Hay que acostumbrarse a perder, perder algo todos los días, volverse parte de la audiencia natural de los pretenciosos ilegibles de segunda categoría
, convertirse en Lawrence Durrell, en Irwin Welsh, en lo no leído, en la esperanza.
5
A veces me das miedo
Cuando te transformas en todos los animales:
Oso burro,
Oso serpiente,
Oso buco dedos de novia,
invocas los demonios de las sonrisas y las fobias;
también me das hambre
a puerta cerrada, por la mañana,
Oso feroz, Wildebaldo, Hildegarde,
yuxtapuesto con mi boca
Para saltar a la pira de los sacrificios
El corazón despellejado
La virgen del volcán
La viuda, el profeta negado
Clama por mí tu desarraigo y tu tristeza.
Un mundo de pastillas, de dólares, de horarios,
de sueños entrecortados;
vamos y venimos por las hondonadas del sueño
nuevos hasta lo de siempre
afuera del pánico, más acá
hasta el aroma del baño matutino
6
Hay un libro junto a mí llamado The shock of the new en la biblioteca pública de Nueva York, Ottendorfer Branch, en la Segunda