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Granta 7: Resistencias
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Libro electrónico308 páginas4 horas

Granta 7: Resistencias

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Información de este libro electrónico

Me rebelo, luego existimos. Aunque hace treinta y tres siglos los sumerios ya habían acuñado la frase gul-ban-da-gigâ-ni, que significa "obstinadamente ella se niega". Como Lilith, que rechazó a Adán en los albores del tiempo mítico, en parte porque rechazaba la postura sometida que Adán le exigía para copular, y no quería renunciar a un conjunto de, digamos, derechos. Y luego viene Eva, y sabemos que escogió el conocimiento a pesar del castigo divino. La rebelión original, la lucha prometeica contra las condiciones de la existencia, fue un "no" femenino. Las palabras son actos de gracia y quien atenta contra la verdad mutila la justicia. Resistir es una palabra de nuestro tiempo. La prensa no es veraz sólo porque es revolucionaria; será revolucionaria sólo si es veraz; un escritor "no puede servir a los que hacen la historia; debe servir a los que están sujetos a ella" decía Camus. Exploramos la creciente marea de resistencias en la estela de Tolstói y Thoreau, hablando por quienes no pueden hacerlo. Un elenco de escritores consideran sus luchas, desde las íntimas -la página en blanco, la enfermedad- a la noción de amistad en la era de Facebook, la hibris en el trato a la vida sensible, el medioambiente, las ideologías tiránicas, o las pasiones de la carne. Comienza Margaret Atwood en el Ártico lamentando el deshielo: "Cuando uno no puede fiarse del hielo, ¿de qué puede fiarse?" y concluye Jonathan Franzen con un viaje a los portentosos paisajes congelados de la Antártida. Entre los polos, las voces rebeldes de Alejandra Costamagna, Héctor Abad Faciolince, Israel Centeno, Marta Eloy Cichocka, Miguel Ángel Hernández, Daniel Gascón y Albert Lladó, entre muchos otros.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 oct 2017
ISBN9788417088743
Granta 7: Resistencias

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    EN ESPAÑOL

    Av. Diagonal 361, 2.º 1.ª 08037 Barcelona, España

    www.granta.com.es | info@granta.com.es

    NÚMERO 20: OTOÑO 2017

    NUEVA ÉPOCA 7

    PUBLISHER

    Joan Tarrida

    DIRECCIÓN

    Valerie Miles y Aurelio Major

    REDACCIÓN

    Lidia Rey

    ASISTENTE DE REDACCIÓN

    Santiago de Narváez

    CONSEJO EDITORIAL

    Victoria Cirlot, Rodrigo Fresán, Helena Rosa-Trías, Mercedes Monmany

    COMUNICACIÓN

    Disueño Comunicación, S.L.

    WEB Y REDES

    Jenn Díaz

    DISTRIBUCIÓN

    Montse Ferré

    PORTADA

    Martín Balzola

    AGRADECIMIENTOS

    Al equipo de la Fundación Aquae, a la Fundación Santillana, a Luke Neima, Francisco Vilhena y al equipo de Granta en Londres, a la Universitat Pompeu Fabra y a Silvia Sesé de Anagrama.

    GRANTA EN INGLÉS

    PUBLISHER Y DIRECTORA

    Sigrid Rausing

    JEFA DE REDACCIÓN

    Rosalind Porter

    www.granta.com

    GRANTA BRASIL: www.objetiva.com.br | GRANTA ITALIA: www.grantaitalia.it

    GRANTA BULGARIA: www.granta.bg | GRANTA NORUEGA: www.gyldendal.no

    GRANTA SUECIA: www.albertbonniersforlag.se

    GRANTA TURQUÍA: www.grantaturkiye.com | GRANTA CHINA: www.99read.com

    GRANTA PORTUGAL: www.tintadachina.pt | GRANTA FINLANDIA: www.grantafinland.fi

    GRANTA ISRAEL: www.grantaisrael.com | GRANTA JAPÓN: www.bunjaku.net

    Edición en formato digital: octubre de 2017

    © Galaxia Gutenberg, S.L., 2017

    ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-17088-74-3

    Conversión a formato digital: Maria Garcia

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, además de las excepciones previstas por la ley.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o digitalizar fragmentos de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

    Este número de Granta en español se ha realizado gracias a la colaboración de Fundación Aquae


    Í N D I C E

    Pièces de résistance

    IBRYS.

    Barbarroja, Kurosawa

    Clara Janés

    El Ártico

    Margaret Atwood

    La invitación

    Barry Lopez

    Memorias de un oso polar

    Yoko Tawada

    Una fuerza sorda que

    absorbía toda la luz

    Jordi Soler

    Circo de tres pistas.

    Entre dos cuadernos.

    Junio 2010

    Luisa Valenzuela

    La claridad de Chéjov

    Israel Centeno

    El clamor humano

    Ali Smith

    Sólo amigos

    Richard Ford

    Contra el amor

    Marta Eloy Cichocka

    Las imágenes de los demás

    Miguel Ángel Hernández

    Yo quería escribir

    Alejandra Costamagna

    Rebeldía

    Chantal Maillard

    ¡Mandela, van por ti!

    Ángel Santiesteban

    El adúltero

    Daniel Gascón

    El parpadeo de las sombras

    Alberto Ruy Sánchez

    Zombis y neandertales

    Marta Sanz

    El futuro nos necesita

    Rebecca Solnit

    Breve diccionario

    de la resistencia

    Albert Lladó

    ¿Nos han dado la tierra?

    Héctor Abad Faciolince

    El fin del fin del mundo.

    El legado de un tío

    y un viaje a la Antártida

    Jonathan Franzen

    Kahnawake

    Aurelio Major

    Colaboradores


    Pièces de résistance

    Que la lámpara añada su destello.

    El único emperador es el emperador de los helados.

    Wallace Stevens

    La vida es finita. Allí tienen, me he ido de la lengua. Del latín finitus , «terminado», participio pasado de finire , «limitar, poner límites, llegar a su fin». Qué secreto más vergonzoso, este destino que compartimos: la presencia moteada, y nada dorado permanece. Por suerte, estamos bendecidos con la capacidad del olvido y así podemos eludir esta verdad implacable de cuando en cuando: distraídos por lo cotidiano, la familia, la lucha social, la juventud, el teléfono móvil. El arte nos da un respiro, crea un espacio compartido que sortea el tiempo y alivia la angustia de la propia existencia. Camus, en su conferencia de Upsala de 1957 titulada «El artista en su tiempo», haciéndose eco en parte del ensayo de Tolstói ¿Qué es el arte? , se refiere a su contexto social: la única justificación del artista es hablar por los que no pueden. Una generosidad. Me rebelo, luego existimos. «Crear hoy es crear peligrosamente», dijo Camus y Edwidge Danticat se inspiró en eso para dictar su propia lectura en la serie de Toni Morrison diciendo: «Crear peligrosamente para la gente que lee peligrosamente… Escribir, a sabiendas de que no importa lo triviales que parezcan tus palabras, algún día, en algún lugar, alguien puede poner en riesgo su vida al leerlas». Toda publicación es un acto que nos expone a las pasiones de la época. Rebelarse es una afirmación, estoy aquí, mi vida tiene un sentido, interpelo al poder, arrojo luz sobre la existencia del ser. Alzarse y resistir la tiranía nos beneficia a todos, una acción individual que crea comunidad. La escritura promulga el desafío de la creación.

    Tratamos de comprender el mundo, el nuestro, a veces por medio del relato, otras veces por medio de la religión (o sea, el relato), otras por el método científico, la computación, la cuantificación y la definición; taxonomías, ciencia, que nos elevan como especie a subir un peldaño más por la escalera evolutiva, la famosa cadena alimentaria. Pero todavía hay muerte y misterio dentro de cada uno de nosotros. Cada aliento es un grano que cae en el reloj de arena. Así como un cuadrado se transforma en un cubo y un círculo en una esfera, por usar una analogía aritmética o geométrica, así todas las cosas en este mundo son análogamente finitas: si estoy muerta, todo lo que está fuera deja de existir. El mundo entero, kaput. Lo que tanto detestamos es el cálculo terrible, inexorable e implacable de la finitud. Y resistimos la precisión acerada del tiempo por medio del arte, la literatura, la música, el teatro, pues pliegan el tiempo, lo refractan, lo amasan en capas de sentido que se alzan como la proyección de un cuadrado a un cubo. El arte nos permite considerar vagamente la inexistencia del tiempo incluso cuando el poeta cuenta las sílabas precisas. En el proyectil absurdo de los números irracionales, encontramos un símbolo del infinito. ¿Para el quizás? Hay también poesía en los números.

    ¿Cuántos peldaños te quedan en la vida? Es un sustantivo contable. Una línea que va desde la A del nacimiento a la B del misterio. La muerte siempre está al acecho, y que no sepamos cuándo llegará el estertor es lo único que disminuye la angustia de la finitud. Paul Bowles escribió en El cielo protector y Brandon Lee, el hijo de Bruce Lee, lo tomó para su epitafio: «Como no sabemos cuándo vamos a morir llegamos a creer que la vida es un pozo inagotable, sin embargo todo sucede sólo un cierto número de veces, y no demasiadas. ¿En cuántas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de tu infancia? Una tarde que ha marcado el resto de tu existencia, una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella. Quizás cuatro o cinco veces, quizás ni siquiera eso. ¿Y cuántas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte, y sin embargo todo parece ilimitado». Juan Goytisolo remitió a este pasaje de Bowles en una conversación que una vez sostuvimos al pasear por las aciagas Ramblas de Barcelona, junto al Hotel Oriente, cuando sostenía que el cuarto capítulo de su Telón de boca eran las mejores páginas de toda su obra: «La cúpula protectora de la divinidad: estamos buscando una escalera y no sabemos cuántos escalones nos quedan». Tenía ochenta años de edad en ese entonces. QEPD.

    Y así resistimos porque somos una cadena de individuos a lo largo del tiempo. «La poesía debe resistir a la inteligencia casi con éxito», escribió Wallace Stevens. La poesía nos da la sensación de estar vivos, como un destello que ilumina nuestra esencia porque nos desafía. Como un azulejo que tiene un marco calculable, límites exteriores definidos, pero cuyo interior pulsa con colores vivaces, formas o patrones variopintos que se abren al espacio de la creatividad, el compromiso, la proyección, la analogía. «Que la lámpara añada su destello. / El único emperador es el emperador de los helados.» La afirmación de la vida, realizada mediante el lenguaje de la imaginación. Una de las generosidades de la poesía es que te consiente la contradicción. A pesar del número de peldaños que te queden en la vida. La imaginación nos ofrece una salida a lo implacable, se puede sentir el aliento del poeta mientras escribe, y ahí está el agujero del conejo, el otro lado del espejo. La poesía debe resistir a la inteligencia. Casi con éxito.

    Entonces, ¿qué es la resistencia, por qué es una palabra clave de nuestro tiempo, y qué estamos resistiendo? ¿Es una nueva revuelta del esclavo contra el amo? ¿El pobre contra el rico? ¿Acaso se trata más bien de una revuelta metafísica, la idea de Camus del hombre contra las condiciones de vida, una aspiración hacia la claridad y la unidad de pensamiento; incluso, paradójicamente, hacia el orden? Quizás, en estos tiempos de simultaneidad, sea todas estas cosas a la vez, y además una nueva: otra vez más el espectro de la aniquilación globalizada en manos de los poderosos. ¿O el suicidio medioambiental colectivo impuesto por los caprichos de los megarricos globales? ¿O las ineficaces instituciones y los gobiernos incapaces de regular la fuerza de los monopolios? Un nuevo nihilismo con esteroides digitales.

    Las mujeres están más cansadas que nunca de la cansina idea de que éste es un mundo de hombres, volviendo al primordial «no» de Lilith y Eva. Lilith, según la tradición rabínica fue la primera mujer de Adán, creada a la vez que él, del mismo polvo, y no de su costilla como Eva. Es decir, eran iguales. Su nombre se puso en relación con la palabra parónima hebrea ìéì, laila, que significa «noche» y suele asociarse con criaturas nocturnas o lechuzas, y otros demonios femeninos alados. Lilith no fue expulsada del Edén, sino que huyó por voluntad propia. Abandonó a su Adán en parte porque no le gustaba la postura recostada que Adán le exigía para copular, ni tampoco aceptaba renunciar a una serie de, digamos, derechos. Se fue con el arcángel Samuel en quien evidentemente encontró mejor amante, y aunque Yahvé envió tres ángeles para conseguir que regresara, ella se negó, siendo confinada por la eternidad al reino de la noche. Ella se convirtió en una versión femenina del ángel caído, la lucifer femenina.

    Curiosamente, Samuel a menudo se representa como una serpiente, como en la pintura de John Collier, Lilith de 1865, que la muestra luminosa, hermosísima, con el pelo trigueño y cobrizo suelto y acaracolado y un cuerpo de talco aterciopelado que acaricia una enorme pitón. Y, al contemplar el cuadro, se la podría confundir con una representación de la famosa Eva, la segunda mujer, la de la manzana. Y una piensa, quizás lo que tanto le preocupaba a Yahvé y a Adán no era la dichosa manzana del conocimiento, sino la amenazadora presencia de la serpiente amante. Y allí estaba Eva empezando a –digamos que– socializar con los vecinos del paraíso. Una se pregunta si en realidad lo que pasó es que quizás Adán era un pésimo amante y un compañero fastidioso, y las mujeres preferían a la pitón de Samuel.

    Este número de Granta es un intento de tomar la temperatura de nuestros tiempos, de explorar lo que estamos resistiendo, por qué se ha convertido en un verbo clave y cómo los escritores están articulando sus desafíos. El mapa ya es el territorio, y lo estamos envenenando, lo estamos derritiendo, presos en este lejano oeste digital. ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿Cuántos son, en unidades de tiempo, los peldaños restantes de la especie? Stephen Hawking ha predicho que los seres humanos disponemos de unos cien años para huir a las estrellas o terminaremos aniquilados por el cambio climático, las epidemias y la sobrepoblación. Suena a propaganda, como si tal vez alguien estuviera buscando financiación. «La ciencia es la brújula de la vida –escribió Bakunin en Dios y el Estado– , pero no es la vida... Lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia , o más bien contra el gobierno de la ciencia . No para destruir la ciencia –eso sería un crimen de lesa humanidad–, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él.» En nuestra era de ingenieros, de contables y sus balances, las unidades de vida reciben valores de consumo específicos, compradas y vendidas como acciones, como riñones o hígados fresquísimos. Nos resistimos a que nuestras vidas sean reducidas a lo que consumimos, a lo mucho que acumulamos antes de ese último aliento, igualador y perfectamente calculable.

    ¿Cómo resistimos cuando las estructuras del poder económico han aprendido a capitalizar nuestra resistencia? Facebook vende publicidad con ella, Amazon vende camisetas de la resistencia y máscaras anónimas, los secesionistas, banderas esteladas, una búsqueda en Google sobre la etimología o la historia de la resistencia permite a los anunciantes ordeñar beneficios de tu resistencia. Los ingresos de las redes de comunicación social se disparan cuando Trump tuitea otro insulto, grosería o mentira. Resistir es un gran negocio. Como la muerte. Si pudiéramos encontrar una manera de que los muertos consumieran, algún joven emprendedor lanzaría una campaña de micromecenazgo para financiar un oleoducto de realidad virtual hasta nuestros cerebros muertos: falsa vida para tus seres queridos. ¿Por qué descansar en paz si se puede vivir para siempre? Quizás finalmente quitemos la ironía a los versos de John Donne, tomados de Corintios: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?».

    La rebelión es una forma de amor. Stephen King me dijo una vez en una entrevista que escribe sobre el horror para exorcizar su miedo, sus pesadillas. Escribir sobre ello lo libera. Al leerlo nos liberamos. Incluso cuando una novela sólo describe la desesperación, la soledad o el temor, crea una forma de salvación. La literatura de la desesperanza es una contradicción, pues al referirnos a la pena, somos capaces de trascenderla. La resistencia, cuando no se calcula, es un acto de generosidad con el futuro al entregarse completamente al presente. Es el gozo de actuar en nombre de una tierra afligida. Con esta alegría, Camus escribió que en la larga lucha «reconstruiremos el alma de esta época». Ahora la tierra requiere nuestra intervención, que seamos generosos en su beneficio. Cuando se elaboraba este número vivimos el ataque terrorista en Barcelona, los huracanes Harvey, Irma y Maria y los dos terremotos en México. Como nos recuerda Margaret Atwood en su texto sobre el Ártico, «todos los años el hielo tarda más en formarse y todas las primaveras, menos en derretirse. Cuando uno no puede fiarse del hielo, ¿de qué puede fiarse?». El mundo es nuestro primer y último amor. «Nuestros hermanos respiran bajo el mismo cielo que nosotros; la justicia vive.» El arte y la rebelión sólo morirán con el último hombre, dice Camus. Incluso en un mundo de muerte, nuevos amores siguen naciendo.

    Sin embargo, Camus se cuida de deslindar la revolución de su forma deshonrosa, la revolución calculada en nombre del poder que pone el resentimiento por delante del amor, vista en las muecas de los rebeldes mezquinos, de los esclavos embrionarios. Un verdadero rebelde ama incluso en el desafío, no define la identidad de su causa despreciando al otro.

    Pequeño misterio, ¿sirves para algo? Es la gran igualadora. Nos concede dolor y júbilo ante la opresión. Como escribió Enrique Lihn, «Porque escribí no estuve en casa del verdugo / ni me dejé llevar por el amor a Dios / ni acepté que los hombres fueran dioses / ni me hice desear como escribiente / ni la pobreza me pareció atroz / ni el poder una cosa deseable / ni me lavé ni me ensucié las manos / ni fueron vírgenes mis mejores amigas / ni tuve como amigo a un fariseo / ni a pesar de la cólera / quise desbaratar mi enemigo. / Pero escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo».

    La literatura, por analogía, es resistencia: sobre todo al silencio. Es respuesta a la exigencia metafísica de unidad, de fabricar un universo sustitutivo, crea una gramática del «sí», de la esperanza. El arte acaso no pueda generar un nuevo renacimiento, pero el acto de creación es una libertad ganada, una generosidad con el futuro. John Ashbery escribió un poema grabado en las vigas de acero de un largo puente que cruza una mega autopista de dieciséis carriles en Minnesota, diseñado por el gran artista iraní exiliado, Siah Armajani. Sus versos están suspendidos frente al cielo azul, y las juguetonas nubes al fondo esculpen figuras efímeras que decoran como tableaux vivants las palabras como el movimiento del pensamiento, un lugar de ondulación perpetua, los pasos de tijera de las personas que leen peligrosamente mientras cruzan: «Y ahora no puedo recordar cómo / lo habría concebido. No es un conducto (¿confluencia?) sino un lugar. / El lugar, del movimiento y de un orden. / El lugar del viejo orden. / Pero el final de la fila del movimiento es nuevo. / Nos conduce a decir lo que estamos pensando. / Es como una playa al fin y al cabo, donde estás de pie / y sabes que no vas más lejos. / Y es bueno cuando llegas a no más lejos. / Es como una razón que te alza y / te coloca donde siempre quisiste estar. / Hasta aquí, es justo ir cruzando, haber cruzado. / Entonces nada se promete en lo otro. / Aquí está. Acero y aire, una presencia moteada, / mínima panacea / y qué afortunados somos. / Y luego refrescó mucho. QEPD, John Ashbery.

    Valerie Miles

    IBRYS

    Barbarroja, Kurosawa

    Clara Janés

    Que nadie grite mi nombre

    en el pozo:

    no volveré de la locura.

    Todo ha estallado,

    todo está manchado de sangre,

    y yo no puedo dejar de limpiar ese suelo

    noche y día.

    No, ¡que nadie grite mi nombre!,

    seguiré buscando la armonía.

    Acecha el caos

    y una sola baldosa limpia

    me aleja del fragor

    de la caterva resonante

    y aplaca mi ira. ■

    EL ÁRTICO

    Margaret Atwood

    En el sur (y con eso me refiero a cualquier parte de la Tierra con árboles que crezcan hacia arriba y no ladeados) cuesta ver cómo cambia el clima. Un huracán por aquí, un invierno cálido o una sequía o una inundación por allá, pero ¿no ha habido huracanes e inviernos cálidos y sequías e inundaciones otras veces? Las plantas vuelven a crecer, se regeneran después de la extinción, cubren las cicatrices. Las especies van avanzando sigilosamente hacia el norte, pero al menos hay especies. Las cosas no pueden ir tan mal, dices mientras riegas el jardín: ¡sólo hay que ver lo estupendos que están los dientes de león!

    En el Ártico es distinto. Todo es muy visible. Todo (menos las piedras) es muy frágil. Hay árboles, pero no convierten en madera la escasa energía solar que tienen a su alcance. Se despliegan como arañas por el suelo, con doscientos años sólo alcanzan treinta centímetros de ancho. Si matas uno, no aparecerá otro enseguida. Pasa lo mismo con el hielo.

    El hielo del Ártico da la vida. En la parte inferior de los discos de hielo flotantes y de los icebergs crecen pequeños organismos, los peces se comen esos organismos, las ballenas y las focas se comen los peces, los osos polares se comen las focas. El hielo llega al mar de dos maneras: o bien va desprendiéndose de los glaciares o bien se forma durante el invierno. Ambos fenómenos son espectaculares y también fundamentales. Pero el hielo del Ártico se está muriendo. Se aprecia a ojos vistas. No puede encubrirse.

    Mi compañero y yo vamos hasta allí arriba desde hace ya cuatro años, y cuando hablo de «allí arriba» me refiero al Ártico oriental, en la parte de Groenlandia y también en la canadiense, en altitudes bajas, altitudes medias y altitudes medias-altas. Vamos porque nos encanta, y como nos encanta también nos preocupa. Es lo mismo por todas partes. El casquete glaciar de Groenlandia sigue soltando hielo al Atlántico Norte, los icebergs siguen yendo hacia el norte hasta el extremo de la bahía de Baffin y luego giran hacia el sur y pasan por delante de Terranova. Sin embargo, en el verano del año 2004 casi no hubo casquetes glaciares flotantes. Otros glaciares están en regresión: vimos los valles de piedra que cubrían antes, vimos la marca que habían alcanzado hacía apenas pocos años. La reducción ha sido rápida.

    Los inuits nos contaban historias sobre lo difícil que resulta ya para los osos polares y los cazadores llegar hasta el hielo, el único lugar donde de verdad se pueden atrapar focas. Todos los otoños el hielo tarda más en formarse y todas las primaveras, menos en derretirse. Cuando uno no puede fiarse del hielo, ¿de qué puede fiarse? Sería como si, en el sur, se derritieran las autopistas. ¿Qué pasaría entonces?

    Antes, el canario de la mina era nuestra señal de advertencia: cuando se desplomaba, los hombres sabían que corrían peligro. Ahora son los osos polares los que se mueren de hambre en la orilla.

    El Ártico es una región increíble de la Tierra, de una belleza apabullante si te gustan los cielos gigantescos, los accidentes geográficos enormes, las flores diminutas, los colores asombrosos, los efectos de luz extraños. Es también una región que permite márgenes de error muy reducidos. Si te caes al mar y esperas unos minutos, te mueres. Si cometes un error con una morsa o un oso, el resultado es el mismo. Si eliges mal la ropa que te pones, también. El hielo del Ártico se derrite ¿y qué pasará entonces? No habrá una segunda oportunidad durante un tiempo considerable.

    Podría escribirse una novela de ciencia ficción sobre este asunto, pero no sería ciencia ficción. Podría titularse El hielo se derrite. De repente ya no quedarán pequeños organismos, así que no habrá peces por la zona, y por lo tanto tampoco focas. Eso no afectará demasiado al urbanita medio que vive en un piso. La elevación del nivel del mar debida a, pongamos, el derretimiento de los casquetes glaciares de Groenlandia y el Antártico llamaría la atención (desaparecerían Long Island o Florida, desaparecían Bangladesh y bastantes islas), pero la gente sencillamente podría emigrar, ¿no? Seguiría sin ser un motivo de alarma exagerado más que para los propietarios de grandes terrenos en primera línea de mar.

    Pero, un momento: también hay hielo debajo de la tierra, no sólo encima del mar. Es el permafrost, debajo de la tundra. Hay mucho, también mucha tundra. Una vez empiece a derretirse el permafrost, la turba de la tundra (materia

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