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El fenómeno saturado: La excedencia de la donación en la fenomenología de Jean-Luc Marion
El fenómeno saturado: La excedencia de la donación en la fenomenología de Jean-Luc Marion
El fenómeno saturado: La excedencia de la donación en la fenomenología de Jean-Luc Marion
Libro electrónico408 páginas5 horas

El fenómeno saturado: La excedencia de la donación en la fenomenología de Jean-Luc Marion

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Incluye la traducción por primera vez al español del texto "La banalidad de la saturación", de Jean-Luc Marion
 
La propuesta de un "fenómeno saturado", introducida por Jean-Luc Marion, constituye uno de los grandes hitos filosóficos del siglo XX. Con ella se aborda una posibilidad latente, pero sin desarrollo, en la obra de Husserl: qué ocurre cuando se registra un "exceso" de intuición respecto de la intención y cómo cabe entender este exceso. Marion sostiene que se trata de una característica propia de toda donación. 
Este libro ofrece, por primera vez, la versión al español del texto más importante de Marion de los que aún quedaban por traducir sobre esta cuestión: "La banalidad de la saturación". Para comprender los alcances de este texto fundamental e indagar en los límites y las posibilidades de esta noción marioniana, recogemos en esta obra las reflexiones de reconocidos especialistas: Roberto Walton, Carla Canullo, Patricio Mena Malet, Eric Stéphane Pommier, Stéphane Vinolo, Cecilia Avenatti de Palumbo, Chiara Pavan, Francesca Peruzzotti, Matías Ignacio Pizzi, Marcos Jasminoy, Santiago Andrés Duque Caño y Ezequiel D. Murga.
IdiomaEspañol
EditorialSb editorial
Fecha de lanzamiento18 dic 2021
ISBN9789874434920
El fenómeno saturado: La excedencia de la donación en la fenomenología de Jean-Luc Marion

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    El fenómeno saturado - Jean-Luc Marion

    Jorge Luis Roggero

    Uno de los motivos por los que la obra filosófica de Jean-Luc Marion ya constituye uno de los grandes hitos del siglo XX es su propuesta de un fenómeno saturado. El pensador francés explora una posibilidad latente, pero sin desarrollo, en la obra de Husserl. La correlación entre la intención y la intuición puede ocurrir según los modos previstos por el fundador de la fenomenología –es decir, puede darse un exceso de intención respecto de la intuición o una inusual, pero posible, equivalencia entre intención e intuición–, pero también puede darse un vínculo entre los dos términos en el que se registre un exceso de intuición respecto de la intención.¹ ¿Cómo cabe entender este exceso? Marion sostiene que se trata de una característica propia de toda donación. El fenómeno se da originariamente bajo el modo de la demasía, bajo el modo de la saturación.² Por supuesto, la subjetividad que recibe ese darse puede aceptarlo y devenir adonado (adonné) en ese mismo gesto, al entregarse a la fenomenalización del fenómeno como acontecimiento, o puede operar como sujeto trascendental y constituirlo como objeto. Esta facultad, y su consecuente responsabilidad, pertenece a la instancia receptiva que deberá evaluar si en ese caso corresponde implementar la variación hermenéutica capaz de transformar al acontecimiento en objeto (o viceversa).³

    En el libro IV de Étant donné, siguiendo la tipología de las categorías kantianas, Marion presenta diversas modalidades paradigmáticas en las que pueden darse fenómenos en los que la intuición excede lo que el concepto puede pretender ordenar o la intención prever. La tópica del fenómeno saturado está compuesta por cuatro tipos: el acontecimiento histórico, que opera sobre las categorías de cantidad; el ídolo (u obra de arte), que actúa sobre las categorías de cualidad; la carne, que se manifiesta saturando las categorías de la relación; y el icono, que se impone saturando las categorías de la modalidad y la previsión del yo. Finalmente, Marion también contempla la posibilidad de un fenómeno doblemente saturado, que se daría –si es que se efectiviza– combinando las cuatro formas de saturación: la revelación. Estas modalidades no constituyen una enumeración taxativa de los únicos fenómenos saturados posibles, sino que tienen por objetivo explicitar los extremos en los que puede articularse el exceso. En este sentido, como lúcidamente señala nuestro querido y recordado Carlos Enrique Restrepo, el estudio de esta noción marioniana no solo exige una indagación en las problemáticas de su doctrina y tipología, sino también demanda una exploración en las posibilidades de su casuística.⁴ Este libro asume la tarea indicada por Restrepo analizando diversas aristas del fenómeno saturado.

    A tal fin, en primer lugar, ofrecemos la versión en español del texto más importante de Marion –de los que aun no se encontraban traducidos– en el que se aborda la cuestión de la saturación: La banalidad de la saturación. Luego, en una primera parte, titulada Problemas de la saturación, incluimos dos textos que se preguntan por el modo en que la noción de banalidad de la saturación, introducida por Marion en ese texto de 2005, transforma la propuesta de la fenomenología de la donación.

    Carla Canullo –continuando la investigación respecto del modo en que la fenomenología de la donación modifica la relación entre inmanencia y trascendencia–⁵ propone pensar el pasaje, que autoriza la banalidad de la saturación, como una frontera/Grenze kantiana que se sitúa en el corazón del fenómeno y que permite desarticular la distinción dentro/fuera, esto es, inmanencia/trascendencia. En este sentido, según la autora italiana, no se trata de entender al fenómeno saturado como un excedente respecto de la inmanencia –como propone Benoist–, sino como una posibilidad de manifestación siempre presente en todo fenómeno, como la posibilidad de aparecer rebasando cualquier concepto que lo intente aprehender (incluso el de inmanencia/trascendencia) a partir del tránsito por esa frontera/Grenze.

    Por su parte, Stéphane Vinolo indaga en la tensión que se registra entre una concepción tipológica de los fenómenos, propia de la tópica presentada en Étant donné, y una concepción hermenéutica que puede leerse a partir de la introducción de la idea de la banalidad de la saturación. Según Vinolo, no es posible pensar una complementariedad entre ambas propuestas porque la saturación en el icono se resiste a ser entendida como una interpretación.

    La segunda parte, Doctrina, tópica y casuística del fenómeno saturado, comienza con un texto en el que Roberto Walton aborda las tres cuestiones a partir de un análisis de la fenomenicidad del mundo. En un diálogo con la tradición, Walton demuestra cómo las categorías de la casuística, de la tópica y de la doctrina del fenómeno saturado son aplicables a diversas concepciones ya propuestas en la historia de la fenomenología. Las ideas respecto del mundo de Edmund Husserl, Martin Heidegger, Max Scheler, Eugen Fink, Jan Patočka, Mikel Dufrenne, Michel Henry y Paul Ricœur permiten mostrar hasta qué punto la propuesta marioniana encuentra respaldo en las máximas autoridades de la fenomenología. Asimismo, Walton aborda un problema teórico importante que surge con las últimas reflexiones de Marion: cómo debe entenderse la relación entre mundo y donación. El fenomenólogo argentino da cuenta del modo en que el mundo opera como mediador entre la donación y su recepción y eventual fenomenalización.

    Luego del texto de Walton, que oficia de cabal e ilustrativa presentación de las problemáticas a abordar, esta segunda parte se estructura en dos secciones. La primera sección, Doctrina y tópica del fenómeno saturado. El ídolo, el icono, el acontecimiento y la carne, presenta en primer lugar un texto de Patricio Mena. Su capítulo constituye un estudio detenido de la relación entre el ver fenomenológico y las concepciones del ver pictórico en la fenomenología francesa actual. De este modo, su análisis permite apreciar el alcance y la importancia de las ideas marionianas relativas al fenómeno saturado del ídolo (u obra de arte) en el marco de las reflexiones de otros y otras importantes pensadores y pensadoras de su generación (la de la dritte Gestalt der Phänomenologie, como proponen László Tengelyi y Hans-Dieter Gondek): Henri Maldiney, Jean-Louis Chrétien, Françoise Dastur, Éliane Escoubas, Renaud Barbaras, Bruce Bégout.

    El texto de Chiara Pavan, segundo de esta sección, examina el fenómeno saturado del icono y evalúa críticamente la interpretación marioniana del rostro lévinasiano. Pavan destaca que cierta supuesta tensión fundamental de la propuesta de Marion –señalada por diversos comentadores– entre donación y hermenéutica se registra también en el nivel del icono y sus variantes ética y erótica. Según la italiana, Marion se aleja de Lévinas al proponer la necesidad de una interpretación respecto de la palabra del rostro que no dice nada.

    Finalmente, la primera sección de esta segunda parte, se cierra con un texto de Eric Stéphane Pommier en el que, a partir de una indagación en el acontecimiento del aparecer primordial, se ponen a prueba los límites y las posibilidades de los fenómenos saturados del acontecimiento y de la carne. Pommier entiende que desde la propuesta marioniana, que permite articular ambos fenómenos, es posible no solo resolver las tensiones entre inmanencia y trascendencia, sino también pensar la dinámica del aparecer originario.

    La segunda sección de la segunda parte, Casuística del fenómeno saturado, contiene dos textos que asumen de modo explícito la tarea indicada por Restrepo. En el primero, Ezequiel D. Murga indaga en las diversas reflexiones de Marion y de Lévinas respecto del sufrimiento para postularlo como un caso de fenómeno saturado. Por su parte, en el segundo texto, Santiago Duque Cano, examina el perspectivismo y los devenires amerindios –tal como son analizados por Eduardo Viveiros de Castro– para proponerlos como un caso que exhibe los rasgos de la saturación marioniana.

    La tercera parte, Fenómeno saturado y pensamiento medieval, se compone de dos textos. El primero, el texto de Matías Ignacio Pizzi, se detiene en un examen del vocablo cusano possest como un antecedente histórico que ayuda a comprender problemáticas propias del fenómeno saturado y de la certeza negativa, pero además permite sugerir una vía para pensar un lenguaje saturado. Por su parte, el segundo texto, el de Marcos Jasminoy, pone a prueba el análisis marioniano del fenómeno saturado del amor y su univocidad a partir de una comparación con el pensamiento de la univocidad del ser en Duns Scoto.

    Finalmente, la cuarta parte, Fenómeno saturado y teología balthasariana, ofrece dos textos en los que se reflexiona sobre la influencia de Hans Urs von Balthasar sobre el pensamiento marioniano. El texto de Cecilia Avenatti de Palumbo presenta una introducción a la figura del teólogo suizo y da cuenta de la impronta que éste deja en el pensamiento marioniano y en la noción de fenómeno saturado. El texto de Francesca Peruzzotti, por su parte, indagando en la productividad del fenómeno saturado en el campo de la teología, se detiene en la eucaristía como el paradigma del sacramento y destaca la fecundidad que puede ofrecer el cruce del pensamiento marioniano con el balthasariano para pensar la problemática de la finitud humana concreta y la temporalidad histórica en relación con la revelación divina.

    Este libro debe mucho a la generosidad y el apoyo académico de Roberto Walton, y a la generosidad y el apoyo editorial de Andrés Telesca. Así también, si la obra tiene la relevancia que sinceramente creo que tiene es, sin duda, por los brillantes aportes de los/as autores/as, de los/as traductores/as y de Juan Carlos Moreno Romo (quien nos permitió utilizar su traducción de La banalidad de la saturación). Mi agradecimiento y admiración para todos ellos/as.

    Asimismo, este volumen es también producto de la decisiva colaboración desinteresada e infatigable de Matías Pizzi, y del impulso de mis compañeros/as de aventuras del proyecto de investigación PRIG Jean-Luc Marion y el ‘giro teológico’ de la fenomenología: María Eugenia Celli, Ezequiel Curotto, Marcos Jasminoy, Ezequiel Murga, Alejandro Peña Arroyave, Lucía Senatore y Ángeles Villa Larroudet. Para todos/as ellos/as mi más profundo agradecimiento.


    1 En palabras de Marion: Al fenómeno que caracteriza la mayoría de las veces la falta o la pobreza de intuición (una decepción de la mención intencional), incluso, excepcionalmente, la igualdad simple entre intuición e intención, ¿por qué no podría responderle la posibilidad de un fenómeno en el que la intuición daría más, incluso desmesuradamente más, de lo que la intención no habría jamás mentado, ni previsto?.

    Marion

    , Jean-Luc, Étant donné. Essai d’une phénoménologie de la donation, seconde édition corigée, Paris, PUF, 1998, pp. 276-277.

    2 La donación se cumple siempre en demasía. La saturación de ciertos fenómenos debe entenderse como la consecuencia formal de su fenomenicidad a la medida de la donación. Una donación sin demasía se contradiría.

    Marion

    , Jean-Luc, Reprise du donné, Paris, PUF, 2016, p. 185.

    3 Marion presenta la noción de variación hermenéutica en Certitudes négatives: "La distinción de modos de fenomenicidad (para nosotros entre objeto y acontecimiento) puede articularse sobre variaciones hermenéuticas […]. Sólo depende de mi mirada que incluso una piedra pueda, a veces, aparecer como un acontecimiento […] La distinción de los fenómenos en objetos y acontecimientos encuentra por tanto un fundamento en las variaciones de la intuición. Cuanto más un fenómeno aparece como acontecimiento (se acontecializa), más resulta saturado de intuición. Cuanto más aparece como objeto (se objetiviza), más resulta pobre de intuición. O más aún: la acontecialidad fija el grado de la saturación y la saturación varía según la acontecialidad. Esta distinción tiene por tanto un estatuto estrictamente fenomenológico. Pero entonces, hay asimismo que destacar que la acontecialidad no caracteriza solamente a uno de los tipos de fenómeno saturado (el acontecimiento stricto sensu, por oposición al ídolo, a la carne y al icono): ella no solamente determina a cada uno de estos tipos, que la ponen en práctica, sino que también define al fenómeno como dado en general. Pues todos los fenómenos, en un grado o en otro, aparecen como advienen, ya que incluso los objetos técnicos no pueden borrar totalmente los vestigios en ellos de un advenir, aun cuando esté oscurecido" (

    Marion

    , Jean-Luc, Certitudes négatives, Paris, Grasset, 2010, pp. 307-308). Marion aclara que esta nueva tópica dicotómica del fenómeno no suplanta, sino que se articula con la anterior: De este modo, se dispone de una nueva tabla de fenómenos. Por un lado, los fenómenos del tipo del objeto, que comprenden los fenómenos pobres (formas lógicas, entidades matemáticas, etc.) y los fenómenos de derecho común (objetos de las ciencias de la naturaleza", objetos industriales, etc.). Por el otro, los fenómenos del tipo del acontecimiento, que comprenden los fenómenos saturados simples (el acontecimiento en sentido estricto, según la cantidad; el ídolo o el cuadro, según la cualidad; la carne, según la relación; y el ícono o rostro del otro según la modalidad), pero también los fenómenos de revelación (que combinan diversos fenómenos saturados, como el fenómeno erótico, los fenómenos de revelación, la Revelación, etc.). Esta tabla completa y complica la de Étant donné […], ligando saturación y acontecialidad: un fenómeno se muestra tanto más saturado cuando se da con una acontecialidad más grande (ibid., p. 310 n. 1). La responsabilidad respecto de la variación hermenéutica ya había sido destacada por Marion en La banalité de la saturation: En otros términos, la mayoría de los fenómenos, que aparecen a primera vista como pobres en intuición, podrían describirse no solamente como objetos, sino también como fenómenos en los que la intuición satura y desborda, por tanto, todo concepto unívoco. Ante la mayoría de los fenómenos, incluso de los más someros (la mayoría de los objetos producidos por la técnica y reproducidos industrialmente), se abre la posibilidad de una doble interpretación, que sólo depende de las exigencias de mi relación, siempre cambiante, con ellos. O más bien, cuando la descripción lo exige, tengo a menudo la posibilidad de pasar de una interpretación a la otra, de una fenomenicidad pobre o común a una fenomenicidad saturada" (

    Marion

    , Jean-Luc, Le visible et le révélé, Paris, Cerf, 2005, p. 156).

    4 Se pregunta Restrepo: Pero ¿significa esto que, para Marion, solo valen como tales estos cuatro fenómenos saturados? En modo alguno. Se trata más bien de tipos de fenómenos, a los que se pueden asociar descripciones particulares al modo de una casuística, para la que el pensamiento de Marion resulta fecundo y prometedor. Para avanzar en esta descripción entre los tipos y casos, se puede extender este tipo de análisis al problema económico […] o a los absurdos históricos de cuestiones como la guerra, la violencia y lo atroz; pero también al arte, a la experiencia de la inspiración en la obra de arte y en el acto de creación. Como quiera que sea, sin decidir si todos los fenómenos son o no son saturados, lo cierto es que al menos tenemos más de los que creemos, y que no hay que confundir la tópica con la casuística cuya tarea queda entrevista aunque sigue por realizar.

    Restrepo

    , Carlos Enrique, Relectura de los fenómenos saturados en

    Roggero

    , Jorge Luis (ed.), Jean-Luc Marion: límites y posibilidades de la Filosofía y de la Teología, Buenos Aires, SB Editorial, 2017, p. 163.

    5 Esta investigación ya estaba en curso en su texto La inaudita de-figuración de la trascendencia. Cfr.

    Canullo

    , Carla, La inaudita de-figuración de la trascendencia. La fenomenología de la donación ante el desafío del allende en

    Roggero

    , Jorge Luis (ed.), Jean-Luc Marion: límites y posibilidades de la Filosofía y de la Teología, op. cit., pp. 135-152.

    2. La banalidad de la saturación

    Jean-Luc Marion

    Traducción del francés al español: Juan Carlos Moreno Romo

    Yo he visto a veces al fondo de un teatro banal…

    Charles Baudelaire

    I

    Hemos propuesto, en varias etapas y no sin titubeos ni arrepentimientos, un concepto nuevo en fenomenología, el de fenómeno saturado. Ese concepto constituye actualmente el centro de nuestra reflexión.

    Por lo demás, la innovación así propuesta debe entenderse con alguna prudencia, pues no se trata, formalmente al menos, de una revolución, sino del simple desarrollo de una de las posibilidades ya inscritas, por derecho, en la definición común del fenómeno. Por definición común, entendemos la que Kant y Husserl –los dos filósofos, si no los únicos, al menos los primeros en la modernidad, que salvaron al fenómeno al reconocerle el derecho de aparecer sin reserva– le han proporcionado a la filosofía.¹ A saber, una representación que deja de no remitir más que a su sujeto como un síntoma (como una idea inadecuada según Spinoza), para dar acceso a una cosa puesta frente a él (eventualmente un objeto), porque una intuición en general (sensible o no, la pregunta queda abierta) efectivamente dada se encuentra ahí retomada, enmarcada y controlada por un concepto, que cumple la función de una categoría. Con esas dos condiciones, la representación se ajusta a un objetivo, se concentra y se absorbe en él, de suerte que se vuelve su presentación directa, y su apariencia pasa a la cuenta de ese objeto y se vuelve su aparición. En lo sucesivo, la intuición puede devenir intencional de objeto (como una aparición, no ya una simple apariencia) por medio del concepto que la fija activamente (según la espontaneidad del entendimiento). Pero recíprocamente el concepto solo deviene intencional de objeto (y no actúa como una categoría) por medio de la intuición que lo plenifica desde el exterior, también en virtud de la pasividad que ella le transmite (según la intuición). Sin subestimar las diferencias ciertamente consecuentes de sus enunciaciones, asumimos entonces la compatibilidad, e incluso la equivalencia de las definiciones del fenómeno así elaboradas por Kant y por Husserl.

    De esa fórmula inicial, el uno y el otro han trazado claramente dos variantes según las dos relaciones que pueden mantener sus dos elementos. O bien la verdad se cumple en una evidencia perfecta, cuando la intuición plenifica completamente el concepto y de ese modo lo valida totalmente: se trata de la situación paradigmática y por eso mismo la menos frecuente. O bien la validación parcial del concepto mediante una intuición no lo plenifica totalmente, pero alcanza a certificarlo y a verificarlo: se trata de la situación más corriente (la de la verdad en el sentido común como verificación, validación, confirmación), aunque pueda parecer insatisfactoria. La innovación, que nosotros hemos introducido, sólo interviene después de esas dos primeras relaciones: no consiste más que en una atención puesta en una tercera relación posible entre intuición y concepto: esa en la que, a la inversa de la situación común de un exceso del concepto con respecto a la intuición, y de la situación excepcional de una igualdad entre ellos, la intuición rebasaría esta vez, y en múltiples sentidos, al concepto. Dicho de otro modo, se trata de la situación en la que la intuición no solamente validaría todo lo que el concepto asegura de inteligibilidad, sino que agregaría algo dado (sensaciones, experiencias, informaciones, poco importa aquí) que ese concepto ya no alcanzaría a constituir en objeto, ni a volver inteligible objetivamente. Semejante exceso de la intuición con respecto al concepto invertiría entonces la situación común, sin por ello salir del terreno de la fenomenicidad (ni de los términos de su definición), puesto que los dos elementos del fenómeno funcionarían aún ahí. Simplemente la norma ideal de una evidencia (igualdad entre la intuición y el concepto) se encontraría a partir de ahora amenazada no ya tan sólo y como de costumbre por la insuficiencia de la intuición, sino más bien por su exceso. Ese fenómeno por exceso, nosotros lo hemos designado y comprendido como el fenómeno saturado (de intuición).

    No sólo hemos identificado formalmente esa determinación nueva del fenómeno, sino que hemos tratado también de ponerla a la obra para dar razón de un tipo de fenómeno hasta entonces dejado al margen de la fenomenicidad común, e incluso excluido por ella. O, más bien, no dar razón de él, puesto que se trata más bien de liberarlo de la exigencia del principio de razón (suficiente), de devolverle su razón propia con el fin de darle razón contra todas las objeciones, las prohibiciones y las condiciones que pesan sobre él en metafísica (e incluso en parte en fenomenología). Especialmente, se trata aquí de devolverles su legitimidad a unos fenómenos no objetivables, e incluso no entificables –como el acontecimiento (que excede toda cantidad), la obra de arte (que excede toda cualidad), la carne (que excede toda relación) y el rostro del otro (que excede toda modalidad). Cada uno de esos excesos es suficiente para identificar un tipo de fenómeno saturado, que funciona entonces exactamente como una paradoja. Luego, hemos sugerido la posibilidad de combinar ya sea algunos de esos tipos, ya sea los cuatro juntos, para describir otros fenómenos saturados más complejos todavía: así el rostro del otro articula sin duda la transgresión de toda modalidad con el rebasamiento de la cantidad, de la cualidad y de la relación.² Semejante combinación abre finalmente el acceso a un modo radicalizado de saturación, al que nosotros le hemos dado el nombre de fenómeno de revelación. Y, a partir de la posibilidad de ese complejo de saturaciones, podría eventualmente devenir pensable el caso de la Revelación; pero evidentemente no le tocaría a la fenomenología (que sólo trata de la posibilidad, no del hecho de su fenomenicidad) el decidir directamente respecto de ese último. Ella podría simplemente admitirla en su forma. Para el resto, convendría apelar a la teología.

    II

    Por regla general, no se debería esperar, ni en consecuencia desear, de una innovación, que ésta suscitara inmediatamente una adhesión sin reserva. Pues, sobre todo si acaso se confirma, una misma aseveración no debería pretender a la vez y al mismo tiempo la novedad y el éxito. Si no encuentra ninguna resistencia, no hace entonces más que responder a unas convicciones ya establecidas, y eso se llama ceder a la ideología (siempre) dominante. Si suscita una reacción, podría ser que innove (a menos que simplemente delire). La crítica rinde entonces homenaje, bien a su pesar, a la innovación, que ella incluso contribuye a validar. Y, si ella no es más capaz de validar que de invalidar lo que recusa, no deja de ser inevitable e indispensable, porque solo ella despeja, por la resistencia que les opone, los puntos verdaderamente sintomáticos de lo que de ese modo se anticipa, y puede abrir así una vía de acceso privilegiada al asunto en cuestión. Tal parece ser el caso de las objeciones dirigidas contra la legitimidad de un fenómeno saturado, que permiten identificar al menos dos resistencias y, por tanto, dos cuestiones. Para simplificar, retendremos de esas objeciones dos formulaciones particularmente claras, que resumen a todas las demás: una cuestiona los términos de la definición del fenómeno saturado, otra, su principio. Aunque conscientes de …la espantosa inutilidad de explicarle lo que sea a quien sea,³ trataremos sin embargo, examinándolas, de responder a sus ofensivas, pero sobre todo de prolongar sus ángulos de ataque, de manera que podamos acceder gracia a ellos, una vez más, al corazón mismo de la cuestión.

    La primera objeción estigmatiza dos contradicciones, que conducen a dos situaciones sin solución. En primer lugar, la hipótesis del fenómeno saturado pretendería ir …más allá de lo que la fenomenología canónica ha reconocido como la posibilidad misma de la experiencia, al mismo tiempo que pretende …permanecer inscrita al interior de la experiencia.⁴ Más aún, porque "… no hay ‘experiencia pura’ (no ‘pura experiencia’),⁵ y sobre todo no la hay de la …trascendencia completa [y] de la alteridad pura,⁶ se sigue ineluctablemente que … ninguna Revelación con una R mayúscula se puede dar en la fenomenicidad.⁷ En pocas palabras, no tenemos experiencia de lo que rebasa las condiciones de posibilidad de la experiencia; y sin embargo el pretendido fenómeno saturado rebasa, por su propia definición, los límites de la experiencia; entonces no tenemos absolutamente, de él, ninguna experiencia. De lo que no puede (ni debe) pensarse, ni siquiera hay que discutir. Sin embargo, ¿quién no ve que esta objeción presupone aquí, sin criticarlo, y sin siquiera darse cuenta, que la experiencia no se dice y no se cumple más que en un solo sentido y, en segundo lugar, que ese sentido solo conviene a los objetos? En pocas palabras, ¿quién no ve que la objeción presupone la univocidad de la experiencia y de la objetividad? Ahora bien, toda la cuestión del fenómeno saturado trata precisa y únicamente de la posibilidad de que algunos fenómenos no se manifiesten en el modo de los objetos, pese a que se manifiesten perfectamente; y toda la dificultad no consiste precisamente más que en describir lo que eventualmente se manifiesta sin que por ello podamos constituirlo (o sintetizarlo) como un objeto (mediante un concepto o una intencionalidad adecuada a su intuición). De entrada, por su simple formulación, la objeción evita la cuestión única y central, para substituirla por una pura y simple ficción –la de una experiencia pura, una trascendencia pura en su alteridad"–, de la que se vuelve entonces fácil mostrar su carácter absurdo. Ahora bien, no solamente la descripción del fenómeno saturado nunca utiliza esas fórmulas pomposas y engañosas, sino que evita incluso hablar de experiencia (si no es en el modo de la contra-experiencia). En efecto, bajo su apariencia de ostentosa modestia, la noción misma de experiencia presupone ya demasiado: nada menos que un sujeto, cuya medida y anterioridad definen de entrada las condiciones de experiencia y entonces de objetivación. En consecuencia, si, para dar derecho a la posibilidad del fenómeno saturado, se quiere objetar el horizonte del objeto, hay que objetar también las condiciones del sujeto de la experiencia y, por lo tanto, la propia noción unívoca de experiencia.

    A esa primera contradicción inventada, se agrega una segunda. Pues, incluso si en rigor se puede admitir una experiencia sin objeto, no es posible pensar …una experiencia sin sujeto.⁸ Y es por eso que, incluso si pretende contentarse con un sujeto …enteramente vacío, pasivo, bajo control, afectado, sin poder, etc. …,⁹ el fenómeno saturado debe en efecto mantenerle intacto su rol en la fenomenicidad: …en tanto su función (la de permitir la aparición de los fenómenos) sigue siendo la misma […]; el carácter de subjetividad se mantiene en todo su alcance y […] la desposesión o la renuncia prometidas no han tenido lugar; así …restablecemos, sin admitirlo, aquello a lo que [nosotros] pretendíamos renunciar.¹⁰ Semejante contradicción supone evidentemente que el sujeto (en principio) criticado coincide exactamente con el sujeto (de hecho) mantenido, dicho de otro modo, reposa en la univocidad del concepto de sujeto. ¿Pero cómo es posible fingir ignorar de ese modo que toda la cuestión –y toda su dificultad– consiste en decidir si el sujeto no podría y no debería entenderse en varios sentidos o, dicho de otro modo, si la crítica del sujeto transcendental no libera otra acepción del sujeto o, más exactamente, de lo que viene luego del sujeto (para responder a una acertada fórmula de Jean-Luc Nancy)?¹¹ Y no vemos por qué habría que recusar semejante equivocidad, cuando la fenomenología ya la ha explorado tan profundamente, aunque solo sea entre Husserl (sujeto trascendental) y Heidegger (Dasein), o incluso, en el pensamiento mismo de Heidegger, entre el Dasein y el hombre que le sucede, por no evocar, por supuesto, los nuevos cuestionamientos del sujeto regente de la experiencia hechos por Sartre, Merleau-Ponty, Lévinas y Henry. Y por lo demás, ¿de qué modo el sujeto, o lo que viene después de él, desaparecería sin resto, si éste no ejerciese ya, en el proceso de la fenomenalización, más que la función de la respuesta y de la resistencia a lo que se da, y después la de la pantalla en la que se manifiesta lo que se da? ¿De qué modo el sujeto, o lo que viene tras él, debería abolirse, simplemente porque habría perdido la actividad del entendimiento en provecho (o bajo la condición previa) de una receptividad más originaria, la espontaneidad representativa (o intencional) a favor de una pasividad más radical y, acaso, de otro modo, más poderosa? Al no plantear esas preguntas, la primera crítica deja ver una acepción extraordinariamente acrítica de lo que viene después del sujeto –eventualmente el adonado.

    Queda la segunda objeción, que, por su parte, manifiesta, al menos en apariencia, una radicalidad implacable, puesto que rechaza el propio principio de posibilidad (y en consecuencia la efectividad) de un fenómeno saturado: Queda el hecho (enigmático, incomprensible […]), de que podamos ver de otra manera, de que yo, u otros, veamos de otro modo. ¿Ver qué? Fenómenos saturados sin duda, pero, más directamente, por un deslizamiento tan rápido como obsesivo, Dios, siempre y ya. De hecho, uno que vale por todos los demás, puesto que en todos los casos, se trata aquí de denegar pura y simplemente que haya algo que ver, primero, en el fenómeno saturado en general (No hablamos ya de nada –es decir, de nada asignable–.);¹² y luego, en un fenómeno de revelación en particular (… ¿qué me responde si le digo que ahí donde usted ve a Dios, yo no veo nada?).¹³ ¿Qué responder en efecto? Pero la brutalidad del argumento puede tornarse contra el que lo emplea. Pues el hecho de no comprender y de no ver nada podría no siempre,

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