Los enormes avances producidos en los últimos años en inteligencia artificial han provocado una reflexión universal acerca de lo que entendemos por inteligencia. Estamos asistiendo al desmoronamiento de un prejuicio compartido hasta hace poco por la generalidad de la especie como es el de que la inteligencia era una característica privativa del ser humano.
De alguna manera la evolución de la ciencia corre pareja a una pérdida paulatina de las convicciones antropocéntricas que han acompañado al ser humano desde el origen de la historia y tal vez mucho antes. Paulatinamente se ha ido desvaneciendo la idea de que la humanidad ocupaba un lugar privilegiado dentro del cosmos y, por supuesto, en el planeta que nos acoge.
(una parte importante de ella, al menos) estaba convencida de que la Tierra era el centro) y Tom Regan () podrían representar, en su denuncia del especismo, el papel de Galileo en el contexto de la relación entre las especies que habitan nuestro planeta. Del mismo modo, el derrocamiento de los regímenes absolutistas y su relevo democrático convirtió al común de los ciudadanos en un rey más, solidario del resto. Podemos decir que cada individuo del sistema democrático resulta un sistema de coordenadas comparable al de cualquier otro. Una vez objetada la preponderancia de la especie humana frente al resto de especies, solo quedaría en pie el reinado del hombre sobre los entes inanimados. Ya no los seres vivos sino las cosas del mundo son las que seguirán girando (último vestigio antropocentrista) a su alrededor. Restaría por tanto, siguiendo esta trayectoria deconstructiva -más o menos metafórica- del geocentrismo, dar el paso siguiente y desmontar y descartar la soberanía del individuo sobre las cosas, sean estas materiales o simbólicas. El sujeto, como su propia etimología revela, se constituye en relación a algo a lo que este se sujeta (el objeto). Este último estadio nivelador de sujetos y objetos inauguraría un nuevo tipo humano que ya no sería propiamente un sujeto sino un subjeto, es decir, una interrelación entre ambas categorías que allanaría y homogeneizaría el amplio catálogo de seres, y que supondría por tanto el culmen de la revocación del antropocentrismo emprendida por Galileo. En efecto, tanto dentro del terreno de la biología como de la antropología o la filosofía proliferan las obras y los discursos que reivindican la materialidad, no como un elemento decorativo de la peripecia humana sino como protagonista indiscutible y copartícipe de su historia. El objeto reclama atención a la par que el sujeto, ambos interactuantes en igualdad de condiciones. Y, dentro de los primeros, podríamos incluir sin duda esos objetos técnicos que son las inteligencias artificiales.