La cultura en el laberinto de la mente: Aproximación filosófica a la "psicología cultural" de Jerome Bruner
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Josep Maria Domingo Curto emprende su recorrido por los laberintos de la "mente" y la "cultura" acompañado de la sensata guía que le ofrece el gran psicólogo cultural Jerome Bruner, cuyo vasto andamiaje teórico le permitirá sostener que la configuración de la mente humana encuentra en los resortes culturales su última razón de ser, lo cual implica que la formación de la mente es una construcción de naturaleza eminentemente sociocultural. Y, viceversa, que la formación de las culturas depende, en gran medida, de los proyectos de transformación social que sobre ellas diseñemos, y por este motivo resulta absolutamente ineludible su componente mental.
Como se verá a lo largo del presente libro, Bruner nunca ha dejado de insistir en la imposibilidad de comprender los intrincados procesos cognitivos de la mente, si se omiten los complejos procesos simbólicos del desarrollo cultural; por tanto, ambos mundos, (o ambos laberintos) el mental y el cultural se coimplican y fusionan sin delimitación alguna.
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La cultura en el laberinto de la mente - Josep Maria Domingo Curto
Parte I
La pragmática cultural
Capítulo I
Wittgenstein como filósofo de la cultura
a) Hacia la pragmática del lenguaje
En las trincheras del frente suroccidental del ejército austrohúngaro, Wittgenstein diseñó el jeroglífico de su Tractatus Logico-Philosophicus. En él intentó demostrar que el lenguaje reposaba, en última instancia, sobre una estructura lógica que le era absolutamente inherente. Según su opinión, el lenguaje lógico suministraba en cierto sentido una figura de la estructura de los hechos y, por extensión, una figura del mundo. Por tanto, sólo se admitía la existencia de un único lenguaje, compuesto de proposiciones elementales, con sus respectivas funciones veritativas. Además, cada una de estas proposiciones era interpretada como la imagen o figura de un hecho atómico, lo que equivalía a afirmar, de algún modo, que tanto la figura como el hecho disponían de una misma estructura lógica. Al no corresponderle a un hecho atómico más que una única forma lógica, sólo cabía esperar una única proposición correcta posible; por consiguiente, dos proposiciones acerca de un mismo hecho no vendrían a ser, en realidad, sino una y la misma proposición, o lo que es igual, tendrían idéntica estructura lógica.
Su modelo isomórfico entre lenguaje y mundo presuponía, asimismo, que las proposiciones del lenguaje eran la expresión conceptual de los pensamientos, y éstos, a su vez, figuras de los hechos. Wittgenstein postuló, así, una correspondencia formal entre la configuración de los objetos en el mundo
, de los pensamientos en la mente
, y de las palabras en el lenguaje
. Es evidente, pues, que esta primera versión filosófico-lingüística se apoyaba en una doble concepción sintacticista
y pictoricista
de la lógica, del lenguaje y del mundo. En este sentido, podríamos afirmar que el Tractatus era –y es– una herramienta poco fructífera para bucear en el mundo de la filosofía de la cultura
, puesto que no permite analizar, y menos clarificar, los complejos universos significativos propios del mundo cultural (con todas las polisemias, metáforas o metonimias que le son inherentes). Bastante de esto percibió Wittgenstein cuando renunció en parte a su proyecto pictórico-figurativo del lenguaje (proyecto que dejó marcada estela entre los filósofos del Círculo de Viena)¹ y decidió, con audaz perspicacia, realizar su particular giro copernicano
hacia la semanticidad y pragmaticidad del lenguaje.
En su segunda fase de creatividad intelectual, Wittgenstein abandonó su antiguo presupuesto, según el cual el lenguaje lógico era el medio privilegiado para contemplar la estructura del mundo, y lo reemplazó, tomando como referencia el lenguaje natural, por una concepción mucho más problematizada: a saber, que el mismo lenguaje podía actuar o bien obnubilando la imagen de la realidad o bien obstaculizando la comprensión transparente del mundo, como ni el mismísimo genio maligno
cartesiano sería capaz de hacer.
A partir de este momento, la filosofía wittgensteiniana devino más descriptiva que normativa; es decir, descriptiva en la medida en que no pretendía otra cosa que constatar cómo funcionan realmente las proposiciones del lenguaje en el mundo real de las relaciones humanas, y qué usos hacemos de ellas. En este sentido, si nos preguntáramos por la naturaleza de una posible
filosofía de la cultura en la obra de Wittgenstein, la respuesta no sería otra que la de describir –es decir, mostrar– los significados de las expresiones lingüísticas (verbales o no verbales) que usamos para construir nuestro mundo cultural. Sólo así, la filosofía podría contribuir al esclarecimiento de los significados que se hallan recónditamente entremezclados con los usos lingüísticos que vehiculan nuestros lazos psico-sociales. Pedir más a la filosofía sería, según su opinión, exigirle otras funciones que, por su modesta labor, no le corresponderían.
Por todo ello, el análisis pragmático de los usos
del lenguaje –como parte esencial de toda construcción cultural– es el único proceder propiamente filosófico para aventurarse en el laberinto de la cultura. Ni lo propiamente económico ni lo sociológico ni lo antropológico ni lo psicológico del comportamiento cultural de los humanos son aspectos específicamente relevantes para él, a menos de que no se trate de las acepciones lingüísticas que todas estas diversas conductas comportan. Quizá por esto, porque nos invitó a situarnos en el punto límite en que las múltiples formas de conducta cultural se manifiestan en sus tantas otras formas de expresión y significación lingüística, el segundo
Wittgenstein desconcertó a muchos filósofos (sobre todo, a aquéllos de raigambre logicista y neoempirista), pero entusiasmó, asimismo, a otros tantos científico-sociales carentes, pero necesitados, del bagaje teórico-lingüístico imprescindible para sus respectivas investigaciones positivas. Esto explica, en parte, por qué la herencia de Wittgenstein ha crecido en la medida en que los psicólogos, sociólogos o antropólogos se han interesado por la psico-socio-lingüística
, como rama especializada en el estudio de los procesos psico-simbólicos de la comunicación humana, y, en concreto, por qué Wittgenstein ha constituido para Bruner uno de los referentes básicos en su aproximación interpretativa al análisis cognitivo de los procesos mentales.
En lo que sigue, intentaremos profundizar un poco más en aquellos elementos que considero de central relevancia en la aforística
obra de Wittgenstein, con el fin de encontrar en ellos la base teórica que yace tras los complejos procesos de construcción lingüístico-cognitiva de los vínculos socio-culturales. A grandes rasgos, el marco interpretativo general que nos suministra sus Investigaciones filosóficas podría glosarse, de forma sumaria, en los siguientes puntos:
1. El lenguaje es concebido como un instrumento del que caben incontables usos
diferentes; es decir, la principal función del lenguaje deja de ser específicamente la de nombrar
(función por la que se atribuye un único significado referencial a cada palabra, como así ocurría, por ejemplo, en el Tractatus o, yendo más lejos, en las mismas Confesiones de San Agustín de Hipona) y pasa a ocupar su lugar la función de comunicar
. Por consiguiente, si el significado de un término se deriva de su uso lingüístico, significado y referencia no tienen por qué