Una pregunta que solemos dejar de lado cuando pensamos en la tecnología es si su desarrollo es (o ha de ser) universal o, por el contrario, si su tronco se bifurca en varias ramas como uno de esos seductores mapas que plasman la evolución de las especies. No cuesta nada, de hecho, imaginar la tecnología como un objeto de estudio similar a un organismo, propenso por tanto a cambios, mutaciones y extinciones.
Nuestro cerebro, casi siempre perezoso, tiende a simplificar por costumbre y a concebir la unidad donde reside una natural pluralidad. Podríamos decir que, si nos dejamos llevar, tendemos a pensar (ni siquiera se trata de un pensamiento consciente sino de un prejuicio adquirido por el hábito y el lugar común)