Miguel Lleras Pizarro: Una vida en contravía
Por Alberto Donadío
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Como magistrado, y también en su vida personal, fue incisivo, irónico, sarcástico, castizo y crítico, además de independiente en grado superlativo. Si se escribiera la historia del poder judicial en Colombia, el nombre de Miguel Lleras Pizarro tendría que figurar en la plana mayor de los más eminentes. Nació en Bogotá en 1916 y por largos años fue también magistrado del Consejo de Estado.
Conocí a Miguel Lleras Pizarro en 1975 y gracias a su generosidad sin límites nos volvimos amigos muy cercanos, aunque yo era casi cuarenta años menor. Dos veces a la semana me invitaba a cenar a su casa. Eran cenas donde las viandas se servían después de las nueve o diez de la noche, porque estaban precedidas de largas conversaciones en las cómodas poltronas de la biblioteca y obligatorias libaciones con whisky Buchanan’s, Sello Negro o de otras marcas, pues reverenciaba el palique y veneraba los efectos terapéuticos del whisky.
La extrema delicadeza, la sensibilidad inaudita de su ser y la dulzura de su trato, me hacen sentir de nuevo su ausencia. Sí hay personas insustituibles e irremplazables, porque sus bondades son virtualmente exóticas y prácticamente insólitas. Su recuerdo se torna siempre presente.
Alberto Donadío
Alberto Donadío
Alberto Donadio es abogado de la Universidad de los Andes. En 1972 inició, con Daniel Samper Pizano, la Unidad Investigativa de El Tiempo. Con el libro El cartel de Interbolsa recibió el Premio al Mejor libro del Periodismo del CPB en 2013. Ha publicado varios libros sobre temas financieros: Banqueros en el banquillo, ¿Por qué cayó Jaime Michelsen?, Los Farsantes y El Montaje. Con su esposa, Silvia Galvis, escribió Colombia Nazi y El Jefe Supremo. También publicó: El espejismo del subsidio familiar; Los hermanos del Presidente; Yo, el fiscal; La mente descarrilada; La guerra con el Perú; El Uñilargo: la corrupción en el régimen de Rojas Pinilla; Que cese el fuego: Homenaje a Alfonso Reyes Echandía; Guillermo Cano, el periodista y su libreta; y La llave de la transparencia: El periodismo contra el secreto oficial.
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Miguel Lleras Pizarro - Alberto Donadío
1
Genio y figura hasta la sepultura
Cuando Daniel Samper Pizano me escribió esta carta en abril de 1980 yo vivía en Ginebra, Suiza, y trabajaba en la Comisión Internacional de Juristas, en un empleo para el cual me había recomendado Miguel Lleras Pizarro, entonces magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Mi amigo y colega de la Unidad Investigativa de El Tiempo me decía:
Abril 9
Alberto:
Supongo que ya se habrá enterado por su familia de la muerte de Lleras Pizarro. Ayer me la comunicó su papá y me puse en contacto con Héctor para la doble misión de darle el pésame y reunir datos para el periódico. Héctor me informó que tanto en el testamento como en una hoja de instrucciones anterior había indicado que no hubiera velorio, entierro, exequias ni cosa parecida cuando se muriera, así que procedieron a entregar el cadáver a la U.
N. Murió el viernes por la mañana, a consecuencia de un paro respiratorio. Había estado mejor esa semana, pese a su irremediable enfermedad. Inclusive pensaron llevárselo a la casa el martes, pero debieron aplazar el asunto. El viernes a las 8 a. m. pidió el cepillo de dientes, conversó algunas cosas e incluso se despidió de su hermana Josefina, pero no porque él creyera que se iba a morir, sino porque ella regresaba a Estados Unidos en vista de que la situación parecía un poco estacionaria. Pero tuvo complicaciones de unos bichos o infecciones cuyo nombre no recuerdo en la garganta y los antibióticos lo debilitaron. Luego le sobrevino el paro y pese a que le dieron respiración artificial se cumplieron los pronósticos fatales de los médicos.
No conocía a Moreno. Lo llamé por teléfono –dirigiéndome a él como señor Moreno
, porque tampoco recordaba el nombre– y fue muy amable. Me tuteó, me permitió copias de los documentos de últimas instrucciones de Lleras y, cuando lo visité con ese fin, me mostró una carta suya que acababa de recibir. Vi también al niño –cuyo nombre, como es apenas lógico en mi frágil memoria, desapareció por completo de mi computadora en el momento en que tuve que saludarlo y darle el pésame– y a una señora de pañueleta cuya función ignoro. Estaba lloroso y compungido Héctor. Decía cosas elogiosas sobre el viejo
y recordó con cariño el viaje que hicieron con Ud. y Beatriz. Hoy escribió el flaco Arenas la información sobre la muerte de Lleras, complementada con los documentos que me proveyó Héctor, y fue tan paradójico todo que El Tiempo, periódico que Miguel odiaba, resultó dando la chiva exclusiva de su muerte y sus disposiciones relacionadas con el no-entierro, al paso que El Espectador, del cual era colaborador, no dijo una sola palabra. Yo mañana le dedico unos pocos renglones en la columna.
Pasando a temas menos tesos, hasta el momento sigue en pie lo que le conté en mi carta pasada. Debo hacer conexión en alguna parte el día 2 de mayo para llegar a Ginebra, pero, naturalmente, le confirmaré todo o le notificaré cualquier cambio y lo llamaré al tocar la tierra de las salchichas socialistas.
Si necesitan algo de aquí, Ud. o Beatriz, favor decírmelo. Un saludo para ambos, y muchos recuerdos de Pilar, Liliana, Isabel, Javier, Pachulí y Lujuria.
La noticia que publicó el flaco Arenas –Ismael Enrique Arenas, redactor judicial de El Tiempo y tal vez el reportero que más tiempo trabajó en el periódico pues se inició en los años treinta– es del lunes 7 de abril de 1980. Comenzaba así:
Con un documento público de protesta, como último acto de su vida, dejó de existir el Sábado Santo el jurista Miguel Lleras Pizarro, expresidente del Consejo de Estado y quien últimamente se desempeñaba como magistrado constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Tenía 74 años.
El conocido e inconforme jurisconsulto prohibió a sus parientes que permitieran o toleraran cualquier acto póstumo, hasta la velación de sus despojos y la inhumación, y donó su cadáver a la Universidad Nacional.
Aunque la muerte de Lleras Pizarro estaba prevista desde dos semanas atrás y acaeció a las diez de la mañana del sábado, solo trascendió en el curso del día de ayer cuando ya su cuerpo había sido entregado a la Facultad de Medicina en cumplimiento de la última voluntad del