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Hora de cierre: Civiles y militares en dictadura y democracia
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Libro electrónico449 páginas5 horas

Hora de cierre: Civiles y militares en dictadura y democracia

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En Hora de cierre Mauricio Carvallo revela al público parte de su tesoro personal: sus entrevistas políticas realizadas durante cuarenta años de ejercicio en la primera plana de la contingencia nacional; las declaraciones que fueron marcando el pulso de los hechos; la historia tras cada entrevistado; la metodología empleada en la construcción de cada cuestionario y su puesta en escena ante lo que resultó ser un abigarrado conjunto de civiles y militares, en un tiempo infame y desafiante en que estos últimos fueron además agentes políticos centrales. Un volumen necesario no sólo para la comprensión pendiente de un período al mismo tiempo aciago y esperanzador, sino además para la construcción de la historia de un periodismo chileno que habló claro frente al país, que abrazó la contingencia sociopolítica como su más importante tema de conversación, y que asumió la defensa de la palabra como su más apreciado emblema.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento6 ene 2017
ISBN9789560008527
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    Hora de cierre - Mauricio Carvallo

    Mauricio carvallo

    Hora de cierre

    Civiles y militares en dictadura y democracia

    Entrevistas políticas

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2016

    ISBN Impreso: 978-956-00-0852-7

    ISBN Digital: 978-956-00-0886-2

    Motivo de portada: Mauricio Carvallo tras Michael Townley

    en el centro de Santiago, abril de 1978, fotografiados por Raúl Montoya.

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 2 860 68 00

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Para mi esposa Lenka, secretaria de Edición;

    y mis hijos Lenka y Mauricio, periodistas

    I

    La forja de un periodista

    De Ercilla a El Mercurio: golpe tras golpe

    1970-2009

    En 1966 entré a Periodismo de la Universidad de Chile con una avalancha de 183 alumnos. Es que la carrera era gratuita y la dirigía el intelectual de izquierda Mario Planet, apodado «maestro de periodistas»¹.

    Al momento del golpe llevaba recién tres años de egresado. Por lo tanto, debí desarrollar la mitad de mi trabajo en dictadura y la otra mitad en una democracia imperfecta.

    En mis primeros ocho años en revista Ercilla fui reportero, redactor, jefe de corresponsales y editor de Arte y Espectáculos. Como uno de los fundadores de la revista Hoy, el primer medio de oposición a la dictadura, en una década fui secretario de redacción, editor de libros, jefe de informaciones y jefe de Redacción. De revista Caras: un año editor, es decir segundo de a bordo y autor de reportajes y entrevistas. Después, otros dos años como analista y editor político de El Diario Financiero.

    Durante esos 23 años ocupé altas jefaturas, aunque no dejé de ser reportero ad honorem y voluntario.

    No obstante, culminé la carrera como redactor durante 17 años del Cuerpo de Reportajes de El Mercurio y tuve más tiempo para reportear².

    Siempre me rodearon excelentes profesionales. Por citar a algunos de Ercilla y Hoy: Emilio Filippi, Luis Hernández Parker, Hernán Millas, Guillermo Blanco, Patricia Verdugo, Hugo Mery, María Olivia Monckeberg, Alberto «Gato» Gamboa, Ascanio Cavallo, Abraham Santibáñez. En Caras, Verónica López; en El Diario Financiero, Roberto Meza. En El Mercurio, Raquel Correa, Blanca Arthur, Pilar Molina, Pamela Aravena y el editor Joaquín Villarino Goldsmith.

    Por un pecado de dirección imperdonable, el Cuerpo D desapareció prematuramente y El Mercurio dejó de influir como cada domingo durante casi treinta años. Sin un corazón poderoso que latiera, esa sección y, como consecuencia, el diario ya no fueron tan respetados y temidos por la clase política.

    Siendo estudiante de periodismo, conseguí una columna semanal de ajedrez en el vespertino La Segunda. En las mañanas iba a la Escuela y por las tardes colaboraba en la Agencia Orbe Latinoamericana, donde las noticias se distribuían por teletipo, por mano en Santiago y por cartas atemporales a provincia y a Sudamérica.

    Ya casado y sin tiempo para desarrollar mis trabajos universitarios, varios profesores concedieron el valor de pruebas a mis columnas de ajedrez, que eran crónicas y entrevistas con fotografías³.

    Orbe y La Segunda me ayudaron a colegiarme, porque en esos tiempos se concedía la colegiatura con 24 meses de práctica. Cubiertos mis gastos mínimos, no me apresuré a titularme, aunque aprobé todos los ramos⁴.

    Ercilla «a la fuerza»

    La vieja revista Ercilla fue reformulada en 1968 por su nuevo director, Emilio Filippi⁵, y a ella me arrastró su jefe artístico, James Smith, militante comunista⁶, quien ocuparía un alto cargo en la editora estatal Quimantú durante la UP. Como aficionado al ajedrez, Jimmy seguía mis torneos y me invitó a hacer la práctica en la revista. Ante mi vacilación, en enero de 1970, me notificó que me esperaba el jefe de Informaciones, Abraham Santibáñez.

    Santibáñez, quien seríaa Premio Nacional de Periodismo 2015, resultó decisivo para que me contrataran en Ercilla… y, 18 años más tarde, para que me despidieran de Hoy.

    Respetuoso de mis compañeros y colaboradores de Ercilla, como las periodistas Raquel Correa y Erica Wexler; los escritores Pablo Neruda (enviaba sus «Reflexiones» desde Isla Negra), Antonio Skármeta, Alfonso Calderón y Martín Cerda, apenas en mayo de 1970 puse mis primeras iniciales.

    De un minuto a otro (10 de junio de 1971) me mandaron a cubrir la trágica muerte del Premio Nacional de Periodismo Tito Mundt. Varios consternados periodistas de la vieja guardia se alarmaron por mis numerosas preguntas, y escuché a mis espaldas: «Estos son los nuevos periodistas…»⁷.

    En Ercilla hice pocas entrevistas políticas porque debía madurar.

    Cuarenta y ocho horas antes de la elección presidencial, colaboré por primera vez con Política. Entrevisté al jefe de plaza, general de división Camilo Valenzuela, triste figura de la historia⁸. Me adelantó, con «espíritu democrático», cuál sería su papel ese 4 de septiembre:

    –El Supremo Gobierno, FF.AA. y Carabineros tienen el firme propósito de garantizar a Chile la libertad de la voluntad popular que establecen la Constitución y las leyes. Los organismos a mi cargo contribuirán íntegra e imparcialmente al cumplimiento de las normas constitucionales para que en el país impere antes, durante y después del proceso eleccionario, el orden y la paz social.

    En agosto de 1971, Filippi me abordó de sopetón en su oficina: «Mauricio, queremos contratarlo como reportero». Enmudecí. «Cómo, ¿rehúsa entonces?». «¡No, don Emilio, acepto!»

    Mi primera portada política (29 de marzo de 1972) fue sobre la expropiación de 137 predios en Chillán. No satisfechos, los campesinos urgieron al gobierno a terminar con otro centenar de latifundios. En un fundo tomado en San Carlos entrevisté al líder del MIR, Nelson Urrutia, conocido como Comandante Nelson. Explicó: «Si los campesinos esperan pacientemente la aplicación de la ley, morirán antes de ver la tierra en su poder». Horas después fue interceptado por carabineros y cayó herido cuando iba a descargarles su pistola.

    En abril de 1972 entrevisté a Sergio Onofre Jarpa, presidente del Partido Nacional, contra quien el gobierno se había querellado por Ley de Seguridad Interior del Estado debido a su discurso «subversivo y sedicioso».

    –Convencidos de su fracaso, los grupos marxistas aceleran el proceso para controlar la totalidad del poder y evitar por cualquier medio verse enfrentados a un plebiscito –acusó Jarpa.

    Sólo cuatro bancos, de veinte, escapaban del control estatal. El economista Ricardo Lagos Escobar fue el liquidador del Edwards. En tres semestres las pérdidas sumaban de más de 43 millones de pesos. En nuestra entrevista (9 de agosto de 1972) el futuro Presidente refutó las acusaciones según las cuales el aparato estatal se coludió para fabricar una causal de deuda para su liquidación.

    –Es cierto que hubo pérdidas –reconoció–. Pero se debió a que no se podía operar como antes en el exterior. Y cuando los bancos norteamericanos incautaron al Edwards dos millones de dólares, impidieron cancelar sus obligaciones y lo dejaron en cesación de pagos en Chile.

    Décadas después Lagos se haría amigo del clan Edwards.

    En la encrucijada

    En abril de 1973 pedí lo que parecía ser otro tema policial, pero fue el comienzo político-delictual del norteamericano Michael Townley. Fue enviado a Concepción por el sacerdote Raúl Hasbún (dirigía Canal 13, interferido por el canal 5 regional), opositor de la UP. La muerte de un cuidador mal maniatado por Townley me hizo ir tras su pista. Describí al sospechoso como un sujeto «misterioso», «alto y rubio», que usó el alias «Juan Manolo». Interpreté que el caso podría «alcanzar imprevisibles proyecciones» y que «el verdadero causante de los sucesos está ahora en un segundo plano».

    El caso Concepción (Townley) me condujo no solamente a los asesinatos de Carlos Prats y Orlando Letelier, también a la agente Mariana Callejas, a la DINA, Manuel Contreras y al mismo Pinochet.

    El 11 de septiembre de 1973 pude llegar a Ercilla atravesando medio Santiago convulsionado en mi vistoso Fiat 600 amarillo, que recién había aprendido a manejar a costa de chocar en Avenida Pocuro. Filippi nos prohibió reportear, argumentando que a una revista semanal no le urge la noticia porque interpreta los hechos. El ruido de los aviones hacia La Moneda inyectó incredulidad a su opinión de que los militares gobernarían un par de años.

    Ercilla volvió a circular el 26 de septiembre. Eludí un cóctel de celebración y me refugié en una oficina a oscuras del segundo piso, donde sólo me acompañó Hugo Mery. Semanas después la revista concluyó que había caído en las fauces de una espantosa dictadura.

    Durante 15 años (períodos de Ercilla y Hoy) hubo que resistir con bajos ingresos e informar bajo censura, clausuras, requisiciones e incluso cárcel. Nos intervinieron los teléfonos, lanzaron animales muertos a la puerta, hubo anuncios de bombas, llamadas amenazantes, seguimientos. No se podía nombrar a los detenidos desaparecidos (había que llamarlos «presuntos», según nos corregía Santibáñez) y se prohibió mencionar a la DINA.

    En octubre de 1973 entrevisté al vicepresidente de Corfo, general Sergio Nuño. Le pregunté cómo quedarían los trabajadores de las 300 empresas intervenidas por el Estado durante la UP. Exigió revisar mi versión. Al día siguiente, a las 8 AM, me esperaba en su gran oficina con media docena de colaboradores. El general leyó con tono burlón mis hojas mecanografiadas y pidió un fósforo. El primero en adelantarse con una caja y sonrisa cómplice fue un economista decé de apellido Calvo. Representaba la obsecuencia civil.

    Cuando Nuño encendió el fósforo y lo acercó a las hojas, grité «¡No!» y me marché. Desde el pasillo escuché risas.

    No fui por la versión «corregida». El general la mandó y se publicó sin destacarla y sin firma. Solamente las preguntas permanecieron, ya que el vanidoso oficial se llenó de autoelogios⁹.

    Obligada a publicar cada vez menos política, hubo demasiados periodistas en la sección. Como se necesitaba un editor cultural, Filippi me ofreció el puesto. Fue como un largo exilio; casi no escribí.

    Justo un año después (febrero de 1976) escapé de esa tortura profesional ganando una beca de seis meses en la Escuela de Radio y Televisión de Madrid. Respondí con trabajo la generosidad de Ercilla, que me mantuvo el sueldo para mi familia. Entrevisté a figuras del arte y espectáculos europeos, como, en España, a Fernando Rey, actor de Contacto en Francia, y Joaquín Rodrigo, compositor del Concierto de Aranjuez; en el Festival de Berlín, al director norteamericano Alan J. Pakula; en París, a los realizadores André Cayatte y Philippe Labro y a la actriz estadounidense Jean Seberg.

    También entrevisté, en marzo de 1976, al cantante español Camilo Sesto, quien triunfaba en Madrid con «Jesucristo Superestrella». Pero el jefe de la Zona en Estado de Emergencia chileno, general Rolando Garay, requisó la edición aduciendo que «contiene artículos tendenciosos destinados a desfigurar la imagen del Supremo Gobierno». Ninguno de los temas principales de la revista encajaba con los cargos, excepto mi entrevista.

    Fue cuando Sesto respondió por qué le llamaban «Camilochet»: «Como fui el primer cantante que llegó a Chile después de todo lo que pasó, algunos no lo tomaron a bien. No se puede tener olvidado a un pueblo que conserva sus mismos corazones y sentimientos. El apodo me tiene sin cuidado».

    Al regresar a Ercilla en julio de 1976, el gobierno la acusaba de contribuir a «agraviar a la patria, ser eco de radio Moscú y de las infamias en el extranjero». El secretario general de Gobierno, general Hernán Béjares, presionó al dueño, Sergio Mujica, con tres posibilidades: despedir a Filippi; que «no haga oposición» (es decir, no publicar la verdad), o vender la revista. Y le hizo una oferta difícil de rechazar: de lo contrario, Ercilla sería clausurada.

    Mujica vendió sin advertencia. Radio Minería adquirió el 99% de la propiedad, detrás de lo cual estaba el grupo Cruzat-Larraín, conocido como «Los Pirañas»¹⁰. A los tres meses, Filippi rechazó un consejo editorial para controlar al director y la ampliación del perfil político de los periodistas para anular nuestro opositor cuerpo de redactores.

    Al renunciar en diciembre de 1976, Filippi nos dijo: «No lo hagan por solidaridad, háganlo por convicción, y el que crea que no debe irse, que no se vaya». Unas cuarenta personas lo acompañamos. Yo ignoraba completamente el futuro. Y a pesar de que el nuevo director, Joaquín Villarino¹¹, me invitó a acompañarlo, me fui, como los demás, a la calle, con mi futuro en duda, sin un peso, con esposa, dos hijos de siete y tres años y muchas deudas.

    El 27 de enero de 1977 se organizó una numerosa comida en nuestro honor en el restaurante «El Parrón» de Providencia. Para mi sorpresa, Filippi planteó que «nos estamos moviendo para editar otra revista, hecha con el mismo espíritu y con la misma identidad profesional como la que hicimos hasta la semana pasada». Cinco meses después (junio de 1977) Hoy debutó vestida de excelente papel. En su logotipo figuró la frase «la verdad sin compromisos».

    Pero a los tres días un bando obligó a pedir permiso al jefe de la plaza como si hubiese estado de sitio. Personas influyentes intercedieron; entre ellas, de El Mercurio. Pero la que ayudó más fue Lucía, la hija mayor de Pinochet. El general le dijo que Hoy fue «el peor cuchillo» de su gobierno.

    A diferencia de Ercilla, que creyó al comienzo en los militares, Hoy conocía al enemigo.

    Con el «ángel de la muerte»

    El 1 de marzo de 1978 escribí, sin firmar, sobre el asesinato de Orlando Letelier, perpetrado el 21 septiembre de 1976 en Washington por Michael Townley y su cómplice, el capitán Armando Fernández Larios. Pasó a ser «mi» tema¹². Cuando Townley fue expulsado a Estados Unidos (8 de abril de 1978), Mariana Callejas¹³, también agente DINA, me reveló en exclusiva en «La entrega de un testigo»: «Mike trabajaba para el gobierno. También trabajó para la DINA. Tenía cierta libertad en ese sentido. A Estados Unidos se entregó una carnada. Siempre fue leal, pero no sé si podrá no decir nada que lo perjudique».

    Cuatro días antes había entrado solo con Townley a un ascensor del centro de Santiago. Al identificarme, me invitó a su casa de Lo Curro¹⁴. Esa tarde del 6 de abril cinco agentes me bloquearon el paso. Townley, despeinado, sin afeitarse, con la camisa fuera del pantalón, me hizo pasar, excusándose: «Se rompió la cañería y no pude bañarme». Y agregó: «Soy un paciente. En este momento me están operando. No soy dueño de mis actos». Dijo esto refiriéndose a que en ese momento los tribunales de justicia decidían su extradición a Estados Unidos.

    Con la esperanza de mantenerse en Chile, Townley me mintió nerviosamente, porque los hechos se precipitaban:

    –Me siento una pulga atacada por un elefante. Existe un complot y el centro es el gobierno. Aunque no tuve nada que ver con el caso Letelier, en Estados Unidos sería fácil involucrarme por mi pasado. Por ejemplo, en los años ’67 al ’70 viví en un barrio de Miami en contacto con cubanos anticastristas. Estuve en Estados Unidos el ’76 (año del asesinato de Letelier) pero fue para comprar equipos.

    La Callejas intentó evitar su extradición a través de Hoy: su esposo sabía mucho, motivo por cual temía ser asesinado. El 3 de mayo, consumado el hecho, me hizo quemantes revelaciones en «Las conexiones de Townley»¹⁵.

    La semana siguiente, en «Un contrato para Townley», le pregunté a Mariana Callejas si para los atentados a Prats (30 de septiembre de 1974) y Bernando Leighton (6 de octubre de 1975) estaban en Buenos Aires y Roma.

    –No le puedo decir sí o no: si respondo sí, va a haber motivos para que también se atribuyan a Mike ambos atentados. Y si digo que no, voy a quedar como mentirosa. Está la prueba en tarjetas y cartas que enviamos a nuestros amigos y estos se preguntarían por qué respondo no¹⁶...

    En 1984 Filippi agregó a mi cargo de Secretario de Redacción, por la misma remuneración, la responsabilidad de la serie de libros Testimonios de Hoy.

    A pesar de la censura previa, el primer libro que publicamos fue el del periodista Alberto «Gato» Gamboa Un viaje por el infierno, título sugerido por mí, donde relata sus experiencias como preso político en el Estadio Nacional y en el campo de prisioneros de Chacabuco. Durante cuatro semanas, Hoy vendió más de 100 mil ejemplares, cifra sin precedentes en la historia del semanario.

    En busca de otros libros para la colección, le pedí a Callejas algo testimonial «que nos ayude a entender qué vivimos y en qué nos hemos transformado». La alenté: «La DINA felizmente ha terminado; sus jefes han perdido su antiguo poder, por lo menos aparentemente. Pinochet, aunque quisiera rodearse de dureza, ha debido hacer concesiones. Tu libro podría aprovechar esta apertura», le dije. Le solicité entonces «algo valiente, pero no vengativo: buscar la reconciliación aislando la mala semilla de la que puede sembrarse para armar de nuevo el país».

    Respondió: «No tengo de quién vengarme. Yo misma he forjado mi propio destino y haré frente a las consecuencias. No quiero acusar a nadie sin acusarme a mí misma». Confesó depresión, pobreza y soledad, y se excusó porque temió, dijo, que se le cerraran todas las puertas. Recién en 1995 publicó sus memorias.

    Asia y Europa

    Entre octubre de 1978 y julio de 1979, fui «redactor en viaje» de Hoy: es que viví en París con mi familia con una beca soñada: Journalistes en Europe, fundación ligada a la Comunidad Europea para periodistas profesionales. La primera entrevista que envié (y que también publiqué en la revista de la beca, Europ) fue al alemán Hans Christian Kruger, secretario general de la Comisión de Derechos Humanos del Consejo de Europa.

    Al regresar me mantuve entre el grupo de redactores. En mayo-junio Hoy había sido suspendida durante dos meses por «violar las disposiciones legales vigentes».

    El 7 de noviembre, Hoy publicó dos pequeños párrafos que me cautivarían: «Una bandera blanca con la inscripción Alá es el más grande flamea en la embajada de Estados Unidos en Teherán. Un grupo de estudiantes tomó por asalto la sede diplomática, atrapando a 59 funcionarios y los archivos privados de la embajada».

    Aterricé en Teherán cuando huían miles de occidentales, incluyendo periodistas y diplomáticos. Pasé la Navidad en la puerta de la embajada de Estados Unidos y Hoy (26 de diciembre de 1979) publicó en toda la portada «Exclusivo: informe de nuestro enviado especial a Irán». Reporteé doce días en el convulsionado país mi mayor aventura profesional. La situación chilena me ayudó a entrevistar –en Quom, la ciudad sagrada chiita– al ayatollah Sheik Khalkhali, segunda autoridad religiosa después de Khomeini. Como juez islámico, había enviado al paredón, o mandado a matar, a 700 «pecadores».

    –Nuestro corazón está con Chile y su pueblo –aseguró Khalkhali– y rezamos por él. Sabemos lo que ocurrió con Allende, cómo le afectó la huelga de los camioneros. En Irán trataron de hacer algo parecido, pero fracasaron porque nos sirvió la experiencia chilena. Quiero decirle a su pueblo que lo protegeremos.

    Irrumpe Ponce Lerou

    En agosto de 1983 inicié una serie de entrevistas y reportajes sobre el yerno de Pinochet, Julio Ponce Lerou, quien impactaría en la historia financiera y política chilena durante treinta y tres años. Para el efecto, me reuní varias veces con el poderoso empresario Ricardo Claro y el ex fiscal militar de Temuco Alfonso Podlech, quienes unieron fuerzas para denunciar anónimamente a quien se transformaba en uno de los hombres más ricos de Chile¹⁷.

    Aparecí cuando una joven periodista sureña (Viviana Schnitzer, que preparó ese documento en secreto) huyó temerosa de Chile y Ponce se querelló por injurias y calumnias contra Podlech y Claro por financiarla. Yo firmé el material que reporteé en Temuco y Valdivia sobre sus propiedades mal habidas.

    No me conformé. En enero de 1984 publiqué una serie de entrevistas sobre la fastuosa casa que Pinochet construía en Lo Curro¹⁸.

    El 16 de mayo de 1984 «golpeé» en portada otra vez con Pinochet: el caso Melocotón lo vinculó directamente con una gran operación inmobiliaria triangular otra vez en desmedro del Fisco. Al día siguiente el gobierno replicó con la ley de conductas terroristas, declaró estado de emergencia y modificó la ley de abusos de publicidad, aumentando las penas por injurias y calumnias contra la vida privada. Lucía Hiriart de Pinochet criticó las medidas, porque «si fuera la jefa de este gobierno, sería mucho más dura que mi marido y tendría en estado de sitio a Chile entero»¹⁹.

    En mayo de 1988 Abraham Santibáñez fue a decirme que no publicaría mi reportaje especial (incluía entrevistas) sobre la quiebra de la cooperativa La Familia, fraude piramidal formado por destacados académicos y dirigentes gremialistas de la Universidad Católica. A pesar de mostrarle documentos judiciales exclusivos que incluso mencionaban la participación de Jaime Guzmán, ideólogo del gobierno militar y de la UDI, Santibáñez temió represalias.

    «¡A esta revista le falta audacia!», exclamé. La frase me costó el puesto. El director creyó que lo estaba tratando de cobarde.

    Cuando regresé de una invitación profesional a Europa, ya no figuraba como tercer jefe, sino cuarto. Tras el plebiscito de octubre que perdió Pinochet, Santibáñez me despidió sin explicaciones. Si no lo hizo antes fue porque el histórico acontecimiento exigía mi colaboración. Me acompañaron Hernán Millas y Guillermo Blanco, y se justificó mi salida en la falta de recursos para cubrir mi sueldo, cuando éste sólo me alcanzaba para 15 días.

    La publicidad aseguró que la revista sería relanzada de manera renovada en noviembre de 1988, pero las vacantes de editores no se llenaron, la situación fue siempre angustiosa, y 10 años después, durante la semana clave de la detención de Pinochet en Londres y cuando me había abierto camino en El Mercurio, Hoy dejó de circular con Ascanio Cavallo como director. En silencio, quedaron en la calle veinticinco personas. La revista había cumplido 21 años²⁰.

    A Santibáñez le agradezco que me haya lanzado al otro lado del periodismo.

    Política y no economía

    Al Diario Financiero lo recuerdo con el mayor cariño. Temí no acostumbrarme a la premura de informar, a no meditar, a interpretar sin la debida profundidad los hechos. Pero cada medio tiene sus exigencias y percepciones. Supe sacar jugo a mi instinto. Las noticias me servían como tales, para proyectarlas o para preparar preguntas y usar las respuestas, a su vez, para hallar más noticias. Lo ideal para mí era interpretarlas como en las revistas: explicar su contexto y proyectarlas con el valor agregado del «golpe».

    Manejé tres columnas: noticias, comentarios interpretativos y entrevistas a fondo. De las conferencias de prensa no necesariamente publicaba lo que allí se informaba (porque no me diferenciaría de otros medios), sino que iba para encontrar a los personajes. De a poco tejí una red de «informantes» de primer orden, o de «gargantas profundas», como los bauticé. La base era la confianza mutua, ya que siempre respeté el off the record.

    Fui pronto editor de política y a la vez mi único reportero. Mejor aún, gocé de total libertad. El director, Roberto Meza, practicaba la «sana irresponsabilidad» de dejarnos respirar porque siempre llegaríamos con noticias. Y lo cierto era que, hacia el anochecer, las páginas se armaban milagrosamente.

    Como editor y redactor abrí política a amplios sectores, incluidas primeras entrevistas a la izquierda recién regresada del exilio: Clodomiro Almeyda, Pedro Vuskovic. También entrevisté dos veces al ideólogo del régimen, Jaime Guzmán.

    «De pronto me he encontrado leyendo el Diario Financiero», reconoció Enrique Correa, ministro secretario general de Gobierno de Aylwin.

    Numerosas veces Meza me entregó la contraportada, la página más apetecida, virtualmente tomada por el sociólogo Fernando Villegas. Esto lo irritó porque en ese espacio labraba su carrera. Su misión era entrevistar a empresarios, pero a veces Diseño ilustraba sus entrevistas con una foto suya con mi nombre y viceversa. A mí también me enfurecía, pero no tuve el sentido utilitario de Villegas para abarcar la radio, revistas, televisión, ser conocido y ganar dinero.

    En marzo de 1990 gané una beca de tres semanas de perfeccionamiento en la Universidad de Columbia, Nueva York. Aunque competí contra periodistas especializados en economía, me ayudó trabajar en un nuevo diario económico exitoso y postulé con entrevistas relacionadas con el mundo financiero.

    La revista «del corazón»

    Poco después me llamó Verónica López, directora de Caras, lujosa revista quincenal «del corazón». La oferta de asumir la edición (segundo de a bordo) y mejores condiciones económicas me alejaron de Diario Financiero. Pero no me entendí bien con los periodistas, mujeres en su inmensa mayoría. En diciembre de 1991 Verónica me propuso quedarme como entrevistador con mejor honorario que los colaboradores. Ya antes me abrí a todas las tendencias: al intelectual Patricio Rivas, dirigente del MIR; al ambicioso general Torres de la Cruz; al empresario Carlos Cardoen, fabricante y exportador de bombas de racimo; al capitán Patricio Castro, creador de la financiera ilegal La Cutufa, corruptor militar²¹.

    En un proyecto conjunto Caras-Diario Financiero cubrí la Guerra del Golfo. El 29 de agosto de 1990, la revista destacó en la portada ¡Exclusivo! Caras, el único medio chileno en el Golfo Pérsico.

    Y como al abandonar Caras mis relaciones con el Diario Financiero seguían intactas, regresé en diciembre de 1991.

    A fines de 1992 me llamó El Mercurio. Yo sabía que los diarios tienen mayor energía, que su desafío es más intenso y no cesa, aunque las revistas disponen de tiempo para ser más profundas. Descubrí que las entrevistas a personajes precisos, bien preparadas, en el momento adecuado, pueden ser tanto o más noticiosas que crónicas y reportajes.

    Ley de Seguridad Interior del Estado

    Cuando me llamó Joaquín Villarino²², no se me escapaba que Agustín Edwards colaboró con Estados Unidos contra Allende, pero me tentó entrar a un medio de repercusión nacional. Mi primera firma (enero de 1993): el «vitrineo» al sistema político del empresario Francisco Javier Errázuriz.

    A poco andar, en noviembre de 1993, un reportaje con entrevistas sobre la denuncia judicial de una familia de exiliados contra el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Molina Valdivieso (vicepresidente del PPD), me significó la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado por «injurias, calumnias y difamación». Molina atribuyó mi trabajo a «una maniobra de desprestigio», pidió un ministro de fuero y me acusó de faltas a la ética al Colegio de Periodistas, lo cual no me ocurrió ni siquiera bajo el gobierno de Pinochet.

    Por temor, los denunciantes huyeron de Chile y quedé solo. El director Juan Pablo Illanes me respaldó, pero le preocupó el revuelo. El abogado de El Mercurio, Miguel Schweitzer, me hizo levantar otra crónica polémica sobre el hermano del demandado (Germán Molina) también dirigente del PPD. Al final, Jorge Molina llegó a un acuerdo con el diario y se alzó la querella a cambio de una entrevista conciliatoria realizada por el nuevo redactor, Eduardo Sepúlveda.

    Se busca un Edwards

    A mediados de la primera década de los dos mil la codicia hizo reemplazar a los periodistas más «costosos», pero con experiencia, por otros más «económicos». A la larga, fue mal negocio, porque El Mercurio perdió fuerza.

    Es que con la venia de Zegers²³, el poder del gerente general Jonny Kulka llegó a ser ilimitado. Tanto que, en 2009, el propietario y presidente del directorio, Agustín Edwards, aseguró a la periodista Blanca Arthur (quien fue a contarle que sería despedida) que no podría hacer nada… porque a él también querían echarlo.

    Durante gran parte de su gestión «don Asustín» (así se le decía entre susurros) fue temido por su inmenso poder, pero su imagen menguó con su vejez (nació en 1927) y por sus enfermedades. El vacío se llenó y drásticas decisiones se explicaron por la indebida intromisión de Kulka en lo periodístico, al imponer sus lamentos sobre gastos en papel y sueldos de editores y reporteros.

    A Kulka incluso se le relaciona con la misteriosa salida de Illanes (1996-2006). No obstante, éste se mantuvo como asesor de la presidencia y director del magíster en Periodismo²⁴.

    Desde 1877 los directores responsables o presidentes del directorio tuvieron el apellido Edwards. Al principio de la retirada del patriarca, sus tres herederos varones asumieron posiciones de vanguardia. Cristián pareció ser el elegido. Aparentemente superó su traumático secuestro (1991) por el FPMR y asumió (1 de julio de 2009) la vicepresidencia de El Mercurio, bajo cuyo alero están el Decano, Las Últimas Noticias, La Segunda y quince diarios regionales. Su contrato, negociado con su padre y un abogado de Estados Unidos, exige total independencia. Reconstruyó una millonaria oficina y pareció que asumiría la dirección. Sin embargo, el cuarto hijo (de seis) no culminó su movida: prefirió el periodismo de finanzas y el diseño de internet. Despidió a nueve gerentes y abarcó los rubros: Circulación, Marketing, Recursos Humanos, Diarios Regionales. Pero tampoco sus hermanos se interesaron. La impotencia empujó a un cambio generacional que catapultó a Álvaro Fernández, porque Cristián Zegers ha delegado en él gran parte de la dirección del diario, desde 2016. Como eventual director, el mayor problema de Fernández es el avance digital, que obligó a reducir periodistas y personal diverso.

    Se acaba una era, pero mientras viva Agustín Edwards no habrá cambios mayores, para no causarle dolor. Sin embargo, se mantendrá el compromiso editorial (si es que no ocurre nada extraordinario) de lanzar salvavidas a Bachelet. De otra manera la gobernabilidad –y con esto los intereses de El Mercurio– se iría por el resumidero²⁵.

    Ya en 2001 a Edwards le preocupaba el crecimiento de La Tercera. Explotando el conflicto y el acierto noticioso, la competencia se apropiaba de lectores de los sectores medio, alto y joven, mientras El Mercurio se apegaba a su tradición. Por eso Edwards pidió a Illanes que un grupo de reflexión representativo aportara sugerencias tras un análisis confidencial.

    Estuve entre los elegidos. Liderado por el director, quien nos motivó y permitió trabajar libremente, completaron el grupo los abogados Enrique Barros y Francisco Orrego B., el publicista Martín Subercaseaux (agencia BBDO) y los periodistas María Olga Delpiano (coordinadora), Francisco Mouat y Roberto Sapag.

    Durante diez tardes de mayo nuestras propuestas fueron valientes, profundas y descarnadas (ver recuadro). Fue difícil creer que desde el interior de El Mercurio surgieran ideas que, de llevarse a cabo, hubiesen cambiado su esencia, su historia.

    El 16 de julio de 2001, cuando entregamos las propuestas, Illanes nos envió a cada uno un libro de arte y cartas con elogiosos conceptos. Sin embargo, Edwards consideró impracticables las sugerencias y se negó a realizar cambios sobre esa base. El estudio ayudó a clavar la suerte de Illanes, porque más tarde se unieron a esto las críticas de Kulka²⁶.

    Cómo desmantelar al Cuerpo D

    La alianza director-gerente general sepultó a la prestigiosa e influyente sección Reportajes. Ya Raquel Correa se sentía maltratada porque los editores Juan Antonio Muñoz y Sergio Espinosa²⁷ reducían sus textos sin piedad. En las reuniones de pauta, protestaba con un ejemplar en la mano.

    Cuando le comenté a Muñoz que «Raquel recibe el pago de Chile», se enfureció diciendo que debían encargarse de sus entrevistas porque durante el despacho del Cuerpo D, los viernes, ella enviaba su material por mail y se iba a descansar a su fundo en Lontué. Sin embargo, cortar o acomodar las páginas era parte del trabajo de los editores. Daba lo mismo si Raquel estuviese en Santiago: como no podían exigir a una profesional tan mayor –y prestigiosa– que esperase largas horas la revisión de su texto, o que se trasladara de madrugada al diario, la única alternativa era cortar sus despachos por mail²⁸.

    Al término de las reuniones de pauta acompañaba del brazo a Raquel a su auto. Ella consideraba una «falta de respeto profesional» que sus entrevistas quedaran tan

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