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Un náufrago, una barca y 20 remos: En busca del óptimo ambiente laboral
Un náufrago, una barca y 20 remos: En busca del óptimo ambiente laboral
Un náufrago, una barca y 20 remos: En busca del óptimo ambiente laboral
Libro electrónico252 páginas3 horas

Un náufrago, una barca y 20 remos: En busca del óptimo ambiente laboral

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Información de este libro electrónico

Muchas empresas, a día de hoy, siguen intentando abrirse paso por el competitivo mundo empresarial mientras de puertas para adentro su organización se enfrenta a choques continuos entre la dirección y los empleados. Las luchas internas crean bandos que acaban por perjudicar a la buena proyección de la empresa.

¿Acaso las partes enfrentadas no son conscientes de que reman en el mismo barco?

Este libro ofrece una visión personal sobre los problemas que arrastran muchas empresas cuando la comunicación, el respeto o la falta de valoración hacia los empleados se convierte en algo cotidiano.

Ahonda en los conflictos que subyacen a una forma de dirección autoritaria y en los beneficios que, por el contrario, aporta una dirección enfocada al liderazgo.

Además, resalta la importancia del trabajador/trabajadora como uno de los mayores valores de los que dispone cualquier empresa en la consecución de sus objetivos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2022
ISBN9788411440646
Un náufrago, una barca y 20 remos: En busca del óptimo ambiente laboral

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    Un náufrago, una barca y 20 remos - Antonio Solaz Pérez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Antonio Solaz Pérez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-064-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi mujer y mis dos hijas, Alba y Gema

    INTRODUCCIÓN

    A lo largo de mi recorrido laboral he pasado por varias empresas y he vivido su cultura, sus fortalezas y sus debilidades. Y aunque cada una desarrollaba una actividad diferente, en todas ellas había un denominador común que frenaba su avance y minaba el buen ambiente laboral: la falta de confianza mutua entre empleados y dirección.

    En ocasiones, eran como dos bandos enfrentados, cada cual con sus motivos para hacer responsable al otro de los vaivenes de la empresa. Un problema que solo tenía un perdedor, ya que ambos bandos estaban en el mismo barco.

    De esas carencias que merman los entornos laborales nace la idea de este libro. Su intención es limar las asperezas entre jefes y empleados y así afrontar el viaje juntos con menos obstáculos.

    Se pretende hacer visible una manera de dirigir más enfocada al bienestar del trabajador valorando su esfuerzo, su dedicación, sus ganas o su valía.

    En este recorrido, nos adentraremos además en los comportamientos de algunos superiores que, faltos de inteligencia emocional, empobrecen el ambiente laboral de las empresas. Veremos cómo la dirección es una pieza clave para crear una cultura que favorezca las buenas prácticas.

    Al final, se busca mejorar en lo posible la confianza mutua entre las partes, favoreciendo así el óptimo ambiente de trabajo.

    La primera parte del libro se inicia con tres relatos en forma de parábola que reflejan distintas situaciones a gestionar y cómo las acciones emprendidas condicionan los resultados.

    Posteriormente, la segunda continúa con la parte de ensayo donde se desmenuza lo acontecido en las tres historias y su relación con el mundo empresarial.

    PRIMERA PARTE

    1

    UN NÁUFRAGO, UNA BARCA Y 20 REMOS

    SOLO

    Se creía rey y solo era criado

    Despiertas en una embarcación a unos 50 km de la costa —pero eso no lo sabes—, sin agua ni comida, desorientado y con 20 remos: 10 a cada lado de la barca.

    Mientras contemplas el horizonte pensativo y sin entender nada, sin saber por qué estás ahí, te das cuenta que la empresa que debes llevar a cabo se presupone muy compleja. «Mover esta embarcación tan grande yo solo para llegar a tierra no va a ser nada fácil» piensas. La barca está preparada para que 10 personas a cada lado ocupen un lugar para remar. Pero solo estás tú.

    Desorientado, miras en todas direcciones buscando alguna pista que te indique qué dirección tomar para llegar a tierra firme, pero solo ves la línea del horizonte que te rodea. «¡No pasa nada! —te dices—. Emplearé mi intuición, siempre me funciona».

    Sin pensarlo ni un segundo más, te diriges decidido al centro de la embarcación y te sientas en el lado derecho agarrando con fuerza el remo con una mano mientras con la otra intentas alcanzar el remo de la parte izquierda, pero por más que estiras el brazo, solo llegas a rozarlo con los dedos. O coges uno o coges otro, pero no los dos a la vez. Y ese es un problema muy grande, porque si solo remas de un lado, la embarcación da vueltas sobre sí misma y no avanza. Entonces te levantas y te colocas en medio de la barca, entre los dos remos. Estás de pie y ahora si alcanzas a agarrar ambos para iniciar la marcha, pero parece que la gesta no va a ser nada fácil. Tan solo alzar el remo con un brazo se hace complicado, y ni hablar de introducirlo en el agua y volver a levantarlo. Es una tarea titánica. El coste energético que supone mover siquiera unos metros la embarcación es abrumador. Abandonas la idea instantes después de iniciar la fallida marcha por falta de consistencia en el plan. En este punto, solo queda analizar más detalladamente la situación. Te sientas con cara de preocupación a pensar en otras alternativas.

    Después de un rato indefinido mirando a la nada, zarandeado por las olas del mar, notas cómo las ideas no fluyen y tu voz interior, esa que aparece en los peores momentos, te dice: «Nunca podrás mover una embarcación tan grande a solas. Necesitas gente que te ayude a remar. Así no podrás llegar a tierra». Te sientes desorientado, confuso y piensas en bucle que te gustaría no estar solo.

    Siguen pasando las horas y tus objetivos iniciales de alcanzar rápidamente la costa se van alejando cada vez más. Solo no puedes remar y aunque pudieras, no tienes una dirección clara. No sabes nada de navegación. Lo más cerca que has estado del mar es en la playa tomando un baño, pero eso poco te puede ayudar. No tienes ninguna experiencia como marinero. Tus años en la universidad, tus másteres, tu experiencia dirigiendo empresas, tu «ordeno y mando», de poco sirven aquí, en un engranaje que necesita de más piezas para funcionar. El sentimiento de soledad se agudiza y el problema cada vez se hace más grande, como un gigante que no para de crecer delante de ti. En tu cabeza se agolpan pensamientos confusos de por qué a ti, por qué te han dejado solo en un barca si tú no has hecho nada, no te mereces esto. Todo te parece una pesadilla.

    El agua mece la barca como unos padres la cuna de su bebé. Te tumbas boca arriba inquieto por la situación, mirando el cielo azul y escuchando el golpeteo tranquilo de las olas del mar en la barca. Tus párpados se abren y cierran cada vez más lentamente. Observas el cielo y sus nubes blancas como hipnotizado. Te quedas dormido, mecido por las tranquilas olas del mar que parecen entender tu problema.

    Despiertas lentamente. Estas algo más relajado, menos inquieto. No sabes cuánto tiempo has dormido. Por un momento pensaste que todo era un sueño, pero no, el tambaleo de la barca y el intenso olor a mar te devuelven pronto a la realidad.

    Alzas la mirada con intención de ver en el horizonte tierra firme, un barco de rescate o algo que te ayude a encontrar una salida a este laberinto. La esperanza es lo último que se pierde dicen, pero de momento solo hay agua y más agua. Petrificado como una estatua con la mirada ausente en el infinito, de pronto te asalta un pensamiento:

    —¡Eureka! —gritas al aire mientras te levantas sobresaltado. Acabas de tener una idea.

    Coges una cuerda que rodea la barca y un remo. Partes la pala del remo con mucho esfuerzo y te quedas con el palo del remo. Ahora tienes un palo de metro y medio y una cuerda. Unes el palo al extremo de un remo de la parte izquierda y lo atas con la cuerda. Haces la misma operación con un remo de la parte derecha. De esta manera, ambos remos quedan atados en su extremo por el palo del remo que rompiste. ¿Y qué has conseguido con este invento? La teoría dice que podrás mover ambos remos de manera sincronizada para que la barca emprenda la marcha en línea recta y aparentemente, con menos esfuerzo que de la otra manera.

    Te sitúas en el centro del palo que une los dos remos y lo agarras fuertemente con ambas manos. Coges aire y con un movimiento complicado elevas los remos y los hundes en el agua con dificultad. Con otro movimiento poco estético sacas los remos del agua y los vuelves a hundir para remar con fuerza. Tu entusiasmo crece al ver que la barca, aunque lenta, se mueve. Te esfuerzas sin control movido por la ilusión de encontrar algún atisbo de tierra firme. Las carcajadas de euforia salen descontroladas de tu interior. «¡Lo he conseguido! ¡No hay nada que se me resista!» gritas con soberbia. La barca se mueve cada vez más rápido, las cosas empiezan a funcionar pero… la realidad se impone a tu ilusión y en poco tiempo las fuerzas te abandonan. Apenas puedes hundir los remos en el agua y mucho menos volver a alzarlos. El esfuerzo que requiere mover la barca unos metros es muy alto. Además, las cuerdas se destensan y el palo que une los remos está cada vez más holgado. La efectividad del invento se pierde y con ella tu motivación, tu ilusión, tus ganas. Un frío helador recorre tu cuerpo al comprender que solo no podrás avanzar. Te derrumbas abrumado por la situación. Tienes hambre. Tienes sed. Estás cansado física y mentalmente. No sabes qué dirección tomar; no sabes cómo mover la embarcación sin morir en el intento; no sabes dónde estás, ni por qué; no sabes nada.

    Tumbado de nuevo boca arriba mirando el cielo, esta vez más agotado piensas: «solo nunca podré llevar a cabo una empresa como esta», y desearías tener a tu lado personas que te ayudasen a remar en una situación así. Entonces, mirando el cielo, empiezas a recordar las veces que te has creído invencible, que creías que eras tú el que lo hacía todo, que los logros conseguidos en las empresas que has trabajado eran tuyos, que sin ti nada funcionaba porque estabas rodeado de incompetentes que solo lastraban tus resultados. Te creías el «puto amo». Pero ahora, tumbado y en soledad, empiezas a entender que los logros conseguidos en las empresas que estuviste quizás no fueran solo tuyos, que detrás de ellos había mucha gente remando a la que no dabas importancia. Gente que hacía que la empresa, como una barca, se moviera en la dirección correcta. «No solo eras tú. No solo eras tú. No solo eras tú» repite tu mente.

    Te acurrucas mientras la barca es mecida por el agua. Indefenso como un bebé temeroso en la cuna que espera impaciente a su mamá para sentir ese abrazo de seguridad que todo lo puede.

    «Ahora lo veo claro. Ya se porqué estoy aquí» te dices.

    Cantas una nana en voz baja al viento y mientras las olas golpean con suavidad la barca, te quedas dormido.

    2

    UN NÁUFRAGO, UNA BARCA Y 20 REMOS

    EL JEFE

    La vieja escuela

    Despiertas en una embarcación a unos 50 km de la costa —pero eso no lo sabes—, sin agua ni comida, desorientado y con 20 remos: 10 a cada lado de la embarcación dispuestos a ser utilizados. Hay también contigo 20 personas dormidas.

    Miras hacia el horizonte e intentas ordenar tus pensamientos. No sabes cómo has llegado ahí, pero por ahora ese no es tu mayor problema, así que lo reservas para más tarde. Tu principal preocupación en este momento es llegar a tierra cuanto antes porque intuyes que no está lejos.

    Fijas la mirada en las personas dormidas en busca de pistas que te ayuden a entender algo. Te llama la atención lo variopintas que son: altas, bajas, delgadas, obesas, jóvenes, viejas, fuertes; en fin, una amalgama con edades y aspectos diferentes.

    Mientras la tripulación va despertando lentamente, ves en tu camiseta un escrito que pone: «JEFE» con letras en mayúscula. Te sorprende. Miras el resto de ropajes de la gente y observas que nadie más lo lleva escrito. Te encoges de hombros y sin dudarlo, tomas el mando autoproclamándote el capitán de la embarcación. «Sin duda, quien ha decidido poner esto en mi camiseta entiende que soy el más preparado para dirigir la situación» te dices con orgullo.

    Te sientas en la popa de la embarcación mirando a tus compañeros de viaje que van tomando conciencia de dónde están. Poco a poco, lo que era un murmullo se va convirtiendo en un griterío de preguntas y expresiones al aire. Nadie sabe qué hace ahí, ni cómo ha llegado, ni adónde se dirige. El miedo, la angustia, la sorpresa y la incertidumbre, recorren cada centímetro de la barca.

    Te pones de pie y mientras mantienes el equilibrio debido al oleaje, intentas poner un poco de orden para calmar los ánimos. Todos te miran incrédulos y te hacen preguntas que no puedes responder, así que continuas pidiendo calma. Cuando logras que la tripulación mantenga un relativo silencio, comentas:

    —Parece que todos hemos despertado aquí sin saber por qué. No os conozco y no sé si vosotros os conocéis. Como podemos comprobar estamos a la deriva, pero tengo la intuición de que no estamos lejos de tierra. Lo mejor sería ponerse en marcha cuanto antes para alcanzar la costa y no alejarnos más. Tampoco tenemos víveres así que no hay tiempo que perder.

    Tu discurso provoca asombro entre la tripulación. Algunos no están convencidos de nada y solo quieren saber qué hacen allí. Quieren saber el por qué de todo esto. Otros, al ver que pone jefe en tu camiseta deciden preguntar:

    —¿Tú eres el jefe? ¿El capitán del barco?

    Sin dudarlo ni un segundo respondes:

    —¡Si, soy yo!

    Ven seguridad en tu respuesta pero siguen albergando dudas.

    Te pones rápidamente a dar órdenes y a organizar la situación convencido de que todo saldrá bien. Algunos no están de acuerdo con que seas el capitán sin conocer tu trayectoria, y preguntan sin descanso por qué tomas el mando absoluto y cuál es tu experiencia en el mar. Contestas con rotundidad:

    —¡Soy el jefe porque así lo dice mi camiseta! Además soy el único que lo lleva escrito y eso significa que quien nos a puesto aquí quiere que yo únicamente sea el jefe. ¡Y no hay más que hablar! Sobre mi experiencia en el mar, os diré que no es necesaria cuando se tienen capacidades para dirigir y controlar las situaciones difíciles. ¡Y yo las tengo!

    Se oyen voces discordantes entre la tripulación. No todos están de acuerdo con lo que acabas de decir y piden que alguien con experiencia en navegación tome el mando.

    Una persona mayor se levanta con dificultad y, mientras mantiene el equilibrio a duras penas, comenta que en su juventud estuvo trabajando algunos años como marinero y que aprendió de los capitanes con los que navegó. Que nunca estuvo a cargo de una tripulación, pero la observación y la experiencia le enseñaron importantes lecciones.

    Se cruzan miradas eufóricas entre la tripulación. Algunos gritan que sería mejor que ese hombre con experiencia tomase el mando, pero cortas en seco la decisión de la mayoría para imponer tu criterio y repetir que eres el jefe, el que decide qué hacer porque así lo pone en tu camiseta.

    Hay un desacuerdo general por tu postura autoritaria, pero como la situación ya es tan complicada sin aliños, los más disconformes deciden que no se agrave más y de momento acatan tus órdenes de mala gana.

    El hombre mayor, con el semblante ahora más preocupado que cuando se levantó y sin ganas de iniciar una batalla innecesaria, vuelve a sentarse con la ayuda de varias personas.

    En este momento, aunque el clima a bordo se ha estabilizado, se respira un aire de desconfianza entre tú y algunos tripulantes. No están conformes con que seas el jefe de manera unilateral solo porque lo ponga en tu camiseta sin demostrar que tienes capacidades para ello.

    —¡Es hora de ponernos en marcha! —gritas con fuerza—. ¡Ya hemos perdido demasiado tiempo!

    Guiado por tu intuición, pasas a relatar el plan que supones que os llevará a todos a la costa. En voz alta y firme, mirando de frente a toda la tripulación, dices a modo de discurso informativo:

    —Como ya sabéis, estamos ante una situación complicada. A la deriva en algún punto de algún mar. No tenemos agua ni comida y tampoco sabemos cuál es la dirección que nos llevaría a tierra firme. Pero podemos decir que estamos de suerte porque tenemos remos. Con ellos y nuestra energía llegaremos a tierra pronto. ¡Poneos cada uno en un asiento de la barca y coged un remo! ¡Vamos a iniciar la marcha!

    Miras a tu alrededor buscando pistas que te orienten hacia dónde puede estar la costa, pero nada, tu inexperiencia en cuestiones de navegación te impide saber siquiera qué buscar. Después de unos minutos pensativo, se te ocurre tomar como referencia la dirección del viento confiando que este sople hacia tierra firme. Recuerdas las veces que, estando en la playa observando el mar, notabas cómo el viento golpeaba tu cara. Así que, si no estáis lejos de la costa, es probable que el viento sople en esa dirección. Nadie te ha dicho que así sea, pero confías en tu perspicacia.

    Indicas a la tripulación alargando el brazo, cual estatua de Cristóbal Colón señalando tierra, la dirección a tomar. A favor del viento dices. No se hacen esperar los murmullos de desconfianza y, aunque contabas con ello, te molesta que no confíen en tu criterio.

    Sentados todos con el remo en las manos dispuestos a emprender la marcha, te percatas que cada uno se ha sentado donde ha querido sin consultarte nada. Algo que no te gusta. Eres tú quien dice dónde se deben sentar. Consideras que las posiciones a la hora de remar son importantes y ordenas a varios que cambien de sitio. Pero ellos no ven una relación directa entre

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