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Escondido en mi libro
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Libro electrónico191 páginas2 horas

Escondido en mi libro

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La Tierra forma parte del programa de enseñanza proyectado para seres de otros planetas para alcanzar la perfección. Esta es la historia de un alumno que llegó a descubrir su vida anterior, «ese alumno soy yo».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 ene 2023
ISBN9788419137876
Escondido en mi libro
Autor

Antonio Valverde

Antonio Valverde Hidalgo, nacido en Montefrio, Granada. Con tan solo 27 años inició su carrera de empresario, formando diferentes empresas de éxito. Actualmente dirige una de ellas con más de doscientos empleados. Secretario del Rotary club Marbella en 2017/2018 y presidente en 2018/2019. Colaborador desde el Rotary club Marbella de proyectos solidarios locales e internacionales. Conferenciante y escritor con varios libros escritos . Le encanta la literatura infantil y juvenil.

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    Escondido en mi libro - Antonio Valverde

    El océano más grande de todos

    Imagina que te encuentras en mitad de un océano rodeado de agua. No tienes absolutamente ningún objeto a la vista, solo agua y más agua. Llevas contigo una bolsa repleta de unas diminutas bolitas, casi insignificantes, que depositas sobre la superficie del océano. De inmediato, empiezan a esparcirse por todo el mar, hasta que al cabo de unos minutos las pierdes de vista, pues resulta imposible divisar algo tan minúsculo en un océano tan inmenso, tan majestuoso e infinito.

    Tú mismo, a vista de pájaro, no existes, no estás. Y, sin embargo, eres un ser vivo que palpita, que piensa, que siente.

    Imagina un océano de billones de kilómetros cuadrados. Te hablo del «universo», grande, enorme, infinito, en continua expansión acelerada, pues sigue y sigue creciendo sin parar. No hay límites ni final, es inabarcable.

    En ese universo inagotable estamos tú y yo, al igual que las bolitas en el inmenso océano. Ni siquiera se nos ve, es como si no existiéramos. Frente a sus millones de seres, resultamos insignificantes, un puntito pequeñísimo perdido en su inmensidad.

    Sin embargo, formamos parte importantísima de él, ya que somos seres inteligentes, dotados de maravillosas cualidades, que nos hacen especiales. Nuestra capacidad es infinita, aunque solo usemos una ínfima parte de ella en nuestra cortísima vida.

    Nuestra visión no va más allá de lo que vemos, así que pensamos erróneamente que solo existe lo que nuestros ojos nos muestran. Vivimos durante unos años, que parecen eternos al principio de nuestra vida, pero que a medida que envejecemos se acortan cada vez más.

    Te voy a revelar un secreto:

    No estamos solos en el universo, formamos parte de una raza que se ha expandido por todo el cosmos. Una raza también infinita, eterna, en continua expansión y que habita billones de planetas. Nuestra breve vida en este planeta, al que denominamos «Tierra», forma parte del programa de enseñanza proyectado sobre nosotros para alcanzar la perfección.

    Esta es la historia de un alumno que llegó a descubrir su vida anterior. «Ese alumno soy yo».

    Durante la lectura, conocerás a tus verdaderos antepasados. No a tus abuelos o tatarabuelos, sino que retrocederás mucho más en el tiempo. Como resultado de este particular viaje, tu vida se llenará de significado, pues verás más allá de lo que te muestran tus ojos y colmarás tu corazón de amor y esperanza. Este valioso tesoro no lo encontrarás cuando finalices la lectura, sino mucho antes. Tu interior se removerá para llenar tu vida de significado.

    Me llamo Altair, soy astrónomo e ingeniero aeroespacial, trabajo como profesor en la Universidad de Michigan. Mi vida corre peligro por contar esta historia, ya que ellos saben quién soy y no tardarán en atraparme. Aunque llevo años evadiéndolos, son muy poderosos y dominan todos los campos. Tras esa imagen decente y respetable que ofrecen al mundo, se esconde una realidad terrorífica. Sin embargo, debes conocer la verdad para ayudar a este planeta.

    Mi etapa escolar en un planeta lejano

    Tenía doscientos años de vida cuando inicié mi etapa escolar. Siempre recordaré mi primer día de clase. En aquella época, mis padres me enseñaron la base principal para relacionarme con seres como yo, los «eternos». Durante aquellos años en que mis padres pasaron todo el tiempo pendientes de mí, cada uno se ocupaba de una parte de mi enseñanza. Recuerdo que se ponían a sí mismos como ejemplo, de modo que yo tendía a imitarlos en todo, como es natural en los niños. Solo recuerdo cualidades que ellos desarrollaban a diario: amor, bondad, compasión, honestidad, gratitud, sensibilidad, compromiso.

    Pero no solo observaba esto en ellos, sino también en las personas que me rodeaban.

    Aquel día, tanto yo como los demás alumnos estábamos ansiosos de iniciar esa etapa. Una gran aventura que abriría nuestra mente a otros mundos lejanos y expandiría nuestro círculo muchísimo más allá del ámbito familiar.

    Todos reconocimos el edificio donde se impartirían nuestras clases. Se encontraba retirado de la ciudad, sobre una colina. Su construcción era muy singular, estaba construido sobre bloques de letras que formaban dos palabras: MENTE CORAZÓN. En lo alto de las cuatro columnas que sostenían el edificio se encontraba un corazón perfectamente tallado. Su color daba a entender que palpitaba.

    Por fin podríamos entender el significado de esas palabras.

    Entramos en una enorme sala, en el centro de la cual se encontraba el que sería nuestro profesor los siguientes cien años.

    Primero se presentó:

    —Soy Aldebarán, vuestro profesor, y estaré junto a vosotros los próximos cien años, durante los cuales os enseñaré quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestra misión en la vida y otras muchas cosas. Cuando terminéis el grado de enseñanza, os habréis convertido en seres perfectamente preparados para la vida de la que disfrutamos. Y algunos, incluso, en maestros preparados para enseñar a otros apasionadamente. Sé que todos estáis emocionados con vuestra primera clase fuera del ámbito familiar y quiero iniciar esta primera sesión con vosotros con un lema «Mente y corazón». Estaréis hartos de ver esas dos palabras en la fachada de este edificio. Os explicaré su significado.

    Vuestra mente va a desarrollar una inteligencia poderosa, con ella podréis ser lo que queráis, ingenieros, matemáticos, médicos, científicos y mucho más, pero al mismo tiempo nada seréis si no os dejáis llevar por vuestro corazón. Él debe guiaros muy por encima del conocimiento, un corazón que fue educado por vuestros padres en buena dirección. Mientras escucháis la materia que se os va a impartir, abrid vuestra mente, pero también vuestro corazón.

    La sala se oscureció por completo, tan solo un rayo de luz se posaba sobre la figura de nuestro profesor. Todos pudimos observar que Aldebarán extrajo de una bolsa un montón de bolitas de colores. Las lanzó al aire y estas empezaron a recorrer, flotando, toda la sala. Alguna era tan brillante que resultaba imposible mirarla fijamente.

    Unas iban en todas direcciones a gran velocidad, mientras que otras permanecían quietas. Todos saltábamos, queriendo atrapar alguna.

    Aldebarán prosiguió:

    —Esto que contempláis es una representación de nuestro universo. Mirad.

    El techo de la gran sala se abrió para dejar al descubierto el maravilloso universo, lleno de estrellas, fascinante, único. Mis ojos lo habían contemplado en numerosas ocasiones con gran interés: ¿qué era aquello tan bello, de hermosos colores?

    —Este es nuestro hogar —dijo Aldebarán, el universo, un espacio infinito inagotable, en continua expansión. Vivimos en uno de estos planetas, semejantes a las bolitas que acabo de soltar en la sala. Hay billones de ellos con vida igual que la nuestra. Por favor, que cada uno de vosotros atrape una bolita.

    Todos saltamos en busca de una, apretándola con fuerza.

    —Lo que tenéis en la mano es una ilustración de los billones de planetas que se encuentran en nuestro universo. Cada uno tiene un nombre y muchos de ellos están habitados por seres como nosotros. Son pacíficos y nuestros hermanos, amigos a quienes pronto conoceréis y con quienes compartiréis experiencias, lo cual os ayudará a crecer como adultos.

    —A ver, Rigel, extiende tu mano.

    Los grandes ojos de Rigel se abrieron de admiración, contemplando uno de aquellos fascinantes planetas en miniatura, que pronto podría pisar personalmente. La aventura estaba dando comienzo, se sentía protagonista.

    —Tienes atrapada a Vega, una estrella de primera magnitud, que se mueve a una velocidad increíble y se encuentra en la clasificación de Ptolomeo, de la constelación de la Lira. Este planeta se compone de grandes montañas rocosas y gases. Aunque actualmente no es habitable, su enorme belleza invita a soñar con explorarlo. Veamos. Tú, Pólux, ¿qué planeta tienes?

    El muchacho abrió su mano y la bolita giraba sin cesar sobre su eje.

    —Tú tienes a Tair, la estrella más brillante de la constelación de Aquila.

    Fue invitándonos a todos a que abriéramos nuestras manos e iba indicándonos el nombre de cada estrella. Cuando llegó a mí, me dijo:

    —Tú, Altair, extiende la mano.

    Obedecí e invitó a todos los alumnos a que se reunieran a nuestro alrededor para observar con detenimiento el planeta que tenía atrapado. Era muy especial, estaba florecido y soltaba agua que resbalaba por mi mano. Todos se asombraban ante tanta belleza.

    —Este es el planeta Tierra. Quiero que lo observéis con detenimiento, porque dedicaremos varios años a estudiarlo, ya que él nos dará muchos detalles sobre quienes somos.

    Aldebarán explicó que la cifra de planetas habitados crecía de forma incesante, por lo que el universo estaba en continua expansión.

    Nuestro primer día de clase me pareció espectacular. Los profesores ya no eran mamá y papá, y me encantó que nuestra mente se abriera al aprendizaje de manera extraordinaria. Pero ¿por qué el profesor dijo que la Tierra era tan especial que dedicaríamos varios años a su estudio? Cuando la atrapé, mi corazón sintió algo especial, que llenó todo mi ser.

    La clase del tiempo

    No sé mis compañeros, pero yo no había podido dormir por culpa de la emoción sentida durante la clase, así que fui el primero en llegar el segundo día. Me planté temprano delante del edificio, ahora entendía bien el significado de sus palabras. Mientras las leía tocaba mi corazón, debía prepararlo para la enseñanza.

    Nuestro profesor Aldebarán se dirigió a todos nosotros:

    —Hoy, nuestra clase discurrirá lejos de aquí. Visitaremos una de las universidades de mayor prestigio en otro planeta y conoceréis a otros alumnos durante vuestra asistencia a una clase única, impartida por el profesor Joviano, quien nos hablará del tiempo. Prestad atención: vamos a viajar sobre una nave que quedará anclada en un asteroide, ya que es la forma más rápida y segura. Enfundaos los trajes especiales que os facilitamos, ya que os protegerán de la radiación estelar. Todos a la nave —ordenó Aldebarán.

    La pequeña nave permanecía en una especie de plataforma, preparada para que la transportase el asteroide. Una vez seguidas sus instrucciones, Aldebarán prosiguió:

    —¿Veis aquel asteroide lejano que se acerca? Su velocidad es de diez mil millones de kilómetros por minuto, pero cuando se acerque a nosotros frenará por la fuerza de la gravedad que cubre nuestro planeta y permitirá que la nave se acople a él. Entonces iniciaremos nuestro viaje.

    El asteroide casi se detuvo junto a nosotros, como un perrito delante de su amo. La nave se acopló perfectamente.

    El viaje fue increíble ya desde su inicio. Nuestro profesor se situó a proa e iba nombrando constantemente todos y cada uno de los planetas que dejábamos atrás.

    —Mirad, este es…

    Todos nos resultaban fascinantes y diversos.

    Un planeta, conocido como HD 40307g, pasó rozando nuestro asteroide.

    —Eso que acaba de pasar es una «supertierra», con una masa aproximada ocho veces mayor a la propia Tierra. (…) Ese otro planeta, llamado Kepler-16b, resulta orbitar con dos estrellas, por lo que una puesta de sol allí proporcionaría una vista de dos soles. (…) En otro sistema planetario, llamado TRAPPIST-1, no hay uno ni dos, sino siete planetas del tamaño de la Tierra que están cubiertos de agua líquida. Los planetas también están relativamente juntos, de modo que, si estuviéramos en la superficie de un planeta TRAPPIST-1, ¡podríamos ver otros seis planetas en el horizonte! Está habitado por más de diez mil millones de humanos y lo visitaremos durante una de nuestras clases.

    El asteroide empezó a frenar suavemente según se aproximaba a uno de los planetas elegidos para pasar el día de clase. Igualmente había una especie de plataforma para detenerse sobre él.

    Aldebarán nos indicó:

    —Todos en pie, preparados para desembarcar. Ahora conoceremos uno de nuestros planetas habitados y asistiremos a una de sus clases.

    Increíble la belleza de aquel planeta, con sus grandes avenidas rebosantes de vida. A medida que caminábamos, su espectacular vegetación nos dejaba admirados, pues las plantas y flores iban cambiando continuamente de colorido. Las rosas rojas cambiaban a amarillas en minutos… ¡Era un espectáculo maravilloso!

    Ante nosotros crecía un inmenso campo de amapolas, pero cuando estábamos a su alcance se transformaban en lirios.

    —Observad detenidamente —dijo Aldebarán—: En este planeta la vida vegetal se encuentra en continuo cambio. Muere para revivir con mayor fuerza y belleza.

    También se cruzaban todo tipo de animales con nosotros, todos pacíficos.

    Desde lejos llegué a divisar un edificio imponente, con un gran rótulo en su fachada: universidad del tiempo. Una vez en su interior nos adentramos por un pasillo lleno de imágenes de seres deformados, algunos sin extremidades, otros encorvados y muchos de rostros desfigurados. Aquello me horrorizó. ¿Qué significaba?, esa clase de seres no habitaban nuestro planeta. Finalmente, el pasillo se fue ensanchando, abriéndose a una hermosa sala, en cuyo centro había un gran reloj de arena. Me fijé en que, aunque soltaba arena, siempre permanecía lleno.

    Al momento apareció una figura.

    Donde nos encontramos frente al profesor Joviano.

    —Buenos días, alumnos, y bienvenidos a mi clase.

    Todos nos quedamos asombrados de su figura imponente, que hablaba con total soltura.

    —Esta es la clase del tiempo. No me refiero al tiempo atmosférico que hace en nuestro planeta, sino a algo muy superior y mucho más importante. En tiempos pasados, cuando nuestro cuerpo perdía su vitalidad con el transcurso de los años, enfermaba y moría, dejaba de existir. Vosotros nunca lo habéis experimentado ni visto. De hecho, miraos: tenéis más de doscientos años y, pese a ello, sois jóvenes y hermosos. Pero ahora vais a contemplar cómo

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