Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Salud del Anciano
Salud del Anciano
Salud del Anciano
Libro electrónico2091 páginas20 horas

Salud del Anciano

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Poder documentar que el enfoque de la salud de los ancianos proporciona un mejor cuidado y produce mejores resultados ha llevado varios años de estudio e investigación. Los ancianos son un grupo vulnerable y complejo, tienen problemas y situaciones especiales que deben ser abordados de manera particular, con base en el conocimiento y el análisis particular y detallado de las múltiples condiciones y situaciones que son la norma en este grupo poblacional. Este libro ofrece las bases conceptuales y las herramientas para lograrlo.

Este libro está dirigido a técnicos, tecnólogos, estudiantes de pre y posgrado, profesionales y posgraduados, de diversas disciplinas y profesiones, que trabajan y se interesan por el conocimiento de la gerontología y la geriatría, en general, y de los ancianos, en particular. Esperamos poder difundir este conocimiento resultado de años de trabajo y, como hemos mencionado en oportunidades anteriores, de nuestra mayor pasión: los ancianos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ago 2021
ISBN9789587592597
Salud del Anciano

Relacionado con Salud del Anciano

Títulos en esta serie (25)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Medicina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Salud del Anciano

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Salud del Anciano - José Fernando Gomez Montes

    PARTE 1

    Introducción a la gerontología y la geriatría

    Capítulo 1

    Historia de la vejez

    Durante el largo periodo que va desde el primer anciano que habló de sí mismo, un escriba egipcio hace 4500 años, hasta los albores del siglo XX no hay una evolución lineal de la vejez ni de su estatus. El lugar que se le asigna y la mirada que se le da a la vejez dependen de muchos factores que pueden combinarse entre ellos de muy complejas maneras: tradición oral y escrita, características de la familia, estructuración de la sociedad, condiciones económicas, concepciones religiosas, valores culturales como el ideal de belleza, conocimientos científicos, entre otros.

    Nuestra época demuestra un interés por los ancianos sin precedentes. Casi todas las disciplinas estudian el fenómeno y de todas partes parece surgir la preocupación por los ancianos y por el envejecimiento. Esto se debe en parte al aumento de la investigación, pero sobre todo a la presión de las condiciones sociodemográficas; siempre ha habido ancianos en la sociedad, pero nunca en una proporción tan importante como ahora. Esto implica que el envejecimiento en sí no es una creación de esta época y no es solamente la cantidad o el estatus del anciano lo que ha cambiado, también él mismo se ha transformado y el interés en su estudio se ha modificado. Por ejemplo, las sociedades antiguas no dividían la existencia en grupos de edad y los ancianos no existían como categoría social.

    La aproximación a la vejez y el envejecimiento obliga a deslindar el tema en dos aspectos bien diferenciados, aunque complementarios: el primero atañe a la historia de la vejez y el papel del anciano en la sociedad aspecto que se presenta en este capítulo. El segundo aspecto se refiere a la historia de la geriatría y la gerontología como disciplinas científicas y académicas, aspecto que se desarrolla en el siguiente capítulo.

    1. La vejez entre mitos y realidades: época antigua

    Se dice que el Génesis es una buena introducción a la historia de la vejez. El texto bíblico atribuye vidas muy largas a los patriarcas, 365 años a Enoc y 969 años a su hijo Matusalén, de hecho, cuando este último nació ningún hombre había visto morir a su padre. Así, Matusalén, hijo de un anciano, creció rodeado de ancianos, a los 87 años engendró un hijo y a los 300 años perdió a su padre, siendo el primer patriarca que perdía un padre a tan temprana edad. Sin embargo, no hay que olvidar que el texto fue escrito a posteriori y que viene de una tradición patriarcal. La mayor parte de las civilizaciones antiguas como los caldeos, los sumerios, los hindúes o los iraníes, hablan de héroes legendarios con vidas bastante largas. En tiempos antiguos, la vejez se consideraba como un favor, un premio para aquellos que habían llevado una vida sana y bella y, por ello, se justificaba que los patriarcas fueran los jefes naturales.

    Se tiene la idea de que en las sociedades primitivas anciano era sinónimo de sabiduría. Sin embargo, el rol del anciano varía considerablemente y depende del contexto sociocultural. En todas las civilizaciones con una marcada tradición oral, es claro el papel del anciano como depositario del saber, memoria del clan y, en consecuencia, educador y juez, en función de su sabiduría y su experiencia. De hecho, los consejos de ancianos son una de las instituciones más venerables de las civilizaciones orales. Pero aún en estas sociedades primitivas hay contradicciones, el estatus del anciano era ambiguo, a la vez fuente de sabiduría y de defectos, de experiencia y de decrepitud, de prestigio y de sufrimiento. Según las circunstancias, los ancianos eran respetados o despreciados, estimados o condenados a muerte, su suerte dependía en gran medida, no solo del contexto cultural, sino de las condiciones económicas. Algunos ancianos por sus problemas físicos o mentales se constituían en una carga para un grupo social en precario equilibrio alimenticio, en ese caso, el anciano se eliminaba.

    Las primeras referencias específicas que se conocen respecto a los ancianos son del Antiguo Egipto, donde se consideraba que vivir hasta los 110 años era una recompensa por haber sido una persona virtuosa y bien balanceada. En el papiro de Edwin Smith (1600 a. C.), que incluye múltiples fórmulas, se menciona una denominada El libro para trasformar un hombre viejo en un joven de 20, primera referencia de la búsqueda de la inmortalidad y la eterna juventud. El papiro de Ebers (1550 a. C.) describe el tratamiento para múltiples enfermedades de la vejez y contiene la primera explicación sobre el envejecimiento: la debilidad a través del decaimiento senil se debe a la purulencia en el corazón.

    El concepto de rejuvenecimiento y prolongación de la vida también existe en otras culturas como la hindú. En el Sushruta Samhita (400 d. C.) un escrito que resume el pensamiento médico-quirúrgico, se afirma que la salud reside en la armonía de las sustancias elementales del cuerpo. Las enfermedades se clasifican en cuatro tipos que incluyen las naturales, las cuales son causadas por la deprivación de las necesidades físicas y por el proceso de envejecimiento. El envejecimiento es un proceso natural que disminuye la resistencia a las enfermedades. Se creía que los humanos tenían tendencias mórbidas innatas y una expectativa de vida limitada.

    Tal vez sea la cultura china la que más importancia le haya dado al envejecimiento: la reverencia y el respeto por los viejos ha sido una constante hasta la actualidad. La búsqueda del equilibrio entre el yin y el yang se ha considerado sinónimo de salud y longevidad. Aunque los chinos reconocen la limitación en el tiempo de vida, insisten en el concepto ideal de terminarla a la mayor edad posible, sin deterioro de los sentidos ni de las facultades mentales. Los chinos son quizá los primeros que diferencian entre envejecimiento y enfermedad, puesto que incluyen el deterioro auditivo como enfermedad.

    En la literatura bíblica del Antiguo Testamento, la vejez es considerada de forma positiva, los ancianos son un ejemplo, guía o modelo; son portadores del espíritu divino, investidos de una misión sagrada. Sus poderes judiciales y religiosos son enormes. La edad no tiene nada que ver con el número de años, en la biblia y en algunos escritos religiosos, la verdadera vejez es la sabiduría. Barba y cabello blancos, poder político y religioso eran sinónimos, Dios mismo es un anciano de barba y cabello blanco. Según el génesis, Adán vivió 130 años. También está escrito que Moisés no tomaba decisiones sin haber consultado los ancianos, jefes naturales del grupo y que Noé y sus hijos vivieron alrededor de 900 años. La ausencia de ancianos era considerada un signo de maldición de la familia. Pero también hay contradicciones, en el libro de Job se dice que la longevidad no es sinónimo de la bendición de dios puesto que los malos también tienen una larga vida. En el mundo hebreo, el anciano es un individuo disminuido, que sufre y que solo espera la muerte. Se desacraliza y se trivializa la vejez. Entre los judíos, la actitud hacia el anciano varía, el papel de los ancianos es relativamente importante y gozan de privilegios, en general es más positivo que entre los cristianos.

    2. La vejez en la Grecia antigua

    La vejez en la antigua Grecia representa una paradoja. La esperanza de vida era corta y las inscripciones funerarias sitúan la muerte entre 45 y 50 años, mucho antes que las referencias literarias en las cuales morir después de los 70 años no parece sorprender. Se ha demostrado que la longevidad fue en aumento hasta el siglo V y que disminuyó después, más en hombres que en mujeres. Aunque es difícil tener una idea de la longevidad de los griegos, se ha establecido que en la época de Aristóteles 10% de la población tenía 60 años o más.

    La cultura griega forjó una antropología sobre el proceso del envejecimiento vigente hasta hace muy poco tiempo. Los estudios sobre la dieta y su influencia en la génesis de los modos de enfermar se aplicaron tanto a la conservación de la salud como a los efectos sobre el envejecimiento; esta teoría está bien desarrollada en la obra de Galeno De sanitate tuenda, y estuvo vigente hasta el siglo XIX. Los principios dietéticos e higiénicos de la obra galénica reaparecen en un Régimen de los ancianos de Avicena y en los regimina que médicos medievales redactaron para ordenar el vivir cotidiano de sus señores. Los griegos buscaron las causas del envejecimiento y sus explicaciones se impusieron hasta mucho después del renacimiento, pero también entre ellos la vejez está llena de ambigüedades: vejez maldita y patética de las tragedias, ridícula y desagradable de las comedias, contradictoria y ambigua de los filósofos. De hecho, la mayoría de los filósofos griegos alcanzaron una edad avanzada y hablan de la vejez no como de un objeto externo, sino como sujetos que la viven y que fueron activos hasta la muerte. Hipócrates vivió 83 años y fue quien desarrolló la teoría de los cuatro humores y afirmó que cada individuo recibe al nacimiento una cierta cantidad de energía o espíritu o fuerza vital, que se consume poco a poco en el curso de la existencia. Platón y Aristóteles, tenían visiones completamente opuestas en torno a la vejez, se puede decir que Platón fue el principal abogado de la defensa, no parte de la descripción real de la vejez, sino de lo que los ancianos deberían ser, por tanto, se centra en las ventajas del envejecimiento, la virtud y los placeres del espíritu, en los sentimientos de paz y liberación: es la utopía o el ideal platónico. Para Aristóteles, quien toma las bases de la explicación hipocrática, la vejez no es garantía de sabiduría ni de capacidad política, ni siquiera la experiencia es un elemento positivo puesto que es solamente una acumulación de errores en un espíritu endurecido por la edad. Aristóteles insiste en que tanto el cuerpo como el alma envejecen, puesto que la decrepitud de uno inevitablemente ataca al otro.

    En general, el mundo griego está de acuerdo con Aristóteles. En Grecia ni los dioses ni los hombres querían la vejez, era considerada como una maldición. Los griegos prefieren la juventud y la madurez, la belleza y la fuerza, por eso no cuidaban a sus ancianos y solo se les respetaba en su calidad de filósofos o de escritores de tragedias.

    Eran frecuentes los conflictos intergeneracionales en los cuales los padres ancianos eran maltratados. La gran excepción fue Esparta, que sí tenía un lugar privilegiado para sus ancianos, su gran originalidad fue la Gerousia, agrupación compuesta de treinta ancianos que dirigían la política, especialmente la extranjera, presentaban los proyectos de ley a la asamblea e impartían justicia; se dice que este fenómeno, único, se debía a que Esparta siempre tuvo muy pocos ciudadanos, pocos sobrevivían a las guerras y los pocos sobrevivientes eran ancianos. También se habla de confusión entre gerontocracia con aristocracia y gerontocracia con plutocracia, puesto que los miembros del consejo eran los más ricos de la ciudad.

    Sin embargo, es en Grecia donde por primera vez se crean instituciones de caridad preocupadas del cuidado de los ancianos necesitados. Vitruvio relata sobre la casa de Creso, destinada por los sardianos a los habitantes de la ciudad que, por su edad avanzada, habían adquirido el privilegio de vivir en paz en una comunidad de ancianos.

    3. La vejez en los tiempos romanos

    Los romanos hablaron mucho de ancianos porque la vejez representó para ellos un problema bajo todos los aspectos: demográfico, político, social, psicológico y médico. Se conoce que, en tiempos de Justiniano, la esperanza de vida al nacer era de 30 años, a los 30 la esperanza era de 20 y a los 60 años, de 5 años. La proporción de mayores de 60 años estaba entre 5 y 8%. El número de ancianos no cesó de aumentar y en el siglo III d. C. entre 7 y 8% de la población de Roma tenía 60 años o más, aumentaba a 10% en la periferia y bastante más en las provincias. Igual que en Grecia, los hombres eran más numerosos puesto que la mortalidad femenina asociada al embarazo y al parto era muy elevada.

    Los romanos eran prácticos, solo luchaban por el poder, no por la religión, la ideología o la raza; admiraban lo grande y noble. Poco dados a generalizar, hablaban más de los ancianos que del envejecimiento, de hecho, De senectute, la obra de Cicerón, es más un compendio de ejemplos individuales que un tratado sobre el envejecimiento. Los romanos criticaron a los individuos, no a un grupo de edad y salvaguardaron la complejidad, las contradicciones y la ambigüedad de la vejez, sus miserias y su grandeza.

    4. La vejez en la Edad Media

    A lo largo de la edad Media se transmitieron y acentuaron ciertos estereotipos asumidos de las tradiciones culturales precedentes. Se destaca San Agustín, puesto que es quien dignifica la visión cristiana de la persona mayor, ya que de ella se espera un equilibrio emocional y la liberación de las ataduras de los deleites mundanos. San Agustín habla de seis edades y según él la vejez comienza a los 60 años, igual que entre los romanos, y puede durar hasta los 120. De otro lado, Santo Tomás de Aquino afianzó el estereotipo aristotélico de la vejez como decadencia física y moral. Los autores cristianos también utilizan la imagen de la vejez en el campo moral, de manera alegórica. La decrepitud y la fealdad constituyen una excelente imagen del pecado, pues de hecho son su consecuencia, incluso la vejez simboliza el castigo divino a los pecados de los hombres, los ancianos virtuosos son la excepción.

    En una época en que la cristianización era aún superficial, la pobreza era testimonio del pecado y de la decadencia del hombre, se habla de una vejez como el tiempo en el cual faltan las fuerzas, y aumentan la cantidad y gravedad de los vicios. El anciano es un ser débil que no se diferencia de los mendigos o de los enfermos. Los ancianos existen como individuos solamente entre las clases altas, así, no faltan en las listas de reyes, cardenales, señores o burgueses, no en los medios humildes en los cuales la mortalidad es más alta, a pesar de ello se dice que entre el 10 y el 11% eran mayores de 60 años. De forma paradójica, también es posible encontrar en esta época que la vejez física se niega en beneficio de una vejez abstracta y sin relación con la edad, sinónimo de virtud y de sabiduría, que se aplica especialmente a los hombres de la iglesia. La civilización cristiana inscribe el tiempo en la eternidad en la cual la vida no es más que un fragmento y la vejez un momento sin edad.

    En la Alta Edad Media, no se encuentran muchas referencias a los ancianos. En general, no es que no existieran, es que no contaban. Su papel no fue muy importante, eran hombres, dependientes y una carga para la familia. Entre los merovingios y los carolingios, la longevidad era parecida a la actual, de hecho, tal como en la Baja Edad Media, en el seno de la iglesia los ancianos eran particularmente numerosos y muy activos.

    En esta época prevaleció la ley del más fuerte, ley en la cual los ancianos rara vez eran ganadores, sin embargo, contrastes y contradicciones también caracterizan esta época y en ella continuaron las grandes diferencias, especialmente entre ricos y pobres: envejecer en el siglo XIII no era dramático con la condición de poder mantener el estatus o de poder pagarse un retiro. Los ancianos ricos entraban a un monasterio a fin de asegurarse el cuidado de la salud. Esta práctica nació en el siglo VI, se amplificó en el siglo VIII y creció aún más, especialmente en el XI, con la multiplicación de los monasterios e implicó dos cosas importantes: de un lado, la vejez empezó a ser sinónimo de retiro y de ruptura con el mundo y, a la vez, de segregación. Sin embargo, el retiro es privilegio de unos pocos, entre los pobres no hay retiro, si la familia no lo acoge, el anciano entra a formar parte del grupo de mendigos, enfermos, locos, huérfanos, es decir, entre la masa de pobres, no se diferencia de ellos: los pobres no tienen edad. Aunque la edad caracteriza ciertas situaciones, no es un criterio determinante, fuera de la incapacidad física, la noción de vejez es aún confusa en el espíritu medieval. El concilio de Maguncia en 1261 instauró que cada monasterio debía estar equipado de una enfermería para recoger a los ancianos pobres.

    A partir del siglo XI los documentos empezaron nuevamente a hablar de la vejez como parte de la vida, a describirla, a buscar sus causas y sus remedios, aunque los textos están marcados por la abstracción y el pesimismo. Este resurgimiento puede deberse en parte a que en los siglos XIV y XV la proporción de ancianos aumentó porque la peste se encargó especialmente de los niños y de los adultos jóvenes y las mujeres aún morían de condiciones asociadas al embarazo y al parto. Esta resistencia de los ancianos modificó ciertas estructuras y representaciones, por ejemplo, la vejez empezó a encarnar la duración, la permanencia. El poder y la autoridad, la riqueza y los negocios se concentran en los ancianos porque ellos están allí, permanecen. Se ha establecido que a finales del siglo XIV y principios del XV los ancianos representaban el 15% de la población, aunque, por ejemplo, en Inglaterra en ese momento la esperanza de vida era de 20 años y un hombre de 40 años era considerado viejo.

    5. La vejez en el Renacimiento

    En la época del Renacimiento se rechazó lo senil y lo viejo, se evadió el tema de la muerte, se dio una imagen melancólica de la persona mayor e incluso se le atribuyeron artimañas, brujerías y enredos. El Renacimiento libró una batalla encarnizada contra la vejez. El envejecimiento era el enemigo por excelencia, mínimamente contrarrestado por la permanencia del estereotipo de la sabiduría.

    La vejez, invencible absoluta, se consideraba detestable y fascinante. En consecuencia, se utilizaron todos los medios disponibles para prolongar la juventud: medicina, magia, brujería, fuente de la juventud, utopía. El hombre oscilaba entre la lamentación y la inventiva. Vejez y muerte eran escandalosas, las dos van de la mano, la una anuncia la otra. A partir de aquí, la cara del anciano empezó a percibirse, ante todo, como la máscara de la muerte. Con la vejez se pierden todas las virtudes del hombre ideal: belleza, fuerza, espíritu de decisión, capacidad intelectual. La vejez priva del amor y de los place-res terrestres, es sufrimiento y debilidad, es el mal que todos sueñan suprimir.

    Mas tarde, durante el período Barroco adquirieron la máxima actualidad y cultivo los temas del control de los vicios y pasiones, el perfeccionamiento constante en la vida y, en la vejez, el problema de la muerte.

    En el siglo XVI aún no se comprendían ni la vejez ni el envejecimiento, y médicos y científicos se dedicaron a encontrar recetas que protegieran del envejecimiento. Los regímenes saludables, los elixires alquímicos y toda suerte de consideraciones mágicas y religiosas entraron en boga, muchas de estas recetas perduran aún.

    En cuanto a la vejez, para Montaigne un destino personal que el hombre debe aceptar, ya no hay armonía entre cuerpo y espíritu, el primero domina el segundo impidiéndole sus proyectos y grandes perspectivas. Así el hombre debe reducir su papel, hacerse discreto y prepararse para la muerte con estoicismo y sin remordimientos inútiles. Por su parte Shakespeare, da a la vejez una dimensión intemporal y universal. Es la culminación de la vida, pero una culminación trágica: fealdad, sufrimiento, enfermedad y regreso a la infancia.

    Estas consideraciones llevan a afirmar que, contrariamente a lo que se pensaba en la Edad Media, en el Renacimiento la edad y el envejecimiento son temas que preocupan más allá de consideraciones abstractas, cósmicas o naturales y se intenta dar una definición precisa de vejez no relacionada con la edad. La academia francesa en 1680 juzgó necesario rodear la palabra vejez de criterios apreciativos más exactos que la edad: avaro, celoso, decrépito, o a la inversa, bueno, sabio u honorable.

    A partir del siglo XVII, la literatura, la medicina, las cifras, las encuestas, posibilitan un estudio detallado de la historia del envejecimiento y de su papel en la sociedad. Desde este siglo, las edades de la vida se volvieron un tema popular, especialmente gracias a la multiplicación de grabados y almanaques, lo que llegó a su apogeo en el siglo XIX.

    6. Siglos XVIII a XX

    En el siglo XVIII las fuentes de la historia de la vejez cambiaron radicalmente, pasaron de ser puramente apreciativas a ser objetivas. Así, durante el siglo XVIII el imaginario desaparece, la vejez responde, de ahora en adelante, a edades reales y los ancianos empiezan a existir más allá de las abstracciones. Se habla del inicio de la aritmética política, es decir los cálculos al servicio del estado, cuyo propósito no solo es contar la población, sino también comprender sus estructuras. Se empezaron a generar estadísticas poblacionales en algunos países de Europa, dos ejemplos ilustran esta situación: Holanda contaba con 10,7% de la población mayor de 60 años y 4,36% mayor de 80 años. En Suecia 8,5% de la población era mayor de 60 años y, por primera vez en la historia, la proporción de mujeres era mayor. Sin embargo, aun la esperanza de vida al nacer era muy baja, 33 años.

    Si se generalizan los datos conocidos, queda claro que, en la Europa poblada de principios del siglo XVIII, incluyendo Rusia, había alrededor de 120 millones de habitantes, de 5 a 7% mayores de 60 años, al final del mismo siglo, representaban entre 8 y 10% del total. Estos cambios en las proporciones llevaron a modificaciones en torno a la vejez y el envejecimiento: si antes se preguntaba cómo se puede ser anciano, ahora la cuestión era cuál es el papel y cuál es el lugar de los ancianos en la sociedad.

    El gran mérito del siglo XVIII es que tuvo en cuenta a los ancianos. Más allá de las medidas individuales de retiro y las enfermerías de convento, apareció una política de asistencia pública o privada en la mayoría de los países europeos cuyo objetivo fue luchar contra la segregación por la edad. Aparecieron los hospitales generales para ancianos en los cuales se podían instalar con algunos bienes personales. Estos hospitales cumplen una función social. En toda Europa se crearon instituciones como asilos, pensiones y casas, con variadas legislaciones y sistemas de financiación. Así, la vejez se impuso en las mentalidades y las instituciones. Fue aceptada, apreciada y protegida. Este siglo puede ser considerado como el siglo del optimismo.

    Si el siglo XVIII corresponde al reconocimiento de los ancianos, el siglo XIX es el tiempo de su consolidación. En tiempos de revolución industrial, todas las estructuras sociales se modificaron, uno de los primeros hechos que marcaron la diferencia fue el éxodo rural, los hijos migraron del campo a la ciudad o de Europa hacia América, dejando solos a los padres. En la segunda mitad del siglo, en Europa, cerca de la mitad de las parejas de ancianos en el campo vivían solas. También había familias que compartían la residencia, sin embargo, a nivel rural, la cuestión de los bienes fue la clave de las relaciones, une vez privado de sus bienes, el anciano era privado de autoridad y corría el riesgo de ser rechazado.

    En este siglo, hay tres figuras importantes: la caridad privada, la asistencia y la seguridad (los seguros). La primera, la caridad privada tiene una dimensión excepcional, se crearon una serie de instituciones religiosas y laicas para dar asistencia a los ancianos menos favorecidos. La segunda, la asistencia que complementa esta caridad privada es evidente por la multiplicación de hospicios y el desarrollo de actividades en instituciones hospitalarias, aunque aún se confundía a los ancianos con los pobres. También aparecieron ayudas de otro tipo, por ejemplo, las oficinas de bienestar en Francia, las cuales ofrecen ayuda a los indigentes mayores de 75 años, distribuyen pan, carne y combustible y, en ocasiones dinero. La tercera, la seguridad preventiva apareció antes de la idea del retiro o jubilación, una seguridad basada en el ahorro y la subvención. El progreso definitivo se dio primero en la Alemania de Bismarck, mediante la ley de 1881 que imponía a los obreros que ganaban menos de 2000 marcos, un seguro obligatorio que les garantizaba una pensión de invalidez, esta se amplió a pensión de vejez en 1889, a partir de los 65 años. Esta iniciativa inspiró a otros países, sin embargo, en un principio había muchas reticencias, pues se confundían las nociones de seguro, asistencia y retiro.

    Pero el siglo XIX no escapa a la regla: las percepciones de la vejez también en este tiempo fueron contradictorias. La diferencia es que ya no estaban marcadas por la abstracción, por tanto, no se derivaban de la moral, la filosofía o la religión. Se reconoció la vejez como una etapa de la vida, con un valor específico y diferente a la edad adulta. Pero es en el siglo XX, a partir de los cambios demográficos y de la importancia numérica de los ancianos, que la vejez y el envejecimiento se establecieron en el mundo entero como una realidad.

    7. La vejez en América

    En América, en los pueblos prehispánicos, como en otras culturas a lo largo de la historia antigua, se relacionaba la ancianidad con la sabiduría. En la cultura azteca, que dominó casi todo el territorio mexicano, los ancianos, si habían servido al Estado como guerreros o funcionarios, recibían alojamiento y alimentos en calidad de retirados, incluso siendo simples macehualtin (campesinos) tomaban lugar en el consejo, respetados por todos, daban consejos, amonestaban y advertían. Entre los mexicanos se encuentra la imagen de un anciano arrugado, barbado, desdentado y encorvado, representación del dios fuego, llamado Huehuetéotl, el dios viejo, era también el dios del tiempo y el patrono de los años solares.

    Los mayas, habitantes del Petén al norte de Guatemala y de la península de Yucatán, tuvieron como creador único e invisible al Hunab-ku, anciano arrugado de un solo diente, cuyo nombre significa el que existe de por sí. De nuevo son evidentes la vejez y la sabiduría juntas, el hijo de Hunab-ku, Itzamna, dios maya del cielo, de la medicina, la escritura y el calendario, se representa como un anciano desdentado, barbado, de maxilares hundidos y nariz aguileña. Era un dios bondadoso, amigo de los hombres; fue el primero en repartir la tierra y por su mediación sanaban los enfermos y resucitaban los muertos. Los ancianos de la sociedad maya ocupaban un lugar importante y siempre tuvieron un papel destacado en el ritual religioso.

    En el antiguo Perú, dentro del sistema socioeconómico de los incas, cada individuo daba un rendimiento de acuerdo con sus condiciones físicas, su categoría social y su edad y aún después de los 80 años los ancianos aportaban al grupo social. Los hombres de más de 50 años, es decir, los viejos, estaban exentos de ir a la guerra, del servicio personal y de salir de su casa y su tierra. Servían como despenseros, lacayos o escuderos. Los mayores de 80 años eran guardianes de casas o hacían sogas o frazadas, servían de porteros de doncellas y vírgenes, eran temidos, honrados y obedecidos, daban consejos y enseñaban. Las ancianas Huaman, a los 80 años se ocupaban de tejer costales y de la crianza de animales y niños, con otras ancianas hacían mingas o trabajo comunitario en sementeras y con el producto ayudaban a los niños huérfanos.

    La información que se tiene acerca de la avanzada edad alcanzada por los incas no es del todo clara. Existen historias que relatan la existencia de hijos del sol desde los 88 hasta los 200 años, sin embargo, el carácter mítico de los personajes hace que estos datos relativos a la edad deban mirarse con prudencia, lo que sí es evidente, es que la legislación inca acerca de los ancianos no fue dictada para casos excepcionales, sino para circunstancias corrientes de la vida cotidiana, lo cual hace suponer que se alcanzaban edades avanzadas, al igual que en la cultura maya.

    Garcilaso de la Vega cuenta en sus crónicas que es a partir de la conquista española que se logra la seguridad los ancianos: se hacía un censo cada cinco años y los ancianos se repartían en grupos de edad, así, de 50 a 78 años estaban los ancianos que aún caminan bien, después estaban los ancianos edéntulos y con problemas de audición, después, los ancianos que no hacían más que comer y dormir, y finalmente los otros; todo esto hace suponer una longevidad extraordinaria. En esta sociedad sin escritura, los ancianos conservaron su papel tradicional de archivos vivientes y formaban un consejo informal en cada tribu que guiaba al monarca. Todos los ancianos eran cuidados por la comunidad.

    En Colombia, existe información de tres grandes culturas prehispánicas: los muiscas y los quimbayas. Entre los muiscas del altiplano Cundiboyacense, parece que la actitud hacia los ancianos no era tan considerada, pues cuando los padres llegaban a la ancianidad, los hijos los echaban de sus casas. Los ancianos, hombres y mujeres, iban de pueblo en pueblo, convertidos en hechiceros y agoreros. Sin embargo, el dios civilizador, Bochica, quien llegó del oriente para dar a los hombres normas de comportamiento y enseñanzas sobre agricultura y tejidos, era un anciano que vivió más de cien años. Este dios, junto con otros caciques, expresa las ideas de sabiduría, poder y experiencia, unidas a la representación de la vejez.

    Los quimbayas, famosos orfebres llamados los maestros del oro, habitaron la región del Eje Cafetero, y se encuentran numerosas crónicas que narran historias de ancianos de edades avanzadas que lucían grandes cantidades de joyas, las figuras de ancianos y los rostros surcados de arrugas aparecen en el material arqueológico de estas tribus, al igual que en las culturas de Tumaco y San Agustín, tienen numerosas representaciones de viejos desdentados o barbados de expresión socarrona y, curiosamente, se encuentran, especialmente en San Agustín, numerosas representaciones de ancianos con imágenes viriles que no se acomodan a la tradicional consideración que asocia la vejez con la decadencia sexual.

    8. La vejez en la actualidad

    Aunque en las sociedades industriales se acrecienta el desprestigio de la vejez por el descrédito de la experiencia frente a las nuevas tecnologías, al aumentar el número de ancianos su presencia se ha convertido no solo en fenómeno demográfico, sino en asunto político y económico, y es hoy una de las más urgentes preocupaciones en los estamentos gubernamentales. La vejez, hasta ahora asunto esencialmente privado y familiar, se transforma en fenómeno social de envergadura. Con el cambio en la pirámide poblacional, en la sociedad actual el anciano adquiere representatividad social. Sin embargo, el siglo XXI no es ajeno a las paradojas y a las ambigüedades de siglos anteriores, prueba de ello es el vocabulario: adulto mayor, retirado, tercera o cuarta edad, anciano, en todo caso no viejo, término actualmente proscrito. Además, algunas denominaciones se elaboran sobre actitudes más o menos optimistas de la vida, por ejemplo, la edad dorada o edad de oro, que sustituyen a otras más pesimistas como el ocaso de la vida. No se puede olvidar que las palabras traducen y construyen procesos sociales. Esta cuestión de la denominación de los ancianos es la expresión de conflictos y de desafíos sociales.

    La vejez y el envejecimiento son construcciones históricas y culturales. Cada sociedad tiene los ancianos que merece. Cada tipo de organización socioeconómica y cultural es responsable del papel y de la imagen de sus ancianos. La historia occidental, desde la antigüedad, está marcada por las fluctuaciones del rol social y político de los ancianos. No hay una evolución lineal ni de la vejez ni de su estatus, es una evolución con altibajos, pero con una tendencia general a la degradación, a la exclusión. Muy temprano en la sociedad se impuso una imagen de una escala de edades como un arco, que se inicia con el nacimiento, con un apogeo en la edad adulta y decae hacia una vejez devaluada. Esta imagen ha afectado profundamente la representación de los ancianos y de la vejez y ha contribuido a la interiorización de la imagen de degradación y de pérdida, fortalecida actualmente con las tendencias antienvejecimiento.

    Capítulo 2

    Historia de la gerontología y la geriatría

    El interés por la vejez y los procesos de envejecimiento se ha producido a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque no siempre ha tenido un carácter científico. Los seres humanos de todas las épocas se han preocupado por prolongar su vida con la intención de luchar contra la muerte y alcanzar la eterna juventud. La imagen y las representaciones de la vejez y de los ancianos son casi tan antiguas como el mundo mismo, en cambio, el estudio científico del envejecimiento surgió después de la Segunda Guerra Mundial, por tanto, es más joven que su objeto de estudio. Sin embargo, desde tempranas épocas en la historia de la humanidad, se encuentran algunos intentos de explicación que pueden ser considerados como antecedentes de la geriatría. Por otra parte, la gerontología como disciplina científica es aún más joven que la geriatría, como se verá más adelante. La gerontología hace referencia al estudio de la vejez y el envejecimiento y la geriatría da cuenta de la salud y las enfermedades de los ancianos.

    En las sociedades primitivas prevalecía el mito sobre toda forma de conocimiento, sin embargo, como se mencionó en el capítulo anterior, el papiro de Ebers (1550 a. C.) contiene la primera explicación sobre el envejecimiento y la cultura china es la primera que diferencia entre envejecimiento y enfermedad.

    En la sociedad griega y luego en la romana, la medicina asentó las primeras descripciones de los padecimientos más comunes del anciano, es decir elaboró una geriatría, aunque todavía no diferenciada de la medicina general, y esto siguió hasta bien avanzado el siglo XIX. Hipócrates es quien refleja el ideal de la gerontología y geriatría actuales, puesto que el método hipocrático insistía en la cuidadosa observación de la apariencia del anciano, su conducta, su función, su forma de vida, su estado emocional y el medio ambiente que incluía el clima y las costumbres. Así mismo, las primeras referencias a las edades de la vida fueron elaboradas en el ámbito de la cultura griega, algunos textos hablan de siete edades, en otros se hace referencia solamente a dos (juventud y vejez) y allí nace el concepto de tercera edad, formulado por Aristóteles posteriormente, quien diferencia en la vida humana la juventud, la plenitud vital y la vejez.

    Como ocurre en otras disciplinas, es en la filosofía donde se encuentran claros antecedentes de la gerontología. Platón presenta una visión individualista e intimista de la vejez, resalta la idea de que se envejece como se ha vivido y de la importancia de cómo habría que prepararse para la vejez en la juventud. Así pues, Platón es un antecedente de la visión positiva de la vejez, así como de la importancia de la prevención y la profilaxis.

    Por el contrario, Aristóteles presenta una imagen negativa del anciano, establece unas etapas de la vida del hombre: la primera es la infancia, la segunda es la juventud, la tercera, la más prolongada, es la edad adulta, y la cuarta, la senectud, que equivale a deterioro y ruina. Considera la vejez como una enfermedad natural y una etapa de debilidades, digna de compasión social e inútil socialmente. Además, según él, los ancianos se caracterizan por ser desconfiados, inconstantes, egoístas y cínicos. Aristóteles fue el primero en elaborar une teoría del envejecimiento, la del envejecimiento como pérdida, que lo considera como la consecuencia de la disipación progresiva de un capital dado al nacimiento. Así, el envejecimiento se debe a la disipación progresiva de un stock de calor inne o animal con el cual nace todo ser viviente.

    Estas visiones antagónicas sobre la vejez de Platón y Aristóteles, mencionadas en el capítulo anterior, se continúan y matizan a lo largo de la historia. Son, además, las responsables de muchos de los estereotipos tanto positivos como negativos presentes en la sociedad actual. Así, por ejemplo, Cicerón sigue la idea positiva de Platón, mientras que Séneca sigue la línea de pensamiento de Aristóteles.

    Más adelante Galeno toma los elementos de la teoría de los cuatro elementos hipocráticos y la concepción aristotélica del envejecimiento y postula que la combinación variable de calor, frio, humedad y sequedad explica la diferencia de temperamentos y, por su evolución en el curso vital, determina el tránsito de las edades, desde la infancia, con predominio del calor y la humedad, a la vejez, en la cual se impondría el dominio de la sequedad y la frialdad.

    En la vejez el cuerpo se seca, se enfría y se vuelve rígido como resultado de la disminución del combustible para mantener el calor natural y el espíritu. Según Galeno, no existe ninguna enfermedad que pudiera catalogarse como natural, para él la vejez es una etapa de toda vida que sobrepasa la madurez. Galeno en su Gerocomica da recomendaciones para el cuidado de la salud del anciano y para retrasar el deterioro orgánico provocado por el envejecimiento: el cuerpo viejo debe ser calentado y humedecido. Los ancianos deben tomar baños calientes, hacer dietas específicas, beber vino y permanecer activos.

    El concepto del calor inne o innato, con el cual nace todo ser viviente, se mantiene durante mucho tiempo y evoluciona hacia el concepto de pérdida de la energía vital. A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, todo el mundo estaba de acuerdo en que el envejecimiento era el reflejo del consumo de un principio activo que se llamaba energía vital o fermento vital. La aceptación de esta explicación por parte de la medicina griega justifica que Galeno se mostrara contrario a la identificación que sostuvo Aristóteles de la vejez como enfermedad; la vejez, para la medicina griega, sería un estado natural, pues, en palabras de Galeno, no es otra cosa que la constitución seca y fría del cuerpo, resultado de una larga vida. Este es el origen de la metáfora que se ha usado durante mucho tiempo y que compara la vida con la llama de una lámpara de aceite que se acaba con el paso de los años. Esta explicación fue asimilada por la medicina árabe, recogida por los médicos medievales y reafirmada por los médicos humanistas del Renacimiento y su vigencia se prolongó hasta bien avanzado del siglo XIX.

    Los médicos griegos no hicieron distinción en los modos de enfermar de adultos y ancianos, designando a estos últimos como ‘enfermos de edad avanzada’. La vejez, edad final de la vida según Aristóteles, era en sí misma una enfermedad, una dolencia incurable. Como ya se dijo, esta suposición mantuvo su vigencia durante mucho tiempo en la medicina europea, de hecho, algunos médicos buscaron ampliar su contenido incorporando a las recomendaciones dietéticas e higiénicas, la descripción de enfermedades observadas en los ancianos, y así figuran en los libros de David de Pomis, que publica finalizando el siglo XVI, y Aurelio Anselmi, que se imprime iniciada la siguiente centuria. El doble intento atestigua su incapacidad para dar forma a una patología particular al anciano, y la razón del fracaso, según algunos, estriba en que la experiencia clínica se limita al ámbito social en el que ejercieron y no pudo contrastarse con una práctica hospitalaria, la única que podía permitir estudiar enfermos adultos y ancianos que padecieran idénticas dolencias y descubrir diferencias tanto en la clínica como en el pronóstico.

    En la sociedad medieval, se conservó la tradición grecorromana, el conocimiento y los textos relacionados con el envejecimiento y la vejez mantuvieron los preceptos galénicos que buscaban preservar la salud y retardar la aparición de los signos de decrepitud propios de la vejez. Fue la cultura árabe, especialmente a través del Canon de Avicena, la que sirvió como texto de enseñanza en las universidades occidentales. Avicena mantuvo el legado griego y romano sobre el concepto de ancianidad, tomó los planteamientos de Galeno e insistió en la influencia del clima, del régimen alimenticio, de la bebida de las excreciones (urinaria y fecal) y del ejercicio físico en el proceso de envejecimiento. Los principios dietéticos e higiénicos de la obra galénica reaparecieron en un Régimen de los ancianos de Avicena y en los regimina medievales, textos de literatura médica que tratan especialmente la importancia de la dietética en la salud. Moisés Maimónides quien vivió en el siglo XII, considerado por algunos como el padre de la geriatría, recomendaba a las personas viejas evitar los excesos, mantenerse limpias, beber vino y buscar cuidado médico en forma regular. En la Edad Media, aún se conservaba la concepción de la vejez como seca y fría, también evidente en los textos San Isidoro de Sevilla y Arnold de Vilanova en Francia, quienes además buscaron el elixir de la eterna juventud.

    En general, en la Alta Edad Media se aceptaba y generalizaba la equiparación de enfermedad y ancianidad, ya postulada por Hipócrates. Una de las primeras publicaciones que sobre esta materia se reconoce, fue editada en 1236 por Roger Bacon, con el título de La cura de la vejez y la preservación de la juventud. Otros autores también se destacaron por sus estudios y publicaciones sobre el tema: Zerbi (1468), Cornaro (1467), Ficher (1685) y Canstatt (1807).

    En la sociedad renacentista, y de modo más acentuado en los siglos que le siguen, el mundo de los señores, el único que tuvo a su servicio el conocimiento de los médicos, amplió su base social con el ascenso de los mercaderes enriquecidos y fue este sector social el que siguió solicitando la ayuda médica para sus ancianos, con lo cual se compuso lo que ofrece la literatura denominada gerocómica. Libros que actualizan las recomendaciones galénicas, a las que nada añaden realmente. Sin embargo, no fueron únicamente médicos los que ofrecieron su consejo para retrasar la aparición de los deterioros de la vejez. El tema interesó más a eruditos y moralistas. Quien mejores logros obtuvo en este empeño fue Luigi Cornaro, noble veneciano ya octogenario cuando escribió el libro, muy leído en toda Europa, Discorsi della vita sobria en el que explica el secreto de su vejez saludable cumpliendo el precepto de la sobriedad postulado por Galeno.

    Dado que en el Renacimiento la vejez era la enemiga número uno, se retomó el estudio de sus causas. Todas las teorías fueron tenidas en cuenta: medicina, alquimia, filosofía y religión, mezclaron sus esfuerzos para resolver el enigma de la muerte y la vejez, consideradas hermanas gemelas. Encontrar las causas del envejecimiento permitiría eliminarlo y retardarlo. Sin embargo, nada se añadieron a las teorías de Galeno ni se aumentó la longevidad.

    En el Renacimiento y en la Edad Moderna, apareció la literatura de lo que hoy se llamarían geriatría y gerontología, con obras escritas por Gabriele Zerbi, Marsilio Ficino y Luigi Cornaro, impresas entre finales del siglo XV y XVI, son tratados de higiene que describen los cuidados que se deben tener con el anciano. A partir de allí y durante los siglos XVII al XVIII es copiosa la literatura sobre estos temas y se aumenta la atención médica al anciano.

    Sin embargo, en el siglo XVI persistieron las explicaciones o las ignorancias medievales en cuanto a la vejez, aunque creció el interés en su estudio. Ambrosio Paré, el cirujano, tomó de nuevo los postulados de Galileo y dividió la vida en periodos exactos, más por características morales que por aspectos fisiológicos. La Escuela de Montpelier reprodujo la teoría de la evolución de los humores, la Escuela de Padua habló de transpiraciones insensibles que causan las enfermedades y, en ausencia de comprensiones o explicaciones acerca de la vejez y el envejecimiento, los médicos se dedicaron a buscar recetas que protegieran contra esos humores. En consecuencia, los regímenes de salud se popularizaron y entraron en boga, por ejemplo, el Tratado de la vida escrito por Cornaro en 1558.

    Otra reconocida teoría del envejecimiento data del siglo XVI cuando Sartorio planteó la hipótesis de la pérdida del poder de regeneración, para explicar el envejecimiento. En su libro De la médicine chifrée, publicado en Venecia en 1614, plantea que la explicación de las diferentes enfermedades que aquejan a los ancianos se debe buscar en la incapacidad del cuerpo para reparar los daños que sufre, en la lentificación del metabolismo y en la disminución de la sudoración. Posteriormente Francis Bacon retomó este concepto en muchas de sus obras.

    Existen otras teorías que atribuyen el envejecimiento al ataque de ciertos órganos específicos. La involución del sistema cardiovascular ha sido mencionada por muchos, pero fue Laurens quien desde 1597 se dedicó a desmentirla. El citaba la hipótesis de autores griegos y egipcios que pensaban que el envejecimiento se debía a un adelgazamiento del corazón, órgano mítico que contenía la energía vital del ser. Esta hipótesis fue rechazada por sus trabajos de necropsia que mostraban que el peso del corazón estaba aumentado en una gran cantidad de individuos después de la muerte. En el siglo XIX ya no se consideraba que el corazón fuera responsable del envejecimiento, sino que se creía que este hecho se debía a las arterias.

    En el siglo XVII aparecen las primeras críticas a las teorías de los humores. A partir de los estudios de la hemodinámica (Harvey, 1578-1657) se inicia una explicación mecanicista de la vejez. Descartes está de acuerdo con Harvey en que el cuerpo humano es diferente al alma y que obedece a las reglas de la mecánica. Esta teoría se extendió y dominó el panorama durante muchos años. Sin embargo, la definición y las explicaciones de la vejez continuaron siendo imprecisas y la terapéutica no progresó.

    A Morgagni, médico de Padua (1682-1771) se le atribuye la demostración de la correlación entre los síntomas clínicos y las observaciones al examinar el cuerpo. En 1761, consagró a la vejez una enorme sección de su Tratado de las enfermedades. Sus sucesores introdujeron la vejez dentro de las teorías biológicas, de las cuales la más conocida es el vitalismo, que considera el envejecimiento y sus manifestaciones dentro de un orden natural caracterizado por la disminución de la fuerza vital inicial de cada individuo, concepto similar al postulado por Galeno. Dentro de esta corriente, la medicina permanece expectante, no actúa, por tanto, no propone ni diagnósticos, ni terapéutica.

    La teoría del envejecimiento por involución anatómica fue desarrollada por Lobstein (1777-1835) quien fue el primero en describir las lesiones de la arterioesclerosis. Él concluye que es la obstrucción progresiva de las arterias la responsable del envejecimiento. Sin embargo, existe otro órgano que ha sido considerado como la causa del envejecimiento: el cerebro. Desde el siglo V antes de nuestra era, con Alcmeón de Crotona y, después, a todo lo largo de la historia, se la ha atribuido al cerebro la responsabilidad del envejecimiento, esto pareció confirmarse en el siglo XIX con el descubrimiento de la atrofia cerebral y la acumulación de lipofucsina en las células cerebrales. La lipofucsina es una substancia neutra que se acumula en las células a medida que se envejece.

    Es importante recordar que las hipótesis basadas en la involución glandular, especialmente de las glándulas sexuales, fueron muy populares y se remontan a la antigüedad. De estos postulados nacieron numerosos tratamientos basados en la ingestión de glándulas o de extractos de glándulas, en forma de polvos o de inyecciones (hormonoterapia). Ciertos métodos de rejuvenecimiento en la antigua China estaban basados en la absorción de extractos testiculares de diversos animales o en el consumo de sangre fresca de jóvenes decapitados o aun de la leche de mujeres jóvenes. A lo largo de la historia, y aún en la actualidad, las terapias hormonales tienen muchos adeptos. El desarrollo de las técnicas modernas en biología ha permitido incluir otras hormonas y tejidos en el proceso de envejecimiento: la hormona de crecimiento (Evans y Long, 1921), las gonadotrofinas (Smith, Zondej y Ascheim, 1927) y el timo (Sir Mac Farlane Burnet, 1974).

    En realidad, durante largo tiempo se ha confundido causa y efecto en el envejecimiento. Aunque el corazón y el cerebro cambian, esto no significa que sean la causa del envejecimiento. En cambio, el deterioro de ciertos sistemas biológicos acentúa el envejecimiento de una parte o de la totalidad el organismo, sin ser la causa primaria.

    La teoría de la sobrecarga tóxica es tan antigua como la anterior. Consideraba el envejecimiento como la consecuencia de una intoxicación progresiva de origen endógeno o exógeno. Esta idea fue presentada en numerosas obras tanto de la Edad Media como del Renacimiento, por ejemplo, en las obras de Paracelso. El descubrimiento de depósitos de lipofucsina en las células cerebrales por Mulhmann en 1900 pareció confirmar esta teoría. En 1902 Metchnikoff planteó la fabricación de toxinas responsables de una intoxicación progresiva del organismo por gérmenes contenidos en el sistema digestivo, estas toxinas conducirían a la atrofia del sistema nervioso central, a la senilidad y a la muerte.

    La edad del racionalismo y la Revolución Industrial trajo un nuevo paradigma, el mecanicista, que explicaba el cuerpo como una máquina, sujeta a uso y desgaste. Darwin definió el envejecimiento como una pérdida de la irritabilidad y disminución de la respuesta en los tejidos. Benjamín Rush hizo una aproximación a la fisiología del envejecimiento, puesto que en su obra describe la clínica de varias enfermedades y concluye que estas, más que el envejecimiento, eran las causas de la muerte. También se dice que la primera diferenciación de enfermedades propias del anciano se encuentra en el trabajo clínico de Jean Astruc, quien ejerció en hospitales de París y las dio a conocer en unas leçons redactadas en 1762, pero, por razones que se ignoran, sus estudios quedaron en el olvido.

    Francis Bacon y Benjamin Franklin esperaban descubrir las leyes que gobernaban el proceso de envejecimiento para establecer después un rejuvenecimiento. Como se había dicho anteriormente, se buscaba evitar la pérdida de energía vital y trabajos como el de Hufeland (1762-1836) autor del Arte de prolongar la vida y de Darwin (1731-1802) lo confirman. Todos estaban convencidos que el envejecimiento no era más que el reflejo del consumo de un principio activo que se llamaba energía vital.

    Otros autores consideran que las primeras investigaciones sobre las enfermedades de los ancianos fueron desarrolladas por Pinel quien en 1815 señaló la importancia de su estudio. Fue seguido por otros en Núremberg, Frankfurt y Berlín que fueron presentados a la academia de medicina en 1840. Todos estos trabajos atribuyen las enfermedades relacionadas con la edad a modificaciones anatómicas o fisiológicas del organismo, la misma orientación del Atlas de anatomía patológica de Cruvelhier publicado en 1828.

    En el transcurso del siglo XIX, los cambios sociales impuestos por la industrialización, con el incremento en la esperanza de vida fruto de conquistas médicas y del acceso de la población urbana y campesina al disfrute de algunos privilegios que hasta entonces se reservaba una minoría, entre otros el de la ayuda médica, condujeron, aunados en su influencia, a cambios decisivos en la organización de las instituciones hospitalarias en las que iba a cumplirse una actividad profesional, médica, acorde con el nivel científico alcanzado. Así, en el siglo XIX, basados en la investigación experimental, muchos autores ampliaron el conocimiento sobre el proceso de envejecer, Burkhard Seiler, a partir de disecciones post mortem publicó un tratado de anatomía del envejecimiento. Carl Cansta en Alemania y Clovis Prus en Francia publicaron descripciones sistemáticas de enfermedades de la vejez.

    Probablemente no es casualidad que, en la misma época, otros médicos, como Lorenz Geist en Alemania, Daniel Maclachlan en Londres y Jean-Martin Charcot en París hubieran realizado la labor asistencial hospitalaria que les permitió conocer cómo una misma dolencia puede mostrar un curso clínico distinto y exigir un pronóstico diferente en adultos y ancianos. La tradicional condición del anciano como enfermo adulto ‘de edad avanzada’, creencia griega no discutida, quedó invalidada por la realidad clínica de la experiencia hospitalaria.

    Se puede considerar el Hospital Salpetrière en Francia, con 2000 a 3000 ancianos recluidos, como el primer centro geriátrico conocido. Fue aquí donde Charcot dio las primeras Leçons cliniques sur les maladies de vieillards, con temas que incluían discusión sobre enfermedades especiales de los viejos, diferencias individuales y la distinción entre envejecimiento y enfermedad. Es tal vez la primera vez que se habló de la importancia del seguimiento del anciano a través del tiempo. A partir de la mitad del siglo XIX, la geriatría comenzaba a existir verdaderamente, sin llevar aún ese nombre. Preocupado por buscar las causas del envejecimiento y especificar sus manifestaciones, Charcot definió, de un lado, las enfermedades propias de la vejez como marasmo senil y atrofia cerebral, y de otro lado, las enfermedades de cualquier edad que durante el envejecimiento adquieren características específicas, y finalmente, las inmunidades patológicas creadas por la vejez que explican la rareza de algunas enfermedades en los ancianos, por ejemplo, la tisis y las fiebres eruptivas.

    Con sus estudios, Charcot buscaba ante todo proteger los ancianos y para ello creó una rama especial de la medicina, para la cual Ignatz Leo Nascher (1863-1944) propuso en 1909 (según algunos autores 1912) el término geriatría, en su obra presentada en la Academia de Ciencias de Nueva York titulada Geriatría, las enfermedades de los ancianos y su tratamiento. Este pediatra norteamericano y fundador del primer departamento de Geriatría en los EE. UU., en el Hospital Mont Sinaí de Nueva York, explica en esta publicación, que el término se derivada del griego gerón (viejo) y de iatrikos (tratamiento médico).

    Unos pocos años antes, en 1903, Metchnikoff, sociólogo y biólogo ruso, sucesor de Pasteur y Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1908, propuso a la gerontología como ciencia para el estudio del envejecimiento, ya que según él traería grandes modificaciones para el curso de este último período de la vida. En 1929 Rybnikov definió el objeto y la finalidad de esta nueva disciplina del siguiente modo: gerontología: la investigación del comportamiento en la edad provecta ha de convertirse en una rama de especialización dentro de las ciencias del comportamiento. La finalidad de esta ciencia es la investigación de las causas y condiciones del envejecimiento, así como el estudio y descripción cuidadosa de los cambios del comportamiento regularmente progresivos y que se hallan relacionados con la edad.

    Sin embargo, autores como Birren señalan la fecha de 1835, en la que Quetelet publicó su obra Sur l’homme et le développement de ses facultés, como la inauguración científica de la gerontología. En esta obra Quetelet manifiesta la importancia que tiene establecer los principios que rigen el proceso por el que el ser humano nace, crece y muere. Además, compara el rendimiento cuantitativo de determinados dramaturgos ingleses y franceses, en distintos años de su vida, convirtiéndose así en el precursor de futuros trabajos sobre el problema del desarrollo de la inteligencia y del rendimiento. La importancia de Quetelet para la investigación del envejecimiento se encuentra, por una parte, en que se opuso a la generalización de las comprobaciones aisladas y propugnó por la realización de investigaciones científicas rigurosas, y, por otra, en que destacó la relación entre las influencias biológicas y sociales, incluso en el proceso de envejecimiento. Este autor criticó las investigaciones realizadas hasta entonces sobre el tema reprochándoles no haber relacionado nunca las facultades especiales con las distintas edades, no haberse planteado la posibilidad de ciertas modificaciones y no haberse interesado en cómo se influyen mutuamente las diversas facultades. Birren (1961) afirma al respecto: Con estas palabras y datos, Quetelet inicia claramente la psicología del desarrollo y del envejecimiento (p. 70).

    De otro lado, a finales del siglo XIX las primeras tentativas de medir el metabolismo basal mostraron una correlación entre la disminución del metabolismo basal y el aumento de la edad. Así, la teoría de la usura del organismo entró en boga. Sin embargo, su origen se remonta a la antigüedad cuando Demócrito, Epicuro y Lucrecio, evocaron la usura de la máquina humana con el tiempo.

    El comienzo del siglo XX marca un cambio en las teorías del envejecimiento humano. En 1906 Minot en su libro La naturaleza y la causa del envejecimiento propuso una teoría del envejecimiento como la consecuencia de la pérdida de poder de crecimiento y de multiplicación de las células. Describió la reducción del tamaño del núcleo celular y el aumento del volumen del citoplasma con el envejecimiento. Los trabajos de Minot iban en el mismo sentido de los de Francis Bacon que pensaba que el envejecimiento se debía a una pérdida de la capacidad de regeneración del cuerpo humano. Por primera vez se consideró el envejecimiento, no como un fenómeno independiente, sino como la continuación normal del crecimiento. Las experiencias de Carrel en 1931 y de Lecomte en 1936 confirmaron la hipótesis celular del envejecimiento.

    En 1935, en el Reino Unido, Marjorie Warren demostró que mucha gente crónicamente enferma podría ser exitosamente rehabilitada. Trasladó estos conceptos a la geriatría para el tratamiento de enfermos crónicos y así liberar camas hospitalarias. Se considera la precursora de la Evaluación Geriátrica Multidimensional, que está fundamentalmente dirigida a los ancianos frágiles con grandes síndromes geriátricos (inmovilidad, caídas, confusión e incontinencia).

    Entre 1914 y 1930 se duplicó la población anciana, además el proceso de industrialización de la sociedad produjo la concentración de muchos de esos ancianos en la ciudad, lo cual llamó la atención sobre este grupo poblacional, producto de ello en 1938 se celebró en Kiev la primera conferencia mundial sobre la senescencia, apareció en Alemania la primera publicación periódica especializada y en EE. UU. en 1942 fue constituida la Sociedad Americana de Geriatría. La Sociedad Británica de Geriatría fue fundada en 1947.

    A partir de este momento se inició también un trabajo de equipo en los países anglosajones y en toda Europa y no es de extrañar que hasta 1960 el eje central de la investigación se encontrara en lo biofisiológico, el rendimiento y en las funciones. Producto de la investigación y el avance científico y tecnológico, se proponen nuevas explicaciones al proceso de envejecimiento, aunque la investigación científica en este campo se consideró durante mucho tiempo como algo exclusivo de la medicina, se comprende que la mayoría de las tentativas para explicar el proceso de envejecimiento partieran desde los fundamentos biológicos y tuvieran una orientación biológico-fisiológica, acorde al paradigma positivista predominante. Posteriormente, el interés se ha ido ampliando hacia otros aspectos: psicológicos, sociales, culturales, políticos y económicos, entre otros, aunque sin desconocer los anteriores.

    La gran revolución de la gerontología se dio en los años cincuenta con el auge de los sistemas de pensión y de retiro y la creciente intervención del Estado en este dominio. El sistema tradicional de asistencia se consideró degradante, se adoptó una nueva terminología tercera edad o adulto mayor para reemplazar la vejez la cual se convirtió en sinónimo de desgaste y de incapacidad. La geriatría y los geriatras, estimulados por el Estado y por las compañías y sistemas de jubilación y pensión, lograron, poco a poco, promover una nueva visión de los problemas de la vejez. Basados, en un principio, en la diferencia básica entre envejecimiento normal y patológico, esta nueva disciplina, preconizó una visión global del envejecimiento, que tiene en cuenta los aspectos fisiológicos, psicológicos, sociales y culturales del anciano, todos en interacción.

    En Colombia los trabajos relacionados con la gerontología se iniciaron en 1954, año en el cual Guillermo Marroquín, Santiago Perdomo y Miguel Villamarín asistieron al primer curso de posgrado en gerontología en la ciudad de Madrid, en el año siguiente el doctor Marroquín fue nombrado jefe del Departamento del Anciano de la Secretaria Nacional de Asistencia Social de la Presidencia de la República. En el país se hizo el primer censo de las instituciones de asistencia a la vejez y se proclamaron los derechos de la ancianidad. Así mismo, en el marco del primer Congreso Panamericano de Gerontología se aprobó el 28

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1