Vivir con un diagnóstico de fibromialgia no es sencillo. Quien la padece, tiene sus altas y bajas; sus días buenos y regulares, porque prácticamente se vive con dolor de manera permanente.
A esto se agrega una gran dosis cansancio o fatiga intensa, insomnio y sueño poco reparador, alteraciones en el estado de ánimo, como aprensión, temor, angustia y depresión, dificultad para concentrarse, altera-ciones sensitivas, como el adormecimiento de alguna parte del cuerpo o dolores de cabeza, por citar sólo algunos de los múltiples síntomas.
Aunque no tiene manifestaciones físicas demostrables, las diversas molestias que pue-den aparecer, casi en cualquier órgano o sistema, la convierten en una condición sumamente incapacitante si no es diag-nosticada y tratada oportunamente.
Los datos refieren que entre