Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Envejecimiento: Del nacer al morir
Envejecimiento: Del nacer al morir
Envejecimiento: Del nacer al morir
Libro electrónico386 páginas6 horas

Envejecimiento: Del nacer al morir

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Qué implica envejecer en los distintos ámbitos de la vida? Este libro reúne perspectivas del vivir-envejecer como fenómeno complejo que integra múltiples aspectos en permanente interrelación. Desde distintas disciplinas: psicología, sociología, demografía, economía, desarrollo humano y estudios de familia, filosofía, educación, trabajo social, enfermería, derecho, biología y periodismo, ofrece análisis y reflexiones que invitan al diálogo y al debate de aspectos claves como el cuidado, la seguridad social en pensiones y salud, la educación permenente y la cada vez más urgente necesidad de diálogo e investigación interdisciplinaria. Coedición con la Fundación Christel-Wasiek y Cepsiger.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 sept 2017
ISBN9789586654586
Envejecimiento: Del nacer al morir

Relacionado con Envejecimiento

Títulos en esta serie (9)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Medicina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Envejecimiento

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Envejecimiento - Dulcey Ruíz Elisa

    Unwi.

    Capítulo 1

    LA PERSPECTIVA DEL TRANSCURSO DE LA VIDA: UNA MIRADA BIOGRÁFICA Y CONTEXTUAL

    Elisa Dulcey-Ruiz

    Referirnos a la totalidad de la vida como continuidad con cambios y como desarrollo y envejecimiento permanentes, es asumir que, de principio a fin, la vida es moldeable y cambiante e implica la interacción recíproca de pérdidas y ganancias, de posibilidades y limitaciones, en contextos históricos, políticos, económicos y socioculturales específicos. Desde esta perspectiva se evita considerar el desarrollo como equivalente a logros progresivos y a etapas sucesivas, y el envejecimiento como si fuese sinónimo de vejez. Por el contrario, desarrollo y envejecimiento se entienden como procesos de cambio interrelacionados durante toda la vida. Reiteramos la necesidad de superar visiones ahistóricas y culturalmente descontextualizadas, teniendo en cuenta que más que la biología y que la cronología, lo que caracteriza la identidad de cada persona es la biografía, mediada por la historia y el contexto. Por ello es primordial enfatizar la importancia de los vínculos sociales y afectivos, así como su impacto en el bienestar y la satisfacción, desde temprano en la vida, hasta el final de la misma. En coherencia con ello, se destaca el propósito de contribuir a la construcción de sociedades para todas las edades.

    EL TRANSCURSO DE LA VIDA

    Hablar del transcurso de la vida, del nacer al morir, es reconocer la vida como un proceso de continuidad y cambio constante, de envejecimiento permanente, en el que se conjugan posibi­lidades y limitaciones, incluyendo la finitud de la vida como una de sus características definitorias. Porque la vida tiene límites y, en coherencia con ello, cada vez vivimos más, a la vez que nos queda menos tiempo por vivir. Por otra parte, tanto el proceso de envejecimiento, como la condición de la vejez o el hecho de ser persona vieja, no podrían entenderse sin inscribirlos en la totalidad de la existencia. El envejecimiento y el curso de la vida son siempre inseparables (Longino, 2003, p. S326). Considerarlos aisladamente equivaldría a fragmentar la vida con la consecuente dificultad de entenderla.

    No basta, sin embargo, concebir la vida, de principio a fin, como continuidad con cambios y envejecimiento constante. Es preciso tener en cuenta la historia y el contexto en que se enmarca, porque resultaría absurdo aludir al transcurso de la vida sin tener en cuenta las múltiples condiciones en que este tiene lugar. Como lo afirmara el sociólogo Charles Wright Mills (1959/2004), ni la biografía de un individuo, ni la historia de una sociedad pueden entenderse, si no se consideran en conjunto (p. 23).

    Asumir la totalidad del transcurso vital implica, entonces, reconocer la vida como integración de persistencia y cambio, puesto que continuamos siendo los mismos, sin dejar de cambiar continuamente. Y vivimos cambiando y envejeciendo en contextos y condiciones históricas y socioculturales cada vez más rápidamente cambiantes, complejas y diversas. Esto implica que estudiar el transcurso de la vida humana requiere una mirada multidisciplinaria e idealmente interdisciplinaria, puesto que cualquier disciplina aislada, por completa que se considere, solo puede ofrecer visiones parciales.

    DIVERSIDAD DE HISTORIAS, CONTEXTOS Y EXPECTATIVAS DE VIDA

    Una característica determinante del presente siglo XXI es que cada día hay más personas que viven más tiempo. Lo anterior, sin desconocer que durante toda la historia de la humanidad ha habido personas que, comparativamente, han vivido mucho más que el resto de la población y por ello se han considerado personas viejas, teniendo en cuenta que los parámetros de lo que se ha dado en denominar vejez (época en que más se ha vivido) han sido, son y seguirán siendo cambiantes, dentro de ciertos límites.

    A modo de ejemplo, a mediados del siglo XIX, cuando en Francia la esperanza de vida estaría alrededor de los 40 años, Honorato de Balzac, autor de la novela La mujer de 30 años, se refería a esta como a una mujer vieja.

    De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 1950, la esperanza promedio de vida en el mundo se ha incrementado al ritmo de tres años por década; y entre el año 2000 y el 2015, ha aumentado cerca de cinco años (WHO, 2016). Esto se debe a avances científicos, tecnológicos y culturales que han llevado a cambios en las condiciones de existencia, los comportamientos y los estilos de vida.

    Sin embargo, tales cambios no son homogéneos. Como señala la misma OMS, hay diferencias en la expectativa de vida al nacer de acuerdo con regiones, países y sectores. Por ejemplo, en el año 2015, en el mundo la esperanza de vida al nacer era de 71 años aproximadamente (cerca de 74 para las niñas y de 69 para los niños), pero en los países con mejores niveles de vida, como Japón, Suiza, Italia, España, Francia, Islandia, entre otros, era igual o superior a los 80 años. En cambio, en países con precarios niveles de vida, entre ellos los de África Subsahariana, era inferior a los 60 años (WHO, 2016). También y por supuesto, se evidencian diferencias en América Latina, más aún si se tiene en cuenta la enorme desigualdad económica y social persistente en la región.

    En sentido similar lo plantea la organización Save the Children en el Mapa de la supervivencia infantil (2012):

    Los niños y niñas que nacen en Islandia, Suecia, Japón o Austria, tendrán una larga vida y disfrutarán de educación y buena salud; pero de los que nacen en Haití, 165 de cada 1000 no llegarán a los cinco años, 18 por ciento sufrirá de desnutrición y una mayoría tendrá acceso restringido a la educación y la salud (citado por Dulcey-Ruiz, 2015, p. 547).

    LA VEJEZ EN LA PERSPECTIVA DEL TRANSCURSO DE LA VIDA

    Cuando hablamos del transcurso de la vida como caracterizado por la interacción de consistencia y cambio (Thomae, 2000, p. 295), no deja de sorprender que con alguna frecuencia se confunde el proceso de envejecimiento con la condición de ser persona vieja; que se alude a la vejez como si constituyera una realidad separada del transcurrir total de la vida, como si quienes la viven conformaran un mundo aparte, y además, como si en la vejez las personas se parecieran mucho entre sí. Por lo anterior vale la pena aludir a heterogeneidad, a integralidad de la vida y a identidad más allá de las apariencias.

    A PROPÓSITO DE HETEROGENEIDAD

    Alguien dice con razón que cuando más nos parecemos es cuando somos recién nacidos y nunca más nos pareceremos tanto, porque la vida es un proceso de diferenciación progresiva. Aunque a la luz del mercadeo y de la sociedad de consumo masivo suele convenir considerar a las personas viejas como muy parecidas entre sí, en realidad la población más heterogénea que existe es la que más ha vivido. Es decir, las personas viejas constituyen la población más disímil y no se asemejan por sus edades, sino por sus experiencias de vida, las cuales son cada vez más diferenciadas, así se trate de gemelos univitelinos (que proceden de un mismo óvulo fecundado por un mismo espermatozoide). Nos parecemos más a nosotros mismos en épocas anteriores de la vida que a otras personas de la misma edad, aunque vivamos en contextos similares. Más que la biología y que la cronología, lo que nos caracteriza es la biografía. Por otra parte, las diferencias de género implican que mujeres y hombres viven, envejecen y llegan a la vejez de maneras muy distintas, no solo por razones biológicas, sino sobre todo por razones socioculturales. Las expectativas sociales que se construyen desde el comienzo de la vida con respecto al hecho de ser mujer y de ser hombre moldean gran parte de la existencia.

    A PROPÓSITO DE LA INTEGRALIDAD DE LA VIDA

    Con frecuencia, tanto en palabras como en acciones parece creerse que la vejez es una realidad separada del resto de la vida. Por eso interesa insistir en que la fragmentación de la vida y la segregación entre generaciones conducen fácilmente a la discriminación por razones de edad (Hagestad y Uhlenberg, 2005). Parecería que algunas personas se preguntaran con asombro: ¿qué tiene que ver la vejez con el transcurrir anterior de la vida? ¿Qué tienen que ver la infancia, la niñez y la juventud con la vejez? Aunque a veces parezca difícil reconocerlo, la respuesta es: tienen todo que ver porque la vejez constituye la culminación de la vida desde su comienzo, y en buena parte evidencia cómo ha sido su transcurrir. Ventajas y desventajas de diferente orden se acumulan individual y socioculturalmente, de manera progresiva, a lo largo de la vida. Con respecto a lo anterior, no sobra recordar que las personas viejas de hoy no nacieron viejas y que los jóvenes de hoy van a llegar a vivir la vejez, si no mueren antes. Por supuesto, asumiendo lo anterior más allá de eufemismos y de parroquialismos lingüísticos que ingenuamente pretenden identificar juventud con vigencia y vitalidad, y vejez con obsolescencia y decadencia.

    IDENTIDAD MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS

    Vivimos envejeciendo y seguimos siendo los mismos, a la vez que cambiamos permanentemente. Seguimos siendo los mismos, pero algunas veces, al percibir cambios físicos y sobre todo de apariencia, hay quienes tienden a ocultarlos, probablemente por vivir en una sociedad donde con frecuencia se supervalora lo juvenil. Y esa valoración extrema de lo juvenil, de lo reciente, parece influir en dejar a un lado y en minusvalorar lo menos reciente y, en el caso de las personas, a quienes más han vivido. Lo anterior equivale a negar la integralidad de la vida y a desconocer, igualmente, que la pertenencia social y el sentirse parte de la sociedad en que se vive son valores fundamentales y constitutivos de la vida, independientemente de la edad.

    CONTEXTOS Y CONDICIONES DE VIDA

    Como se ha señalado, cada día hay más personas que viven más tiempo: más de 65, 70 y 80 años. Y la población que crece más rápidamente es la que más ha vivido. Sin embargo, vale la pena diferenciar entre el vivir cada vez más y la calidad de ese vivir más. Sin duda, en el mundo, en general, y en los países latinoamericanos, en particular, muchas personas que hoy tienen 65 y más años, dadas las condiciones en que viven, sienten y en ocasiones expresan que vivir así no vale la pena, pues es apenas sobrevivir.

    Interesa, entonces, diferenciar entre ser persona vieja en condiciones precarias de vida y ser persona vieja en condiciones coherentes con calidad de vida. Porque la calidad de vida depende en buena parte de las condiciones en que se vive a lo largo de la misma, desde el nacimiento e incluso antes, como también de los comportamientos, las relaciones y los estilos de vida predominantes.

    Lejos de considerar que vejez equivale per se a deficiente calidad de vida, a pobreza y a dependencia, conviene tener en cuenta las condiciones políticas, económicas y culturales del sistema social en las cuales viven muchas personas, sobre todo en la vejez (Bury, 1996; Towsend, 2007). Ilustra lo anterior la precariedad y con frecuencia la carencia de seguridad económica, la falta de servicios de salud oportunos, confiables, accesibles y de calidad, así como la persistencia de condiciones de trabajo precario en las que viven muchas personas, particularmente en América Latina (OIT, 2011).

    Como lo advierte el sociólogo y demógrafo colombiano José Olinto Rueda las personas viejas del 2050 ya nacieron y están entre nosotros (2004, p. 34). Ante tal realidad es pertinente preguntarnos por las condiciones en que están viviendo actualmente muchas personas jóvenes y adultas. Un porcentaje importante de jóvenes hace parte de los hoy llamados ni-ni: ni estudian, ni trabajan, por falta de oportunidades. No obstante, están envejeciendo y si no mueren antes, han de llegar a vivir la vejez. La pregunta en la que vale la pena insistir es: ¿en qué condiciones? La figura 1 ilustra el caso del proceso del vivir-envejecer, desde el nacimiento y la llegada a la vejez, de quienes nacieron en 1985, en el año 2004 eran jóvenes y a mediados del siglo (en el año 2050) habrán llegado a su cumpleaños número 65.

    Por ello es urgente y prioritario cambiar miradas centradas en el concepto de vejez como separada del transcurso de la vida y como equivalente a deficiencia, dependencia y pobreza, sin tener en cuenta las condiciones políticas, económicas y socioculturales de precariedad y discriminación en que muchas personas viven, sobre todo en países de América Latina, lamentablemente caracterizada como la región socioeconómicamente más inequitativa del planeta.

    Se trata de mirar a lo largo y ancho de la existencia, y de ocuparnos como Estado y como sociedad de las personas de todas las edades durante toda la vida. De ocuparnos de las generaciones futuras de personas viejas, sin descuidar por eso las presentes.

    Figura 1. Niños en 1985, jóvenes en 2004, viejos en 2050. Colombia

    Fuente: DANE (2003). Presentación de César Caballero en la celebración del Día Mundial de la Población.

    Tal vez uno de los trabajos más urgentes es visibilizar el tema y sensibilizar acerca del mismo a quienes toman decisiones políticas, haciendo énfasis en la necesidad de políticas cada vez más coherentes con los derechos humanos y alejadas del asistencialismo. Políticas que tengan en cuenta el transcurso total de la vida, sin fragmentarlo, aunque sin dejar de tener presentes necesidades específicas, sabiendo que las personas no se asemejan por edades, sino por necesidades, condiciones y requerimientos (Neugarten, 1996/1999).

    Por otra parte, es fundamental contribuir a que las personas de todas las generaciones se familiaricen con formas de en­tender la vida como construcción permanente en que interactúan desarrollo y envejecimiento. Al respecto, Baltes y Baltes (1990) consideran que el desarrollo y el envejecimiento a lo largo de la vida implican una relación orquestada de selectividad, optimización y compensación. Es decir, de elección de metas y comportamientos orientados a las mismas (selectividad); de perfeccionamiento de ciertas capacidades y experiencias mediante la práctica (optimización); y de la posibilidad de contrarrestar pérdidas y disminuciones funcionales, sustituyéndolas por nuevas habilidades y recursos (compensación).

    Interesa entonces indagar, durante la vida y no solo al final de la misma, cómo vamos en su construcción y qué tanto la favorecen, o no, las condiciones en que vivimos, las relaciones, los comportamientos y los estilos de vida que mantenemos. Al respecto, vale la pena recordar lo que, desde hace ya casi dos siglos, expresó el filósofo danés Søren Kierkegaard: la vida se vive hacia adelante, pero solo se entiende mirándola hacia atrás.

    A PROPÓSITO DE GENERACIONES Y GÉNERO

    Los seres humanos se parecen a sus contemporáneos más que a sus progenitores, afirmaba el filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1850). Tal afirmación bien puede introducirnos al concepto de generación, en el sentido histórico del término. Se trata de un conjunto de personas que comparten, en mayor o menor grado y simultáneamente, experiencias históricas que se ven reflejadas en sus comportamientos, actitudes y formas de pensar.

    Al respecto, el profesor Felipe Rojas Moncriff (2011), investigador de la condición juvenil en Colombia, afirma:

    ... la noción de generación como grupo de población con una conciencia histórico-social propia es la que le confiere cohesión en sus comportamientos y en sus formas de pensar. Considerar así las generaciones sería entenderlas como conjuntos de seres interrelacionados e interdependientes cuyos cambios generan cambios en otros grupos de edad, tanto en el corto como en el largo plazo.

    Con dicho marco de referencia es coherente la afirmación del sociólogo español Gil Calvo (2003): Los viejos de hoy no son el espejo en que hayamos de mirarnos los demás, contemplando en su reflejo nuestro propio futuro, lejano o próximo, sino algo completamente distinto (p. 96). Afirmación que el mismo autor ilustra refiriéndose al impacto de diferentes condiciones históricas, políticas y socioeconómicas, en distintas generaciones de su país.

    El género, por otra parte, es una construcción cultural que se emplea para aludir a lo que se considera adecuado —para no decir propio— en términos de formas de ser y comportarse de las mujeres y de los hombres. Interesa aclarar que, mientras el sexo se refiere a las características anatómicas y fisiológicas, el género tiene que ver con significados construidos histórica y socioculturalmente. Significados relativos a lo que dentro de cada contexto cultural —y también en cada época— caracterizaría lo femenino y lo masculino. Por supuesto, al revisar la historia de la humanidad encontramos atribuciones muy diversas y generalmente asimétricas con relación a lo masculino y a lo femenino, desde el nacer hasta el morir, incluyendo expectativas relacionadas con el nacimiento y la infancia, en cuanto a atuendos, cuidados, formas de crianza y aprendizajes.

    El impacto de tales expectativas a lo largo de la vida de hombres y mujeres es indiscutible.

    La psicóloga española Anna Freixas se refiere a la utilización de un doble código sociocultural cuando se alude al envejecimiento y a la vejez de las mujeres y de los hombres. A propósito, considera el enorme peso de las presiones sociales en los estándares relacionados con el género, incluyendo cánones de belleza que suelen asociarse con juventud y que dificultan a muchas mujeres, sobre todo en la adultez media y mayor, el reconocimiento y la aceptación de su propio cuerpo. Hermosamente maduras subtitula uno de sus escritos, en el que aboga por que las mujeres luchen contra los estereotipos, tanto de edad como de género; logren replantear su autoimagen y asumirse sin enmascaramientos, lo cual es posible conseguir progresivamente, mediante el diálogo, el compartir de experiencias y el apoyo mutuo (Freixas, en Coria, Freixas y Covas, 2005, citada por Dulcey-Ruiz, 2015, pp. 316-317).

    Rojas Moncriff (2011) se refiere así a cambios generacionales relacionados con la condición femenina en Colombia:

    ... el ejemplo por excelencia en nuestra experiencia como sociedad es el cambio de la condición femenina colombiana en los últimos cinco decenios, en donde esas transformaciones cambiaron el mercado de trabajo, modificaron la estructura del sistema educativo, dieron lugar a la primera generación de niños y niñas preescolares, generaron la necesidad de formar educadoras preescolares y, por consiguiente, hicieron posible la formulación y la socialización de la Política de primera infancia, por parte del Estado colombiano. La profesora Florence Thomas, quien fuera catedrática en la Universidad Nacional de Colombia, decía que es la revolución más profunda que se dio durante el siglo XX, y se dio con una inmensa ventaja, no se derramó una sola gota de sangre, lo cual es un mérito muy grande en un siglo que vio morir a casi 200 millones de personas entre dos guerras mundiales, varias revoluciones y muchas revueltas populares. Esa inmensa transformación generó cambios en la condición juvenil, nos obligó a los adultos del género masculino también a cambiar nuestras relaciones y evidentemente está generando cambios a largo plazo para los adultos mayores.

    ALCANCES, BRECHAS Y DESAFÍOS

    BIOGRAFÍA, HISTORIA Y CONTEXTOS

    En realidad, somos parte de cuanto encontramos en el camino de la vida. Como afirmara el poeta británico Alfred Tennyson, en su poema Ulises (1833/1842), soy parte de todo lo que he conocido. Esta reflexión bien puede reflejar la importancia de considerar el transcurrir de la vida como un caminar en entornos específicos que incluyen diversidad de personas con quienes interactuamos, recursos de distinta índole, posibilidades y limitaciones, ventajas y desventajas que se van acumulando progresivamente a lo largo de la existencia. De ahí la importancia de tomar conciencia de la vida como proceso que implica, al mismo tiempo, continuidades y discontinuidades, innovaciones y logros, crecimientos y declinaciones, que ocurren a la vez y que no necesariamente son características —y menos propias— de una edad específica.

    Igualmente, el viaje por la vida implica multidimensionalidad y multidireccionalidad. Muy diferentes factores se conjugan e interactúan en su construcción: influencias genéticas y epigenéticas, geográficas, medioambientales, históricas y socioculturales, así como acontecimientos y experiencias personales únicas que marcan las vidas humanas. De modo que en la práctica resulta imposible atribuir algún resultado como determinado por un solo factor. Sin duda y, como lo señalara Bronfenbrenner (1987, 2005), las influencias principales están en interacciones diversas y complejas de múltiples factores.

    Surge, entonces, la necesidad de una visión conjunta de tipo interdisciplinario, indispensable para lograr una aproximación —aunque sea siempre incompleta— al estudio de la vida humana, como biografía mediada por historia y contextos. En tal dirección se orientan hallazgos de investigaciones que iluminan la complejidad del interjuego entre cultura y biología (Keller, 2002; Mather, 2016); entre genética y sociología (Shanahan y Boardman, 2009); entre sociología y epigenética ambiental (Landecker y Panofsky, 2013); entre estatus socioeconómico, diferencias epigenéticas y determinantes psicológicos, sociológicos y biológicos de la salud (McGuinness, McGlyn y Johnson et al., 2012); entre los contextos sociales e históricos, la salud y el bienestar de los individuos durante toda la vida (Bengtson, Elder Jr. y Putney, 2005); entre desarrollo humano, tiempo y contexto (Elder Jr., 2003); entre ecología, cambio ambiental y curso de la vida (Elder Jr. y Rockwell, 1979; Bronfenbrenner, 2005); entre teoría evolucionaria, psicología y antropología (Keller y Kärtner, 2013); entre psicología y sociología (Baltes y Mayer, 1999; Diewald y Mayer, 2008); entre robótica y comportamiento social humano (Broadbent, 2017).

    En general, y cada vez más, predominan los interrogantes y las investigaciones orientados a estudiar comparativamente el desarrollo y envejecimiento humanos a lo largo de toda la vida, teniendo en cuenta un mundo cada vez más cambiante. ¿Cómo y por qué difieren grupos, cohortes y generaciones, de acuerdo con las condiciones biológicas, geográficas, ecológicas, históricas, económicas, políticas y culturales en general?

    EL SER ES REALMENTE INTER-SER

    En el camino de la vida jamás estamos solos, necesariamente interactuamos con otras personas y en diferentes entornos. A propósito, el maestro budista Thich Nhat Hanh (1996) afirma: No podemos estar por nosotros solos… no podemos estar sin otras personas… pero muy a menudo olvidamos que el ser es realmente inter-ser. Es imposible ser independientemente del entorno, del medio ambiente y, sobre todo, de otras personas. Interdependemos de manera permanente. Nos conformamos como personas y constituimos nuestra identidad siempre en entornos específicos y en relación con otros. Es decir, no solo vivimos envejeciendo, sino que vivimos interrelacionándonos directa e indirectamente, presencial y virtualmente con muy diversas personas. Y es en la interacción, en mayor o menor grado, que vamos construyendo redes y relaciones, unas más significativas que otras. En tal sentido, la socialización, o el construirnos como seres sociales, es un proceso recíproco y permanente, aunque en épocas tempranas de la vida sea mucho más determinante. Los vínculos nos constituyen como seres humanos durante toda la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1