A Roman Krznaric le consideran un «filósofo público» porque sus libros se centran en el poder de las ideas para cambiar la sociedad y se han traducido a más de veinte idiomas. Es fundador del primer Museo de la Empatía del mundo, miembro fundador del cuerpo docente de The School of Life en Londres y asesor en materia de empatía de organizaciones como Oxfam o Naciones Unidas. Y demuestra sus dotes empáticas desde su casa en Oxford tras sus problemas de conexión por videoconferencia y una jornada en la que tuvo «un imprevisto doméstico». Está casado con Kate Raworth, reconocida economista de Oxford y Cambridge, autora del bestseller Economía Rosquilla o Economía del Donut, con quien tiene una hija y un hijo gemelos casi adolescentes. Es autor de varios libros, investigador de la Long Now Foundation y miembro del Club de Roma. Con su biblioteca tras él, reflexiona con lúcida humildad sobre el tema de su último libro, El buen antepasado : pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista (Capitán Swing).
«El viaje de la conciencia, de abrir nuestras mentes, puede llevar mucho tiempo»
Su libro bien podría llamarse «Cómo ser un buen huésped del planeta». ¿Cuándo empezó a interesarse en ser un buen antepasado?
Me ha llevado mucho tiempo entender mi relación con el futuro. En la década de 1990 fui politólogo, solía dar conferencias sobre democracia en universidades y ni siquiera estaba pensando en las generaciones futuras, ni en que no tienen voz política. Si me hubieras preguntado en 1999 sobre ellas, o sobre ser un buen antepasado, no habría tenido nada que decir. Pero para mí, como para mucha gente, el viaje de la conciencia, de abrir nuestras mentes, puede llevar bastante tiempo. Como cambiar a un consumoy cambió mi forma de pensar de manera increíble. Comencé a poder sentir en mi piel toda la ciencia del clima sobre la que había estado leyendo como algo mucho más real. Cuando en 2008 tuvimos a los gemelos, como le pasa a muchas personas, la experiencia empieza a cambiar tu horizonte temporal y piensas: ¿Cómo me van a juzgar? No hace mucho mi hija me dijo: «¿Cómo podías volar tanto en los noventa? Ya había sido la Cumbre de la Tierra de Río 1992 y sabías del calentamiento global». En esa década solía coger aviones a todas partes, hacía investigación en Guatemala por mi trabajo y la universidad. Y le dije: «Bueno, lo sabía pero, ya sabes, lleva tiempo». Mis hijos me juzgaron como un mal antepasado, tal vez ese fue el momento en que realmente comencé a entenderlo.