Siete cuestiones esenciales para conocer al ser humano
Por Giorgio Nardone
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Estos son solo algunos de los temas sobre los que el autor reflexiona en esta obra, una breve meditación sobre cuestiones cruciales para la existencia humana. Con la mirada desencantada y pragmática con la que nos ha acostumbrado en más de treinta años de investigación y trabajo terapéutico, Giorgio Nardone se viste de filósofo en Siete cuestiones esenciales para conocer al ser
humano, en busca de una síntesis que hoy es más necesaria que nunca en un mundo dominado por el exceso de información. Sin pretensión de exhaustividad, ni de alcanzar conclusiones definitivas, pero sí de proponer claves para indagaciones posteriores, el autor nos brinda una guía para explorar el mundo, una brújula conceptual para no naufragar en la complejidad actual. Cuenta para
ello con numerosos nombres de la literatura, la filosofía y la ciencia: de Einstein a Platón, de Camus a Nietzsche, de Darwin al expapa Ratzinger, cada cual con su propia receta para convertirse en pensador, pero sobre todo en actor estratégico.
Giorgio Nardone
Giorgio Nardone es director del Centro di Terapia Strategica de Arezzo, que fundó junto con Paul Watzlawick. Dirige la Escuela de Especialización en Psicoterapia Breve Estratégica y la Escuela de Comunicación y Problem Solving Estratégico, con sedes en Arezzo, Milán, Madrid y Barcelona. Reconocido internacionalmente como el máximo exponente de los investigadores que impulsaron la evolución de la Escuela de Palo Alto, es autor de numerosos trabajos que se han convertido en una referencia teórica y práctica para estudiosos, psicoterapeutas y managers de todo el mundo.
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Siete cuestiones esenciales para conocer al ser humano - Giorgio Nardone
océanos.
Primera cuestión
Se nace o se llega a ser
Una cuestión abordada desde la antigüedad es la de si el ser humano nace con una dotación biológica o genética determinada, en gran parte inmodificable, o si en cambio son el entorno, la experiencia y la socialización los mayores responsables de sus características. Aún hoy las dos posiciones son sostenidas de manera contrapuesta, o bien nos preguntamos en qué porcentaje la dotación biológica influye sobre lo que se obtiene y los aprendizajes, y viceversa. Nadie está en condiciones de excluir del todo uno de los dos factores constitutivos, pero, según cuáles sean las perspectivas teóricas, los porcentajes de influencia resultan de una variabilidad extrema. En el ámbito científico podemos encontrar disciplinas basadas en un biologismo radical (como la química farmacéutica) y otras que atribuyen mayor importancia a los factores ambientales (como la antropología cultural). En el caso de la psiquiatría y la psicoterapia, hallamos puntos de vista situados en las antípodas, tanto en lo relativo a las causas como a las terapias de los trastornos mentales y conductuales: por una parte, el trastorno mental sería el producto de dinámicas químico-biológicas, por la otra, el producto de la experiencia del sujeto. Esto ha conducido a una larguísima disputa entre los dos enfoques al cuidado de las patologías mentales, una preferentemente química y la otra marcadamente psicológica. Queda claro para el lector no llevado por entusiasmos que detrás de tales posiciones no hay solo una oposición científica, sino una importante lucha por el poder social y académico, además de fuertes intereses económicos: los psicofármacos ocupan las primeras posiciones entre las medicinas más vendidas, mientras que el mercado de las psicoterapias mueve un gran volumen de negocio. Al analizar las diferentes perspectivas que explican los fenómenos humanos, no podemos limitarnos a una observación basada en un «realismo ingenuo» (Salvini, 1988) que no tenga en cuenta los aspectos económicos, ideológicos y políticos, además de las teorías y su aplicación. Piénsese, por ejemplo, en la actual discusión sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo: las presuntas citas científicas tienen muy poco que ver con la investigación llevada a cabo, dado que no existen estudios fiables y a largo plazo sobre el crecimiento sano o no de un niño dentro de este nuevo modelo familiar. Sin embargo, hay quien sostiene que en semejante contexto la homosexualidad del hijo/a es probable, si no planificada; por el contrario, hay quien está convencido de que la natural orientación sexual del niño no será influida en lo más mínimo por la de los padres.
No resulta difícil entender que el desequilibrio sobre la naturaleza o sobre los logros no sea solo asunto de la ciencia, sino que la ciencia misma está influida por las ideologías, el poder y el beneficio económico y, a su vez, estas realidades son influidas por la ciencia. Nada es neutral y perfectamente cristalino. Esto no debe asombrarnos, puesto que es un efecto de la complejidad de las dinámicas puestas en práctica por el hombre al desarrollar sus capacidades de manipular y gestionar la realidad. Una vez aclarado este punto metodológico, podemos proceder al análisis de las diversas posiciones sobre la cuestión.
Federico II, considerado stupor mundi por su amplia y profunda sabiduría, procedió a un experimento decididamente interesante para nuestro tema: descubrir si había una lengua natural que los recién nacidos heredan como bagaje biológico. Con este fin hizo aislar a un cierto número de niños: nadie debía hablar con ellos para no influir en su espontánea verbalización a través de una eventual lengua natural. No solo los pequeños no expresaron ninguna forma innata de lenguaje, sino que murieron uno tras otro (Watzlawick, 1977, 1981). Esto indicaría que, aunque puedan existir estructuras lingüísticas innatas y universales, como sostiene Noam Chomsky, si estas no son adecuadamente estimuladas, no se activan (Chomsky, 1970). En particular, el experimento demuestra la importancia vital del lenguaje y de la comunicación interpersonal en cuanto verdaderos alimentos culturales indispensables para la supervivencia. Parece que el mismo experimento fue realizado por un faraón con el fin de demostrar que la lengua dada por los dioses a los hombres era el jeroglífico egipcio: por desgracia, el estudio tuvo el mismo resultado observado por Federico II muchos siglos después (Sirigatti, 2008).
En el mundo griego era llamativo el contraste entre Parménides y Heráclito: para el primero, todo era inmutable y perfectamente regulado y determinado; para el segundo, todo estaba en constante cambio y evolución. Pero de Heráclito es célebre su concepto sobre la personalidad humana: «El agua cambia siempre, pero el curso del río es siempre el mismo». Después de él, Demócrito (Hipócrates, 1991) buscaba los orígenes de la locura en la «bilis» y llevó a cabo los primeros experimentos de anatomía del mundo occidental, mientras que los sofistas identificaban en el lenguaje y en la comunicación el vehículo de la construcción de la realidad individual y social, anticipándose así milenios a la epistemología constructivista. Desde esta óptica, el hombre y su acción son los principales responsables de cuanto ocurre al individuo y al mundo circundante. «El hombre es la medida de todas las cosas, de aquellas que son en cuanto son y de aquellas que no son en cuanto no son» (Diels Kranz, 2002): esta afirmación de Protágoras simboliza el emblema del pensamiento sofista.
Respecto de este tema, Aristóteles anticipó la moderna epigenética, la rama de la biología que se ocupa de estudiar las variaciones genéticas no debidas a estructuras orgánicas, sino fruto de la interacción entre el organismo y el entorno (Giannantoni, 1973). Es curioso observar, a propósito del mundo griego, que Alejandro Magno es considerado como uno de los hombres más inteligentes de la historia: el caudillo aparece también en los primeros diez puestos de la clasificación redactada por la Universidad de Harvard. Pero si aplicamos a Alejandro Magno el dilema de «se nace o se llega a ser», las cosas se complican. Alejandro nació de Filipo de Macedonia y Olimpia, aunque, según algunos, era hijo de la relación secreta entre la reina y su maestro de ritos esotéricos, que se sospechaba que era el último de los faraones egipcios misteriosamente desaparecido de Egipto, llegado a Pela y convertido en consejero personal de Olimpia, devota de los antiguos rituales mágicos. El príncipe recibió una educación militar, con la idea de forjar el cuerpo y el espíritu; al mismo tiempo, numerosos sabios de su tiempo lo formaron en ciencias, lógica y retórica. Entre sus insignes maestros recordamos a Aristóteles, durante un breve período, y Antisarco, sofista discípulo de Protágoras, que, en cambio, permaneció a su lado durante toda su heroica epopeya. Paralelamente a esta rigurosa educación, Alejandro fue iniciado por su madre en los ritos mágico-esotéricos y en las antiguas tradiciones adivinatorias: después de la conquista del norte de África, Alejandro pasó días enteros en el templo del dios Amón, convenciéndose de que era su reencarnación. La personalidad y el genio del gran caudillo pueden ser reconducidos tanto a la dotación genética como a la educación y a la experiencia.
El biólogo Jacques Monod habla de «azar y necesidad» como fundamento de la realidad, también a nivel individual (Monod, 2001). La combinación entre azar y necesidad llevan a la formación de las dinámicas constitutivas del sujeto y de la sociedad. El abad de Condillac, uno de los fundadores de la moderna pedagogía, afirmaba, en cambio, que «el hombre no es más que el fruto de su educación» (Condillac, 1976). En la misma estela, Blaise Pascal declaró: «No existe nada natural que no pueda ser vuelto artificial y nada artificial que no pueda ser vuelto natural a través del ejercicio» (Pascal, 1999).
¿Qué decir entonces de Leonardo da Vinci? Su padre biológico, frente a la intolerancia y los comportamientos extremos de su hijo, decidió expedirlo a Florencia, al taller del conocido pintor Verrocchio, con la esperanza de iniciarlo al menos en el arte vista su renuencia a otras formas de educación. Pero Leonardo expresó tan rápidamente su inspiración artística que el maestro lo echó por envidia y rivalidad de su taller. Como refleja Giorgio Vasari en sus Vidas, el joven Da Vinci superaba con mucho