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La terapia de lo inútil
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La terapia de lo inútil

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Cuando en 2014 publiqué La terapia de lo inútil. Una filosofía después del desastre, era consciente del tono agrio y pesimista del ensayo, si bien el libro terminaba con una receta muy helenística, adaptativa frente al caos de la desaparición de la cultura por el hechizo de la tecnología, y era la reivindicación de la filosofía como fórmula terapéutica para la felicidad. Seguir explorando esa lejana luz que tintinea al final del túnel, y en la que tengo tan pocas esperanzas, pero proyecto tantas ilusiones, es el objeto de esta nueva edición. Todos estamos concentrados en la pandemia, que no acaba. Todos los científicos, economistas, filósofos, polí-ticos están enfocados en mitigar y destruir el virus, sin apenas rozar las consecuencias del cambio de vida que está produciendo, y sin atender a los cambios que las nuevas tecnologías nos van imponiendo en esa invasión del futuro. El mismo Confucio, que evitaba las cuestiones generales, y que solo se preocupaba por lo concreto y practicable, decía, con ese carácter empírico que le caracterizaba, que antes de mover una montaña hay que empezar quitando muchas piedrecitas de en medio que molestan, una de las piedrecitas más preciadas para el humanismo es la educación, y ha sido una de las primeras (junto con la salud) en sufrir las consecuencias.

Ramón Román

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 mar 2021
ISBN9788418639005
La terapia de lo inútil
Autor

Ramón Román

Ramón Román Alcalá es Catedrático de Filosofía de la Universidad de Córdoba, Director del Departamento de Ciencias Sociales, Filosofía, Geografía y Traducción e Interpretación, y desde 2006 Director de la Cátedra de Participación Ciudadana. Ha sido Profesor Visitante en las Universidades de La Sorbonne (I y IV) y Denis Diderot VII (Paris), Berkeley y Riverside (California), Lecce (Italia) y Faro y Lisboa (Portugal). Estudió Geografía e Historia en la Universidad de Córdoba, Filosofía y Psicología en la de Sevilla, y se doctoró en la Universidad de Granada con un trabajo sobre Pirrón de Élide. Especialista en Filosofía Helenística y, específicamente, en el escepticismo griego antiguo, ha publicado, entre otros, El escepticismo griego, posibilidad del conocimiento y búsqueda de la felicidad (2004); El enigma de la Academia de Platón. Escépticos contra dogmáticos en la Grecia clásica (2007); Pirrón de Elis. Un rinoceronte y un pingüino en el reino de las maravillas (2011) o la traducción del Libro IX de Diógenes Laercio de Las Vidas de los filósofos más ilustres (2020). Es responsable del Grupo de Investigación Internacional (I+D FFI2012-32989 y FFI2016-77020-P) sobre “El escepticismo pirrónico-empírico y el escepticismo académico en su desarrollo histórico”, siendo el creador de una de las web más exitosas, completas y abiertas sobre la historia del escepticismo (http://www.uco.es/investiga/grupos/philosophical-skepticism/index.html). Además, en el ámbito del ensayo ha publicado numerosos artículos en prensa diaria (Cuadernos del Sur) y el libro La terapia de lo inútil. Una filosofía después del desastre, en 2014. Ha colaborado en programas filosóficos de la Cadena Ser y en Para Todos la 2 de RTVE. Además, es miembro del “Commité d’Experts des Sciences Humaines” (Paris VII), vocal de la Sociedad Ibérica de Filosofía Griega (S.I.F.G.) y miembro de la International Association of Greek Philosophy.

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    La terapia de lo inútil - Ramón Román

    Sobre el autor

    Ramón Román Alcalá es Catedrático de Filosofía de la Universidad de Córdoba, Director del Departamento de Ciencias Sociales, Filosofía, Geografía y Traducción e Interpretación, y desde 2006 Director de la Cátedra de Participación Ciudadana. Ha sido Profesor Visitante en las Universidades de La Sorbonne (I y IV) y Denis Diderot VII (Paris), Berkeley y Riverside (California), Lecce (Italia) y Faro y Lisboa (Portugal). Estudió Geografía e Historia en la Universidad de Córdoba, Filosofía y Psicología en la de Sevilla, y se doctoró en la Universidad de Granada con un trabajo sobre Pirrón de Élide. Especialista en Filosofía Helenística y, específicamente, en el escepticismo griego antiguo, ha publicado, entre otros, El escepticismo griego, posibilidad del conocimiento y búsqueda de la felicidad (2004); El enigma de la Academia de Platón. Escépticos contra dogmáticos en la Grecia clásica (2007); Pirrón de Elis. Un rinoceronte y un pingüino en el reino de las maravillas (2011) o la traducción del Libro IX de Diógenes Laercio de Las Vidas de los filósofos más ilustres (2020). Es responsable del Grupo de Investigación Internacional (I+D FFI2012-32989 y FFI2016-77020-P) sobre El escepticismo pirrónico-empírico y el escepticismo académico en su desarrollo histórico, siendo el creador de una de las web más exitosas, completas y abiertas sobre la historia del escepticismo (http://www.uco.es/investiga/grupos/philosophical-skepticism/index.html). Además, en el ámbito del ensayo ha publicado numerosos artículos en prensa diaria (Cuadernos del Sur) y el libro La terapia de lo inútil. Una filosofía después del desastre, en 2014. Ha colaborado en programas filosóficos de la Cadena Ser y en Para Todos la 2 de RTVE. Además, es miembro del Commité d’Experts des Sciences Humaines (Paris VII), vocal de la Sociedad Ibérica de Filosofía Griega (S.I.F.G.) y miembro de la International Association of Greek Philosophy.

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    * * *

    LA TERAPIA DE LO INÚTIL

    UNA FILOSOFÍA PARA DESPUÉS DEL DESASTRE

    prólogo para escépticos, aprensivos o desengañados

    La razón ha envejecido mal, y todos esperan su muerte sin aceptar sus consecuencias. La filosofía que siempre ha trabajado con ella se disuelve en una insignificancia simpática y divulgativa que pretende que un enano se calce el zapato de un gigante. La verdad parece hoy irrelevante, el gusto por la palabrería huera, por el chismorreo trivial y carente de fuste ahuyenta poco a poco la cultura. En democracia el opio del pueblo no es la religión, sino la ideología ramplona que mata el pensamiento crítico y lo sustituye por una miserable subjetividad emocional llena de sentimentalismo y llanto. La nueva barbarie ya está entre nosotros y la pandemia ha castigado con el confinamiento a la poca resistencia que quedaba frente a ella.

    El invierno, pues, ha llegado, y no hay varilio que pueda luchar contra la fría muerte de la humanidad y las humanidades. En la fábula la ardilla y la serpiente nos entristecemos cuando la cálida y tierna ardillita es atraída mágicamente a las fauces frías y atractivas de la serpiente. Que un animal sea devorado por otro es siempre desagradable, pero que una inocente ardillita que defiende sin cesar el nido de sus cachorros se vea forzada a encaminarse paso a paso, felizmente, hacia las fauces descarnadas de la serpiente, sabiendo que la muerte es lo único que le espera, es indignante y va contra la naturaleza. Cuando en 2014 publiqué La terapia de lo inútil. Una filosofía después del desastre, era consciente del tono agrio y pesimista del ensayo, si bien el libro terminaba con una receta muy helenística, adaptativa frente al caos de la desaparición de la cultura por el hechizo de la tecnología, y era la reivindicación de la filosofía como fórmula terapéutica para la felicidad. Seguir explorando esa lejana luz que tintinea al final del túnel, y en la que tengo tan pocas esperanzas, pero proyecto tantas ilusiones, es el objeto de esta nueva edición.

    Esta reimpresión llega, pues, tal como rezaba el título, justamente después del desastre, un desastre en todos los órdenes, sanitario, social, político o ideológico de consecuencias abrumadoras y angustiosas. Un desastre que nos enfrenta con una profecía que se ha cumplido, desgraciadamente, y que es necesario revisar para prepararnos: el mundo no volverá a ser lo que era. Así, someter nuestro trabajo a una nueva revisión es un reto beneficioso, ya que quien somete a crítica su trabajo de nuevo busca la mejora de sí mismo. Además, hay que considerar y verificar las causas que ya hace siete años percibíamos y adivinábamos como un cambio de época, una transformación de la sociedad, la cultura, la política y la relación ciudadana. Nunca antes habíamos echado de menos la diversión de respirar sin obstáculo, nunca habíamos esperado tan esperanzados poder salir de la caverna, al fin y al cabo, de nuestra casa, para ganar la salud, la felicidad y el sosiego. Nunca, la devastación de un virus el sars-cov-2, ha sido tan meticulosamente televisada, tuiteada, youtubeada o whatsappeada; y nunca antes, se había convertido una pandemia en un espectáculo tan dantesco, insolidario e incierto: nadie estaba preparado para este exceso que todavía no ha acabado, y cuyas consecuencias todavía están por llegar. Y en este sentido, da la impresión que las secuelas y ramificaciones de esta pandemia, que como todas las plagas interviene en tres generaciones (jóvenes, adultos y ancianos), no son todavía evidentes, para una ciudadanía torpe y miope que se ha quedado sin referencias decentes en una nueva sociedad, adolescente o infantil según se mire, en la que desde hace tiempo se enaltece y encumbra lo joven, lo fresco, y se anula, denigra y humilla lo maduro, lo centenario, lo ensayado y experimentado que no es nuevo. Una sociedad, en fin, en la que la superchería y superstición han aumentado exponencialmente gracias a la muy tecnológica internet, rebosante de augures, chamanes o ciudadanos normales que vaticinan, pestes, muerte o informaciones esotéricas demoníacas de muy difícil verificación.

    La información veraz, justa y desinteresada (patrimonio de todos) ha sido la gran sacrificada. Nos hemos dado cuenta, con sorpresa, que la información técnica y especializada, tan necesaria hoy en día, por la profusión de medios de comunicación, ha sido sustituida por otra más pragmática o ideologizada que ha servido, mejor o peor, a los intereses de la política, pero no de la ciudadanía y de la democracia. Curiosamente, hemos pasado de la sociedad de expertos o sociedad del conocimiento, a la sociedad servilmente aduladora y simbólica, muy satisfecha consigo misma, que aplaude sin cesar, con baja autoestima, que no impone su criterio basado en cifras, en datos, en estudios, sino en emociones, sentimientos y mentiras, que se ponen al servicio del querer quedar bien en el ámbito obsceno y depravado de la política, generándose así, día a día, más incultura que democracia, sin querer reconocer que son dos términos incompatibles entre sí. Y esto es un desastre, por lo que una tercera edición de un libro que olfateaba en el 2014 la catástrofe tiene sentido, primero, por demostrar que tenía razón en vislumbrar la barbarie que silenciosamente se acercaba, segundo, porque no acertó en reconocer que esa muerte metafórica y lenta de las humanidades, de las letras necesitaba un empujón que ha venido en forma de contagio físico, directo, que ha generado una aceleración en el modelo de mundo y de cultura deplorable y amarga de consecuencias devastadoras.

    Además, como todo el mundo sabe, lo virtual, la tecnología ha sido la gran beneficiada de la pandemia, la salvadora y portadora de luz en la oscuridad del confinamiento, por lo que uno tiene pocas esperanzas que trabaje contra sí misma y nos ayude como esclavos a salir de la nueva y hedonista caverna platónica: más bien verificará que la lógica empresarial del beneficio va a sustituir a la lógica solidaria de la humanidad. La crisis del coronavirus, decía un experto en nuevas tecnologías, nos hace avanzar seis o siete años hacia el futuro, para, inmediatamente después, solicitar, piadosamente, a los humanistas que aporten su visión a los retos tecnológicos, acríticamente. Y esto es lo más curioso, porque como bien dice una conocida sentencia de Confucio, cuando el sabio señala la luna, los tontos miran el dedo.

    Todos estamos concentrados en la pandemia, que no acaba. Todos los científicos, economistas, filósofos, políticos están enfocados en mitigar y destruir el virus, sin apenas rozar las consecuencias del cambio de vida que está produciendo, y sin atender a los cambios que las nuevas tecnologías nos van imponiendo en esa invasión del futuro. El mismo Confucio, que evitaba las cuestiones generales, y que solo se preocupaba por lo concreto y practicable, decía, con ese carácter empírico que le caracterizaba, que antes de mover una montaña hay que empezar quitando muchas piedrecitas de en medio que molestan, una de las piedrecitas más preciadas para el humanismo es la educación, y ha sido una de las primeras (junto con la salud) en sufrir las consecuencias.

    La educación debe ser cuidada hasta el delirio, y la falta de interés en ella es una de las claves para comprender las prioridades públicas. Y hay que decirlo claro, en los retos de la tecnología, la visión humana es imprescindible, pues nos salvará y distinguirá de las máquinas impasibles e indiferentes. Los humanos somos buenos en muchas cosas, tenemos pensamiento crítico y capacidad de relacionarnos, somos insuperables en tareas creativas, en improvisar y adaptarnos a los cambios, pero ocurre que esto lo estamos perdiendo, y cada vez se agranda más la brecha con respecto a la manera acrítica que tienen muchos de ponerse de rodillas ante ella: hechizados por la tecnología y la nueva cultura, se olvidan de sí mismos y se confunden con el reflejo virtual que le proponen.

    Mal que nos pese, los filósofos tenemos poco que decir del virus sars-cov-2, solo podríamos repetir o parafrasear a los científicos o epidemiólogos como profesionales que son en estas materias. Sin embargo, advertimos que, en 14 meses, los artículos, bulos, desmentidos y noticias dudosas son de tal tamaño y saturación, que cualquiera de nosotros sólo puede fiarse de muy poca información visada y verificada. Un filósofo informado sabe muy poco, en realidad, de un tema tan especializado, pues sus fuentes, en general, son poco específicas. Por ejemplo, lee que los respiradores no son tan necesarios y también lee lo contrario, que el COVID-19 se trata con Aspirina y heparina, y también que esto es mentira, que hay que usar oxímetros de pulso de uso casero, pero a la vez le advierten que sus resultados pueden llevar a interpretaciones erradas por un mal uso o inexacta lectura de los datos. Con respecto a los medicamentos tampoco estamos mejor, unos dicen que son eficaces el favipiravir, el remdesivirsir, o la famosa hidroxicloroquina (que tan buenos resultados está dando a juicio de algunos Presidentes), otros ponen en duda esos mismos medicamentos, ahora hemos puesto nuestras esperanzas en la plitidepsina, fuerte y potente antiviral con una toxicidad limitada, etc. Y qué decir de la tormenta de citoquinas y su tratamiento fácil a base de esteroides o del descubrimiento de la colchicina como medicamento que bloquea una sustancia química, la alpha defensín, producida por los glóbulos blancos, responsable de los coágulos, medicamento, no obstante, que al parecer ni siquiera es referido en la literatura científica sobre COVID-19 (https://covidreference.com/treatment). Hay mucho dinero en juego, por eso no sorprende que a primeros de 2021 tenga tanto éxito una página web titulada El coronavirus y sus bulos: 930 mentiras, alertas falsas y desinformaciones sobre COVID-19 (https://maldita.es/malditobulo/2020/08/04/coronavirus-bulos-pandemia-prevenir-virus-covid-19/). Nadie puede saber, cuándo lea esto el lector, por cuántas mentiras o bulos irán ya.

    Ante tanta confusión, ¿qué le puede interesar de esta trágica situación a los filósofos? Quizá, la aceleración de un cambio de modelo que sustituya a otro sin reflexión. La filosofía es transversal, bizquea, cuestiona y relaciona mucha información, y sabe que, para observar un huracán, uno debe estar fijo en el centro del mismo, y percibir lo que ocurre a su alrededor. La pandemia puede sustituir un modelo humanístico de relaciones humanas, basadas en el intercambio y el enriquecimiento mutuo, una vida humilde, imperfecta y efímera que merece la pena vivirse, por otra, virtual, en la que se fantasea con un destino grandioso y único lleno de like sin salir de casa. Estos dos modelos son muy antiguos y están representados por Aquiles y Ulises dos héroes míticos. Aquiles está obsesionado por la fama y el honor, puede elegir entre una vida sin brillo, larga y tranquila en la paz de su país, o una muerte excelsa, gloriosa si se embarca en la expedición griega contra Troya. A pesar de las profecías que le advierten que no volverá, Aquiles elige la fama y la posteridad, y fantasea con un destino digno de los dioses, en el que todo se reduce a su muerte, nada más.

    Ulises, más humano, conoce los dos destinos, el de la gloria de Aquiles, al convertirse Ulises mismo en un semi-dios enamorado de la diosa Calipso (la que oculta), y el del ser humano necesitado, imperfecto y desventurado que recuerda los estigmas e inconvenientes de su vida mortal. Mientras es inmortal, yaciendo con Calipso de bellas trenzas, tiene sexo divino durante siete años, disfruta de la eterna juventud en las playas de la isla de Ogigia, domina la enfermedad y tiene tanta felicidad que, a veces se siente desgraciado y afligido. A pesar de la oferta de vivir para siempre, feliz, como amante de la ninfa perfecta, él echa de menos a la madura e imperfecta Penélope y su inhóspito y efímero hogar. Por eso, disconforme con su paraíso y su fortuna, opta por lo contrario: por Ítaca, una isla rocosa y fea en la que se va a topar con la vejez y decrepitud de su padre, la incomprensión adolescente de su hijo Telémaco y la pérdida de la juventud de Penélope (veinte años tardará en reencontrarla). Y esto es lo fascinante y sutil, Ulises prefiere las tristezas verdaderas de una vida humana, a la felicidad artificial del espejismo alucinógeno del sueño divino. Estamos ante una perfecta metáfora de lo poco y real que la vida ofrece, frente a lo extraordinario y falso de las tecnologías ubicuas e imprescindibles.

    Cómo convencer a los jóvenes que la sencilla, humilde, efímera e imperfecta vida merece la pena, con sus limitaciones, imperfecciones y desgracias, sabiendo que la juventud desaparece y se termina con la carne flácida, acompañado de enfermedades y sin poder evitar la fragilidad y quebradiza naturaleza. ¿Cómo convencerlos que eso es mejor que tener sexo con una diosa, disfrutar de la belleza (confirmada en los likes de los demás), en una playa infinita y feliz? ¿Cómo convencerlos de

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