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La coleta del barón Münchhausen: Psicoterapia y realidad
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Libro electrónico292 páginas6 horas

La coleta del barón Münchhausen: Psicoterapia y realidad

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Los distintos capítulos de este libro de Paul Watzlawick se ocupan de la realidad de "estilos de vida" que impiden que no sólo individuos sino también sistemas enteros de relaciones humanas puedan ver posibilidades alternativas.
Con muchos ejemplos el autor muestra cómo mediante reestructuraciones constructivas se desvanecen imágenes anticuadas del mundo y surgen "realidades" nuevas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2013
ISBN9788425431821
La coleta del barón Münchhausen: Psicoterapia y realidad

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    La coleta del barón Münchhausen - Paul Watzlawick

    PAUL WATZLAWICK

    LA COLETA DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN

    Psicoterapia y realidad

    Herder

    www.herdereditorial.com

    Diseño de cubierta: A. Tierz

    Maquetación electrónica: José Toribio Barba

    Versión castellana de JOSÉ A. DE PRADO DIEZ y XOSÉ M. GARCÍA ÁLVAREZ, de la obra de PAUL WATZLAWICK. Münchhausens Zopf oder Psychotherapie und «Wirklichkeit», Verlag Hans Huber, Berna 1988.

    © 1988, Paul Watzlawick, Palo Alto

    © 1992, Editorial Herder, S.A.

    © 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

    ISBN DIGITAL: 978-84-254-3182-1

    La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

    Herder

    www.herdereditorial.com

    ÍNDICE

    Prefacio

    1. Esencia y formas de las relaciones humanas

    2. El cambio de la imagen del hombre en la psiquiatría

    3. Tratamiento de una depresión, cono y centrado en el problema

    4. Métodos hipnoterapéuticos en la terapia familiar

    5. Tratamientos breves de trastornos esquizofrénicos

    6. Comunicación imaginaria

    7. ¿Adaptación a la realidad o «realidad» adaptada? Constructivismo y psicoterapia

    8. Estilos de vida y «realidad»

    9. Management o construcción de realidades

    10. La coleta de Münchhausen y la escalera de Wittgenstein

    Epílogo: Una perspectiva hacia el futuro comunicativo

    Bibliografía

    Índice de fuentes

    Índice de nombres

    Índice analítico

    PREFACIO

    Esta miscelánea intenta ofrecer una panorámica sobre el desarrollo del modelo de pensamiento, que como miembro del Mental Research Institute (MRI) en Palo Alto (California) he conocido de cerca y expuesto en artículos y conferencias. Es un desarrollo que va unido inseparablemente al influjo de cuatro personalidades extraordinarias y determinantes en la orientación seguida.

    A principios de los años cincuenta, el antropólogo y experto en comunicación Gregory Bateson había comenzado, en el marco de un encargo de investigación de gran envergadura, a sustituir la concepción de causalidad lineal (de causa a efecto), en la que se basa la psicoterapia clásica, por la perspectiva antropológica, circular. Dicho de otro modo: En lugar de preguntar «¿por qué?» (p. ej., «¿Por qué, es decir, en base a qué causas determinantes en el pasado individual este hombre se porta hoy día de esta forma irracional?»), Bateson preguntaba: «¿Qué efectos del efecto tienen influencia sobre sus propias causas?» o «¿Cómo tiene que estar formado el contexto actual, interpersonal, en el que el comportamiento en cuestión es adecuado, lleno de sentido e incluso la única reacción posible?» Con este modo de plantear el problema Bateson fue uno de los primeros que introdujeron en la psiquiatría la concepción teórica, y por consiguiente sistémica, de la comunicación. (El capítulo 5 de este libro aborda detalladamente esta temática.)

    Cuanto más el grupo de Bateson se dedicaba, en el marco de sus investigaciones generales, a los efectos relativos al comportamiento (pragmáticos) de la comunicación e interacción humana, también a los fenómenos perturbados del comportamiento, tanto más crecía la necesidad de la colaboración de un especialista formado en este ámbito. Bateson lo encontró en la persona del psiquiatra y psicoanalista Don D. Jackson, ya entonces famoso internacionalmente. La elección difícilmente habría podido ser más afortunada. Para esa época Jackson ya se había apartado del análisis clásico de las causas en el pasado y había empezado a tratar sistemas de relaciones humanas (matrimonios y familias). Lo que tan especialmente le caracterizaba, era su extraordinaria capacidad para comprender en el aquí y ahora modelos de interacción que originaban y afianzaban los problemas y para influir a través de intervenciones terapéuticas atinadas y activas. De la época de su cooperación tiene su origen una serie de publicaciones que abren nuevos rumbos, sobre todo la primera formulación de la teoría del doble vínculo.

    En el año 1959 Jackson fundaba el MRI. Originariamente fue un Departamento de la Palo Alto Medical Research Foundation y en 1963 se hizo autónomo. El encargo de investigación de Bateson terminó en 1962, y hasta ese momento ambas instituciones estuvieron en una estrecha cooperación; de aquí que con frecuencia fuese considerado por los profanos como un grupo con el nombre imaginario de «Palo Alto Group».

    Las otras dos personalidades que influyeron mucho en nuestro pensamiento e investigación fueron el famoso hipnoterapeuta Milton H. Erickson y el biocibernético conocido internacionalmente, el profesor Heinz von Foerster. En las introducciones a los capítulos 4 y 7 se hace constar la importancia de sus contribuciones,

    La evolución posterior se va describiendo brevemente en la nota en cursiva que se pone al principio de cada capítulo.

    Mayo 1989

    Paul Watzlawick

    1

    ESENCIA Y FORMAS DE LAS RELACIONES HUMANAS

    El capítulo primero se basa en los resultados de la colaboración del llamado «Palo Alto Group», descrita en el prólogo, y al mismo tiempo hace una reseña del desarrollo ulterior de los aspectos cibernéticos, teórico-sistémicos y pragmáticos de la comunicación humana y de sus problemas.

    Cibernética, teoría general de sistemas y pragmática como base del estudio de las relaciones humanas

    Supongamos que un inexperto en ajedrez observa en un país extranjero a dos personas que están realizando una actividad claramente simbólica: están moviendo figuras en un tablero. Puesto que no conoce el idioma del país, no les puede pedir una explicación de su comportamiento. En cambio, a través de una observación suficientemente larga de los diferentes comportamientos entre los dos jugadores (probablemente a lo largo de varias partidas), le es posible deducir todas las reglas del juego de ajedrez y reconocer el jaque mate como su meta. Lo conseguirá analizando el comportamiento de los jugadores en su regularidad y constatando de este modo que ciertas formas de comportamiento (jugadas) se producen frecuentemente para determinadas figuras y nunca para otras. Esto le hace suponer que los jugadores siguen determinadas reglas deducibles de la observación.

    De esto tenemos que retener: el observador sacó sus conclusiones sin tener la posibilidad de preguntar directamente. Consiguió este resultado sin la necesidad de atribuir al mismo juego ningún sentido más profundo ni de explicar nada en el sentido habitual. El resultado de sus observaciones es más bien un conjunto de reglas sencillas (una «gramática» o un algoritmo, cálculo, código, programa o plan; Miller 1960), que es válido para las miríadas de las posibles variantes de comportamiento entre los jugadores. Y finalmente el observador consiguió esta deducción de las reglas del juego sin necesidad de ninguna comprensión de los motivos, intenciones, sentimientos o personalidades de los jugadores. El intento de una definición del punto de partida de este procedimiento se puede efectuar según tres puntos de vista que se complementan mutuamente:

    1. En la medida en que a este respecto se estudia la totalidad de las posibles formas de comportamiento y en la medida en que se analiza la regularidad de la aparición o no aparición de estas formas, el método es cibernético. Lo fundamentalmente nuevo en la cibernética es precisamente el hecho de que no analiza las características de partículas elementales sueltas o de variables aisladas artificialmente, sino las interacciones entre estos componentes.

    Así, por ejemplo, W. A. Ashby (1956, p. 11) en su discusión sobre transformaciones (o sea, cambios de estado) llama la atención sobre el hecho de que desde un punto de vista cibernético no importa ni definir en qué consisten «realmente» las transformaciones ni investigar los motivos del cambio aparecido; sólo es esencial el establecimiento de un conjunto de operadores y la descripción de sus cambios de estado. Por tanto, la transformación se refiere a lo que sucede y no a por qué sucede.

    2. En la medida en que el observador comprende a los dos jugadores y su comportamiento recíproco como totalidad, su procedimiento es sistémico. Dondequiera que totalidades se conviertan en objeto de análisis, se hace patente que éstas están sujetas a regularidades en cuanto a su estructura, a su éxito y a su eventual fracaso, las cuales son más complejas y cuantitativamente diferentes de lo que se podría deducir de la suma de las características de cada uno de sus componentes. El biólogo von Bertalanffy (1950, p. 134-165) basó su teoría general de sistemas en este hecho fundamental cuyo objetivo, como es sabido, es la investigación de isomorfias en el comportamiento de totalidades sea que estas últimas se compongan de átomos, moléculas, células, grupos de células, organismos, individuos, sociedades, culturas, etc.

    3. El orden inmanente a todos los sistemas presupone, sin embargo, que en ellos todas las partes están relacionadas mutuamente, es decir, que comunican entre sí. En la medida en que el observador investiga el comportamiento comunicativo de los jugadores (sus jugadas), es decir, en la medida en que analiza el empleo de signos (las figuras de ajedrez) y la acción de éstos sobre los que los emplean (los jugadores), su comportamiento cae en el ámbito de la pragmática.

    De las tres disciplinas que acabamos de mencionar, es sin duda la pragmática la más importante para la comprensión de las relaciones humanas. Morris la ha definido como aquella parte de la semiótica (de la teoría general de los signos e idiomas) que trata del uso de signos y de su acción sobre los que los emplean. Morris se apoya, entre otros, en Peirce (1934), Gallie (1966),)ames, (1907), Dewey (1950) y Mead (1968), mientras que por su parte, su obra influyó en el Círculo de Viena de los positivistas lógicos (Kraft 1968), entre los que hay que mencionar ante todo a Carnap (1934, 1942). También para Carnap la investigación de un idioma no consiste sólo en el estudio de su estructura formal (de su sintaxis), sino también de su relación con los objetos significados por ella (semántica) y con los individuos que la emplean (pragmática).

    Por lo que se refiere a la interdependencia de estos tres ámbitos se ofrece, por su fácil retención, la formulación que hace George de la semiótica (1962), según la cual «es pertinente, desde muchos puntos de vista, decir que la sintaxis corresponde a la lógica matemática, la semántica a la filosofía y/o a la teoría de la ciencia y la pragmática a la psicología y, sin embargo, no se pueden separar claramente estos ámbitos unos de otros». Sobre el mismo tema Cherry (1967, p. 263) señala, en su libro sobre análisis de la comunicación que realmente merece la pena leer, que estos tres ámbitos parciales no están completamente separados unos de otros «sino que más bien se superponen, de la misma forma que se superponen, por ejemplo, la química, la geología y la física».

    Ahora bien, sucede que la escasa literatura sobre la pragmática se ocupa casi exclusivamente de la relación entre el usuario de un signo (es decir, el emisor o el receptor) y el signo mismo. Sin embargo, no nos parece solamente permitido sino imprescindible el concebir la tríada emisor-signo-receptor como la unidad más pequeña de cualquier análisis pragmático y el tratarla como indivisible. No es la intención de este trabajo responder a la pregunta del buen obispo Berkeley si el árbol que se está cayendo en el bosque aislado causa un ruido aun cuando no hay nadie que lo oiga. Creemos que incluso desde el punto de vista de la investigación básica (por no hablar ya desde una perspectiva de la investigación práctica de la comunicación) es inútil analizar la relación entre emisor y signo sin tener también en cuenta al receptor y la reacción de éste, o la relación entre receptor y signo dejando de lado al emisor —de la misma forma que no merecería la pena estudiar el comportamiento (las jugadas) de un jugador de ajedrez sin hacer referencia a las jugadas de su compañero de juego. Ya Peirce (1934) llamó la atención sobre el hecho de que los signos no existen por así decir en el espacio vacío, sino que cada signo produce otro en el receptor como reacción y éste produce a su vez un tercero en el emisor originario, etc. De esta forma se ha dado un paso decisivo: Nuestra perspectiva se desplaza del individuo hacia la relación entre individuos como un fenómeno sui generis, y en el momento en que esto sucede entramos en conflicto con viejas concepciones tradicionales del hombre y de su comportamiento. (El lector notará que mencionamos una relación casi exclusivamente diádica. Esto hay que comprenderlo solamente como una simplificación de nuestras explicaciones y no significa que lo dicho no se pueda aplicar análogamente también a relaciones múltiples. Lo mismo se puede decir del hecho de que casi no mencionamos la comunicación no verbal. Si por ello se da ocasionalmente la impresión de que la pragmática sólo trata sobre las formas de comunicación verbal, hacemos constar explícitamente aquí que en todas las estructuras que se van a describir se pueden producir tanto tipos de comunicación verbal como no verbal. Mencionemos finalmente que nuestras explicaciones se basan principalmente en material angloamericano. Somos conscientes de esta unilateralidad por la que los autores y fuentes europeos no se tienen suficientemente en cuenta.)

    Fundamentalmente existen dos contenidos bastante diferentes de la percepción humana: objetos y relaciones. Respecto a los objetos en el sentido más amplio, es decir, las cosas en el mundo exterior, es oportuno considerarlos tal vez como mónadas en el sentido de Leibniz y preguntar por las propiedades que los caracterizan. Si en ello se produjeran diversidades de opinión éstas podrían ser contrarrestadas a menudo gracias a investigaciones objetivas, aunque a veces éstas puedan ser sumamente difíciles. Y entonces es además oportuno decir que en esta diversidad de opiniones, una sería verdadera y la otra falsa. La tradición del pensamiento occidental descansa en este fundamento monádico; éste divide el mundo en sujeto y objeto, se refleja en la estructura de los idiomas indoeuropeos y es desde Aristóteles el esquema básico de la lógica clásica.

    Completamente en oposición a los objetos, las relaciones humanas no son fenómenos que existen objetivamente, es decir, como cosas por sí mismas y sobre cuyas propiedades debería ser posible igualmente un consenso. Ante todo, en modo alguno es cierto que, en el caso de diversidades de opinión sobre la naturaleza de una relación humana, uno de los interlocutores tiene razón y el otro no o, para tocar de paso uno de nuestros temas fundamentales, uno es «normal» y el otro está «loco». Las relaciones, los contenidos de nuestra realidad pragmática interpersonal no son reales en el mismo sentido que los objetos; éstas tienen realidad más bien en la visión del interlocutor y esta misma realidad es sólo más o menos compartida por los otros en el caso más favorable. Si A esboza su visión de la relación con B con la apreciación: «Yo sé que tú no me puedes aguantar», a lo que B replica con la afirmación: «Tú siempre piensas lo peor de mí, como su definición de la relación, entonces, de acuerdo con la naturaleza de la comunicación humana, no existe ninguna posibilidad de resolver esta controversia recurriendo a pruebas objetivas. Los datos pragmáticos no se dejan determinar monádicamente. Sin embargo, si se intenta esto y si los fenómenos relacionales o bien se descuidan o bien se consideran como epifenómenos, es inevitable atribuir a la mónada propiedades hipotéticas que ésta no tiene en absoluto o que son indemostrables. Para nuestras consideraciones es de especial importancia que este problema pase a través de las concepciones del hombre y de su comportamiento, por incompatibles que puedan ser estas concepciones bajo cualquier otro punto de vista. Puesto que la psique no se puede estudiar objetivamente, la mónada humana se presta muy especialmente para la adjudicación de propiedades que no se pueden probar, y en las que con demasiada facilidad incoherencias puramente lógicas, lingüísticas y semánticas pueden hacer de las suyas. Este peligro ya se encuentra omnipresente en las ciencias exactas; basta pensar en la hipótesis aparentemente tan inocente y simple de la astronomía clásica de la simultaneidad de dos acontecimientos como punto de partida de deducciones fundamentales, pero sin valor teórico. Para nosotros profanos resulta cada vez más difícil entender que esta hipótesis deba ser científicamente inútil porque indemostrable. Ayer, simpatizante con el Círculo de Viena, en Language, Truth and Logic (s.a., p. 152) llama la atención sobre el hecho de que precisamente la definición de Einstein sobre la simultaneidad hacía evidente «lo necesario que es para los físicos experimentales disponer de análisis claros y definitivos de los conceptos empleados por ellos. Y esta necesidad es aún mayor en los sectores de la ciencia menos evolucionados. Así, p. ej., el fracaso hasta ahora de los psicólogos en la liberación de la metafísica y en la coordinación de sus investigaciones, es en primer lugar una consecuencia de su utilización de símbolos como inteligencia o empatía o yo inconsciente, que no están definidos con precisión. Especialmente las teorías de los psicoanalistas están llenas de elementos metafísicos que serían eliminados con un examen filosófico de sus símbolos».

    Una vez que se atribuye a la mónada humana determinadas propiedades, es absolutamente razonable invocarlas como principios explicativos del comportamiento. En la perspectiva monádica, el comportamiento tiene un sentido porque detrás está una causa (p. ej., un instinto, una necesidad, un acto de voluntad, una represión, un rasgo del carácter). La naturaleza ilusoria de estos conceptos, que cuanto más rigurosamente uno los analiza, más confusos se vuelven, ha producido, especialmente en los últimos años, un creciente escepticismo. En cambio, la investigación sobre el comportamiento animal ha demostrado que en principio es posible sistematizar desenvolvimientos del comportamiento sin la ayuda de conceptos de este tipo, a saber, en una forma de observación que se basa exclusivamente en redundancias del comportamiento, que no «explica» nada en el sentido tradicional y que responde a la analogía del ajedrez mencionada al principio. Evidentemente, nuestro observador imaginario hubiera podido atribuir al juego en su totalidad, ya cada figura aislada en particular, un sentido muy determinado, «más profundo» o «simbólico», sin embargo, semejante interpretación mitológica o metafísica contribuiría tan poco a la comprensión del comportamiento de los jugadores como las interpretaciones astrológicas a la comprensión de la astronomía.

    Con esto creemos haber perfilado una diferencia fundamental entre el modo de ver monádico y el pragmático. En una perspectiva monádica preguntamos por el motivo, el origen, la causa, es decir, ¿por qué?; en una perspectiva pragmática preguntamos qué sucede aquí y ahora.

    Con lo dicho hasta aquí parece que hemos echado tierra sobre nuestro tejado y que nos hemos convertido en representantes de una concepción superficial y sin alma, que niega la dignidad y libertad del hombre y con ellos la realidad y la riqueza de su mundo interior. Por supuesto no se pretendía eso. Aquí se trata más bien de un modo de proceder que trata de no perder de vista las restricciones propias de la naturaleza. Exactamente como en la física también aquí todo depende del punto de vista del observador. En la experiencia propia el punto de vista monádico será siempre el único posible, seguirán siendo decisivas las predisposiciones, las experiencias más tempranas, los sentimientos, las convicciones, etc. En su esfera privada incluso el pragmático más radical estará convencido de su libre voluntad y por tanto de sus deberes éticos. Los filósofos cada vez más han llamado la atención sobre esto; así, por ejemplo, Sartre, para quien la única libertad que no tenemos es la de no ser libres. Para los fines de una investigación científica del comportamiento, sin embargo, todos los conceptos mencionados, a pesar de su respetabilidad, son inservibles, puesto que se sustraen a una investigación objetiva. De aquí que el investigador se debe conformar con un punto de vista totalmente diferente: Él tiene que investigar el comportamiento humano renunciando a todos aquellos criterios que su propia experiencia subjetiva le susurra permanentemente. Esta restricción nos ayuda no sólo a evitar las fatales consecuencias de la confusión de sujeto y objeto, de principios monádicos y pragmáticos, sino que nos ofrece —como se mostrará— perspectivas nuevas y fecundas como es el caso ya hace tiempo en todas las demás disciplinas, que han dado el paso de lo monádico al ámbito de la interacción entre mónadas. Ya Morris (1938, p. 77-137) observa que para la semiótica no es necesario negar «vivencias privadas» de desenvolvimientos semióticos, sin embargo, tiene que ser cuestionado por el punto de vista de la teoría del comportamiento «que tales vivencias sean de importancia fundamental o que el hecho de su existencia haga imposible o incluso sólo defectuoso el estudio objetivo de la semiótica (y, por consiguiente, de los signos, de los designata y de los interpretadores)».

    Regularidad, o sea, patología de los sistemas de relación

    El estado actual de nuestro conocimiento sobre la esencia de las relaciones es fragmentario. Por un lado, esto es comprensible ya que la falta de un lenguaje no orientado monádicamente dificulta sobremanera cualquier estudio sobre las relaciones e incluso la reflexión sobre los fenómenos de relación. Pero, por otro lado, si uno considera que la relacionalidad es uno de los aspectos más inmediatos de la existencia humana, entonces el grado de nuestra ignorancia es asombroso y prueba una vez más que lo más inmediato es de lo más difícil de comprender. En el marco de este informe no es posible abordar cuán poco nuestra comprensión de la realidad se basa en los «hechos», y hasta qué punto lo que llamamos «real» es el resultado o bien de las convenciones interpersonales encontradas por uno mismo, o bien de aquellas en las que nosotros, como pertenecientes a una determinada cultura, estrato de sociedad, familia, etc., somos literalmente introducidos al nacer. Real es, al fin y al cabo, lo que es denominado real por

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