El Terror Privado Y El Terror Político: Novela
Por Guido Pagliarino
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En el año 2000, el anciano jefe emérito de policía Vittorio D’Aiazzo, junto al comisario Sordi, su antiguo subordinado, investiga como consultor de la comisaría turinesa una serie de homicidios que parecen una obra nihilista de un sádico asesino en serie o sacrificios diabólicos de las sectas sulfúreas del Turín macabro y brujo, pero que también podrían tener causas relacionadas con el terrorismo que había azotado Italia hacía unos veinte años y que todavía pervivía al final del milenio. El monstruo acaba de forma horrible con sus víctimas apuñalándolas en una oreja con el arma del delito y lesionando el cerebro de forma letal. La investigación toca tanto temas privados, moviéndose entre una humanidad diversa y no siempre ejemplar, como temas políticos, económicos y sociales ya típicos de los años 70 el pasado siglo, en los llamados años de plomo, en los que la violencia política y la privada acababan por confundirse en la extinción o casi del concepto de persona y la prevalencia de los papeles sociales. La investigación de Vittorio D’Aiazzo se desarrolla entre los frutos malignos de esas semillas perversas, entre sospechas inquietantes, crisis de identidad, observaciones psicológicas y llega a su apogeo resolutivo en la sorprendente solución final, que tiene como apéndice la muerte del propio jefe de policía, como consecuencia del descubrimiento del culpable.
Guido Pagliarino
Guido Pagliarino è laureato in Economia e Commercio all’Università di Torino con una tesi di ricerca storica pubblicata a cura dell’Istituto di Storia Economica e Sociale. Di particolare interesse durante i suoi studi erano state la medesima disciplina e la Storia delle dottrine economiche e sociali, sotto le guide dei compianti professori Carlo Cipolla e Mario Abrate. Negli anni, insieme ad altri interessi culturali, è continuato quello storico e Pagliarino ha pubblicato diversi saggi su pensiero e storia cristiani. È autore inoltre di romanzi e versi. Per la sua opera edita fin al 1996, nel 1997 gli è stato assegnato il "Premio della Cultura della Presidenza del Consiglio dei Ministri". Trascurando i volumi più antichi, l'autore ha pubblicato negli anni 2000 i seguenti libri, in parte scritti nel decennio precedente: a) Editi dalla 0111 Edizioni: Il mostro a tre braccia e I satanassi di Torino, due romanzi brevi, 2009 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) ISBN 978-88-6307-195-5 - Svolte nel tempo, 2011 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (PRIMO ASSOLUTO sezione "Narrativa edita" al Premio Creativa VI Edizione : http://www.edizionicreativa.it/content/cms/db/pages/54/risultati%20premio%20creativa.pdf ) libro: ISBN 978-88-6307-350-8 e-book: ISBN 978-88-6578-039-8 b) Editi da GDS Edizioni: - Vittorio il barbuto, romanzo breve, 2010 ISBN 9788896961537 - Creazione ed Evoluzione, saggio, 2011 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (MENZIONE SPECIALE DELLA GIURIA al "Premio Nazionale di Arti Letterarie 2010, sezione inedito": http://www.pagliarino.com/images/premio_10_arti_letter_500x364.JPG ) Edito, FINALISTA premiato con diploma al "Concorso Mario Pannunzio 2011": ( http://www.pagliarino.com/premio3_Pannunzio_finalista_2011.htm ) Edito FINALISTA premiato con medaglia e diploma al "Premio Marchesato di Ceva 2014" ( http://www.pagliarino.com/premio_Marchesato_Ceva_finalista_2014.htm ) libro: ISBN 97888896961759 e-book: ISBN 978-88-96961-82-7 - Il terrore privato, il terrore politico, romanzo, 2012 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (ROMANZO 2° CLASSIFICATO al Premio internazionale Marguerite Yourcenar 2013 Punctum Literary Agency.eu : http://www.pagliarino.com/images/Premio_Yourcenar_Pagliarino_tra_i_5_finalisti.jpg ) libro ISBN 978-88-97587-62-0 e-book ISBN 978-88-97587-71-2 - Sindòn la misteriosa Sindone di Torino, saggio, 2013 (© Editrice GDS) (("Menzione d'onore della Giuria" al "Premio Nazionale di Arti Letterarie Città di Torino" - X Edizione: http://www.pagliarino.com/Sindon_segnalazione_pr_Arti_letter.htm ) libro ISBN 978-88-67820-55-9 e-book ISBN 978-88-67820-88-7 c) Editi dalla Prospettivaeditrice: - La vita eterna; sull’immortalità tra Dio e l’uomo, 2002 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (PRIMO ASSOLUTO AL "PREMIO CITTA' DI TORINO 2003": http://www.pagliarino.com/premio2003_c_torino.htm ) ISBN 88-7418-106-X - Gesú, nato nel 6 ‘a.C.’ crocifisso nel 30, 2003 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) ( Segnalazione di Merito al "PREMIO PER LA PACE 2004" del Centro Studi Cultura e Società : http://www.pagliarino.com/premio_pace-2004_gesu'.htm ) ISBN 88-7418-072-1 - Cristianesimo e Gnosticismo; 2000 anni di sfida, 2003 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) Secondo Premio Saggistica al Concorso "Città di Salò" 2005 : http://www.pagliarino.com/premio_salo'_2005.htm ) ISBN 88-7418-177-9 - Il giudice e le streghe, romanzo, 2006 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (Targa e diploma - Menzione d'onore al "Premio Letterario Nazionale Di Benedetto 2009" :http://www.pagliarino.com/prem_De_Bened-09.htm ) ISBN 978-88-7418-359-3 - Le indagini di Giovanni Marco cittadino romano, romanzo, 2007 (FUORI CATALOGO © GUIDO PAGLIARINO) (Premio Speciale della Critica al Premio Letterario Nazionale "Alfonso Di Benedetto" 2008 : http://www.pagliarino.com/premio-A-Di-Benedetto-2008_indag-Giov-Marc.htm Premiato al Premio "Aldo Cappelli - Romanzo storico" - Concorso Nazionale Letterario GARCIA LORCA : http://www.pagliarino.com/pr_g_lorca-2_capelli_giov_marco.htm ) ISBN 978-88-7418-343-7
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El Terror Privado Y El Terror Político - Guido Pagliarino
Índice
Guido Pagliarino, El terror privado y El terror político, Novela
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Guido Pagliarino
El terror privado
y
El terror político
Novela
Capítulo 1
El Monstruo de la Oreja, como lo llamaron rápidamente los medios de comunicación de forma un poco grotesca, asesinó por primera vez una mañana de finales de septiembre de 2000, siendo la víctima una mujer acomodada, Maria Capuò, de casada Tron, ama de casa de 52 años y esposa del médico de un hospital, muerta en su chalet de las colinas turinesas, en la calle Mongreno, mientras su marido Amilcare hacía su turno y la asistenta había salido a un recado. La pareja no tenía hijos. El cadáver se encontró tumbado en el suelo del dormitorio cuando volvió la asistenta, una filipina inmigrante con los papeles en regla. Como constató la autopsia, la víctima no había sufrido violencias ni abusos en modo alguno, sino que había muerto rápidamente, aunque de manera atroz, con un golpe seco de un punzón en una oreja, perforándole el cerebro. No había nada desordenado en la casa.
Fue el viudo el que llamó a la policía, después de que la asistenta le llamara al hospital y de acudir rápidamente a su casa, desde donde telefoneó al 113.¹
Según las primeras estimaciones, el homicida, después de haber saltado el murete que rodeaba la finca, pudo haber entrado en la habitación por una de las ventanas de la planta baja, que se habían quedado abiertas en ese final de septiembre en el que todavía hacía un tiempo veraniego. El asesino, y esta sería la única vez, robó unas joyas que había en un joyero encima de una cómoda en la habitación del delito por un valor estimado por la aseguradora de trescientos millones de liras, que serían hoy en día unos ciento cincuenta mil euros.
Las primeras sospechas, considerando el hurto, se dirigieron hacia la asistenta, al menos como inspiradora del delito. Con la autorización del doctor Marcello Trentinotti, fiscal de la República y encargado de coordinar las investigaciones del caso, se detuvo a la mujer la mañana siguiente, se le trasladó a la Comisaría y le interrogó el comisario suplente Evaristo Sordi, encargado de las investigaciones del delito por el director responsable de la Sección de Homicidios de la Brigada Móvil, el subjefe Giandomenico Pumpo. Sordi, tras informar al juez, liberó a la mujer por la tarde debido a una completa ausencia de pruebas.
Días después, un nuevo delito la exoneró completamente, abriendo la vía del asesino en serie. Aunque jubilado desde finales de 1984, mi querido y único amigo Vittorio D’Aiazzo, jefe emérito de policía, quiso ocuparse del caso, de acuerdo con la policía, como consultor informal, como ya había hecho después de jubilarse en algunos casos particularmente interesantes. El 30 de abril de 2001 Vittorio iba a cumplir ochenta y dos años, pero la edad no le había hecho perder su vigor. Para él no era un pasatiempo para sentirse todavía activo, sino un «servicio a los demás», como me dijo una vez, «un servicio que quiero continuar realizando para contribuir a hacer un poco menos injusta esta sociedad amoral y, tal vez, un poco menos infeliz a mi prójimo»: era una de sus maneras de seguir ese precepto de amor que imagino que había pretendido seguir toda su vida y, con seguridad, desde que le conocí en aquellos ya lejanos años 50 del sanguinario y sangriento siglo XX, que estaba a punto de terminar sin promesas de mejora para el milenio siguiente. Yo admiraba la fe existencial de mi amigo, que tenía poco que ver con la religión, si entendemos esta palabra de forma convencional como el sometimiento y el servicio, llenos de obligaciones litúrgicas, a un Dios muy poderoso y pretencioso, inmune a los sufrimientos humanos: era una fe que se expresaba concretamente en hacer el bien a los demás, siguiendo el ejemplo de su Maestro evangélico martirizado, que, según Vittorio, había expresado en el mundo el sentimiento amoroso del mismo Dios.
—Evidentemente —me dijo una vez—, cuando una persona recorre, en lo que puede, el camino del amor hacia el prójimo es imposible que no continúe este incluso después de la muerte, en el Amor Eterno.
Desgraciadamente, al contrario que mi amigo, yo no era ni soy creyente. Digo desgraciadamente porque, no siendo ya joven, pienso a menudo, más que en el pasado, en la muerte, con su putrefacción y, si no hay nada después de expirar, en la inutilidad trágica de la vida. Sin embargo, fue precisamente ese sentimiento pesimista el que me llevó, ya desde joven, a ese mismo deseo de justicia que animaba a mi amigo, aunque en mi caso se trataba de una justicia que solo podía ser terrenal y, convencido como estaba de que en la tragedia cósmica de la que yo formaba parte, era al menos indispensables una solidaridad plena entre los seres humanos, siguiendo la ética, para mí imperecedera, que supone el honor de cada persona, tenía un enorme desdén por los que truncaban conscientemente el bien de la vida de los demás, ya de por sí breve, así como contra los violentos en general que atormentaban los pocos años concedidos en la tierra a los seres humanos. Y estaba completamente de acuerdo con Vittorio cuando me decía que, desde los años 60 del siglo XX, la vida civil se había embrutecido por la suavización e incluso la pérdida de muchas de las ideas filosófico-sociales y religiosas tradicionales, de forma que las vidas de estas mismas personas se habían convertido en un puro ejercicio de egoísmo, siguiendo lo que mi amigo llamaba la regla del hago lo que quiero si me parece apropiado.
Vittorio había hecho carrera rápidamente hasta principios de los años 70, promocionado a subjefe todavía joven, y luego, injustamente, no había promocionado nada. Solo el día de su jubilación fue ascendido, como estaba previsto en el reglamento, al nivel superior y a la pensión de jefe de policía.
Mi amigo no tenía ni familia ni parientes cercanos: viudo desde hacía mucho tiempo, sin hijos y yo soltero, igualmente solitario, nos sentíamos como hermanos.
Soy Ranieri Velli, pero me llaman Ran, periodista y escritor y, en los años 50 y 60 del siglo pasado, colaborador con grado de sargento del entonces comisario Vittorio D’Aiazzo en el cuerpo de la Guardia de Seguridad Pública.
Yo era el más joven de los dos, se puede decir que entonces iba rumbo a los sesenta y ocho, que iba a cumplir el siguiente 1 de agosto de 2001. Como Vittorio, ya estaba jubilado, pero no había dejado la actividad de comentarista en la prensa diaria: en un pasado muy lejano, cuando no existían todavía las facultades de Ciencias de la Comunicación y por tanto no había graduados, tras las prácticas habituales, pude acceder a la profesión de periodista en la prestigiosa Gazzetta del Popolo, periódico turinés que, entre cierres y reaperturas durante su último decenio de vida, había dejado de publicarse definitivamente el 31 de diciembre de 1983. Entonces me mudé a otro periódico, la Gazzetta Libera, que se fundó el año siguiente y que no tenía nada que ver con el diario del mismo nombre, aunque se creara también en contraposición a la eterna Stampa, que, sustancialmente, significaba la FIAT: gracias a las subvenciones de un grupo económico interesado, la nueva Gazzetta, aunque no llegara a las grandes tiradas de la anterior, había llegado viva al siglo XXI.
Si Vittorio era mi único amigo, él, por el contrario, tenía algunas amistades más, aunque todas menos íntimas. También Evaristo Sordi podía considerarse como amigo de Vittorio, aunque no se veían en su vida privada. Hace años había sido su ayudante en la Sección de Homicidios de la Brigada Móvil, después de que yo, su predecesor y escritor a tiempo parcial, presentara la dimisión para dedicarme por entero a la escritura. Evaristo había llegado a la culminación de la carrera para un no graduado con el cargo de inspector superior como sustituto oficial de Seguridad Pública, llamado habitualmente «comisario suplente» al cubrir las funciones de este. No era mucho más joven que yo, pero estaba cerca de la jubilación. El hombre llevaba bigote desde hacía tiempo gris y, a pesar de los años, todavía tenía mucho pelo, igualmente canoso. Tenía buena planta, igual que mi amigo Vittorio, quien, sin embargo, a diferencia de Evaristo, no era muy alto. Yo era el más alto de los tres y más alto que muchos, casi un metro noventa y además muy delgado desde siempre, aunque, por desgracia, en los últimos años me había encorvado, debido a mi pésima costumbre, común en las personas altas, de inclinarme hacia los múltiples interlocutores de estatura menor, empezando por el propio Vittorio.
Vittorio se enteró del primer crimen por un telediario de la tarde y, a la mañana siguiente, leyó con calma en nuestro periódico, en un artículo de la redactora jefe de sucesos, Carla Garibaldi, mi colega soltera y cuarentona, una mujer de aproximadamente un metro setenta y cinco que, a causa del exceso de body building, «practicado todos los días», como me había dicho, tenía brazos y pantorrillas, y probablemente muslos, un poco demasiado musculosos para mi gusto como varón de la vieja guardia. Además, objetivamente, le afeaban su prognatismo mandibular y una nariz demasiado pequeña para la forma de su rostro, notablemente ancho. Sin embargo, era una persona de gran cultura y de carácter abierto y arisco, que me caía bien, a diferencia de otros petulantes de nuestro periódico.
Fue a través de mí, como en caso anteriores, como se produjo un intercambio de noticias entre Vittorio y Carla y viceversa, con ventaja para ella en términos generales, porque mi amigo normalmente disfrutaba de información de primera mano, ya que a menudo visitaba a Sordi en la comisaría. En casos precedentes, este ya había recibido consejos decisivos del jefe jubilado, por lo que no era solo por una simpatía deferente por lo que solía acogerlo en su oficina y, a veces, en el escenario del delito y pedirle su opinión. También en el caso del Monstruo de la Oreja le quiso tener cerca, encantado por ello.
Mi amigo pasaba a veces también a ver a otro antiguo subordinado, el subjefe Giandomenico Pumpo, quien, después de un periodo de comisario jefe dirigiendo una brigada especial que se ocupaba de los grupos mágicos, esotéricos, pseudo-religiosos y satánicos, la Brigada Anti Sectas, se encontraba en el mismo puesto que había ocupado D’Aiazzo. Aunque menos amigo de él que de Sordi, a veces conseguía del viejo policía alguna información útil para sus investigaciones paralelas.
Capítulo 2
El segundo delito se produjo cinco días después del asesinato de la señora Capuò Tron, ya en octubre: la víctima fue Giovanna Peritti, viuda de Verdani, jubilada sesentona que vivía sola en una vivienda heredada de su marido en Corso Agnelli. Tenía una hija, pero esta estaba casada y vivía en Asti. Fue esta última la que descubrió el cadáver, poco después de las 22:00 del mismo día del homicidio: solía telefonear todas las tardes a su madre y esa vez no había contestado, aunque el teléfono sonó muchísimas veces desde las 19:30. Poco después de las 21:00, la hija, bastante preocupada porque sabía que su madre nunca salía de casa cuando era de noche, se montó en el automóvil y vino a Turín. Tras llegar una hora después al portal de la casa de su madre y llamar inútilmente al portero automático, entrar usando la copia de las llaves, subir, abrir la puerta del piso de su madre, cerrada solo con el resbalón, como contaría después a la policía, y encender la luz hizo el espeluznante descubrimiento de su madre muerta en el suelo del recibidor, con la boca abierta en una mueca de dolor, los ojos cerrados, sangre y sesos que salían de una oreja y una gran hematoma en la cabeza.
Posteriormente se estableció que la equimosis la había causado un jarro pesado de la casa con el que se le había golpeado en la cabeza, en el que el anatomopatólogo encontró restos del cuero cabelludo de la víctima. El médico también estableció que, seguramente, la muerte se debió a un punzón clavado en la oreja agujereando el encéfalo.
La hija de la fallecida, que a duras penas tuvo tiempo para caer sobre una silla, se desmayó. Tras recuperar el conocimiento, hacia las 22:10, como vio en su reloj de pulsera, aunque todavía bajo shock, consiguió telefonear al 113.
Hacia las 23:00 le comuniqué a Vittorio por móvil el nuevo homicidio, atendiendo a su petición de informarle de posibles novedades cuya noticia llegara al periódico. La noticia del nuevo delito me la había comunicado Carla Garibaldi poco antes desde su cubículo cuando pasaba a su lado para ir al mío. Acababa de recibir la noticia por teléfono de un colaborador que, habitualmente, se quedaba por la tarde-noche en el patio interior de la comisaría, junto con los colegas del otro periódico de la ciudad y las televisiones, para conocer las últimas noticias de sucesos. Inmediatamente el número dos de Carla acudió con los demás al lugar del delito, para referir las novedades a su jefa.
Vittorio tenía el teléfono del móvil de Evaristo Sordi, de quien supo que el funcionario se encontraba en el lugar del delito y que los restos mortales todavía no se habían retirado, a la espera de la llegada inminente y la autorización del fiscal Trentinotti para el traslado al depósito para la autopsia. Mi amigo consiguió de Sordi que se le admitiera en la vivienda de la fallecida confundiéndose con los periodistas.
Nunca había obtenido el permiso de conducir y viajaba por la ciudad en tranvía, parsimoniosamente, pero dada la hora y la urgencia, esa vez tomó un taxi. Sin embargo, fue una pérdida de tiempo y dinero, ya que llegó al rellano de la vivienda de la difunta cuando ya habían llegado tanto los periodistas, incluyendo el subordinado de Carla, como el forense, el juez y el comisario. Estos se llevaron en el vehículo de servicio a la hija de la difunta, para recoger y redactar oficialmente su declaración en la comisaría. Solo quedaban dos agentes que estaban sellando la puerta y la subcomisaria que los mandaba y que, reconociendo a D’Aiazzo, le saludó con cordialidad. Tal vez no podía hacerlo, pero le ofreció también llevarlo a la comisaría en el coche patrulla, algo que él rechazó, considerando lo cerca que estaba su casa y lo tarde que era.
Al día siguiente, Vittorio, durante su paseo habitual bajo los soportales de Via Cernaia, Corso Vinzaglio, Corso Vittorio Emanuele y vuelta, al volver tuvo la idea de parsarse un rato por la comisaría. Preguntó por el comisario Sordi, esperando que estuviera allí.
Estaba y le recibió.
Sin preámbulos, Evaristo le dijo:
—Mañana por la tarde tuve que irme antes de que llegaras… Viniste, ¿no?
—Sí, señor.
—Lo siento, Vittorio, pero antes de que llegaras el juez nos dio la orden de desalojar y sellar. No pude esperarte, ya que tenía que irme con los demás y tomar a continuación declaración