El Pozo y la Realidad de Anna
Por Emma Rivas
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Por más que intentaron tapar su rústica boca, de tiempo en tiempo, sigue apareciendo en la actual casa un atisbo de agua que emerge donde fue cerrado el pozo. Para Anna sólo había sido un depositario de sus penas, en el que enterraba profundamente todo lo malo.
Quizá hubo algo misterioso en ese túnel lejano, hacia un abismo oscuro, que siempre la atrapaba cuando era pequeña.
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El Pozo y la Realidad de Anna - Emma Rivas
Emma Rivas
El Pozo y la Realidad de Anna
Rivas, Emma
El pozo y la realidad de Anna / Emma Rivas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2331-0
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
info@autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Agradecimientos
Agradezco a Natalia Martinez y a Daniela Blanco que con su profesionalismo y calidez han hecho que yo me animara a escribir mi primera novela.
A mi hija Antonella que llegó a mi vida para apoderarse del amor más puro que sentí.
A Laura Impellizzeri, quien corrigió pacientemente la escritura de este libro.
Y fundamentalmente a Anna por la generosidad de dejarme contar su historia.
Emma Rivas
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Prólogo
Un día me llamó Emma y dijo que quería presentarme a Anna. Me advirtió que podría parecerme inocente pero que más allá de esa ingenuidad no era ninguna tonta.
Nos encontramos en su casa y allí la conocí. Era una persona encantadora con mil aristas, con muchas ganas de vivir pero temerosa al mismo tiempo.
Durante dos años charlé con Anna para poder entender su presente: me contó su vida, sus temores, sus miedos y sus deseos. Muchas veces sintió vergüenza de las cosas que me decía por miedo a que la juzgara. Muy por el contrario, Anna me parecía una mujer valiente y fuerte, llena de esperanzas y con deseos de encontrar, por fin, la felicidad.
Hemos tenido discrepancias ante ciertos temas… sabíamos que no teníamos las mismas visiones de la vida, seguramente por los distintos caminos que Anna y yo habíamos transitado. Emma presenciaba sorprendida esas discusiones: por un lado entendía mis palabras y, por otro, comprendía los sentimientos de Anna.
Así, las tres fuimos transitando esta novela que por momentos emociona pero por otros entristece. Hay circunstancias que enternecen y otras que indignan hasta hacernos rabiar.
Disfruté muchísimo este tiempo con Anna y Emma. Siento extrema felicidad de que esta historia no quedara encerrada en decenas de hojas y haya cobrado la confianza suficiente para ser publicada y muchas personas puedan conocerla.
Gracias Emma por dejarme charlar con Anna y aprender tanto de ustedes dos.
Laura Impellizzeri
Capítulo I
Todo comenzó con el pozo de aquella hermosa, grande, misteriosa y antigua casa ubicada en la ciudad de un pequeño país. El pozo era uno de mis dos lugares preferidos. Aunque éste significaba peligro, me asomaba y mi mirada se perdía en esa larga oscuridad. Era tan profundo y atrapante para mi imaginación que al fondo, muy allá en el fondo, yo depositaba mi pequeña y gran realidad. Él me recibía, él escuchaba mis silencios, él me atrapaba.
La casa estaba situada en una esquina. Era alta y majestuosa, de fachada blanca por donde se le mirara, su frente estaba intervenido apenas por una gran puerta principal y una ventana de color marrón. La acompañaban por un costado otras puertas, también pintadas de marrón, cubiertas por largos postigos, dejando ver desde afuera sus vidrios vestidos con hermosos visillos trabajados en macramé.
La edificación imponía cierto respeto además de admiración. Se destacaba de las demás, se diferenciaba de las otras por su altura y su amplitud. Tenía un no sé qué que despertaba interés y que a la vez la hacía misteriosa, quizá por un halo invisible que la envolvía. Un paisaje distinto para algunas miradas. Era única ante los ojos de la gente que se detenía a observarla. Tenía un secreto que atraía ¿un pozo quizá con vida? ¿La vida que me robaba de niña quedando así ligada a él?
El pozo estaba oculto ante la mirada de las personas que sólo se detenían a mirar la fachada de la gran casa de la esquina. No pudiendo descubrir en ese momento lo que sentían, movían sus cabezas de uno hacia otro lado, alejándose y dejando para la próxima vez que volvieran a pasar, el poder comprender la sensación que ésta les dejaba.
Por un costado de la gran casona, corría una galería cubierta sólo por un techo, donde daban las puertas de las habitaciones. En su piso descansaban antiguas, gastadas y grandes baldosas cuadradas, blancas y negras, como formando un tablero de damas, en el cual desarrollaría el primer tramo de mi historia.
Las habitaciones lucían despojadas de muebles, sus paredes también estaban desnudas y daban la sensación de mayor altura todavía.
Los pisos eran de madera larga y lustrosa. En ellos, mis pasos hacían crujir la madera con un sonido que se amplificaba en mis oídos.
Afuera, en esa larga galería, había una zanja que la recorría toda, con algunos puentecitos para salir a la calle, esa calle de tierra que conducía a mi tan querida cañada.
Por el frente de la casa, corría una única calle donde circulaban vehículos y la gente transitaba. Al otro costado, la acompañaban otras casas aledañas, insignificantes ante los ojos curiosos que sólo se detenían en la gran casona de la esquina.
Esa calle de tierra que parecía semi–abrazarla, y que sólo pertenecía a esa casa, desembocaba en la pequeña cañada escondida y custodiada por añosos árboles.
Allí terminaba el terreno ocupado por esa vieja casona que era la única edificación solitaria y misteriosa cuyo fondo terminaba en ese espacio de agua que me iluminaba cuando estaba triste y dejaba volar mi imaginación.
La cañada junto al pozo eran mis lugares preferidos. Eran míos. Sólo míos.
Cuando me internaba en ese paisaje, miraba hacia arriba y veía, entre las copas de los altos árboles, reflejos de sol brillando en un pedacito de cielo azul (muy azul y limpio) que el viento, allá arriba, abría y permitía a mis ojos maravillados, disfrutar del movimiento suave y el murmullo de sus hojas. Esa era la realidad más brillante y acogedora que disfrutaba.
En el pozo depositaba mis llantos contenidos, aún sin ser conciente todavía de lo que estaba haciendo.
El agua cristalina era el lecho de hermosas calas florecidas que siempre recuerdo. Entre éstas, de vez en cuando, asomaba una que otra nutria de las que vivían allí, y sin percatarse de mi silenciosa presencia, aparecían y desaparecían rápidamente jugando con el agua para volver a sus cuevas, esos pequeños y largos túneles que hacían en las orillas, al borde de la cañada. Miraba horas ese paisaje, tan grandioso y verdadero para mi.
Las piedras, que luego con el transcurso del tiempo se convirtieron en mi pasión, se veían bajo el agua transparente, grandes y de todos los colores, lanzando reflejos allí adentro, pugnando por salir al exterior, identificando esa imagen con una sensación como la que yo albergaba, tan contradictoria. Una sensación de libertad y deseo de ser atrapada, quizás por esos brazos ausentes que nunca me envolvieron y que tanto extrañé.
Amaba ese lugar al que pocas veces conseguía ir, pues mi mamá no me dejaba. Siempre que no me veía cerca de ella, yo me escapaba para ver ese espacio que tanto me fascinaba, como mi tan querido pozo. Era una puesta en escena de la naturaleza. Parecía que toda ella se reunía allí para que sólo yo disfrutara de tanta belleza. Definitivamente se creaba tal espectáculo sólo para esa pequeña y solitaria personita que era yo en ese momento. Ese sonido suave del agua acariciando el lecho de tan hermosas piedras, quedaron para siempre en mi memoria.
Mi pecho se nutría de diversos aromas: de agua fresca, del perfume de tanta vegetación, del olor de todo eso que yo percibía con particular emoción y que al recordarlos ahora, comprendo por qué quiero ese paisaje silencioso y a veces musical de lo natural, intentando en el presente plasmar en mis fotografías eso que la imponente naturaleza gravó en mis más íntimos sentimientos y que daría cualquier cosa para que los demás pudieran sentir lo mismo que yo sentía al observar todo ese paisaje. Los colores eran variadísimos: verdes oscuros, cerca de mi mirada, claros y brillantes hacia lo alto. Mis ojos se cerraban encandilados y con ellos así cerrados, imaginaba. Imaginaba tantas cosas bellas…La cañada era como una casa florecida para mi, el lugar preferido fuera de mi hogar ya que adentro lo era mi misterioso pozo.
La recuerdo como algo muy especial, como un espacio mágico que sólo me pertenecía a mí. Cuando salía de él, me encontraba perdida, en otro mundo, como saliendo de un libro de cuentos y volvía a una realidad gris y a mi pozo, depositario de eso tan oscuro que sentía sin poder explicármelo.
Nunca supe por qué la realidad me hundía en sensaciones que me inquietaban a tan corta edad; no quería recibirlas, seguramente mi presente