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Melodía de un adiós
Melodía de un adiós
Melodía de un adiós
Libro electrónico612 páginas8 horas

Melodía de un adiós

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Cuando las notas nacientes del blanco y negro de las teclas de un piano se cruzan de forma inesperada en el camino de Freddie Campbell, este alma solitaria jamás pensó que aquella melodía llenaría de color su pincel dando vida a un paisaje donde aquella chica, Amy Fouler, se convertiría en su razón para seguir viviendo y luchando contra un mundo cruel e injusto. Sin embargo, cuando la oscuridad se cierne de nuevo sobre él, toda su frustración, su ira, su desolación reaparecen. Freddie deberá buscar entonces la paz consigo mismo, la cual solo se puede alcanzar a través de la unión de las notas musicales que Amy sembró en su vida para componer una melodía de un adiós.

Pablo Lázaro Abad nació en Zaragoza el 30 de enero de 2004. A la fecha de la publicación, es estudiante en el grado de Matemáticas de primer año en la Universidad de Zaragoza (Unizar).
Melodía de un adiós es su primera novela publicada, aunque anterior a esta obra, ya había realizado simples escritos personales y con falta de profesionalidad como simple forma de entretenimiento. Fue con ellos cuando descubrió que escribir era una de sus mayores aficiones e impulsado por el interés de poder darle forma a una historia como la de todos esos libros o películas que desde siempre le habían llamado la atención, decidió escribir Melodía de un adiós.
En palabras del propio autor: «Melodía de un adiós se trata de mi primera novela, a la cual le tengo especial cariño, pues su historia y personajes me han acompañado durante un largo tiempo. Siempre me han interesado los temas como la soledad, las emociones y la forma en que las personas tratan de superar el dolor y la incertidumbre para descubrirse a sí mismas. Descubrí entonces que quería escribir por mí mismo una historia que fuera mía y en la que pudiera tocar de primera mano todos esos temas. Esa también es una de las razones por las que esta novela sigue siendo tan especial para mí. Es una historia en la que pude descubrir parte de mis gustos y algo con lo que disfruté enormemente, pues, por primera vez, descubrí que las letras no son un simple dogma en el que todo ha de estar estructurado, sino una forma de expresar, mediante historias y con toda la libertad del mundo, cosas con las que todos nos podemos sentir identificados. Esa es la principal razón por la que decidí empezar a escribir».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2023
ISBN9791220144322
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    Melodía de un adiós - Pablo Lázaro Abad

    ~Prólogo: A ti, a quien más quiero~

    Notas que inundan mis oídos…

    … tú formas parte de todas ellas.

    Sensaciones que invaden hasta el último de mis sentidos…

    … tu presencia las vuelve eternas.

    Aquella luz que un día dijo adiós… … todo ello; despedidas efímeras.

    En un bosque azul celeste, tonos morados inundan las copas de los árboles, y el verde que un día llegó a ser,

    se convirtió en la asfixia de una pérdida a cuya ausencia lloran,

    lloran las ramas, las flores, lloran,

    lloran los ríos, las luciérnagas, lloran…

    Todo lo que pudo ser, y no pudo…

    Todo lo que pudo ver, y no pudo…

    Esa,

    esa es la chica de la que me enamoré…

    La que me devolvió el deseo de vivir, de soñar, esa es la chica de la que me enamoré…

    Un destino inexorable, un futuro inexplorable…

    Un pétalo de luz, un símbolo de pasión…

    tan gentil, tan audaz…

    Esa, sí, esa…

    esa es la chica de la que me enamoré.

    G

    Entre sentimientos inadvertidos, juntas resuenan las notas de un amor inalterado. Recuerdos inolvidables, sensaciones amargas…

    Y una historia escrita en clave de sol volverá a oírse sobre las líneas de un pentagrama, a cuyas partituras una simple corchea, determina su existencia…

    Y sobre ellas los pianos, los violines… todos ellos tocarán en armonía dulces serenatas,

    recreadas por lágrimas melancólicas

    que forman sinfonías de sueño y pasión, compuestas por notas que llegan

    a lo más profundo del corazón, notas que dan forma…

    … a la melodía de un adiós.

    G

    ~La historia de un alma solitaria que lo ha perdido todo y que no puede encontrar de nuevo un motivo o un por qué…

    De forma inesperada, una nueva luz llegará para iluminar su vida; a lo que una historia de superación y esperanza da comienzo sobre las partituras de un

    mundo que parece guardar un brillo especial para estos dos corazones…

    Con esto, la vida de Freddie Campbell irá de nota en nota a través de la ira, la frustración, la ilusión, la tristeza y el amor…, sobre todo el amor…

    Amor e ilusiones…, quizá sea la mejor forma de describir cómo empezó a tomar forma esa relación

    inquebrantable pero a su vez frágil… muy frágil…~

    Primera parte.

    Melodía de una ilusión

    Que dé comienzo esta triste pero hermosa sinfonía…

    ~Notas que brillan al son de la lluvia~

    La música…

    Para muchos, la música es una forma de expresión, de libertad… Para otros, es algo tan banal como el viento que sopla en una tarde fría de otoño…

    Sin embargo, para mí, la música es… la música… No sabría decirlo. Algo tan complejo y tan simple al mismo tiempo… las palabras se quedan cortas. Un mundo lleno de color y sentimiento, teñido del alma de aquellos cuya pasión inunda las notas, las partituras.

    Yo no había conseguido darme cuenta de ello; ni siquiera me lo llegué a plantear por un mísero instante… hasta que llegó ella. La persona que cambiaría mi vida, que pondría todo mi mundo boca abajo y que me haría descubrir la verdadera belleza que reside en él; escondida en un rincón de mi corazón del cual únicamente ella pudo sacudir el polvo y abrirlo al exterior.

    Como una vez dijo Newton: «Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano». «Palabras vacías, sin sentido», pensaría mi antiguo yo, para que al final me haya acabado dando cuenta de la verdad tan dura y bella que hay detrás de ellas. Creyendo conocer el océano, mi vida pasaba sin pena ni gloria en un mundo que creía que no podía dar más de sí; hasta que ella me demostró, me enseñó, que más allá de ese océano lleno de mareas y vendavales se escondía un mar en calma, donde un arcoíris asoma por el horizonte y las aves que surcan los cielos entregan un mensaje de esperanza y verdad: «Aunque el mundo te dé la espalda; aunque creas que ya no queda nada a lo que aferrarse, siempre, en algún punto, a lo lejos, alguien estará esperando a que regreses».

    Ella se convirtió en mi alguien, logrando hacerme creer de nuevo en el deseo de vivir, de soñar; logrando hacerme ver que las notas del piano son más que sonidos, son sentimientos, experiencias, formas de ver la vida.

    Y todo ello comenzó en una tarde lluviosa de septiembre…

    G

    Desde pequeño, siempre se me había dado bien dibujar. Las mil y una formas en las que podía plasmar sobre el papel lo que nunca con palabras habría podido es algo que desde siempre me ha llamado la atención, y lo único que en verdad me ha llegado a atar al mundo.

    Tampoco he llegado a ser alguien especialmente sociable. En algún punto de mi vida, las relaciones empezaron a parecerme más una molestia que otra cosa. Empecé a aislarme del resto del mundo, pensando que todo sería más fácil si nada interfiriera en mi vida, y solo me mostraba en las situaciones que necesariamente lo requerían. Al final, en el mundo solo quedábamos el arte y yo.

    Con 18 años decidí apuntarme a una escuela especial de música y artes, situada en el centro de la ciudad, para poder fortalecer aún más el único vínculo que lograba mantenerme en pie en una vida sin sentido ni razón. A mis padres tampoco les importó; a pesar de todo, siempre me han querido y apoyado, aunque yo no pudiera demostrarlo de la misma manera.

    Con 20 años; tras meses de ir de trabajo en trabajo, conseguí reunir el dinero suficiente como para poder irme de casa. Me fui a vivir solo a un pequeño apartamento en una calle estrecha en el centro de la ciudad sobre el cual la luz apenas penetra durante el día, dejando en ocasiones una atmósfera lúgubre y apagada que combina con el ambiente solitario que a veces se respira en ella.

    Continuando en el trabajo, pude seguir pagando la renta y permitirme por mí mismo las clases de arte. No es que nada me mantuviera realmente motivado, ni siquiera el arte lograba despertar en mí una pasión desmesurada, pero sentía que, si dejaba escapar esa parte de mi mundo, este acabaría por desmoronarse en el fondo de un profundo pozo del cual ya no sería capaz de salir.

    Seguí viviendo, día a día, aferrándome a lo poco que me quedaba en un mundo endeble de papel y cartón. Nada tenía pinta de cambiar; un sentimiento inamovible que me acompañaba todas las mañanas al despertar y parecía que lo único por lo que iba a seguir viviendo era por el mero hecho de vivir.

    Sin embargo, un año después, con 21, bajo las gotas de lluvia que acompañaban el ambiente melancólico de una tarde cualquiera de septiembre, descubriría, sin siquiera darme cuenta, lo que me haría ver que, detrás del hecho de vivir también pueden llegar a existir las ganas de vivir, algo que nunca había llegado a aprehender del todo.

    G

    Bajo cuatro paredes blancas, el movimiento de los lápices y pinceles al chocar y deslizar sobre el lienzo, apoyado sobre caballetes viejos de madera, crea sobre el ambiente del aula una atmósfera de creatividad y concentración; mientras sobre las paletas, distribuidos quedan los colores que no tardarían en dar forma a las obras cuya silueta tomaba forma de la mano de aquellos que las sujetaban.

    El sonido de las gotas de lluvia chocando sobre el cristal de las ventanas llegaba hasta el fondo de los oídos y el viejo reloj situado sobre la pared del fondo, ligeramente torcido hacia la izquierda, se sitúa encima de la vieja estantería donde antiguos libros de arte de todo tipo llenan los estantes: desde La belleza en el uso del color hasta El arte y el saber.

    Las manecillas empiezan a tocar al ritmo del tictac hasta que, al término de las 7 de la tarde, suena la campana de fin de clases…

    —Bien, chicos, hemos acabado por hoy. No olvidéis que las pinturas tienen que estar acabadas para la semana que viene. No quiero ningún retraso.

    Mientras la profesora despedía la clase, los alumnos recogían sus cosas y pausadamente salían del aula. Al fondo a la izquierda, situado justo delante de la estantería, un joven de pelo corto y castaño, ojos marrones y 1'80 metros de altura mira al suelo apagadamente mientras recoge los materiales; sobre el lienzo, un dibujo empezaba a tomar forma, pero del cual todavía no se podía distinguir muy bien el significado. Esperando a que todos salgan del aula, el joven se queda impasible ante las gotas que caían sobre los ventanales; gotas que forman el ambiente de una tarde cualquiera, más en un día, más en este insignificante mes de septiembre. Al término de que el último sale del aula, como siempre hace, Freddie se levanta y se prepara para salir, solo y sin compañía…

    G

    Tras salir del recinto, mientras me disponía a bajar las escaleras de la entrada, me di cuenta:

    —Mierda, me he dejado el lápiz…

    En lo que me dispongo a volver al aula, tras cruzar la innumerable cantidad de pasillos que conformaban el recinto de la escuela, a mis oídos empieza a llegar de forma suave y tenue una melodía.

    La música nunca me ha llegado a apasionar del todo y en un recinto donde alumnos de artes y de música compartíamos espacio, había acabado acostumbrado a escuchar muchas veces a diversas personas practicar por su cuenta, especialmente tras las clases; no era nada especial. Sin embargo, algo en esta ocasión era diferente. Las notas que desde lo que parecía ser un piano llegaban a mi mente dejaban una sensación de extraña calma y desasosiego.

    Hipnotizado por aquella sinfonía, me paré delante de la puerta del aula de donde provenía el sonido como un espectador encandilado por la extraña belleza de una particular melodía.

    Asomando por el pequeño cristal situado en el marco superior de la puerta, vislumbro el ambiente apagado de un aula donde sillas y atriles de color rojo y negro respectivamente dan forma a lo que parecía ser el típico aula de una clase de música. Sin embargo, al fondo, detrás de ese panorama, un piano, negro y brillante, se imponía majestuoso y sentada sobre el taburete, una joven acariciaba suavemente sus teclas para dar lugar a ese hermoso sonido.

    Pudiendo ver tenuemente su perfil iluminado por la suave luz de la tarde, un largo pelo rubio y labios de color carmesí formaban parte de su figura.

    Sin poder apartar la mirada de aquel espectáculo, sensaciones que antes no había experimentado y que todavía no comprendía del todo inundaron mi mente y mi ser. No era capaz de entender cómo una simple melodía era capaz de transmitir algo tan especial.

    Sin darme cuenta, había quedado paralizado ante aquella imagen. Ni siquiera cuando terminó pude apartar la mirada; incluso cuando supe que ella había advertido mi presencia detrás de la puerta. Levantó y giró delicadamente su cabeza hacia esta, en lo que nuestras miradas se cruzaron y pude vislumbrar unos intensos ojos azules sobre los cuales el reflejo de las gotas de lluvia sobre las ventanas brillaba sin igual. Poco sabía yo que aquellos ojos azules, aquel pelo rubio y aquellas delicadas manos acabarían siendo el pilar de mi existencia y lo que me haría creer de nuevo en la vida; aunque creo que, en aquel momento, algo, de forma muy suave, ya me lo estaba susurrando…

    G

    Vuelto del éxtasis, parte de vergüenza me invadió y corriendo me aparté de la puerta… Llegué de nuevo a mi aula, cogí el lápiz que me había dejado sobre el caballete y tras ello, volví sobre mis pasos, a lo que ya no se volvía a escuchar ninguna melodía. Pasando por la puerta desde la que había presenciado aquella escena, volví a asomarme disimuladamente, tan solo para darme cuenta de que aquella chica ya no estaba. Lo que sí podía ver era una serie de papeles reposando suavemente sobre las teclas de aquel majestuoso piano.

    Sin que nadie se diera cuenta, procedí a entrar. El ambiente era como el de un aula cualquiera; sin embargo, las sensaciones que me embriagaron en aquel instante no eran las que solía sentir cuando entraba a un aula cualquiera. Me dirigí de forma lenta y segura hacia aquel instrumento que minutos antes había conseguido hipnotizar mis sentidos y atónitamente me quedé contemplándolo. Normalmente, algo así nunca me habría causado especial interés, pero las notas que de dicho piano llegaron a mis oídos daban vueltas en mi cabeza, llegando a conquistar mi alma.

    Los papeles sobre el teclado reflejaban una serie de líneas sobre las cuales una serie de símbolos daban forma a las notas de una melodía de color y pasión; al comienzo de dicha partitura, el nombre de aquella canción: River flows in you. Nunca antes la había llegado a escuchar, pero, gracias a aquella chica, podía haber sido testigo de la belleza que guardaba. Arriba a la derecha del papel, en letra pequeña escrito estaba un nombre: Amy, en letra cursiva y con la elegancia que únicamente podían guardar las manos que me habían transportado a aquel mar de sensaciones.

    Supuse que se había olvidado de ella,; así que decidí guardarlas y como buen ciudadano devolvérselas cuando la volviera a ver…, cuando la… volviera… ¿a ver? Quizá, en verdad, lo único que me llevó en ese momento a quedarme aquellos impresos fue el deseo egoísta de poder volver a encontrar de algún modo al ángel que me mostró la belleza de un mundo que nunca antes había presenciado; y aunque en aquel momento no me di cuenta, ahora mismo sé de forma férrea que aquel, sí, aquel, era el ángel del que me había enamorado.

    Sin ser mínimamente consciente, el destino me había mostrado un camino de lirios en forma de púrpura esperanza que me llevaría en el sendero de una vida donde las notas volverían a iluminar hasta el más oscuro de los rincones; en un mundo donde el arte y las pasiones se mezclarían para formar un lienzo de emociones teñidas por el rojo de un amor que, pensaba, ni el más fuerte de los huracanes lograría destruir.

    Sin embargo, una tormenta que llegó para romper las cuerdas del violín que tocaba aquella hermosa sinfonía me demostraría que todo aquello, que el sueño de aquel amor imperturbable, se convertiría en mi salvación… pero también en mi perdición.

    No lo sé, pero ojalá dicha sinfonía siga oyéndose en algún rincón de este oscuro mundo y quizá, si algún día la vuelvo a encontrar, a lo mejor las notas de este sueño vuelvan a resonar tan fuerte como lo hicieron aquellas provenientes de aquel sublime piano que se imponía a la luz…

    de una tarde lluviosa de septiembre…

    Capítulo 1 ~ Fin

    PD: River flows in you de Yiruma es una composición del autor del mismo nombre que salió a la luz en el año 2001 en su álbum First love. Si alguien no la conoce, recomiendo de forma encarecida ir a escucharla; sin duda una de las melodías en piano más bonitas que he escuchado. También se puede probar a leer el capítulo con ella puesta; quizá así los sentimientos de Freddie nos lleguen de forma más profunda…

    ~Interludio: Un amor que se tiñe del color del atardecer~

    Sobre un extenso prado verde, montañas de ilusión se extienden a lo largo del paisaje. Solos en el mundo, un joven y su brocha, una chica, dos almas, un amor… En la bóveda celeste, tonos azulados conquistan el alma, mientras los rayos de luz penetran sobre la fina hierba… formando un cielo despejado que cubre la imagen de una sinfonía de colores que sobre los ojos inunda sentimientos de pasión…

    Él la mira; la mira… su belleza, su gracia; un fino pétalo, suave, gentil, que combina con los tonos verdosos que conforman el sueño de un corazón…

    Sobre el lápiz y el papel, plasmados con delicadeza, quedan los resquicios de un amor inalterado, mientras al suave soplo del viento primaveral su delicado pelo baila canciones de belleza y libertad, mientras sus finos labios tararean una suave melodía de color…

    Con su fino vestido, azul de rosas, blanco de ilusión, atónita vislumbra las aves que surcan los cielos, mientras con brava elegancia sujeta su blanco sombrero y su blanco blusón… Sus ojos brillan sin temor y sobre los del joven reflejadas quedan las canciones de un por siempre; siempre y sin dolor…

    Sobre el lienzo su figura cobra vida; él la pinta con pasión, mientras ella sigue atónita ante la imagen de un horizonte infinito de sinfonías inadvertidas, teñido de un naranja que se esconde tras las montañas de la razón… Con dulzura, sus miradas se entrecruzan y sobre sus pupilas grabadas quedan baladas de esperanza y valor…

    Él a su pincel; ella a su canción…

    —Laa la laaa… laaa la laa, la laaa… —cantaba grácilmente—. Enséñame la pintura, Freddie.

    —Acabada, podrás verla en todo su esplendor.

    El paisaje sigue, la sinfonía continúa y las aves desde los cielos vislumbran la alegría de un atardecer inalterado… Él a su pincel; ella a su canción…

    —¿Qué es eso que asoma a lo lejos? Los pájaros me llaman; las notas resuenan en mi interior.

    Cautivada por su aroma, la joven acaba su canción y corriendo colina abajo, persigue esa ilusión…

    —Espera, no te vayas; terminemos nuestra canción… —exclamó el joven.

    Dibujo en mano, la persigue sin dudar, mientras ella corre y corre, imposible de alcanzar… Ni el mismo viento detiene aquesta marcha, pero él sigue y sigue, sin parar.

    —No, Amy, ¡no!

    Ante el grito de su amado, ella detiene su caminar… Se gira y con dulzura le dedica la mayor sonrisa que este mundo haya visto jamás…

    —No te preocupes, Freddie… Incluso en mi ausencia, el mundo sigue girando, las aves siguen cantando y el paisaje sigue brillando…

    —No, no… Si tú ya no estás, del lienzo se destiñen las notas de mi soñar…

    Cuesta abajo, sobre sus desgastados zapatos, el chico avanza y avanza y el viento del horizonte, que llega sin avisar, volando se lleva el sombrero de ella, que con las aves empieza a emigrar; su falda y su pelo en armonía empiezan a bailar y los pétalos blancos de las margaritas empiezan a desfilar, mientras rodean a la figura de la chica de pelo rubio… que con una sonrisa agridulce se despide del mundo y de su otra mitad.

    El blanco de su vestido se empieza a mezclar con el de las flores que desnudas han quedado, melancólicas de amor… Él corre y corre y a lo que llega al lugar, estira la mano, y entre los pétalos encuentra únicamente una larga blusa que, apoyada sobre el césped, pinta emociones de tristeza y de dolor…

    Una melodía que desaparece ante el viento; los pétalos abandonan el paisaje para mezclarse con el azul del cielo y en el mundo ahora solo queda la impotencia de un adiós…

    —¿Cómo seré capaz de vivir sin tu color? Si el mundo ya no gira, las aves ya no cantan y el paisaje ha dejado de brillar…

    Abatido, sobre la suave hierba sus rodillas deja caer y sujetando el vestido con sus dos manos, suavemente lo acerca a su rostro, para acabar derramando amargas lágrimas que corroen los hilos de una seda cuyo futuro se acababa de romper. Débil, suelta aquel dibujo que de la brillante esperanza había nacido… Un dibujo que ella ya nunca podrá ver… promesas destruidas, amargas de sueño y de espera… La fina lámina sobre la que descansaba aquel trazo empieza a desvanecerse, convirtiéndose en el polvo de un amor destruido; de rojo se empiezan a teñir los resquicios de una vida de ilusión que, reflejada en la arena, vuela como el polvo de aquel dibujo que ya nunca volverá… en forma de sinfonías que de negro se visten ante la pérdida de un ángel que sobre el mundo pintaba hermosas melodías, cuyas notas quedarán por siempre bailando en la incertidumbre de un corazón que vuela y vuela…

    y que nunca jamás… volverá a latir con fuerza…

    G

    ~El metrónomo del corazón~

    Y si nuestra historia logra resonar en vuestros corazones, quizá solo haga falta recordar la melodía que de rojo se tiñe por el dolor de un destino que nos muestra que aquello no era más que la imagen de un sueño mal escrito… a pesar de lo mucho que cambió mi forma de ver el mundo…

    G

    Desde siempre me ha gustado pensar que el mundo se rige por una dualidad imperturbable, que todo radica en el bien y el mal, el sí y el no, el blanco y el negro…

    Para mí, la complejidad de este mundo tan vasto en el que vivimos queda reducida al mero hecho de lo simples que somos las personas. Con un no damos solución a la mayoría de situaciones en las que nos encontramos, como cuando el camarero nos pregunta: «¿Algo más?» y nosotros, con nuestro vago, mísero, hipócrita incluso: «No, gracias».

    De todas formas, no es algo a lo que le diera muchas vueltas y al final del día todo se reducía a: «Pues si con eso nos bastamos, entonces para qué buscar algo más…».

    A fin de cuentas, sobre las partituras lo único que vemos son símbolos de color negro que se esparcen por los pentagramas, nada más. Sin embargo, mirando más allá, podemos ver que unos símbolos tan simples forman las notas de melodías sobre las cuales están plasmados la mente y el alma de aquellos que las compusieron; donde no solo hay blancas y negras; los sostenidos, los bemoles o los silencios forman también realidades muy distintas que juntas dan lugar a sinfonías tan simples… y tan complejas.

    Aquel piano, aquel delicado pelo rubio y aquellas manos de seda me hicieron darme cuenta de ello; mientras las gotas de lluvia resguardaban nuestros corazones…

    De todas formas, la canción de un adiós no termina nunca en la segunda nota; por eso es que los acordes siguen sonando, para contar cómo ocurrió el encuentro de dos almas, escrito sobre las hojas de un mundo que estaba destinado a convertirse en polvo; cenizas que se consumen en el fondo de mi ser y que el viento se lleva para contar la historia de esta triste despedida…

    G

    Yo no era más que un chaval… perdido en un mundo del que no cabía esperar nada más…

    Un chico simple, un ser inadvertido, ¿qué podía desear de una vida donde un corazón apagado latía sin fuerza ni compasión, donde el negro del pincel pintaba sobre mi ser canciones de angustia y soledad? ¿Qué se puede esperar… de alguien así?

    Nada, absolutamente… nada.

    Qué extraño es, entonces, que, con una simple melodía, un alma intransigente sobre el oscuro mundo en el que tenía que vivir pudiera experimentar por primera vez sensaciones de color que nunca antes había podido advertir; sensaciones que sobre el negro de un corazón abrazan latidos de sorpresa y admiración. Con sus notas, su compás, y el blanco y el negro de un piano que tocaba sin cesar, aunque fuera por un mísero instante, mi mundo volvió a teñirse del color del amanecer: naranja de juventud, amarillo de felicidad…

    Desde aquel día, aunque intenté evitarlo, mi mente, mi alma y mi cuerpo buscaron sin descanso esa sinfonía, cuyas notas resuenan sobre mi ser agudizando todos mis sentidos; quizá el corazón sea uno de ellos…

    Aquellas partituras que encontré apoyadas suavemente sobre las delicadas teclas de aquel piano seguían escondidas en el bolsillo pequeño de mi mochila, esperando encontrar a la persona que las hizo revivir y soñar de nuevo. Sin embargo, tarde tras tarde, clase tras clase, sobre aquella aula desde la que pude experimentar el color que se esconde tras este oscuro mundo, siempre el ambiente era, por alguna razón, de soledad y amargura. Desde entonces, siempre que pasaba por delante de aquella puerta se podía ver dicho panorama; aquel piano seguía sin sonar desde la primera vez que lo vi y aquel pelo rubio y aquellos labios color carmesí no volvieron durante un tiempo a asomar por el balcón de los sueños de aquella pequeña sala, la cual se tiñe de una pasión silenciosa y un cantar fugitivo…

    Todos los días al salir de clase de arte pasé por delante de aquella puerta; todos los días me asomaba por aquel pequeño marco de cristal; todos los días… con la esperanza de que aquellas partituras me devolvieran al sentimiento de libertad al que durante un mísero minuto me transportó aquella chica, aferrándome al sueño de que, a lo mejor, en el mundo todavía podía haber algo que podría hacerme vivir de nuevo. Seguramente, en aquel entonces me negaba a aceptarlo, pero algo dentro de mí me lo estaba repitiendo a voces:

    Persigue esa ilusión; no la dejes ir… gracias a ella, el mundo gira, las aves cantan y el paisaje brilla…

    Sin embargo, durante un tiempo, nunca más la pude volver a ver, lo cual casi me llevó a renunciar a ese sueño, aunque, al final, un día cualquiera de noviembre, los resquicios de aquella ilusión volvieron a brillar con fuerza; seguramente porque nunca los llegué a dejar de lado completamente; y por fin pude tocar y ver por mí mismo… aquel sueño que había estado buscando con tanto anhelo…

    Como ya he dicho varias veces, durante la época de los 21, mis días pasaban sin pena ni gloria. No había nada que me motivara, nada que realmente me mantuviera férreamente vivo; quizá el arte fuera lo que más cerca estuviera de hacerlo, pero tampoco llegaba a producir esa desconocida sensación que, en verdad, ni siquiera había estado buscando con ímpetu. Claro, hasta que oí las notas salir de aquel majestuoso piano…

    Había pasado ya un mes desde la primera y última vez que aquella melodía resonó en mis oídos y aunque durante un tiempo nunca más volvió a tomar presencia entre las paredes viejas y desgastadas de aquel centro de enseñanza de artes y música, nunca llegó a abandonar del todo mi corazón. Quizá parte de esa ilusión se había oxidado y desgastado, pero todavía no había muerto del todo; eso es algo de lo que estoy totalmente seguro…

    G

    De trabajo en trabajo; mi vida solitaria vagaba por un camino de tristeza e indiferencia donde nada importaba. Nunca me sentía con la ilusión ni las ganas de dar todo de mí en prácticamente nada de lo que hacía; quizá es por eso que no duraba casi nada en ningún puesto. Podían pasar cuatro, cinco, quizá seis meses incluso hasta que llegaba el típico: «Tu actitud hacia los clientes es pésima»; «¿Cuándo vas a aprender que esto se hace así y no así?» Y bla, bla, bla… Hasta que al final tenía que colgar mis cosas y el ciclo infinito se repetía de nuevo…

    Hablar de todos los puestos por los que pasé sería tedioso y poco interesante, la verdad, por lo que me saltaré esa parte. Tampoco es algo de lo que esté muy orgulloso, pero como en mi vida el orgullo es una expectativa que sé que nunca voy a alcanzar, no me preocupa demasiado, por no decir nada. Simplemente, si quería pagarme las clases de arte y poder subsistir sin grandes problemas, tenía que trabajar, fuera como fuese. Al menos, el instinto de supervivencia aún lo tenía arraigado; morir todavía no era algo que me estuviera planteando.

    Al final, con 21 años, en época de verano, a finales, empecé a trabajar en una tienda del centro que se especializaba en la música. Pasaba las mañanas atendiendo detrás de un viejo mostrador de madera y rodeado de innumerables instrumentos, accesorios… Las guitarras, los violines o infinidad de instrumentos de viento no pasaban desapercibidos y juntos formaban una sinfonía de colores que daba lugar a una orquesta silenciosa que, colgando de las paredes y apoyada sobre las mesas, esperaba impaciente a que llegaran los músicos que la hicieran revivir, pudiendo tomar forma las notas de sus impolutos y brillantes interiores. Para mí, sin embargo, en aquel entonces, simplemente eran cacharros de madera esparcidos vulgarmente entre las cuatro paredes de aquella tienda.

    A lo mejor, tras escuchar aquella melodía empapada por las gotas de aquella tarde lluviosa de septiembre, esa perspectiva cambió un poco, pero todavía no podía comprender del todo la verdadera magia escondida detrás de todos aquellos instrumentos; también, en parte, me negaba a intentar comprenderlo.

    G

    Era una fría mañana de otoño, como cualquier otra. Noviembre, mes de los sentimientos. El preludio a la Navidad de las ilusiones y el amor, acompañado por el caer suave y gentil de las hojas de los árboles, teñidas por el naranja, el amarillo y el marrón del atardecer. Quizá para muchos sea un mes irrelevante, que pasa sin pena ni gloria; para mí también lo era y en dicha tarde tan casual, no parecía que nada fuera a cambiar esta perspectiva. Sin embargo, como me gusta decir: «Muchas veces, de las ocasiones más banales cabe esperar el latido más inesperado». Y sí, esa mañana no fue la excepción.

    Ya desde septiembre no había vuelto a escuchar, ver ni sentir la presencia de aquella misteriosa chica, la cual me presentó un mundo de sensaciones desconocido hasta entonces para mí. Ya casi había abandonado el sueño y la ilusión de poder volver a encontrarla, y al final quedó guardado y olvidado en un rincón de mi corazón, sin casi darme cuenta, aunque sin abandonar del todo la idea de que aquel era un ángel que existía y que me había presentado un mundo hermoso del cual yo no había sido consciente jamás. A pesar de ello, las partituras que había guardado seguían todavía escondidas en mi mochila; de aquello todavía no había podido desprenderme.

    Por eso, no cabía esperar nada más de este día; sabía que pasaría como cualquier otro, sentado tras el mostrador mientras el ambiente silencioso de la tienda se mezclaba con mis vacíos y míseros pensamientos, a los que el viento se los acabaría llevando a un pozo profundo donde acabarían siendo olvidados y sepultados por otros mil y un pensamientos más, vacuos y sin sentido.

    Al término de las doce de la mañana, la puerta vieja de madera de la tienda se abre, a lo que las oxidadas y demacradas bisagras producen un chirrido suave al cual yo ya me había acabado acostumbrando. Yo ni siquiera me inmuté y seguí leyendo el pequeño libro de arte que había cogido prestado en la escuela y que llevaba ojeando por más de media hora: «Un cliente más, total…».

    Sin embargo, cuando oigo los pasos delicados de aquella persona acercándose al mostrador, no me queda otra más que dirigir mi atención, y de forma automática: —Buenas tardes, ¿qué dese…?

    A lo que levanté la cabeza para dar la bienvenida al nuevo cliente; lo que mis ojos presenciaron en aquel instante era algo que jamás habría podido esperar; a lo que el dorado de su pelo y sus labios color carmesí se reflejaron por un instante no solo en mis pupilas, sino sobre todo mi ser. Brillaban sin igual y por un instante me devolvieron de nuevo a aquel día, a aquella melodía… sí, estaba seguro, tenía que serlo… era esa chica, el ángel que conocí en septiembre… era ella.

    Por un momento, todos mis pensamientos se bloquearon y la sorpresa me dejó atónito por un instante, llegando a cortar mis palabras. Ella, perpleja ante mi reacción, se quedó quieta durante un segundo. Sé que, aquella vez en la que escuché su melodía, nuestras miradas se cruzaron y que aquellos ojos azules, inconfundibles de brillo y belleza, lograron verme; aunque lo más seguro es que ni se acordara o que no lograra verme del todo bien. De todas formas, en aquel instante ni se me pasó por la cabeza aquello; lo único que tenía en mente es que el ángel con el que había estado soñando todo ese tiempo estaba por fin delante mía.

    —Disculpe. ¿Hola?

    Al final, vuelto del éxtasis, me recompuse y con la mayor profesionalidad que pude, la atendí como a cualquier otro cliente.

    —Sí, perdone. ¿Qué desea?

    —Bien, un segundo…

    A lo que murmura estas palabras, mete la mano en su bolsa y saca de ella un extraño objeto; a lo que finalmente pude ver, era un metrónomo, blanco y negro, limpio pero seguramente antiguo.

    —Me gustaría vender este metrónomo si es posible.

    —Sí, claro, pero la tienda está a punto de cerrar y antes tenemos que asegurarnos de tasarlo para poder ponerle precio. Si no le es mucha molestia, ¿podría darme su número de teléfono y así escribirle cuando lo sepamos?

    —De acuerdo, mi número es…

    A lo que teníamos este intercambio, con mi entereza pude esconder los nervios que sentía, con mi corazón a punto de salir del pecho. A lo que anotaba los dígitos, notaba que las manos me sudaban ligeramente y mis labios secos sabían más amargos que nunca.

    —Vale, ya está. Le llamaremos cuando esté listo; muchas gracias —anoté con una sonrisa nerviosa.

    —Genial, muchas gracias —dijo ella devolviéndome ligeramente la sonrisa.

    Tras ello, se dio media vuelta y con su bolsa negra, cuyas asas descansaban sobre su hombro izquierdo, paso a paso, caminando con brava elegancia, se acercaba a la salida. El tiempo parecía detenerse y yo me había quedado sin la oportunidad de poder intercambiar palabra con aquella persona que mi corazón había estado buscando con tanto ímpetu. Ella se iba alejando, y a lo que movía su cuerpo con delicadeza, yo me fijé en la inscripción en dorado que descansaba sobre la bolsa, que acompañaba su ligero movimiento de cadera.

    Parecían unas letras que me daban la sensación de haberlas visto con anterioridad. Observando bien, pude ver como, en letra cursiva, estas reflejaban el nombre de aquel ángel: Amy. A lo cual, de nuevo las partituras que recogí aquel día me vinieron a la cabeza, aquellas que aún descansaban en el bolsillo pequeño de mi mochila. Ante este pensamiento, los nervios desaparecieron y con decisión:

    —¡Espera!

    Ella, que ya estaba empujando la puerta para salir, se detuvo abruptamente; dio un pequeño paso hacia atrás y se giró suavemente fijando su mirada sobre mí.

    —Quizá esto te parezca un poco violento, pero… tú… ¿ya no tocas?

    Ante estas palabras, su mirada cambió de forma radical; ahora sorprendida, brillante por la perplejidad a la que la sometió mi comentario. Su postura, relajada, se tensó y sin darse cuenta dejó caer la bolsa negra que llevaba apoyada sobre el blanco suelo de la tienda. Sin dudas, mis palabras llegaron a algún lugar de su corazón al cual yo no esperaba llegar. Aun así, continué:

    —Hace un mes más o menos… en la escuela de artes y música… te escuché tocar el piano. Era una canción muy bonita, nunca antes había escuchado algo igual. Sé que eras tú.

    Dejándome llevar, seguí contándole aquello que experimenté, aquello que jamás podré olvidar…

    —Pero, desde entonces, ya nunca más oigo aquel piano, ya no escucho esas notas tan increíbles que salían de él… por eso me preguntaba al verte… ¿es que ya no tocas más?

    Ella seguía perpleja, tensa e inmóvil, sin poder hablar, sometida a algún tipo de hechizo que parecía haberle paralizado el corazón por un instante. Entonces… —¡Ah, sí! Espera, voy un segundo a la parte de atrás.

    En lo que dije esto, corriendo me aproximé a esa zona en busca de mi mochila. Rápido la cogí y examiné el bolsillo pequeño, esperando encontrar… sí, eso…

    —Aquí está…

    De nuevo, corriendo me aproximé a ella…

    —Esto… estas partituras… son tuyas, ¿no?

    A lo que con el brazo se las presenté, ella suavemente estiró el suyo para cogerlas…

    —Sí, sí lo son… ¿cómo…?

    —Aquel día… vi que estaban tiradas… sobre las teclas del piano. Supuse que las habías olvidado, así que decidí guardarlas y devolverlas cuando pudiera. Ahora que al parecer ya no apareces por la escuela y a lo mejor has dejado de tocar, puede que ya no te sirvan para mucho, pero igualmente quería devolvértelas…

    —Gra… gracias… —dijo de forma sorprendida.

    Tras esto, agachándose recogió la bolsa del suelo, se la volvió a apoyar sobre los hombros y con gentileza guardó las partituras dentro de ella. Se dio la vuelta y, ahora sí, se dispuso a salir. Abierta la puerta y justo en el momento en el que se preparaba para irse definitivamente:

    —Y solo una cosa más… —dije con decisión.

    Ante esto, ella se detuvo aguantando la puerta con su brazo derecho, girando grácilmente la cabeza, a lo que yo:

    —Aquel piano, aquella sinfonía… realmente fueron algo increíble, algo que nunca antes había escuchado — nervioso pronunciaba estas palabras, aunque en aquel momento no estaba dispuesto a detenerme—. Por eso, sería una verdadera pena si dejaras de tocar… si ese piano y esa sinfonía… dejaran de oírse definitivamente. Piénsalo, Amy…

    En su mirada, reflejadas quedaban las luces de la tienda que cantaban canciones de belleza y color, y fija su mirada sobre la mía; el mundo parecía haberse detenido… Al final, acabó soltando la puerta y se marchó delicadamente, a lo que su figura se mezclaba con el paisaje del mediodía. Volvía a ser yo solo entre los instrumentos de aquella vieja tienda y sobre mi ser mil y una sensaciones invadieron mis sentidos. No sé si había hecho lo correcto, si mis palabras habían llegado a su corazón, pero lo que estaba claro es que ella era la primera persona a la que había confesado parte de mis sentimientos, algo que no había hecho con nadie más.

    En aquel momento sentí que no podía dejar escapar a aquel ángel y aunque quizá no lo volviera a ver, supe que al menos tenía que intentar que sus sinfonías no se desvanecieran del todo…

    … aun así, ojalá volviera a escucharlas, al menos, una vez más…

    G

    Aquella vez fue la ocasión en la que las ilusiones brillaron de nuevo y el momento en el que, por primera vez, las notas de este amor bailaron con fuerza sobre nuestros corazones. No sé si fueron mis palabras, o si ella de verdad amaba tanto la música como para no poder dejarla ir; pero, por ahora, puedo asegurar que aquel piano volvió a escucharse por los pasillos de la esperanza y que aquel metrónomo empezó a marcar el tempo de una sinfonía de ilusión cuyas notas solo acababan de empezar a sonar… Una sinfonía que comenzaría en allegrissimo y terminaría en un amargo adagio.

    Capítulo 2 ~ Fin

    ~Lágrimas~

    Melodías inadvertidas en el pasaje de las sinfonías… palabras que vuelan en nuestra amarga monotonía… sentimientos inexplicables que sobre el dolor del recuerdo nos acompañan por siempre en este, nuestro viaje por el mundo del amor y la esperanza…

    En aquella tienda pude recordarlo, pero ¿podré algún día volver a escuchar esas melodías? Si nunca mueren, me aseguraré de encontrarlas… cueste lo que cueste…

    G

    Durante el mes durante el cual el vacío silencioso llenó los pasillos de la escuela, un piano se llenaba de polvo, sediento de espera, ansioso por volver a resonar en los corazones de aquellos sobre los cuales las notas inundan los pensamientos.

    Todo ese tiempo esperé por volver a sentirlo, aferrándome a la esperanza de que sería imposible que una sinfonía tan hermosa pudiera desvanecerse de forma tan abrupta de este oscuro mundo en el que nos ha tocado vivir. Esperé y esperé, hasta que sobre mis hombros y mi conciencia el peso del paso del tiempo no hacía más que obligarme a desistir poco a poco de esa ilusión…

    Llegué a pensar que aquella chica había abandonado definitivamente el arte de tocar y que aquella habría sido la primera y última vez que sus canciones harían que el corazón me latiera con fuerza; y aquellas partituras, aunque no olvidadas, quedaron desechadas en el bolsillo pequeño de mi mochila, entre los hilos de la amargura, esperando por su ángel prometido, que, parecía, nunca más iba a volver.

    Por eso es que, en el momento en que la vi dentro de la vieja tienda de música en la que yo trabajaba, los nervios casi se apoderan de mí; y por eso es por lo que en el momento en que la vi a punto de irse, algo dentro de mí me llamó a no dejarla ir, a no dejarla volver a marcharse. De algún modo, tenía que intentar que sus sinfonías siguieran vivas. Por eso es que… «… ¿Ya no tocas?».

    «Esto… estas partituras… son tuyas, ¿no?».

    «… sería una verdadera pena si dejaras de tocar… si ese piano y esa sinfonía… dejaran de oírse definitivamente».

    Sé que esos simplemente eran mis egoístas pensamientos ante lo que por primera vez me hizo sentir que quizá sí podía estar mínimamente vivo. Palabras simples que llegan de la boca de un ser vacío y sin futuro; sé que de ellas tampoco cabe esperar mucho, pero al menos tenía que intentarlo. No sé si lograron llegarle, si ella de verdad se planteaba dejar la música para siempre… Yo no sabía nada. Desde mi ignorancia, yo simplemente dejé reflejada la imagen de un triste ser al que al menos aquella luz hermosa había conseguido iluminar por un instante.

    No creo que los sentimientos de ese triste ser pudieran llegar a un ángel como ella; tan solo quizás… sí, quizás… si una mínima parte lograron rozar su corazón… con eso yo ya sería la persona más feliz; sabiendo que, por lo menos, todavía existe la posibilidad de que unas sinfonías tan majestuosas sigan perdurando en este, nuestro vacío y áspero mundo.

    G

    Desde aquel día, mi cabeza no para de dar vueltas y vueltas sin parar, pensando en las palabras, los sentimientos que inundaron nuestros corazones en aquella simple tarde, fría y oscura. 

    Han pasado ya dos semanas desde aquello y en la escuela la melodía sigue sin escucharse. No sé si aquella chica ya ha dejado definitivamente la música de lado, pero todo apunta a que este corazón vacío nunca más podrá volver a experimentar las sensaciones de color de aquella tarde lluviosa, en el mes de septiembre…

    Aun así, algo dentro de mí todavía quiere creer en que algo tan hermoso no puede desaparecer de este mundo con tanta facilidad. Quiero creer que aquellas palabras tan banales pudieran llegar a algún lugar donde las emociones afloran sobre el mar de la esperanza y que su corazón todavía guarda un atisbo de luz guiada por las notas de esas bellas melodías, las cuales toman forma de sus delicadas manos.

    No sé muy bien por qué… 

    Pero en su mirada había algo… cuando le pregunté si había dejado de tocar… cuando le devolví sus partituras… o cuando le pedí que no abandonara la música…

    Un algo que estaba pidiendo a voces… auxilio, salvación y compasión. Sigo sin saber exactamente qué era eso que tanto la afligía… aunque quizá, simplemente estuviera equivocado. Incluso a mí me cuesta creer que en algún momento un alma tan apasionada y audaz pudiera tener su mundo venido abajo. Es una posibilidad, pero una muy espesa e incierta. Es imposible que aquella luz que me salvó… lograra hacerlo desde su

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