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Neonao
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Neonao

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Nunca la historia de los mares españoles y americanos había sido relatada tan sorprendentemente.

A partir de una historia verdadera, Simón Levy comparte las aventuras del soldado español Miguel de Loarca y el indio filipino Ba yani, o Bartolomé, a bordo de la Nao de China.

Loarca, un soldado bajo las órdenes del rey Felipe II, se traslada de Toledo a Nueva España en 1561 para participar en la conquista de Filipinas y de la ruta directa por el pacífico entre Asia y América. Un conquistador que no sucumbe a las tempestades, como él mismo se describe en una de las cartas que integran esta novela epistolar.

En esta historia, tres estudiantes -uno mexicano, uno chino y uno brasileño en el siglo XXI- se conocen por las redes sociales y reconstruyen el viaje de Loarca, con las cartas como bitácora de esa larga travesía hasta llegar al imperio de China, el 15 de julio de 1575. En tiempos del Twitter, los jóvenes se encuentran en las bibliotecas de Madrid movidos por el mismo afán de armar el rompecabezas de una aventura impresionante.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 dic 2020
ISBN9788418369278
Neonao
Autor

Simón Levy

Simón Levy proviene de una generación de jóvenes que presencia, no como testigo sino como actor, el renacimiento asiático y la presencia de China en el mundo. Hace 18 años abrió su camino en China, al ser el primer mexicano en estudiar Derecho Chino en la Universidad Popular de China, recorriendo como emprendedor, experiencias, pausas, momentos de ventura e infortunio para dedicar su vida a posicionar a México en Asia. Logró en China sueños imposibles llevando desde la gastronomía mexicana, pasando por colocar la única réplica del famoso Ángel de la Independencia mexicano en la muralla China hasta ser parte de la apertura del primer vuelo comercial en la historia entre América Latina y China. Autor de más de 7 libros, entre los que destacan su primero de poesía Empezó por una letra (Editorial Letras Vivas, 2001) China la nueva fábrica del mundo (2004) La era Microglobal (2009) y Crecer sin deuda (2017). Fundador de la empresa Latinasia con la que logró exportar desde América más de 100 productos y servicios a China y delthink thank Agendasia profundizando la investigación de China en América Latinasia. Levy, fue galardonado por la presea Ricardo Flores Magón de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. En su primera incursión en el género de la novela, Levy refleja sus experiencias y emprendimientos reconocidos por el Foro Economico Mundial como Líder Global del Futuro y como Doctor en Derecho y académico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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    Neonao - Simón Levy

    Prólogo

    He estado dando vueltas para poder poner la primera letra a este prólogo, tarea con el cual me distingue el polifacético y admirado, gran amigo, Simón Levy-Dabbah. Así que, inspirándome en el título de su anterior y muy sensitivo libro de poemas: Empezó por una letra, seguí sus pasos y por fin logré empezar.

    Éste, su nuevo libro intitulado Neonao, constituye su séptima aparición en las artes literarias, libro con el cuál me ha sorprendido gratamente con su fantástica y fantasiosa maestría, ya que en el caminar por sus páginas entremezcla los más intrincados y puros sentimientos que un hombre pueda experimentar por los grandes dolores que las separaciones nos provocan, esa dolorosa angustia que vibra no sólo en nuestro cuerpo, sino hasta en lo más profundo de nuestra alma.

    En el desarrollo de la trama, Levy-Dabbah nos transporta a sentir junto con él y su narrativa, las angustias y alegrías personificadas en el actor principal de esta profunda novela, el soldado español Miguel de Loarca, quien fuera un personaje real que nos describirá todos los avatares por los que tuvo que haber pasado para lograr, a mediados del siglo XVI, viajar de la península ibérica a la capital de este naciente México imperialista, desde donde se conquistara, poblara y gobernara recónditos territorios allende el agitado Océano Pacífico, gracias a lo cual nuestro personaje llega al otro lado del mundo, casi a la antípoda de nuestro globo terráqueo.

    Levy-Loarca nos llevará, descriptivamente, de la mano en todas sus aventuras, haciéndonos vibrar tanto en sus esperas llenas de agudas observaciones, como en los sentimientos de miedo a la entrada a batallas en lejanas y desconocidas tierras, al lado de orgullosos y aguerridos indios mexicanos, mestizos, criollos y los recién llegados filipinos y asiáticos a la primera raza pluri-racial de América, a esta nuestra orgullosa raza cósmica, llamada así con mucho acierto por nuestro gran maestro José Vasconcelos.

    Así, Levy-Dabbah nos llevará en esta innovadora forma epistolar por un laberinto a través de los más puros sentimientos del alma, combinados con el diario vivir y transitar, tanto de México como de sus recién conquistados dominios en Asia, que serán adheridos a éste, nuestro gran México, como una más de sus Capitanías Generales, en una época fantástica donde apenas estaba aglutinándose nuestra nación, haciéndonos sentir dicha intensidad a través de su detallada narrativa. Iremos de la mano de Loarca y de la de Bayani (indio filipino que tomara por nombre Bartolomé, quien será su compañero en todas estas hazañas), con quien en fraterna compañía unirán sus vidas en sentimientos y dificultades, pero también como confidentes en los dolores que la ausencia de su hijo causa en el alma de Loarca, hijo al que ni siquiera conoce, pero cuya presencia nos transmite en esta humana descripción que refleja la formidable sensibilidad y gran sencillez del espíritu de Simón Levy-Dabbah, repito, amigo y autor de esta singular novela.

    En una detallada descripción de la vida cotidiana de aquella —ya por siglos— alejada época, descubriremos y viviremos todas las dificultades que tienen que enfrentar Loarca y Bayani en tan lejanas, todo ello perfectamente combinado con un estudio del vivir y acontecer de uno de los mas interesantes y largos episodios de nuestra historia de México, esta maravillosa epopeya de la llamada Nao de China, Galeón de Acapulco o de Manila.

    No nos resulta muy conocida esta épica desarrollada por nuestros orgullosos —así llamados desde entonces— mexicanos, así que Levy-Dabbah nos lleva a indagar sobre la verdadera grandeza mexicana, a través del actuar del conquistador Don Hernán Cortés, quien construye y envía desde Zihuatanejo, en la costa del Pacífico, en 1528 (a escasos años de la conquista de la Gran Tenochtitlán), unas endebles naves tripuladas por criollos, mestizos e indios que se lanzan a la conquista de nuevas y muy distantes tierras allende los mares, a la mayor distancia posible en cualquier Océano a incorporar a territorio mexicano, islas y tierra firme muy distantes, abriendo con ello un mar de mercaderías exóticas que inundarán continentes enteros acompañadas de historias y hazañas inimaginables donde siempre la palabra mexicano es la propia para describir 250 años de ininterrumpidas proezas, y es precisamente en estos momentos históricos donde Levy-Dabbah ubica esta historia.

    Así, en estos tiempos, Simón nos transporta y sorprende una vez más con esta deliciosa novela que en cierta forma podría ser un reflejo de su propia experiencia en la vida: sentimientos, vivencias que manejó con tal naturalidad, con tanto conocimiento, que me atrevo a referirlo como una descriptiva no sólo de un deja vu, sino de la profundidad de una vida anterior, ya vivida, ya experimentada y vertida en esta obra. Pero ya no quiero profundizar sobre esta interesante obra; dejo al lector la fortuna de descubrir la historia de un expedicionario conquistador, impregnada de la magia que Simón Levy-Dabbah vierte en cada hoja de esta sui generis novela.

    Neonao

    Una emoción temporal no debería crear en nosotros decisiones permanentes; sin embargo, los sentimientos, a pesar del tránsito del tiempo, no cambian.

    ¿Cómo entender que el amor puede expandirse a la distancia cuando hay una tarea histórica que lograr, pero la pasión y el ánimo conquistador por una patria que parece decadente se interponen?

    ¿Cómo hacer sentir vivo a un hijo que no se conoce, con la distancia de las letras y la cercanía de la conquista de un espíritu que no desfallece?

    ¿Cómo se va gestando una era comercial mientras, sin saberlo, se apaga la vida de su creador?

    Una trama de cinco juegos de cartas escritas a su mujer y a un hijo que no conoce, narran la historia de Miguel de Loarca, un soldado español bajo las órdenes del Rey Felipe II, que se traslada de Toledo a Nueva España en 1561 para formar parte de la conquista de las Filipinas y de la ansiada ruta directa por el Pacífico entre Asia y América.

    Monólogos de silencios se vuelven el diálogo con recuerdos que reviven experiencias para seguir vivo y no desfallecer durante el primer viaje de la Nao de China.

    El Océano Pacífico —en ese tiempo inconquistable—, se va describiendo en el imaginario del lector cuando aventuras llenas de misterio por un afán de descubrimiento comienza en la ciudad de México, pasando por Barra de Navidad y el mágico Mar de Cortés, para luego perderse en aguas abismales que recrean imágenes que pausan en la memoria instantes nunca antes descritos de la época medieval.

    Despertar en la inmensidad del mar cuando parece que nunca habrá tierra a la cual arribar, noches llenas de desvelo que parecen interminables, hombres a punto de desfallecer sostenidos por la esperanza, leyendas ocultas de la historia transforman la filosofía de un hombre que crea época y poesía para retratar esos sentimientos de un conquistador que no sucumbe ante las tempestades.

    Mientras eso ocurre, un filipino de nombre Bayani, quien años atrás fue testigo de la primera llegada de los españoles al archipiélago, va dejando inéditas notas de la forma en que viven los nativos de las islas, descubriendo en medio de especiales aventuras los días de espera por el retorno de los europeos a esas tierras que cambiarían el curso de la historia.

    Con la llegada del Galeón San Pedro a Filipinas, convergen las vidas de Miguel de Loarca y Bayani, quien toma el nombre de Bartolomé El Filipino; entonces, se descubre la verdadera intención de los españoles: la conquista de China. Ambos formarán un dueto que descubrirá cada una de las islas del archipiélago enfrentándose a batallas con indios, moros y otros nativos en la búsqueda de algún chino que les permita encontrar la ruta al impenetrable y místico imperio celeste.

    El contacto con China se torna posible cuando en la última de las islas conquistadas aparece Xin Shi, enviado del Imperio Ming a observar a los sangleys —los chinos que en aquel entonces residían en Filipinas—, quien se siente atraído por la misión de Loarca y Bartolomé para emprender el camino hacia el establecimiento de relaciones comerciales entre China y España.

    La plata mexicana y la persecución a Limahong —un pirata chino muy temido— harán que españoles toquen por vez primera el territorio del imperio celeste, para construir en medio de misticismo y aventura el primer puente comercial, político y cultural, con el establecimiento de la ruta de la Nao de China.

    El final inesperado de Loarca inspira en 2004 a un estudiante mexicano, recién llegado de Beijing a la ciudad de México, a emprender la reconquista del entendimiento e importancia de la Nao en la entrada del siglo XXI —para muchos el siglo asiático—, por lo que, indagando, se encuentra con uno de los juegos de las cartas de Loarca en México, lo que años después lo lleva a viajar a Sevilla y Lisboa, con la sorpresa de que un estudiante chino y otro brasileño arribarán al mismo destino por haber encontrado los juegos faltantes de las cartas.

    Juntos, redescubrirán la importancia de la relación entre México y América Latina con China, y escribirán a través de diálogos y pensamientos, en 2011, su visión de dicha relación para las futuras generaciones, de forma que la nueva Nao, la neonao, reescriba el pasado para conquistar el futuro.

    Esta historia está basada en hechos reales

    Simón Levy-Dabbah

    Ciudad de México

    I

    año DeL Señor

    mD•LX•iv

    S. C. R. M.

    Phelippe,

    Sacra, Cesárea y Real Majestad

    Desde el día que salí de España y pasé a servir a V. M. al valle de Anabac, y a sus territorios de México, y de ahí al destino manifiesto del cual abraza mi presencia por su mandato desde mis treinta años de edad, tomé por compañeros de mi peregrinación al deseo hondo y grande de servir a V. M. por el espacio de todo lo que aquí se reproduce y que aunque lleva las letras del secreto hacia mi familia, las entrego en patrimonio para la Santa España para efecto de dar cuenta a V. M. de todos mis sucesos. Con el deseo cumplí cuanto he podido sirviendo a V. M. en los descubrimientos de mi interior y del exterior, donde padecí los trabajos que se verán en el discurso de estos cinco juegos de cartas, con que vengo a cumplir también con la esperanza, poniéndome a los reales pies de V. M. y ponerla a vuestros ojos en memoria de los milagros que ha obrado conmigo la fe del real servicio de V. M. y del amor natural a mis allegados para que guarde Nuestro Señor como a su Santa Iglesia importa.

    Miguel de loarca

    I

    Ciudad de México

    Año del Señor

    Dos de Julio de

    Mil Quinientos Sesenta y Cuatro

    Mientras los últimos rayos del sol se entrelazan en las sombras de una tarde ya muy avanzada, los pulsos de la tarde asaltan a mi mente, que acumula pensamientos para hacer de esta noche una jornada de tiempo detenido. Ahora, sin embargo, solo me congoja este espacio donde mis sentidos se ven sorprendidos por la majestuosidad del Palacio Virreinal.

    Sus muros de piedra rojiza se antojan de perfecta solidez frente a los galopantes tonos azules del cielo que sus elegantes ventanas con marquesinas de cedro logran retener en un desfile de reflejos efímeros que resaltan en una arquitectura silenciosa la grandeza de nuestra Corona.

    Poco es lo que distrae mi vista del cuidado y del esmero de mis deberes, pero ahora mi corazón late lleno de sentimientos encontrados con un mejor porvenir rodeado de sueños y desafíos para conocer el universo de posibilidades que hay detrás de todo lo que vemos y de lo que supuestamente existe.

    El ruido de la gente en la plaza y de los vendedores que comienzan a recoger sus puestos va poco a poco desvaneciéndose con la luz y el color, hasta que cuesta trabajo pensar que apenas unas horas antes este era el centro y el corazón latente del más célebre y poderoso de los dominios españoles de ultramar: el virreinato de la Nueva España, la joya refulgente en plata que con más cegador destello adorna nuestro imperio.

    Es a estas horas del día cuando entiendo que la vida se hace mucho más interesante no cuando piensas lo que sientes, sino cuando sientes lo que piensas. Recojo entonces los momentos de mi encuentro con el diario de mi ventura, en el que atestiguo mi sentir y me doy a la tarea de escribirlo para la memoria de lo que habrá por venir.

    Como soldado peninsular que soy y miembro de los Alabarderos de la Guardia del Excelentísimo Señor Virrey, yo, Miguel de Loarca, ya son cinco los años que llevo estacionado en Ciudad de México, capital de la Nueva España. Lugar que ha venido creándose —a razón de otros súbditos que se dieron a la tarea de conquistar estas tierras con las flotas sevillanas que atracaron en Veracruz— el eje central del nuevo sistema comercial que habrá de sacar a flote la Corona, la carrera de las Indias y de la ruta que abra la gran China, uno de los imperios más grandes de la historia, que, según nos dicen nuestros mayores, comenzó a gestarse hace ya treinta y seis años en las tierras de Zihuatanejo cuando Álvaro Sayavedra y Zerón descubrió las tierras del mar del Sur, que ahora nosotros buscamos conquistar, y cuya suerte de nuestro ánimo conquistador interrumpió la tragedia de la muerte.

    Sin embargo, ya nuestros Santos Reyes Católicos han instituido la ordenanza para cumplir dicha misión y el propio Consulado de Sevilla habrá de regular el aprovechamiento de esta era de los descubrimientos, a favor de nuestra bendita fe y la prolongación del emblema español en tierras americanas contra las amenazas de la reforma protestante y del peligro que representan los turcos otomanos de Suleimán El Grande.

    Después del recorrido, es momento de hacer descansar un poco mi cuerpo y mi vista, y si en algún lugar puedo sentarme a reposar el pensamiento y describirlo en letras para vosotros es aquí, en este patio central, rodeado de estudiantes que van rumbo a sus destinos mientras yo, escuchando el viento, que se agota perdido en un rojo atardecer, doy nota de cómo se apaga el azul de un cielo que ya confunde con sus tonos de gris ceniza la figura de los arcos y muros que detienen la Real y Pontificia Universidad de México.

    Así es como, poco a poco, presiento y medito cómo se forja nuestra sed de conquista en el corazón de otras latitudes que nuestra patria ha venido construyendo con otros lares que van desde La Habana, Nombre de Dios, Portobelo y Cartagena de Indias, en el Atlántico, hasta Panamá y el Callao, en el Pacífico.

    El año que ya corre es 1564 de la era de Cristo. Mi tarea, entre varios otros encargos, es la de garantizar la seguridad de su gracia el señor virrey don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, señor de Salinas, representante inmediato de su majestad el rey Felipe II y máxima autoridad en estas tierras.

    El rey nuestro señor, a quien mi alma servirá por sobre todas las cosas, reina la patria de los mares de España y Portugal y nosotros, con corazón e inteligencia, adoptamos sus designios, pues llevan la fuerza de la experiencia, esa que desde muy joven ha construido cuando por la fuerza del destino asumió las tareas de la conducción de España, mientras su padre Carlos I era absorbido por los conflictos con los Países Bajos y los germánicos hace apenas algunos años.

    Así, su serenísima majestad, quien desde hace diez años nos gobierna con el bendito poder de Dios, hoy corre extremo peligro en el destino de sus manos. La Hacienda Real prácticamente está abatida por los gastos militares de los infructuosos proyectos de unirnos con la Inglaterra de María de Tudor; por las recientes victorias San Quintín y las Gravelinas, que, si bien han traído paz al reino, ha acarreado también una derrota temporal al prácticamente propiciar la bancarrota a la Corona, quien ha aprovechado y visto con buenos ojos la salvación del alma de varios judíos alemanes y holandeses que han dado patrimonio financiando a nuestra Corona.

    Sin embargo, la gracia de Felipe II es alta y honda. Ha sabido leer estos tiempos y, aun cuando su mente no tiene remota idea de las posibilidades de estos horizontes, no ha impedido, en cambio, las ansias de conquista de sus soldados de ultramar con el fin de impedir el arrebato del poder de la América y con ello recuperar con gracia y perspicacia el patrimonio de la santa España y tener un frente a las naciones que nos persiguen.

    Fue que, al haber también entendido los deseos de nuestro rey, me recorren ahora los recuerdos desde que acudí por vez primera a la Casa de Contratación en la hermosa Sevilla, cuando quedó asentado que parte de nuestro destino estaría en ultramar.

    La noche se posa sobre mis pensamientos y el frío golpea mi piel reseca, desnudando la calidez de mis ropas. Viento nocturno como aquel que llegó en los momentos de sopor que mi cuerpo sintió cuando me apresté a formar parte de la flota de capitanes y maestres. Así como, orgulloso inspector de navíos para la defensa de esta ruta oceánica, de sus galeones y de sus mercancías todas, me vi favorecido con la gracia de la Corona, al permitirme desplazarme a estas tierras americanas y ser testigo de la nueva forma en que nuestro reinado se ha visto allegado de recursos a través de la plata y el oro, del quinto real y de los derechos de aduana cobrados en esta metrópoli y en los puertos que he mencionado, todo en búsqueda de la gran conquista definitiva que habremos, nosotros, los novohispanos, de lograr.

    Don Luis de Velasco es apenas el segundo virrey en representar a nuestro rey en estas tierras y ya es agraciado por los nativos, pues le guardan amor natural desde que liberó a los más de quince mil indígenas de la esclavitud en que se encontraban y, si bien desde hace ya varios años el dominio español es incuestionado, de cualquier modo es importante que ningún esfuerzo sea obviado en la tarea de velar por su dignidad y su vida, de tal forma que todos los días monto guardia al lado de otros hombres y me aseguro de que nada amenace a quien porta el emblema de la Corona.

    En el desempeño de esta función he sido testigo del desenvolvimiento y crecimiento de México y de su particular situación como centro de los territorios españoles en el Nuevo Mundo, que los nativos de estos lares llamaban Anáhuac, y a esta ciudad Tenustitlán conquistada por Fernando Hernán Cortés y Monroy Pizarro Altamirano, marqués del Valle de Oaxaca, gobernador y capitán general de estas tierras, quien ha fallecido en la pobreza y en el olvido absoluto, rehén de su gran obra y grandeza que sus descubrimientos en riquezas y recursos naturales sin paralelo le otorgaron.

    No estando con ello satisfecho, rumbo a lo que es la más grande de todas sus conquistas, envió —como ya os he dicho a través de su sobrino Álvaro Sayavedra y Zerón— pataysos, que aquí llaman pataches, las famosas embarcaciones a las Indias, siendo verdaderamente Cortés el autor de la expansión de España en el Asia Mayor y Menor, pues en la búsqueda por encontrar la salida a esas tierras por el pacífico Mar del Sur, envió exploradores que descubrieron una isla habitada sólo por mujeres y que a la postre hace algunos años desde Chametla fundarían en la región de la Sur Baja California, el Puerto y Valle de la santa Cruz, llamado así por haber sido el día de su recuerdo.

    Para entonces, ya habían descubierto la reliquia náutica más preciada de la Nueva España de la que hablan los marineros: el Mar Bermejo y las tierras llenas de paz de Calafia, que ya se le conocen como aquellas que surcan el Mar de Cortés.

    Aguas traídas del paraíso, llenas de mística y de una fauna marina de leyenda, tienen tonos eternos de turquesas y náuticos, creando un contraste de ensueño con acantilados y valles desérticos llenos de grandes y fastuosas cactáceas y tunales de la península de la California.

    Dicen, quienes le han visitado, que pueden observarse en sus atardeceres los más intensos sentimientos e inspiración que terminan reviviendo en las lecturas que todos los navegantes hacen de Garci Rodríguez de Montalvo, con sus famosos libros de caballerías, como las leyendas de Amadís de Gaula y las Sergas de Espandlián, que llenan de magia e inspiración a nuestro ánimo descubridor.

    Con todo ello, y aunque la historia de nuestro reinado no le ha hecho justicia al marqués de Oaxaca en este presente, por lo amenazante que fue el poder que conquistó para España y para sí, cierto estoy de que el futuro le colocará en el lugar que merece.

    Créanme cuando os digo: Nueva España es la joya central de la Corona española, no hay quien, conociendo su profunda y variada riqueza, pueda dudarlo. Y todo ello se materializa con particular fiereza en esta ciudad, a la vez misteriosa y llena de luz; fantástica, y tan real que sus infinitos colores capturan inexorablemente a los sentidos.

    La tierra es abundante de trigo traído de Europa y ganados, donde los indios crían la grana en las hojas de tunales. México está situado en una laguna que tiene sesenta leguas de circuito y la mitad de ella es de agua dulce y la otra mitad salada. A la orilla de esta charca están muchos pueblos grandes de indios que la navegan en canoas. De todo esto, a su alrededor, se encuentran monasterios llenos de fe donde frailes agustinos, dominicos y franciscos cumplen sus deberes, entre otros lares, cerca de las minas de Zacatecos, Tasco, Guajaca, Ozumatlán, Guanajuato y de otras de estos reinos.

    Lo único que tiene de manso y templado es su clima, generalmente placentero; todo lo demás es un derroche de intensidad y de extremos: la belleza transparente de su cielo, de sus calles, del verdor que la cerca; la tragedia lacerante de sus fundadores, de sus hijos, de su destino ofuscado.

    A su vez, nada es más representativo de dicha ciudad que su plaza Central, a cuya orilla oriente se levanta el palacio que por hoy he terminado de patrullar mientras que mis ropas comienzan a sentir las ráfagas de viento que templan el sudor apasionado impregnado en ellas por mis deberes de empresa. A esta hora, como os digo, la noche se ha instalado en la plaza y el antes bullicioso espacio está desierto y en silencio, atravesado acaso por algunos sirvientes que llevan agua y ladridos de perros que forman ecos viajeros en los huecos del vientre de las avenidas. Pero no siempre es así. En el día, desde que sale el sol y hasta que vuelve a meterse, la plaza se convierte en escenario de la más variada reunión de personajes que hasta este momento he podido ver. Hay españoles que hemos venido buscando fama y fortuna en alguno de los muchos viajes que ha comisionado el rey desde que, como ya os he dicho, Cortés conquistara estas tierras hace ya más de cuarenta años. En nuestras manos recae el peso del gobierno y la administración de la Nueva España, como recae también la propagación y la defensa de la fe verdadera, que impartimos diligentemente a los nativos. Pero, sobre todo, en nosotros esta la materialización de la explotación del Nuevo Mundo, pues se nos ha otorgado el derecho exclusivo del tráfico ultramarino a los hermanos de las Provincias Vascongadas, de Aragón, Valencia, Cataluña y

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