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Libro electrónico539 páginas8 horas

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«De España, ni buen viento ni buen casamiento.» (Refranero portugués).

El príncipe Don Juan se prometía la vida plácida de segundón del trono de Portugal. Lo casaron a los quince años con la infanta española Carlota Joaquina de Borbón, de nueve años. La muerte de su hermano mayor y heredero del trono, y la locura de su madre le obligaron a ejercer la regencia de Portugal durante muchos años. Sufre una vida conyugal desastrosa debido al genio violento de su esposa y sus ansias de poder, que la llevó a continuas conjuraciones contra él, para apartarlo del poder. De una religiosidad casi supersticiosa, dejaba en las manos de Dios el éxito de las decisiones que debía adoptar, con la frase que da título a la obra: FIAT VOLUNTAS TUA.

El paso del XVIII al XIX y los cambios sociales, políticos y económicos que sufre Europa, la Revolución Francesa de 1789, la presión de Napoleón y el enfrentamiento de Portugal con Francia y con España, le obliga a trasladar la Corte a Brasil, y establecerse en Río de Janeiro, que es donde se desarrolla la mayor parte de la novela.

Vuelto a Portugal, siguió sufriendo el acoso de Carlota Joaquina. Tras resolver los muchos problemas políticos, fruto del cambio de los tiempos y de las conjuras permanentes de su esposa, muere tras la independencia de Brasil

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9788491129745
Fiat volvntas tva
Autor

Pascual Hernández del Moral

Pascual Hernández del Moral nació en 1949 en Mengíbar (Jaén). A los tres años se trasladó a Arjona, donde pasó su infancia y adolescencia. En Barcelona acabó su formación: Magisterio y Filosofía y Letras. Ejerció la docencia como Profesor de E.G.B. Profesor Agregado de Instituto, y Catedrático de Lengua y Literatura Españolas. Ha sido Profesor de Lengua Española y de Didáctica en la E.U. del Profesorado de la Universidad de Barcelona, hasta su marcha a Brasil. Su tesis la dedicó a Benjamín Jarnés, novelista de la generación del 27, del que realizó la edición crítica de su novela Su Línea de fuego (Guara Editorial). Pasó ocho años en Brasil, donde ejerció en el Colegio Español Miguel de Cervantes, y fue Asesor Técnico de la Consejería de Educación de la Embajada de España en ese país. Vuelto a España, se jubiló en 2010. Ha publicado varias obras. Unas de carácter profesional (El proceloso mundo de las perífrasis y frases verbales, La superclase de los pronominales -en ediciones de la Embajada de España en Brasil) y otras en ediciones no venales, destinadas a sus familiares (Y así os lo he contado, De ocasos y auroras). Su última novela, FIAT VOLVNTAS TVUA, se publicó en esta misma editorial en julio de 2017.

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    Fiat volvntas tva - Pascual Hernández del Moral

    caligrama

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Fiat voluntas tua

    Primera edición: julio 2017

    ISBN: 9788417120030

    ISBN e-book: 9788491129745

    © del texto

    Pascual Hernández Del Moral

    © de esta edición

    , 2017

    www. caligramaeditorial. com

    info@caligramaeditorial. com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial. com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi esposa Mercedes y a mis siete hijos.

    Primera parte

    Los primeros años

    1. Don Juan

    Su Majestad el rey don José, Su Majestad la reina doña Mariana Victoria, Su Alteza Real la princesa da Beira y de Brasil doña María y su marido el Infante don Pedro, quieren participar a los hidalgos, clero, nobleza y a todo el pueblo portugués que el embarazo de Su Alteza Real, la princesa da Beira, doña María, ha llegado felizmente a término. Su Alteza Real la princesa doña María ha dado a luz un niño, segundo varón, robusto y con buena salud, que recibirá el nombre de Juan María José Francisco Xavier de Paula Luis Antonio Domingos Rafael. Pide a todos que se alegren con ellos, y ofrezcan sus oraciones y acciones de gracias por el feliz acontecimiento.

    Palacio de Ajuda – a 13 días del mes de mayo del año de Nuestro Señor 1767

    ¡Ha nacido un segundo hijo varón! Se asegura así el fondo biológico de la monarquía de los Braganza, que ya contaba con un heredero: el príncipe don José.

    —El Infante ofrece una apariencia muy saludable —dijo tras reconocerlo, fray Custodio de Campos, cirujano mayor de la Corte, con una profunda sonrisa.

    —Entregadlo a María de Oliveira Gregorio y a Francisca Otaviano para que lo atiendan y lo amamanten.

    La elección de amas de cría era muy importante en la Corte. Muchas de ellas, jugaron un papel muy destacado en el devenir político.

    —Entre las dos nodrizas conseguirán hacer de él un niño fuerte y sano. ¡Con cuatro tetas a su disposición no pasará hambre!, comentaban alegremente en la corte.

    Doña María y don Pedro estaban exultantes de alegría por el nacimiento de este su segundo varón, que aseguraba la continuidad de la casa de Braganza. En realidad, Juan no era el segundo hijo, sino el tercero. El anterior, al que llamaron también Juan, murió al poco de nacer. El nuevo vástago recibió, pues, el mismo nombre que su hermano muerto.

    A la semana de nacer, doña María, fue llevada desde la Real Barraca de Ajuda a la Iglesia de San Roque, de la Santa Casa de Misericordia. Esta iglesia manierista, no sufrió deterioro en el terremoto de 1755.

    Toda la carrera, desde el Palacio de Ajuda hasta el Largo da Trinidade Coelho, estaba llena de súbditos que vitoreaban a la princesa da Beira al paso de los carruajes. Música, bailes, pólvora, y oficios religiosos en iglesias y conventos dieron cuenta de tan fausto evento. Todo el pueblo participó de la alegría de los príncipes.

    Los nobles que visitaban con frecuencia a doña María estaban muy alegres por el feliz acontecimiento:

    —¡Ya tenemos asegurada la continuidad de la casa de Braganza! —dijo don Juan de Portugal, duque de Lafões, con gran alegría. —Pero esperemos que don Juan no acceda al trono; que don José, el príncipe da Beira, lo herede de su madre —dijo el marqués de Pombal.

    —Don Pedro, el esposo de doña María, cuando ésta asuma el trono, será nombrado rey consorte según las Actas de Lamego, porque ya tiene hijos varones —añadió don Juan de Portugal.

    —¡Don Juan es el segundón! ¡El que importa es don José, su hermano mayor, que está llamado a heredar a su abuelo! ¡Para eso lo estamos formando! —añadió el marqués de Pombal, muy ufano de su importancia.

    —No —le contradijo don Juan de Portugal—, ¡a quién ha de heredar don José, si Dios quiere, es a su madre doña María, que será la reina cuando muera don Juan el Magnánimo, su padre!

    —¡Salvo que Pombal decida otra cosa, y el rey lo acepte! dijo adulador el duque de Lafoes.

    —¡No será así! ¡Nadie querrá crear un conflicto dinástico por saltarse a la heredera legal! —añadió don Juan de Portugal.

    Estas conversaciones eran continuas entre los nobles; ante la ausencia de hijos varones de don José I, el rey, las polémicas sobre la sucesión eran incesantes. Según Pombal, el valido, había que saltarse a doña María de la línea sucesoria, dijeran los nobles y las Actas de Lamego lo que dijeran. La razón que argumentaban los partidarios del salto dinástico era que doña María, sobre ser mujer, era de ideología conservadora y muy católica, que la hacía dependiente, por tanto, del alto clero.

    El nuevo vástago fue presentado a Dios en la iglesia de San Roque. Con una modesta fachada blanca, el interior de la iglesia, construida a finales del XVI, es de una belleza barroca extraordinaria, que acrecentaron los jesuitas, hasta que fueron expulsados de Portugal y de sus colonias por el marqués de Pombal.

    Era la principal iglesia de la orden en Portugal, construida bajo el modelo de iglesia-auditorio, diseñada específicamente para la oración. Tras el terremoto de 1755, la iglesia fue cedida a la Santa Casa de Misericordia para suplir, en parte, a los edificios religiosos destruidos por el seísmo. De estilo barroco manierista en su interior, la fachada, con dos órdenes de altura y tres ventanales en el segundo orden, se corona con un rosetón en el frontón triangular, enmarcadas todas sus puertas y ventanas por pilastras coronadas por capiteles jónicos.

    Don Juan fue presentado al santo titular. En un trono con baldaquino, en el lado del evangelio, se situaron los reyes don José I y doña Mariana Victoria, sus abuelos; en el lado de la epístola, doña María y don Pedro, los padres. Los nobles de la corte que los acompañaron se distribuyeron por el templo. Su relevancia en la Corte se medía por la proximidad a la familia real. Guardaron un lugar preferente junto al niño, como se solía hacer en los bautizos de los infantes y de los nobles, a su ama de leche, Maria de Oliveira, por si durante la ceremonia, cuya duración se preveía de más de tres horas, tenía hambre y había que darle de mamar.

    Tras la ceremonia religiosa, con misa de acción de gracias, Salve Regina, Magníficat y Tedeum, a la salida del templo, los vítores del pueblo que esperaba en el exterior, en los jardines de la plaza, se incrementaron. Y acompañaron a la comitiva de coches desde el Barrio Alto, hasta la Barraca Real de Ajuda.

    Cuando, en 1755 resultó destruido el Paço da Ribeira, residencia oficial de los reyes, el abuelo de don Juan mandó construir un palacio de madera, al que denominaban Barraca Real de Ajuda, que sirvió de residencia a los monarcas hasta que un incendio lo destruyó. María I y luego don Juan ordenaron la construcción de un nuevo palacio barroco rococó, aunque con alas de estilo neoclásico, en el lugar en que estaba la Real Barraca de Ajuda.

    La caravana con los reyes, los príncipes y los nobles que formaban su corte, se volvió a la Barraca Real, tras una breve parada en el Palacio das Necessidades, para poner al recién nacido a los pies de la Virgen titular, Nuestra Señora de la Salud, que era considerada muy milagrosa. De allí, se desplazó la comitiva al palacio de Queluz, donde se celebró la ceremonia civil para los convidados.

    Fue, como todas las que ofrecía la Corte, una ceremonia lúdica muy animada. Se montaron para la ocasión estructuras efímeras que se desmontaron al acabar las fiestas. Los padres ofrecieron a sus convidados dulces de Marvila con canela, clavo de Maranhão, empanadillas de Sesimbra, dulces de Odivelas, caza de todo tipo, y pescado y mariscos del Paço de Arcos, en Oeiras; vinos de Lafitte, de Burdeos, champán, borgoña, quesos del Alentejo, refrescos y helados, en cantidades suficientes para satisfacer a los invitados, que fueron más de un millar, y para los músicos, curas y criados que servían, incluidos.

    Este gran acontecimiento de la familia real duró varios días, y fue compartido por nobles y plebeyos. Repicaron todas las campanas de la ciudad, se celebraron oficios religiosos, y se colocaron luminarias en casas y en jardines; se ofrecieron otras fiestas en palacio, pólvora en las calles, bailes, y corridas de toros, y se repartieron limosnas a los necesitados de Lisboa, para celebrar el feliz natalicio.

    El palacio de Queluz, el Versalles portugués, fue una iniciativa del infante don Pedro, que luego sería el rey don Pedro III, esposo de doña Maria y padre de don Juan. Don Pedro era una excelente persona, al que apodaban Capazidoneo, porque aplicaba frecuentemente los adjetivos «capaz» e «idóneo» a cualquier personaje nombrado para cualquier cargo. Queluz está muy cerca de Lisboa, y permitía, en caso necesario, despachar asuntos de gobierno sin tener que desplazarse hasta Ajuda.

    En Queluz se mezclan el espíritu francés, el germánico, el italiano y el portugués. Las fachadas más soberbias están orientadas hacia los jardines, que tienen la hermosura de los de Versalles. Se accede a ellos por la denominada Escalera Robilion, que conduce al jardín y al Canal de los Azulejos. Este fue el escenario de los juegos infantiles de don Juan.

    La diferencia de edad entre los dos hijos de doña María era de seis años; jugaron pocas veces juntos. Cuando creció don Juan, lo llevaron a vivir separado de su hermano: a don José lo llevaron a la Barraca Real de Ajuda, y don Juan vivó con sus padres en el palacio de Queluz.

    El marqués de Pombal, Sebastián José de Carvalho y Melo, maniobraba para saltarse en la línea sucesoria a doña María. Por eso, preparó para don José un programa de formación muy exigente. Entre sus seguidores, Pombal defendía la idea del salto dinástico, aunque muchos nobles estaban en contra de esa decisión. Y seguían discutiendo la cuestión sucesoria:

    —Las Actas de las Cortes de Lamego dicen que si el rey no tiene hijo varón, su hija mayor tiene derecho a la corona, al contrario de la Ley Sálica, recordó un consejero.

    —La heredera tiene que casarse con un noble portugués, porque no habrá en el reino ningún rey consorte que no sea portugués. Y el consorte no será llamado «rey» hasta que la reina, su esposa, no tenga hijo varón, recordaba Pombal.

    —Las Actas lo prevén todo en el proceso de sucesión, hasta lo más nimio: el marido de la reina, en las Cortes o actos públicos, irá a la izquierda de la reina, y no pondrá en su cabeza la corona del reino, entre otras previsiones, hasta que no tenga hijos varones.

    —Esta condición la cumple doña María, que está casada con su tío Pedro, hermano del rey, y tiene dos hijos varones. Puede, por tanto, ser reina sin ningún problema legal — argumentó el sacerdote Teodoro de Almeida, que después fue represaliado por Pombal.

    —En cualquier caso, prepararemos al infante don José como si tuviera que asumir el trono, insistió el valido.

    —Don Juan, el nuevo vástago, aporta a la Corona una gran estabilidad: la sucesión está garantizada —añadió Teodoro de Almeida.

    —Preterir a doña María puede crear un conflicto dinástico que acabaría con esta tan deseada estabilidad. ¡No hagamos, pues, saltos en el vacío! —insistía algún consejero.

    —¡Ya veremos! Cuando llegue la hora, tomaremos decisiones. —Acababa siempre así estos comentarios sobre la sucesión el marqués de Pombal.

    El valido era cruel. Un día, estando el conde de Óbidos en el balcón del Paço da Ribeira, comenzó una gran tormenta, con truenos, rayos y mucha lluvia, que hizo oscurecer el cielo. La reina Mariana Victoria, esposa de don José I, dijo riéndose:

    —¡Menuda tormenta! ¡Por los rayos y los truenos parece el día del regreso del rey don Sebastián!

    El conde de Óbidos respondió con buen humor:

    —¡No puede ser, Majestad, porque don Sebastián está aquí y es él quien reina! —dijo chistosamente, refiriéndose a Pombal.

    Cuando este oyó la broma, no le gustó, y mandó de inmediato encerrar al conde en el fuerte de San Julián, donde murió.

    El infante José, el hermano mayor de Juan, era un joven inteligente, guapo, simpático y que se ganaba con facilidad el cariño de todos los que estaban cerca de él. Su formación como heredero, corrió a cargo de excelentes maestros: Miguel Francini, al que había traído a Lisboa Rodrigo de Souza Coutinho, a la sazón, embajador en Italia, y otros de un prestigio comparable.

    La formación de Juan, el segundón, fue menos exigente. No era un niño extrovertido que necesitara de la compañía de iguales. Sin embargo, aunque no fuera el heredero, no se descuidó su educación. Compartió maestros con su hermano, menos en música y canto. Era un niño amable, nada caprichoso a pesar de estar siempre rodeado de quienes se desvivían por adularlo.

    Estas cualidades, le hicieron el preferido de su padre, el futuro Pedro III, y de su madre la princesa da Beira y de Brasil, doña María. Por esa razón, su hermano mayor le tenía cierta inquina, y aunque ellos no convivían mucho tiempo, se adivinaron los celos que ese trato más afectuoso que le daban sus padres a Juan, y eso irritaba a José. Por ello, decidieron separarlos, y trasladar a Juan al palacio de Queluz.

    En el palacio se había comenzado una obra de remodelación y ampliación, y, aunque aún no se había terminado, fue escogido como residencia de verano de la Casa Real. A Queluz se trasladaban todos, con la corte y los cortesanos, cuando pasaba el invierno.

    Los compañeros de juego de Juan eran los hijos de los hidalgos que formaban la corte de doña María. No era, de cualquier manera, un niño efusivo ni amante de juegos. El ajedrez, el yo-yo, los bolos, tocar algún instrumento, montar a caballo a partir de cierta edad, el escondite y hacer carreras por los jardines del palacio eran sus juegos favoritos, aunque Juan no era de los niños más ágiles. Compañeros de juegos, cuya amistad duraría toda la vida, fueron los hermanos Lobato, José Egidio y Tomás Antonio Vilanova Portugal, con quienes compartió gran parte de sus secretos de infancia y adolescencia.

    Ante la queja de su falta de dedicación al estudio, su Madre doña María le defendía:

    —¡Dejad que mi hijo, antes que infante, sea niño! —decía doña María a sus profesores, cuando estos se quejaban de la indiferencia de Juan.

    No era un niño de salud muy fuerte, y la viruela, que causaba estragos en la época, lo atacó, aunque ligeramente. En una carta que Maria le escribe a su prima María Josefa de Borbón, le da cuenta del susto que pasó cuando Juan sufrió la viruela:

    Mi prima de mi corazón: no puedo tardar en agradecer infinitamente a Vuestra Alteza el sentimiento que le merezco en el cuidado que experimenté con la molestia de mi amado hijo el Infante D. Juan, y el deseo que tengo de su mejoría: me dio un gran susto, porque la carga de las pústulas fue muy fuerte, pero gracias al Altísimo estoy libre de él (el susto), ya se levantó y no hay motivo de recelo, resta solo la convalecencia. Estoy buena, gracias a Dios y me vine con la familia al sitio de Samora Correia, el 15 del corriente, e hicimos la jornada felizmente. Estimo que VA la hiciese de Madrid al Pardo muy bien. Prima que ama mucho a VA, María.

    Murió su abuelo don José, tras haber sufrido varias apoplejías, cuando Juan tenía diez años. Siempre recordó con miedo la terrible noche del 27 de febrero, en la que se celebraron las exequias y el entierro del rey, y tuvo que asistir a ellas, como nieto y segundo heredero de la Corona.

    Todas las personas, nobles, criados y familia real desfilaban vestidas de luto riguroso, con negros velos cubriéndoles las caras, guantes negros y rosarios entre los dedos; largas filas de clérigos entonando antífonas y responsos, alumbrados con antorchas y faroles; su madre, su abuela, y las damas de la corte llorando; todas campanas de Lisboa tocando a muerto, y los coches del cortejo, forrados de terciopelo negro, bajando peligrosamente por la Calzada de Ajuda, en una terrible noche de viento y lluvia, para conducir al cadáver del rey hasta la iglesia panteón de los Braganza, en San Vicente de Fora, en Alfama.

    Nunca había ido Juan a San Vicente de Fora. Se le presentó La entrada está flanqueada por dos torres simétricas que enmarcan tres puertas. En la sacristía, a donde le llevaron para visitarla, se ofrece un muestrario de distintos tipos de mármoles que la hacen muy atractiva. Le llamó mucho la atención sus claustros, que tienen una extraordinaria colección de azulejos portugueses, que representan escenas rurales, dibujos florales e ilustraciones, sacados de las fábulas de La Fontaine. Estos azulejos eran muy parecidos a los del Canal de Queluz. San Vicente de Fora es el panteón de los Braganza, y a él condujeron el cadáver del rey don José I.

    La iglesia y el panteón estaban alumbrados con la melancólica luz de los hachones y los cirios en los claustros y los altares, y con las antorchas que iluminaban el catafalco. La imagen amarga de esta noche le acompañaría siempre, y la evocaría con un repelús de miedo y pena. Don José I no había sido un rey amado por el pueblo, a causa de la crueldad del valido el marqués de Pombal, pero fue cariñoso con su esposa y con sus cuatro hijas, aunque tuvo grandes diferencias con María, la madre de Juan, como consecuencia de las maniobras que hizo Pombal, con su conocimiento, para apartarla del trono y colocar en él al primogénito José.

    La esposa de don José I, la española Mariana Victoria, asumió la regencia durante los tres años que duró la enfermedad del rey, pero la dejó inmediatamente después de la muerte de su marido, y, a pesar de las maniobras de Pombal para evitarlo, subió al trono María, que reinó como María I, primera mujer que accedió al trono de Portugal, hasta su incapacitación por la demencia que sufrió.

    Juan era un muchacho muy tímido, gordo y feo, con el labio inferior prominente y caído, como en continuo asombro. Ofrecía un aspecto general de bobo, a lo que contribuían los ojos, que miraban como pasmados; incluso a la hora de hablar repetía las palabras en una ecolalia que acentuaba la mala impresión que causaba entre las gentes. El embajador francés, marqués de Bombelles, había difundido esa impresión de él. Bombelles sentía un cierto resentimiento con la familia real portuguesa, y hacía continuos comentarios despectivos sobre el infante para desacreditarlo ante las otras cortes europeas. La inquina nació por la elección de una infanta española, Carlota Joaquina, como posible consorte de Juan, y su potencial alejamiento de Francia. Varios años después de casado su hermano José con su tía María Benedita, el matrimonio no había tenido hijos; por eso, Juan pasó a ser importante para mantener la línea dinástica al trono portugués.

    La formación del segundón, a pesar de lo que se diga, no fue tan rudimentaria como pueda creerse. Aunque no fuera brillante y su caligrafía se manifestara muy deficiente, su formación intelectual fue aceptable, y le permitió, andando el tiempo, tomar decisiones trascendentales para la Corona portuguesa.

    Se intentó disciplinarlo para que organizara su tiempo: se establecieron rituales diarios de devoción, cortesía y estudio, pero no dieron grandes resultados; la educación religiosa la dirigía su confesor, a través de alegorías y narraciones de historia sagrada. Es de destacar que, por influencia del periodo pombalino, se insistía en el papel nocivo desempeñado por los jesuitas en la historia del país, desde el siglo XVI, y que acabó con su expulsión de Portugal y de las colonias americanas.

    La historia de los reyes antiguos de Portugal la estudió a través de las obras de historiadores de la época; la reciente, desde don Juan III, a través de una obra atribuida a Pombal, aunque firmada por José Seabra da Silva, con la intención de conseguir la pervivencia del absolutismo monárquico.

    Su fundamento ideológico era:

    «La voluntad del príncipe no tiene límites».

    Se afirmaba que la relación de los soberanos con sus súbditos se fundaba en los derechos inherentes de conquista y de sucesión, y no en cualesquiera otros que pudiesen limitar la autoridad y el poder de los monarcas.

    Los resultados de la formación de Juan eran difíciles de evaluar. Aprendió lo suficiente para seguir los asuntos del gobierno, a pesar de que sus notas personales nos digan que no se llevaba muy bien con la escritura. Es significativo cómo escribe la palabra «Príncipe», con la que firma el decreto de la liberación de los puertos, en Salvador de Bahía. Escribía muy mal porque siempre había quien escribiera por él.

    No buscó ni convivió con los intelectuales ni con los hombres más destacados de su tiempo, ni mostró gran interés por incentivar las artes, excepto la música, por la que sentía verdadero gusto. Tenía una gran voz de bajo, para el llamado canto-chao o gregoriano.

    Pasaba periodos con los frailes en el convento-palacio de Mafra. Con ellos participaba diariamente en los cantos rituales. Este imponente edificio, mayor que el reino según sus contemporáneos, es una magnífica construcción que mezcla Barroco y Neoclasicismo. Alberga convento y monasterio, con una extraordinaria biblioteca de obras raras. Construido por Juan V con el oro que venía de Brasil, permitió alojar hasta trescientos treinta frailes franciscanos. Su construcción fue una promesa que hizo el rey, si su esposa María Ana de Austria, le daba un heredero. Y cuando nació Bárbara de Braganza, que fue esposa de Fernando VI de España, cumplió su promesa.

    Los magníficos bosques que lo rodean ofrecían un extraordinario lugar para la caza, deporte preferido de los Braganza. No pudieron eliminar, a pesar de los esfuerzos que se hicieron, la leyenda popular que aseguraba la existencia en el palacio y en los bosques de alrededor, de ratas gigantes que se comían vivas a las personas que vivían en el palacio.

    La basílica, en el centro de dos alas, flanqueada por dos torres, siempre impresionó a Juan: tres naves separadas por pilastras que soportan grandes arcos, y una cúpula sobre pechinas en el crucero. Y un gran órgano, a cuyas notas acompañó muchas veces el canto-chao de Juan. Las voces del coro, acompañando a sus seis órganos menores, producían una música atronadora y espeluznante que aplastaba en su poquedad a los asistentes a los actos litúrgicos.

    El carácter de los hermanos era muy diferente. Mientras José era altivo y orgulloso, déspota, a veces cruel y distante de sus padres, Juan era bondadoso, y muy amante de su madre. Un cronista del convento de San Francisco de Xabregas, como muestra de la diferencia entre ambos, y a propósito de la muerte de su abuelo don José I, escribió:

    La reina y don Juan sintieron mucho la muerte del rey. Sin embargo, a don José y su esposa doña Benedita los vieron el día del entierro, asomados a una ventana del palacio, viendo lo que pasaba, y riéndose de los asistentes.

    Había nobles interesados en crear un conflicto entre los hermanos. La pugna la alimentaba la alta nobleza y el alto clero.

    —Estamos todos hartos del gobierno despótico de Pombal. ¡No sabemos cuánto más podremos soportarlo!

    —¡El tiempo que el rey quiera! No somos capaces de acabar con su influencia, así que mandará hasta que Dios nos lo quite de encima.

    —¡Y lo peor, es que está educando al príncipe José a su imagen y semejanza! ¡Quiere que sea una prolongación de su forma de gobernar!

    —Con todo respeto, don José no es una persona brillante, aunque más ágil que don Juan.

    A muchos no le gustaban ni Pombal ni el heredero don José, que estaba muy influenciado por Franzini Genovés, su profesor de matemáticas, masón, hombre libertino y enemigo del clero. El príncipe José no destacaba en nada, pero el pueblo tenía puestas en él bastantes esperanzas. Mostraba muchas inclinaciones por la forma del gobierno de su abuelo, el rey don José I, y de Pombal, pero todos esperaban que fuera menos cruel que el valido.

    Sin embargo, su hermano Juan recibió en la base de su formación los principios absolutistas, aunque se inició en la época de Pombal. La muerte de su abuelo no modificó los fundamentos de la monarquía, sino que los acrecentó: a pesar de ello, las decisiones políticas y de gobierno del rey se tomaban en el consejo de secretarios de Estado, las consultaba con sus consejeros y nunca actuó como monarca absoluto.

    Cuando murió don José I, Pombal escribió una carta a la reina doña María en la que le presentaba su dimisión, antes de la defenestración que esperaba. Doña María la llevó al consejo de secretarios de Estado, donde se discutían los asuntos que eran trascendentes para el devenir del gobierno, y recibir los consejos de sus secretarios de Estado.

    La carta decía:

    No pretendo, Señora, compararme con el duque de Sully en merecimientos. Es, sin embargo, cierto y público en todo el pazo de Vuestra Majestad y en toda la ciudad de Lisboa, que me encuentro igual que él en la desgracia y en los motivos por los que recurro a Vuestra Real clemencia suplicándole que se sirva de verificar la dispensa que le tengo pedida de todos los puestos que ocupé hasta ahora, y que me de licencia para que me pueda ir a Pombal a pasar el tiempo que me reste de vida.

    Se abrió una agria discusión entre los secretarios de Estado sobre si la reina debía aceptar o no la dimisión de Pombal. Francisco Inocencio de Souza Cutinho, a cuyo hijo Rodrigo había apadrinado Pombal, entre otros nobles y masones, participó en el debate, en el que se analizaba la aceptación de la dimisión de Pombal.

    La reina pidió opiniones:

    —Como ya sabéis, el marqués de Pombal nos ha pedido dispensa de todos sus cargos en la Corte. ¿Qué creéis que será lo más beneficioso para Portugal? —abrió la sesión la reina.

    —Desde que falleció Su Majestad don José, el Marqués está recibiendo muchas críticas de nobles, incluso del pueblo —dijo Francisco Inocencio de Souza Coutinho.

    —Ha pretendido quitar poder a la antigua nobleza, y entregarlo a los hidalgos de medio pelo. Y se ha enfrentado a la jerarquía de la iglesia, como buen masón —afirmó Pina Manique.

    —La gente —dijo el marqués de Alorna— canta por las calles la liberación de la opresión a que lo tiene sometido Pombal:

    Respira, oh Portugal, respira ufano

    por te veres na tua liberdade.

    —El pueblo entero celebraría su defenestración, tras la muerte del rey don José, que en gloria esté.

    —Ya sabemos que ha realizado grandes servicios a Portugal, desde la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto, a la expulsión de los jesuitas. Pero su política represiva tiene aterrorizado al pueblo y a muchos nobles —dijo Seabra da Silva.

    —Se le pueden pedir todavía grandes servicios para el país —añadió sin embargo, Francisco de Souza Coutinho.

    —Parece conveniente que, si él solicita la dimisión de todos sus cargos, se le otorgue y se retire a su Quinta de Pombal —aconsejó don José Ricardo Pereira de Castro

    La reina doña María tomó la decisión de aceptarle la renuncia, y le contestó, mediante otra carta a Pombal:

    Teniendo en consideración la grande y distinta estima que el rey mi padre, que santa gloria haya, tuvo de la persona del marqués de Pombal, y representándome el mismo marqués que a su avanzada edad y molestias que padecía no le permitirían continuar por más tiempo a mi Real Servicio, pidiéndome licencia para dimitirse de todos los lugares y empleos de que se hallaba encargado, para poder retirarse a su Quinta de Pombal; y en atención a lo referido, soy servida en aceptarle dicha dimisión y concederle la licencia que pide.

    Dimitido Pombal, comenzó una nueva época. Se estableció una corriente ideológica contrarrevolucionaria, antiliberal y antirrepublicana inspirada por doña María, que modificó bastante la formación básica de Juan. Se volvió a una ideología «conservadora y moderada», retrógrada, con, de nuevo, elevación de la alta nobleza y los sectores eclesiásticos a los lugares destacados del poder, y con la vuelta a las tradiciones propias de Portugal. La alta nobleza y el clero recuperaron sus privilegios sociales, políticos y económicos. A esa época de le denomina La Viradeira.

    Aunque no se había perdido por completo la costumbre de la corte de someterse al besamanos de los reyes, volvió a ponerse de moda. La ceremonia se desarrollaba así:

    Cuando se da la señal para iniciar la ceremonia con la apertura del salón, la banda de música de la Corte comienza a tocar, y toda la escena asume una apariencia muy imponente. Los nobles caminan en fila hacia dentro del salón, uno detrás de otro, con pasos lentos y solemnes. Cuando llegan a unos pasos del trono, se detienen, realizan una inclinación muy profunda, y avanzan un poco más, se arrodillan y besan la mano del soberano, que la ha extendido a todos sus súbditos con un aire paternal. Una vez besada la mano, repiten el homenaje al consorte real y al resto de la familia, y se retiran en fila, con el mismo orden con el que entraron.

    Juan, muy joven, fue armado Caballero de la Orden de Cristo por su padre don Pedro. Su hermano José y el duque de Lafões fueron sus padrinos. Pasó la noche despierto, limpio de cuerpo y ropas, y velando las armas, como era preceptivo en la Orden de Caballería. En la mañana de la investidura, descansó brevemente, y acto seguido fueron todos a oír misa a la iglesia de la Barraca Real de Ajuda. Concluida la ceremonia religiosa, se presentaron su padre y sus padrinos, quienes le interrogaron y le tomaron juramento.

    —¿Estás dispuesto a la investidura?

    —¡Lo estoy, y a cumplir mis obligaciones de caballero, con la ayuda de Dios!

    Una vez concluidos todos los preparativos, y con la espada desenvainada se procedió a realizar los juramentos:

    —¿Juráis ante Dios no dudar en morir por la fe cristiana?

    —¡Lo juro, y lo cumpliré, con la ayuda de Dios!

    —¿Juráis sacrificar vuestra vida en la defensa de vuestra señora natural la reina doña María?

    —¡Lo juro, y lo cumpliré con la ayuda de Dios!

    —¿Juráis defender vuestro reino hasta morir por él?

    —¡Lo juro, y lo cumpliré, con la ayuda de Dios!

    Tras recibir el pescozón ritual para que no olvidara sus juramentos, fue armado caballero, y nombrado condestable del Reino. Desde ese momento, se le reconoció el título de Don, y él mismo comenzó a hablar de sí mismo en tercera persona, haciendo alarde de su título.

    El 13 de mayo de 1777, fecha en la que don Juan cumplía los diez años, se celebró la aclamación de María I como reina, a pesar de que llevaba ya tres meses coronada, y la designación del príncipe don José, el hijo mayor, como príncipe da Beira y de Brasil. Fue una ceremonia deslumbrante, a la que asistieron nobles, hidalgos, plebeyos, y extranjeros, residentes o de paso, por Lisboa.

    Toda la ciudad, y especialmente el Tajo, frente al que estaba el Pazo da Ribeira, deslumbraban con un gran número de barcos, engalanados con banderas de Portugal y de otros muchos colores. Nadie quiso perderse las ceremonias que consagraban en el trono a la primera mujer que reinaba en la historia de Portugal. Previamente, se habían repartido invitaciones entre los nobles, avisando de los eventos que se iban a celebrar, asignándoles un lugar y ordenando las ropas que se debían vestir, tal era la importancia de los actos y la rigidez del protocolo. Arzobispo, obispos, hidalgos, nobleza portuguesa, nobleza española, clero, los embajadores de Francia, Cerdeña, Austria, Nápoles, Holanda Inglaterra y de otras cortes europeas asistieron a la ceremonia.

    El Juez del Pazo, José Ricardo Pereira de Castro, hizo un discurso laudatorio de toda la genealogía de la casa de Braganza, hasta llegar a doña María:

    Es una María escogida por el Eterno para gobernar la tierra de sus antepasados, y para representar en el trono la imagen del mismo Dios. ¿Con qué perfecciones no saldría de Sus manos omnipotentes? ¡Oh, alta y poderosa reina, yo quisiera ahorrarme la profunda modestia de Vuestra Majestad, pero ¿dónde podrían ocultarse luces tan brillantes?

    Y, dirigiéndose a su espolso don Pedro, dijo:

    «Un Pedro para Vuestra Majestad fundar sobre la sólida e incontestable firmeza de una semejante piedra las públicas felicidades de su Imperio».

    Mientras todos permanecían en pie y descubiertos, la reina, arrodillada, pronunció el juramento, con el cetro junto a la corona real, posada la mano derecha sobre la Biblia y la izquierda sobre el crucifijo de plata dorada, usado tradicionalmente en ceremonias de jura por los reyes anteriores de Portugal:

    ¡Juro y prometo con la gracia de Dios regiros y gobernaros bien, y directamente, y administraros justicia, cuanto la humana flaqueza permita; y guardar vuestras costumbres, privilegios, gracias y mercedes, libertades y franquezas que os hayan sido otorgadas y confirmadas por los reyes mis predecesores!

    A continuación se celebró el besamanos por todos los asistentes a la jura, iniciado por el rey consorte don Pedro, y por todos los demás, siguiendo una prelación por su importancia. Acabado el besamanos, el conde se San Lorenzo, Alférez Mayor del Reino, hizo la proclamación de la reina:

    «¡Real, real, real, por la muy alta, muy poderosa la fidelísima señora doña María I, nuestra señora!»

    Y dirigiéndose a don Pedro, su esposo, gritó:

    «¡Viva el rey!»

    La aclamación de la reina tuvo lugar en el Pazo da Ribeira, desde donde solía partir para, río arriba, llegar hasta el convento de Xabregas, y río abajo, hasta Belén, en sus paseos en barca. Cuando acabó la ceremonia, se organizó un cortejo que desfiló por varias salas del Pazo hasta la galería, en la que los reyes se mostraron al pueblo. El entusiasmo era indescriptible, y los soldados que daban escolta, tuvieron que emplearse a fondo para evitar que el pueblo rompiera los cordones y accediese a la pareja real.

    En esta ceremonia de proclamación de sus padres, Juan, con diez años, ocupó un lugar preeminente en el estrado. Durante toda ella, estuvo de pie, situado detrás de su madre la reina, con la espada desenvainada, al lado de su hermano José. Acabada la ceremonia de juramento, abrió el cortejo en su calidad de condestable del Reino, seguido por su hermano José y por su padre don Pedro. Después iba la reina, con un tocado que simulaba una corona real, y con un manto de terciopelo carmesí, bordado con hilo de plata y lentejuelas, con una gran cola guarnecida con encajes de oro, bordado con ciento veinte castillos. Le llevaban la cola Mariana de Mendoça, su camarera mayor, y el marqués de Tancos. Cerraban el cortejo sus dos damas de honor, y otras ocho damas de la más rancia nobleza.

    En el gran banquete con que se cerraron los actos se utilizó la vajilla de plata del artífice Germain. Fue tan abundante como se acostumbraba en la Corte portuguesa. Duró tres días, y entre las distintas comidas y descansos, se bailó el passa-pé, la furlana, la gavota y el minuete, que eran los bailes de moda. Todos se deleitaron con arias, cançonetas y modinhas del gusto de las azafatas de la Casa Real y de los músicos de la Real Cámara.

    El pueblo participó de la fiesta cantando y bailando modinhas, y asistiendo a las corridas de toros que se organizaron, en las que se sacrificaron hasta sesenta toros. En los tres días que duraron los festejos actuaron los principales toreros de España, Pedro Romero, Pepe Hillo y Costillares, que mostraron a los lisboetas cómo se mataba un toro con arte, en una plaza auxiliar, hecha de madera, a un lado de la Plaza del Comercio.

    Fueron repartidas limosnas para los más necesitados, como acostumbraba a hacer la reina: cuando salía de palacio, había siempre a su alrededor muchísimos indigentes esperando las monedas que regalaba al pueblo. Era impresionante ver cómo el pueblo se arrodillaba a su paso, y hacía grandes esfuerzos por acercarse y besar la orla del manto, como si de una santa se tratara.

    El pueblo bailó, comió, bebió y se divirtió en la ocasión. La aclamación de doña María I fue un acontecimiento sin precedentes. Y el pueblo lo vivió con la alegría de saber que, por fin, se había terminado el yugo que había soportado durante el gobierno de Pombal. Los infantes no olvidaron nunca la ceremonia de la aclamación de su madre como reina de Portugal.

    La primera muestra de generosidad de la reina doña María fue la liberación de todos los presos políticos encarcelados por su padre, por incitación del marqués de Pombal.

    —Debes comenzar un periodo de suavidad, paz, justicia y felicidad para el pueblo —le recomendó en su lecho de muerte su padre don José I. Debes pagar las deudas de la Corona, acabar las obras del templo de la Memoria, y perdonar a los criminales de Estado que creas que se lo merezcan.

    Y sin esperar al cumplimiento de los plazos del luto, comenzó su obra de gobierno: dio órdenes a los fuertes de Junqueira, de Pedrouços y demás fuertes-prisión , y a todos los conventos transformados en cárceles para que dejaran en libertad a todos los presos internados por delitos de lesa majestad, mandados encarcelar por el marqués de Pombal. Fue lo que el pueblo llamó «la resurrección de los muertos» porque tales parecían al ser liberados de donde habían estado presos.

    Entre los resucitados estaba la nieta de la marquesa de Távora, Leonor de Almeida Lorena y Lencastre, gran poetisa de La Arcadia, conocida como Alcipe en los círculos ilustrados de la época, a la que le habían permitido seguir escribiendo en el convento de Chelas, donde había estado encarcelada, a raíz del intento de magnicidio de la familia Tavora, contra el rey don José I. El incidente fue así:

    El 3 de septiembre de 1758 se produce un atentado contra José I, al que dispararon dos tiros cuando iba en su carruaje camino de la Barraca Real de Ajuda, y lo dejaron malherido. La reina dio una primera versión del suceso, diciendo que el rey se había caído por una escalera y se había dañado un brazo, aunque no se había roto nada. Cuando esta primera versión resultó increíble, la reina ofreció esta otra:

    La noche del 3 de septiembre, volviendo el rey de la casa de otros señores, que está muy próxima de aquí, pues yo la veo desde mis ventanas, tiraron sobre su carruaje dos balas casi a quemarropa; no se sabe si fue herido por los dos lados o solamente por uno. La herida en el brazo derecho fue horrible.

    Antes de ir a palacio lo curaron de emergencia en la casa del marqués de Anjega, y después fue escoltado hasta palacio.

    Por lo visto, venía de la cama de la Marquesa Nova, que es como llamaban a Teresa de Távora, amante del rey. Su confesor lo reprendió severamente por el adulterio, aunque socialmente se aceptaba que los reyes tuvieran hijos bastardos.

    A raíz del intento de magnicidio, toda la familia Távora fue represaliada, con miedo de que el marido de Teresa de Távora la repudiase por adúltera. El rey, a través del marqués de Pombal, intentó solucionar el asunto, ofreciendo a la familia títulos y dinero a cambio del silencio. Pero doña Leonor de Távora, madre inflexible de Teresa, hizo del asunto un problema de honra de familia. Por la oposición a las conveniencias del rey fue dictada sentencia de muerte contra ella y parte de la familia; se salvó la poetisa Alcipe, que fue encarcelada en el convento de Chelas, hasta que la liberó la reina María I.

    El rey José I no entendió nunca, ni bajo amenaza del infierno, por qué él no podía tener amantes. Su padre, don Juan V, tuvo varias, sin ningún problema ni social ni religioso. Bien es verdad que el pueblo decía que las amantes del rey Juan V eran «sagradas y divinas», y que sus devaneos eran «santos» porque se dedicó especialmente a las monjas. La madre Paula, del convento de Odivelas, le dio cuatro bastardos, los llamados Meninos de Palhava, más tarde reconocidos y queridos por doña María, como sus tíos. Y la sociedad respetaba los bastardos reales, aunque colgaban en la puerta del marido engañado unos cuernos de ciervo, en señal de ignominia.

    El mantenimiento de amantes o favoritas no era incompatible con la moral católica, y no se consideraban esos comportamientos como impedimento para entrar en el cielo. Muchos confesores, incluso, recomendaban esas prácticas con el fin de mantener una vida afectiva y sexual equilibrada. Había, sin embargo, que guardar un cierto decoro en público para no avergonzar demasiado a las consortes que, o hacían lo mismo en sus alcobas, o fingían ignorar los comportamientos sexuales de los varones. Sin embargo, si se hacían públicos los devaneos de las reinas o quedaban embarazadas de un amante, se consideraba delito de lesa majestad. Cuando moría un rey, las amantes eran expulsadas de los palacios, y compensadas con dinero, joyas o edificios. Los pecados del rey eran todos perdonados con la extremaunción.

    Pero no solo los varones tenían devaneos. De doña María se cuenta que, de joven, se enamoró de un hidalgo de nombre Manuel Henrique, con el que tuvo algunas citas íntimas. Cuando su padre el rey don José se enteró de los encuentros amorosos, prendió al hidalgo y ordenó cortarle la mano derecha. Tras el

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