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Entre Doramas y Cuauhtémoc
Entre Doramas y Cuauhtémoc
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Libro electrónico243 páginas3 horas

Entre Doramas y Cuauhtémoc

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Una vez terminada la Guerra Civil Española, Roque, un grancanario hijo de uno de los muchos represaliados por el bando de los sublevados, decide emigrar a América.
Allí, concretamente en México, el azar hace que el joven emigrante se vea rodeado de gran parte de la intelectualidad canaria exiliada en aquel país. La influencia de algunos de aquellos intelectuales, como Mercedes Pinto, Juan Marichal o Millares Carló, además de la lectura de algunos poetas de la Generación del 27, siembran en el muchacho la inquietud por conocer de forma objetiva los trágicos episodios ocurridos en la Guerra Civil. Por otra parte, utilizando como hilo conductor la historia familiar de Lupita, una enigmática joven mexicana de quien acaba enamorándose, el emigrante canario viaja hasta finales del siglo XIX para encontrarse en Cuba con la figura de Nicolás Estévanez Murphy y con algunos de los padres del incipiente Partido Nacionalista Canario.
La atmósfera intelectual que envuelve a la mayoría de los canarios exiliados en México también atrapa a Roque, que consigue iniciar sus estudios de Filosofía y Letras en la UNAM, donde descubre las obras del filósofo humanista mexicano José Vasconcelos. Es precisamente uno de los ensayos de Vasconcelos, La Raza Cósmica, el que explica el desenlace de la novela, donde, sorprendentemente, el joven se ve formando parte de esa raza universal de Vasconcelos que ha unido una orilla con la otra; la tierra de Doramas con la de Cuauhtémoc
IdiomaEspañol
EditorialBaile del Sol
Fecha de lanzamiento13 dic 2017
ISBN9788417263027
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    Entre Doramas y Cuauhtémoc - José Juan Sosa Rodríguez

    Epílogo.

    EN UNA ORILLA, EN EL ATRIBULADO FEUDO DE DORAMAS

    No sé si por casualidad o como presagio del azaroso futuro que lo deparaba o por la omnisciencia del narrador, lo cierto fue que Roque, el hijo de Pancho el Talento, sintió por primera vez en sus carnes el frío de la noche la madrugada del 13 de septiembre de 1923. Era una noche fría, tan fría como los cañones de los fusiles que, muy lejos, esperaban nerviosos en los armeros de muchos acuartelamientos el momento de empezar a emborronar una nueva página en la Historia de España.

    Roque, fue el único hijo del matrimonio entre Pancho y Juana, la hija del molinero. El matrimonio tenían su residencia en la Molineta, un caserío situado en el cauce medio bajo del barranco de Azuaje, donde un profundo tajo de abruptas paredes, que separa los municipios de Firgas y Moya, deja paso a un feraz valle. El domicilio familiar estaba a pocos metros de uno de los muchos molinos hidráulicos que jalonaban el cauce del barranco; industria que, como antes insinué, explotaba el padre de Juana.

    Pero, antes de seguir adelante, creo que debo describirles el lugar donde Roque, el hijo de Pancho, pasó sus primeros años:

    A caballo entre los siglos XIX y XX, el barranco de Azuaje gozaba de una frenética actividad agrícola, ganadera e industrial. Incluso el sector terciario o de servicios se veía representado en su balneario.

    Los bancales, o cadenas, construidos para el cultivo de las plataneras estaba borrando la fisonomía de las laderas del cauce medio y bajo del barranco. En el cauce alto proliferaban las excavaciones de pozos y galerías, que arrancaban de las entrañas de la tierra el agua necesaria para el riego de estas plantaciones.

    La actividad del horno de cal era incesante. Las reatas de bestias, transportando cal, caliche o carbón, se cruzaban con los carros o con algún destartalado camión en el tortuoso camino que imponía el cauce del barranco.

    Los molinos hidráulicos, casi todos mudos durante el día, esperaban la noche, cuando el riego de los cultivos exigía una menor demanda de agua, para iniciar la molienda. El ruido del agua que se precipitaba enérgicamente desde el cubo a las álavas se mezclaba con el monótono runruneo que hacía el roce de la piedra de arriba al girar sobre la de abajo, haciendo enmudecer a los grillos.

    Por aquella época ya eran conocidas las cualidades medicinales de las aguas que, generosas, afloraban en las abundantes fuentes de Azuaje. Por lo que, mucho antes de que Roque naciera, en 1882, se iniciaron las obras de la construcción de un balneario. Fueron los ingleses, venidos desde Londres o afincados en Las Palmas de Gran Canaria, los clientes que más utilizaron sus instalaciones.

    Pancho el Talento, en contra de lo que usted se pueda imaginar, no trabajaba en el molino con su suegro. No señor, Pancho era transportista. Bueno, en realidad no sé si realmente era transportista o intermediario, que al fin y al cabo viene a ser casi lo mismo. Lo cierto es que un día a la semana, casi siempre los viernes, cargaba un carro tirado por un par de mulas con algunos sacos de gofio y media docena de «ceretos» repletos de verduras cultivadas por sus vecinos, como calabacines, ñames o berros y se trasladaba a la Las Palmas de Gran Canaria, donde las vendía. Como el viaje era largo y cansado, Pancho pernoctaba en aquella ciudad.

    Al día siguiente, antes de iniciar el viaje de regreso, nuestro hombre hacía una visita a una carbonera que la compañía Miller tenía en el Puerto de la Luz y en la que compraba el «carbón de cocina» para ser utilizado en los fogones del balneario de Azuaje. El resto de la semana, Pancho sacaba «unas perrillas» trabajando en el mencionado establecimiento, haciendo labores de jardinería, de limpieza o de camarero.

    Quizás, a estas alturas del relato, usted esté deseando conocer el motivo por el que Pancho era conocido como el Talento. Pues bien, se lo voy a decir. Si ha seguido con atención lo expuesto hasta aquí, recordará que ya comenté que los clientes más importantes del balneario de Azuaje eran los ingleses. También escribí que Pancho, compraba el carbón en una de las carboneras, propiedad de una de las compañías inglesas más importante de Gran Canaria, la «Miller y Cía». Además de lo anterior, por razones de negocios, el bueno de Pancho también se relacionaba con los «cambulloneros», que, dicho sea de paso, coqueteaban con la lengua de Shakespeare. En definitiva, lo que estoy tratando de aclararle es que mantenía bastantes relaciones con los ingleses o con los que hablaban su idioma. Como consecuencia de aquellas relaciones, nuestro hombre adquirió los conocimientos suficientes de inglés como para entenderse con los hijos del Reino Unido. Así, en cierta ocasión en la que unos obreros reparaban un muro de contención junto a la entrada del balneario lo escucharon hablar inglés con uno de los clientes del establecimiento. Ante el asombro de los trabajadores, el encargado de la obra les comentó: «Ese hombre se ve que tiene talento». A partir de aquel día a Pancho se le empezó a conocer como el Talento.

    En las tardes de verano, los ingleses instalados en el balneario acostumbraban a tomar el té en la terraza del local. Solía unirse a ellos otro de sus compatriotas, un tal «míster» Leacock, que era propietario de grandes explotaciones agrícolas en el norte de Gran Canaria.

    Un sábado del verano de 1935, cuando los británicos que tomaban el té estaban enfrascados en una animada tertulia, llegó Pancho al balneario con su carro cargado de carbón. Al verlo, el señor Leacock se acercó a él y le propuso la venta de un camión Ford AA, de 1929, que habían desembarcado en el Puerto de la Luz procedente de Sudáfrica, ya que por ser un camión americano él no estaba interesado en comprarlo. Pancho no pensó mucho en la oferta que le hizo el inglés y el lunes, muy temprano, estaba en el puente de Azuaje esperando al señor Leacock, para, juntos, desplazase a Las Palmas de Gran canaria y comprar el vehículo.

    Casi había oscurecido cuando Pancho regresó de la cuidad conduciendo su flamante Ford. De verdad, aquel hombre era un verdadero talento, pues nadie se podía explicar cómo demonios en tan solo un día pudo aprender a manejar la camioneta y, lo que fue más difícil, llegar con ella hasta su casa.

    Con la camioneta mejoraron las condiciones de trabajo de Pancho. Ya no tenía que hacer noche en Las Palmas de Gran Canaria, lo que le posibilitó incrementar sus viajes a esta ciudad. Además, se convirtió en el primer transportista de la zona. Así, de igual forma que transportaba estiércol de vaca para abonar las plataneras de una finca de Azuaje llevaba cal o arena a una obra que se estaba construyendo en el pueblo de Firgas.

    Después de haber leído algunas páginas de este relato, usted, paciente lector, estará pensando que «se me ha ido el santo al cielo», que me estoy olvidando de Juana y, sobre todo, de Roque, el verdadero protagonista de esta narración. Pues, mire usted, no va muy descaminado. Así que creo que, por ahora, es el momento de dejar a Pancho con su camioneta y escribir algo de la biografía del resto de la familia.

    Los últimos años de la década de los veinte y principio de los treinta, el barranco de Azuaje, a pesar de la explotación abusiva que ya se hacía de sus acuíferos, seguía siendo un verdadero paraíso. El agua corría libre y saltarina por el caprichoso cauce, dando vida a una abundante y variada vegetación. Los ñames de hojas frondosas competían en altura con los estilizados cañaverales y los berros tapizaban los límites del riachuelo. Mientras el poleo de risco se empeñaba en perfumar el ambiente. El culantrillo, junto otras plantas rupícolas, decoraban las húmedas paredes, casi verticales, del cauce medio y alto de la cárcava. Al precipitarse por las pequeñas cascadas el agua entonaba relajantes melodías, a la vez que excavaba profundos y cristalinos charcos. Charcos cuyos nombres resumían la intrahistoria del lugar, de tal forma que nombres como «los ingleses», «la higuera» o «el pastor» guardan la historia de Azuaje, que permanecerá eternamente oculta en el anonimato de sus habitantes.

    ***

    Entretanto, al inicio de los años treinta, la vida de los vecinos de Azuaje discurría plácida y, diría yo, monótona, España vivía una de las etapas más convulsas de su historia, hasta el punto de saldarse con una guerra civil.

    Sin duda alguna, la institución que más se debilitó por el golpe de estado de Primo de Rivera fue la monarquía de Alfonso XIII, valedor del golpista. A pesar de que las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 le dieron el triunfo a los concejales monárquicos, el Rey, consciente de que el voto monárquico en las zonas rurales fue conseguido de forma fraudulenta, del triunfo de los antimonárquicos en los núcleos urbanos y de la corriente antimonárquica que vivía España, abandonó el país el 14 de abril de 1931. En aquella misma fecha se proclamó la Segunda República Española.

    Juana, la hija del molinero, era la segunda en el orden de nacimientos de una familia de cinco hermanos, que, prematuramente, perdieron a su madre como consecuencia del parto del benjamín. Pero, aunque a Juana le correspondía el segundo puesto, era la mayor de las hembras, por lo que el fallecimiento de su madre le impuso la responsabilidad de criar a sus hermanos, privándola de otros privilegios que sus hermanos varones sí tenían, como el de escolarizarse o de, al menos, aprender las cuatro reglas y a leer y a escribir.

    A ella, a Juana, nada le supuso la proclamación de la Segunda República, a pesar de los innovadores principios instaurados por la misma, como los de igualdad o del sufragio universal, que permitía el voto femenino. Las circunstancias que envolvieron su vida, encadenada primero a las decisiones que tomaba su padre y, posteriormente, a las que tomaba su esposo, la enculturizaron de tal manera que hicieron de ella una mujer, como muchas de su tiempo, incapaz de oponerse a una situación social y religiosa donde las desigualdades entre los sexos se asumía como algo normal y necesario, incluso por parte de las propias mujeres. Así, se convirtió en una mujer sin criterios propios, que aceptaba, como lo aceptan en la actualidad muchas mujeres en los países influidos por la «Sharia», la injusta supremacía del hombre sobre la mujer. Ella seguía haciendo las mismas tareas que desde niña había hecho. Además, se seguía manteniendo en un segundo lugar con respecto al hombre, simplemente porque siempre fue así y así debía seguir siendo.

    A Juana, dedicada de lleno a las tareas del hogar, le gustaba lavar la ropa aguas arriba del balneario para evitar las aguas que manaban de este, y que después de ser utilizadas por los clientes se unían a las que discurrían por el barranco. Ya que, según ella, de esta forma evitaba que algunas de las enfermedades que padecían los usuarios de aquellas instalaciones «se le pegaran en las ropas». Mientras Juana hacía la colada, su hijo correteaba detrás de los patos, que, en vano intento, desplegaban sus alas con la intención de levantar el vuelo.

    ***

    Apenas Roque cumplió los cinco años, Pancho lo apuntó en una escuela pública de un caserío cercano, conocido por el nombre de Buenlugar. Pero, en honor a la verdad, eran pocos los días que el chiquillo acudía a las clases. Incluso así, llegó a aprender, junto con las cuatro reglas, a leer y a escribir.

    Cuando Pancho compró el camión, lo que más le agradaba a Roque era acompañar a su padre en los viajes que este hacía a Las Palmas de Gran Canaria. Lo primero que le llamó la atención fue constatar que los barcos no eran tan pequeños, como cuando los veía surcar el mar desde la costa de San Andrés. Era tanta la fascinación que Roque sentía por los barcos que, con frecuencia, le decía a su padre que cuando fuera mayor quería ser marinero.

    Tal como sucedió en la noche del nacimiento de Roque, la noche del 17 de julio de 1936 los cañones de los fusiles volvieron a esperar nerviosos en los armeros de los acuartelamientos para empezar a escribir la más sangrienta de las páginas de la Historia de España. La intolerancia y la ambición desmedida de unos pocos, unido a la ignorancia de muchos, fueron el detonante de una guerra civil, que sembró al país de muertos y de odio.

    Al caer las Islas Canarias desde el primer momento del levantamiento en manos de los sublevados, en su suelo no se registraron enfrentamientos militares entre el ejército leal al gobierno constitucional republicano y las tropas rebeldes. Eso libró a las islas de enfrentamientos tan sangrientos, como los del Ebro, Belchite, Madrid o del Jarama.

    Pero, el no sufrir enfrentamientos entre las tropas de uno u otro bando no libró al pueblo canario del derramamiento de sangre. Muchos fueron los que dejaron su vida en las batallas operadas en el territorio peninsular y, quizás, muchos más los que fueron ajusticiados por una pandilla de indeseables asesinos, que, escudándose en una ideología fascista, se aprovecharon de la situación para vengar viejas ofensas u obtener rendimientos económicos, segando muchas vidas de personas inocentes.

    Paciente lector, permítame que, brevemente, le comente el posicionamiento de los países europeos ante la confrontación española de 1936 y su posible repercusión en la economía española en general y de Gran Canaria en particular, pues no debemos olvidar que casi la totalidad de la actividad comercial e industrial de Las Palmas de Gran Canaria estaba en manos de los ingleses, incluso una parte importante de la agricultura de Gran Canaria era gestionada por ellos.

    Cuando estalló la Guerra Civil Española, Europa estaba dividida en tres grandes bloques ideológicos. Uno estaba compuesto por los países democráticos, otro era bloque comunista, liderado por Rusia, y el tercero era el nacionalsocialismo o nazismo, representado por Alemania.

    Pues bien, mientras que los bloques con ideologías autoritarias intervinieron de diferentes formas en la confrontación bélica española –los rusos apoyando a la República y los alemanes e italianos al ejército insurgente–, los países democráticos se abstuvieron de prestar apoyo a alguna de las dos partes beligerantes. Las Brigadas Internacionales, que combatieron al lado de los republicanos, fueron organizadas por los partidos comunistas de todos los países del mundo, previa autorización de Moscú.

    Mientras que algunos historiadores afirman que la no intervención oficial de Francia y del Reino Unido en la Guerra Civil Española fue debido a que la interpretaron como una confrontación entre dos bandos de ideologías autoritarias, otros explican que la abstención de estos dos países se debía más a intereses económicos que a motivos ideológicos. En concreto, el gobierno del Reino Unido, que desde el inicio de la contienda decidió adoptar una actitud neutral, tenía grandes inversiones en España, tanto era así que casi la mitad de las inversiones extranjeras en nuestro país eran británicas. Tampoco debemos ignorar las repercusiones que, para la seguridad de Gibraltar, podía tener la intervención británica en nuestro conflicto.

    Independiente de los motivos que tuvieran Francia y el Reino Unido para mantenerse neutrales, lo cierto es que estos países hicieron un enorme esfuerzo diplomático para conseguir que todos los estados europeos, excepto Suiza, por imperativos de su constitución, firmaran, en agosto de 1936, el «Acuerdo de No Intervención», acuerdo que tanto Rusia como Italia y Alemania no cumplieron.

    Los ingleses que tenían inversiones en Gran Canaria vieron con preocupación cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, pues el hecho de que el Reino Unido abogara por la no intervención no significaba que vieran con simpatía el avance de las fuerzas insurgentes, comandadas por Franco.

    Es posible que fuera esa preocupación, de la forma como se estaba desarrollando el conflicto bélico en España, el motivo por el que los británicos que frecuentaban las instalaciones del balneario de Azuaje dejaran de hacerlo. Siendo esta una de las causas que, junto con otras, como el periodo de autarquía que mantuvo el régimen franquista tras finalizar la Guerra Civil, pusieron el punto final a una industria turística pionera en Gran Canaria.

    ***

    Como ya comenté, una de las consecuencias de que el Archipiélago Canario cayeran inmediatamente en manos de los insurgentes fue que unas organizaciones paramilitares represivas, guarecidas debajo del paraguas de una ideología extremista, campearan a sus anchas por las islas, dedicándose a segar vidas inocentes so pretexto de ser personas peligrosas para el Régimen.

    Cuando apenas había pasado un año desde el inicio de la Guerra Civil, la noche del 15 de agosto de 1937, un vehículo negro, marca Ford, se apartó de la carretera a la salida del puente de Azuaje en dirección a Moya, para adentrarse en el camino que une a la mencionada vía con el barranco. Ya en la cárcava, el automóvil hizo un giro a la izquierda, enfilando el camino marcado por el cauce, en dirección a la costa. Unos cientos de metros antes de llegar al caserío de la Molineta, el conductor, simulando lo que en las guerras modernas se conoce como Blackout, apagó las luces del coche y, un poco más tarde, aprovechando el desnivel del camino, hizo lo mismo con el motor. Así, amparados en el silencio y en la oscuridad de la noche, los cuatro ocupantes del vehículo pudieron acercarse al caserío sin ser vistos ni escuchados. Cuando llegaron al lugar previsto, el conductor detuvo el automóvil para que se apearan de él tres pistoleros que, con las armas en las manos, se dirigieron a toda prisa a la casa de Pancho.

    Al llegar a la vivienda, uno de ellos, utilizando la culata de su pistola, aporreó la puerta de entrada con tal violencia que hizo despertar de inmediato al matrimonio. Pancho, sobresaltado, se acercó a la puerta donde, antes de abrirla, preguntó: «Quién llama», contestándole desde fuera: «Gente de bien». Al abrir la puerta, se encontró con unos desconocidos que lo encañonaron con las armas que portaban, a la vez que uno de ellos le ordenó que cogiera las llaves del camión, pues debía hacer un viaje. Pancho, imaginándose de que tipo de «viaje» se trataba, le contesto al pistolero que aquellas no eran horas para hacer viaje alguno. Ante la negativa de Pancho, uno de aquellos matones le asestó con su pistola un golpe en la cabeza, manando al momento un hilillo de sangre de la zona del cráneo lesionada. Al mismo, lo empujaron al interior de la vivienda para que se hiciera con las llaves

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