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El pacto de los financieros
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Libro electrónico156 páginas2 horas

El pacto de los financieros

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Descubre los entresijos de los mercados financieros en un apasionante thriller que no te dejará indiferente.

Quiebra de la economía española. ¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? ¿Por qué el International Chase Bank no quiere negociar una salida? ¿Podrán evitar los jóvenes abogados Clara y Mario el inicio de una nueva crisis financiera? ¿Qué se esconde en las negociaciones de las operaciones financieras? Y, sobre todo, ¿quién es realmente el misterioso Mr. X?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 feb 2019
ISBN9788417772130
El pacto de los financieros
Autor

Manu Peña

Manuel Peña Yangües (6/3/1975), economista y abogado, ha trabajado durante cinco años como jefe de operaciones financieras a largo plazo en la Comunidad de Madrid; además de realizar cursos de especialización en mercados de renta fija y derecho de los mercados financieros en el Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). Apasionado de las novelas de John Grisham y Michael Lewis, realiza su primera incursión en el mundo literario con el objetivo de intentar descubrir al gran público, de una manera más accesible, los códigos que se ocultan en los mercados financieros.

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    El pacto de los financieros - Manu Peña

    El pacto de los financieros

    El pacto de los financieros

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417772710

    ISBN eBook: 9788417772130

    © del texto:

    Manu Peña

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    Volvía la primavera a Madrid. Dos hombres de más de cincuenta años conversaban en una terraza, que se encontraba en ese momento semivacía, en la céntrica plaza de Olavide. Había pasado una ola de calor de aproximadamente dos semanas que tenía bastante preocupada a la ciudadanía, incluso a los más acérrimos detractores del cambio climático. Sin embargo, por suerte y alivio, el día anterior habían caído las temperaturas más de diez grados, provocando una variopinta panoplia de ropajes. La mayoría se habían inclinado por una ligera chaqueta de entretiempo que resultaba suficiente para cubrirse, aunque los había más atrevidos que retaban a los resfriados con tirantes o camisas de manga corta. En cambio, la creciente confusión climática no impedía que se presentara la excusa adecuada para tomar una copa o refresco en los locales de la capital.

    Un té y una cerveza fría. El más mayor, quizás cercano a los sesenta, estaba bastante nervioso. Gesticulaba, daba la impresión de encontrarse en una situación desesperada. El segundo, más calmado, le escuchaba, manteniendo con su lenguaje corporal cierta distancia.

    —Tienes que hacer lo posible para evitarlo. Te he contado todo lo que sé. El desastre se avecina y si no te apresuras, será la ruina para todos nosotros. Utiliza los contactos necesarios para acabar con esta trama. ¡Haz algo, por dios! — interpeló el más veterano, mientras miraba rápidamente a todos lados.

    —Cálmate. Ya estoy aquí, tranquilamente hablando contigo. Sabes que ni siquiera hubiera descolgado el teléfono si no pensara que es importante la información que me quieres dar. Tu mensaje me ha resultado lo suficientemente intrigante para acercarme a tomar algo contigo, ¿a qué viene tanta premura? — intentó tranquilizar el más mayor mientras ponía la bolsa de té en el vaso con agua caliente.

    —Desde que me vi obligado a retirarme, siempre me has evitado. Estoy realmente desesperado. Por favor, tienes que escucharme.

    —No creo que sea un buen comienzo echarse en cara si te he cogido el teléfono o no estos años. Soy un hombre ocupado y, lo importante para ti es que hoy lo he cogido así que continuemos con la conversación que me has anticipado por teléfono. Por cierto, sabes que no me importa que nos tuteemos, como antes.

    —Perdona tienes razón. Me pueden los nervios. Ten por seguro que confío en ti. Es más, en este momento sólo puedo confiar en ti.

    —Así me gusta. Por dios, me han puesto el té ardiendo. Voy a pedir un vaso con hielo y empezamos.

    Conversaron animadamente durante más de media hora. El hombrecillo nervioso acaparó casi todo el tiempo, mientras su contertulio le miraba con cierta expectación. De vez en cuando, asentía mientras cerraba los ojos. Siempre con la mano en la barbilla, medio tapando sus labios. Al final, se inclinó hacia adelante y con un timbre de voz aguda, dijo:

    —Agradezco tu confianza. Nuestra conversación ha sido reveladora. Tengo que pensar cuáles deben ser nuestros movimientos a partir de ahora. Si damos un paso en falso podemos acabar en una posición bastante, digamos, incómoda — su acompañante asintió — Voy a mover algunos hilos, y a ver qué ocurre, pero creo que no va a ser fácil.

    —No tenemos mucho tiempo. Todo se va desencadenar en pocas semanas.

    —Tranquilo. Déjame hacer.

    Se despidieron con un apretón de manos. El más mayor se alejó caminando como el que se siente perseguido, nervioso entre las tentaculares callejuelas que rodean la plaza. Sabía demasiado y des hacía tiempo había dejado de ser intocable. Sin embargo, a pesar de las palabras de su confidente, ahora dudaba de haber hecho lo correcto al hablar con ese hombre. Siempre le había causado dudas razonables. No tenía muy claro si estaba de su parte o servía a otros intereses. Su manera de actuar la mayoría de las veces había sido así: ambigua. Reconocía, en cambio, que su presencia era muy útil y de gran ayuda en momentos difíciles. Sobre todo, cuando los mercados financieros se complicaban y las reglas dejaban de estar claras. ¿Haría su trabajo? No lo sabía. Tendría que esperar a que se desarrollasen los acontecimientos. Era su última esperanza.

    Viernes tarde

    El ambiente se había ido caldeando progresivamente. Desde el exterior de la sala se podía percibir la intensidad de la conversación que se venía produciendo durante toda la tarde. En cambio, a esa hora ya nadie los escuchaba ahí fuera.

    —¿Me está usted diciendo que no me lo tome como si fuera algo personal, que solo son negocios? — gritaba el Ministro de Economía completamente fuera de sí— Nos están faltando al respeto y ¡eso no lo puedo consentir! ¡Es mucho lo que está en juego!

    —Lo cierto es que podían no haber firmado este contrato. Así, ustedes han ayudado a que se produzca esta situación. Nadie les ha puesto una pistola en la cabeza para firmar— respondía con calma Markus Elkeson, actual CEO del Intercontinental Chase Bank mientras empuñaba una pluma con el nombre de la entidad.

    —Están jugando con la economía de un país……. No, con la de toda Europa —se levantó. Miró por la ventana. Giró la cabeza en dirección a la mesa e interrogó con cierta sorna— Lo saben, ¿verdad?

    —Por favor, no pretenda darme lecciones de responsabilidad. No seríamos los culpables de provocar una nueva crisis mundial. Ustedes son los que han metido la pata, no nosotros. Nos llamaron, rogaron para obtener financiación cuando nadie les cogía siquiera el teléfono y les dimos la solución a su problema. Ahora solo queremos que se respete lo acordado. Nada más.

    —¡Esto ha sido peor que pactar con el diablo! —escupió el Ministro levantándose de la butaca abruptamente.

    —Si siguen por ese camino, será mejor que finalicemos el encuentro. No estamos dispuestos a consentir más faltas de respeto. Somos una entidad financiera internacional respetable con más de cien años de existencia. Hemos sido lo suficientemente galantes para tener un acercamiento previo tal como nos habían solicitado. No merecemos este trato.

    El Ministro quedó ensimismado, en silencio, reflexionando sobre la situación. Sus ojos denotaban ganas de seguir peleando. Entidad respetable no era precisamente el concepto que tenía del banco en ese momento. Si hubiera sido su dinero, seguro que seguiría insistiendo por esos derroteros. Tenía que ser más prudente si quería llevar a buen puerto la reunión.

    —Les presento mis disculpas si el tono no ha sido el adecuado. Continuemos la conversación, por favor.

    La situación no se presentaba nada halagüeña. Los actores de esta tragicomedia que se encontraban en una sala del Ministerio eran el ya presentado Ministro de Economía, la Directora General del Tesoro, varios Secretarios de Estado y asesores de todos ellos. El perfil alto del encuentro se correspondía, por la otra parte, con varios representantes del Intercontinental Chase Bank, uno de los bancos más importantes del mundo. Además del CEO, le acompañaban el Director de Operaciones en España y el Director de Operaciones con Derivados. Por último, los miembros del bufete de abogados que asesoran en este contencioso a la administración, es decir, nosotros.

    15:00

    Habíamos recibido una llamada a media mañana en la oficina. Había causado un revuelo en secretaría y varias puertas se abrían y cerraban con violencia inusitada.

    —¡Coged todo lo que tengáis! Tenemos que estar a las tres en el Ministerio. ¡Vamos! — nos había espetado Esteban, el socio principal que daba nombre al bufete Preciados & asociados, acompañándolo con un gesto de urgencia.

    —Clara, ¿tienes el resumen de todo? ¿Has guardado los antecedentes, estrategias, informes…? No te dejes nada.

    —Sí Esteban. Mario, recoge los portátiles — me gritó— Me llevo todo en el usb. No te olvides el teléfono de Carlos.

    —No, no. No se me puede olvidar. Madre mía, solo llevo unos meses y tengo la sensación que mi carrera se decide en dos días. Es un todo o nada. ¡Buf, vaya estreno! — inquirí.

    —Yo llevo tres años y no se van las mariposas. Tampoco seas dramático. Eso sí, como este caso, no he visto ninguno y creo que no lo veremos. Corre, ya está ahí Esteban. Rápido.

    Por suerte, ir con el socio principal nos permitía tomar un taxi sin tener problemas con el departamento de recursos humanos. Nuestro bufete estaba apenas a tres calles del Ministerio, pero sabíamos que la puntualidad era importante. No era un caso usual, rutinario. Había factores que incitaban a pensar que demasiada gente se jugaba mucho en esto.

    —¿Lleváis todo? No sé cuánto tiempo durará, pero olvidaos del fin de semana y de cualquier plan o historia que tengáis. Es el asunto más importante que vais a tratar en toda vuestra vida. Sé que habéis trabajado muy duro estos meses, pero en este caso nos la jugamos. Cuando haya que hablar lo haré yo. Vosotros os limitáis a pasarme la documentación que precise. Hay que estar muy atentos porque va haber mucha tensión y no sabemos por dónde van a salir estos banqueros. Van sin abogados y eso no me gusta. O están muy confiados o algo traman. Da igual. Clara, Mario, es nuestro momento. ¿Lo has entendido? — me miró— Todo o nada.

    Fueron los diez minutos más incómodos que había pasado en un taxi en toda mi vida. No abrimos la boca en todo el trayecto. En pocos minutos llegamos a la puerta del Ministerio. Bajamos del coche. Tenía buitres leonados en el estómago en vez de las mariposas que me decía Clara. No eran ánimos precisamente lo que nos había dado Esteban.

    —Vamos, chicos. No os retraséis. Nos están esperando.

    Subimos las escaleras de entrada. Como la mayoría de los edificios ministeriales de la ciudad, el aspecto decimonónico y gris imponía respeto, si bien resultaba un poco vetusto. Al final de la escalera, imponente, nos intimidaba una gran puerta de hierro forjado con adornos florales. Allí estaba esperándonos, en el último peldaño, nada más y nada menos que la Directora General del Tesoro y Política Financiera, María Argüelles.

    —Buenas tardes, el Ministro nos está esperando en su despacho.

    Había prisa. No hubo presentaciones y pasamos el control sin identificarnos. Cogimos el ascensor. Íbamos a la séptima planta.

    —Bueno. Llegó el día. Esperemos que salga bien. Si os hemos llamado a vosotros y no a otro bufete, es por una razón: Jaime confía mucho en ti, Esteban. Son muchos años colaborando codo con codo. Sé que no nos defraudaréis — comentó con energía la Directora del Tesoro.

    —Sí, gracias señora Directora. Tenemos todo bien preparado. Hay algunos detalles que tendríamos que tratar antes de entrar en la sala, pero los puntos fundamentales están bien atados— intervino

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