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Edimburgo y Vitoria forever
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Libro electrónico575 páginas9 horas

Edimburgo y Vitoria forever

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Viajar en familia, aprender en familia, disfrutar en familia.

El relato cuenta los gozos y dificultades de una familia alavesa, la pareja, Miguel y Verónica, y sus dos hijos adolescentes, Javier y Loreto. Dejan su cómoda vida en Vitoria y establecen su residencia en la capital escocesa, con todo el espectro de problemas que esto conlleva de adaptación: escolarización, nuevas amistades, diferentes usos sociales y culturales, choque de mentalidades y dificultades idiomáticas.

El relato está lleno de reflexiones críticas y comentarios personales sobre las diferencias y semejanzas entre la sociedad escocesa, vasca y española; entre la cultura anglosajona, protestante, y los modos y maneras de nuestra cultura católica y latina; entre el nacionalismo escocés y el nacionalismo vasco; entre lo británico y lo español... Todo ello en un tono coloquial, personal, sincero y desenfadado. Esta veta y las tensiones y dificultades que derivan de la presencia de un adolescente en casa dan un especial interés al relato.

El narrador hace gala de un carácter gruñón pero sentimental, lleno de buenas intenciones y con una buena capacidad de observación de los detalles de la vida cotidiana que diferencian la sociedad escocesa, vasca y española.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento2 oct 2017
ISBN9788417164980
Edimburgo y Vitoria forever
Autor

Miguel Sánchez Medrano

Miguel Sánchez Medrano es un periodista y publicista natural de Zaragoza, pero residente en Vitoria desde hace treinta y cinco años, ciudad de la que se reconoce estar enamorado en todos sentidos. Su actividad profesional la ha desarrollado en el periódico El Correo, medio en el que trabajó durante treinta años. De igual manera reconoce estar enamorado de Edimburgo, donde él y su familia recientemente han residido dos años. Esta experiencia conforma el contenido de este libro. También vivió en esta ciudad hace treinta años, cuando tenía treinta y cinco años y era felizmente soltero. Miguel asimismo reconoce que le encanta un buen debate y espera que su libro, Edimburgo y Vitoria forever, sea un buen pretexto para practicarlo.

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    Edimburgo y Vitoria forever - Miguel Sánchez Medrano

    Edimburgo-y-Vitoria-forevercubierta21.pdf_1400.jpg

    Edimburgo y Vitoria forever

    Primera edición: octubre 2017

    ISBN: 9788417234041

    ISBN e-Book: 9781524311353

    © del texto

    Miguel Sánchez Medrano

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Capítulo I: La fiesta va a empezar

    Anoche no me podía dormir. Pero no estaba preocupado, solo algo nervioso. A las 3 andaba tomándome una copa de pacharán y fumando un cigarrillo en la cocina, mientras miraba por la ventana abierta y disfrutaba de una noche agradable. Imágenes y comentarios de la cena revoloteaban por mi mente. «¿Por qué os complicáis la vida?» La pregunta de Juanjo me sigue dando vueltas y haciendo sonreír. Pero tiene sentido. ¿Para qué tanto lío? ¿Vale la pena dejar tu vida cómoda y organizada de Vitoria, por el follón y la intranquilidad de un país nuevo y desconocido? Los cuatro lo tenemos claro y estamos de acuerdo en marcharnos a vivir a Edimburgo. Javier, como era de esperar, se ha resistido hasta el último momento. Llevamos mucho tiempo acariciando el proyecto, aunque faltan todavía detalles por ultimar.

    Mientras tomo una calada recorro el salón de la casa de Max donde vamos a vivir, de momento. Luego me acerco al colegio de Morningside, donde hemos conseguido una plaza para Loreto. También me acerco al Boroughmuir High School, con su imponente fachada de comienzos del siglo pasado, y donde desde hace un año Javier sigue en lista de espera.

    Pasan dos parejas cantando debajo de la ventana:

    —Ce-le-dón-ha-he-cho-una-ca-sa-nue-va.

    Es tarde para cantar, pero estamos en fiestas.

    Los amigos estuvieron pesados anoche en la cena de despedida. Parece que todos andan preocupados por el futuro laboral de nuestros dos hijos, pero solo tienen 14 y 10 años.

    —Qué bien vais a hacer, porque con la crisis y el poco trabajo que hay, el que no maneje el inglés lo va a tener difícil —comentó Jesús Mari, inmerso en un expediente de regulación de empleo y que está cobrando el 70% del sueldo.

    —Loreto y Javier van a aprender muchísimo. Volverán manejando el inglés perfectamente. Hoy hay que aprender inglés si quieres encontrar trabajo. Javier y Loreto van a tener mucha suerte —insiste también Iñaki, que acaba de venir de Sudáfrica, donde ha instalado una cadena de hornos de fundición en una fábrica de coches.

    Todos nos apoyan y aplauden la idea, pero se nota que, a pesar de las dificultades y de la crisis, están muy bien en Vitoria. A nadie se le pasa por la cabeza plantearse nuestro viaje y lanzarse a la aventura, aunque todos tienen hijos y todos reconocen la importancia del inglés. Pero nuestro objetivo al lanzarnos a la aventura escocesa no es aprender un nuevo idioma. "El objetivo del viaje no es que los chicos aprendan inglés, que lo aprenderán, sino sumergirnos en una experiencia mucho más amplia y ambiciosa. Vamos a intentar integrarnos en una sociedad muy diferente a la nuestra y aprender un nuevo estilo de vida y convivencia. Queremos ser unos inmigrantes más, que tratan de adaptarse a una sociedad que les abre la casa, el colegio, el sistema sanitario, sus servicios sociales y empresas para poder trabajar. Una sociedad con diferentes valores, con un idioma realmente complicado y unas claves vitales extrañas, pero tan aprovechables como las nuestras o incluso más», así se lo explicamos.

    Pero lo realmente preocupante es lo que apuntó Mikel:

    —Ahora ya no podremos quedar los viernes para tomarnos unas cervezas en el bar Indartsu y cenar juntos.

    Y esto sí que es preocuparte, pero, de todos modos, estoy seguro de que encontraremos alternativas.

    Hoy hemos desayunado chocolate con churros. La fecha lo merece. Estamos cansados, después de la intensa noche pasada, pero contentos y animados. Max nos confirma en un email que pasará a buscarnos al aeropuerto. ¡Estupendo! Espera no tener contratiempos, ya que trabaja a 20 kilómetros de distancia, en un pueblo muy bonito llamado Peebles. Con esta buena noticia, junto con el chocolate, nos desayunamos el día de La Blanca. Como dicta la tradición, nos estamos poniendo guapos y elegantes para ir a misa de 11 a la iglesia de San Miguel.

    La plaza de la Virgen Blanca está abarrotada y también luce elegante, como nosotros. Suena la música de varias charangas y se ve saltar y bailar a grupos de blusas y neskas con las manos en alto, moviéndose al ritmo de la marcha. Todos tenemos cuerpo de fiesta. Se nos nota en la cara. En la entrada de la iglesia de San Miguel están los txistularis municipales, con sus enormes instrumentos que casi no alcanzan a agarrar del extremo, y con sus atractivas casacas rojas.

    La iglesia está repleta. La misa la preside el Nuncio y el sermón destaca la necesidad de mantener unidas la tradición religiosa y la festiva, como estamos haciendo muy bien. Al finalizar la ceremonia varias personas se han cogido de la mano para formar un pasillo. Parece que va a haber una procesión y todos nos echamos hacia atrás. ¿Quién va a desfilar? No sacan a San Miguel, como suponíamos. Son otros santos menos santos: los políticos. Por el fondo aparecen el alcalde, concejales y algún diputado foral, todos sonrientes y formales. Cuando la comitiva cruza delante de mí, de repente, noto una sensación extraña, como un retortijón en el estómago, un pinchazo agudo. Pero no es que me hayan sentado mal los churros: siento ganas de gritarles algo feo, de lanzarles un insulto a nuestras primeras autoridades, aunque prácticamente no los conozco. ¡Qué extraña sensación y que extraño arranque de fiestas! Esto es grave. ¡Oh Señor! ¿Qué me está pasando? Nunca me había sucedido algo similar. Estoy peor de lo que creía. La crisis, la corrupción y el descalabro general del país me están afectando. A mis casi 60 años es la primera vez que me sucede algo así. Necesito una cura de urgencia. Necesito salir fuera y cambiar de aires. Escocia es un buen destino.

    Comparto con Verónica la convulsión que me está sacudiendo.

    —Tranquilidad, hermoso, porque hoy tenemos que disfrutar de la fiesta —me dice mientras me da un conciliador y balsámico beso en la mejilla. Javier, atento a la jugada, pregunta:

    —¿Qué pasa? —y aprovecha para darle un golpe en la espalda a su hermana, pendiente de la procesión.

    —¡Javier me está pegando!

    —¿Yo? ¡Mentira!

    Javier no puede parar. Vamos a ver si los aires frescos de Escocia le ayudan a calmarse. Vitoria no ayuda a centrarse a un adolescente y esperamos que allí sea diferente, aunque su edad no es la mejor para sacarlo de casa.

    Mientras tanto, siguen desfilando delante de nosotros los políticos con sus pañuelos rojos al cuello. Tienen que cambiar las cosas en este país. Me siento acalorado con su compañía, aunque sean unos santos varones, que también pudiera ser. Todo podría ser. Ellos salen por la puerta de la izquierda de la iglesia y nosotros, por la de la derecha. Necesito aire fresco y algo de música para despejarme.

    Los Gigantes y Cabezudos nos esperan en la plaza. Bailan al son de la gaita, y parece como si de un momento a otro se fueran a caer en medio de un torbellino de vueltas. Pero no se caen. Nosotros también bailamos sin caernos. En Edimburgo alucinarían con estas enormes figuras de cartón piedra y nuestros cantos y bailes. Allí hay muchas cosas que desconocen de nosotros.

    —¡¡Papá, papá!! —grita Loreto, mientras corre hacia mí con cara asustada, perseguida de cerca por un feo cabezudo con ojos amoratados. La agarro y la protejo de su perseguidor, aunque no puedo evitar que le propine un zurriagazo en la cabeza con el globo que blande en su mano, sujeto a un palo.

    —¿Dónde está Javier? ¡Hemos vuelto a perder a Javier!

    Miramos y miramos, pero no lo encontramos. Pronto Verónica grita:

    —¡Está aquí!

    Se ha puesto en fila para participar en una carrera de sacos, enfrente del edificio de Correos. Nunca avisa de nada. Veremos qué pasa en Escocia.

    Empieza la carrera. Son trece chicos y chicas.

    —¡Javier!, ¡Javier!, —gritamos, y Javier gana. Ha saltado con ganas y ha llegado, jadeante, el primero. Conviene que saque la energía y tensión acumulada durante estos últimos meses de preparativos de un viaje que él no aprueba, pero que acabará aprobando y disfrutando. Al muchacho le cuesta mucho decir que sí, porque, sea lo que sea, se opone.

    —¿De qué habláis, de ir a Escocia? Me opongo.

    —No voy a ir y no me podéis obligar —ha repetido de forma obcecada estos meses, cabeceando con gesto serio y contrariado. El proyecto del viaje le ha acelerado el ritmo hormonal de sus ya acelerados 14 años. Y ahí sigue. A punto de hacer las maletas, parece que comienza a reblandecerse y, en el fondo, quizás se atreve, discretamente, a reconocer, sin decirlo, que el viaje tiene sus encantos y que, incluso, se lo va a pasar bien. Así lo queremos deducir del escrito que escribió y que leyó anoche en la cena de despedida, titulado ‘Rumbo a Escocia’, donde cuenta la historia de un adolescente llamado Nahuel que se traslada a vivir a Edimburgo, y que va a ser su propia historia. El primer día de clase estaba súper nervioso. Iba vestido con uniforme a lo «Patito feo». Cuando entró en clase no entendió lo que le dijo la profesora, pero intuyó que decía que se levantara para presentarse. Entonces la profesora dijo: Este es Nahuel, viene del País Vasco, tratarlo bien». En el recreo se sentó en un banco y de repente se le acercó un chico rubio de ojos verdes que se llamaba Wolf. Le contó que jugaba al fútbol. A la tarde tuvo entrenamiento y para su sorpresa, su amigo estaba en su mismo equipo. A Nahuel le gustaba una chica llamada Melanie desde el primer día de clase. Entonces una tarde se la encontró y Melanie le dio un beso en la mejilla… El texto puede ser un buen indicio y un buen comienzo.

    Loreto, por su parte, ha apoyado el plan desde un principio y no muestra ninguna reserva, aunque seguro llegarán. Hoy está encantada en ir a cualquier sitio con sus papis.

    Yo dejé de trabajar hace un par de años. El periódico me ofreció algo que últimamente está muy de moda: una baja incentivada. Yo acepté con mucho gusto, después de 30 años juntos y además, bien avenidos, porque tenía muchas cosas que hacer, por ejemplo, marcharme a vivir con la familia a Escocia.

    Verónica ha sido la última en formalizar el cambio de residencia y despedirse de sus compañeros de trabajo, y durante los próximos doce meses ya no se encargará de facilitar la reinserción laboral de gente que tiene dificultades para encontrar trabajo, sino que será ella misma la que tendrá que gestionarse su empleo, también en circunstancias difíciles.

    Pero no le asusta. A ninguno nos asusta, y todos estamos preparados. Hace tres meses aprendimos una frase en inglés que va a marcar nuestro destino inmediato: The die is cast. Esta frase, que ya la conocíamos en latín (alea jacta est) y en castellano (la suerte está echada), ahora nos toca manejarla en inglés y, además, con acento escocés.

    Pero la fiesta continúa. La carrera de sacos de Javier y las pruebas de arrastre de piedra con bueyes que ahora se están celebrando en la plaza de los Fueros están incluidas en el programa de Deporte Rural, algo parecido a los Highland Games escoceses. Seguro que tenemos historias compartidas. Pero yo creo que nuestro deporte rural es más rico y variado, y no solo es cuestión de fuerza física, sino que puedes apreciar la dureza y el crudo lirismo del trabajo y la vida rural. En Escocia tienen mucho campo pero poca cultura agrícola, aunque también conserva algunos cultivos. Yo creo que el más importante es la cebada, fundamental para elaborar dos productos esenciales en ese país: la cerveza y el whisky. También son famosas, como en Vitoria, sus patatas, y que Verónica considera mejor que las alavesas porque dice «tienen menos agua». No podemos olvidar, además, sus fresas, frambuesas, arándanos, moras y grosellas y otros frutos del bosque.

    Tenemos similitudes, pero también grandes diferencias. Nos estamos quedando impresionados de la cantidad de inventos y descubrimientos que tienen firma escocesa. El mundo sería un lugar muy diferente sin sus aportaciones. Son escoceses los que inventaron la televisión, la bicicleta, la máquina de vapor, los seguros de automóviles, el banco para guardar los ahorros, los gases neón, argón, helio, xenón y criptón, los logaritmos, la fotografía en color, el termo, la tela impermeable, el neumático, el caleidoscopio e, incluso, la mermelada, que fue creada en 1561 por el médico de María Estuardo, Reina de Escocia, al mezclar naranja y azúcar para evitar que se mareara la soberana. También hay que apuntarles la penicilina, algunos antisépticos, la aguja hipodérmica, la anestesia, la parafina, el ecógrafo y el radar. Incluso la primera clonación de un animal se ha realizado en esta tierra, y la famosa oveja Dolly, nacida en el Instituto Roslin, cerca de Edimburgo, la podemos ver disecada en el Royal Museum of Scotland de la capital escocesa. Pronto la podremos ver. A ver si se nos pega algo de la creatividad escocesa.

    Para excusar nuestro bajo nivel creativo podemos aportar el argumento de que los escoceses son más y, además, que tienen más espacio verde para poder inspirarse. En la actualidad superan los cinco millones —y aquí estamos apenas la mitad— y disponen de 78.000 kilómetros de bosques y praderas, diez veces más que en el País Vasco. Aquí, además, no tenemos ni lagos ni monstruos. Escocia dispone del doble de pueblos y ciudades donde juntarse para tomar unas cervezas y hacer inventos —589 por 251—, y de seis capitales —Edimburgo, Glasgow, Aberdeen, Dundee, Inverness y Stirling—. Nosotros solo tres, pero, eso sí, muy hermosas —Vitoria, Bilbao y San Sebastián—. Otro dato importante que favorece mucho la inventiva es el dinero que se maneja, y el Producto Interior Bruto, que habla de la riqueza de la zona, es bastante mayor allí, básicamente, porque tienen petróleo. De todos modos, el invento más importante y más conocido de los escoceses, sin duda, es el whisky. Aunque no soy un gran aficionado a esta dorada bebida, estoy dispuesto a hacer un esfuerzo.

    Hemos quedado a comer con Susan y Brian en el Jardín de Falerina. Cameron, su hijo, toca en compañía de su grupo de rock, su mandolina y su vocalista ruso. Aunque viven en el País Vasco desde hace casi cuatro décadas, mantienen su sobrio acento que los identifica a distancia como escocesa e inglés. También estará Catherine, la hija, alta, rubia y vendedora de vinos de la Rioja alavesa. Algún día tendrá que intentarlo con el whisky. Los cuatro son una estupenda referencia de la integración vasco-escocesa.

    Va a ser un concierto especial porque pondrá la música de fondo a nuestra despedida de Vitoria. Nuestros amigos también nos darán su bendición antes de irnos a vivir a su tierra. Durante un año cambiaremos los papeles: ahora nos tocará a nosotros ser los extranjeros.

    Susan me dice mientras nos tomamos una cerveza muy fresca, escuchando a Cameron:

    —Sé paciente con los nuevos nativos que te vas a encontrar y su extraña lengua. Tu oído poco a poco irá haciéndose a la nueva entonación. Recuerda que la mayoría de ellos son monolingües y no tienen idea de cómo expresarse con los extranjeros.

    Sabemos que los británicos son perezosos, idiomáticamente hablando, y no se preocupan por hacerse entender, porque saben que hoy todo el mundo tiene la «obligación» de manejar su idioma, y no al revés. Nosotros entendemos que para comunicarse, más importante que el manejo del idioma es la actitud. Sabemos que los escoceses son cordiales y nos facilitarán la comunicación. Contamos con ello.

    Además del idioma, a nuestra amiga también le preocupa el tema de Javier. Conoce muy bien las diferencias que existen entre los adolescentes vascos y los escoceses porque dio clases de educación física en Edimburgo, y ahora las da de inglés en un colegio de Vitoria.

    —Confío que Javier hará amigos en su nuevo ambiente escolar y las cosas le vayan bien, porque su edad no es fácil.

    —No te preocupes, los hará. Javier es abierto y sociable, aunque a esta edad nunca se sabe.

    A esta escocesa en el exilio, como le gusta llamarse, le preocupan los adolescentes escoceses y cómo puede verse afectado Javier por sus futuros compañeros de clase y de calle. Sin embargo, a nosotros nos preocupan más los adolescentes de Vitoria, su estilo, sus costumbres y sus excesivas libertades. Veremos quienes resultan más complicados: los vascos o los escoceses.

    Hemos estado un par de horas conversando y escuchando el concierto, que ha resultado magnífico, como el ambiente. Había un niño de unos tres años que no dejaba de pasearse por delante del escenario, correteando ruidosamente y distrayendo al auditorio. Sus padres estaban sentados en la primera fila, pero muy relajados. No se han levantado ni una sola vez para controlar sus andanzas. Doble despreocupación: por el niño y por el resto de los espectadores. Así somos.

    A Brian lo conocí hace 30 años, cuando empecé a estudiar inglés. Supongo que él fue el primer responsable de mi vinculación con este complicado y necesario idioma. Daba clases en la Cámara de Comercio y el libro que estudiábamos contaba un relato sobre unos extraterrestres. Aún lo guardo. Brian se nota que es inglés: flemático, constante y responsable. Es miembro de la Asociación Ornitológica de Álava y fotógrafo especializado en aves y otros bichos. Ahí se pega, horas y horas, sentado entre los robles y arbustos que rodean el pantano de Garaio, siempre con su cámara en ristre, esperando a que una garza real coja una trucha del agua y levante el vuelo. El calendario que ha impreso el Centro de Recuperación de Fauna de Mártioda publica seis fotos suyas. Trabaja mucho por los pájaros y el medioambiente, y eso está muy bien.

    Susan es diferente, pero sucede lo mismo en todas las parejas. Se nota que es escocesa y más abierta. Nos conocimos cuando éramos miembros de la Asociación Vasco—Escocesa, hace veinticinco años. Yo acababa de regresar de Edimburgo, donde había pasado un año estudiando inglés. Pocos vitorianos saben de esta asociación. Hicimos un buen trabajo como tesorera y secretario. Lo pasamos bien y nos empeñamos en pasear el nombre de Escocia por Vitoria durante varios años. Nos juntábamos todos los meses a cenar y conversar en un bar de la calle Siervas de Jesús, organizábamos charlas y promovimos la estancia de dos grupos de jóvenes que realizaron intercambios con otros de Vitoria. Incluso organizamos varios ceilidhs, donde bailamos danzas escocesas con bastante soltura, dirigidos siempre por Susan. Además, acompañamos a parlamentarios escoceses en su visita a la sede del Gobierno vasco.

    En la cena que mantuvimos posteriormente con ellos, pudimos comprobar que tenemos diferentes hábitos alimenticios. Uno de ellos cometió el error de preguntarme qué era la tapa que había comido en el aperitivo que les ofreció el Parlamento vasco, y que tanto le había gustado. Eran pequeñas porciones de algo carnoso, rebozadas, suaves y jugosas. Sencillamente eran sesos de cordero. La traducción en inglés suena muy fuerte: lamb brain, cerebro de cordero. Al pobre parlamentario le faltó tiempo para correr hacia el baño, convencido de que se había transformado en otro Hannibal Lecter. Desde entonces, parece que se volvió vegetariano.

    La Asociación también se implicó en un proyecto apasionante. Un proyecto poco conocido porque no se reflejó en la prensa, y que ahora, con la perspectiva de los años, veinticinco años después, me doy cuenta de la trascendencia que hubiera tenido de haberse culminado. La iniciativa fue promover el hermanamiento entre Vitoria y Edimburgo. La idea era magnífica. La comitiva vitoriana estuvo compuesta por unas veinte personas, la mitad concejales del Ayuntamiento de Vitoria y técnicos de varias instituciones locales, y, la otra mitad, miembros de la asociación. Allí estaban la concejala Cristina Rico, de Euzkadiko Ezquerra; Mario Pérez, del Centro Democrático y Social; y Julia Estrela, del Partido Nacionalista Vasco, partido que entonces gobernaba la ciudad, dirigido por el irrepetible José Ángel Cuerda. La representación de nuestra asociación estaba encabezada por su presidente, Javier Otaola.

    El programa de visitas incluyó reuniones de trabajo a nivel político, visitas a instituciones municipales, alguna destilería de whisky y al periódico «The Scotsman’. Fuimos invitados a una comida en el Ayuntamiento, y yo tuve el gusto de estar sentado al lado de nuestro anfitrión, que era el Convener, pero no sé si era el Provost, que es el alcalde, o era el responsable del District council, similar al presidente de la diputación provincial. Cada vez que me preguntaba si quería vino, que fue con bastante frecuencia porque el protocolo escocés exige llenarte el vaso cuando está medio vacío —y mi vaso lo solía estar—, mi respuesta no se correspondía con la clásica expresión de Sí, por favor», «Sí, gracias» o Un poco, por favor". Mi respuesta sonaba bastante inusual: If you insist. Lo repetí una y otra vez, incansablemente, mientras mi ilustre vecino no paraba de reírse, y yo con él. Así habrá quedado recogido en la crónica de la visita, porque los escoceses son muy amigos del protocolo y de guardar constancia documental de todo lo que sucede a su alrededor.

    El proyecto de hermanamiento quedó archivado. Técnicos y políticos pusieron el expediente en la carpeta de temas sin resolver o, quizás, en el de temas a resolver. Vitoria está hermanada con once ciudades, ninguna británica. Edimburgo también está hermanada con otras once localidades, pero ya cuenta con una española en la lista: Segovia. Vitoria y Edimburgo podrían coincidir en el hermanamiento número doce.

    También la asociación, con el tiempo, se fue apagando y se quedó ahí, a la espera de iniciar una nueva etapa. Ahora puede ser un buen momento.

    Nos despedimos de Susan y también de las fiestas y de Vitoria porque mañana estaremos muy ocupados, preparando el equipaje para la capital escocesa. En nuestro último fin de semana en Euskadi vamos a tener tiempo revuelto en todos sentidos: organizativo, anímico y climatológico. Nos llevamos en el equipaje el pálpito de la crisis y del conflicto, que en este país lo envuelven todo, y que recogemos a través de los titulares de «El Correo»:

    —El Departamento de Interior del Gobierno Vasco prohíbe la manifestación convocada para esta noche en Vitoria en favor de los presos de ETA y de la amnistía, planteada bajo el eslogan «Libertad para los presos y refugiados políticos. Amnistía general.’

    —Ana Karrere, alcaldesa de Andoain y miembro del partido Bildu, denuncia que ha recibido cuatro cartas con amenazas de muerte en las que se le dice «moriréis como españoles, acompañados de vuestro odio y desprecio."

    —El Partido Nacionalista Vasco acentúa su mensaje soberanista y pide que Euskadi avance como nación, según afirma su presidente, Iñigo Urkullu, en la conmemoración de la fundación del PNV, fechada el 31 de julio de 1895.

    —Casi 10.000 ciclomotores trucados circulan por Euskadi sin pasar la Inspección Técnica de Vehículos, y que se pueden reconocer por el irritante zumbido que producen.

    —Desde que se aplicó la Ley Antitabaco, hace siete meses, se han registrado 186 denuncias en el País Vasco por infracciones, de ellas 67 en la provincia de Álava.

    —El sindicato de la Ertzaintza da por rotas las negociaciones del convenio laboral con la Consejería del Interior, que afecta a más de 8.000 agentes.

    —Los Parques Naturales del País Vasco recibieron el pasado año 157.690 visitas, un 15% menos que en 2009, dato que va en línea con la tendencia a la baja apreciada a nivel estatal. La provincia de Álava, con cinco, acoge el mayor número de estos espacios.

    —Los ‘indignados’ consiguen entrar en la Puerta del Sol de Madrid después de tres días de intentos, toma que acabó con una carga policial, veinte heridos y cuatro detenidos, entre ellos un periodista. Además, otros 500 «indignados» cortan las Ramblas de Barcelona y recorren diferentes calles del centro de la ciudad en apoyo a los compañeros del movimiento 15—M de Madrid.

    La actualidad escocesa no es tan polémica, y eso nos gusta, pero siempre hay conflictos.

    —Escocia se están quedando atrás respecto al resto de Europa en la colocación de bombas de insulina para tratar la diabetes, según informe debatido en el Parlamento escocés.

    —El defensa hondureño Emilio Izaguirre fue la nota negativa para el Celtic de Glasgow en su victoria del domingo en Aberdeen (1—0) al tener que retirarse lesionado y tiene una fractura en un tobillo que podría motivar una baja de tres o cuatro meses, dijo su entrenador.

    —La Encuesta de Hogares de Escocia (SHS) confirma que en las zonas más desfavorecidas solo el 52% de las familias tiene acceso a Internet en casa, frente al 69% del resto de Escocia.

    —El ganador del concurso Gran Hermano, John Loughton, participará en el Día de la Juventud del Parlamento escocés el 20 de agosto.

    —«World Press Photo», la exposición de fotoperiodismo bien conocida en Vitoria, se inaugurará en el Parlamento escocés por sexto año consecutivo.

    —El Comité Asesor de Alimentos de la Agencia escocesa de Seguridad Alimentaria se reunirá en Aberdeen el miércoles para tratar sobre la vigilancia y aplicación de la normativa en los mariscos en Escocia, de la estrategia en las importaciones y también la publicación de los informes de la auditoría sobre higiene de la carne.

    —Scotland Yard defiende su actuación ante la violencia desatada en un barrio de Londres, donde se quemaron edificios y vehículos, 26 agentes resultaron heridos y se produjeron 42 detenidos. El brote de violencia, el más grave que se ha registrado en Londres en los últimos años, surgió de las protestas por la muerte de un joven a causa de los disparos de la Policía.

    —Un oso polar ataca a un grupo de turistas británicos en Noruega, matando a un joven de 17 años e hiriendo de gravedad a cuatro personas.

    —La esposa del príncipe Guillermo de Inglaterra, Kate Middleton, ha sido elegida la mujer mejor vestida por la revista «Vanity Fair».

    —El actor Rowan Atkinson, intérprete del conocido personaje cómico ‘Mr Bean’, resultó herido ayer en un accidente de tráfico en Inglaterra.

    Nuestro panorama local es bastante desolador, aunque podría ser peor. Así es la España y el País Vasco que dejamos y también que nos llevamos: soleados por fuera y tormentosos por dentro. Euskadi se debate entre el impacto de la crisis, mucho más moderada que en el resto de España, las ansias nacionalistas y europeístas, y sus habituales conflictos domésticos, que siempre incluyen ingredientes políticos en su contenido.

    Pero, ¿cómo es la política y cómo son los políticos en Escocia? ¿Cómo está su situación económica y social? Sabemos que la crisis se está notando en el recorte de sus servicios públicos y políticas sociales, pero no hay cataclismo económico ni corrupción política flagrante. Además, por primera vez en su historia, viven el liderazgo del nacionalismo y el clamor por recuperar una identidad política desfigurada y tapada durante mucho tiempo por el bombín inglés. ¿Qué diferencias nos vamos a encontrar entre el nacionalismo escocés y el vasco, entre los políticos escoceses y españoles? Escocia sabe que puede aspirar a más altas cuotas de poder y responsabilidad, pero saben que es un tema serio que requiere reflexión y análisis. En un país tan lleno de imaginación y creatividad va a ser interesante observar cómo plantean el debate para inventar una nueva y renovada Escocia. Tenemos por delante muchos temas por conocer y descubrir, pero tenemos tiempo: todo un año. Edimburgo y Vitoria, a partir del lunes, van a estar mucho más cerca y se van a conocer mucho mejor, y nosotros cuatro nos vamos a ocupar de ello.

    Techos altos y fish & chips

    El tiempo siempre es relativo. Parece que hayan transcurrido varias semanas, sin embargo, sólo llevamos dos días viviendo en Edimburgo. Puede ser una buena señal y una evidencia de que Vitoria ha empezado a quedarse atrás. Este lunes, aunque casi podríamos decir ‘aquel’ lunes, nos levantamos a las 3 de la madrugada y a las 4 estábamos en la carretera, rumbo a la aventura escocesa. La mañana era fresquita en Vitoria, pero ninguno de los cuatro nos percatamos porque andábamos agitados y emocionados. Pronto los sobresaltos nos empezaron a poner en nuestro sitio.

    —¡¿Dónde están las llaves del coche?!

    Después de varios minutos de angustiosa búsqueda, aparecieron en el bolsillo de la chaqueta, jugando al escondite. Fue el primer susto del día, que no el último. Las emociones comenzaron temprano, pero estábamos preparados. El desfiladero de Pancorbo, frontera natural del País Vasco y Castilla, entre gargantas y barrancos nos despidió en euskera, cuarenta minutos después, con una afilada sonrisa: Agur eta ondo ibili. Poco después y a lo lejos, las elegantes torres góticas de la catedral de Burgos nos saludaron cordialmente. Desde la distancia parecía como si se moviesen parsimoniosas de un lado a otro y en silencio. A las 6 dejamos atrás la imponente localidad de Lerma. La balconada del palacio de Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, V marqués de Denia, I marqués de Cea, I duque de Lerma y primer ministro de Felipe III, en 1598, nos dedicaba una profunda reverencia. El duque de Lerma fue el hombre más poderoso de su época y se hizo inmensamente rico a costa de saber manejar el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos. Le mandamos un saludo de despedida y con él a todos sus descendientes, directos e indirectos, que en la actualidad siguen mangoneando en este país: Hasta la vista a todos y… que la suerte no os acompañe.

    El cielo estaba especialmente hermoso, con un sol muy rojizo y acalorado, que lamentablemente no pudimos llevarnos a Edimburgo. Nos seguía de cerca por el carril derecho de la autovía A—1 y nos lanzaba una cálida sonrisa de despedida. Javier y Loreto, más despiertos de lo que era de esperar, mantenían una conversación alegre y animada, que debe continuar las próximas semanas. Ante la deslumbrante visión del globo soleado, ese lunes especialmente madrugador sólo para nosotros, se pusieron a cantar:

    —Sa-le-el-sol-por-la-ma-ña-na-por-la-ma-ña-na-sa-le-el-sol.

    —Du-dua-du-dua —tarareó Javier.

    —Sa-le-el-sol-por-la-ma-ña-na-y-por-la-no-che-sal-go-yo.

    Para entonces, tras tres horas en la carretera, la niña de la casa ya había hecho pis seis veces, fruto de los nervios acumulados, que reconocía le acompañaban, y nos acompañarán. Javier aprovechó un instante de silencio para contarnos uno de sus aburridos chistes:

    —Todos los caminos llevan a Roma, por eso no se puede salir de Roma.

    —Espero que en Escocia mejores los chistes —le comenté.

    —Lo que tiene que mejorar es el cerebro —sentenció Loreto, que también estaba inspirada. La armonía entre los dos es esencial para asegurar el éxito del viaje. Armonía no significa ausencia de conflictos, como entiende muy bien Javier. Loreto aunque discute con él, le imita y aplaude sus gracias. Es su hermanito querido.

    El susto de las llaves y el chiste de Javier, con el comentario de Loreto, recogían dos argumentos esenciales que marcarán nuestro viaje: las dificultades y el buen rollo.

    Miguel Ángel nos esperaba en Barajas a las 8. Él cuidará del Mitsubishi durante los próximos doce meses, como Leandro lo hará del Seat Ibiza. Ander, por su parte, se encargará del piso de Vitoria, Encarna del de Zaragoza y Marta y Aurelio del txoko. ¡Qué bueno es tener amigos! Deberíamos entonar una oda a la amistad, pero teníamos que descargar las maletas.

    El amigo Miguel Ángel nos ayudó a transportar los nueve —¡nueve!— bultos y maletones que llevábamos, y los doscientos kilos de materia prima que nos acompañaban. ¡Menos mal que nos habíamos planteado ir ligeros de equipaje! El vino, licor de hierbas, jamón, queso y bonito en aceite no faltaron. Tampoco faltaron libros, apuntes y música. Íbamos bien provistos, porque el camino iba a ser largo. Tuvimos que trasvasar ropa y alguna botella de una maleta que sobrepasaba los 32 kilos y solo se permiten 20. Más nervios y más emociones. Nos habíamos planteado moderación, y así lo anunciamos en nuestra tarjeta de despedida: Queremos viajar sólo con lo necesario, porque en Vitoria disponemos de demasiado y de todo. Pero no lo pudimos conseguir porque no solo llevamos alimento para el cuerpo, sino también para el espíritu, y el jamón, queso y bonito en conserva comparten espacio con libros, revistas y CD’s, quizás demasiados.

    Por fin, a las 10 de la mañana embarcamos.

    —Disfrutar todo lo que podáis y no os preocupéis del coche porque está en buenas manos.

    —Lo sabemos. Sabemos que estamos en buenas manos.

    No era momento para filosofar, pero el momento lo merecía. Los besos y abrazos de Miguel Ángel eran los últimos, y con ellos decíamos adiós a toda la familia: la de los amigos y la otra.

    —¡Hasta dentro de un año! —nos despedimos emocionados, sabiendo que nuestro plan era no regresar a Vitoria, tampoco en vacaciones o Navidad, hasta concluido este plazo.

    Ya sentados en el avión, nos miramos, nos sonreímos y suspiramos juntos y relajados:

    —¡Uffff!

    No se debe, pero tenía ganas de hacerlo y grité suavecito con los brazos en alto:

    —¡Hurra!

    —¡Hurra! —coreamos los cuatro.

    —¿Cómo estáis? —pregunté mientras me estiraba.

    —Luego te lo decimos, después de almorzar —respondió Verónica, sentada con Javier y Loreto en los tres asientos de la derecha del pasillo, mientras sacaba cuatro bocadillos de pan con jamón y tomate. Estos combinados significaban el último recuerdo de nuestro hogar, nuestra tierra y nuestros sabores esenciales.

    El avión se balanceó bastante a lo largo de las dos horas y media que duró el viaje, bailando al son de las turbulencias. Todos deseamos calma y seguridad, pero no siempre es posible. Viajar en un avión es como la vida misma. Como irse a vivir a un país extranjero. Las turbulencias son otro argumento que sabemos nos acompañará durante los próximos meses.

    Para que no nos olvidemos de quíénes somos y de cómo somos, la tripulación del vuelo de EasyJet se empeñó en recordárnoslo. Entre el centenar de pasajeros que estábamos sentados en la aeronave solo se oía a tres, precisamente el personal de cabina. Aunque estaban recluidos en un rincón, se les percibía perfectamente. La mayoría de los pasajeros, muchos de los cuales no dejaban de girar su cabeza con gesto de disgusto hacia el ruidoso habitáculo situado al fondo del pasillo, podríamos haber hecho una detallada descripción del apartamento que la azafata se había comprado en la playa, cerca de Tarragona, y de sus impresionantes vistas al mar. Después de varios años trabajando en una línea aérea internacional los tres empleados, lógicamente españoles, todavía no se habían enterado de que es incorrecto hablar tan alto. Nos cuesta cambiar. Veremos a ver si nosotros somos capaces de cambiar y adaptarnos a las nuevas circunstancias y requerimientos. Pasados unos minutos me vi obligado a levantarme.

    —Por favor, podríais bajar un poco el tono de la voz. La gente está pendiente de vosotros y se os oye demasiado. Por favor.

    —Vale. De acuerdo.

    Pero sólo fue un vale a medias, ya que se les siguió oyendo. Así somos y así se nos conoce. Pero podemos darnos a conocer de otras maneras. Y lo vamos a intentar.

    Por la ventana del avión vimos una enorme mancha azul y poco después otra verde. Muy verde. ¡Estábamos en Escocia! A las doce llegamos a Edimburgo, donde, gracias a Dios, estaba esperándonos nuestro amigo Max.

    —¡Ahí está! —gritó Javier cuando cruzábamos la puerta de acceso a la sala de espera del aeropuerto, mientras le saludaba moviendo la mano; con la otra iba empujando uno de los tres pesados trolleys que nos acompañaban y que transportaban nuestros doscientos kilos de ilusiones y esperanzas. Lanzamos un profundo y relajado suspiro. Otro más. Todo resulta mucho más fácil cuando te encuentras una mano amiga que te ayuda a dar el salto en una situación difícil, como es aterrizar en un nuevo país.

    Max se presentó impecablemente vestido: traje negro, camisa blanca y corbata roja. No sabíamos que llevaba uniforme para trabajar, y, además, siempre con corbata. Nos chocó. Sería la primera sorpresa del día. Las sorpresas serán otro nuevo componente imprescindible. Y así sucesivamente. Nos empezábamos a dar cuenta de que estábamos en un país amante del orden y las buenas costumbres.

    —Bienvenidos a Escocia —pronunció en un castellano casi perfecto.

    El sol brillaba en Edimburgo y la temperatura era muy agradable, incluso mejor que en Vitoria. Ese era el mejor saludo de bienvenida que podíamos esperar, porque sabíamos que el frío es parte esencial de la identidad de la ciudad.

    —¡Nos alegramos mucho de verte, amigo! —le dije desde muy adentro mientras nos dábamos un par de besos.

    —¡Gracias por recibirnos con sol, Escocia! —añadí en voz suave, porque ya estábamos en Edimburgo, mirando hacia la puerta de cristal y hacia Verónica, Javier y Loreto, que estaban especialmente silenciosos.

    —¿Qué os pasa?

    —Nada, nada. Es la emoción —terció Verónica.

    A duras penas logramos meter todo el equipaje en el coche de Max, pero lo conseguimos. Afortunadamente había espacio suficiente en el maletero de su Volvo y en nuestras rodillas.

    —¿Cómo están Janie y Kitty? —preguntó Verónica.

    A Max le dejaron salir un par de horas del trabajo para darnos la bienvenida, y se lo agradecimos mucho a él y a su jefe. Además, le necesitábamos para subir los nueve bultos al segundo piso en el que vamos a vivir en Comiston Road.

    Pronto empezó a correr por nuestras espaldas el primer sudor escocés. La casa la recordábamos bastante bien, después de haber estado allí, con anterioridad, en un par de ocasiones. Estaba hermosa, con sus grandes habitaciones y elevados techos, de más 3,5 metros de altura, ribeteados con sus elegantes decorados de escayola. Nos encantan y nos chocan esos techos tan altos, como para gigantones, y sus puertas de más de dos metros de altura, en las que nunca te darás en la cabeza. Quizás son un poco fanfarrones estos escoceses y se creen más altos de lo que realmente son. Nosotros nos conformamos con menos.

    Nos encantan también las chimeneas en todas las habitaciones, aunque ahora solo sean de adorno. También sus grandes armarios empotrados, que son como auténticos cuartos, donde puedes colocar un pequeño despacho, con su mesa, silla y ordenador, además, son el lugar más apropiado para que se esconda el fantasma de la casa. En estas casas grandes y antiguas te puedes encontrar de todo, y eso nos gusta.

    La cocina, al final del pequeño pasillo, sigue tan amplia, con sus enormes ventanales y el colgador de ropa con sus cuerdas y poleas sujeto al techo, y que tanto encanto tiene. Lo percibimos —al colgador— ansioso por sujetar los gayumbos floreados y camisetas de Euskadi de Javier. Se ha traído seis: de la selección de Euskadi, con el lauburu y la ikurriña, también del Deportivo Alavés y alguna otra. Pronto sabrán por estas tierras de donde es el nuevo vecino.

    Imprescindible la alacena, con sus estanterías cubiertas de hule de plástico. Para mi madre era la parte fundamental de la casa. Sus conservas de tomate, pimiento, melocotón y manzana, el chorizo y el jamón, su caja metálica para guardar el café y su molinillo, y las patatas y cebollas en el suelo, nunca faltaban. La despensa estaba siempre llena porque siempre teníamos visitas inesperadas. Por eso, la despensa era esencial y tenía que estar siempre bien repleta. La despensa significaba el espíritu de la casa. Nosotros también la vamos a tener bien provista, aunque con más discreción que la de mi madre. También las puertas de nuestra casa escocesa van a estar abiertas a todas las visitas, avisen o no de su llegada.

    El salón lucía esplendido e intensamente iluminado por el sol del mediodía que entraba a borbotones a través de su enorme ventanal, y que también nos daba la bienvenida. La zona cercana a la ventana lucía coqueta, rematada por un arco que marcaba dos espacios diferenciados: la sala de estar y el comedor. El techo, con sus soberbias molduras de escayola, aportaba ese toque barroco de mansión dieciochesca. La chimenea es la más grande de la casa, con amplia repisa, y le han colocado pequeños trozos de carbón artificial que, al encenderse el gas con el que ahora funciona, parece como si realmente estuvieran ardiendo.

    El baño, con su preceptiva bañera, aunque pequeño, es suficiente. Su toque original es que la luz se enciende tirando de un cordón que cuelga del techo.

    Todo es diferente en la casa. Como lo es el país y su gente. Ya estamos aquí, y las primeras sensaciones son buenas y todo nos gustaba. Nos gusta mucho la casa y nos parece elegante y señorial, justo lo que nos corresponde. A ver si Max acaba opinando igual y llegamos a un acuerdo.

    De igual manera recibimos el saludo del ‘Fish & Chips Comiston Fry’ que seguía ahí, enfrente, rebosante de pescado rebozado y patatas fritas, y siempre con ese aroma a fritanga, al que tendremos que acostumbrarnos. Los fish & chips proliferan por todas partes de la ciudad y se comen a todas horas, sobre todo, las patatas. Yo creo que es la comida nacional escocesa y el cucurucho de patatas fritas el emblema.

    También continuaban allí, al lado, los chinos de ‘Heaven’s Kitchen’, y a la vuelta de la esquina, los indios de ‘Abdul’. Nos chocan tantos locales de comida rápida, tan pequeños y tan juntos. Comida rápida no nos faltará, aunque no estamos acostumbrados a comerla. Y en medio de los tres locales de comidas, uno de bebidas: ‘Vino’. Muy claro y muy entendible. Sin duda estamos en el emplazamiento adecuado.

    —Me tengo que ir. Si necesitáis algo, tenéis los teléfonos —Max se despidió y nos dejó solos. ¡Solos! ¡Qué nervios! Pero ya no estábamos asustados.

    —Gracias amigo. Nos ha encantado encontrarte en el aeropuerto y también contar con tu ayuda para subir las maletas. Tu piso sigue tan hermoso como siempre y nos sigue gustando mucho — le comenté intencionadamente, a ver si captaba la indirecta—. Estamos en contacto. Dales un beso a Janie y Kitty, y vamos a intentar vernos un rato todas las semanas.

    El asunto del piso sigue ahí, pero todo se irá organizando. El lunes, lo primero era aterrizar, ubicar los equipajes y tomar posesión de nuestros aposentos. Aunque urgía abrir maletas y buscar sitios para la ropa, comida y libros, Loreto, Javier y yo permanecíamos absortos mirando por la ventana del salón, como si fuera la gran pantalla de un televisor que nos ofrecía un emocionante programa de aventuras, en un país exótico y distante. La vista era magnífica. Todos los bloques de viviendas son simétricos y geométricos, de piedra, con tres alturas, muchas chimeneas y un pequeño jardín en la entrada. Las primeras sensaciones y vibraciones son buenas: orden, historia y respeto.

    Mirábamos a la gente, a nuestros nuevos vecinos y vecinas, caminando por la acera. Una mujer empujaba un carrito con mellizos y detrás de ella, una señora mayor llevaba la bolsa de la compra de un supermercado llamado Tesco. Al lado, cruzaba un señor mayor, leyendo el periódico y sentado en el piso superior del autobús 16, seguido por dos ciclistas provistos de casco y su correspondiente chaleco reflectante. Todo nos resultaba chocante y hermoso.

    —Vamos a saludarles —se me ocurrió, de repente.

    —¡Hola! —coreamos los tres.

    —¡Hola a todos, somos los Sánchez—Ortega, venimos de Vitoria y estamos encantados de estar aquí! —exclamé en alto, levantando los brazos y mirando hacia la ventana, como un predicador hablando desde el púlpito.

    —Corta el rollo, papá —Javier se puso serio.

    —Pero si es verdad. Tenemos que informarles de que ya estamos aquí. Es una noticia muy importante. ¿A que sí?, Loreto.

    —¡Mira papá, Mira! —me interrumpió la muchacha, señalando a dos jóvenes que salían por la ventana de la casa que tenemos enfrente, para sentarse, como mejor podían, en el saliente que hace de alero y que está justo encima del fish & chips. Llevaban unas latas de cerveza y se encendieron un cigarrillo. Cuando se percataron de que los estábamos mirando, nos mandaron un sonriente saludo, moviendo la mano.

    —Hola —respondimos, devolviéndoles el saludo.

    Pero ellos no eran los únicos sentados en el marco de la ventana, ansiosos de sol. Había más. Nos chocó ver cómo la gente buscaba el sol, y nos recordó otras escenas similares que estamos acostumbrados a ver en nuestros pueblos, con los abuelos tomando el sol en la puerta de las casas. La cierto es que hacía un día estupendo y apetecía tomar el sol. Pero Verónica siempre nos ayuda a volver a la realidad:

    —Hay mucho trabajo por hacer. Vais a tener tiempo de sobra para mirar por la ventana.

    Comimos rápido otro bocadillo de jamón, esta vez con pan escocés que compré en una tienda de comida rápida que descubrimos cerca de la parada del autobús, y que se llamaba Greggs. Loreto me acompañó en nuestra primera incursión en el territorio inhóspito y desconocido escocés. Los dos estábamos un poco nerviosos, pero decididos a abrirnos paso en medio de las dificultades. Con seguridad y valentía penetramos en el local. Había varias personas haciendo fila para

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