Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Memorias de una amistad
Memorias de una amistad
Memorias de una amistad
Libro electrónico122 páginas2 horas

Memorias de una amistad

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una sucesión de historias bellísimas que tocarán tu corazón.

Esta novela, escrita en primera persona, narra parte de la niñez y adolescencia de su autora. Junto a un sinfín de personajes, acontecen hechos y anécdotas impactantes e increíbles. Todo ello girará en torno a un protagonista muy especial, Samuel, un chico recién llegado del orfanato, con un carácter frío y apagado.

Las peripecias narradas incluyen historias estremecedoras, referentes al aborto, el acoso escolar, la violencia de género, el síndrome de Down... Pero, sin duda, la percepción global del lector será el amor a través de la amistad, como símbolo de un sentimiento único, capaz de lograr proezas extraordinarias.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 dic 2018
ISBN9788417637316
Memorias de una amistad
Autor

Inma Gómez Palma

Nació en Sevilla un 16 de agosto de 1968. Es diplomada en Magisterio. Desde que era niña, siempre le apasionó el mundo de la escritura. En el colegio, ganó un concurso de poesía y, años más tarde, volvió a ganar otro en el instituto. En 2018 se sumergió en el fascinante mundo de la narrativa y se atrevió a publicar el que es su primer libro: Memorias de una amistad.

Relacionado con Memorias de una amistad

Libros electrónicos relacionados

Biografías y memorias para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Memorias de una amistad

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Memorias de una amistad - Inma Gómez Palma

    Memorias de una amistad

    Primera edición: noviembre 2018

    ISBN: 9788417505134

    ISBN eBook: 9788417637316

    © del texto:

    Inma Gómez Palma

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A todos los amigos

    y amigas que han formado parte de mi vida.

    ¡Por fin han sonado campanas de boda! Ayer se casaron Samuel y Miriam, los primeros de nuestro grupo en pasar por el altar. ¡Qué gran día! A pesar de que el pronóstico meteorológico era bastante desolador, resultó que el cielo abrió su cortina gris y nos dejó ver su luz más clara. El sol hizo acto de presencia y, en un ademán de no querer perderse tal evento, brilló como nunca. La iglesia estaba rebosante, no sólo por la cantidad de personas que había, sino por la ilusión que se vislumbraba en cada una de ellas. El cariño que sentimos por esta pareja, se puso de manifiesto ayer con la asistencia de todos. Ninguno quiso perderse el enlace.

    Mientras esperábamos en la puerta de la iglesia, Jerónimo, que fue el encargado del reportaje audiovisual, nos hizo alguna que otra foto para el recuerdo y, aunque reconozco que por alguna extraña razón, sentía ganas de llorar y reír al mismo tiempo, tengo la seguridad de que él habrá plasmado mi mejor sonrisa, ¡es un gran profesional!

    Recuerdo que en aquellos minutos previos, anhelé con incertidumbre ver la carita de Samuel. Mi mayor deseo era observar, una vez más, sus ojitos con ese brillo especial inimitable y esa dulce sonrisa iluminando su rostro. Me asustaba pensar que los fantasmas del pasado, volviesen a su recuerdo y le estropeasen su día especial. Pero lo cierto es que no tuve mucho tiempo para incrementar mi preocupación pues, con la euforia del momento, entre saludos, fotos, idas y venidas, y casi sin darme cuenta, apareció por la plaza el coche del protagonista, muy puntual, adornado con flores blancas (Verónica y yo se las pusimos bien tempranito, antes de arreglarnos para la boda), y todos comenzamos a aplaudir. Samuel llegó con la madre de Miriam, Claudia, que fue la madrina. Como la novia no tiene padre, porque es hija de madre soltera, ésta ejerció de madrina y, nuestro amigo Andrés fue el padrino. Samuel bajó del coche y, cortésmente, ayudó a salir a la madre de su prometida. Luego, con un gesto amable, saludó al grupito de amigos y amigas que aguardaban su llegada. Admirando su elegancia y buen porte, observé que llevaba la corbata algo torcida y, cuando me acerqué para solucionar el problema, Samuel me abrazó fuertemente, me dio un suave pellizco en la mejilla y, con un guiño de ojo, me susurró: «¡gracias por todo, chiquita!». De repente, me estremecí, incluso sentí ganas de llorar, recordando todos los avatares vividos en estos siete años, desde que él apareció en nuestras vidas. Sólo pude sonreír y decirle: «¡estás muy guapo!» Él me respondió: «¡tú también!».

    Mientras esperábamos a la novia, Manolo y su hermano Luis repartieron los paquetitos de arroz que ambos habían preparado, con la ayuda de Antonio, Pascual y Manuel Jesús. La abuela de Miriam, se esmeró en decorar unos cestitos con pétalos de rosa, que no dudó en ofrecernos para que pusiésemos el toque de color al final de la ceremonia. La iglesia lucía muy adornada. Los invitados, amigos de ambos y la familia materna de Miriam, no paraban de entrar y salir, evidenciando así su impaciencia. Ignacio se frotaba las manos, algo nervioso, pues era el encargado de las lecturas. Yo estaba un poco intranquila, pues tenía que dar una charlita en la ceremonia hablando de los novios, y sabía que terminaría emocionándome. En el ensayo mental de mi discurso estaba, cuando alguien anunció la llegada de la novia. Todos empezamos a aplaudir. Andrés bajó del vehículo, que venía muy adornado con flores blancas y rosas, y ayudó a salir a Miriam. No pudimos evitar exclamar «¡guapos!» a los dos, pero ella estaba realmente espectacular: llevaba un vestido blanco precioso, un recogido adornado con florecitas y una tiara en plata y cristal; al cuello, el colgante que yo le presté. En sus manos, portaba un ramo de flores naturales muy colorido. ¡Estaba guapísima! Samuel se deshacía en elogios, irradiaba felicidad. Ambos sonreían sin apartarse la vista. Se notaba lo enamorados que están el uno del otro. Miriam se agarró de su brazo y juntos, emprendieron el camino hacia el altar, al son de la música. Verónica se trajo su guitarra para cantarles en la ceremonia. Ya estábamos todos bastante emocionados pero, cuando ella hizo temblar su dulce voz, la mitad de los presentes acabamos derramando alguna lagrimita. No pude evitar emocionarme, al igual que nuestro amigo Joselito, que estuvo sentado a mi lado, y demostró la gran sensibilidad que lo caracteriza. Es un chico muy dulce y cariñoso.

    En el altar les esperaba nuestro amigo Francisco, recién ordenado sacerdote, el cual, compartía la emoción general del grupo. Es una gran persona que transmite amor y sabiduría. Que Francisco llegase algún día a ser cura, era algo predecible; una vocación que se vislumbraba a grandes rasgos, cuando nos preparábamos para confirmarnos. En la adolescencia, él ya apuntaba maneras, siempre estaba con sus rezos, conocía muchas cosas de la Biblia y se sabía el rosario de principio a fin. La verdad es que Francisco era muy divertido, nos hacía reír a todos. Cuando salíamos de paseo, siempre había algún momento en el que decía: «¡niños, hora de rezar el Santo Rosario!» Y arrodillándose en medio de la calle, comenzaba su oración en voz alta. Todos éramos presa de la risa. Luego lo incorporaba alguno de los chicos y seguíamos adelante con cualquier guasita. Pero he de dejar claro que éramos un grupito de jóvenes muy «sanos», en todos los sentidos. Nos reíamos de cualquier tontería, pero nunca nos burlábamos de nadie ni gastábamos bromas pesadas. Cada uno tenía su especialidad para entretener a los demás. Nos lo pasábamos bien juntos, esa es la verdad.

    Guardo muy buenos recuerdos de este grupo que se formó por casualidad, cuando coincidimos en el curso de preparación para confirmarnos y, al que pusimos por nombre «VIDA JOVEN». Yo sólo conocía a las hermanas Rosi y Elvira, y a Nati, pero en esos dos años que duró el curso, creamos entre todos unos lazos de amistad tan fuertes, que durarán para toda la vida (aunque, desgraciadamente, alguna de estas personitas ya no esté entre nosotros).

    Aún conservo mi libro de confirmación, aquél que utilizábamos los sábados por la tarde cuando nos reuníamos, y las monjas, de la orden de Jesús María, nos hacían reflexionar sobre muchas nociones vitales, y nos contaban historias y anécdotas que guardo en mi mente con especial cariño.

    Fueron años, no sólo de preparación, sino también de creación intensa: escribimos y representamos obras de teatro en dos iglesias cercanas, y editamos una espacie de periódico que vendíamos todas las semanas, y los fondos recaudados iban destinados a Cáritas.

    También realizamos unas cuantas de convivencias en las que, no siempre, cumplíamos con todos los rezos que las monjas tenían en su guión. Aunque se enfadaban, en el fondo comprendían que a nuestra edad, llegar a su nivel de oraciones, nos aburría un poco. Queríamos jugar: a los dados, al pillar, al escondite…Éramos como niños. Incluso nos atrevimos a bañarnos en el mar un mes de noviembre, ¡qué locura! No había nadie, la playa era sólo nuestra. Ahora, no sé si lo haría, ¡creo que me entra frío sólo de pensarlo!

    La casa de convivencia que nos acogió en varias ocasiones, estaba en un lugar tranquilo, al lado del mar.

    Guardo diversas anécdotas en mi mente, para el recuerdo. La primera vez que fuimos, las chicas planeamos gastar una broma a los chicos: una de nosotras se pondría una sábana por encima, imitando a un fantasma e iría por la noche a la habitación de los chicos para asustarlos. Pero como no parábamos de reírnos, se formó tal algarabía, que una de las monjas, Manuela, terminó durmiendo en nuestro cuarto, lo que desencadenó el más absoluto de los silencios e hizo que la habitación, que era enorme y tenía nueve camas, se quedase muda. A las siete menos diez de la mañana, nos despertó la alarma estridente de un reloj; había que levantarse para ir a rezar, y qué mejor sitio para ello que la azotea. ¡Qué bonitas vistas desde allí!

    En una parte de la casa, vivía un matrimonio muy simpático, sin hijos y con dos perros; trabajaban allí de caseros. Pues bien, una noche cuando nos dispusimos a acostarnos, hallé en mi cama a un huésped muy especial: era el perrito pequeño de la familia y, estaba tan dormido y tan a gusto allí, que por más que lo invitábamos a marcharse, no había forma de moverlo. Por un momento pensé que tendría que dormir en el suelo, pues aquella monada pequeñita se había apoderado de mi cama y no tenía intenciones de irse. Entonces, uno de los chicos lo cogió en brazos y lo sacó de allí, muy a su pesar, porque sus ladridos no pararon de sonar por todo el pasillo durante un buen rato. Hoy recuerdo esos momentos con mucho cariño. Siempre que iba a esa casa, me traía imágenes y experiencias imborrables.

    Actualmente, la vivienda sigue en pie, a pesar de tener muchísimos años encima, puesto que ya era vieja cuando nosotros íbamos ocho años atrás. No hace

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1