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Hay amores que matan
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Libro electrónico414 páginas6 horas

Hay amores que matan

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En toda familia hay distintos tipos de personas: optimistas y pesimistas, buenos como el pan y mentirosos, algunos medios brujos y otros medios locos; narcisistas y generosos, unos son leales y otros caen en la infidelidad. A veces, hay secretos y sentimientos oscuros, pero de ahí abrirle la puerta a un asesino es otra cosa.
Por eso, siempre hay que estar atento a quién dejamos entrar en nuestro círculo más íntimo, pues, a pesar de que dicen que el amor mueve montañas, a veces, no basta para salvar a las personas que queremos. Y, de vez en cuando, hay amores que duelen, dañan y hasta matan…
Si me lo hubieran contado, no lo habría creído, pero, en esta novela, todo lo que parece ficticio puede tener mucho de realidad. Te encontrarás con personajes que quizá relaciones con tu propia familia, irás haciendo un poco tuya esta historia y eso te comenzará a atrapar y, tal vez, con ello verás en tu vida lo que no habías percibido antes de leer esta novela.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2024
ISBN9788410682160
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    Hay amores que matan - Gabrielle Della Santa

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Gabrielle Della Santa

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-216-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Nos impidieron estar contigo, pero te tendremos

    siempre en nuestros corazones…

    AGRADECIMIENTOS

    A mi madre, por trasmitirme su templanza y seguridad para que esta historia pudiera cobrar vida. Gracias a su apoyo y amor incondicional en todas las situaciones de mi vida.

    A mis hermanas, por permitirme desarrollar esta historia en completa armonía.

    A mi marido, por demostrarme su genuino interés por mi proceso creativo y al estar eternamente presente con los mejores cafecitos siempre en el momento preciso.

    A mi hijo, por darme el impulso necesario para realizar esta obra y concretar este proyecto.

    A mis hijas, por su apoyo emocional y artístico.

    Claudio Gudmani, mi guía y maestro durante esta maravillosa experiencia que revolucionó mi vida.

    Roxana Cusacovich, por su compañerismo, ya que no habría sido lo mismo recorrer este camino sin ella.

    Claudia Riedel, por darse el tiempo y el entusiasmo de revisar este libro.

    Capítulo 1

    EL ENCUENTRO DESPUÉS

    DE LA MUERTE

    A veces, la muerte solo llega para que nos demos cuenta de que nuestra vida no ha sido del todo perfecta. En realidad, nunca lo es. Pero, de alguna manera, todas las familias esconden secretos que se mantienen en silencio a lo largo de la vida o, simplemente, hacen la vista gorda ante lo evidente. Hemos asistido, como familia, a muchas muertes, pero, esta vez, nos llegó con un aroma amargo de un viaje sin retorno y con la intranquilidad susurrante de la duda… ¿Habremos dejado entrar un asesino a nuestro círculo?… ¿Cómo no lo vimos venir? Era tan evidente y, sin embargo, le abrimos la puerta de par en par…

    Tuvimos que hacer un largo viaje para poder ir a despedirnos de él. Hoy, y desde hace un tiempo, era ir a territorio enemigo y entrar por la puerta de atrás, como se dice cuando no somos bienvenidas. Nos acompañaron nuestros hijos y mi marido a enfrentar este duro trance. Nosotros vivíamos en Francia y mi papá, desde hace un tiempo, vivía aquí, en Miami, con ella.

    Sin embargo, en la pequeña capilla ahora solo estamos nosotras: mis tres hermanas, mi madre y yo. No había nadie más y el ataúd estaba abierto. Ella lo maquilló y vistió; entonces recién ahí lo pudimos ver. Me sorprendí de no atisbar ningún rasgo de enfermedad. Desde ese día no dejamos de preguntarnos si, efectivamente, estaba tan enfermo como para morir. Fue todo muy extraño, incluso la llegada a Miami que, por primera vez, nos acoge por un motivo tan triste. Desde ese día, todo cambió entre nosotros. Yo soy Amélie y esta es la historia de mi familia…

    Unos días antes, estaba con Evaline y Sofie tratando de comunicarnos con papá para saber cómo seguía. Lo habíamos intentado varias veces durante los últimos meses, pero no nos contestaban, ni mis medios hermanos, ni menos ella. Lo llamamos insistentemente desde que se fue de París. Hablo de ese viaje maléfico que hizo en plena pandemia y que, seguramente, terminó con su vida.

    Papá era un hombre muy programado, eficiente y práctico en los momentos de viajar. Simone, por su parte, era una mujer fría y calculadora, tremendamente consumista, tenía siempre una excusa para comprarlo todo, esto lo pudimos observar a lo largo del tiempo que compartimos con ella y con sus hijos. Ellos tenían una figura materna rígida y terca, sin espacio a la diversión y menos a la risa, al baile ni hablar, había que mantener la compostura siempre. Para mí, y todas nosotras, eran una familia muy aburrida, pero no todos somos iguales, ¡por suerte!

    Ya mi vida desde pequeña fue marcada por muchas reglas, me habría muerto de seguir de adulta con una mamá como ella, sin embargo, la tuvimos bastante cerca persistentemente, porque no dejaba a papá nunca solo con nosotras. Pero él era así, con las dos familias tenía diferentes códigos. Ellos se llevaban bien entre ellos y se entendían. A papá eso le acomodó por mucho tiempo, solo que no se imaginó que se le daría vuelta la tortilla y que, de ser él mandamás de la casa, ella terminaría quedándose con su vida y con su fortuna.

    De repente, en un golpe de suerte, nos conectamos con el celular de papá y nos contesta Simone gritando hecha una loca a los que estaban fuera de la visión de la cámara:

    —¡Étienne, Olivier! Vengan rápido, papá se está muriendo.

    Todavía no entiendo cómo ella pudo grabar el suceso, llamar a mis hermanastros y tomar de la cabeza a papá para que nosotras viéramos esta escena tan macabra. En ese momento, nos quedamos perplejas las tres sin entender lo que estaba pasando a tanta distancia.

    Nosotras, al otro lado del teléfono y en medio de un temporal de lluvia y viento, observábamos este acto ante una miserable pantalla, ahí… esperando que ella nos dijera cuándo se apagaría. Todo esto ocurrió en cuestión de minutos, a mí no me salían ni las lágrimas, pero no era que no tuviera pena, sino que estaba muy sorprendida. Nadie hablaba, ella lo miraba a la cara para que nosotras viéramos todo lo que le importaba nuestro padre. Sus hijos grababan afanosamente una burda actuación, ya que, después, supimos que no murió en ese momento, sino un rato después. Nosotras mirábamos esto con tal sorpresa que no nos dio para movernos por un buen rato y como ella no nos cortaba, le dije:

    —Simone, te dejamos para que hagas todos los trámites para su entierro, nosotras nos preparamos ahora para viajar al funeral… —dije con una tranquilidad inesperada.

    —¡No, no se preocupen en venir! Esto lo soluciono yo…

    —Pero nosotras… queremos despedirnos de él.

    —No vale la pena que hagan un viaje tan largo, tampoco podrían llegar a tiempo. Yo lo voy a incinerar y le hacemos un funeral lindo después, yo les aviso.

    No supimos cómo y en qué momento ella cambió de la desesperación al control total.

    —¡De ninguna manera! Vamos ahora, ya, así que te cortamos —dije con una convicción que inusualmente se apoderaba de mí.

    Evaline y Sofie estaban mudas, con los ojos llenos de angustia y pena, se despidieron con un leve movimiento de la mano.

    —¡No me corten! Yo les aviso… —insistía Simone. Pero yo corté la conversación.

    Nos abrazamos las tres y corrimos a llamar a Cosette, ya que no estaba en París. Por supuesto, cuando le conté todo lo que había pasado, ella, en vez de llorar, se indignó y me dijo:

    —Veamos inmediatamente un vuelo a Miami, esta noche voy a tu casa para que planeemos el viaje… Avísale a Evaline y a Sofie, yo le contaré a mamá, ojalá lo tome bien. Igual la llevo esta noche.

    Yo todavía no podía creer lo que había visto por la pantalla del celular. Evaline y yo nos mirábamos pensando que era un mal sueño, ver a papá morirse así, no me lo habría imaginado jamás. Seguido, y no saliendo aún del impacto, pero volviendo a la realidad, avisamos a los más cercanos. Teníamos que organizarnos rápido.

    La reunión familiar fue triste y fría, Cosette estaba demasiado enojada con la señora de papá como para tener pena. Evaline y yo tratamos de consolar al resto, que estaban asombrados y acongojados. Mi mamá estaba tranquila, siempre manteniendo la compostura, era ella la que nos sostenía con su calma. También, unos minutos más tarde, cuando habían llegado todos, llamé a Simone y le dije:

    —¿Podemos ver a papá? Los niños lo quieren ver.

    —¡Por supuesto! —dijo ella con la cara de cordero degollado, sin embargo, no la vi derramar ni una sola lágrima, como si la actuación anterior ahora se hubiese cambiado por una súbita resignación.

    Todavía siento que deberíamos haber estado con él, tocarlo y despedirnos. Yo quedé con una sensación de desazón con esto de que Simone mostrara a papá morirse a través de un teléfono, y ¡qué coincidencia…! Murió justo cuando contestó. ¡Raro!, pero no dijimos nada para no desencadenar la furia de Cosette, más de la que ya tenía. Es así como, en un dos por tres, organizamos los pasajes, el hotel y el arriendo del auto para nosotras cuatro y mamá.

    —¿Partimos mañana por la mañana? —preguntó Sofie.

    —¡Sí, concéntrate! Esto es delicado dice Cosette.

    —¡Está bueno! — interrumpe mamá —. Ahora nos vamos a descansar un poco y mañana irnos tranquilos, lo único que faltaba es que se peleen entre ustedes —expresó con total entereza, asumiendo su rol de madre abnegada y mujer divorciada hace años. Pero yo sabía que, en el fondo, estaba muy triste, pues siempre lo quiso.

    —¡Buenas noches! —respondimos todas al unísono, para luego cada una irse a su casa.

    Nuestros hijos, ya mayores, trataron de arreglar sus temas, pues alguno ya estaba casado y tampoco podían dejar sus trabajos para cruzar el Atlántico, lo mismo que mi marido, que nos alcanzaría después, ya que ellos no encontraron vuelo para el mismo día de nosotras. Pero como a papá debía extenderle el certificado de defunción, «porque el estado de Florida no lo iba a soltar tan fácil», según lo que nos decía Cosette, mientras organizábamos, una a una, las cosas que debíamos llevar a Estados Unidos.

    —Se murió en la casa —dice Sofie—, así que quizá alcanzaremos a llegar antes de que lo incinere, pues los temas legales no son fáciles en estos casos.

    —Me imagino que alguna ceremonia le hará —dice Evaline con la voz entrecortada de tanto llorar.

    La idea era que nos encontraríamos todos con nuestras familias en el hotel antes de ir a la iglesia. Ese que Cosette conocía y que estaba cerca de la casa de papá, donde habíamos estado cuando a él le dio neumonía por los constantes viajes de Miami a París, y viceversa, que hacían este último tiempo. Lo peor es que papá estaba delicado de salud y cada vez más delgado, pero ella insistía en hacerlos, pues era necesario solucionar problemas con los negocios y bancos donde tenía su dinero. También con la excusa de que nos viera, pero eso sucedía muy esporádicamente.

    Al arribar a Miami, no avisamos de nuestra llegada a Simone, simplemente, averiguamos con amigos de ellos dónde lo velarían y así los sorprendimos a todos con nuestra presencia en la iglesia. Él estaba en una capilla fría, en un ataúd en el medio, muy ostentoso. ¡Cómo se notaba que Simone había organizado todo! Trató en varias oportunidades de comunicarse conmigo, pero yo nunca le contesté. Sin embargo, al llegar al aeropuerto, y escondida de Cosette, le devolví el llamado, pues estaba curiosa de saber qué quería con tanta insistencia. Le dije que viajábamos para allá y ella se puso muy nerviosa… me decía que estaría mucho tiempo en la morgue por los protocolos de la pandemia, que no sacábamos nada con venir, ella nos llamaría cuando todo estuviera resuelto. Pero no lo hizo y, gracias a Dios, nosotros llegamos a tiempo.

    Estaban todos los hermanos de Simone. La verdad que yo me sorprendí de verlos, si apenas alcanzamos a llegar nosotros y ellos también vivían en Francia, ¿cómo pudieron estar aquí antes que nosotras?, ¿sería que ellos estaban en su casa? Bueno, ya nada importa.

    Me imagino que ella se sentía importante frente a sus hermanos, ahora que era la poderosa, la que dominaría el grupo familiar. Habían vivido no muy bien en los años precedentes a que Simone conociera a papá, así que, ahora era una oportunidad más para demostrarles a los que, según ella, le habían hecho tanto daño de pequeña. Ahora sentía que nadie le iba a poner la pata encima. Este era su momento de gloria.

    Se le desfiguró la cara cuando nos vio llegar a todos, no sabía qué hacer ni qué decir, esta vez estaba mi mamá entre nosotras, por eso no se atrevería a decir nada impropio o fuera de lugar, como acostumbraba a hacer, pues le tenía cierto respeto, ya que, con una sola mirada y su silencio, la dejaba callada y cohibida.

    Yo no perdía de vista la escena, mientras papá estaba inerte en la nave principal de la iglesia, esperando el inicio de la misa. Pensaba en todos esos momentos con él cuando éramos pequeñas y lo admirábamos, mis complicidades con él, los viajes y también la desilusión por sus ausencias e infidelidades…

    Entonces le pedimos un momento a solas, por primera y última vez, queríamos despedirnos sin su tóxica presencia. Mamá la saludó con respeto, pero fue dura y le pidió que se retirara. Ella se apartó sin decir ni una sola palabra, su cara lo decía todo con el rostro, como el de una niña amurrada ante el reto de una persona mayor. Entramos y nos pusimos las cinco alrededor del ataúd en una profunda intimidad. Antes de llegar, pasamos a comprar unas flores camino acá, pues sabíamos que ella, seguramente, no le habría puesto nada sobre el féretro, y así fue. Le compramos sus preferidas, unas rosas blancas, como nos sugirió mamá. Lo único que rodeaba a papá eran cuatro cirios grandes y una foto de él puesta en los pies del ataúd. Sin hablar, nos instalamos alrededor, en ese momento, quizá cada una recordaba instantes importantes con él, como yo lo había hecho un rato antes. Me dediqué a observar a mi mamá, cómo lo miraba… ¿Cuánto lo habrá amado? ¿Habrá dejado de hacerlo alguna vez? A la cabecera Evaline, como siempre, al costado derecho Cosette y yo, al otro lado, Sofie y mamá que, si bien estaban divorciados desde hace muchos años, lo quería infinitamente. Ella decía siempre que como marido no era lo que hubiera esperado, pero era su mejor amigo. Después de un breve silencio con los ojos llorosos, comenzamos a conversar; por primera vez hablábamos de a una. Evaline, inició con un suspiro:

    —Me imagino que nunca pensó morirse tan lejos de su gente, pero estoy segura de que él sabía que íbamos a venir, menos mal que alcanzamos a llegar antes de que Simone cerrara todo, yo creo que se murió de este virus maldito. ¿Han escuchado la cantidad de gente que se ha contagiado? Y eso que en este país no dicen nada, pero yo pienso que esto no va a durar poco tiempo, antes de salir de casa escuché que París la van a limitar mucho los próximos meses.

    —¡Eso es terrible! —interrumpí yo, secándome las lágrimas. Tenía un nudo en la garganta…

    —¡Bueno, no nos desviemos de lo que queremos hacer, nosotros vinimos a despedirnos de papá! —dijo Cosette

    A ella, yo la miraba y se le veía la impotencia en sus ojos llenos de rabia. Lloró un momento, donde se produjo un silencio sepulcral, pero, de repente, exclamó:

    —¡Ella es anormal! —dijo con fuerza, pero como en un susurro que salió de su boca—. Desde que empezó hacer esas dietas extrañas, sin carbohidratos, ni proteínas, papá se empezó a debilitar, porque, ¡acuérdense!, fruta tampoco podía comer porque, según ella, ¡era muy dulce! Al final, comían una rama de apio con una zanahoria… Yo estoy segura de que ella está enferma.

    —¡Nadie está todo el día buscando qué decir sobre medicinas y malestares… se crea las enfermedades, experimenta y saca conclusiones! Es verdad que está loca —dice Sofie colgada del cuello de Cosette.

    —¡Bueno! Ella tiene hermanos médicos, es fácil conseguir remedios y recetas, eso es lo que me da más rabia…

    —¡Pero recuerden! —dice mamá con voz autoritaria—, ¡su papá le creía todo! Cuando nos dijo que estaba enfermo, ella se empezó a empoderar de él limitándolo en gran parte. Comenzó por la comida y luego siguió con lo que todos sabemos, además de la diferencia de edad, ¡eso también le debe haber pesado a tu papá! No piensen más en que ustedes podrían haber hecho algo por él… con ella era imposible.

    —Es cierto, lo vimos a través de los años que estuvo con ella —agrega Cosette con voz ronca—… Este fue un trabajo de hormiga.

    —Ahora, hay que darle paz a él y también a ustedes, no vale la pena envenenarse con nada ni con nadie, eso solo daña —dice mamá, esta vez con dulzura.

    —Y yo que lo consideraba un hombre inteligente —decía Evaline, con rabia y pena de verlo como terminó—, me da mucha lástima…

    Cuando me tocó hablar a mí, comencé a recordar momentos muy lindos con él:

    —¿Se acuerdan de los viajes dentro de Europa? ¿Y los de acá?, cuando éramos niñas. Realmente, con él tuvimos de todo un poco. A Simone le costó debilitarlo, era un hombre fuerte y sano. ¿Te acuerdas, Cosette, que tú te pusiste a llorar cuando lo viste?, en esa ocasión que fuimos a su casa, una de las pocas veces que lo pudimos ver. No era nuestro padre, estaba muy delgado y cansado ¿recuerdan cómo se puso al vernos? ¡Estaba feliz! La que no lo estaba era Simone, ella nos recibió con la cara de cien metros.

    Cosette no podía dejar de repetir lo mismo con la mirada hacia él, le hablaba como si nos escuchara…

    —¡Es que nadie puede empezar a hacer un tratamiento, pues papááá!, preparando por su cuenta una dieta y comenzar a tratar a una persona, llevarlo hasta los huesos porque creía que así lo sanaría. Hay que estar loca o ser muy ignorante, pero lo más angustiante es que tú confiabas plenamente en ella, me gustaría tanto saber por qué. ¿Estabas ciego o entregado? Una de las dos.

    —Ya no tenía fuerzas para combatir. Ella había ganado la batalla, yo lo vi así, no es posible que nosotras cinco viéramos todo tan claro y él no —dije con tristeza e impotencia—, ver lo que ocurre y no poder hacer nada.

    Yo me puse a llorar como una llave abierta, no podía hablar. Sollozando, me sequé las lágrimas y nos unimos todas en silencio por unos segundos, mirando a papá. Hasta que Evaline agregó:

    —Total, que para que papá olvidara a Desiré, aceptamos a Simone en nuestra familia, sin sospechar que la vida con ella sería para todos nosotros un infierno.

    Capítulo 2

    ¿QUIÉN ERA FRANÇOISE?

    Mi papá, además de ser sociable y vividor, era una muy buena persona. Recuerdo que, un día, llegó la señora que hacía el aseo en la oficina desesperada y le contó que esa noche les habían avisado de que su hija, la mayor estaba grave en un hospital de Cracovia. Valeska y su marido eran polacos y habían dejado su país porque en París habían encontrado trabajo. Ellos tenían la esperanza de que en Francia sus hijos tendrían un futuro mejor, pero, en un principio, se quedarían a cargo de la familia de ambos en Polonia. La muchacha sufrió un desmayo y quedó inconsciente por un buen rato. Llamaron a la Cruz Roja y la reanimaron mientras iban camino al hospital; hasta ese momento, nadie sabía lo que tenía la niña. Ella y su marido corrieron a contarle esta difícil situación a papá, él no lo pensó ni dos veces e, inmediatamente, les compró dos pasajes a Varsovia y de ahí tomarían un tren a Cracovia, donde los estarían esperando en la estación los hermanos de Valeska, todo esto organizado por mi padre. Terminada la logística del viaje, les dijo que se fueran todo el tiempo que necesitaran, y solo les pidió que lo mantuvieran al tanto de la situación.

    Valeska obedeció al pie de la letra y lo llamó después de dos días para darle el diagnóstico de su hija. La secretaria de la oficina le pasó la llamada procedente del extranjero y él contesto inmediatamente. Al otro lado del teléfono Valeska lloraba a mare, no le salían las palabras, y él se conmovió pensando lo peor, pero la dificultad para comunicarse lo hizo esperar a que pasara el momento de angustia hasta que esta pobre mujer pudiera hablar…

    Messie Françoise, perdone las molestias y muchas gracias por haber podido llegar hasta ella, le voy a estar eternamente agradecida.

    —¡No se preocupe, Valeska, lo entiendo, pero ¿qué pasó?

    —¡Mi niña tiene un tumor maligno! La tienen que operar lo antes posible, solo que acá hay lista de espera y no sabemos cuándo podrá ser.

    —Déjeme un teléfono donde la pueda llamar… yo veré qué podemos hacer.

    Así fue. Papá, inmediatamente, contactó a su amigo del alma, que, por esas cosas de la vida, era director del hospital de París, especialista en tumores. Le explicó el caso y el amigo le dijo que lo llamaría apenas supiera cómo solucionar ese tema. Después de un largo rato, papá ya estaba angustiado de no saber nada. En eso, suena su teléfono privado; él, en su fuero interno, sabía que era su amigo, así que contestó efusivamente esperando que fueran buenas noticias.

    —¡Françoise! Lo logré… ¿puedes traer a la niña esta semana? La vamos a operar acá, en este hospital, sin embargo, querido amigo, no le va a salir muy económico, usted sabe que si no es residente hay que pagar…

    —¡Obviamente que lo sé! ¡Gracias! No te preocupes por los gastos, estas personas trabajan conmigo hace un tiempo y les tengo aprecio, si los puedo ayudar, lo haré con gusto. Te llamo cuando este acá la niña.

    Papá se comunicó rápidamente con Valeska para darle la buena nueva…

    —¡A la niña la van a operar en el hospital, un especialista en tumores de París!

    Valeska y su marido estaban felices por esta oportunidad. Entonces, papá les dijo que les mandaría los pasajes lo antes posible para que estuvieran pronto en París, ya que estaban reservando pabellón y todo lo necesario para esta operación, así sería todo rápido y expedito.

    A la niña la operaron, le sacaron el tumor maligno en su totalidad y, después, pudo quedarse en Francia con sus padres. Papá estuvo con ellos en todo el proceso de su hija y ayudo a terminar el tratamiento para aniquilar totalmente el tumor.

    Él era muy feliz cuando todo resultaba bien, en varias oportunidades me dijo: «Me siento un hombre afortunado al poder ayudar a la gente cercana y desprenderme del dinero con facilidad. Con estos hechos recuerdo lo mal que lo pasé en mi infancia y me imagino lo difícil que es para las personas no tener oportunidades… Yo —decía él— tuve una infancia pobre, sufrí de abandono, sin embargo, he tenido la suerte de poder hacer buenos negocios y por eso soy un agradecido de la vida».

    Su padre, Jaume, o sea, mi abuelo, los abandonó a todos. Algunos eran chicos y otros adolescentes, así que pasaron hambre y frío, hasta que mi abuela comenzó a recibir las ayudas del estado y se le compuso la vida. A ella le habían conseguido un trabajo decente y adecuado a su edad y a los niños los dejaba en el centro social, eso era bueno, porque comían, estaban calentitos y aprovechaban para socializar con otros niños del barrio.

    Mi abuela Matilde tenía tan solo quince años cuando conoció a mi abuelo, en cambio, él tenía veinte años más. ¡Hoy estaría acusado de pedófilo! La verdad es que ella nunca fue santa de mi devoción, era fría y poco cariñosa, pero la entiendo, se le acabó la adolescencia, cuidaba de cinco chiquillos y, encima, no tuvo nunca un marido presente.

    Así fue como Françoise, mi papá, cuando se inscribió en la Marina Militar Francesa para servir a la patria, aprovechó para alejarse de su entorno, refugiándose en esta institución que, con el tiempo, la fue considerando su familia. Era el más joven de los recién admitidos y amó la Marina toda su vida. Salió de su casa en el momento justo. Su madre, enfrascada en una depresión, se convirtió en una mujer amargada y manipuladora, capaz de controlar la mente de todos; y eso a papá no le gustaba para nada. Matilde, con los años, se hizo más dependiente de su hijo, lo buscaba en todos los rincones de París.

    Con el tiempo, a él le empezó a dar pena y algo de culpa porque, nos guste o no, era su madre. Así que, cuando podía, se la llevaba a nuestra casa a pasar unos días, cosa que nos fastidiaba a todos con sus absurdas exigencias, como por ejemplo el mal trato hacia mi mamá, sobre todo, cuando papá no estaba presente. Yo siempre escuché que sus otros hijos, mis tíos, que poco conocíamos, no hacían nada por Matilde y ni siquiera se ayudaban entre ellos. Françoise evitaba hablar de ellos en nuestra familia. Es por eso por lo que él desarrolló su mundo en torno a sus camaradas de la Marina, y luego con nosotras, su familia, sus amigos y dedicado por completo a su trabajo.

    Capítulo 3

    NUESTRA CASA

    Hubo tiempos difíciles en nuestra familia. Papá, cuando se retiró de la Marina, se le ocurrió formar su propia empresa. Mamá lo apoyó con algunos reparos, pues a ella le daba mucha aprensión que se independizara económicamente, no era fácil olvidar todas las penurias vividas en la guerra; todas las pellejerías que pasaron y la inseguridad de no saber cuándo terminaría un tiempo que parecía interminable. Con todos estos resquemores encima, papá se atrevió a iniciar una nueva actividad y para eso se fue a China en busca de qué traer.

    Los europeos —y, en particular, los franceses— eran reacios a que ingresaran objetos o productos de oriente, sin embargo, los diferentes acuerdos internacionales le permitieron traer una cantidad limitada de artículos de cocina. Al principio, no vendía mucho y estaba solo con una secretaria que tomó por un aviso en el diario. Sabía taquigrafía, una forma de escribir con símbolos los dictados de las cartas que Françoise, además, entendía y escribía chino mandarín e inglés.

    Pero eso no fue suficiente, pues las ventas no fueron las esperadas. Entonces se le ocurrió hacer un nuevo negocio, esta vez sería con un muy amigo de él, un exmarino. Papá era partidario de hacer distintas actividades comerciales y nunca poner todos los huevos en la misma canasta, es por eso por lo que dejó andando como sea los artículos de cocina y, en paralelo, comenzó a incursionar en los astilleros franceses, con esto le podrían dar un servicio a los que tenían barcos y yates privados.

    Llamó a su amigo y, después de muchas reuniones, partidos de tenis y comidas, lo convenció para que juntos emprendieran esta nueva idea, hacer un astillero. Al amigo y futuro socio se le ocurrió que también podrían hacer negocios con el estado, ya que él había trabajado en los astilleros navales de Saint-Nazaire que hasta hoy son muy importantes en Francia, ya que forman parte del patrimonio marítimo francés. El costo para las familias involucradas en este proyecto fue bastante alto, había que trabajar día y noche, incluidos los fines de semana, esto fue por años. Mamá siempre decía: «Aquí hay que apoyar en todo a papá». Así lo hicimos y costó varios años para llegar a ver algún resultado, pero, al final, zarpó con viento de cola y tuvieron mucho éxito.

    Así, con el pasar de los años, papá había acumulado una buena fortuna y comenzamos a viajar, a ver nuestros parientes italianos y él emprendió sus famosos viajes de negocios. Con este buen pasar se convirtió en un hombre interesante a los ojos de la abuela Matilde y de varias mujeres. Ahora era el que la ayudaba, así que el patito feo se había convertido en un cisne blanco. Comenzó a cambiar en todo aspecto. Físicamente estaba más repuesto y lo económico lo tenía más descansado, pero, para sentirse como un verdadero macho recio, debía tener a la mujer que deseaba y que se había ido al extranjero. Entonces desarrolló sus dotes de seductor infiel.

    En este nuevo tiempo, parte del negocio era una incesante vida social, así que mamá tuvo que pedirle ayuda a nonna Laura cada vez que la casa se llenaba de invitados. Con los primeros retiros de la sociedad, papá le compro un auto a mamá para que no le criticaran el último modelo deportivo que adquirió para sí. Eran los primeros indicios de lo que, en el futuro, sería un verdadero problema, mas nadie lo vio. Papá estaba en la aventura de aumentar su ego, que por muchos años había sido aplastado por su madre.

    Nuestra casa la había comprado Françoise en una licitación que tuvo lugar en uno de los palacios que rodean el jardín de Las Tullirías, en el centro de París. Tuvo suerte de ganársela a un muy buen precio, porque era un antiguo castillo a las afueras de la ciudad. Tenía ocho habitaciones que para nosotros eran muchas. Nos cambiamos en los años setenta y papá, cuando nos llevó a ver la maison, nos hizo escoger a cada una (excepto Sofie, que no había nacido aún) nuestras piezas. Ahora, como yo era la mayor, escogí la mejor, ¡claro! Aunque no pude elegir la única que tenía el baño dentro de la habitación, ya que esa era para papá y mamá. ¡Obvio! Trataban de hacernos felices en todo lo que ellos pudieran, poque habíamos quedado fuera de nuestro círculo de amigas, ya que nos tuvimos que cambiar de colegio y eso para las tres fue muy duro. El establecimiento educacional quedaba en un pequeño pueblo al lado de la casa, obviamente, no se comparaba con vivir en París mismo.

    Lo que más les había gustado a ellos cuando fueron a verla, eran los salones con unas enormes bibliotecas, que comenzaban en el piso y terminaban en el techo. A Evaline y a mí nos fascinaba estar allí entre los libros. Yo jugaba al vender libros y para eso tenía una enorme estantería para hacerlo. En cambio, Evaline se sentaba a leer. Para Cosette era muy atractivo jugar arriba de los árboles, los trepaba como si fuera un mono y así nadie la encontraba. Estos viejos y grandes árboles estaban desplegados por todo el terreno, donde mamá se quedaba sin voz llamándola todo el día. Sofie nació al año de haber llegado a la nueva casa, apareció la cuarta mujer y papá, ya resignado, nos decía siempre que a él le gustaban mucho las mujeres, pero creo que, en su interior, estaba un poco decepcionado de no tener quien transmitiera su apellido, sobre todo, siendo un hombre machista. Lo bueno es que nunca se lo hizo sentir, al contario, fue su regalona toda la vida.

    Era un terreno entre bosques y río, lleno de amplios prados y flores, pero lo interesante que tenía esta propiedad, eran las construcciones aledañas a la casa. En la antigüedad las usaban como caballerizas, piezas de los empleados porque, como todos sabemos, la gente que trabajaba en estos castillos vivían allí con todas sus familias. Sin embargo, con el tiempo, quedaron abandonados.

    Estábamos en un lugar apartado de la gente y de la sociedad parisina, así y todo, papá y mamá se las arreglaron para que igual pudiéramos estar con nuestros amigos invitándolos siempre a todos a la casa.

    La cocina era muy grande, como había soñado siempre mamá, así podía cocinar y moverse con libertad por ella. El único problema de esta casa eran los pocos baños, por eso papá transformo pequeños espacios escondidos en toilettes. Cambió puertas y ventanas, y este antiguo palacio termino siendo una casa muy cómoda y bonita para todos nosotros. ¡Debo decir que estábamos contentos de vivir en un lugar rodeado de verde, viendo noches de cielo estrellado! Claro, cuando el clima lo permitía. Los árboles, muy añosos, le daban un toque sofisticado al lugar.

    Capítulo 4

    LAS FIESTAS DE PAPÁ

    Las celebraciones en nuestra casa eran grandiosas, así las veía yo, y pienso que también mis hermanas, pero entonces éramos unas niñas ingenuas. Numerosos preparativos envolvían estas fiestas. Mamá se esmeraba mucho para que todo fuera perfecto. Ella es una persona muy meticulosa, por eso prefería hacer todo con sus propias manos. Nunca le faltó la ayuda de mi nonna Laura

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