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Labrando su destino: Saga: Entremundos
Labrando su destino: Saga: Entremundos
Labrando su destino: Saga: Entremundos
Libro electrónico691 páginas9 horas

Labrando su destino: Saga: Entremundos

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Labrando su Destino es el primer libro de la tetralogía Entremundos.

La historia se desarrolla en un futuro no tan lejano en el que el hombre, después de haber estado en grave peligro de extinción, se ha polarizado cultural, social y tecnológicamente.

En este nuevo escenario, las dos sociedades más desarrolladas tecnológicamente, la individualista y la colectivista, dominan el mundo, y las tribus, mucho menos desarrolladas, son manipuladas y esquilmadas por estas sociedades.

Pepe, quien protagoniza esta primera entrega, es el producto de la época que le ha tocado vivir y, por una serie de circunstancias, ha vivido en las sociedades individualista, colectivista, científica y en dos de las tribus más poderosas, la tribu del sur y la del este.

Pepe es un hombre diferente a la mayoría, alguien que antepone el bien de los demás al suyo propio.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 jul 2018
ISBN9788417447731
Labrando su destino: Saga: Entremundos
Autor

Germán G. Cobián

Germán G. Cobián vino al mundo en Madrid en la primavera del año 1956, en el seno de una familia humilde, aunque, como se decía antes, «humilde pero honrada». Ha tenido una infancia feliz, una adolescencia no tan feliz, y, a partir de ahí, su felicidad ha sido como una montaña rusa. Su formación y el trabajo con el que se ha ganado y sigue ganándose la vida ha sido puramente técnico, aunque siempre, de una forma u otra, ha estado vinculado a alguna actividad artística: guitarra, artesanía, fotografía e, incluso, hace bastantes años, escribió un libro, muy malo, de poesía que le regaló a la que entonces era su novia y hoy, su esposa. Por una serie de desgraciadas circunstancias, en el año 2012 y hasta no hace mucho, pudo disponer de mucho tiempo libre y, desde esa época, no ha dejado de escribir. Actualmente ha escrito más de veinte novelas. Humanos (2019) es su primera obra publicada.

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    Labrando su destino - Germán G. Cobián

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Labrando su destino

    Primera edición: junio 2018

    ISBN: 9788417447021

    ISBN eBook: 9788417447731

    © del texto:

    Germán G. Cobián

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Primera parte

    —Hoy me he vuelto a dormir —le dijo Pepe a su compañero Iván mientras se sentaba en su puesto de trabajo.

    —¿Cuántas veces llevas este mes?

    —Es la segunda.

    —Pues ya puedes tener cuidado, una más y te sancionarán.

    —Lo sé, y no sería la primera vez. Hace dos meses me quitaron la mitad de los créditos y tuve que permanecer sin salir de casa una semana.

    —Tendrías que hacer algo, ya sabes que todas esas faltas se van acumulando. Pero ahora vamos a trabajar o nos caerá una sanción.

    Ambos ocupaban un pequeño despacho en la planta décima del edificio de la Agencia de Control de Comunicaciones.

    Su trabajo consistía en catalogar y archivar, o destruir, las cientos de millones de comunicaciones que se producían diariamente entre particulares y entre los organismos gubernamentales.

    Era un trabajo automático, ellos solo supervisaban lo que hacían las máquinas, pero requería una atención máxima. Cuando las máquinas no eran capaces de catalogar alguna comunicación o no estaban seguras de si debían ser destruidas, las iban depositando en una bandeja para ser inspeccionadas por los especialistas para que ellos tomaran la decisión.

    La jornada de trabajo comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba a las dos de la tarde. Durante ese periodo de tiempo, solo se permitía una pausa de diez minutos para ir al servicio o tomar algún estimulante, algo que no estaba bien visto, ya que quien hacía uso de ellos, probablemente era por no haber cumplido bien con las normas, no obstante, esto estaba regulado. Si alguien hacía un uso abusivo de esos estimulantes, era objeto de una investigación para averiguar las causas que llevaban al individuo a usarlos. Si se comprobaba que la causa era un desequilibrio orgánico, el individuo era llevado a un centro de control de la salud, donde se le realizaban las pruebas oportunas para averiguar la raíz del problema y solucionarlo; si no era un problema orgánico, era evidente que se trataba de una conducta inapropiada, en esos casos, el individuo era sometido a sesiones de adecuación del comportamiento durante las cuales era sometido a terapias psicológicas cuyo objeto era poder reintegrarlo en la sociedad.

    Muchos preferían sufrir calladamente los efectos de sus excesos antes de ser obligados a asistir a esas sesiones de adecuación.

    Pepe ya había pasado por eso en dos ocasiones y no quería una tercera.

    Toda enfermedad tenía una causa, podría ser genética o producida de forma natural, en cuyo caso los pacientes eran atendidos con todos los medios disponibles sin que ello supusiera una merma en sus créditos y su historial, pero si se demostraba que esa enfermedad había sido causada por algún tipo de negligencia o exceso, al individuo, además de ser privado de créditos y de libertad, se le aplicaba una terapia de cambio de comportamiento, lo que en muchos casos llevaba a la anulación del individuo. Eliminaban sus emociones, se les prohibía las relaciones con los demás, solo quedaba habilitado para el trabajo y el resto del tiempo solo lo podían emplear en alimentarse y dormir.

    El Estado se lo daba todo, trabajo, asistencia sanitaria, formación, vivienda, alimentos... hasta se ocupaba de buscarle una pareja idónea según su perfil humano-social-cultural.

    Ya no existía lo que hacía muchos años se llamaba individualismo. En la sociedad actual ningún individuo poseía nada, todo pertenecía al Estado, no les pertenecían ni sus propias vidas. Todo estaba regulado y la mayoría de las personas estaban conformes con esa situación, nadie se tenía que preocupar de nada, el Estado se lo daba todo hecho. Sin embargo, había otros, los menos, que calladamente anhelaban otro tipo de existencia.

    El control de la natalidad era muy estricto y cada individuo podía tener ninguno, uno o más hijos dependiendo de su estatus social.

    Un individuo cuyo comportamiento no fuera el adecuado tenía prohibido procrear, de hecho, eran esterilizados hasta que las autoridades constataban que el individuo había vuelto a la senda de lo correcto.

    La mayoría de la gente tenía permiso para procrear una sola vez. Los que gozaban de libertad en ese sentido eran los de la clase más alta de la sociedad, los miembros de la cúpula del Estado y los que trabajaban para la Agencia de Seguridad.

    Los niños al nacer pasaban directamente a ser tutelados por el Estado, el papel de los padres biológicos consistía en cuidar del niño desde un punto de vista afectivo, todo lo demás se lo proporcionaba el Estado.

    Todo el mundo tenía trabajo, en esa sociedad era inconcebible pensar que alguien estuviera desocupado. Los que no querían trabajar eran sometidos a terapias hasta que aceptaban ser individuos productivos como el resto.

    Cada individuo era formado según su coeficiente intelectual aunque, como suele ocurrir, algunos tenían más fácil el acceso y, dependiendo de esa formación, tendría un trabajo acorde a sus aptitudes. En toda sociedad es necesario que haya gente que se ocupe de hacer los trabajos menos cualificados, otros, los trabajos intermedios y otros que organicen y dirijan a los dos grupos anteriores.

    La gente no tenía opción de elegir pertenecer a un grupo u otro y lo cierto es que a la mayoría les daba igual, no había mucha diferencia entre unos y otros, todos obtenían por su trabajo prácticamente los mismos créditos, una vivienda parecida, una buena asistencia sanitaria… Lo único que los diferenciaba era el barrio donde vivían y alguna ventaja como en el caso de los hijos.

    Apenas había policía, ya que en cuanto se detectaba que alguien se apartaba del camino recto, era sometido a terapia de cambio de comportamiento. Muy pocos quedaban fuera del sistema y para controlar a ese reducido grupo tenían a la policía, que se encargaba de que no causasen molestias.

    No existían armas de fuego, solo la policía disponía de porras inmovilizadoras. Tampoco existía Ejército, ya que era una sociedad global donde no había enemigos. Fue uno de los logros más importantes de esa sociedad, a pesar de la oposición de los antiguos gobiernos y los fabricantes de armas.

    Hacía muchos años que la clase dirigente se había dado cuenta de que la gente pasaba gran parte del día ociosa, entonces fue cuando se crearon las actividades extra laborales-culturales-deportivas, que consistían en que todo individuo permaneciera sano física y mentalmente. Para todo individuo era de obligado cumplimiento mantener un cuerpo sano a base del deporte y una buena alimentación, y pertenecer a algún club cultural donde se podían ver documentales, participar en debates…

    Para el Estado esto tenía una ventaja añadida, que la población apenas enfermaba, con lo cual se ahorraban mucho dinero y, al mismo tiempo, mantenía al individuo ocupado, lo que reducía el riesgo de que la gente pudiera tener pensamientos antisociales.

    Ya eran muchas generaciones las que llevaban haciendo ese tipo de vida y casi nadie cuestionaba su bondad.

    Para llegar a ese sistema social, el hombre había pasado por muchos otros que fue desechando.

    Los imperios, los reinos, las dictaduras de un signo u otro, las democracias… En todos esos sistemas solo eran unos pocos los que se beneficiaban de la riqueza, mientras que la gran mayoría se dejaba la vida trabajando para proporcionar esa riqueza a la que ellos no tenían acceso.

    Fue en el siglo XXI cuando comenzaron los cambios que llevarían al nacimiento de nuestro sistema actual. En esa época aún estaban permitidos los partidos políticos. Eran agrupaciones de intereses que dedicaban la mayor parte de su esfuerzo a conseguir poder o lo que es lo mismo, dinero. Se diferenciaban muy poco unos de otros, aunque sus discursos fueran distintos, unos defendían el poder absoluto del Estado, otros no querían Estado, otros tenían un pie en cada lado… los había de todo tipo: partidos ecologistas, partidos de homosexuales, partidos monárquicos, religiosos, anarquistas, militaristas… Había de todo, pero los partidos mayoritarios solían ser dos, los socialdemócratas y los partidos democratacristianos o similares.

    Esas democracias, no sin dificultades, convivían con otros sistemas políticos. Sistemas basados en la religión, como los países islamitas, con férreas dictaduras de izquierdas…

    El mundo cada día estaba más polarizado políticamente, a pesar de que a la gran mayoría de la gente le era indiferente que gobernasen unos u otros, ya que en el día a día de la gente de la calle no se percibía la diferencia.

    Unos y otros tenían un objetivo: obtener el suficiente dinero para mantener al Estado, es decir, para pagar los sueldos de sus funcionarios y permitirse una vida rodeada de los lujos más escandalosos. Si no hubiera sido por las protestas del pueblo, les hubiera sido indiferente que la gente tuviera o no trabajo, que tuviera o no una vivienda o que pudiera o no comer.

    Los reyes, los dictadores, los clérigos metidos a política fueron sustituidos por una nueva saga de políticos venidos de todos los extractos sociales. La mayoría de ellos no había trabajado en su vida fuera del partido al que pertenecían desde muy jóvenes, y esa fue una de las causas que acabó con el sistema; no conocían ni comprendían los problemas de la gente de la calle, vivían en otro mundo, al margen de la realidad.

    Las fricciones entre partidos políticos y entre países eran cada día más frecuentes. Lo que proporcionaba el bienestar para unos, suponía el malestar de los otros, y en vez de ceder, aunque fuera en lo más básico, cada uno lo quería todo para sí.

    Todo comenzó en Europa. La mayoría de los países estaban gobernados por la derecha, la izquierda no sabía qué hacer para volver a los tiempos de bonanza, cuando eran ellos los que ostentaban el poder y tenían a todos sus simpatizantes trabajando para el Estado, a costa de los insostenibles impuestos que obligaban a pagar al pueblo con los que se financiaban.

    Comenzaron con rechazar todas las propuestas de los gobiernos, a pesar de que ellos mismos defendían esas posturas unos años atrás. Era el no por el no, no aceptaban nada que viniera de sus opositores. Las huelgas y manifestaciones eran cada día más numerosas y violentas. Aprovecharon el caldo de cultivo que ellos mismos habían creado cuando gobernaban al dejar en el paro a millones de personas y las arcas del Estado vacías. Era como el dicho, «Yo tuerto, pero tú ciego», sabían que su actitud solo podría desembocar en la catástrofe, pero les daba igual. Sus adversarios, los que gobernaban en ese momento, no supieron contener lo que se les venía encima, entre otras cosas, porque no se apercibieron de ello, estaban muy ocupados intentando obtener dinero para continuar con el tren de vida del Estado, que para nada se correspondía con las posibilidades de los países.

    En definitiva, la chispa se produjo en los países del sur de Europa. Con enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad que, día a día, se hacían más violentos. Estos malos vientos se propagaron por toda Europa, después por el norte de África, después... En pocos meses todos los países del mundo estaban, de una forma u otra, implicados en un conflicto global e irreversible.

    La guerra duró solo un año, tiempo suficiente para arrasar países y poblaciones enteras. El resultado fue que la población mundial se redujo casi a la veinteava parte y la mayoría de los territorios dejaron de ser habitables hasta muchos años después.

    Los que sobrevivieron al desastre eran, en su mayoría, colectivistas, nombre que habían adoptado los que antes se llamaban comunistas o socialdemócratas. A pesar de ser este grupo el que propició el gran conflicto, supieron mantenerse al margen de las hostilidades.

    Para ellos era como un nuevo amanecer, sin apenas oposición y con el poder en sus manos para implantar su sistema político idealizado durante tantas generaciones y no posible hasta ese momento.

    En realidad lo que se consiguió fue que el sillón del poder fuera ocupado por otros. Y lo supieron hacer bien para sus intereses, no dejaron ni un solo cabo suelto para que el Estado, es decir, ellos, ostentaran todo el poder desde el principio sin dejar fisuras.

    Al principio fue duro, no había alimentos, ni agua, ni trabajo suficiente para todos. Era la justificación perfecta para racionarlo todo.

    Se tardó varias generaciones en alcanzar una calidad de vida aceptable, pero el sistema represivo no aflojó la cuerda. Sí, la gente ahora disponía de comodidades, de alimentos y de una asistencia sanitaria aceptable, pero había algo de lo que se vio privado el ser humano: de la libertad.

    Ahora la gente estaba acomodada bajo un sistema omnipotente y omnipresente que les proporcionaba seguridad. Un sistema incuestionable.

    Muchos años atrás, cuando el sistema estaba empezando a consolidarse, surgieron algunas voces disonantes, pero los que manejaban las cosas no perdieron el tiempo y silenciaron esas voces de la forma más brutal. Era el triunfo del colectivismo. Los pensamientos y las necesidades del individuo se vieron ignorados en beneficio de la mayoría.

    Había un eslogan publicitario que resumía perfectamente el espíritu del sistema. Aparecía un arroyo que se interponía en el camino de millones de hormigas que andaban buscando una zona con mejores pastos con los que alimentarse. Encabezaba la marcha la reina rodeada de su Corte. Al encontrarse con el obstáculo, varios exploradores salieron en busca de un sitio donde poder vadear el arroyo, pero no lo encontraron, entonces, la reina hizo un gesto y las hormigas obreras que la seguían, sin pensárselo, se dirigieron hacia el agua. Una tras otra iban muriendo ahogadas. Con sus propios cuerpos inertes lograron hacer como una especie de dique sobre el que cruzaron las demás siguiendo a su reina.

    Bajo el sistema, no era cuestionable el sacrificio de la propia existencia por la colectividad. En su fuero interno, los individuos no se sentían dueños de sí mismos, eran peones sacrificables cuando las circunstancias lo requerían.

    Era como ceder la libertad a cambio de la seguridad. Los había que asumían con gusto esa situación, pero muchos otros sufrían calladamente esa carencia y les hacía ser personas tristes y sin ilusión.

    Era una sociedad totalmente reglada, te decían cuándo y con qué divertirte, lo que tenías que comer, cuánto ejercicio físico e intelectual debías hacer, cuántos hijos debías tener, lo que debías estudiar… incluso lo que debías pensar.

    Cuando un individuo acumulaba suficientes créditos vacacionales podía optar por viajar a varios sitios a costa del Estado. Era como un premio del que no todo el mundo disfrutaba, solo los que destacaban en el esfuerzo y en su actitud se veían beneficiados por el sistema.

    En esa época, la gente había olvidado la escritura, todo se hacía a través de máquinas, tampoco existían los libros en papel. Desde que terminó la Gran Guerra, los bosques dejaron de dar la materia prima necesaria para fabricarlos. Para eso estaban los ordenadores. Cada miembro del núcleo familiar disponía de un terminal desde el que se podía hacer todo: comunicarse con los demás, ver y escuchar las noticias, formarse tanto profesional como académicamente, ver documentales y películas… Era el único medio de información.

    Los había que se pasaban el día entero delante de esa máquina. La comunicación directa entre las personas era cada día más escasa y, además, estaba mal vista.

    Las reuniones estaban controladas por el Estado, solo se podían reunir unos cuantos individuos con una autorización previa, quien no atendía a esa norma era sancionado con créditos y arrestos domiciliarios.

    Pepe era un individuo más, no destacaba en nada, en todo caso, por su falta de puntualidad en el trabajo que, a pesar de ser una falta, no era de las graves y eran eliminadas del expediente pasado un año.

    Cuando terminaron la jornada ese día y salieron a la calle para irse a sus casas, Pepe le dijo a su compañero:

    —Hace un día espléndido, ¿te apetece que paseemos un poco?

    —La verdad es que me vendría bien, hace mucho que no paseo por la ciudad, pero en un rato tengo actividades deportivas.

    —Lo puedes posponer para esta tarde.

    Se quedó pensando un momento.

    —Venga, nos vendrá bien respirar aire puro.

    Mientras, paseaban.

    —¿Has vuelto a ver a Roxana? —preguntó Iván.

    —Sí, anteayer fuimos a un concierto de piano.

    —Es una chica muy maja, deberías verla con más frecuencia.

    —La verdad es que con ella me lo paso muy bien, no sé por qué, pero me gusta a pesar de que casi no habla.

    —Como les ocurre a la mayoría. Como sigamos así, llegará el momento en que se nos va a olvidar hablar.

    —Pues a mí me gusta hablar y que me hablen, estoy harto de comunicarme con los demás a través de las máquinas.

    —La evolución nos ha llevado hasta aquí, no se puede luchar contra eso.

    —Creo que más que por la evolución es por las normas sociales.

    —Sí, no está muy bien visto que la gente hable entre sí en público. Imagínate que todos estuviéramos hablando al mismo tiempo, no habría quien lo soportase.

    —Pues a mí me gusta oír la voz de los demás. ¿Tú crees que antes la gente hablaba más que ahora?

    —Ni idea, casi no se sabe nada de la vida que se hacía antes de la guerra.

    —¿Te has preguntado alguna vez por qué no se sabe nada de aquella época?

    —No, pero ¿por qué piensas en esas cosas?

    —No lo sé, pero de vez en cuando me da por pensar y hay muchas cosas que no entiendo.

    —Ya sabes que esa forma de hablar te puede acarrear problemas. En mí puedes confiar, pero ten cuidado de a quien le dices estas cosas.

    —En ti confío, por eso soy sincero contigo.

    Mientras paseaban e iban charlando, ocurrió algo inaudito. Oyeron una fuerte detonación que provenía de un jardín cercano. Dudaron un momento, pero salieron corriendo hacia el sitio de donde provenía el ruido.

    En aquel momento, apenas había gente por las inmediaciones, solo ellos se habían percatado del estruendo.

    Cuando llegaron al jardín, a primera vista no vieron nada extraño, pero al inspeccionar la zona vieron el cuerpo de un hombre tumbado detrás de unos arbustos. El hombre tenía una herida en el pecho de la que brotaba abundante sangre. Ellos nunca habían visto una escena como esa y tardaron en reaccionar.

    —¿Qué habrá pasado? —dijo Iván.

    —No lo sé, pero este hombre necesita ayuda.

    —¿Y qué hacemos?

    En ese momento, Pepe sacó su dispositivo portátil de comunicación del bolsillo y se puso en contacto con la Unidad de Emergencias.

    —Emergencias, dígame.

    —Hay un hombre herido en un parque, acabamos de oír un ruido muy fuerte y, al acercarnos a ver qué ocurría, nos lo hemos encontrado tumbado en el suelo inconsciente y con una herida en el pecho.

    —No se muevan de allí, enseguida enviamos una ambulancia.

    En menos de un minuto se empezaron a oír sirenas que se acercaban al lugar. Mientras tanto, Pepe creyó conveniente presionar con las manos la herida para evitar que ese hombre se desangrara.

    Cuando llegó la ambulancia, lo apartaron y los sanitarios se hicieron cargo del herido.

    —Ustedes ya se pueden ir, pronto nos pondremos en contacto con ustedes para que declaren sobre lo sucedido —dijo un agente de seguridad.

    Después de dar sus datos se fueron de allí.

    —Puede que nos hayamos metido en un lío —dijo Iván.

    —¿Qué íbamos a hacer, dejar que ese hombre se desangrara?

    —No lo sé, pero me gustaría no haber estado en ese sitio.

    —¿Cómo se habrá hecho esa herida?

    —Creo que se trata de un acto criminal.

    —¿Un acto criminal? Es la primera vez que oigo algo así.

    —Hace años tenía un amigo al que no he vuelto a ver, yo mismo me ocupé de denunciarlo. Tenía unas ideas antisociales que iban en contra del sistema.

    —¿Por qué lo denunciaste?

    —No tuve más remedio que hacerlo, si se enteraban de que yo conocía sus ideas me harían cómplice de ese hombre.

    —¿Qué decía?

    —No debería decir nada de aquello, pero yo también voy a confiar en ti. Hablaba de un grupo de hombres que luchaban en la clandestinidad contra nuestro sistema, era una organización secreta y hermética que quería cambiar las cosas. Incluso me dijo que esa gente disponía de armamento que se utilizaba antes de la guerra, creo que se refería a armas de fuego.

    —¿Qué es eso?

    —Parece ser que eran objetos capaces de lanzar pequeños trozos de metal incandescente a alta velocidad. Si ese trozo te alcanzaba te causaba heridas graves, incluso la muerte. Puede que al del parque le hayan atacado con una de esas armas. Si se enteran de lo que te acabo de decir, me puede costar muy caro.

    —No te preocupes, sé guardar un secreto. O sea que, según tú, o según lo que decía tu amigo, existe una organización secreta que lucha contra el sistema, ¿cómo es posible que nadie sepa nada de eso?

    —Las autoridades no quieren que se sepa que existen organizaciones que pueden poner en peligro el sistema. Estoy seguro de que si lo que hemos visto es algo relacionado con lo que te estoy contando, no aparecerá nada en los medios de comunicación.

    Efectivamente, esa noche no hubo ninguna mención al hecho que habían presenciado.

    Esa misma noche, Pepe y su amigo Iván recibieron una notificación para que se presentaran en la Jefatura de Seguridad a primera hora de la mañana del día siguiente.

    El trabajo no era ningún problema en una situación así, cualquier asunto relacionado con la seguridad, tenía prioridad sobre todo lo demás.

    Cuando llegaron a la Jefatura, cada uno de ellos fue llevado a una sala diferente. Allí los esperaban unos miembros de la seguridad para interrogarlos.

    —Bien, cuéntanos con todo detalle lo que pasó ayer en el parque —dijo uno de los agentes.

    Pepe les relató lo sucedido con todo detalle. Cuando terminó la exposición…

    —Hicieron lo correcto y han salvado la vida a ese hombre. Ahora le voy a decir lo que tiene que hacer. No hablen de lo que ha ocurrido con nadie, ni siquiera entre ustedes, lo que vieron ayer no ha sucedido, ¿entendido?

    —No se preocupe, si usted me dice que no he visto nada, yo no he visto nada.

    —No quiero que se lo tome como una amenaza, pero si nos enteramos de que no ha hecho lo que le he dicho que tiene que hacer, se pondrá usted solo en una situación muy grave. Bien, dicho esto, también quiero que sepa que ha sido propuesto para beneficiarse de un crédito vacacional que le dará derecho a disfrutar durante dos semanas de un viaje a un lugar que usted mismo elegirá.

    —Nunca he disfrutado de unas vacaciones.

    —Pues ahora se las ha ganado. El acto heroico de ayer ha salvado la vida de uno de los miembros más destacados de la sociedad. Él mismo ha insistido en que sea usted recompensado.

    —Pues dele las gracias de mi parte.

    —Así lo haré.

    —¿Puedo hacerle una pregunta?

    —Diga.

    —¿Quién es la persona a quien salvamos?

    —Eso no le concierne, y Le sugiero que deje de preguntar.

    —Está bien, solo era curiosidad.

    —Ya se puede ir. En unos días recibirá la autorización para sus vacaciones y los destinos entre los que tendrá que elegir.

    Se fue de allí contento, aunque no entendía el porqué de tanto misterio.

    Esa misma tarde quiso hablar con Iván para cambiar impresiones sobre el interrogatorio y decirle lo de las vacaciones. Lo intentó primero en su casa, pero al no recibir respuesta, lo hizo a su dispositivo portátil; en esta ocasión sí recibió una respuesta. Era una voz artificial que dijo: «La dirección con la que ha intentado contactar no pertenece a ningún usuario».

    «Qué extraño,» pensó Pepe, «ayer mismo nos comunicamos por este medio y hoy su dirección no pertenece a nadie».

    Mientras veía las noticias, recibió un mensaje de la agencia de vacaciones. Decía así:

    «Ha sido usted agraciado con unas vacaciones cuya duración será de dos semanas subvencionadas por el Estado en compensación por su acto heroico.

    Tiene la opción de elegir entre tres destinos de los que encontrará detalles más adelante. Pero antes tenemos que hacerle algunas advertencias.

    Toda actividad realizada fuera de los límites del territorio de la sociedad, conlleva un riesgo, riesgo que usted tendrá que asumir.

    Marque «SÍ» si acepta esta condición».

    Pepe sabía que los territorios controlados por la sociedad eran la mayoría, pero había otros que, por carecer de interés económico o por cualquier otro motivo, no eran controlados por el Estado. Visitar esos sitios no tenía por qué ser peligroso, muchos habían estado allí y no habían sufrido ningún percance y supuso que el Estado se tenía que cubrir las espaldas.

    Marcó «SÍ».

    «Usted ha aceptado el riesgo que podría suponer salir del territorio controlado».

    Siguiente condición.

    «Usted no contará a nadie lo que ha visto u oído durante sus vacaciones. Revelar cualquier dato a otros, supone la retirada de seis meses de créditos y un año de arresto domiciliario.

    Marque «SÍ» si acepta esta condición».

    Pepe no tenía ninguna intención de contarle nada a nadie. Aunque no comprendía esta condición, la aceptó.

    «Usted ha aceptado no comentar con nadie lo visto u oído durante el viaje».

    Siguiente y última condición.

    «En todo momento hará lo que le digan sus guías, no se apartará del grupo asignado y no traspasará los límites señalados en la zona.

    Marque «SÍ» si acepta esta condición».

    No entendía muy bien a lo que se refería, pero volvió a marcar «SÍ».

    «Hemos terminado con las condiciones. Ahora elija su destino entre los tres que se muestran a continuación».

    Había tres opciones: agua, tierra y aire.

    Al desplegar agua, vio que se trataba de una especie de ciudad bajo el mar, estaba cubierta por una cúpula semicircular de material trasparente, el diámetro debía ser de unos cinco kilómetros. En su interior había hoteles, clubs de alterne donde se podría disfrutar de la compañía de señoritas o caballeros, bares donde se podía tomar todo tipo de alcohol, salas de espectáculos… en fin, muchas cosas que no se veían en la sociedad, todas ellas estaban prohibidas. Además, se organizaban salidas al océano en pequeños submarinos.

    —Eso tiene muy buena pinta —pensó Pepe.

    Cerró agua y abrió tierra.

    Se trataba de una amplia zona en medio de una selva. La naturaleza era espectacular, nada así se veía en el territorio de la sociedad. Era como si se viajara al principio de los tiempos del planeta.

    Todo el perímetro estaba protegido por un muro de unos veinte metros de alto, aquello parecía infranqueable. En el interior del recinto había también clubs, bares, salas de espectáculos y también existía la opción de poder hacer marchas por los alrededores, donde se garantizaba poder ver algún animal salvaje.

    Pepe nunca había visto uno, es más, él creía que ya no existían.

    Cerró tierra y abrió aire.

    Aquí se trataba de un viaje a una estación espacial, es decir, a la estación espacial, ya que solo existía esa. Estaba concebida para el ocio y la diversión y en su interior había sitios parecidos a los dos anteriores. También se podían hacer travesías orbitando alrededor del planeta en pequeñas naves.

    Pepe no se lo tuvo que pensar mucho. Estar quince días con el océano sobre su cabeza no le divertía y menos aún abandonar el planeta, así que se decidió por tierra.

    Seleccionó tierra y enseguida recibió la reserva. La salida se produciría en una semana.

    Estaba ilusionado con el viaje, él nunca había salido del recinto de la sociedad. Podría respirar aire puro, ver algún animal salvaje, podría probar el alcohol… e incluso cabía la posibilidad de tener sus primeras relaciones sexuales.

    Pepe no conocía a nadie que hubiera hecho antes uno de esos viajes, o quizás sí, ya que todos los que disfrutaban de ese privilegio debían mantener silencio.

    La semana transcurrió rápidamente, pero había algo que le preocupaba: no había vuelto a tener noticias de Iván desde que fueron a declarar sobre lo de ese hombre.

    Aunque, pensándolo mejor, supuso que también le habrían recompensado con unas vacaciones. En cualquier caso, era bastante frecuente que la gente cambiara de ciudad debido al trabajo y no se volviera a tener noticia de ellos.

    A las nueve en punto de la mañana, Pepe llegó al aeropuerto desde donde partiría hacia su lugar de vacaciones. Él nunca había volado, ni él ni casi nadie, ese era un privilegio casi exclusivo de la clase dirigente.

    En la sala de espera había cinco hombres y tres mujeres que, aparentemente, esperaban a embarcar como él.

    Pepe estaba eufórico y puede que, debido a eso, tuviera la osadía de dirigirse a una de las mujeres que estaba sentada junto a él.

    —Hola, me llamo Pepe y me voy de vacaciones, ¿tú dónde vas?

    La mujer lo miró con cierto desprecio y dijo:

    —A ti no te concierne lo que hago aquí.

    —Perdona, no quería molestarte.

    Ella giró la cabeza y continuó con su expresión de indiferencia.

    «Bueno, me callaré, parece que esta gente no es muy comunicativa», pensó Pepe.

    Al momento apareció una joven y se dirigió al grupo.

    —Señores, lo primero enhorabuena por haber sido seleccionados para disfrutar de unas merecidas vacaciones. Todos ustedes han elegido la opción de tierra. Ahora subirán a una aeronave que les conducirá hasta el recinto donde, desde hoy, podrán disfrutar de cosas impensables en la sociedad. Les estará llegando a su dispositivo de comunicación un mensaje en el que aparecen unas normas que ustedes tendrán que cumplir, en cuanto las lean, sus dispositivos se desconectarán automáticamente y no se volverán a conectar hasta su regreso. Ahora, por favor, síganme.

    Los nueve pasajeros siguieron a la joven hasta un hangar en el que había una inmensa nave con los motores encendidos.

    —Señores —dijo la joven—, el trayecto durará tres horas, les deseo buen viaje.

    Todos subieron a la nave y ocuparon sus compartimentos. Al momento, la nave salió del hangar y comenzó a elevarse sin apenas hacer ruido.

    Pepe nunca había estado en un sitio así, para él todo lo que le rodeaba era nuevo, paredes con pantallas exhibiendo imágenes de naturaleza, una música ambiental muy agradable y nueva para él… En cada cabina había un diván donde poder echar una cabezada y un armario en el que había comida precocinada y bebidas de todo tipo, incluso alcohólicas. Era como estar en otro mundo en el que todo lo que estaba prohibido en la sociedad estaba permitido.

    Pensó que era una buena oportunidad para probar una bebida con alcohol por primera vez, pero no sabía cuál elegir. Se percató de que junto al armario había un pulsador en el que se podía leer, «AZAFATA», lo pulsó y en unos segundos apareció una atractiva joven.

    —¿Desea algo el señor?

    —Perdone que la moleste, pero he visto que en el armario hay bebidas con alcohol, nunca las he probado y he pensado que usted me podría ayudar a elegir una.

    —Con mucho gusto, ¿le gusta el limón?

    —No lo sé, nunca lo he probado.

    —Pues se lo recomiendo, tiene un grado alcohólico suave y está algo dulce.

    —Pues muchas gracias, probaré lo que me ha recomendado.

    Cogió una pequeña botella de color verdoso claro en la que se podía leer «Limón-22º», la abrió y dio un pequeño trago.

    Pepe nunca había probado una bebida tan deliciosa, no tenía ni idea de que existiera algo así. Volvió a beber, esta vez dio un trago más largo, luego otro, hasta que terminó con el contenido de la botella.

    Los efectos del alcohol no tardaron en ser perceptibles. Era una sensación nueva para Pepe, un ligero mareíllo acompañado de cierta euforia. Era una sensación muy agradable.

    Mientras dudaba en abrir otra botella, apareció de nuevo la azafata.

    —¿Qué le ha parecido, señor?

    — Muy bueno. Estaba pensando en abrir otra botella.

    —No se lo recomiendo, no está usted acostumbrado.

    —¿Qué me puede pasar?

    —Le puede sentar mal.

    —Me arriesgaré, pero esta vez voy a probar esa en la que pone kiwi, aunque no sé lo que es.

    —Es otra fruta, está muy buena. Supongo que por una más no pasará nada, pero le recomiendo que sea la última.

    —No se preocupe, será la última.

    Estaba deliciosa, como el limón, y sus efectos se sumaron. No podía quedarse quieto y quería charlar con alguien. Salió de su compartimento y entró en el que estaba al lado del suyo.

    —Otra vez usted —dijo Pepe con cierta dificultad.

    —¿Está usted borracho?

    —No lo sé, es la primera vez que pruebo el alcohol.

    —Sí, está borracho. ¿Qué quiere?

    —Solo quiero charlar.

    —Usted y yo no nos conocemos y no me interesa lo que me quiera decir, ni yo tengo nada que decirle —dijo con altivez.

    —Vamos, mujer, no sea usted así, ¿qué daño puede hacerle que charlemos?

    —No es que piense en que me va a hacer daño, es que no me apetece, ¿lo entiende?

    —Creo que sí. Disculpe.

    Regresó a su compartimento y se tumbó en el diván. Al instante se quedó profundamente dormido.

    Cuando se despertó, la nave estaba inmóvil, ya había tomado tierra. Pepe se sentía aturdido y con un ligero dolor de cabeza, además, tenía una sed insoportable. De nuevo pulsó el botón y al momento volvió a aparecer la azafata.

    —Ya hemos tomado tierra. ¿Desea algo el señor?

    —Agua, quiero agua.

    —En el armario tiene usted cuanta quiera.

    Sin más, abrió el armario, cogió una botella y se la bebió de un trago.

    —Tenía usted mucha sed.

    —Nunca había tenido tanta.

    —Lo que le ocurre es lo que llamamos resaca. Es una de las consecuencias desagradables que produce el alcohol, aquí le he traído algo que le vendrá bien para el mareíllo.

    Le dio una píldora que se tomó sin rechistar junto con otra botella de agua. Al momento se encontró perfectamente recuperado.

    —¿Qué he tomado? Me ha dejado nuevo.

    —Es un analgésico para paliar los efectos del alcohol.

    —¿Me podría dar alguno más?

    —No se preocupe, donde va no le faltarán. Ahora, en cuanto lo autorice el capitán, deberá abandonar la nave.

    —Muchas gracias, ha sido muy amable.

    —No hay de qué, gracias a usted.

    La azafata se fue y al momento sonó por megafonía la voz del capitán.

    —Señores, hemos llegado a nuestro destino, ahora diríjanse a la puerta de salida. Espero que hayan tenido un buen viaje y les deseo unas buenas vacaciones.

    Los viajeros salieron de sus compartimentos y se reunieron en el hall de salida. Allí volvió a ver a la mujer que no quiso hablar con él. Se acercó a ella y le dijo:

    —No la molestaré, solo quiero pedirle disculpas por lo de antes, nunca había probado el alcohol y se ve que no me ha sentado bien.

    —No se preocupe, no me ha molestado.

    Se dio la vuelta y comenzó a bajar por las escaleras de la aeronave. Pepe salió el último siguiendo a los demás hacia un transporte terrestre que los esperaba.

    Desde la ventana del trasporte pudo ir observando el entorno, nunca había visto nada igual. Las plantas lo cubrían todo, solo el camino por donde transcurría el transporte era obra de los hombres, lo demás era pura naturaleza.

    Pepe observó a los demás del grupo y se dio cuenta de que no era solo él quien estaba impresionado con lo que estaban viendo.

    Al rato, llegaron a una zona con edificios, no eran altos, el que más, tenía dos plantas. Eran edificios diseñados para que no alteraran el paisaje, se mimetizaban perfectamente en el entorno. Allí los esperaban varias personas. Uno de ellos se adelantó al resto y habló al grupo.

    —Bienvenidos a la residencia y enhorabuena por haber sido beneficiados con unas espléndidas vacaciones. Sus alojamientos están en aquel edificio, enseguida les dirán cuál es cada uno de sus apartamentos. Ahora no les quiero entretener, supongo que querrán asearse y descansar un rato. Pero antes de que se vayan, les presento al personal de servicio, cada uno de ellos está asignado a cada uno de ustedes, ellos están aquí para hacer lo que les pidan durante el tiempo que permanezcan entre nosotros. Reitero la bienvenida y espero que disfruten de la estancia.

    Aquel hombre se fue y cada uno de los sirvientes se dirigió a cada uno de los viajeros a cogerles las maletas y a acompañarlos a sus apartamentos.

    Los sirvientes eran casi todos iguales, todos tenían expresión seria e impenetrable.

    Cuando el que le tocó a Pepe fue a coger el equipaje…

    —No hace falta, lo llevaré yo mismo, además no pesa nada, he traído cuatro cosas.

    —Ese es mi trabajo señor, yo lo llevaré —dijo en tono serio.

    —Bueno. En ese caso, de acuerdo.

    Al llegar a la habitación:

    —Déjelo ahí.

    —¿Le guardo el equipaje, señor?

    —No es necesario, lo haré yo.

    —En ese caso, me retiro. Si necesita algo, lo que sea, solo tiene que apretar ese pulsador, yo estaré ahí fuera.

    —Espere, no se vaya, dígame, ¿qué se puede hacer aquí?

    —Muchas cosas, señor. Puede pasear por donde quiera dentro del recinto, si quiere alcohol o cualquier otra sustancia, se lo traigo yo o puede visitar alguno de los dieciocho bares que hay en el recinto. Si lo que quiere es compañía femenina o masculina, le digo lo mismo, se la puedo traer yo o puede ir a los clubs que están distribuidos por el recinto, los hay para todos los gustos, para mujeres, para hombres, para hombres que prefieren la compañía de hombres… Usted no tiene más que decírmelo y yo le proporcionaré lo que necesite.

    —¿Qué ha querido decir con cualquier otra sustancia?

    —Me refiero a los estupefacientes. Hay gran variedad, desde los naturales hasta los creados en los laboratorios.

    —Pero eso está prohibido.

    —Aquí no, señor, aquí podrá usted disfrutar de lo que quiera sin preocuparse por nada. Hay algo que tengo que decirle antes de retirarme. Usted se podrá relacionar con los sirvientes o con las personas con las que ha llegado, pero al resto de los habitantes del recinto no debe dirigirse.

    —¿Por qué?

    —Son las normas. Lo mismo que en la mayoría de los aspectos usted podrá hacer lo que quiera, incluso cosas que en la sociedad están prohibidas, pero no puede dirigirse a esas personas.

    —Bueno, no tengo ningún problema con eso, pero no lo entiendo.

    —Señor, yo solo le transmito lo que me han ordenado.

    —Está bien, ahora voy a colocar el equipaje.

    —Estaré fuera, señor.

    —¿Cómo se llama?

    —S3.

    —¿Qué clase de nombre es ese?

    —Es el nombre que nos han asignado y con el que deben dirigirse a nosotros.

    «Vaya gente más rara», pensaba Pepe. Más que personas, esos sirvientes parecían autómatas, inexpresivos e inescrutables.

    Después de colocar las cosas, salió a la terraza para tomar un poco el aire. Al rato de estar allí, se percató de que en la terraza de al lado estaba la mujer que no había querido hablar con él. Ella giró la cabeza y sus miradas se cruzaron.

    —Usted otra vez —dijo ella en tono resignado.

    —Le prometo que no he tenido nada que ver con la asignación de apartamentos —contestó Pepe con cierto aire irónico.

    —Se ve que estoy condenada a tener que soportarle… Me llamo Diana —dijo mientras le tendía la mano para estrechársela.

    —Yo, Pepe. Encantado. ¿Qué la parece todo esto?

    —Estoy impresionada, nunca había visto nada igual.

    —Yo tampoco, nunca había salido de la ciudad.

    —Ni yo.

    —Me ha dicho mi sirviente que entre nosotros podemos relacionarnos, pero que no lo hagamos con los demás.

    —A mí me ha dicho lo mismo el mío. No lo entiendo, pero no tengo ningún problema en cumplir esa norma.

    —No te gusta hablar mucho, ¿verdad?

    —Así es.

    —Sin embargo, a mí cada día me gusta más. Antes me pasaba como a ti, pero desde hace un tiempo noto que estoy cambiando… Si te aburro con lo que digo, me lo dices y me callo.

    —No me gusta mucho hablar, pero no he dicho nada de escuchar. Tú habla, cuando me canse te lo diré.

    —Hemos tenido mucha suerte al ser seleccionados para disfrutar de estas vacaciones.

    —Sí, yo es la primera vez que disfruto de ellas.

    —Yo también. Supongo que a ti también te habrán dicho que no puedes hablar del motivo por el que te han premiado.

    —Supones bien y no tengo intención de faltar a mi compromiso.

    —Ni yo, solo quería iniciar una conversación.

    —Pues creo que ya me estoy cansando de hablar y de escuchar. Me voy a dar una ducha, ya nos veremos.

    Se dio la vuelta y entró en el apartamento. Pepe se quedó en la terraza un rato más pensando en qué hacer. Aún no era mediodía, pero comenzaba a sentir algo de hambre.

    Pulsó el botón y al instante alguien golpeó la puerta con los nudillos.

    —Adelante.

    —¿Desea algo el señor?

    —Sí, ¿aquí dónde se puede comer? Estoy empezando a sentir hambre.

    —En diez minutos saldrá un transporte hacia la zona de ocio, allí les han reservado una mesa en un apartado. O bien, si así lo desea, yo le puedo traer a la habitación lo que quiera.

    —No, mejor voy en el transporte.

    —Como quiera el señor.

    S3 desapareció y Pepe se preparó para bajar. Cuando cerró la puerta del apartamento, coincidió con Diana.

    —Te prometo que no te estoy siguiendo, solo es casualidad —dijo Pepe.

    —Eso espero.

    —¿Vas a comer también?

    —Sí, creo que nos espera un transporte.

    Salieron juntos del edificio y entraron en un microbús en el que ya había alguno de los del grupo.

    —Buenos días —dijo Pepe al entrar.

    Algunos se dieron la vuelta, pero ninguno contestó.

    —Qué gente tan estirada —dijo Pepe en voz baja.

    Diana dejó a Pepe que se sentara para ella sentarse lo más lejos posible de él.

    El microbús comenzó a moverse en silencio, atravesando un camino rodeado de vegetación. A los pocos minutos, se encontraban en la cima de una colina desde la que se podía ver un gran valle cubierto de vegetación y de edificaciones. Aquello era mucho más grande de lo que Pepe se había imaginado.

    Pasaron por una zona en la que había un prado en el que varios individuos montaban a caballo. Ninguno de los del grupo había visto nunca a ese animal y todos se sorprendieron, aunque ninguno hizo comentarios. Pasaron por zonas deportivas donde la gente corría, practicaban el tiro con arco, el tiro al plato…

    Cuando llegaron a la parte baja del valle, entraron en lo que debía ser la avenida principal del complejo. Todos los edificios eran bajos y en sus entradas había carteles en los que se podían leer el uso de cada uno: sauna, bar, club, residencia, biblioteca, restaurante, ocio, clínica, gimnasio… Eran muchos edificios y cada uno de ellos, diferente.

    Por la avenida transcurrían vehículos pequeños para uso individual. En la sociedad casi todos los transportes eran colectivos. Rara vez se veía uno de estos.

    Los miembros del grupo nunca habían visto una sociedad como esa.

    El microbús se detuvo delante de un edificio en el que ponía, «Restaurante». Entraron todos juntos siguiendo al conductor que, además, hacía las funciones de guía.

    Cuando entraron, todos volvieron a sorprenderse. El local era enorme y la gente que estaba allí parecía diferente, hablaban unos con otros, incluso reían, algo que en la sociedad estaba prohibido hacer en público.

    El guía los condujo a un apartado acristalado donde les dijo que se sentaran, que enseguida les atenderían. Así fue, en menos de un minuto tres sirvientas comenzaron a traer platos y bebidas.

    En esta ocasión Pepe estuvo atento y pudo sentarse al lado de Diana.

    —¿Te has dado cuenta de que la gente de ahí fuera habla en voz alta e incluso se ríe? —dijo Pepe.

    —Sí, aquí las cosas parecen muy distintas que en la sociedad.

    —Y todos esos ¿quiénes serán?

    —No lo sé, lo que sí sé es que no se puede hablar con ellos.

    —¿Has visto qué comidas? —dijo Pepe señalando los platos que les estaban poniendo.

    —Nunca las había visto.

    —Perdone, señorita —dijo Pepe dirigiéndose a una de las que servían.

    —¿Qué desea el señor?

    —¿Nos puede decir qué es esta comida?

    —Sí, señor, eso son costillas de cerdo con miel, eso otro, langosta con mayonesa, eso otro…

    —Déjelo, no siga, no tengo ni idea de lo que me está diciendo.

    En la sociedad jamás habían visto una comida como esa. Allí normalmente se comían cereales, cremas variadas… además no tenía ni idea de lo que eran el cerdo o la langosta.

    En cualquier caso, aquello tenía muy buen aspecto y nadie tuvo reparos en comenzar a comer.

    Cuando Pepe se metió un trozo de langosta en la boca, experimentó una sensación muy agradable, aquello era delicioso. A los demás también se les notaba que esa comida les estaba gustando.

    Además de la comida, habían dejado varias botellas sobre la mesa conteniendo líquidos de diferentes colores.

    —Voy a probar ese amarillo, ¿quieres un poco? —le dijo a Diana.

    —Sí, aquí todo parece estar muy bueno.

    Sirvió la bebida y ambos dieron un sorbo.

    —¡Qué bueno! —dijo Diana.

    —Riquísimo. Sabe como lo que tomé en la aeronave.

    —Pues ten cuidado, ya sabes lo que te pasó.

    —Fue una sensación muy buena, lo malo fue después, aunque hay unas cápsulas que te dejan como nuevo.

    —Lo malo no es eso. Me da la impresión de que el alcohol también hace que se suelte la lengua —dijo con ironía.

    —Y qué más da, hemos venido aquí a disfrutar, además, no está prohibido ni beber ni hablar.

    —De todas formas, como a ti se te suelte más la lengua tendré que buscar algo para los oídos.

    El resto de los comensales disfrutaba de aquella estupenda comida, incluso alguno se atrevió a hablar con el de al lado, probablemente por la desinhibición producida por la bebida.

    Cuando terminaron de comer, Pepe estaba otra vez algo mareadillo, incluso Diana notaba cierta euforia.

    El guía les dijo que en unos minutos el transporte se volvía a la residencia, pero a Pepe lo que le apetecía era andar para poder digerir la gran cantidad de comida que había ingerido.

    —Voy a regresar a la residencia andando —le dijo a Diana—. Me encuentro bastante pesado y me vendrá bien, ¿me acompañas?

    —Está muy lejos, seguro que se tarda más de una hora en llegar.

    —A ti también te vendría bien, has comido mucho.

    —De acuerdo —dijo después de pensárselo un momento.

    Pepe se lo dijo al conductor.

    —Nosotros dos vamos a regresar andando.

    —Van a tardar mucho en llegar.

    —No tenemos prisa, estamos de vacaciones.

    —Como quieran, pero recuerden que no deben hablar con nadie.

    —No se preocupe.

    El microbús se fue y ellos comenzaron a andar por la avenida, camino de la residencia. Cuando ya habían abandonado el núcleo urbano, comenzaron a hablar.

    —¿A qué te dedicas? —preguntó Pepe.

    —No creo que sea buena idea hablar de eso.

    —¿Por qué? ¿Qué daño podemos hacer por eso? Pues yo te voy a decir en qué trabajo, soy supervisor de comunicaciones y en mi tiempo libre practico algo de deporte.

    —Está bien, yo soy educadora infantil en el área del lenguaje.

    —O sea, que te pasas el día rodeada de niños.

    —Solo durante la jornada de trabajo, el resto del tiempo suelo ver documentales y aprendiendo a tocar la guitarra.

    —Yo lo intenté, pero me siento incapaz.

    —A mí tampoco se me da bien, pero me gusta hacer algo con las manos.

    —A propósito, ¿te has dado cuenta de que desde que hemos llegado no se ha visto a ningún niño?

    —Sí, me he dado cuenta, estarán en las escuelas.

    —¿A la hora de comer?

    —Sí, es raro.

    —¿Cuántos habitantes habrá aquí?

    —No tengo ni idea, pero deben ser muchos.

    A lo lejos vieron que un hombre se acercaba hacia ellos. Cuando estuvo a su lado, Pepe dijo:

    —Buenas tardes.

    El hombre siguió su camino como si no los hubiera visto.

    —Vaya gente, parece que les cuesta trabajo saludar —dijo Pepe.

    —Probablemente también tengan prohibido hablar con nosotros.

    —¿Tú crees que toda esa gente está de vacaciones como nosotros?

    —Más bien parece que vivan aquí.

    —¿Qué habrá que hacer para poder vivir siempre aquí? Yo me apuntaría.

    —No tengo ni idea, pero esto parece como otra sociedad, no tiene nada que ver con la nuestra. A mí tampoco me importaría vivir aquí.

    —El aire es puro, la comida, deliciosa y ahora que he probado el alcohol creo que me gusta. Aquí hay otras cosas que nunca he probado. Mi sirviente me ha hablado de estupefacientes y de sexo.

    —A mí también.

    —Son cosas que jamás he probado.

    —Yo tampoco.

    —Entonces ¿vives sola?

    —Sí, jamás he tenido pareja.

    —Ni yo, y el caso es que me atraen mucho las mujeres, pero las normas son las normas y hay que esperar a que la administración te proporcione la persona idónea.

    —Puede que tú y yo seamos de esos a los que la administración no permitirá nunca tener una pareja con quien procrear.

    —Puede ser, aunque no entiendo por qué.

    —Sé que nos han prohibido hablar de ello pero ¿qué has hecho para que te den estas vacaciones?

    —Me sorprende que me hagas esta pregunta.

    —Creo que me ha afectado el alcohol más de lo que

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