Detención migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio
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Detención migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio - Alethia Fernández de la Reguera Ahedo
Detención migratoria.
Prácticas de humillación, asco y desprecio
Universidad Nacional Autónoma de México
Dr. Enrique Luis Graue Wiechers
Rector
Dr. Leonardo Lomelí Vanegas
Secretario General
Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa
Secretario de Desarrollo Institucional
Dra. Luciana Gandini
Coordinadora del Seminario Universitario
de Estudios sobre Desplazamiento Interno,
Migración, Exilio y Repatriación
Universidad Nacional Autónoma de México
Secretaría de Desarrollo Institucional
Instituto de Investigaciones Jurídicas
Detención migratoria.
Prácticas de humillación, asco y desprecio
Alethia Fernández de la Reguera Ahedo
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 2020
Los contenidos del libro fueron analizados con software de similitudes por lo que cumplen plenamente con los estándares científicos de integridad académica, de igual manera fue sometido a un riguroso proceso de dictaminación doble ciego con un resultado positivo, el cual garantiza la calidad académica del libro.
Detención migratoria. Prácticas de humillación, asco y desprecio.
Primera edición electrónica: 25 de octubre de 2021.
D.R. © 2020, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, Alcaldía Coyoacán, C. P. 04510;
Secretaría de Desarrollo Institucional,
Ciudad Universitaria, 8o. Piso de la Torre de Rectoría
Alcaldía Coyoacán, C. P. 04510, Ciudad de México.
ISBN libro electrónico: 978-607-30-5177-4
Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México y la obra se financió con recursos PAPIIT Proyecto ia301517.
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Hecho en México / Made in Mexico
Diseño de portada: Formación de interiores: Liliana Moreno Palma.
La política migratoria en México no está atravesada por ningún tema social, es meramente criminal. No es una política que se haya hecho con la participación de los sectores que tenían que estar ahí representados. Es una política visualizada por hombres y hecha para hombres, mayores, así hombres. Porque puedes no tener presupuesto para toallas sanitarias o pañales un año, pero si ya te diste cuenta que es una necesidad fija, haces un presupuesto para eso, etiquetas dinero para que eso no haga falta. No es que los hombres la pasen menos mal, seguramente la pasan del carajo; pero para una mujer migrante, para un niño, para una mamá migrante, la experiencia es triplemente peor (ex funcionaria del Instituto Nacional de Migración).
Índice
Glosario
Prólogo
Agradecimientos
Introducción
Capítulo 1. Subjetividades burocráticas en la era de la inmunología de las migraciones
Introducción
La era inmunológica de la migración
Las subjetividades en la burocracia
El castigo del alma
Entre la apatridia y la condición de refugiado está el olvido
Conclusiones
Capítulo 2. Feminización de las burocracias
Introducción
Las burocracias desde una teoría crítica feminista
La feminización y la despolitización de los sujetos burócratas
Estereotipos en la burocracia. ¿Les queda el saco o se lo ponen?
Los ascendentes, los indiferentes y los ambivalentes
La estabilidad de la burocracia
Los burócratas de la subordinación
La despersonalización, la automatización y el sometimiento del orden burocrático
Cuando los ambivalentes se convierten en amenaza
Conclusiones
Capítulo 3. Detención migratoria: las reglas del campo y el rito de institución
Introducción
Una etnografía sobre el Estado
Instituciones totales y capital simbólico en la detención migratoria
Las reglas de la detención migratoria como campo social
La violencia institucional y el rito de institución
Corrupción de los agentes migratorios: de la torta al anillo de compromiso
Conclusiones
Capítulo 4. La detención migratoria como mecanismo de profilaxis social
Introducción
La precariedad y el estado de excepción en los procesos de detención migratoria
La proliferación de los centros de detención migratoria en México
Los centros de detención migratoria en el contexto de las caravanas migrantes
Cuerpos migrantes: cuerpos sufrientes y olvidados
El asco como mecanismo de deshumanización en los procesos de detención migratoria
Teorizando el asco y su función en la detención migratoria
La construcción social del asco y la xenofobia en los centros de detención migratoria
El asco como una forma de castigo
Conclusiones
Conclusiones finales
Referencias
Anexo
Perfil de las personas informantes
Listado de acrónimos
Prólogo
Mauricio Merino
I.
La prepotencia tiene muchas caras. Tratar de entenderla ha sido una de las principales preocupaciones de la filosofía y las ciencias sociales desde sus orígenes y ha sido, también, la causa de buena parte de las catástrofes que ha infligido la humanidad sobre sí misma. Si se mira con cuidado, el abuso y el alarde del poder forman el hilo conductor de los peores episodios de la historia, mientras que la búsqueda de los medios propicios para contenerlos y domeñarlos ha sido, de otra parte, el motor de las mejores aportaciones al pensamiento político y social. Ninguna otra dualidad ha sido, a un tiempo, más destructiva ni más productiva: la eterna contradicción entre la dominación abusiva y la convivencia armoniosa. Nada en la historia se explicaría cabalmente sin la presencia de esa pugna sempiterna.
Empero, la prepotencia gana la mayor parte de la batallas, entre otras muchas razones, porque la hechura del pensamiento que quiere contrarrestarla es mucho más lenta que el asalto al poder; y porque los entresijos de la razón son más complejos que los medios fáciles que emplea la dominación: los primeros requieren la comprensión previa, la evidencia y el argumento, mientras que los segundos sólo necesitan de la acción que se justifica a sí misma. El poder abusivo no sólo es elocuente sino eficaz: para afirmarse, no necesita más prueba que el sometimiento y la obediencia. En cambio, la convivencia pacífica reclama deliberación y consenso, aprobación mutua, responsabilidad, solidaridad, tolerancia: necesita conciencia y acción colectiva.
Desde La política de Aristóteles sabemos que siempre es más fácil y rápido destruir. Y desde entonces aprendimos también que la organización de la vida social transcurre a través de ciclos interminables entre la paz y la guerra que se traducen, a su vez, en regímenes que prefieren la civilidad y la comprensión mutua —el bien común, según la denominación clásica—y formas de gobierno que privilegian la obediencia y la imposición de las decisiones tomadas por uno solo o por unos cuantos. Mucho tiempo después, la aguda mirada de Max Weber concluyó que, en efecto, el mundo está regido por los demonios
y que la ética de la responsabilidad ha de fundarse, por eso, en el reconocimiento explícito de las consecuencias de las decisiones tomadas por quienes ostentan la representación y ejercen poderes legítimos sobre otros. No es casual, sin embargo, que la disciplina que hoy llamamos ciencia política —la ciencia del poder y de las formas que adopta el Estado— haya nacido con la pluma de Maquiavelo.
Varias veces hemos soñado con la utopía de crear un régimen capaz de vencer para siempre a la prepotencia y, a lo largo de la historia, varias veces hemos creído que el sueño se volvía realidad: con la Ilustración, creímos en el predominio de la razón sobre la doctrina; creímos que el liberalismo nos salvaría del predominio de un puñado de familias herederas; ideamos y construimos el Estado de Derecho —así, con mayúsculas—para ahincar nuestras relaciones en un pacto social celebrado por individuos libres y conscientes; nos otorgamos derechos civiles, políticos, sociales y nos prometimos garantizarlos y honrarlos mediante la moderación y el contrapeso contra cualquier uso excesivo del poder; nos dimos leyes e instituciones para imaginar que el futuro sería más justo y más libre que cualquier momento del pasado; creamos grandes organizaciones globales para construir la paz y la igualdad humanas; y varias veces pensamos, con arrogancia, que la marcha de la civilización hacia la armonía era inexorable; tanto, que llegamos incluso a afirmar que el Estado —cualquier forma de Estado, entendido como el continente del ejercicio legítimo de la autoridad— dejaría de ser indispensable. Desde polos opuestos, Hegel creyó con sinceridad en el Espíritu Universal Homogéneo como el último tramo de cualquier atisbo de la prepotencia, mientras que Marx prescribió la extinción fatal del Estado como el último momento de la igualdad absoluta entre los seres humanos. Entrambos, muchos otros imaginaron —y lo seguimos haciendo— que los demonios de la ambición y el abuso podrían ser dominados y que la Historia —otra vez, con mayúsculas— habría llegado por fin a su último destino: que ya no habría pugna entre guerra y paz, entre riqueza y pobreza, entre derechos y privilegios, entre poderosos y desvalidos.
Cuesta reconocer que esa utopía no sólo siga siendo utopía, sino que el mundo de nuestros días sea tanto o más cruel, más desigual y más violento que en cualquier momento previo, a pesar de que hoy sabemos mucho más que antes, nos comunicamos con más fluidez por todos los puntos del planeta y hemos creado tecnologías que parecen mágicas. Con frecuencia, sentimos que el Siglo xxi nos ha traicionado pues en vez de llevarnos a completar la ruta de lo que Kant llamaría la paz perpetua, nos ha colocado ante la irrevocable amenaza de la destrucción definitiva de la civilización, tal como la conocemos. Al concluir su segunda década, este Siglo ha potenciado el miedo, el resentimiento, la individualización y el encono, en dimensiones que parecían superadas para siempre y que hoy, en cambio, están cobrando vida con mayor fuerza que antes. No son las razones, sino los rencores y los temores los que están abriendo la puerta a la prepotencia, en la misma medida en que los regímenes democráticos han venido cediendo su sitio a los gobiernos autoritarios y a las prácticas cínicas y abusivas. Y a su vez, las promesas globales de paz, igualdad y civilidad se han venido rindiendo a la fragmentación, a la cultura parroquial y a la restauración forzada y violenta de las fronteras.
II.
Nada de lo que está sucediendo en el mundo nos es ajeno. Por el contrario, México está resintiendo cada vez más esa mezcla de resentimiento y encono que exacerba la prepotencia —y que despierta a su hermana discordante: la polarización— en sus múltiples y muy diversas manifestaciones y que amenaza la vigencia de los derechos, incluyendo el provincianismo que cierra las fronteras y estigmatiza a las personas migrantes. De eso trata este libro: de la tragedia que viven quienes se atreven a cruzar las fronteras mexicanas para tratar de llegar a los Estados Unidos, huyendo de las violencias que padecen en sus lugares de origen. Esas personas que se arman de valor, porque les han arrebatado todo lo demás, para recuperarse como seres humanos en un territorio distinto que, sin embargo, les es negado con nuevas formas de violencia y deshumanización.
Se trata de una acuciosa investigación de campo que se aprecia tanto por la claridad de su redacción, cuanto por el manejo puntilloso de los datos y las fuentes; sin embargo, sería injusto e insuficiente decir que vale la pena leerla solamente por su rigor, pues este libro es también un ensayo, una narración y una experiencia de vida. Conforme avanza, la obra se va derramando entre evidencias y reflexiones que merecen ser conocidas, porque no solo revelan la tragedia de los migrantes sino las raíces profundas de la prepotencia a la que me refiero. Y desde mi punto de vista, es esa otra orilla la que convierte a este libro en una denuncia tan conmovedora como indispensable. Mientras lo leía, me recordó, inevitablemente, La Isla de Sajalín de Antón Chejov: una investigación que no encaja con el resto de la obra del dramaturgo ruso porque su autor quiso honrar, con ella, su formación académica como médico pero que acabó escribiendo, quizás a pesar de su propósito, una de las narraciones más crudas que se hayan nunca sobre la crueldad. Anclado en un rigor científico que raya en la intransigencia, Chejov describe en su recorrido por aquel penal de la Siberia inhabitable, uno de los peores horrores de la miseria humana. El lector sabrá juzgar las distancias de esta comparación, pero lo que quiero subrayar es que la narración de Alethia Fernández de la Reguera sobre las estaciones migratorias
que existen en México, rebasa con creces los límites de una investigación académica valiosa.
El libro empezó a escribirse antes de la rebelión electoral del 2018, cuando se modificó la composición del poder en México, pero la evidencia abarca también los primeros meses de la nueva administración y da cuenta de las decisiones tomadas luego de la amenaza arancelaria planteada por el gobierno de Donald Trump al gobierno mexicano, ante la ola migratoria que vino de Centroamérica en 2019. Y lo que este minucioso relato demuestra es la continuidad y aun la profundización de una prepotencia que traiciona las promesas de la regeneración respaldada por una mayoría abrumadora de electores. El maltrato deliberado a los seres humanos que corren en busca de auxilio estalla en estas páginas en una explosión inexorable de conciencia.
Muy pocos conocen la epopeya de la migración centroamericana que atraviesa inevitablemente a México, y menos aún lo que ocurre en los campos de concentración en que se han convertido las estaciones migratorias. Al saberlo, es imposible no traer a la memoria algunos de los peores episodios del siglo xx en Alemania y la Unión Soviética, o los excesos cometidos por la revolución cultural china. Nadie podría sugerir que la comparación alcanza a la Solución Final que implementó Adolf Eichmann; no hay una sola línea en esta investigación que sugiera ese vínculo. Pero tampoco hay duda sobre las atrocidades que han ocurrido en esos campos de reclusión mexicanos ni tampoco sobre la flagrante contradicción entre el discurso político vigente y la vulneración sistemática de los derechos que se verifica todos los días en esos sitios. No se trata de un exterminio, ni mucho menos; pero sí del abuso y el alarde continuo del poder otorgado a una burocracia cuyo propósito explícito es la contención definitiva de la migración, mediante los métodos más degradantes.
Empero, no son las circunstancias políticas que estamos viviendo al concluir el año 2020 lo que merece más atención, porque esta obra informa sobre algo mucho más profundo de la cultura y de las prácticas políticas y administrativas del país. En palabras de la autora:
En esta investigación mi interés por explorar las subjetividades se debe a querer entender los comportamientos —por lo regular abusivos e indiferentes— de las personas burócratas hacia las personas migrantes. (…) Aprendí que la gestión de la ‘pena’ o la administración del ‘tratamiento’ ha adquirido formas más sutiles de violencia que no necesariamente tienen como objetivo el cuerpo de las personas
(Y añade): Quiero resaltar un elemento de la teoría del castigo moderno de Foucault, que es precisamente que el cuerpo y el dolor no son los objetivos últimos del castigo, sino el imponer castigos sin dolor físico: el castigo del alma
.
¿Por qué sucede ese abuso impersonal, sistemático y, a todas luces, contrario al cumplimiento de la ley? Dice la autora, citando a Presthus, que la burocracia crea
sujetos regulados, subordinados y despolitizados, con individuos que hacen suya y perfeccionan la contradicción entre lo que dicen y lo que hacen para ascender en la escala del poder dentro de la organización a la que pertenecen, o por quienes se enajenan como seres humanos hasta el punto de asumir la más absoluta indiferencia ante la contradicción entre sus convicciones y su obediencia, en aras de conservar su empleo o, por último, por quienes mantienen una posición ambivalente –que yo preferiría calificar como esquizoide– como críticos conscientes de su propia conducta reprobable, pero incapaces de renunciar a ella. Quienes participan de esas prácticas contrarias a la ley que dicen defender y que son evidentemente opuestas al discurso que repiten trasladan su propia alienación hacia las personas en las que se ceban: las deshumanizan. Vuelvo a las palabras de la autora:
Parece ser que en una institución total (como las llamó el sociólogo Erving Goffman) es más eficiente cumplir con las obligaciones de ordenar y disciplinar a las personas, que no son percibidas en su humanidad y que han mutado a ser objetos humanos
.
Pero esa mecánica implacable de las organizaciones que se cierran sobre sí mismas no podría existir sin el respaldo del Estado en el que actúan y sin la transgresión de las palabras que se emplean para afirmar su aceptación. De aquí que el estudio de las estaciones migratorias se desborde hacia una dimensión política mucho más amplia, pues someter a transgresores desde el monopolio legítimo de la coacción es cosa muy distinta que cancelar la libertad de las personas que migran hasta anular deliberadamente su condición humana. Y es a partir de este punto que la narración de Alethia Fernández de la Reguera nos lleva hacia el límite de la prepotencia que subrayo: esa que Hannah Arendt llamó el mal radical
en su versión moderna; es decir, la destrucción deliberada y sistemática de la personalidad del individuo en función de los objetivos superiores de los líderes políticos. Un mal que no se comete como desviación moral, ni tampoco como el resultado de una situación aislada —como lo observaría Philip Zimbardo en El efecto Lucifer— sino de manera sistemática.
Detrás de la producción de todas estas condiciones de hacinamiento, insalubridad y enfermedad como parte de la experiencia de detención, encuentro que el asco es una instrumentalización para el abandono, el descuido y el olvido de las personas migrantes —nos dice Alethia Fernández de la Reguera en esta obra—. (El asco) es un potente mecanismo para despreciar y humillar al ‘otro
.
Sin embargo, quienes participan de esa humillación la niegan o la justifican sobre la base de los fines superiores que dicen perseguir; no sólo la baja burocracia sino quienes los instruyen y los supervisan. Y es en esa negación consciente donde se oculta la amenaza principal a las normas y las instituciones diseñadas para contrarrestar la prepotencia, pues el lenguaje del poder las convierte en sus aliadas. Como advierte Victor Klemperer, así como se puede hablar del rostro de una época o de un país, la expresión de una época se define también por su lenguaje (pues) no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones y dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él
(LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo).
Por eso pienso que la oposición que Alethia Fernández de la