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Sildarus: Anatomía de la luz
Sildarus: Anatomía de la luz
Sildarus: Anatomía de la luz
Libro electrónico263 páginas3 horas

Sildarus: Anatomía de la luz

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Las respuestas están en las señales. Ella las tiene todas.

Pía vive con la sensación de un profundo vacío. Sospecha que su pasado es más remoto que la humanidad. Con un cuerpo mutilado, un murciélago que habita en su estómago y una voz que insiste en que ha llegado el momento, Pía se embarca en una aventura épica.

Esta es la historia de una identidad fracturada. En una mezcla de realismo mágico y fantasía, en un mundo alterno conectado al nuestro, entre criaturas peculiares que representan el balance universal a través de los elementos -aire, fuego, tierra y agua-, Pía se enfrenta a fuerzas malignas poderosas que buscan destruir el mundo, acompañada de la luz, de la muerte y del amor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 nov 2019
ISBN9788417813758
Sildarus: Anatomía de la luz
Autor

Sarah Rubí

Sarah Rubí nació en la isla de Puerto Rico. Ha vivido la mayor parte de su vida en la isla, con periodos en la República Dominicana y México. Es bióloga, doctora en medicina y madre educadora en el hogar. Desde pequeña escribe historias, poesías y ensayos, inspirada por el amor irracional hacia la literatura y las palabras. Adora los lápices, los árboles y las ideas que giran entorno a la identidad y a la trascendencia. Su primer cuento corto publicado, Elefante, ganó el primer lugar de la Competencia Literaria Small Axe 2017. Sildarus, anatomía de la luz es su primera novela, y gira en torno al tema de la identidad, en una historia sensible, poética y mágica que te transportará a otra dimensión. Actualmente, trabaja en su segunda novela.

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    Sildarus - Sarah Rubí

    Capítulo 1

    Correo alternativo

    Sentada al pie de su cama, Pía extiende su brazo, agarra una botella de cristal entre varias que aún están vacías sobre el escritorio y sopla hacia el interior las palabras que tiene atoradas en la garganta. El cristal refleja su cara y Pía piensa que no se reconoce. Piensa que el reflejo miente, que ella es otra, que su verdadera cara está detrás de esta máscara.

    —Espérame. Ya no tardo —dice con una voz propia de aquel que habla por teléfono con pleno conocimiento de quién es su interlocutor. Pero ¿quién puede ser el interlocutor cuando se habla hacia el interior de una botella?

    Una vez fuera de su cuerpo y de su voz, las palabras se precipitan hacia el fondo del envase, invisibles a través del cristal marrón oscuro de la botella, que fue específicamente ordenada por Pía, con el propósito de cumplir su necesidad peculiar de enviar mensajes a través del océano como un sistema de correo alternativo.

    Pía enrosca la tapa de la botella y la coloca junto a otras que están en el suelo. Luego, se queda sentada y mira por la ventana durante largos minutos.

    Al otro lado de la puerta de la habitación, Eugenia, su madre, se enfrenta a sus propios demonios internos. Una sensación de terror, de angustia y tragedia, le recorre los huesos como un tren urbano con un itinerario específico y programado sin saltarse ni un destino. Algo dentro de ella desea que su hija deje de ser su responsabilidad.

    Pía, por su parte, está convencida de que ha tenido otras vidas, aunque no las recuerde, y sabe que las mutilaciones a las que ha sometido su cuerpo se deben a la voz dentro de su cabeza que le indica lo que debe hacer. Mañana, sin embargo, será diferente. Mañana, después de cumplir los dieciocho años, se dedicará en cuerpo y alma a encontrar la verdad.

    Varias gotas de lluvia inician un aguacero y, mientras caen, golpean el cristal de la ventana y traen un recuerdo reciente pero trascendental que tiene que ver con su pasado…

    Pía y Eugenia acaban de llegar de Argentina. Desde pequeña, Pía demuestra gran aptitud para el arte, y Eugenia, que es artista, la lleva por todo el mundo a conocer las mejores obras de arte y a tener las experiencias culturales más enriquecedoras. Claro que Eugenia utiliza esto como una excusa a su incapacidad de estar en un solo lugar y para mantener una reputación de buena madre ante la ausencia de testigos. Su naturaleza es inestable y la existencia peculiar de Pía le da la excusa perfecta para justificarse.

    Ahora que el tiempo entre madre e hija se acaba, Eugenia ha estado pensando en todas las cosas que tiene que hablar con Pía. Hace mucho tiempo que guarda información que ahora toca revelar. Si Pía tiene una enfermedad mental como cree su padre, Esteban Paz, ya es demasiado tarde; Pía decidió que se va de casa. La brecha entre madre e hija se ha vuelto cada vez más grande y Pía no recapacitará.

    Hace dos días, antes de regresar a México, madre e hija visitaron el Museo de Arqueología de Alta Montaña, en Argentina. Pía se estremece al recordar lo que allí sintió.

    El cuerpo de una joven momificada se encontraba en exhibición, una niña congelada en el tiempo en su temprana adolescencia. Todos los presentes observaban a la momia, con horror y asombro, y Pía, sin saber por qué, sentía que la miraban a ella. Trató de controlar sus respiraciones y, sin poderlo evitar, se ausentó de aquel momento en un trance y sintió que ella misma era aquella niña y revivió lo que había vivido. En los gestos de su cara y en la actitud de su cuerpo encorvado, Pía se encontró. Así que volvió a sentir el frío de aquella noche, cientos de años atrás. Un frío tan intenso que no se venció con el calor de su pecho, que latía acelerado por los nervios. Un olor áspero y picante le recordó la lluvia y también la sensación de desamparo y desolación que con frecuencia experimenta, tanto en esta vida como en aquella que aparentemente también le perteneció, y abrazó todos sus pensamientos. Se sintió atrapada en su propio cuerpo, quiso salir corriendo, pero aquella mezcla que le dieron para masticar, saborear y tragar a la fuerza provocó que su cuerpo se moviera lentamente. Aunque todo lo podía ver, la combinación del frío y de la coca produjeron un adormecimiento muy fuerte en todo su cuerpo. Sin darse cuenta, y tocándose el pecho con la sensación de que su corazón corría más rápido que nunca, comenzó a llorar desconsoladamente e inclinó su cabeza con resignación, mientras sus lágrimas se endurecían al instante, víctimas del frío. Y, encarnada en el cuerpo de aquella niña, bajo la lluvia, mientras moría de frío, tuvo la certeza de que la muerte le saldría muy cara y que tendría que volver para cumplir sus objetivos. ¿Reencarnar? Aquella muchacha sabía algo que Pía no sabía hoy. Pía lo intuye por la intensidad de los sentimientos con los que se ha enfrentado a través de este recuerdo.

    Así volvió a ser Pía y reconoció un recuerdo de un momento pasado, de una vida previa en la que le dieron «el gran privilegio» de ser parte de fuerzas que eran conocidas como dioses, y pensó en la ironía que todo ello sugería, porque todos sus sentidos le indicaban que debía huir de ellos, de los dioses.

    Lentamente, salió del trance y notó a las demás personas a su alrededor. Sus ojos se concentraron en los de su madre, pero la gente, curiosa, no paraba de preguntar: «¿Qué te pasó? ¿Te impresionaste al ver a esa niña?».

    Pía sintió deseos de gritar, pero no lo hizo; desde pequeña había aprendido a guardar silencio. En cambio, preguntó a la voz en su cabeza: «¿Esa era yo?». La voz le respondió con el tono áspero, granular y familiar para Pía: «Sí, eres tú. Eras tú».

    Eugenia, cansada pero acostumbrada a las intensas manifestaciones emocionales de su hija, al lado de las cuales lo ocurrido en el museo constituía una tontería, arropó los hombros de Pía y, con gestos apacibles, la dirigió hacia la salida.

    Desde hace tiempo, Eugenia siente terror de que Esteban tenga razón y que los episodios de Pía sean en realidad una terrible enfermedad. Después de todo, él es psiquiatra. Esto sería horrible en primer lugar porque Esteban tendría razón, pero mucho más horrible porque demostraría que ella como madre es un total fracaso.

    Pía suele llorar en silencio porque sabe que todo esto es solo el principio, que le falta mucho por saber. La impotencia que siente cuando le ocurre uno de estos episodios es insoportable. Ella sabe que la ansiedad en los seres humanos se somatiza como mariposas en el estómago, pero para ella, no. Pía, en lugar de mariposas, tiene un murciélago. Sabe que tiene un pasado crucial y también sabe que lo tendrá que averiguar sola. A pesar de la cercanía física de Eugenia, en los ojos de su madre puede percibir la barrera que existe entre ellas. ¿Es miedo? No, es cansancio; más bien, hastío. Pía sabe que Eugenia jamás será cómplice de esta locura. Su padre, de saberlo, pensará nuevamente en medicarla. Él dice que los pensamientos de Pía y su convicción sobre vidas pasadas son producto de una enfermedad mental; incluso ha mencionado el tabú de la esquizofrenia. Esteban es un psiquiatra respetado e insiste en iniciar un tratamiento, pero Eugenia no lo ha permitido nunca.

    Desde que Pía era pequeña, ha habido múltiples discusiones a partir de múltiples eventos extraños y todos estos desacuerdos entre sus padres acabaron con un amor que parecía no tener límites. Eugenia no quería vivir atada al estigma de una hija esquizofrénica, y entonces el límite se interpuso entre ella y Esteban. Pía siempre ha creído que sus trances, sus sueños, las voces y los recuerdos no son producto de ninguna enfermedad. Ella siempre ha sabido que lo que tiene es un pasado, una historia.

    Mensaje en una botella

    Algunos de los mensajes que Pía envía están escritos en papel. Cuando la voz no responde y no ocurre lo que su padre llama «breves episodios de catatonia», ella escribe cartas y, de igual manera que las palabras en las botellas, las envía hacia el océano. Inició esta práctica de pequeña, cuando iba a la playa, y, a veces, repite la información por si se extravía alguna carta o alguno de sus mensajes hablados.

    Una de las cartas dice así:

    Hola. Soy Pía. Espero que te encuentres muy bien. Te escribo porque se acerca el día en el que seré libre. Mi padre es mexicano y mi madre es italiana, pero yo siento que no tengo nacionalidad, siento que soy universal.

    Nací en una familia acomodada, pero no tengo nada. Ni pertenencia, ni amparo. Suelo escuchar las palabras «distante y extraña» cuando se refieren a mí. No me siento parte de mi familia. Muchas veces me siento culpable, pero desde pequeña sé que soy distinta. Distinta hasta el punto del miedo. Y es que he mutilado mi cuerpo porque hay voces en mi cabeza que me dicen lo que debo hacer. Estoy segura de que mi madre también siente miedo; lo veo en su mirada, en su manera cautelosa al tratarme.

    Mi padre cree que tengo un trastorno mental, pero tengo la determinación de descubrir quién soy, de dónde vine y por qué estoy aquí.

    Creo, sospecho, que sufro algún tipo de amnesia.

    Por favor, responde. Necesito tu respuesta.

    Pía

    Capítulo 2

    Recuerdo anatómico

    Cuando Pía tenía cinco años, Eugenia y Esteban aún estaban juntos. Un recuerdo en particular flota en la memoria de cada miembro de la familia Paz: Pía jugaba en su habitación. Su madre fue a buscarla para que fuera a cenar y la escena que presenció cambió toda su vida. Eugenia recuerda que la sábana de la cama estaba manchada de sangre. Pía estaba sentada con la espalda recostada en la cabecera. Su cuerpo pequeño y el momento gigante y pesado contrastaban como contrasta una pintura de Basquiat contra una pared blanca. La cabeza de la niña estaba inclinada hacia un lado y algunos capilares se dejaban ver como arañas en la superficie de la delicada piel de sus mejillas. Sus ojos, de pupilas contraídas, estaban enfocados en la pierna izquierda que estaba flexionada y reposaba sobre la cama que recibía un flujo sanguíneo escaso y rojo que terminaba como una mancha de pintura. En la mano izquierda, la niña sostenía una navaja con la que escribía, con especial cuidado, palabras que corrían por su pierna, desde la rodilla hasta el tobillo. Eugenia se quedó inmóvil por algunos minutos hasta que pudo acercarse a su hija y retirarle la navaja de la mano. Pía había levantado la vista en aquel momento. Hoy, Eugenia recuerda en cámara lenta el rostro de la niña como una paradoja, porque, aunque sus ojos rodeados de ojeras tenían un aspecto lúgubre, no había lágrimas o gestos de dolor que crearan una sensación de necesidad emocional por parte de Pía; no había nada que le exigiera a Eugenia realizar alguna acción específica.

    Eugenia no sabe cuánto tiempo permaneció al lado de Pía presionando la sábana contra sus piernas para detener la sangre.

    Como su mujer y su hija no bajaban, Esteban subió a ver qué pasaba y se detuvo frente a la puerta. Sus ojos se apagaron como se apagan los fuegos artificiales tan pronto emiten su luz; no quedó nada de luz en ellos, solo algo opaco y oscuro que se encargó de poner fin a la situación.

    La niña no había presentado episodios anormales ese día. Esteban recuerda que le envió una sonrisa a la niña y que ella no sonrió en respuesta. Pía era diminuta, delicada y frágil. Una preocupación constante.

    Esteban buscó un estuche de primeros auxilios y regresó con este a la habitación. Sin mediar palabras con Eugenia, se sentó en el borde de la cama y curó las heridas que Pía se había autoinfligido mientras la niña repetía una frase irreconocible que le había dicho la voz dentro de su cabeza: «Thristle leis e as mortar soron Emeth Meth», y que coincidía con las palabras escritas en sus piernas.

    En cuanto terminó de curarla, Esteban se puso de pie y, seguido por Eugenia, llegó hasta el teléfono para llamar a su colega Israel, que se especializaba en problemas psiquiátricos manifestados durante la infancia. Eugenia se opuso. Una parte de ella no quería vivir estigmatizada, pero la otra parte tuvo en realidad la necesidad de proteger a Pía de una vida intoxicada por químicos.

    Después de aquello, fueron los tres a la mesa, aunque nadie comió.

    Pía recuerda un vacío en la boca del estómago que tal vez fue hambre o tal vez no. Recuerda también una sensación de abandono, de exclusión, de soledad. Y recuerda a su padre mientras cortaba un tomate en cubos diminutos.

    Ese día, después de la cena, Esteban y Eugenia se separaron. Cuando su padre se marchó, Pía lo observó desde una ventana abordando su auto y alejándose de manera física para igualar la distancia emocional.

    Así que este recuerdo fue y es para todos como un teratoma. Está lleno de dientes, de pelo y de uñas, pero no es nada específico. Es simplemente algo sólido en el cuerpo de esta familia que no les permitió funcionar.

    Mensaje en una botella

    En mis piernas, he grabado una frase. «Thristle leis e as mortar soron Emeth Meth». ¿Sabes lo que significa? Algo fundamental depende de esas palabras. La mutilación es consecuencia de una necesidad que sobrepasa aquello de lo que soy consciente. Cubro mis brazos y mis piernas para que nadie pueda ver esto. Tengo que averiguarlo.

    Capítulo 3

    Diagnóstico errado

    Hoy, Esteban terminó temprano sus consultas y está en su oficina, donde suele pasar las horas después del trabajo leyendo, para pasar el tiempo y no llegar a su apartamento. Esta tarde, entre lecturas, encontró uno de sus viejos trabajos sobre el poder sanador que produce la música en los enfermos mentales y piensa en la enfermedad de su hija, en los momentos más oscuros, y una mueca de frustración se establece en su cara. Todos sus esfuerzos para incorporar la música a la vida de Pía con el propósito de salvarla de una enfermedad infame han sido inútiles. Ha perdido su vida entera en esta empresa y nada ha dado resultado. Lo que Esteban no sabe es que con los hijos nunca se pierde el tiempo. Eugenia nunca lo apoyó, pero es ridículo que la hija de un psiquiatra, padeciendo una enfermedad mental, no reciba tratamiento adecuado. Además, cada texto revisado, cada libro leído, confirma su sospecha. Da una mirada por sus anaqueles, donde tiene decenas de libros sobre la esquizofrenia, entre ellos, The Eden Express, de Mark Vonnegut, diferentes ediciones del libro DSM y las últimas ediciones de la Revista mexicana de psiquiatría infantil, así como las ediciones que le parecen más relevantes de The American Journal of Psychiatry.

    Se sirve una onza de absenta en un vaso de cristal. Coloca la cucharilla perforada en posición perpendicular al vaso y un bloque de azúcar sobre esta. Entonces vierte agua fría por encima y agita el líquido hasta liberar al hada verde, lo que indica que está listo.

    Abre el periódico en la primera página y lee:

    Pía Eugenia Paz Prampano —la joven artista prodigio—, hija de los conocidos millonarios Dr. Esteban Paz y la también artista Eugenia Prampano, realizará esta temporada navideña una subasta de sus obras para beneficio de las personas sin hogar. La subasta será realizada en la Explanada Principal de la Universidad Estrella, donde la artista, además de conducir un programa de ayuda para otros jóvenes artistas en desarrollo, estudia Antropología y Arqueología en el programa académico dirigido por el Profesor Ignacio Carranza.

    La subasta será el 29 de diciembre a las 9:00 pm.

    ¡No te pierdas esta oportunidad!

    La artista dará, además, una conferencia sobre su Técnica Microelemental.

    El periódico Estrella de la Humanidad, que publica la Universidad Estrella mensualmente, no falla en tener una noticia relacionada con los Paz en cada impresión. Además de ser una familia distinguida, el carácter benefactor que tienen en la universidad les otorga protagonismo en la institución.

    Esteban pasa una mano por su cabello oscuro. Sus movimientos programados, lentos, nunca impulsivos, son parte de sus características peculiares. Toma un sorbo del licor que acaba de preparar y piensa en su hija.

    Desde hace tiempo, Pía insiste en vivir sola y ser independiente. A partir de mañana, no podrá evitarlo, aunque todavía tenga dudas sobre ello. Mañana, esquizofrenia o no, Pía será independiente al cumplir sus dieciocho años. Esteban piensa también que esto liberará a Eugenia de las cadenas de su hija y sospecha hace tiempo que su exmujer quiere ser libre.

    Para él no hay otra explicación al comportamiento de Pía que la locura. Cada noche recuerda aquel momento, entre otros, en que Pía, al cumplir los cinco años, infligió heridas en su cuerpo. Recuerda también que más de una vez la encontró hablando sola para descubrir, según afirmaba Pía, que alguien le decía cosas que ella tenía que cumplir. Esteban está seguro de que Pía está enferma. Esto lo llena de vergüenza, pero es su hija y siente la necesidad de verla. Así que, levanta el teléfono, se echa para atrás en la silla reclinable y mira hacia el techo. Esto evita que perciba lo que se avecina, aunque realmente no habría servido de mucho. La perilla de la puerta se mueve ligeramente, pero él no lo nota. Una sombra antropomorfa se dibuja sigilosa en la pared opuesta donde brillan las luces de un pequeño arbolito navideño. Mientras, los dedos de su mano derecha acarician el nombre de Pía impreso en el periódico y luego marcan el número de

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