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El Diablo Sobre La Isla. La Trilogia
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Libro electrónico597 páginas9 horas

El Diablo Sobre La Isla. La Trilogia

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EPISODIO 1: Carlos, un reputado asesino profesional, llega a Mallorca para cometer tres asesinatos. Mientras recorre la isla con Tania, la hija del magnate hotelero al que le han encargado matar, empieza a recordar con amargura los acontecimientos que, cinco años atrás, vivió en ese mismo lugar. En aquel entonces, enviado por una organización criminal china, buscó un piso de estudiantes en Palma para pasar desapercibido. Allí vivía Elena, de la que no tardó en enamorarse, pero el miedo a que ella descubriera su verdadera identidad y a perderla y la traición de sus jefes le llevó a una espiral de engaños y muerte que casi acaba con la vida de la propia Elena. De vuelta a nuestros días y mientras va eliminando a sus objetivos, Carlos conocerá un secreto que condenará su alma para siempre. El diablo sobre la isla es en definitiva una historia de amor llevaba a un extremo inimaginable en la que se funde juventud, pasión y tragedia.

EPISODIO II. VENGANZA: Carlos, recibirá en esta ocasión un encargo muy especial de una fundación estadounidense: ejecutar la denominada "justicia histórica". Aceptará el trabajo a regañadientes impactado por la fotografía de una mujer, María García, a la que debe vengar, con la esperanza de lograr olvidar a Elena y de reencontrarse algún día con su desconocida hija Inés. Esta vez irá acompañado de Esther, que se cruzó en su vida de una manera fortuita y con la que formará un vínculo sangriento que recorrerá varios continentes. Carlos, siempre pendiente de sí mismo, no adivina que acaba de crear un monstruo peor que él.

EPISODIO III. PERROS DE GUERRA: Carlos desea a toda costa olvidar a Tania y todo lo que ella significa. Se instala en un pequeño pueblo de Marruecos llamado Taghazout. Pero nada es fácil ni lo será nunca para el asesino que ya ha sembrado de muerte varios continentes. Un niño de nueve años entrará en su vida y le obligará a experimentar sensaciones que nunca había imaginado. Los mercenarios del fondo de inversión más poderoso del planeta llegarán a Taghazout para acabar con él. Se ha inmiscuido en asuntos que no son de su incumbencia, pero no puede echarse atrás, se lo debe a ese niño que, de manera involuntaria, arrasará sus sentimientos.

OTRAS OBRAS DE JOAN PONT

FICCIÓN

Serie El Diablo sobre la isla

1-El Diablo sobre la isla.

2-Venganza

3- Perros de Guerra

Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)

NO FICCIÓN

Sí quiero. Si puedo. Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.

LIBROS CON EL PSEUDÓNIMO J. P. JOHNSON

Serie El Quinto Origen

1-Stonehenge

2-Nefer-nefer-nefer

3-Un Dios inexperto

4-El sueño de Ammut

5-Gea (I)

6-Gea (II)

Serie La Venganza de la Tierra

1-Mare Nostrum

2-Abisal

3-Phantom

4-Un mundo nuevo

5-Ultra Neox

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2021
ISBN9781005580292
El Diablo Sobre La Isla. La Trilogia
Autor

Joan Pont

Joan Pont, que publica sus grandes sagas con el pseudónimo J. P. Johnson, vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas El Quinto Origen, La Venganza de la Tierra y El Diablo sobre la isla, además de la serie de autoayuda Sí, quiero. Sí, puedo.LIBROS DE J. P. JOHNSON.Serie El Quinto Origen1-Stonehenge2-Nefer-nefer-nefer3-Un Dios inexperto4-El sueño de Ammut5-Gea (I)6-Gea (II)Serie La Venganza de la Tierra1-Mare Nostrum2-Abisal3-Phantom4-Un mundo nuevo5-Ultra Neox6-Éxodo.Glaciar. (Ecothriller)La Chica de la Gran Dolina. (Tecnothriller)The Black Book. Una historia del metaverso.OBRAS DE JOAN PONT.Serie El Diablo sobre la isla1-El Diablo sobre la isla.2-Venganza.3-Perros de Guerra.Serie Benet.1- Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)2- Puro MediterráneoNO FICCIÓNSerie "Sí quiero. Si puedo" (Traducida a múltiples idiomas)1-Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.2-Consejos imprescindibles para prosperar económicamente en la vida.3-¡Socorro, mi hij@ quiere ser youtuber!4-Los 12 mandamientos de la autopublicación independiente.5-En Busca de Tu Equilibrio. Las claves del pensamiento estoico.Serie juvenilUna mascota para Tom (traducido a múltiples idiomas)Encuentra a J. P. Johnson / Joan Pont en:Email: pontailor2000@gmail.comWebsite: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnsonTwitter: @J_P_JohnsonFacebook: facebook.com/pontgalmesInstagram: j.p.johnson1

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    El Diablo Sobre La Isla. La Trilogia - Joan Pont

    EL DIABLO SOBRE LA ISLA

    Joan Pont

    "Ese chico, solo con veinte años… y ya tiene un jodido cementerio a sus espaldas

    Para Cristian

    El Diablo sobre la isla.  

    © Joan Pont Galmés [2018) 

    Todos los derechos reservados.   

    5 de Julio. Palma de Mallorca

    -Eso significa que el hecho de que estés ahora hablando conmigo es una especie de milagro - me ha dicho Tania, evidentemente aburrida. 

    -Algo así… lo que tengo claro es que, salvando ciertas casualidades, ahora debería ser simplemente polvo flotando en el aire - he dicho yo, pareciéndome hablar con un tono implorante, aunque ella no pueda ayudarme, quedó muy claro esta mañana, antes de empezar  mi confesión. 

    -Claro, desde luego... 

    Ella es Tania Montserrat, hija de un rico hotelero. Las manecillas de mi reloj señalan las dos de la tarde, la hora del Mint Julep, cuando la perezosa sirena del transatlántico Aida poniendo  rumbo a Barcelona cruza la agostada bahía de Palma y viene a morir junto a nosotros: ¡Tuuuuuut!, un rumor gutural que hace vibrar  las paredes de todo el edificio, formadas por  esa piedra arenisca a la que llaman aquí marés, tan íntimamente ligada al Mediterráneo. 

    -No has vuelto a ver a esa chica, Elena, en todo este tiempo… - añade ella; su rostro huesudo, triangular, y aterciopelado. 

    -Es lo que te acabo de decir. 

    -¡Oh! ¿No es ya hora de tomarse una copa? 

    Levanta la mano con una lentitud abrumadora. Desde la sombra del salón toma de  pronto corporeidad el mayordomo camboyano, Nguyen Huynh.  

    -¡Dos Juleps, Nguyen! 

    Un sol implacable inunda la terraza bajo cuya pérgola nos encontramos, un magnífico ático propiedad del padre de esta mujer tan joven y perpleja ante el paso de la vida; la finca renacentista de tres pisos primorosamente restaurada pareciendo cabalgar vacilando sobre la muralla medieval y el desértico, a estas horas de la sobremesa, Parc de la Mar. Levantando algo la vista, no mucho, y superando el repecho de ese murete encalado que limita el ático bordeando el vacío, el cobrizo tapiz de tejados, chimeneas y campanarios del casco antiguo de Palma aparece velado por una franja de humedad y salitre, provocándome una indolencia pesada, inverosímil, rayana en lo absurdo. 

    -Quise tanto a Elena que casi acabó conmigo ¿Te lo puedes creer? ¡Conmigo! 

    -El sexo es la mejor manera de destrozar el amor - musita ella. 

    -¿Y quien lo dice? ¿La revista Cosmopolitan? ¿Vogue? 

    -Vamos, dime que no destrozó lo vuestro…. 

    -Esa no fue la causa. 

    -Ja, ja, ja, me matas, Carlos, me matas. Siempre lo es... 

    Se ha incorporado en su nueva tumbona de diseño Beo Collection y, desde el reverso de sus gafas ha esgrimido un deberías buscarla… tan asténico que me ha obligado a revolver mis recuerdos para comprobar que acabo de explicarle quién soy en realidad: un assassin, un sicario a sueldo. Siempre pensé que cualquier persona reaccionaría ante mi historia como si un vampiro descubriera de repente su ctónica naturaleza ante un mortal: atónita expresión, cuerpo paralizado por el exceso de adrenalina, la idea de lo cruel y desconocido y violento acaparando su respiración… pero Tania no ha reaccionado en modo alguno. Simplemente nada, la mirada lánguida tras los cristales de Gucci. 

    Aunque al fin, tras varios minutos, parece cobrar vida: 

    -Me hubiese gustado vivir algo así, Carlos… ser capaz de amar con esa coherencia que ofreces a tu existencia… Si encontraras a esa chica me gustaría conocerla. ¡Oh, cuando deje de hacer tanto calor encuéntrala! ¿Lo harás, por favor?- evidentemente le atrae la parte romántica de mi historia. 

    -Sí, Tania, lo haré, trataré de encontrarla, pero tengo que estar preparado, y te juro que no lo estoy…  

    La miro e intento atisbar en sus ojos un resquicio de miedo, pero ella, ahí, tumbada, contemplándose las uñas; es que Tania es inmune a la constatación de mi increíble dicotomía, y a veces pienso que es también inmune a la muerte, quiero decir que podría mirar a los ojos de la muerte pensando en la próxima marca de bronceador que va a comprarse, sé de lo que hablo. Por eso casi he estado a punto de contarle que, en realidad, he vuelto a la isla para matar a su padre, un ajuste de cuentas muy bien pagado por la mafia de Ámsterdam. Ese hombre, Gabriel Montserrat, había levantado su imperio hotelero con un dinero que no era suyo y ahora se negaba a pagar los intereses. Había sido advertido varias veces hasta que me habían llamado a mí. Se esperaba que su sucesor, el vicepresidente de la compañía, no dudaría en cumplir los compromisos. Las palabras en boca del pasante sentado ante mí en aquella mesa del café Bizon, en la Karperburg 7, fueron cometer un asesinato nada complicado. Por mi parte aquel día lluvioso en que acudí a la cita, en el momento en que me era servida una gran jarra de cerveza que era mi desayuno, fue oír de nuevo el nombre de Mallorca y encenderse algo dentro de mí, estallar de súbito en lo más profundo de mi subconsciente, como en una relación 22/67/11. 

    -Cuando Elena me hirió en lo más hondo del corazón… ¡Ufff! ¡Se acabó todo! Ya no había planteamientos, ya no había plan alguno, tan solo improvisar e intentar retenerla, poseerla, un día, un segundo más… ¿Y todo para qué…? Es como tener dentro un tumor maligno. Eso es lo que me ha ocurrido durante todos estos años lejos de esta maldita isla de Mallorca, el tiempo que llevo sin ver a Elena.  

    Tania me mira, asiente divertida, baja la guardia y se relaja en la hamaca azul que emite un quejido metálico, esbozando su sonrisa gatuna, desperezándose ruidosamente. Desde su Ipod, que se estremece sobre su estómago, me llegan las notas de We’re gonna Rock Around the clock, de Haley, Bill & The Comets. 

    -¿Cómo un Alien?- dice, de repente. 

    -¿Qué?  

    -Lo del tumor maligno que dices que llevabas dentro… ¿se asemeja a un Alien? Ya sabes, Sigourney Weaver, la teniente Ripley… 

    -¡Ja, ja, ja! - mi vacía risa se llena de su inocencia. 

    Deben ser ya casi las tres, por la posición del sol, justo encima de la lona blanca que cubre la mitad de la lujosa terraza ajardinada en la que descansamos. De pronto entra de nuevo Nguyen Huynh, el mayordomo, levitando como un fantasma, el traje típìco camboyano de seda que viste apenas esbozando un rumor parecido al aletear de las moscas en el aire caliente. Trae sopa amarga del Khmer y Samlor Kako. Una semana más aquí y acabaré odiando la comida oriental que tanto me gustaba, por abotagamiento de los sentidos básicamente. ¿No has podido coger un cocinero mallorquín, de la escuela mediterránea?, protesto sin éxito. Comemos en silencio, sudando. Después del café me llegan las notas de Party Doll, de Buddy Knox. 

    -¿Qué demonios estás escuchando? 

    -La WNNJ, de New Jersey, a través de Internet. The Tri-State 's Classic Rock Station. 

    -Me gusta. 

    -Lo sé - susurra ella. 

    -¿Lo sabes? ¿Cómo? 

    -¿Nadie te ha dicho nunca que te pareces un montón a John Milner? Pués por eso lo sé.  

    No he contestado… Sí que me lo han dicho, lo de John Milner, en concreto dos veces, con esta tres. Las anteriores ocasiones fueron hace cinco años. 

    Después de almorzar Tania suele cambiar de sitio en la terraza y se traslada a las hamacas para aprovechar al máximo el fulgor del sol que se nos escapa, en dirección a Andratx, pero antes, ebrios de Dom Perignon, echamos mano a la parafernalia de los complementos. Yo me pulverizo todo el cuerpo con una leche protectora solar fresca que se vaporiza como una bruma. Para el rostro un hidratante en crema-gel sin perfume ni aceites y protector solar alto. Todo sugerencia suya. Por su parte, ella se aplica un spray protector solar para cabello expuesto al sol. Lee en voz alta las indicaciones que Rebecca, su personal trainer, le introduce, junto a los nuevos descubrimientos farmacéuticos, en una bolsa de plástico de Exté: Los labios no disponen de protección solar natural como el resto de la piel (…) contienen menos melanina y, al ser una semimucosa, su capa córnea es diferente (…)  

    -¡Mmm…! - la gata asiente maquinalmente y desenrosca el tubito con las yemas de sus largos dedos. Sus gestos delatan un sublime desentendimiento de cualquier cosa que exija un mínimo de reflexión; de hecho creo que ha olvidado ya por completo la parte tenebrosa de mi historia, y me admira mucho más que antes al ser yo para ella una especie de mártir del amor: llegué a Mallorca, conocí a una chica, la amé y ella me arrastró a la locura; al cabo de cinco años regreso, aplastado por la melancolía, al lugar donde ocurrió todo…  

    ¿Qué hago yo aquí en realidad, en este lujoso ático con Tania? La estoy usando para acercarme a su padre y matarle, eso es todo. Siempre hay algo que me impulsa a buscar la compañía de alguien cuando voy a segar la vida de los demás, no lo puedo evitar, es parecido a lo que ocurrió la otra vez con Elena, aunque entonces aquella chica universitaria de diecinueve años, los mismos que tenía yo, entró a formar parte de mi vida por casualidad, no como Tania. A Tania la he buscado y me he metido en su vida para cumplir mi misión. Posiblemente acabará muerta, qué le vamos a hacer.  

    -A veces pienso que soy como Ulises…- murmuro. 

    -¿Cómo? - dice ella, pero a mi me cuesta seguir hablando, bajo la cuadrícula de sombras azuladas que la buganvilia proyecta, en la tarde embriagada de calor, sobre todo lo visible ante nosotros, y quiero únicamente pronunciar tres sílabas : E-le-na, y recordar con precisión los detalles mientras el sol brilla en el color de herrumbre de las aguas someras del Parc de la Mar, ahí abajo, dibujando formas chinescas en los modillones, donde dirijo mi mirada. 

    8 de Julio

    Estamos fondeados en medio del puerto de la pequeña isla de Cabrera, a bordo del ostentoso yate Azimut 98 Leonardo que Tania ha pilotado la mayor parte de la travesía desde Puerto Portals. Antes de salir le han metido a esta sedienta embarcación veinte mil euros de gasolina como quien no quiere la cosa. En el mar había fuerza tres, marejadilla. Frank, el rubio capitán holandés, sujetaba impávido a Tania firmemente a su espalda mientras el casco golpeaba las olas bajo el sol implacable con sus dos mil caballos de potencia, y yo daba tumbos sobre el solarium amenazando con alimentar a los peces con los gintonics que había tomado durante la mañana. 

    Como no sabía nada sobre el mencionado lugar me han pasado algunos libros. En ellos aprendo que el Archipiélago de Cabrera es un conjunto de islotes declarados Parque Nacional Marítimo Terrestre el 29 de abril de 1991. Se encuentra a diez kilómetros del cabo de Ses Salines, la parte más meridional de Mallorca. Tiene un gran valor natural, ya que debido a su aislamiento a lo largo de la historia ha llegado hasta nuestros días prácticamente inalterado: el paisaje litoral de Cabrera se puede considerar uno de los mejores conservados de las costas españolas, y uno de los mejores de todo el Mediterráneo. Cobija asimismo importantes colonias de aves marinas y especies endémicas. Debido a su riqueza biológica también ha sido declarada como ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves). Cabrera y los islotes mayores fueron visitados por fenicios, bizantinos, cartagineses y romanos. Fue usada como cárcel debido a su aislamiento tras la batalla de Bailén y, hasta la declaración de parte natural fue un campo de prácticas de tiro del ejército español, lo que ayudó a preservarla de la especulación urbanística.  

    Tras la montaña rusa de la travesía, ya con el motor aminorado, Tania me ha obligado a subir al flybridge por la escalera de vidrio para enumerarme cada uno de los islotes que íbamos viendo, y que conforman la antesala del parque natural. En la radio sonaba a todo meter Why do fools fall in love, de Lymon, Frankie & The Teenagers. 

    -¿Ves ese faro? Es na Foradada. A continuación se encuentran s’Illot Pla, na Pobra, na Plana y l’Esponja, un conjunto de pequeñas islas e islotes. ¡Mira aquellos cormoranes! Esa es l’Illa dels Conills - me ha estado contando durante bastantes millas. Veo que todos ellos no son más que inhóspitos y ennegrecidos islotes de piedra kárstica azotados sin tregua por el mar. - Y, finalmente, na Redona, la más cercana a Cabrera… 

    Asiento ante sus explicaciones intentando demostrar un mínimo de interés, pero no consigo concentrarme en nada, excepto, quizás, en la música que el viento arrebata desde los altavoces extruidos bajo la periferia del toldo arremolinándola sobre la blanca estela que, con esfuerzo, desaparece entre lo azul. 

    Lentamente hemos entrado en el puerto, lleno de barcos de todos los tamaños, entre ellos el Beach Sunshine, de cincuenta metros de eslora, ocupando casi toda la bocana.  

    -Es de un constructor… Prefiero mi Leonardo - me espeta Tania, muerta de envidia, para añadir: -¡Papá debería cambiar de estrategia! El negocio de la construcción da mucha más pasta que el turismo. 

    De pie sobre el flybridge observo que el entorno general de esta isla es reseco, arrasado por el implacable vaho del mediodía. Piedra, roca, garriga dura, robusta y rala, fauna aún más resistente y escasa. Al fondo de la pequeña bahía hay una breve playa de arena silícica y grava, donde decenas de personas se apiñan con sus toallas multicolores. A nuestro babor diviso el puerto, con una apariencia de abandono, y tras él las instalaciones de la reserva natural, barracones heredados del anterior dominio militar, donde viven y duermen los escasos trabajadores que pernoctan en esta islita. Las lomas tapizadas de agostados pinos nos rodean por el nordeste. A nuestra espalda, en lo alto, mimetizados con el terreno, surgen los contornos del  castillo que todos mencionan como visita obligada, rectilíneo y altivo y dominando el paso de la rada. Da la impresión de haber crecido sobre la roca altamente diaclasada desde el origen de la geomorfología. Algo excretado por el cerro, como un tor. En la falda del cerro una hilera de abigarrados y diminutos visitantes trepa con esfuerzo, aplacados por el bochorno. 

    -La belleza de este enclave es su pureza - ha musitado Tania, con la boca llena de cabellos. 

    -Así es, pero este maldito calor también es puro, tanto que parece salir del maldito infierno - he dicho por mi parte. 

    La maniobra se ha realizado sin ningún contratiempo. Las avezadas manos de Frank han guiado a mi joven y temeraria capitana hasta una de las boyas de amarre, para proteger a la posidonia. Éste me dice que, para evitarse trámites y permisos a veces el yate pernocta abarloado, pero que esta noche esperan que entre mar de fondo de metro y medio. Después ha partido en una lancha para ir a recoger nuestro almuerzo, que había sido encargado en un restaurante de la Colonia  de Sant Jordi, a uno de esos barcos llamados golondrinas que van y vienen todo el día cargados con los visitantes del parque.  

    Luego, tras la comida, Tania ha sufrido un ataque de hiperactividad. 

    -¡Bañémonos! ¡Por favor, bañémonos, Carlos! Después te llevaré a ver el castillo pero ahora bañémonos, por favor, sí, sí, sí, ¡bamonos! 

    Me he negado en redondo, ¡ni baño ni castillo!, por supuesto de manera infructuosa. Dejándome arrastrar hemos saltado desnudos sobre la amura hacia el agua cristalina, una maravilla de los sentidos. Como regresar al útero materno. Buceando he seguido un cable de acero y he descendido hasta un bloque de hormigón de Life Posidonia utilizado como eje de las boyas de amarre de los barcos.  Allí abajo sólidamente erguido en la orilla de un mar de luz.  

    Sobre las seis hemos bajado a tierra, atenuado ya el insufrible calor, para visitar el maldito castillo. A estas horas la maquia parece revivir, los  brotes de cañaheja se balancean hacia el cielo azul, el romero exhala un efluvio ácido y sexual, sin cortapisas, y el brezo, sobre este sustrato margoso sediento de agua, se ondula bajo mi mano, seguro que sueña que le acaricia la lluvia.  

    En la ascensión nos acompañaba Caty, una de las atléticas guías del parque, derrochando simpatía y atenciones. Parecía que conocía a Tania, pero no se han presentado como amigas en ningún momento. El camino, bajo el sol ahora poniente, era polvoriento y pedregoso. Frank llevaba a la espalda una mochila con champán y hielo y yo no veía el momento de ordenarle que la abriera. Las piedras me herían los pies dentro de las finas chancletas de goma. Pequeñas nubes de polvo ascendiendo regularmente como bronce pulverizado. Una vez en lo más alto de la construcción, bajo los furibundos graznidos de las gaviotas de Audouin, la visión de  Cabrera es vertiginosa.  

    Caty nos ha explicado, adoptando trágicas posturas teatrales con sus brazos y la expresión de su cara, varias historias sobre este decorado en el que nos encontramos:  leyendas de monjes poco ascéticos, de piratas berberiscos, de conquistas cristianas, y también la epopeya de los prisioneros franceses, que me ha obligado a ver este desolado paraje con otros ojos: Un episodio luctuoso sucedió aquí en la guerra de la Independencia, tras la batalla de Bailén. Hacinados en barcos negreros, tras intentar recalar en varios sitios, nueve mil prisioneros franceses fueron abandonados a su suerte en esta isla, de apenas dieciséis kilómetros cuadrados, sin apenas alimentos, ni ropas, ni infraestructura alguna ni autoridad establecida. Únicamente los primeros meses fueron avituallados por barcas procedentes de Mallorca, después se les fue progresivamente olvidando. La situación se tornó terrible, los cautivos se comieron todo lo imaginable, animales, ramas y hierbas. Según Gastón de Vuillier, viajero francés que llegó a la isla en 1889, la situación de los prisioneros era horrorosa. Habían devorado todo lo que pudo convertirse en alimento para saciar su hambre: ratas, lagartos, reptiles... Algunos intentaban comer piedras, leña... y sucumbían víctimas de ataques de rabia. Hubo casos de canibalismo, que era castigado, según un código propio, con la pena de muerte. No fue sino al cabo de cinco años cuando tres mil seiscientos pudieron escapar con vida de aquel infierno. En las rocas, las cuevas y el castillo quedan las inscripciones de los prisioneros y sobre la isla los huesos esparcidos sirven de macabro recuerdo 

    Impactado (Tania y Frank ya habían oído el relato), he bebido un largo trago de mi copa de Moët & Chandon entre el zumbido de los borinos y, divagando por el calor tras haber ojeado una publicación que ha traído Caty en la que se relata con todo lujo de detalles la historia he propuesto un brindis:  

    -¡Por el cautivo Claquesous! Cazador de la guardia de élite de la división de Lefebvre-Desnouettes, majestuoso en su uniforme; el casco sin crines y la coraza de hierro batido, con las pistolas en el arzón de la silla y largo sable-espada. ¡Un hombre gigante sobre un caballo colosal! Pero eso fue en sus tiempos de gloria, antes de ser hecho prisionero, ahora, aquí en la isla de Cabrera, protegido del sol bajo un toldo de ramas, vestido apenas con jirones, la herida del brazo purulenta y los escalofríos cada vez más intensos que anuncian el tifus, se despide de su mujer Ursule y de la pequeña Madeleine, cuya presencia nota a su lado bajo las alucinaciones de la fiebre y se deja morir... 

    Todos brindamos. Tras mi sentida charla, incluso he visto a Tania llorar. 

    Más tarde la velada y la cena han sido serenas y frescas, el terrible calor muy menguado, bajo la bóveda estrellada que nos cubría como un manto y nos empequeñecía sobre la cubierta del Azimuth. Siluetas de aves migratorias se recortaban ante la luna como fugaces y oscuros sueños. El canto de los grillos como una sonata de vida. Cenando todo el mundo en las cubiertas. En algunos barcos se oían música y risotadas, en otros había parejas o familias con niños. Pareciendo formar parte de un clan privilegiado, allí varados, en el interior de la isla, tan profunda es la ensenada. Frank, en su camarote, se ha puesto a ver la televisión. Tania y yo hemos hecho el amor en el solarium, untados de pies a cabeza con repelente antimosquitos, pero mi adicción a la morfina ha vuelto a jugarme una mala pasada; el sexo no queda ya sino en algo para recordar, éste es el legado de la sustancia que invade de continuo la mayor parte de mi cuerpo, aunque a ella parece no importarle demasiado.  

    De repente se han oído chapoteos en el agua y gritos de agitación, alguien se ha caído al mar desde uno de los barcos en un infortunado traspiés, pero ya le tiraban salvavidas y ya se lanzaban a buscarle, provocando distorsiones en la larga estela de la luna. 

    Al cabo de media hora he tapado a Tania, dormida sobre la cubierta donde estamos recostados, con una colcha de verano de algodón. Su respiración un camino de susurros. He ido a por mi neceser Samsonite Black Label, de Alexander McQueen, y me he inyectado en el estómago una maravillosa dosis. He estado todo el día tomando Imodium para no meterme un pico, pero el paisaje que contemplo en estos momentos induce de una manera drástica a la evasión, y ésta no se consigue con sucedáneos. Por si alguien no lo sabe la morfina produce analgesia, euforia, sedación, disminución de la capacidad de concentración, náuseas, sensación de calor en el cuerpo, pesadez en los miembros y sequedad de boca. Estos efectos, por increíble que parezca, conforman mi percepción psíquica del paraso terrenal. 

    En un momento dado se ha caído un objeto al suelo desde mi neceser. No me acordaba de él. Es una grabadora Olympus que me regaló Tania ayer. Me dijo, desde su esplendorosa inocencia, que quería una copia de mi relato para escuchar mi voz cuando estuviese a punto de morir de vieja, por si dejábamos de vernos algún día. Cree que todo se puede arreglar, mi vida, y su vida, y está dispuesta a inmiscuirse en mi mundo como si penetrara en un universo paralelo hecho a la medida de nosotros dos. Es una inagotable buscadora de ilusiones y quiere traspasar las fronteras de cualquier realidad y cualquier voz y cualquier ámbito para tomar posesión de ellas. 

    El aparato admite hasta ciento treinta y ocho horas de grabación. Tiene un puerto USB y cinco carpetas para guardar archivos. Es un buen dispositivo. 

    Volviéndome observo a Tania y la expresión de su cara. Daría lo que fuera por poder tumbarme a su lado sobre el suelo acolchado del solarium y dormir y disfrutar de la misma placidez que denota el furioso movimiento de sus ojos bajo las pupilas, pero sé que, de manera irremisible, cuando cierre los míos mi memoria me transportará hacia aquellos días, cinco años atrás, en que todo parecía que estaba por hacer, así que no intento resistirme ¿Para qué? En el sopor de la morfina, desde la caricatura física en que me he convertido, todos los recuerdos parecen materializarse y toman una corporeidad que me ayuda a rescatar hasta el mínimo detalle. Me prestaré a ello con todas mis fuerzas, pero ahora… no, necesito abandonarme unos instantes…  

    -Tania, escúchame, por favor - le digo, al cabo de mucho, cuando abre levemente los ojos. 

    -Dime... ¡Auggh, me he quedado dormida! 

    -Voy a empezar a grabar mi historia. 

    -Sería lo mejor. 

    -¿Te apetece escucharla? 

    -Me gusta oír tu voz - dice. 

    -Te puede hacer daño, puede destrozarte… 

    -¿Qué? - dice, sorprendida, revolviéndose con fiereza, no ha terminado de despertarse. -¡Pero si ya sé lo que eres…! Además, si me duele lo que oigo me concentraré únicamente en la WNNJ. De todas maneras ya sé de qué va la historia, a grandes rasgos… Básicamente te encelaste con aquella chica, le he estado dando vueltas. 

    -¿Qué? 

    -Que te encaprichaste de esa adolescente… Elena - repite con un tono de fastidio, con los ojos cerrados. Tiene la cabeza apoyada en su brazo izquierdo y media cara envuelta en la claridad de la luz de fondeo. A nuestro alrededor se ondula el silencio. La gente duerme en sus barcos. Figuras fantasmales de lechuzas cazando rompen la monótona silueta del negro pinar de Cabrera. 

    -¡Elena no era una adolescente! ¡Tenía mi misma edad! - protesto. 

    -Aún así te encaprichaste de ella, no lo niegues… 

    Esas palabras me destrozan. Suena tan vulgar, encapricharse. 

    -Tenías que haber estado allí para avisarme, Tania. 

    -¿Porqué? 

    -Las cosas hubieran sido de otro modo… 

    -¿De otro modo? ¿De qué otro modo? No estaríamos tú y yo aquí ahora, sobre este barco, si las cosas hubieran transcurrido de ese modo. 

    -¿Sabes si yo quiero estar aquí? - le digo. 

    -Sí que quieres, aunque sea solo para inyectarte esa porquería con tranquilidad… Quiero que te enceles conmigo igual que con Elena. 

    -O ella o tú. ¿Es eso? - le pregunto. De pronto me he puesto de muy mal humor. 

    -No, no se trata de elegir. ¡No tengo porqué elegir nada! - protesta ella. -¿Te has parado a pensar que puede que sea admiración? Sí, admiro a Elena - murmura. 

    -La admiras. 

    -Su inocencia, su valentía, su femineidad… 

    -¿Qué tiene que ver eso? 

    -¡Ja, ja! ¿Tenía tetas? - ahora ya ha abierto los ojos, pero habla sin mirar a los míos, sino a los rastreles de elondo sobre la cubierta. 

    -No sé a qué te refieres, no puedo seguirte, Tania. 

    -Me refiero a que te enamoraste de su abundancia: culo jugoso, tetas jugosas… los hombres mataríais por eso, por lo de que os recuerda a vuestra madre. 

    -Puede que tengas razón. 

    -La tengo - levanta las manos señalándose el pecho con los pulgares extendidos, apartándose después las copas de su bañador rojo. Se pellizca los pezones oscuros, impúberes. - ¿Tú me has visto? Nunca podría causar un efecto así en un hombre. Lisa como una tabla. Podría ponerme implantes de pecho y nalgas pero no serviría de nada, no soy maternal ni nunca lo seré. Atraigo a los hombres por su instinto natural de posesión y por su inherente necesidad de flagelar sus sentimientos, se acercan a mí para ponerse a prueba y superarse y derrotar a los demás rivales, deben demostrar que pueden poseer sin amar, pueden dominarme incluso odiándome. 

    -Yo estoy contigo… y no te odio. 

    -¡Oh, pero no me quieres! Me follas y ya está, a tu manera y, pensándolo bien, después de averiguar quién eres, nunca podré saber si realmente alguien te ha mandado para matarme… ¡Oh! Empieza esa historia y déjame en paz, por favor… 

    Asiento con la cabeza y pongo en marcha la grabadora, pero enseguida la paro de nuevo y la lanzó a un rincón. Lo recordaré, no tengo por qué grabar nada, lo recordaré con todo lujo de detalles, con eso será suficiente, y además, la morfina ayuda: 

    En aquel entonces, el día dieciséis de Enero del 2015, yo acababa  de cumplir diecinueve años. Recuerdo como si fuera ahora que la mañana en que aterricé a bordo de un Boeing 747 en el aeropuerto de Son Sant Joan, observándolos tras el cristal empañado de la ventanilla, los charcos sobre el asfalto de la pista emitían destellos, como disparos de flash, cuando cogían el ángulo del  sol. Después de tomar tierra el avión recorrió una pista interminable, vehículos de color naranja pasaban junto a las alas y había muchas vallas publicitarias que anunciaban vuelos baratos Palma-Frankfort. 

    Recogí mi bolsa del ejército francés que solo contenía una novela, Los vagabundos del Dharma, de mi impagable Kerouac, y un set de inyectables, y le dije adiós a la azafata. Creo que sonaba Runaway, de Del Shannon, pero no estoy seguro. Fuera estaba amaneciendo y se acercaban nubarrones, y el asfalto se alabeaba con el rocío de la noche. 

    Estaba en la isla para matar a tres personas, o a las que fuese necesario. Era mi primer encargo en solitario. Después de eso todo cambiaría, para bien o para mal; seguro que más de lo segundo, pero estaba dispuesto a aceptar las consecuencias. Eso es algo que, estoy seguro, llevo escrito en los genes.   

    Alquilé un coche en el mostrador de Hertz y conduje por la autopista en dirección a la ciudad bajo esa lluvia que en la isla llaman boirí. Había un tremendo atasco de tráfico aquella mañana. Lo primero que haría sería ir a la universidad. Tenía planeado vivir durante unas semanas en la habitación de un piso compartido con estudiantes, nada de hoteles ni pisos francos.  

    Deambulé por los halls de los edificios universitarios arrancando anuncios de pisos compartidos y después regresé a la ciudad. Aparqué al final del Paseo del Borne, en el aparcamiento subterráneo junto a la Plaza de la Reina, y pasé toda la mañana visitando pisos. Ninguno me gustaba. Siempre había algo, una mala intuición o un presentimiento, que hacía que continuara buscando.  

    Desmoralizado, cerca de las tres busqué en el navegador del móvil donde se encontraba la Plaza de Santa Pagesa. Tenía que encontrarme allí con alguien que iba a entregarme mi pistola. Siempre usaba un .45, y lo sigo haciendo, me encanta ese calibre. Esperé un buen rato sentado en un banco. No venía nadie. En uno de los brazos del banco alguien había grabado un mensaje en el oxirón gris. Algo así como: En la cárcel los justos y la mierda al poder, algo así. Estaba pensando en ello, el significado de aquella frase, cuando llegó un hombre joven con una gorra de los Barcelona Dragoons. Intercambiamos contraseñas y me entregó mi bolsa del ejército francés. Dentro había dos teléfonos móviles, una cartera con cinco tarjetas de crédito, un pasaporte y un documento de identidad italianos, un estilete afilado como un bisturí y mi querida pistola Makarov con diez cajas de municiones. Ah, y también un sobre lacrado con dinero. 

    ¡Espera! le grité de repente al hombre. Ya se iba. Le dije: Quiero que vayas a Son Banya, a por una cosa para mí… El poblado de Son Banya era el supermercado de la droga de la ciudad.  

    ¡No, yo ahí no entro! protestó el hombre. 

    Abrí el sobre con el dinero, saqué dos billetes de quinientos euros y me acerqué a él para susurrarle: Pues hoy vas a entrar. Te vas a ca’l Manolo, en la calle D. Le dices que te dé lo de Carlos. Vuelves aquí a las seis de la tarde. Ahí hay doscientos para tí… 

    El tipo se largó, enfurruñado, a cumplir su misión.  

    Después de eso saqué mi papel del bolsillo y me puse en marcha para localizar la última seña que me quedaba. Estaba en la calle Gavarrera, número dos, quinto izquierda, en las entrañas del casco antiguo.   

    Cuando estaba a punto de apretar el botón del telefonillo llegó una chica y empezó a abrir la puerta con sus llaves. Le dije que venía por lo del anuncio. Me miró y, de repente, se echó a reír a cajas destempladas. Eso me irritó un montón, porque estaba de muy mal humor en aquel momento, y muy cansado. Me dijo: ¿Tienes ahí el anuncio? Léetelo bien. Al desdoblar el papel arrugado de mi bolsillo trasero efectivamente ponía: Habitación individual solo para chica universitaria. Baño, lavadora, etc.

    ¡Como puedes ver todo el personal es femenino! ¡No se admiten hombres! me dijo ella.  

    Sí, vale, ya me doy cuenta… le contesté. Me había puesto rojo como un tomate, algo que odiaba. Me di la vuelta sin decir nada más y empecé a caminar. Joder, solo tenía ganas de meterme un fije de morfina,  más que nunca en la vida. 

    (…) 

    -¿Qué te pasa ahora? ¿Por qué te paras? - dice de pronto mi chica andrógina, con un deje lastimero en su voz. -¡Quiero seguir oyendo tu historia! ¡Sé que va a convertirse en parte de mi ciclo vital! Lo intuyo, es una de esas cosas trascendentales… 

    Resulta que al final he acabado pensando en voz alta y ella lo ha escuchado casi todo. Claro, ahora quiere más.  

    -No, estoy cansado de sufrir por hoy Tania… no tengo ganas de seguir... 

    -Haces bien - reconoce ella. -Todo debe fluir, seguir un ritmo propio… Bueno, intentemos dormir. Ven, métete aquí debajo cariño, hace frío. Si quieres, cuando te hayas calmado, sigue hablando bajo la manta, te escucharé hasta que no pueda más, de agotamiento. 

    Al cabo de un rato tuve ganas de seguir contándole lo que ocurrió aquellos primeros días en Palma. De repente estaba otra vez animado y los recuerdos se desenrollaban en mi cerebro como si hubieran sido filmados y alguien acabara de darle al botón del play.  

    -Resulta que ese día volví a ver a aquella chica por casualidad, en una exposición de arte contemporáneo. Como ya no iba a poder encontrar un piso de estudiantes, me fui directo a una pensión de mala muerte de la calle… creo que se llamaba calle d’Orfila… Alquilé un cuarto en esa jodida pensión por una semana y después salí a comer algo. De repente, en la calle Sant Miquel me encontré con un museo… 

    -Sí, la Fundación Joan March - dice Tania, con una suficiencia que me encanta.  

    -Ese mismo. Me gustan mucho los museos y las iglesias, sí, de verdad, también las iglesias, no sé por qué. Soy muy religioso, ¿te habías dado cuenta? Me gusta mucho la liturgia, las oraciones y toda esa parafernalia. Los religiosos son comediantes y grandes actores. Se puede aprender mucho de ellos… Bueno, entré en el museo y me encontré con el recepcionista. Tenía la cara de aburrimiento más expresiva que he visto nunca. 

    Oye, ¿de qué va esto? le dije. Creo recordar que era una muestra de Gary Hill. ¡No, no pongas esa cara! ¡No me lo invento! Tengo una memoria prodigiosa. Me metí en el museo y empecé a dar vueltas. ¿Y a qué no sabes a quién me encontrallí? 

    -A quién va a ser... 

    -Las salas del museo estaban separadas por telas negras, muy gruesas. Cuando yo entraba en una de ellas, la chica del piso, que se llamaba Inés, me dijo más tarde, salía, así que nos topamos de frente, cara a cara. Fue bastante divertido. Había mucha gente allí a la que le pasaba lo mismo. Saludé a la chica con la mano y ella hizo lo mismo. No iba sola, detrás de ella había otra… 

    -¡Tachaaan! ¡Por fin! ¡Nuestra protagonista! 

    -Sí, era Elena. Estaban allí por los créditos de la universidad. Les daban créditos para convalidar asignaturas si asistían a exposiciones, conciertos y cosas de esas. Ni siquiera me miró, pero para mí verla fue como si me hubiesen disparado. No me preguntes porqué, otra incógnita como lo de las iglesias. Pero al cabo de unos segundos ya la había olvidado, de verdad; no fue en ese momento cuando me enamoré de ella.  

    Bueno, estaba allí viendo una videoinstalación de un monitor en blanco y negro con unos labios electrónicos que se movían automáticamente al reproducir sonidos como brrrrrr y auuumm, cuando ellas volvieron a entrar. Inés me dijo: ¿Ya has encontrado piso?. Le dije que no con la cabeza. ¡Vale, si te parece bien, mi amiga y yo estamos de acuerdo en probar contigo durante unas semanas!. Tenía que gritar porque ahora en las pantallas y en los altavoces unos mecanismos autómatas nos atronaban los oídos.  

    Por supuesto que le dije que sí. Ella me gritó que podía ir a ver el piso cuando quisiera.  

    Recuerdo prácticamente íntegro el discurso que Inés me dió una hora más tarde, nada más entrar en el piso y recuperar el aliento después de subir la estrecha escalera (no había ascensor) y soltar mi bolsa del ejército francés encima de un sofá rojo imitación de un Chesterfield: 

    Hay un baño y un aseo con ducha, pero tú solamente puedes usar el aseo, el baño grande es para nosotras. Si te quedas, tu habitación será la del fondo a la derecha. Es la más pequeña pero también la más silenciosa. Hacemos la compra dos veces por semana. Los delicatessen se los paga cada uno. 

    Dije que sí a todo con la cabeza, porque ya tenía decidido que no iba a quedarme en ninguna otra parte.  

    El piso debía tener cien años de antigüedad, como mínimo. Techos de hasta cuatro metros de altura, amarillentos artesonados de escayola con grandes festones y baldosa hidráulica en el suelo. Y también una galería acristalada, luminosa y decadente, llena de macetas con geranios, la mayoría a punto de morir. Esta galería daba a un patio interior y estaba enmarcada por unos ventanales tan viejos que las chicas no se atrevían a abrirlos, seguras de que se iban a desplomar al vacío al menor movimiento.  

    Bueno, pues… por mí perfecto les dije. Me llamo Carlos 

    No sé porqué, pero me salió mi nombre de verdad. De todas formas daba igual.  

    Ellas me dijeron cómo se llamaban: Inés y Elena. 

    En ese momento entró en el salón otra chica. Se llamaba María. Al día siguiente se mudaba a otro piso, por lo que su habitación iba a ser la mía. Así que yo les había venido que ni pintado a las otras, a pesar de mi sexo equivocado, porque así no perdían ningún día de pago de alquiler.  

    De aquel primer día tengo unos recuerdos muy vívidos de sensaciones, más que de conversaciones o imágenes. También de olores, como el del pelo de Elena que me llegaba sentado junto a ella en el sofá, y el del piso en general, que invadió mis sentidos al entrar, una mezcla difusa de incienso, de madera vieja, de aceite quemado y de humanidad femenina. 

    Las sensaciones se refieren a la luz grisácea que entraba por el balcón y nos iluminaba a los tres tapizando de ángulos los rincones, y también nuestras caras. Y en aquellos momentos yo, mirándolas, pensaba: ¡Joder, qué puras son, y yo tengo ya mis jodidas manos tan manchadas de sangre! 

    En cuanto al precio llegamos enseguida a un acuerdo. Yo ya tenía mucho dinero ahorrado en aquel tiempo, pero siempre intentaba ser muy cauto y evitar cualquier derroche para no llamar la atención. Les conté que estaba en el paro y que buscaba trabajo, pero que podía pagar sin problemas el alquiler durante un par de meses. Ellas vivían con sus padres en un pueblo llamado Sant Llorenç d’es Cardassar, a unos sesenta kilómetros de Palma.  

    -¿Qué es eso? ¡Allí! - ha exclamado de repente Tania, arrebatándome del recuerdo. 

    -¿Dónde? 

    -¡Allí!  

    -¿Aquel animal?- Una cabeza de bordes ambarinos ha emergido del agua a unos treinta metros de nuestro barco, emitiendo un extraño resoplido. Se distingue perfectamente brillando bajo los rayos de la luna. 

    -¡Dios! ¡Es una foca!  

    -¡Aquí no hay focas, Tania! 

    -Sí que hay focas ¡Es un vell marí

    -¿…? - No sé de lo que me habla. 

    -Ya se ha ido… ¡Mira, ahí está de nuevo! ¡Es precioso! O, más bien, preciosa… Es una hembra… ¿Has visto cómo le brillan los ojos?  

    -Viéndole únicamente la cabeza es imposible que sepas que es una foca… hembra - le digo. 

    -Es una hembra, te lo aseguro. Anda, ponme algo de beber , por favor… - y volviéndose a tumbar, y dándome la espalda de manera desvaída añade: - Luego te preguntaré algo… 

    Miro de nuevo hacia el agua pero el animal ya se ha ido y solo quedan ondas de cristal sobre la superficie plateada del mar. Obedeciendo a Tania bajo al salón y allí inicio un traqueteo de botellas intentando recordar algún cocktail para al final desistir. Dentro de la vinoteca climatizada hay cinco botellas de Dom Pérignon Enothèque 1995. ¡Para qué pensar en nada más!   

    -¿Qué tal esto, guapa? - le digo al subir. 

    -¡Bien! - exclama ella. Se da la vuelta y rezonga bajo la manta y bajo la infinita bóveda celeste parecemos dos diminutas hormigas. El tapón de la botella salta en el aire desde mis manos, efectúa una trayectoria parabólica ante el gigantesco círculo de la luna llena y provoca un ¡puifff! al chocar contra el agua. 

    -¡Mmmmm, qué bueno, tan fresquito! - se revuelve sobre el suelo con la copa en la mano, entre dos dedos, con aires de sargantana -¿Sabes? La Pinot Noir me pone cachonda… 

    -¿Sí ?Caracteres de bizcocho y de miés cálida, instantáneamente mezclados con aromas de cáscara y cereza negra… - leo en la etiqueta, desviando el tema sexual. No me apetece nada ver de nuevo mi pene flácido mientras ella espera acariciandose el clitoris.  

    -Ya, nunca he sabido cómo demonios pueden saber las uvas a bizcocho, a frutas silvestres, etc… ya me entiendes. Somos unos tarados en materia de vinos - se incorpora sentándose con las piernas cruzadas y la espalda muy curvada. Apoya los codos sobre las rodillas tapadas con la manta e inicia una oscilación con las rodillas arriba y abajo. En las zonas de su cuerpo antepuestas a la masa oscura del pinar sobre una loma de la isla el atezamiento de su piel parece hurtarle a veces la cabeza, a veces los hombros, o un brazo entero cuando lo levanta para brindar. Es capaz de transformarse en segundos, toda ella sin parangón, en retadora altivez.  

    -¿Qué es lo que tenías que decirme antes? 

    -¿Qué? 

    -Ese luego te preguntaré algo. 

    -¡Oh, déjalo! 

    -No, suéltalo. 

    -Se me ocurrió que… podrías ser el diablo… 

    -¿Me ibas a preguntar si soy el demonio? 

    -Más bien la proporción, quiero decir… nadie es absoluto. ¿Te definirías un setenta y cinco por ciento diablo y un veinticinco por ciento ángel? 

    -Me gustaría decirte que no, que es más bien al contrario, pero me temo que no funciona así - sentencio.  

    -La oscuridad, entonces, vence a la luz, muy típico de la naturaleza humana, si es que TÚ eres humano de verdad. 

    -No, ¡soy un vampiro licántropo! - me lanzo sobre ella y rodamos por el suelo, se derraman las copas y se empapa su torso y mi camisa. Risas en la noche. ¡Ja, ja, ja, ja! Joder, junto a Tania me siento, algunas veces, inmortal. 

    -Háblame de ese bicho que ha surgido ahí, en el agua, el vell… no sé qué - le pido, para no dejar de oír sus palabras, para  esquivar el silencio, para aplacar mi temor a que esto termine, al fin y al cabo. Me obedece como una colegiala y empieza a hablar. Tania hace eso con mucha frecuencia: de la más anrquica exaltación a una sumisión elevada a la quinta potencia hay solo un paso en su interior.  

    -Nunca habría imaginado que la vería -empieza - La foca monje, o vell marí, lleva ausente de las Baleares cincuenta años, desde que un guardia civil mató a tiros el último ejemplar en Cala Tuent. El verano pasado un submarinista vió un ejemplar de color blanco en una pequeña gruta entre Calvià y Valldemossa, pero las autoridades no quisieron desvelar el lugar exacto para evitar una avalancha de curiosos. Se rogó a los que la viesen que no se acercaran a menos de cien metros de distancia y que si ella se acercaba, porque con toda probabilidad es una hembra, se limitasen a no hacer nada. Desde entonces no he vuelto a saber nada más del tema hasta ahora, en que hemos visto una… aquí en Cabrera… tú y yo. Parece que estamos solos en el mundo, como ella… - Levanta la cabeza, mirándome. De tan bronceada que está, con el torso diminuto y los pequeños brazos y los pezones de niña, bajo la luz de la luna parece una criatura marina nacida de la posidonia -¿Tendrá eso un significado, Carlos? 

    -Quien sabe… -  Me he levantado para ir al baño y al regresar ella ha retirado la manta con la que se había cubierto y me ha tapado hasta la cintura. Ha recorrido mi espalda con los dedos provocándome un interminable escalofrío hasta llegar a mi nuca, acariciándome con la mansedumbre de una hermana. Ha intentado también retirarme con no disimulada curiosidad la muñequera de algodón amarillo de una marca comercial (tónica Schweppes) que uso desde hace años para ocultar los pinchazos de aguja hipodérmica en mi antebrazo, pero se lo he impedido, aunque sé perfectamente que tarde o temprano Tania me implorará y al final acabará probando la maldita droga que hace ya tantos años corroe por completo mi interior. Sé por qué lo digo. No solo porque ella sienta una incontenible curiosidad por mi adicción y todo lo que la rodea, sino porque sencillamente lleva en los genes la marca de la autodestrucción, como yo. Es como si lo viera, de hecho también lo leí, en un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences en marzo de 2006, investigadores británicos (Institute of Psychiatry del King's College de Londres) y brasileños (Instituto de Psiquiatría de la Universidad de Sao Paulo), bajo la dirección de los doctores Gerome Breen (Reino Unido) y Homero Vallada (Brasil), identificaron una variación genética cuya presencia en un individuo consumidor de droga aumentaría las probabilidades de convertirse en un adicto. Leí aquel artículo con mucha atención. Era muy interesante. Desvelaba que la susceptibilidad a la adicción pudiera ser debida a las diferencias en los mecanismos dopaminérgicos, en concreto con la  anormal presencia del alelo A1 del gen responsable de la producción del receptor de dopamina D2, que se encuentra en el cromosoma 11. Un alelo es una forma particular de un gen. La gente que tiene este gen muestra una fuerte tendencia a la búsqueda de novedad y excitación. Son personas desordenadas y es fácil distraerlas, muchas de ellas tienen una historia de hiperactividad en su infancia, tienden a no mostrar temor ante situaciones peligrosas o a la desaprobación social y se aburren con facilidad. El perfecto retrato de mi ninfa Tania y, por descontado, también de mí. La mayor parte de ellos son alcohólicos o toxicómanos. 

    -¿Qué hiciste después? - me pregunta de repente. 

    -¿Cuándo? 

    -En el piso, idiota… La primera vez que fuiste a su piso. 

    -Ah sí. Nada, me hicieron un tour guiado y después nos sentamos en el sofá. Bueno, yo en una butaca y ellas dos en el Chesterfield. 

    -Ah, sí, ya lo

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