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Sin Patricio
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Libro electrónico54 páginas49 minutos

Sin Patricio

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Un grafiti sobre un muro de Buenos Aires: "Patricio, te amo. Papá".

Cinco hipótesis. Cinco historias intensas y conmovedoras sobre el amor entre padres e hijos, sobre angustias y sueños, sobre el pasado y el futuro. Son historias que hablan de una gran nación, como la Argentina, de un sangriento pasado de opresión y torturas, pero también de amor —los amores puros y absolutos de la infancia y de la adolescencia— y de mitos populares, como el fútbol. Son historias sobre las aspiraciones de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo: la amenaza del terrorismo, la necesidad de actuar contra la injusticia, el anhelo de darle un sentido más humano a la existencia o de encontrar un Dios en nombre del cual trabajar para ayudar a los hombres.

Sobre todo, este libro —en el que por primera vez Veltroni se entrega por completo a la invención narrativa— es un tributo al amor que une a padres e hijos y a los sentimientos que acompañan ese vínculo tan profundo: la competencia, el respeto, la emulación, pero también la esperanza y la desesperación por un hijo perdido, por un padre jamás conocido.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 sept 2021
ISBN9789875995352
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    Sin Patricio - Walter Veltroni

    Walter Veltroni

    Sin Patricio

    Traducción de Dora Pentimalli

    Título original: Senza Patricio

    ©2004-2017 Rizzoli Libri S.p.A. / BUR Rizzoli, Milan

    Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere

    ©Libros del Zorzal, 2017

    Buenos Aires, Argentina

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la Ley 11.723

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    Índice

    I | 7

    II | 17

    III | 24

    IV | 30

    V | 39

    A Martina y a Victoria.

    Un día de mi vida, uno cualquiera, pasando por una calle de Buenos Aires vi un grafiti en un muro. El color de la pintura sobre una superficie sin alma. Cuatro palabras: Patricio, te amo. Papá. En casi cincuenta años, nunca había visto un grafiti de un padre dedicado a un hijo. Imaginé entonces historias que pudieran haber producido el gesto de esa inscripción. En esa tierra melancólica y triste, con el alma suspendida en el tiempo, todo parece épico y grande. Incluso un acto tan simple. Diecisiete letras escritas por alguien, un día, sobre un muro.

    I

    Tal vez Patricio esta noche me viene a buscar. Yo lo espero. Como siempre. Viene cuando yo lo decido. Se va cuando yo lo decido.

    Bajo al campo con la silla, respiro el aire de la noche y espero. Espero el momento mejor, la mejor luz, la mejor disposición de las estrellas y de las nubes, el mejor momento del viento, ni poco ni demasiado. Espero que dentro de mí la espera haya crecido lo suficiente y de la misma forma los recuerdos me hayan invadido. Espero que llegue esa melancolía que le hace bien a la razón, que abre puertas cerradas, que dibuja mapas desconocidos.

    Espero. Hace toda una vida que espero algo. Espero personas, espero amores, espero logros, espero caricias. Espero sin impaciencia, disfruto su sabor excitante. Algo sucederá, pensar esto me da incluso más energía que vivir aquello que ocurre. Porque imagino, sueño, preveo, calculo.

    Ahora se levanta un viento cálido. Ni siquiera me revuelve el pelo, el poco que me queda. Me acaricia, como el anuncio de algo bueno.

    Era un viento distinto, ardiente e impetuoso, el que esperaba sobre la pista. Era el viento de la tierra que se levantaba, del paso hirviente de un motor, de la pasión de un regreso. Yo le preparaba las luces, le guiaba el camino. Sin mí, faro y brújula, se hubiera perdido, distraído y soñador como era. Yo, mientras escrutaba la noche, tenía a mano una botella de cerveza, sumergida en hielo. Cuando volvía tenía sed y era lo primero que pedía para tomar, cuando abría la carlinga y se quitaba el gorro de cuero. No terminaba la pregunta y ya sus manos estaban heladas por la botella.

    Cuando me preparaba para su aterrizaje, me acordaba, infaltablemente, de la primera vez que lo había visto. Era el final de los años veinte, hace cincuenta años, y me acababan de contratar en la nueva Aeroposta Argentina. Me había examinado, con mirada severa, el jefe de la compañía. Un tipo alto al que llamaban Tonio; lo habían mandado desde Francia desde esa empresa, L’Aéropostale, que ya era un mito para todos nosotros, apasionados de motores, de trenes de aterrizaje, de alas y de carlingas.

    Se decía que a finales de la guerra —en ese entonces no estaba numerada, era sólo la guerra— alguien en Francia había decidido intentar lo imposible. Unir Toulouse con Casablanca. Y después con Dakar. Y de allí atravesar el océano infinito. Antes de L’Aéropostale, para llegar a la Argentina desde Europa se tardaba más de un mes. Trenes, barcos, un viaje interminable. El fundador de la compañía propuso en cambio unir Francia con

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