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La Sombra
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Libro electrónico83 páginas1 hora

La Sombra

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Una novela posapocalíptica sobre la perdida de la inocencia y la transición a la vida adulta

Una ciudad es devastada por un bombardeo aéreo. Thomas, el joven protagonista de esta historia, es el único sobreviviente. Estaba fuera de la ciudad y, desde lo alto de una colina, presenció impotente el exterminio de sus seres queridos. Comienza un viaje por el bosque para escapar de un enemigo poderoso e invisible que parece estar pisándole los talones. ¿Quién inició esta guerra y por qué? ¿Podrá Thomas salvarse y encontrar respuestas a sus preguntas?
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento17 nov 2021
ISBN9788835431428
La Sombra

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    La Sombra - Thomas Earthfield

    La guerra llegó de imprevisto, llevándose consigo vidas, sueños, esperanzas e ideales. Una lluvia de fuego inundó el cielo y, en un momento, alcanzó la ciudad, reduciendo a cenizas todo lo que se encontraba a su paso. Casas, personas, automóviles carbonizados recubrían las calles, lápidas negras que sentenciaban el fin del mundo, de un universo de seres que en aquellas cajas dejaron su rutina diaria, serenamente, a veces tormentosamente. Pero siempre con la ilusión de que habría un mañana. Un nuevo día feliz, o de sufrimiento, llegaría de todas formas. Las bombas arrasaron con ese pensamiento, ofreciendo la paz de la nada a quien no la había pedido o que no había tenido la oportunidad de pedirla.

    Me salvé porque me encontraba en las colinas aquel día y observé la escena desde una que estaba frente a la ciudad. Me había quedado dormitando a la sombra de un árbol, disfrutando la frescura que ese refugio natural me ofrecía y que contrastaba con el calor del aire en aquel maldito día de inicio de primavera. Me había escapado de la escuela, enfrente del portón de ingreso se me ocurrió que aquel sol alto y el cielo azul eran una invitación demasiado tentadora para pasar el día fuera, un escape de la ciudad inmerso en la naturaleza, un momento idílico para restaurar el espíritu y el cuerpo exhausto por el ritmo agotador de la vida urbana.

    Acababa de quedarme dormido cuando la percepción de un silbido me devolvió a la realidad, alejándome del mundo de los sueños. Al principio era tan bajo que me hizo pensar que se trataba de un problema con mi sistema auditivo, así que traté de destaparme los oídos para dejar salir el aire. Coloqué la palma de mi mano en el lóbulo de la oreja y presioné, luego la quité y me concentré durante unos segundos. Todavía podía escuchar ese molesto ruido, de hecho, había crecido en intensidad. No tardé en darme cuenta de que ese silbido se producía en el exterior y, en particular, parecía venir del cielo, desde el suroeste. Volví la mirada en esa dirección y me cubrí la frente con la mano para protegerme los ojos de la luz del sol y aumentar la visibilidad. La naturaleza de ese sonido, que se volvía cada vez más sordo e intenso, parecía muy similar a la de los fuegos artificiales, por lo que estaba esperando para presenciar un espectáculo pirotécnico a plena luz del día, sin preguntarme el motivo de una celebración inusual, especialmente fuera de temporada. Después de unos momentos las vi. Venían las bombas, dejando tras de sí una estela de humo tan espesa como las nubes, iban cayendo sobre la valla de piedra que ofrecía la montaña para aterrizar con su pesada carga en el valle, inclinándose bruscamente, dejando una huella imborrable en el suelo.

    Cuatro bombas fueron lanzadas sobre mi ciudad, otras tres continuaron su camino a través del valle, con dirección a otra ciudad. Mi vista se tiñó de rojo y fui arrojado al suelo. El poder de esos dispositivos resultó devastador, en un abrir y cerrar de ojos una ciudad de 70,000 habitantes había sido completamente reducida a cenizas. Me puse de pie y me quedé un tiempo indescriptible para observar esa escena aterradora, ondas de calor subieron hasta el umbral de la arboleda donde me había refugiado haciendo de ese día caluroso la antesala de un infierno de Dante, donde ríos de lava hervían, y llamas y azufre infestaban el aire.

    Cuando desperté después de la parálisis física y cerebral que aquel evento me había causado, metí una mano en el bolsillo y saque el celular. Intenté llamar a varias personas pero la voz del operador telefónico me repetía siempre la idéntica frase, El usuario que ha seleccionado no está disponible en este momento. Corrí por el camino que conducía al fondo del valle y seguía llamando, pero no había forma de contactar a nadie. Me quité la mochila de los hombros y comencé a correr más rápido, mientras las lágrimas de desesperación inundaban mi rostro.

    ¡Mamá, papá!, grité a todo pulmón.

    Llegué a la franja de asfalto que establecía el límite entre la montaña y la ciudad, entre naturaleza y civilización, la carretera estatal que conducía al centro de la ciudad partiendo de un punto indeterminado más allá del valle, desde otros pueblos o metrópolis llenos de vida. Estaba a punto de cruzar cuando vi una marea negra que venía de lejos a lo largo de la carretera, que en mi mente conmocionada por la experiencia que había vivido, aparecía como la onda expansiva del océano de fuego que había inundado el valle, su origen en el fuego rojo y el efecto en la negra noche. Me escondí en un arbusto y observé la mancha oscura que se hacía cada vez más grande, asumiendo la apariencia de una unidad de vehículos del ejercito con tanques y camiones que pasaban ante mis ojos con toda su majestuosidad y arrogancia.

    Estuve tentado de salir e ir a su encuentro para pedirles explicaciones, pero el miedo de repente paralizó cada centímetro de mi ser.

    ¿Y si fueran enemigos?

    Desconocía los uniformes y símbolos militares, por lo que no pude saber si esas unidades y vehículos pertenecían al ejército de nuestro país.

    Quizás eran los invasores, los que nos habían atacado y ahora estaban llevando a cabo la invasión terrestre después de haber despejado el camino, como hicieron los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Recordé las lecciones de historia en la escuela donde se explicaron las estrategias de guerra utilizadas en el conflicto.

    Sin embargo, tenía la sensación de que aquellos soldados no eran extranjeros, ese desfile me estaba dando una sensación de déjà vu, como si ya hubiera visto uniformes similares. ¿Eran tal vez de los nuestros? ¿Quizás las fuerzas armadas iban al lugar del bombardeo para evaluar el alcance del desastre y dar auxilio a los posibles sobrevivientes? ¿O tal vez eran nuestras tropas, pero había estallado una guerra civil y esos soldados venían a invadir su propia tierra?

    Esperé a que el último vehículo blindado se alejara y salí a campo abierto, estaba a punto de cruzar la carretera cuando, a la mitad, paré y retrocedí bruscamente. Un disparo me puso los pelos de punta por el miedo y me impulsó a esconderme de nuevo en el lugar de donde había salido. Desde allí pude observar la escena que se desarrollaba a mi izquierda, a unos cien metros de distancia

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