Ávalon: En las Sombras
Por Jorbi Legón
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EN EL VACÍO... CUÁNDO NADIE ES CAPAZ DE VER, NI SENTIR... EN LAS SOMBRAS, SE HALLLA LA LUZ...
En este mundo frío y vacío, me pregunté muchas veces, cuál debía de ser la razón para no poder recordar nada de mi pasado. Aun así, algo me empujaba a seguir; a continuar buscando aquello que me devolvería la memoria, o la tranquilidad que tanto anhelaba. Así al menos, sabría porque aquel mundo llamado Ávalon me mantenía cautivo sin explicación alguna.
Jorbi Legón
Jorbi Legón (1993). Nació en Caracas - Venezuela en una familia de clase media en el oeste de la ciudad. Desde muy pequeño ha demostrado una intensa curiosidad por descubrir cosas nuevas, y un enorme interés por lo que se convertiría a lo largo de su vida en una pasión, "la lectura". Cuando cumplió los 17 años, se forjo una meta para sí mismo, ligada profundamente a su pasión por la lectura. Al cabo de un tiempo pudo completar su meta, viéndola transformada en lo que seria su primera novela publicada, "Ilusiones", transformando su pasión por la lectura en una intensa devoción a la escritura. En la actualidad, planea seguir desarrollando sus historias para poder compartirlas con el resto del mundo, y hacer de sus lectores, sus mas fieles amigos a lo largo de su carrera como escritor independiente. Como cita de sus propias palabras: Esto apenas esta comenzando
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Ávalon - Jorbi Legón
ÁVALON
EN LAS SOMBRAS
ÁVALON
EN LAS SOMBRAS
JORBI LEGÓN
Título original: Ávalon - En las Sombras
Primera edición: julio de 2018
Advertencia: Todos los suceso y personajes aquí citados, pertenecen a un contexto ficticio. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
Todos los derechos están reservados. Bajo las sanciones establecidas en la ley, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyrigth, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o prestamos públicos.
Dedicatoria
Cuando crees que el mundo que te rodea pierde color, es momento de evaluar lo que haces y lo que tienes en frente. Por eso, dedicó esta novela a todos aquellos que han perdido su norte y, aun así, siguen luchando por la esperanza que invade sus corazones.
CAPITULO I
EL DESPERTAR
Mis recuerdos de antes de llegar a la ciudad de Astom, son confusos. A medida que mis manos rozaban mi cuerpo, sentía como si las ropas desgarradas en algún momento fuesen a mostrarme por lo menos un pequeño fragmento de lo que ocurrió conmigo antes de llegar a la ciudad. Nada menos lógico. La penumbra que al final del día arropa a los habitantes de Astom, no era tan tétrica como su mirada, y es entendible, pues los ojos oscuros y grandes que contienen las cuencas de los rostros de aquellos que viajan sin un rumbo fijo, no pueden tener más explicación que esa.
Bajé las escaleras camino a la plaza principal. Intenté dialogar con algunos seres mientras seguía mi camino. Nada más inútil. Las palabras que salían de mi boca se perdían con el paso del viento, y en algunos momentos, lograba escuchar de vuelta los susurros de mi propia voz. Mis cansados pies luchaban por arrastrar las botas que los cubrían y mis manos desnudas buscaban ocultarse por debajo de la franela en busca de calor. Me preguntaba al mirar al cielo, si la luna era así de grande antes, pero no lograba recordar realmente haber visto una luna más pequeña.
Al llegar al centro de la plaza, una espada de madera tuvo la mala fortuna de encontrarse con mis pies. Levanté aquel trozo de madera muy bien tallado, y lo sostuve por un momento frente a mis ojos para detallarlo. En el mango tenía un nombre: Rell
. En ningún momento cruzó por mi mente el significado de aquel nombre, pero en el fondo era capaz de vislumbrar un sentimiento guardado en aquel escrito que me hizo estremecer por un segundo. Terminé por blandirla y me incomodó su ligereza, como si antes hubiese sostenido una espada más pesada. No lograba recordar haberlo hecho. Los extraños seres que deambulaban por todos lados ignoraron completamente mis movimientos, y así transitaban sin ninguna pasión por aquella plaza.
Decidí continuar con mi camino, y más allá de las casas aledañas, noté que un puerto se escondía tras un edificio de piedra. A pesar de que los barcos estaban atracados en calma, ninguna persona se encontraba sobre ellos. Deduje que la pesca no formaba parte de sus costumbres. Nada menos acertado. El verdadero motivo de tal falta de trabajo recaía sobre el hecho de que aquellas existencias no poseían una voluntad que les permitiese hacer algo. Simplemente deambulaban. Como coderos sin cabeza con la mirada perdida, buscando algo que no eran capaces de alcanzar.
Con la espada de madera en la cintura, caminé hasta el puerto. Un hombre se encontraba tirado de rodillas en el suelo, con los brazos extendidos en dirección al cielo. Su mirada perdida me hacía sentir incomodo, pero imaginé que su necesidad lo había instado a suplicar a su dios de tal forma. Me acerqué un poco más para intentar hablar con él. Mi primer error. El hombre se levantó y se volvió a verme. Sus ojos oscuros infundían terror, y su manchado rostro no hacía más que darme la sensación de estar envuelto en una gran tribulación. Levantó sus manos y las apretó en forma de puños mientras se abalanzaba sobre mí. Rápidamente saqué la espada de madera de mi cintura y la sostuve frente a mí. A penas si me dio tiempo de cubrirme de la embestida del hombre. La caída me causo unos raspones en los brazos, pero eso no me detuvo para levantarme e intentar golpear al hombre con el trozo de madera en forma de espada. A pesar de mis fuertes golpes, el hombre apenas si los notaba, en cambio solo alzaba sus puños e intentaba asestarme un golpe mientras lo esquivaba. El terror de morir me invadió lentamente, y a medida que se desarrollaba el combate, más se acrecentaban mis fallas y los golpes del sujeto eran cada vez más certeros.
No supe como fui capaz de derrotarlo. El hombre cayo de palmo a palmo cuando en una oportunidad logré enterrar la espada de madera en uno de sus ojos, y atravesarla completamente hasta hacerla salir por detrás de su cráneo. La sangre era espesa, y salía a borbotones de la cabeza del hombre. Me invadió un halo de euforia al ver que me encontraba a salvo, pero el hecho de ser testigo de cómo su sangre caía a través de la espada hasta alcanzar mis manos, me devolvió a la realidad de forma brusca.
Tardé unos minutos en reponerme. Limpié la espada de madera con las ropas que llevaba el hombre y la amarré a mi cintura. Traté de mantener la mente aislada de aquella realidad que en el fondo me parecía absurda, y continué caminando hacia un bordillo donde unas escaleras enormes me esperaban. Comencé a bajar los escalones mientras notaba como en el cielo las nubes tomaban formas amenazadoras. Un sonido muy potente se dejó escuchar en la distancia, y entonces me di cuenta de la torrencial lluvia que estaba por caer. No me importó hasta que fui testigo de una puerta de madera, apenas lo suficientemente grande para una persona, que se encontraba dispuesta en la pared que se alzaba a mi izquierda. Decidí abrir aquella puerta, y refugiarme dentro mientras la ventisca apaciguaba. Del otro lado una habitación en decadencia me esperaba. En ese momento extrañé el olor de la madera quemada en una chimenea. No sabía cómo era posible extrañar algo que no era capaz de recordar, y aun así en mi mente los eventos pasados a aquel mundo no hacían acto de presencia. Mi memoria no sería de ayuda en aquel mundo en ruinas, y en cierta forma, algo dentro de mí me estaba empujando a ignorar el miedo y a intentar comprender la naturaleza de aquel lugar.
Noté que en el centro de la habitación un circulo de piedras estaba formado, y en su interior había cenizas. Hundí la espada en aquel sitio y comencé a sentir como se apoderaba de aquel lugar, un destello perdido en el tiempo de una entidad benévola. El nombre enmarcado en el mango de la espada ardió en un fuego carmesí, y en ese instante solo había paz. Supuse poder descansar unas cuantas horas en aquel sitio.
CAPITULO II
LA FOSA DE LOS LAMENTOS
Extrañamente no era capaz de sentir hambre, o tan siquiera algo de sed. La noche era fría, y aun así mi piel no lograba mantener la sensación por mucho tiempo. Mis emociones estaban alejándose de lo que se supone deberían ser para un ser humano. Entre mis manos sostuve un colgante que había encontrado en una de las paredes del recinto. Llegué a pensar que tal vez el destino no era tan falso como algunos llegaban a definirlo, y que de alguna forma pudiera existir la posibilidad de tener algo más que una simple existencia. No era capaz de comprender realmente lo que significaba aquello, sobre todo el hecho de que sin un pasado tal destino pierde forma y llega a un punto donde ni siquiera un objetivo tiene lógica.
Tomé el pestillo de la puerta y lo giré sin temor. Salí de la habitación y comencé a ser testigo de la frialdad que transmitían aquellas paredes. La luz de afuera a penas si lograba filtrarse, y la humedad del lugar generaban un ambiente pésimo en decadencia total. Al caminar observé como algunas pinturas en las paredes habían sido víctimas del tiempo y la suciedad. Otras habían resistido un poco más, pero en sí mismas representaban algo peor; una intensa agonía sin par.
A medida que recorría el lugar, el mundo que en ocasiones se asomaba en mi interior afloraba. Las constantes voces en mi cabeza, no me dejaban pensar claramente. En el suelo de una de las habitaciones, encontré una puerta abierta de par en par. Dudé si debía entrar en aquel sitio por temor a la obscuridad, pero aquel lugar no era menos tétrico que donde ya me encontraba. Sentí una fuerte corazonada. Tomé la empuñadura de la espada de madera en mi cintura y caminé lentamente. Nunca deseé con más fuerza un mínimo asomo de luz. Con la mano que tenía libre intenté palpar todo lo que se interpusiera en mi camino. Casi siempre muebles viejos y paredes húmedas llenas de suciedad.
Al girar en lo que supuse era un pasillo largo, logré escuchar un pequeño ruido muy parecido al que hace un roedor. Al principio no le tomé importancia, pero a medida que avanzaba en aquel sitio mi instinto me advertía sobre el inminente peligro del que sería parte. Cada vez más cerca lograba escuchar el ruido, y en momentos sentía como una leve brisa rozaba mi piel a manera de aviso. Tropecé con lo que parecía una lámpara de aceite. Deseé en ese momento poder encenderla. Algo imposible sin un encendedor, y más si en aquel instante la forma de uno me era imposible de imaginar.
Los ruidos eran cada vez más frecuentes, y la sensación que me propiciaba la brisa ya no era tan frecuente; ésta había sido reemplazada por la sensación de muchas manos inexistentes que con furia intentaban sujetarme y arrastrarme al abismo. Encontré unos cerillos metidos en un cajón que reposaba casi destruido en uno de los estantes que logré alcanzar en tal obscuridad. Encendí la lámpara, y fue en ese momento que el terror logró penetrar mis pensamientos. Mi cuerpo se paralizó de inmediato y el sudor comenzó a caer por mi frente abundantemente. Lo que vi no podía tener lógica alguna. Un sinnúmero de manos que salían de las paredes y a la vez intentaban tomar