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Desde Catalina…Con Amor
Desde Catalina…Con Amor
Desde Catalina…Con Amor
Libro electrónico222 páginas2 horas

Desde Catalina…Con Amor

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En Desde Catalina…con Amor, Doris Pereyra-Rosenberg cuenta la historia profundamente conmovedora y a veces inquietante de su niñez y adolescencia, en una familia grande y pobre, que la expuso a varios (hogares) y experiencias traumaticas. Su capacidad para sobrevir a esos primeros años y eventualmente prosperar como una adulta positiva y alegre, a pesar de muchos contratiempos, es a la vez edificante e inspiradora. Esta historia tan aleccionadora conduce felizmente a un reencuentro sincero de un grupo de amigos de la inafancia conocidos como “Los Fosforitos,” o “Amigos para Siempre.”
IdiomaEspañol
EditorialAuthorHouse
Fecha de lanzamiento12 mar 2020
ISBN9781728350653
Desde Catalina…Con Amor
Autor

Doris Pereyra-Rosenberg

Doris Pereyra-Rosenberg nacio en la Rebublica Dominicana y emigro a los Estados Unidos en 1968. Artista consumada, sus pinturas capturan su temprano amor por la naturaleza y los campos de su niñez. Se retiro despues de 27 años en la autoridad de transito de la ciudad de Nueva York y ha sido residente de Astoria, Queens, desde 1992. Desde Catalina…con Amor es su primero libro.

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    Desde Catalina…Con Amor - Doris Pereyra-Rosenberg

    tanto a todos.

    Doy las gracias a todos mis hijos por darme

    la oportunidad de estar en la vida de mis nietos.

    Hace mucho tiempo, leí algunas palabras

    que quiero compartir con ustedes:

    "Quiero rodearme de gente

    Que saben cómo tocar el corazón."

    De gente que baila, canta, ríe y ama las aventuras.

    "De gente a las que las luchas de la vida les

    enseñaron a crecer con toques suaves en su alma

    y siguen creyendo en el amor y la bondad."

    Contents

    I El Hogar de Mis Padres (La Casa Paterna)

    II Nenena

    III Alba

    IV Cabrera

    V Mamá

    VI Fresa

    VII Piran y Armando

    VIII La Revolución de 1965

    IX Santo Domingo

    X Nueva York

    XI Santo Domingo Dos años gloriosos

    XII Nueva York, otra vez Mis hijos, mi familia

    XIII Reencuentro con Mi Niñez

    Una Carta a Mis Nietos

    Agradecimientos

    (I)

    El Hogar de Mis Padres

    (La Casa Paterna)

    (I)

    El Hogar de Mis Padres

    (La Casa Paterna)

    Mis recuerdos de ese día son como sombras. Estoy sentada en un pequeño banco de madera en nuestra casa. Es una casa de madera grande, con muchas habitaciones. Estoy sentada mirando, o sintiendo, tantas gentes a mi alrededor. No creo que les miraba, no recuerdo ninguna cara, o el color de sus vestidos, solo recuerdo el gran bulto que formaban. La gente camina lentamente a mi alrededor. Personas sin rostros o nombres, mucha gente triste, creo que estaban tristes pues de vez en cuando hacían un ruido como yo cuando me dolía la barriga. Caminan y hablan en voz baja. Alguien se detiene a acariciar mi cabeza.

    Alguien me recoge y me sienta en su regazo y me habla. Alguien toma mi pequeña mano en la suya y camina conmigo a su lado, de una habitación a la otra. Cada habitación está llena de otras personas que susurran entre sí, y hacen ese ruido triste. Pero cuando pasábamos frente a la habitación de mis padres, no se detenían. Yo quería, pero no me atrevía. Nadie me llevo al dormitorio principal, el dormitorio de mis padres. Ahí dentro se escuchaba mucho ruido. Lloraban bien duro, como un niño con hambre. Yo tenía mucho miedo y apretaba la mano desconocida que me sostenía. No podía entender qué sucedía ahí dentro. Se escuchaba mucho ruido, como si personas enojadas golpearan el piso o la pared, no sé.

    No podía encontrar a mi madre o mi padre. Yo buscaba sus caras en este gran bulto de gentes. Quería preguntarles, pero había mucho ruido. Tampoco podía encontrar mis hermanos. ¿Donde estaban ellos? ¿A lo mejor sentados en las piernas de otras personas, como me tomaron a mi? ¿Acariciándoles sus cabellos, susurrándoles en sus oídos? No sé qué sería lo que susurraban a nuestros oídos. A lo mejor palabras de consuelo.

    Mario, Esperanza y Manasés eran mayores que yo, por lo que probablemente sabían lo que estaba ocurriendo. Y Felicia era sólo un bebé. Este día, este día que pesa tanto sobre mí a pesar de los tantos años que han pasado. Creo que nunca mis hermanos y yo hemos hablado de ese día, no sé por qué. Sin embargo, estoy segura de que este es el día en que nuestras vidas por siempre quedaron marcadas de una manera muy triste y sin regreso. El día en que nuestro padre murió.

    El día que perdí a mi padre es el día en que empiezan mis recuerdos, mis memorias. Yo tenía tres años de edad. Mi padre tenía 33 años.

    Mis recuerdos continúan en su forma extraña y sombría. Algunas sombras tienen más sombreado que otras, algunas son color de acero gris. Mario, Esperanza, Manasés, y Felicia caen en la gris y luego - Ni siquiera puedo distinguir sus contornos. Incluso Mamá no emerge desde el gris. No puedo verle, olerle, o sentirle como ella era de mujer joven.

    Las cosas se enfocan un poco más claro en el río detrás de nuestra casa. Este rio era parte muy importante y necesaria para nuestras vidas. No solamente nos proporcionaba agua para nuestro sustento, aquí nos bañábamos, lavábamos la ropa y además, sacábamos comida. Si, jaibas, y otras muchas cosas más que no recuerdo nombres. El río para mí era mi único amigo, mi confidente. Me gustaba salir por la puerta trasera y bajar, paso a paso, lentamente, por el camino estrecho. El camino estaba lleno de flores silvestres que crecían en ambos lados. Flores azules, un color azul más profundo que el cielo, rosas rojas y rosadas, que me hacían sentir con ganas de reír, no sé por qué. Gardenias blancas, con un olor tan profundo. Este camino era encantador, aquí las mariposas y grillitos y otros animalitos parecían felices, y así me sentía yo. Yo era otro de esos animalitos o pajaritos felices, sin miedo, sin hambre. Cuando llegaba al rio, me sentía en paz, completa. Me sentía atraída por él, pero al mismo tiempo, sentía un poco de miedo cuando miraba las partes profundas. Se veía y sonaba tan amable, pero yo temía entrar sola. Tenía miedo de lo que podría estar por debajo, en las areas que no podía ver.

    Cada vez que llovía mucho, el río se crecía y el agua se ponía color marrón oscuro. Me encantaba sentarme allí y mirar la gran serpiente marrón formada por las aguas corriendo hacia abajo. Me sentía tranquila allí, mirándolo y escuchando ese suave murmullo. Muchas veces, recuerdo que cuando lloraba, no sé porque, salía calladita, sin que nadie me viera, y empezaba mi terapia. Mi camino de piedras y flores, hasta llegar donde mi amigo. Me acostaba en las verdes y refrescantes yerbas que crecen a su alrededor. Aquí me sentía bien, no tristeza y recuerdo que muchas veces me quede dormida. Cada vez que mis hermanos me estaban buscando, sabían dónde encontrarme. Aquí también iba cuando me quería esconder de mi madre. Ella sabia donde encontrarme para castigarme por robar su azúcar. Yo subía al fogón, y agarraba un puñado de azúcar y bajaba, salía corriendo hacia donde mi amigo. Como el fogón era hecho de cenizas, mis huellas quedaban bien claras en el piso de la cocina y le indicaban a mi madre por donde salí.

    Aunque me encantaba el rio, no me gustaba tener que ir a buscar agua para la casa. No era fácil para mi pequeño cuerpo equilibrar el pesado envase de higuera lleno de agua, en mi cabeza. Por las noches, todos compartíamos el mismo envase y la misma agua para lavarnos la cara y los pies. No recuerdo, pero ojala que sí, que laváramos nuestras caras primero, y luego los pies. Hum, no recuerdo el proceso.

    Cuando llovía bien duro, el río se inundaba tanto, que sus aguas salían a los alrededores. Esto era bueno para nosotros, pues los peces de agua dulce eran abundantes. Mi hermano mayor Mario me llevaba a pescar con él. Recuerden, él era el mayor de los hermanos, y se preocupaba de darnos que comer. Con él, no tenía miedo, entraba al rio sin temor. Él era un chico fuerte, pero flaco. Yo confiaba en que él me podía proteger de la corriente del río o de lo que estaba ahí dentro. Me aferraba a los bolsillos de los pantalones cortos de color caqui y juntos caminábamos en contra de la corriente, hacia arriba. Esta aventura siempre fue como un juego para mí. Cuando el río estaba furioso por la tanta agua de la lluvia, los camarones de agua dulce saltaban en todas partes a nuestro alrededor. Yo creo que también tuve la oportunidad de agarrar unos cuantos, solo con mis manos. Me daba miedo y pena sentirles moverse en mis manos, y aunque sabía que serian nuestra cena, quería soltarles, por eso, Mario enseguida me los quitaba.

    Mario también buscaba bajo las rocas. El era un experto en eso, sabía que aquí se escondían los cangrejos. Esto no lo hice nunca. Los cangrejos se enojaban y muchas veces mordieron a Mario. Pero Mario tenía una técnica. (Perdón, no recuerdo la técnica). Esto era importante porque significaba que tendríamos una muy buena cena esa noche.

    Cuando regresábamos del río, hacíamos un fuego detrás de la casa con madera seca y yerba seca, y algunas rocas grandes. Nos gustaba asar nuestra captura. Ahhh asados saben tan bueno. Todavía recuerdo ese delicioso olor y sabor. Era un manjar y una fiesta para nosotros. Recuerdo estar sentada en un círculo con todos mis hermanos, recuerdo sus risas, pero no puedo ver ninguna de sus caras: No Félix o Mario o Manases, o Esperanza o Felicia o mi madre.

    No recuerdo nuestra madre jamás unirse a nosotros.

    Tal vez ella estaba dentro de la casa, triste y pensando o extrañando mi padre. Él fue su único amor, creo. Cuando no estaba enojada con nosotros, o gritándome a mí, cantaba canciones tristes, o simplemente se ponía en una esquina de la casa y lloraba. Recuerdo esa mujer triste, sentada en una mecedora, mirándonos, pero la mirada pasaba por encima de nosotros. Pobre mujer; probablemente estaba tratando de decidir qué hacer con este grupo de niños hambrientos. Era joven, solitaria en su dolor, y también muy enojada. Ella tenía 28 años de edad, con cinco niños de entre 3 meses y 9 años de edad.

    Después que papá se fue, nos quedamos juntos por un tiempo.

    Usualmente dormíamos 2 o 3 en una misma cama. Nuestras camas estaban hechas de madera negra, fuerte, con 4 grandes polos, uno a cada lado. El colchón estaba hecho de hojas secas mezcladas con bolas de algodón, colocados dentro de una gran tela áspera. Cada mañana, sacábamos este colchón afuera, bajo el sol, ya que algunos de los más pequeños hacían pipi en la cama todas las noches. Así que nuestro colchón siempre olía a orina, pero no nos importaba. .

    De vez en cuando un tío o un primo nos visitaban. Mamá ponía ese hombre o niño en la cama con nosotros. Odiaba esto porque durante la noche, yo sentiría algo duro tocar mi cuerpo. (Hoy puedo entender), pero nunca dije nada a nadie. ¿Por qué? Tal vez pensé que era normal. Además, en el momento, no podía nombrar la cosa dura que me tocaba. ¿Un puño? Eso es lo que se sentía.

    También recuerdo que mis partes íntimas picaban constantemente. Como si estuvieran en fuego. Me imagino que esto era debido a nuestra falta de higiene. La letrina al aire libre era muy vieja y descuidada. Mama la lavaba continuamente, pero aun así, había mucha contaminación. Utilizábamos las hojas de los árboles como papel para limpiar nuestros cuerpos. A veces los chicos se limpiaban frotándose contra los postes de las paredes.

    Creo que esa fue la razón principal por la que tuvimos tantas lombrices en nuestros vientres abultados. Estábamos pálidos y delgados, con grandes barrigas. Me imagino que estas lombrices comían lo poco que lográbamos comer. De vez en cuando, mamá preparaba un fuerte y amargo te con hojas que recogía por ahí. Este te era tan amargo y olía tan y tan feo.

    Ella nos hacia tomar este te a primera hora en la mañana, recién nos levantábamos, con el estomago vacío. De modo que las lombrices también tenían hambre. Odiábamos tomar este te, pero ni modo, a mama no se le decía no. Después de tomarlo todo, hasta la última gota, nos sentábamos en la bacinilla (inodoro portátil) y veíamos como estas lombrices, blancas y gordas, salían de nuestros traseros. Yo salía corriendo y llorando cada vez que veía una, pero fuertes brazos me hacían volver y sentarme allí hasta que todas las lombrices salieran. No sé como mama sabia cuando salían todas, quien sabe, nunca le pregunte.

    Esta memoria simplemente no se desvanece. Hoy en día, cada vez que llueve y camino fuera, no miro hacia abajo, temo ver una lombriz de tierra, ah, no me gustan para nada.

    Como adulto, y como madre, trato de entender a mi madre y su comportamiento hacia nosotros. Necesito entender con el fin de no juzgarle, ella siempre quiso lo mejor para nosotros. Yo lo sé. Hay que tomar en cuenta cómo era la vida en ese entonces, las costumbres, la vida.

    Ella encontró su verdadero amor y tuvieron 8 hijos. Ella lo enterró cuando tenía 28. Ella enterró a tres de sus hijos en esta época también: Julio César, Efraín, y Radame. No recuerdo los bebés varones en absoluto, sólo sus nombres.

    Mis memorias de la casa paterna están envueltas en sombras y tristeza. La tristeza vivía dentro. Fuera había un mundo diferente. Nuestra casa fue construida en un elevado de tierra. Desde una ventana lateral, podía ver el inmenso valle, valle verde que se hacía más gris en la distancia. Podía ver las vacas y caballos, minúsculos en la distancia. Más cerca podía ver pollos, patos y muchos otros tipos de aves, cuyos nombres se me escapan ahora. Pero ninguno nos pertenecía, por lo tanto, solo nos conformábamos con mirarles.

    La casa era grande y de madera sin terminar, áspera. Fue construida en lo alto de unas rocas grandes y fuertes. Estas rocas forman la base. Debajo de la casa era nuestro patio de recreo. Podíamos pasar por debajo de la casa, de un lado al otro. No teníamos juguetes convencionales, pero éramos inteligentes (digo yo), y teníamos una variedad de juguetes. Hacíamos muñecas de la mazorca de maíz, vacas y caballos de palitos y muchas figuras de ramas y hojas. A veces, el pollo de un vecino o el gato, venían a estropear nuestras casitas de madera y rocas. Otras veces eran los perros, que caminaban libremente por todos lados, y hasta los cerdos se revolcaban ahí abajo, parece que sentían placer en destruir nuestros arreglos.

    Jugaba con mis hermanos y hermanas, pero no puedo ver sus caras o escuchar sus voces.

    Cuando mi padre construyo nuestro hogar, también construyo una cocina bien grande pegada a un lado de la casa. Parece que él sabía que tendrían muchos hijos. Tenía un fogón construido con tierra, madera, y algo más - que no recuerdo qué. Mama cocinaba nuestros alimentos utilizando madera y pasto seco como combustible. Cuando mi madre cocinaba, la cocina se llenaba de humo. Tanto humo que hacia picar nuestros ojos.

    La cocina era lo suficientemente grande para todos nosotros sentarnos (en el suelo). Recuerdo estar sentada en el suelo, apretada contra otros cuerpos, con hambre y esperando algún alimento de mi madre. Cuando ella hacia chocolate, lo hervía con leche y agua. Esto olía tan rico. También recuerdo el olor de gandul fresco cocinado

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