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El Archivo Farenzi
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Libro electrónico417 páginas5 horas

El Archivo Farenzi

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Un apasionante cuento de amor. Una aventura ágil. Una hechizante historia detectivesca. Un intrigante misterio médico. Y una vasta épica multigeneracional que atraviesa el siglo XX y mucho del globo - de México a Italia y más allá.
El archivo Farenzi es todo esto y más. A la vez emocionante e inspirador, es un relato profundamente conmovedor y cautivante, como ningún otro que hayas leído.
Penetramos en el mundo de El archivo Farenzi en la Ciudad de México de la primera parte de los setenta, cuando Aurelio, ingeniero constructor, conoce el amor de su vida, una brillante estudiante de psiquiatría llamada Ofelia.
Pero en verdad la historia da inicio décadas atrás, con el escape de una hermosa joven italiana de la Europa devastada por la guerra. Lucrezia Farenzi arriesga la vida para cruzar Francia, ocupada por los nazis, y el Atlántico, bajo amenaza constante de los submarinos y bombardeos alemanes, tratando de alcanzar un destino incierto que ni siquiera existía en la geografía mental de los europeos -la ciudad de Tulancingo en el estado mexicano de Guerrero.
Mientras tanto Dr. Farenzi, el padre de Lucrezia y abuelo de Ofelia, un bueno y honorable doctor familiar en Roma, ha hecho un increíble descubrimiento médico que tiene la capacidad de cambiar el mundo - para bien o para mal.
Este es el secreto perdido que eventualmente domina las vidas de Aurelio y Ofelia, transformando su matrimonio perfecto en una febril búsqueda de la formula escondida. A lo largo de la historia, su intenso y casi mítico amor les da fuerza - hasta que la tragedia los golpea.

Elogio para El archivo Farenzi
Historia policíaca digna de Agatha Christie. Con fuerzas desconocidas que harían todo, inclusive asesinatos, por quedarse con la gran fórmula, El archivo Farenzi está lleno de la intriga y el misterio.
Escrita con una prosa entrecortada, directa y ágil, es una novela fascinante y agradable de leer. Yo no pude dejar de leerla hasta el desenlace final.

Óscar Pandal Graf, filólogo y bibliófilo
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento6 nov 2014
ISBN9781463395308
El Archivo Farenzi
Autor

Alberto Benet Noguera

Alberto Benet (México, 1952) está casado y tiene dos hijas. Es economista y especialista en administración de riesgos. Trabaja y reside en la Ciudad de México. Es autor principal del libro, Para Vivir Seguro, editado por Santillana Ediciones Generales del grupo Penguin Random House Su novela es un tributo a los emigrantes en búsqueda de la libertad y que dedicaron con pasión su vida al bienestar de la humanidad.

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    El Archivo Farenzi - Alberto Benet Noguera

    Copyright © 2014 por Alberto Benet Noguera.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 04/11/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    669523

    ÍNDICE

    I El Día Que Conocí A Mi Adorada Ofelia

    II El Gran Doctor Farenzi Y La Vida En Sardinia

    III Adiós Al Escozor De La Guerra

    IV La Travesía Hacia América

    V De Halifax A México

    VI La Vida De Lucrezia En Tulancingo

    VII Werner Y El Desastre De La Fichera

    VIII Farenzi, Un Hombre Visionario

    IX Los Grandes Esfuerzos Dieron Fruto

    X el emporio náutico de paolo capellini

    XI Mi Sueño Hecho Realidad Y El Viejo Edifico De La Colonia Condesa

    XII Las Cajas Del Doctor Farenzi

    XIII La Búsqueda De Los 8 Elementos

    XIV La Fundación Farenzi

    XV La Ley De La Vida

    XVI Dios: Una Creación Del Hombre

    XVII Viaje Al Fondo De Mi Mente

    XVIII El Escape De La Depresión

    XIX Llegó La Primavera

    XX Un Cabrón Para Un Corrupto

    XXI El Asesinato De Una Vieja E Inocente Mujer En Viena

    XXII La Banda De Los Guanacos

    XXIII Mr. Alejandro Harrison, El Autor Intelectual

    XXV La Vida Es Bella

    XXVI Un Feliz Cumpleaños

    Agradecimientos

    Con todo mi amor y cariño, a mi esposa Hilda y mis hijas,

    Ana Gabriela y Sofía.

    I

    EL DÍA QUE CONOCÍ A MI ADORADA OFELIA

    —Don Aurelio—exclamó Manolo, —voy a comprar unos cigarros. ¿No quiere que le traiga un café?

    —No gracias—le contesté. Mientras mi mente divagaba y se perdía en el pasado.

    Recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Fue un verano hace más de 30 años; tomaba un café con el Sr. Girau en un restaurante junto al Lago de Chapultepec. Girau era un hombre de 60 años, soltero, nunca había tenido hijos y deseaba irse a vivir a Nueva York.

    El motivo de nuestra reunión tenía un objetivo claro, que yo me quedara a administrar su negocio de bienes raíces en México. Girau se dedicaba a administrar fincas, principalmente de extranjeros residentes en México.

    Escuchaba sus argumentos sin alejar mi vista de la orilla del lago, cuando observé una mujer joven de unos 22 o 24 años. Una mujer guapísima corría en aquella orilla con un estilo elegante, firme pero frágil.

    Recuerdo ese momento como si lo estuviera viviendo justo ahora, su dorado cabello, largo y ondeando contra el aire, se balanceaba con un ritmo similar a los campos de trigo al final del verano.

    Era una bella mujer a la que no pude dejar de mirar, sus piernas hermosas con la firmeza de una amante del deporte, tenis blancos, un pantaloncito corto típico de los que usan las mujeres cuando juegan tenis; de color azul cielo y una playera tipo polo color blanca componían su atuendo.

    Me recordaba a un impala cruzando el campo del Serengeti. Una mujer hermosa, certera en sus movimientos, pero realizados con gran delicadeza, fueron segundos de éxtasis interrumpidos por la escandalosa tos del Sr. Girau.

    —Creo que el tema no le interesa—exclamó el Sr. Girau.

    —¡No!, no, perdón—le dije, —¿no vio usted qué mujer más hermosa?

    —No—, contestó, —lo que sí, es me dejó hablando solo sin ponerme atención.

    —Mire—continuó, —su tía me comentó maravillas de usted, que es un muchacho muy inquieto, trabajador, inteligente y responsable; que estudió la carrera de ingeniería civil y que se dedica a la construcción.

    Interrumpí al Sr. Girau —¡Me encanta lo que hago! Al grado de que disfruto el aroma del concreto después de haber colado los techos.

    —Bueno—afirmó Girau, —qué bien. Mire, el asunto es que toda mi vida profesional me he dedicado a administrar bienes inmuebles, me ha ido bien, tengo un buen patrimonio y me invita un gran amigo, que lleva varios años viviendo en la ciudad de Nueva York, a asociarme con él en su galería de arte.

    —La pintura, las esculturas y el arte, me apasionan, es algo que disfruto y quiero dedicarme los últimos años de mi vida a la compra y venta de obras de arte. Es una actividad que exige toda mi atención, pero los clientes en México exigen una atención personalizada.

    —El motivo de verle, es platicar con usted la idea de asociarnos, para que usted dirija la empresa—continuaba aquel hombre. —Es un negocio muy noble, parecido a una vaca lechera que cuidándola siempre le dará a ganar mucho dinero. Es una actividad de mucha responsabilidad, administrar adecuadamente el patrimonio inmobiliario de los clientes.

    Recuerdo que yo solo lo oía y reflexionaba en cómo decirle que era una actividad que no me interesaba en lo absoluto. Yo solo pensaba en el dolor de huevos de estar hablándole al de él departamento 8, porque no ha pagado la renta. Discutiendo con él del 4, que el WC se tapa porque el animal utiliza demasiado papel de baño. Que la del departamento 10, quejándose que cuando follan los del departamento de arriba, ¡la mujer grita como loca! Pensaba yo.

    No, no, me repetía a mi mismo. ¡Que flojera!, pensaba.

    —¡Mire!—me decía el Sr. Girau, —yo, además de ofrecerle un buen sueldo, con el tiempo le daría una participación del negocio y a futuro si todo va bien, me gustaría que usted se lo quedara.

    —Don Girau, le estoy muy agradecido por su confianza y ofrecimiento, pero actualmente tengo la idea de trabajar uno o dos años y posteriormente estudiar una especialización o maestría en el área de negocios.

    Concluidas mis razones, Don Girau me preguntó que sí en la universidad no me habían enseñado lo suficiente. Me quedé callado observando su expresión de extrañeza.

    Después de unos segundos de pausa le expliqué que de ingeniería aplicada a la construcción había aprendido lo suficiente, pero, mi objetivo era adquirir los saberes de otras áreas que complementaran mis conocimientos. Es para prepararme más y mejor, repliqué.

    —Hoy el mundo es excesivamente competitivo. Me interesa conocer de marketing y finanzas, ser un experto en estrategias de venta y en cómo utilizar recursos financieros vía crédito para poder desarrollar ciertos proyectos.

    —Sr. Girau—le dije, —construir me encanta, además yo veo lo que ganan los clientes construyendo y vendiendo los inmuebles. Hacen crecer el capital como la engorda de borregos en el campo y en la medida en que esté mejor preparado serán mejores mis oportunidades de triunfar en la vida.

    —De acuerdo—me dijo el Sr. Girau, —pero yo estoy convencido de que la experiencia en la vida te genera más que diplomas elegantemente enmarcados y colgados detrás de tu escritorio. ¿Que mis años de vida profesional no cuentan? Yo te enseñaría todo lo que he aprendido y a fin de cuentas te harías de un negocio rentable, sin que te haya costado. Mi intención es retirarme a Nueva York en dos años o antes si es posible.

    Yo seguía observando el lindero del lago, con la esperanza de ver pasar nuevamente a esa mujer, mientras ese hombre seguía insistiéndome en un negocio que no atraía mi atención para nada.

    Girau insistió, afirmando que su negocio era rentable, con una buena cartera de clientes, y como en todos los negocios, haciendo bien la labor, ya uno sólo se dedica a ordeñar la vaca.

    —Además, joven, mis clientes tienen mucho dinero y lo invierten en construir edificios o compran casas y las remodelan para rentarlas. Yo estaría a tu lado mientras adquieres los conocimientos y ganas la confianza de los clientes. En poco tiempo lo dominarás.

    Mi acompañante no dejaba de hablar.

    —Lo importante, es presentarte con los clientes, que te conozcan, que vean los resultados. Te ganas su confianza y te haces cargo.

    —Déjeme pensarlo.

    —¿Pensar qué?

    Y como si contestara su misma pregunta, continuó —No sólo se trata de administrar sus propiedades, sino que muchas veces asesorarlos en qué precio de renta deben de pretender cobrar, cómo mejorar el inmueble para incrementar su rentabilidad, darle el mantenimiento adecuado, cobrar oportunamente, etc. Se debe asesorarlos y ayudarlos en la inversión, en las diversas facetas del mercado inmobiliario, en sus nuevos proyectos.

    —Por el volumen de propiedades que administro he desarrollado un excelente equipo de colaborares, el cobrador, el contador que les prepara sus declaraciones y el pago de los diversos impuestos, así como el personal de mantenimiento. Es una plantilla de personal confiable y responsable.

    —Usted no sabe en este país lo difícil que es conseguir personal responsable y de confianza.

    El Sr. Girau no cesó de hablar, pero mi atención no dejaba de centrarse en aquella mujer. No quitaba mi vista del lago, estaba ilusionado con volverla a ver pasar, y sin embargo, ese señor seguía hablando de grandes oportunidades, que en ese momento no generaban mi menor interés.

    Entre mi distracción por aquella hermosa mujer y probablemente la soberbia típica del joven profesional que cree que apaga las calderas del infierno a pedos, yo cometí el error de mostrar falta de entusiasmo.

    Girau apostaba toda la confianza en situar en mis manos el trabajo de toda una vida, poner en mi corral una enorme vaca lechera, con lo cual mi problema de supervivencia económica estaría resuelta de por vida; con una cartera potencial de inversionistas para construir inmuebles, pero yo sólo pensando en esa joven.

    Finalmente y perceptiblemente molesto, el Sr. Girau llamó a un mesero y pidió la cuenta.

    —¡No!—le dije. —Y o pago.

    —No, no se moleste jovencito, percibo que no tiene el mínimo interés.

    Girau, expresando enojo, continúo.

    —Ustedes, los jóvenes creen que la vida es eterna y que todo les va a caer del cielo. No tienen conciencia de que el tiempo es escaso y que a medida que pasa tu vida se va agotando. No saben lo difícil que es ganarse la confianza de las personas y generar una buena cartera de clientes.

    El Sr. Girau pagó la cuenta y sacó de su cartera una tarjeta de presentación, la cual puso en la mesa, informándome, -Aquí están mis datos. Piense, y si le interesa pasa a verme a mi oficina.

    Nos despedimos, lo acompañé a la puerta del restaurante a solicitar su auto. Me despedí dándole las gracias por el café, su tiempo y sus atenciones.

    Girau me preguntó: —¿Qué, no tras auto?

    —Si, pero quiero caminar un poco a lo largo del lago.

    —¡No pierde la esperanza!

    —No, tal vez con un poco de suerte la encuentro por ahí.

    —Bueno, adiós y que tenga buen día.

    Me dirigí al camino que circunda el lago, con la ilusión de encontrarme con esa joven. Pasaron horas, pero no pude verla. Regresé por mi auto al estacionamiento y me dirigí a casa.

    Durante el largo camino, no pude borrar a aquella mujer de mi mente. Durante la noche no pude conciliar el sueño, por lo que tomé la decisión de ir a caminar por el lago con la esperanza de encontrarla.

    Tenía que volver a ver a esa mujer. Todos los días me iba a caminar al bosque y a veces me llevaba mi bicicleta para buscarla con mayor velocidad y menor esfuerzo, aunque el deporte nunca fue una actividad preferida en mi repertorio de ociosidades.

    Pasaban los días y mi ánimo se esfumaba.

    Para mi gran sorpresa, un sábado la vi en un puesto de frutas y jugos ubicado a un lado del bosque junto a un estacionamiento, lugar obligado de visita por los deportistas que terminan su tarea y acuden al mismo a apagar la sed que les genera su actividad física.

    Mi corazón palpitó, ¡allí esta! No lo podía creer.

    Sin dudar me acerqué al puesto, bajé de mi bicicleta y la apoyé en un árbol. Ella degustaba un jugo, dudé en acercarme a ella,

    El pánico de ser rechazado se apoderó de mí, sin embargo, presioné la uña de mi pulgar contra mi dedo índice y me dije, no seas miedoso, por lo menos haz el intento.

    Yo pensaba, ¿qué le digo?, ¿qué digo? Cuando inesperadamente me vi junto a ella, lo único que se me ocurrió decirle fue nunca había visto yo a una mujer tan hermosa, elegante y dulce correr con tanta finura.

    Ella sonrió y me contestó: —¿Estarás soñando?

    —No—le dije, —hace algunos días vine a la cafetería que está ahí del lado izquierdo y te vi pasar. Desde entonces no hubo forma de yo pudiera conciliar el sueño sin antes no perder la esperanza de volverte a ver.

    —¡Qué bárbaro!, eso se lo has de decir a todas.

    —No, la verdad es que sufrí para acercarme y decírtelo. Soy muy tímido y créeme que por mi inseguridad me costó mucho trabajo.

    —¡Qué bien!

    —No, en verdad, no me mal interpretes o me prejuzgues. Me encantaría conocerte

    Por un momento dudó en su respuesta. Son de esas cosas que uno siente y percibe.

    —Tengo que alcanzar a mi padre a quien traigo al bosque para que haga algo de ejercicio y está del otro lado, junto al estacionamiento de abajo. Me tengo que ir, me dio gusto conocerte.

    —Te acompaño. Pero no me hagas correr porque no creo seguir tu ritmo.

    —Está bien, vamos caminando.

    Encantado tomé mi bicicleta y empezamos a caminar.

    —Pensé que venías caminando.

    —No —contesté, —traigo mi bicicleta.

    Iniciamos nuestro recorrido y en el acto me dijo:

    —Yo me llamo Ofelia.

    —¡Qué bonito nombre! Yo me llamo Aurelio. Ofelia, bonito nombre y poco común, además va con tu personalidad.

    —¿Cuál, sí ni siquiera me conoces?

    —Tienes razón, pero me da la impresión de que eres una persona sencilla, inteligente y muy bonita.

    —Bonita sobre todo en estas fachas.

    —¿Cuáles fachas? En verdad eres una persona hermosa.

    —Tú, ¿a qué te dedicas? —me preguntó.

    —Me dedico a construir, casas, edificios, la obra que sea, y ¿tú?

    —Yo estudio medicina.

    —¿Medicina?

    —¿Qué, no te gusta? —me preguntó.

    —Sí. Es que me da pavor ver sangre. Yo no me atrevería a ponerle una inyección ni a un perro y menos cercenarlo con un bisturí.

    —A todo se acostumbra, es cuestión de práctica. Al iniciar la carrera de medicina mi madre me decía, Ofelia, no entiendo, ¿cómo puedes trabajar con un cadáver?, a lo que yo le contestaba, Yo tampoco entiendo cómo puedes limpiar el cadáver de un guajolote para hacer mole.

    A lo largo del trayecto yo no dejaba de admirar sus piernas, unos muslos bien dotados, duros pero realmente hermosos. En una de mis finas observaciones me volteó a ver y la expresión en su cara me hizo sentir un pícaro.

    Le pregunté: —¿Qué área de la medicina es la que te gusta?

    —La psiquiatría. Desde pequeña me atrae mucho la medicina, creo que el interés lo heredé de mi abuelo. En uno de los viajes que realizamos a Europa a visitar a la familia de mi madre, al conocer Austria, les pedí a mis padres visitar en Viena el estudio de Sigmund Freud.

    —Ofelia, ¿cómo fue que te atrajo esto de estudiar psiquiatría?

    De momento un grito interrumpió nuestra charla.

    —¡Papá!, ¡papá!—gritó Ofelia. Se acercó a su padre y le besó la mejilla.

    —¡Buenos días!, mucho gusto en conocerle.

    —Mucho gusto.—Con una gran amabilidad, se presentó como el papá de Ofelia,

    —Sí, me lo acaba de comentar su hija.

    —¿Cómo te sientes? —preguntó Ofelia a su padre.

    —Bien, muy bien—dijo él. —Y ¿tú?

    —Bien.

    —Bueno, hija, ya es tarde y quedé en acompañar a tu mamá a Valle de Bravo.

    —Si, papá.

    —Me dio mucho gusto conocerte—le dije a Ofelia. —Espero volverte a ver por estos rumbos.

    —El día que tú quieras—me contestó Ofelia.

    —Señor, mucho gusto. Me llamo Aurelio y tiene usted una hija realmente encantadora.

    El papá de Ofelia sonrió. —Mucho gusto—replicó el señor.

    —¿Qué te parece si nos vemos mañana a las diez en los jugos? Mis papás se van a pasar el fin de semana en Valle de Bravo y yo tengo mucho que estudiar.

    —Encantado, mañana a las diez. ¡Que tengan un hermoso día!

    Ofelia me tocó el hombro y me dijo: —Mañana sin falta nos vemos.

    —Claro que sí —contesté.

    Se dieron la vuelta y los vi partir. ¡Qué niña!, pensaba yo, en verdad es hermosa y llena de ternura.

    Así fue como la conocí. Aquel día me sentí realizado, lleno de expectativas y ansioso de volverla a ver. Faltaban 22 horas para mi reencuentro con Ofelia, no había hora que no revisara mi reloj, el tiempo me parecía eterno. Regresé a casa para comer, guardé la bicicleta, me bañé y pasé a la biblioteca a saludar a mi madre que gozaba al leer libros, siempre sentada en el mismo sillón.

    La biblioteca en la casa de mis padres tenía grandes ventanales que daban al jardín.

    —Buenas tardes —me dijo mi madre. ¿Cómo estás?

    —Bien.

    —Te noto muy contento.

    —Si, madre, acabo de conocer a la mujer de mi vida.

    —¿Quién es?

    —Se llama Ofelia

    —Si, ¿pero quién es ella?

    —Estudia medicina y la acabo de conocer en el Bosque de Chapultepec junto al lago.

    —¿La mujer de tu vida? ¿Cuándo dejarás de ser tan soñador?

    —¡Ay mamá!

    Cuando parecía imposible que el plazo se cumpliera, llegó la hora. Me presenté a mi cita 15 minutos antes de lo previsto al puesto de jugos y frutas que se ubicaba adyacente a un estacionamiento. Mi emoción era tal, que no dejaba de observar con atención cada automóvil que se acercaba.

    Ofelia llego puntual, guapísima. Me acerque a ella y le dije ¡qué guapa!

    Me preguntó: —Y tú bicicleta?

    —No traje. ¿Qué te parece que tú corras y yo camino? Después te invito a desayunar.

    —Me parece bien, pero después de correr me tendría que ir a bañar.

    —Claro que sí.

    —Bien, nos vemos aquí en media hora.

    Ella inició su carrera, yo a caminar sin dejar de observarla.

    Una mujer en verdad hermosa de 1.72 aproximadamente de altura, de cabello rubio, la piel blanca pero ligeramente bronceada, probablemente por su frecuencia de hacer ejercicio, con unas piernas y muslos hermosos, unos delicados senos de tamaño medio; su cara alargada y ligeramente ovalada, con unos ojos gris claro-verdes, grandes y cristalinos, su nariz recta y pequeña, su boca hermosa y unos labios en verdad sensuales.

    Cada vez que se acercaba, yo no dejaba de observar sus muslos, grandes y duros. En cada paso su musculatura se exhibía de una forma hermosa.

    Era un día soleado, lo que generaba distintas tonalidades de claros y obscuros en su cabello.

    Aunque han pasado ya muchos años, recuerdo como si fuera hoy cada detalle. Probablemente mi profundo amor ha provocado que el tiempo no borre todo esto de mi mente.

    Al pasar media hora me alcanzó donde estaba caminando y aún con la respiración acelerada me dijo:

    —¡Hola!, ¿cómo te fue?

    —Bien. Los primeros minutos te cuestan, pero después lo disfrutas.

    —Son las endorfinas. ¿No quieres tomar un jugo?

    —Sí, claro, vamos.

    —La vitamina C es fundamental. No sólo te ayuda a desarrollar defensas, también te ayuda a eliminar la fatiga.


    El puesto de jugos siempre estaba lleno de gente y a varios les atraía el físico de Ofelia, con prudencia dirigían su vista hacia ella inspeccionando su cuerpo de manera minuciosa. Después de ordenar, pagar y recibir los jugos, le pregunté:

    —¿Ofelia, en dónde te gustaría desayunar?

    —En algún lugar cerca. Tengo mucho que estudiar y el lunes tengo un examen. Pero primero quiero regresar a casa a tomar un baño y cambiarme. ¿Tú dónde vives?

    —Al final de la calle de Virreyes, cerca del acceso a Lomas Altas.

    —Vivimos cerca, mi casa está en la segunda glorieta de Virreyes del lado derecho. Es una casa estilo colonial, con techos de doble agua con tejas.

    —La casa es un color amarillo oscuro con chimeneas.

    —Ah sí, ¿es la que tiene las puertas de madera?

    —Sí. ¿Qué parece si nos vemos en mi casa en una hora?, ¿Te parece a las 12.00?

    —Sí claro, ahí te veo.

    Con una enorme emoción llegué puntual a mi cita, toqué el timbre, me contestó una mujer que me invitó a pasar a la sala en lo que la señorita se arreglaba.

    —¿Le ofrezco un café o agua de limón?

    —No. muchas gracias. Aquí la espero.

    Las paredes estaban repletas de cuadros de pintores mexicanos contemporáneos, los pisos de madera, sillones amplios que rodeaban una chimenea, en el centro de esta una pintura al óleo de Ofelia en el que se veía, dos o tres años más joven.

    Observe un librero con ejemplares de arte, pintura y arquitectura. Cuando Ofelia entró a la sala exclamé, ¡qué guapa! Sonrió y me preguntó ¿a dónde vamos?

    —¿Qué te parece al restaurante que está en frente del supermercado?

    —Bien vamos, y esta tan cerca que si quieres podemos ir caminando.

    —¡Claro!—contesté.

    Salimos de su casa y en camino a nuestro destino le pregunté la edad que tenía cuando pintaron el óleo que estaba colgado en la sala. Veinte años, me dijo, lo pintaron hace tres años.

    Después de caminar algunos minutos llegamos al restaurante, un lugar pequeño, agradable y siempre lleno de comensales.

    A la par de pedir el desayuno, nos hacíamos las preguntas típicas de dos personas jóvenes que acaban de conocerse, sobre nuestros gustos, nuestra familia, tradiciones, costumbres y quién sabe cuántas cosas más.

    Nuestro primer encuentro duró más de dos horas, para mí fue tan rápido como hubiera sido de tan sólo unos minutos. En verdad que me quedé impresionado. Ofelia además de ser una mujer hermosa, sencilla y dulce era inteligente; una persona llena de humanismo y amor hacia la gente.

    Al pedir yo la quinta o sexta taza de café, observó su reloj y me dijo: —¡Qué bárbara! Ya es tardísimo, tengo mucha tarea que hacer y sobre todo estudiar. ¡Vámonos!

    Pedí la cuenta y le pregunté que cuando la podía volver a ver.

    Ofelia, me contestó: —De aquí a hasta el próximo fin de semana es difícil por la escuela y el viernes en la noche tengo un compromiso.

    —¿Y el sábado? —le pregunté.

    —Probablemente salgo con mis padres a Valle de Bravo ya que están por terminar la construcción de una casa, pero háblame, por teléfono, te aviso y nos ponemos de acuerdo.

    Solicité un papel y pluma para anotar su número. Después de pagar la cuenta, caminamos hacia su casa, tocamos el timbre y esperé a que abrieran la puerta. Al despedirme le comenté que era una persona maravillosa y que anhelaba verla pronto.

    —Háblame en la semana, pero tengo tanto que estudiar que no creo tener tiempo para salir.

    Finalmente me despedí, entró a su casa, cerró la puerta y me fui.

    Los días pasaron sin pena ni gloria en mi vida. Yo únicamente pensaba en ella, por lo que tomé la decisión de hablarle por teléfono el miércoles. Creo que fueron los cinco días más largos de mi vida.

    Hablé con ella por teléfono por espacio de una hora, yo ya estaba profundamente enamorado de ella, no dejaba de pensar en ella, llenaba mi bloc de notas en la oficina con su nombre.

    Yo babeando como perro, me decían mis amigos, Te traen rayando las banquetas.

    Mi segundo encuentro fue invitarla al cine, al dejarla en su casa me despedí dándole un beso en su mejilla, la primera vez que mis labios tocaban su piel. —¡Adiós!, nos hablamos—afirmó Ofelia.

    Me quedé con la ilusión de que me diera un beso en la mejilla, pero nada. Sin importar lo poco efusiva de su despedida, estaba yo feliz.

    Ya me imagino la sonrisa que invadió la expresión de mi cara, sonrisa de gusto y satisfacción. No cabe duda que yo ya estaba perdido localmente por ella, y su actitud de gran elegancia me confirmaba sus sentimientos de aceptación hacia mi persona.

    Cuando otras relaciones en mi vida habían avanzado a pasos más rápidos, mi relación con Ofelia era más pausada, pero a la vez más llena de emociones y de ilusiones de gran sutileza.

    Estaba locamente enamorado de ella, no dejaba de pensar en ella en todo momento. En las noches me costaba mucho trabajo conciliar el sueño, sólo pensaba en ella.

    Pasaron las semanas, cada vez nos veíamos con mayor frecuencia. Salíamos al cine, a tomar café, a reuniones y cenas con amigos. A medida que pasaba el tiempo mi amor y cariño hacia ella eran cada vez más intensos.

    Una noche regresando del cine, al acompañarla a la puerta de su casa, no pude más, previo a que introdujera la llave para abrir la puerta me acerque a ella y le dije: —¡Ofelia te amo! En verdad no sabes lo que te quiero y admiro. Acerqué mis labios hacia su boca y la besé ligeramente, sentí sus labios contra los míos. La abracé con fuerza y le dije ¡te quiero!

    Acercó su cara a la mía y con un beso, corto, pequeño y con gran sutileza en la boca me dijo: —Yo también te quiero.

    Nos abrazamos, me dio un beso en la mejilla y exclamó:

    —Ya es tarde y tengo frío. Nos hablamos mañana para vernos por la tarde.

    La abracé una vez más diciéndole ¡te quiero mucho!

    —Yo también to quiero mucho. Cuídate y nos vemos mañana.

    Abrió la puerta de su casa y entró.

    ¡Qué días aquellos! Pensaba, sin lugar a dudas fue una época maravillosa en mi vida. La ilusión continuaba y los sueños me acompañaban en todos los momentos de aquellos días.

    ¡Pobres de aquellos, de los que no han tenido la oportunidad de estar enamorados!, me repetía a mí mismo.

    A veces por las tardes saliendo de la oficina, pasaba yo a su casa, sentado en la sala a su lado observándola estudiar y haciendo sus trabajos de la universidad. En ocasiones, hojeaba sus libros y no dejaba yo de cuestionarme lo difícil que sería para mí estudiar tantos temas complejos de medicina.

    Los meses pasaban y cada día me enamoraba más. No había persona en el mundo que yo más quisiera.

    Tan bella, dulce, brillante y comprensiva. Nunca había conocido un ser humano con los valores de Ofelia.

    La madre de Ofelia, Lucrezia, era una mujer encantadora. Ofelia había heredado su belleza, más no el azul intenso de sus ojos. A medida que pasan los meses, mi amor y cariño hacia Ofelia no cabían en el universo.

    Vivimos tantas y tantas experiencias pero nunca podía olvidar aquella tarde. Era un viernes, desde que amaneció, el cielo nublado advertía lluvia.

    Aquella tarde, cómo olvidarla, imposible. Recuerdo que ese día estaba en mi despacho analizando las proyecciones financieras de un proyecto, los resultados bajo los típicos escenarios optimistas, medios y pesimistas, todos generaban buenos resultados. Pero yo no lograba identificar una tasa adecuada de riesgo.

    Mi mente estaba inmersa en esos escenarios, cuando tocaron en mi puerta. Era Claudia, mi asistente, que se despedía y me recordaba de su cita con el dentista. Le pregunté la hora y me contestó que eran las 5:15 p.m.

    —Qué bueno que me interrumpiste, a mí también se me hace tarde.

    En la temporada de lluvias nunca sabes cuanto tráfico habrá en las calles. Los dos salimos corriendo de la oficina. Yo había quedado de estar en casa de Ofelia a las seis de la tarde. Generalmente tardaba media hora en trasladarme de la oficina a casa de Ofelia, pero cuando llueve, inevitablemente el tráfico vehicular es denso y lento.

    Con el tráfico en las calles, los tiempos de traslado se convertían en un serio problema.

    Tuve suerte, llegue 10 minutos antes de la hora prevista. Estacioné el auto y me dirigí hacia la puerta que colindaba con la banqueta y toqué el timbre. Al oír el típico quién es, hasta dar las buenas tardes, me contestaron.

    —Pase usted, señor Aurelio, la señorita ya lo espera—me contestaron por el interphone.

    Era una tarde lluviosa y fría. Pasé a la sala, después de unos segundos llego Ofelia, con su acostumbrada y adorable sonrisa. Nunca dejaba de sonreír.

    —¡Hola!, ¿cómo estás?—Con prisa y sin acercarse, se desvió directamente a la cocina. —Hace frío, ¿por qué no prendes la chimenea?

    —Claro. Con mucho gusto—le contesté.

    —Si te hacen falta leños, los encuentras en el garaje. Mientras, yo voy por una botella de vino. ¿Sale?

    —Claro.

    —Muy bien, pues voy por ella.

    Le pregunté por sus papás, ella respondió que se habían ido a su casa de Valle de Bravo, con unos amigos a pasar el fin de semana.

    Al papa de Ofelia le encantaba pescar y remar y el Lago de Valle de Bravo, por su belleza, clima frío y cercanía a la Ciudad de México le fascinaba.

    Ordenaba yo los leños en la chimenea, cuando Ofelia regresó con la botella de vino y dos copas. Destapó la botella, sirvió una copa y me la ofreció.

    —Gracias.—La deposité en una mesa a mis espaldas, mientras continuaba con mi labor de prender la leña.

    —¡Muy bien!, mientras acabas pondré algo de música. ¿Qué te gustaría?

    Seleccionó un casete en el que se reproducía la canción Esta tarde vi llover y no estabas tú, interpretada por una brasileña que había residido en México. A lo largo de mi vida con ella esa canción fue su preferida.

    Nos sentamos en el amplio

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