La Crisálida
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Miguel Enrique Fiol Elías
Miguel Enrique Fiol Elías basa su novela en sus experiencias como médico puertorriqueño en la diáspora de EE.UU. Es Profesor de Neurología en una universidad de Estados Unidos y le interesan las bases biológicas y genéticas del comportamiento humano. Anteriormente, había publicado la controversial novela, “La Crisálida”, que explora las bases genéticas de la homosexualidad humana y “Un Boricua en el Desierto” que narra sus aventuras como profesor visitante en la Arabia Saudita. Este libro, contiene, además, el poemario “Mi voz interior” de temas mixtos, entre ellos la evolución religiosa del autor, las reflexiones de sus viajes y otras vivencias poéticas.
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La Crisálida - Miguel Enrique Fiol Elías
Copyright © 2014 por Miguel Enrique Fiol Elías.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014912613
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 26/07/2014
Palibrio LLC
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
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Fax: 01.812.355.1576
650639
ÍNDICE
CAPÍTULO 1 Fantasías del flaco triste
CAPÍTULO 2 El Visitante Inesperado
CAPÍTULO 3 El Ángel Que Me Protege
CAPÍTULO 4 Sangre en la Playa
CAPÍTULO 5 Esperanza Y Raíces de África
CAPÍTULO 6 Crisis Existencial
CAPÍTULO 7 Soy Exilado A Madrid - 1976
CAPÍTULO 8 Romance Entre Nucleótidos
CAPÍTULO 9 El Descubrimiento
CAPÍTULO 10 Regreso A La Isla
CAPÍTULO 11 El Discurso Sobre El Valor de la Ciencia
CAPÍTULO 12 Final
Dedicada a mi esposa, Marta Ivonne, por su paciencia y comprensión, y a mis hijos y nietos.
Con especial agradecimiento a mi amigo Dr. Enrique Chaves Carballo por su ayuda en la redacción y corrección de la novela.
15246.pngEs lo propio del hombre, como hombre, dirigir su mirada hacia el fundamento de la verdad. La verdad siempre existe en él y para él mediante un lenguaje, por oscuro y rudimentario que éste sea.
Karl Jaspers
CAPÍTULO 1
Fantasías del flaco triste
E l cantazo de la aguja en el lóbulo de la oreja izquierda hizo más real mi decisión de usar una pantalla de diamante. La enfermera había anestesiado el área, pero aún lo sentí cuando hizo la perforación. Me aferraba a la silla mientras miraba por la ventana al patio de la oficina médica. ¡Hago esto para ti, abuelo!
Me levanté para salir y me asomé por la ventana mirando hacia el Viejo San Juan. Un escalofrío atravesó mi espina dorsal, como una daga de acero, cuando pensé lo que mi padre diría cuando viese la pantalla en su propio hijo. Había dicho en un almuerzo familiar, cuando apoyé hombres usándolas, «es cosa de maricones».
Susurré otra vez a mi abuelo —a lo hecho pecho.
Tengo veintidós años y soy estudiante en biología molecular y genética de la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras, Puerto Rico. Mi característica física más notada es mi raja, como llaman aquí a la piel negra oscura y a un pelo medio pasú. Pero soy guapo (modestia aparte), flacote alto, durito y musculoso, (voy al gimnasio), y tengo ojos color verde- a marrón. Puedo pasar de papito chulo para las muchachas, pues no tengo dejes
de gay y le doy una gaznatá a cualquier pendejo que se prospase conmigo y coja la guagua equivocao
No hay duda que para la gente de mi época y el grupo social de blanquitos
mi madre quiere que me asocie, tengo dos cosas contra mía: ser medio pietro y también, calladamente, gay. Los tipos sentados en un cafetín bebiendo cerveza el viernes por la noche en la Barandilla en San Juan dirían al ver pasar a uno con deje o amaneramiento, (pero no yoooo) « míralo, ¡tras pietro, maricón!».
¿Y tu abuela donde esta?
es un refrán los boricuas utilizamos implicando que alguien ha ocultado sangre negra, que en mi caso es verdad, pues soy en la familia una verdadera oveja negra.
Decía mi abuela Esperanza, quien murió cuando yo era pequeñito y todavía vivíamos en Ponce, al sur de la isla de Puerto Rico, que tenía los ojos tristes. No sé por qué "search me, brother"
El otro strike en mi contra son mi padre y mi hermano, Francisco.
«¡El redentor de Puerto Rico!» —decía mi padre en nuestros almuerzos de familia cuando yo daba mis discursos sobre el estado caótico y racista de la sociedad puertorriqueña y los males del capitalismo desmedido. Nuestros almuerzos familiares, los boricuas siempre están comiendo, cocinando o viajando con comida, eran mis únicos momentos de expresión.
«Se cree que es la última Coca-Cola en el desierto » decía mi hermano Francisco pa acabar de joderme la existencia
.
Vivíamos en el Viejo San Juan, en esas casas contiguas, ahora le llaman townhomes, sin un patio exterior, típico de los edificios del siglo XVIII. Tenía dos plantas, con la sala al pie de una escalera de mármol, una fuente burbujeante en el patio central, y el comedor y los cuartos en el segundo piso. En el balcón de hierro forjado, con vista a la bahía, pasé mi infancia soñando de las naves entrando por la boca del castillo de El Morro. Imaginaba a los piratas que habían invadido la isla, Sir Francis Drake y el Conde de Cumberland, en batalla por la capital. De hecho, la isla nunca había sido conquistada, por largo tiempo, por ejércitos invasores o piratas excepto cuando los americanos la bombardearon al principio de la guerra hispanoamericana de 1898 y luego entraron a ser dueños y señores de todo. Una vez bien recibidos como liberadores de los españoles tiránicos, ahora había líos, decían, por sus políticas imperialistas.
Mi escuela primaria y la superior estaban allí, en esta bella ciudad amurallada con sus calles adoquinadas, estrechas, románticas, llenas de historia, leyendas y mis propias fantasías rugientes. Mi familia vivía una vida placentera, era rica por el dinero que mi padre heredó de su mi abuelo Guillermo y una buena posición como contador público certificado. Parecían indiferentes ante la pobreza que nos rodeaba, en la zona de La Perla, el barrio fuera de las murallas de San Juan en el norte y en la periferia, al este, el Fanguito y otros arrabales que estaban, constantemente, como recordatorios de nuestra avaricia.
"Jesú manífica. Les gusta vivir así" algunos decían.
Estudié las ciencias biológicas y era un apasionado de la biología del comportamiento y la especialidad emergente de la genética del comportamiento.
Llevar una pantalla en este 1976 es un acto de desafío. En mi mente, esto demostraría a mi familia y la sociedad entera puertorriqueña de gente adinerada, religiosa conservadora, que yo no quería ser parte de ninguna de su hipocresía, artificialidad e intolerancia.
Los puertorriqueños estámos bien versados en el machismo y sospechamos de un hombre de treinta años sin novia y se le considera maricón y trazamos hasta nuevo aviso
, la gran M
en sus frente.
Los padres de alta sociedad aspiraban a dar a sus hijos un matrimonio por dinero, si posible un braguetazo
, y si había alguna herencia negra no era buen partido
. Si eran bien prietos, lo mejor era que sepan su lugar
. Las mamas de las muchachas buscaban los jóvenes, masculino papito chulos
como mi hermano Francisco, que aunque era un flan, era un súper-macho, y se babeaban
por él y les decían a sus hijas:
«Mira mija, sal con ese chico del Viejo San Juan, que a pesar que su familia tiene su raja, es guapo y su pai heredó una purrucha de chavos de su padre en Ponce. El más joven de ellos, Raul, tiene mucha raja y solo Dios sabe los problema que está en la Universidad donde siempre está protestando y marchando».
«Nosotros enviamos a nuestros hijos a los colegios en los Estados Unidos donde aprenden buen inglés y no hay chusma (clase baja) como en la Universidad de aquí».
A menudo me preguntaba: ¿por qué no soy un tipo normal
, como mi amado hermano Francisco, que se preocupa solo de los deportes, autos veloces, chicas frívolas y la atmósfera de una fraternidad de gente bien blanca?
Tambien reflexionaba que yo era un variante o quizás un capricho de la naturaleza porque me sentía, inexplicablemente, atraído en mi adolescencia a los varones de mi edad y antes, también, en mi escuela primaria. Tenía fantasías amorosas de un compañero de clase que se sentaba delante de mí. Otro compañero de primarias, que era bien afeminado, los otros muchachos se burlaban de él y era a menudo humillado. Le agarraban las nalgas durante el recreo, o sea, gay bashing, algo que más tarde encontraría también yo en mi camino.
Ahora con esta pantalla de diamantes yo sería un activista y abogado para gente como él y otros amigos que sufrían persecución, ridículo y rechazo de su propia familia.
Fue en el séptimo grado que tuve mi primer enamoramiento de un compañero, José, muy guapo, con ojos tristes, que se sentaba delante de mí en clase. Pasaba largas horas soñando con él y sentía la maravilla de estar enamorado pero nunca le dije nada, excepto un día durante una excursión escolar del viejo castillo de El Morro en San Juan.
El grupo de estudiante fue llevado por los maestros a través de los túneles de la antigua fortaleza, y en una ocasión, él y yo estábamos separados del grupo y explorando una de las celdas de la cárcel del tiempo de la insurrección de los boricuas contra España. La habitación era oscura, húmeda y tenía musgo en las paredes. Mi corazón latía duro al estar a solas con él. Nos acercamos a la apertura de la celda que daba al océano y observamos extasiados el gran cuerpo de agua azul profundo y sentí el contacto de su mano con la mía. El momento era magnífico: un día glorioso y en esa celda de la cárcel histórico, pero misteriosa, estábamos por fin solos. Tras un largo silencio, mientras observábamos el amplio horizonte, me volví hacia él y con una chispa de amor en mis ojos le dije:
—Tienes ojos hermosos.
Él palideció, miró hacia abajo, salió corriendo y se unió al grupo. Me quedé solo en la cárcel y parecían que las paredes se fueron cerrando para mí. Esta bella escena y mi derrota
permanecerían para siempre en mi mente. Miré hacia abajo a las olas rompiendo contra las rocas, y pensé:
¿Mi vida siempre será siempre un torbellino como ellas?
Luego, a los dieciocho años, mis compañeros de secundaria me llevaron a una casa de putas para hacer lo que todos los muchachos habían ya hecho: romper la coca
(virginidad).
El sitio era un cafetín pequeño, sucio en la planta baja y con las habitaciones en el segundo piso para la masacre
. En el bar la vellonera tocaba una delicada y romántica canción de Felipe Rodríguez La Voz que era profanada por esta atmósfera de mercado de carnes
. La mujer, que empezó a bailar conmigo, era un poco distante, delgada, y con un odómetro, si no roto cerca de expirado y tenía un aire de déjà vu e indiferencia que roncaba la siquitrilla
. Vestía traje color púrpura chillón y tenía un amplio escote revelando dos senos súper chupados y medio enclenques que descansaban, temporeramente, en su brassiere.
Durante el baile de los boleros me golpeó duro para despertarme, acarició mi pelo y atascaba su cuerpo contra el mío para obtener la reacción que nunca llegó. Después de un rato del bailoteo, y en un último intento para no perder la batalla, subí una escalera larga y sucia forrada con un papel de color rojo sangre e iluminada por una cansada bombilla. Un casi anciano repartía las habitaciones a las pareja con una actitud de esto está más leído "que un Imparcial (periódico) de barbería."
El cuarto asignado era sobrio, primitivo, sucio, con paredes mal pintadas, cálido, y con un abanico en el techo que hacía un sonido rítmico y enloquecedor. Ella se desnudó, sin preámbulo, mecánicamente, y le miré a los ojos brevemente mientras lo hacía, donde encontré un vacío insultante.
Se acostó desnuda, con las piernas abiertas, esperándome. Sus ojos carecían de aventura. Me arrodillé entre sus piernas y viendo esa área tan usada y abierta me dio náusea. Intenté, pero no pude tener una erección.
Mi amigo, que ya había terminado, tocó a la puerta.
−Raul, ¿cómo va la cosa?
Yo no respondí, aun tratando de excitarme, sudando frio y nervioso por mi incapacidad. La mujer no me miraba y el ruido del abanico en el techo me parecía era alguien mofándose..
Me rendí y me levanté de la cama decepcionado. Ella fue al lavamanos y se lavó con un ruido, crudo, irreverente y vacío que nunca olvidé.
Me vestí y salí corriendo a encontrar a mi amigo que estaba tan contento de ser cómplice en mi iniciación. Mentí de mi fallo como macho
con una sonrisa helada, y sentí un vacío en mi pecho.
En el coche, querían los detalles.
— ¿Saliste de la coca en buen estilo?
—Sí, mi hermano estaría orgulloso de mí —dije mirando por la ventana cuando una llovizna mojaba la noche. Me acordé de un verso inédito de un amigo de la Universidad:
«¿Quién llora en la llovizna?»
Y, finalmente, sentí mi tristeza.
Después de ese incidente, sufrí una serie de enamoramientos frustrados e intensas fantasías de amor hasta que llegue a mi Universidad donde encontré un oasis de aceptación. Observé el espectro de jóvenes gays como yo, de muy hombre a muy afeminado Aquí sí podría llevar mi pantalla de diamante, mostrándolo como un signo de mi vida
.
A pesar de todo esto, sabía que tenía sangre africana y española en mis venas y había oído historias de grandes hazañas en ambos lados y ¡no!, nunca, llevaría una vida doble. Me aceptaría ante todos con todo mi corazón, mostraría mis verdaderos colores y que Dios reparta suerte
.
Me afeité en preparación para la cena familiar de siempre y sentía que mi gesto tenía algo de venganza también, por