Cartas Del Ayer
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Su primera esposa y madre de sus hijos, Sofa, haba fallecido muchos aos antes y Dino se volvi a casar con una antigua y cercana amiga, con quien no tuvo hijos. Hanna Levy fue una extraordinaria mujer, que hizo su propia fortuna y ayud a Dino, desde el inicio de su amistad, al llegar a la ciudad de Boston, como inmigrante. Hanna fue protagonista en la vida de Dino y lo gui amorosamente, con aquella ferrea personalidad hebrea, a lograr sus sueos y a construir, tambin, su propia fortuna
Al morir Dino, va dejando unas cartas, a travs de su abogado y gran amigo, a su hijo Paulo. Y, a travs de estas, ofrece seales que conjugan su pasado con el presente. Esto llevar a Paulo a cambiar, repentinamente, su plan de vida.
Paulo experimentar que la muerte de su padre, ciertamente, cierra un importante captulo en la vida de todos a su alrededor. Pero descubrir, ms importante an, que abrir los captulos ms significativos de su vida.
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Cartas Del Ayer - Gonzalo Perez Real
Copyright © 2014 por Gonzalo Perez Real.
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 01/05/2014
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618583
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
LA PARTIDA
1
2
3
4
5
SEGUNDA PARTE
LOS PRIMEROS AÑOS
1
2
3
4
5
TERCERA PARTE
AMERICA Y UNA MUJER LLAMADA HANNA
1
2
3
4
5
6
7
8
CUARTA PARTE
HORIZONTE DESPEJADO
1
2
3
4
5
6
7
Sobre El Chocolate…
A la memoria de Mario Barboni (1937 -2010) y Gonzalo Pérez Arosemena (1937 -2011), extraordinarios seres humanos que llegaron y se marcharon de este mundo en tiempos iguales.
Ahora son luz…esa cálida luz que nos acompaña en cada paso del camino.
En el cielo, directamente después de Dios, viene un papá.
Wolfgang Amadeus Mozart
Me parece fácil que un padre tenga hijos, pero me parece muy difícil que los hijos tengan un verdadero padre.
Juan XXIII
Nada hay más hermoso que un padre llegue a convertirse en un amigo de sus hijos, cuando éstos llegan a perderle el temor, pero no el respeto.
José Ingenieros
PRIMERA PARTE
LA PARTIDA
89347042.jpg1
Mystic, Connecticut. Noviembre de 2007
L a llama, de un azul púrpura y de danza lenta, se apagó, desapareciendo de forma súbita, debajo de la pequeña cafetera italiana, de marca PEZZETTI. El hombre parado frente a la estufa, de semblante serio y meditativo, había cerrado la llave que alimentaba el gas y procedió a servirse, el que esperaba fuese, su último café del día. Tomó la taza, salió de la enorme cocina y subió a la segunda planta de la casa. Caminó hasta el estudio que permanecía en total penumbra y se dirigió a la ventana este, que tenía vista al mar. Sus ojos, grandes y oscuros, bajos unas cejas pobladas y enmarcados por una cabellera que estaba salpicada de canas, se quedaron mirando por un espacio de tiempo indescriptible, a la inmensidad de la noche.
El día que murió Dino Pertoni había llovido con intensidad. Hoy, tres días después, en la fecha de su funeral un frío día de noviembre, el cielo abrió sus invisibles compuertas y toda el agua se derramó sobre el mundo. Mirando por la ventana del estudio, Paulo Pertoni veía que la lluvia no cesaba y la visión asemejaba el cristal de un enorme acuario. Daba la impresión que sobre el mundo entero caía este diluvio eterno y que el cielo era un océano que se desbordaba sobre la tierra.
La madre de Paulo, Sofía, había fallecido cuando él tenía doce años en un accidente náutico. Al suceder este evento significativo, la partida y ausencia de una madre para él y una esposa para su padre, la relación entre Paulo y Dino no se fortaleció ni debilitó pero sí dejó una delgada franja que les ubicó a cada uno en un espacio único y cómodo, de respeto y admiración mutua, pero de silencios.
Años después, su padre volvió a casarse y entonces, esa franja, esa línea imaginaria, esas vidas reflejadas, se cimentaron aún más, dándose un espacio adicional, que aunque invisible, se sentía presente y palpable. Jamás hablaron sobre esto. Solo sucedió como le suceden las cosas a los seres humanos en momentos particulares de sus vidas. Ahora, parado enfrente de la ventana y mirando a la oscuridad de la noche lluviosa y húmeda, Paulo Pertoni trataba de hacer un justo resumen de la vida de su padre. Puesto en la perspectiva correcta, hacía un justo resumen de los recuerdos y memorias que tenía de lo que fue la vida de su padre. Llevaba horas en esa habitación que había sido el estudio y lugar preferido de su papá. Pasó un largo tiempo mirando a través de los cristales y de la lluvia detrás de estos, pero con sus ojos puestos en una profunda oscuridad que permitía el desfile claro y preciso de miles de recuerdos.
La experiencia que representó la vida de Dino Pertoni para él y el resto de la familia había sido de profundo significado. Era, en este momento, una transición diáfana y silenciosa de ese trayecto inevitable de la vida a la muerte. Era un paréntesis que se abrió al nacer y se cerraba al morir. Paulo siempre supo que su padre fue un hombre conservador, de actos discretos, pensados y transparentes. A pesar de su gran fortuna, había dejado todos sus asuntos en estricto orden legal. Su segunda esposa, con la que no tuvo hijos, murió unos años después, lo que le convirtió por segunda vez y para siempre, en viudo. Aquella mujer, Hanna Levy, provenía de una familia de descendencia judía y había construido una enorme fortuna. Al casarse, ni siquiera solicitó a Dino un acuerdo prenupcial, uniendo sus vidas en un amor maduro y verdadero. Sus fortunas no se acercaron ni se mezclaron y Dino Pertoni le dio su amor, su compañía y le regaló una hermosa propiedad en las colinas de la campiña austriaca. Cuando ella falleció, Dino vendió la propiedad que Hanna visitaba cada verano, durante varias semanas, para reunirse con su hermana y sobrinos. La vendió porque, sencillamente, ninguno de ellos deseaba regresar a ese lugar que había sido solo de Hanna. Al morir Hanna, todo vínculo con aquel lugar, se había ido con ella. Solo quedaron cientos de fotografías y miles de recuerdos.
Paulo fue interrumpido de su soledad y sus pensamientos por el testarudo, fiel y siempre serio, Albert Novak. Le confirmó que el abogado Keeter se reuniría con él a las nueve de la mañana del día siguiente para tratar todos los temas de formalización del testamento de Dino Pertoni.
Paulo agradeció a Albert y le dio las buenas noches. Siguió inmóvil, frente a la ventana, con la taza vacía entre sus dedos. La lluvia, afuera, no daba señales de debilitarse y varios truenos ocasionales, ofrecían testimonio de una tormenta lejana. Llovió por algunas horas más hasta entrada la madrugada pero ya, para entonces, el mundo parecía un lugar en el que había llovido por siempre.
2
P aulo no había estado en Mystic por los últimos cuatro años. Su padre había residido en esta hermosa y pequeña localidad del estado de Connecticut, desde hacían, ya casi, treinta años. Quedó encantado con