El Rockero
Por Steve Cabrejos
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Donnie es una persona como t, que pas por miles de cosas para sentirse vivo. Intent con lo que la sociedad le dio y, tambin, con lo que la sociedad prohbe hacer. Nada de ello encendi su corazn como cuando conoci la msica y pudo explorar el verdadero escape de la realidad. Es en ese momento que uno aprende qu hacer con la vida que tenemos dentro.
Su familia lo vio nacer y crecer como un ser normal y corriente. Al pasar de los aos su guitarra y sus canciones lo alejaron de la familia y del hogar. Encontr el amor en aquel instrumento que lo llev hasta lo ms alto y que lo hundi luego sin piedad en lo ms oscuro del alma. Lo hall nuevamente en una mujer que salv su existencia de la total desaparicin.
Donnie tuvo un excelente padre, una madre incomparable, hermanas preocupadas, una esposa amorosa, un nico amigo, una carrera millonaria, la admiracin de millones de personas y una mente prodigiosa.
Donnie tom todo eso, lo meti por la boca de su guitarra y la destroz contra el piso del escenario mientras oa al pblico rugir a sus pies.
Steve Cabrejos
Christian Steve Cabrejos Calienes nació en Lima, Perú el 19 de Mayo del año 1977. Su padre, Jorge es economista de carrera y catedrático en diversas universidades limeñas; su madre, Julia es una mujer emprendedora y trabajadora. De su padre obtuvo la vista fija en sus objetivos, el amor por la familia, la seriedad y el correcto trato a los demás; así como un gusto irremediable por los libros y las buenas historias. De su madre copió la pasión por la creatividad y las manualidades, el orden para el trabajo y las ganas de conocerlo todo. Vivió la primera parte de su vida en el puerto del Callao, en una casona antigua de espacios enormes y techos altísimos en donde inicio su búsqueda por crear la idea perfecta, el mejor dibujo o la historia que todos querrían escuchar. Su educación primaria y secundaria le permitieron libertades creativas y el tiempo necesario para llegar a casa a crear sus propios juguetes como robots de cartulina que se transformaban en autos, aviones y cientos de figuras sacadas de un cuadro congelado en la grabación de sus programas de televisión favoritos. Ya en su añeja juventud estudió la carrera de comunicaciones en la que su visión de cómo llegar con un mensaje a la gran masa se abrió por completo. La televisión, la radio, la prensa escrita y la Internet fueron, desde ese momento, su forma de dar a conocer sus historias y creaciones. Dedicó años al diseño gráfico y sitios web mientras seguía conservando en archivos de computadora muchas líneas de texto que formaban cuentos y poemas. Todos los versos que aparecieron por aquellas fechas fueron su principal arma en la batalla por la conquista de quien es hoy su esposa, la bella Karin. Desde entonces sus historias se tornaron dulces coqueteos y sus manualidades coloridos bordados de flores y personajes de la tele. Hoy en día, con todo aquello que sus seres queridos le enseñaron, y lo que se ha podido vivir en escasos treinta y tantos años; Steve escribe novelas que espera puedan ser leídas y compartidas por todas aquellas personas que buscan escapar de sus vidas y cuerpos anclados al aburrido piso que es el día a día. Novelas como ésta que fue escrita para un concurso (el cual no ganó) en el lapso de una noche y que eligió para ser su primera publicación después de varias correcciones, ensayos y errores anteriores.
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El Rockero - Steve Cabrejos
Copyright © 2012 por Christian Steve Cabrejos Calienes.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2012905210
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-2352-3
Tapa Blanda 978-1-4633-2351-6
Libro Electrónico 978-1-4633-2350-9
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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379158
ÍNDICE
DEDICATORIA
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
TERCERA PARTE
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
DEDICATORIA
A mi esposa, Karin… esa bella y dulce melodía…
A mis padres, hermanas y mi nueva familia que me
enseñaron tanto y de quienes tomo prestado sus mejores
cualidades para ciertas partes de mi vida.
PRÓLOGO
Si hay algo en esta historia que puedo decir que salió de un sentimiento personal, es sin duda, la larga búsqueda por un sitio entre los demás seres humanos. Al caminar por la calle, al sentarme en un salón de clases, al subir a un bus… por más que me esfuerzo no siento la vida latiendo en ninguno de los seres a mi alrededor, los veo andar, los veo conversar por celular o discutir entre ellos, pero todo se ve tan falso y tan impuesto que me hace dudar de mi propia capacidad de existir.
Como en una animación por computadora, los personajes hacen lo que uno les programó para hacer. No están en realidad disparando, besándose o robando un auto, pero están ahí y eso no se puede negar.
A veces, sólo a veces, encontramos en nuestro camino a alguien o algo que llama nuestra atención. Suele ser una persona especial, alguien que nos impacta por su fuerza de vida. Nos llama sin querer del otro lado de la calle; nos obliga a acercarnos a comprobar si su corazón late como el nuestro y sentir que hay alguien más allá afuera en realidad.
Cuando lo que obtenemos por respuesta a nuestra búsqueda de identidad es un objeto asociado a una idea nos convertimos en esclavos de su influencia.
Es el caso del personaje de esta historia, Donald Greco. Donnie
encontró en su guitarra y la música la manera de sentirse con vida. Consiguió a través de esa combinación una vida nueva y real (para él). Una que incluía a los demás y que se valía de ella para lograr avanzar.
Es una historia sobre las ganas de vivir y de morir. De la forma en que tomamos lo que es tan sagrado para nosotros y lo destrozamos. De cómo somos capaces de pasar por alto el amor al caminar sin rumbo y sin ayuda. Subimos a un escenario a llenarnos con los aplausos y los gritos creyendo que de eso está conformada una existencia real; para terminar cayendo al piso dándonos cuenta que nunca hubo nadie ahí.
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
Es un camino duro
Al abrir los ojos, Donnie recibió el impacto de una intensa luz reflejada en un charco de su propia sangre. Estaba tirado boca abajo sobre la carretera y luchaba por recordar. Como un sonido distante, casi imaginario, la sirena de una ambulancia entró en su mente poco a poco como tratando de despertar a su golpeada mente. El bullicio de los curiosos que ya se agrupaban para observar el accidente y las órdenes de algún policía gritadas por un altavoz lo ubicaron nuevamente en la realidad de lo que había pasado.
Cuando salieron de casa rumbo a la ciudad no podía estar más ansioso. No tanto por la presentación que tenía que dar con la banda esa misma noche, ni por el premio que era casi seguro que recibiría al mejor álbum del año, sino porque las palabras que más le habían costado ordenar para formar una frase interesante las iba a pronunciar minutos antes de salir al escenario. Las había meditado y escrito en su vieja libreta, tachado y resaltado innumerables veces para tratar de darle algún sentido. La tarea le había costado un esfuerzo increíble y nunca llegó a concluirla.
Los versos y las letras para una canción de relleno eran cosa de niños. Las mejores letras de su vida, esas que le habían hecho ganar tanto dinero y fama le llegaron en algún chispazo de inspiración o, como juró nunca revelar, fueron leídas en algún viejo libro del estudio de su padre y retocadas para pasar desapercibidas.
— Debiste pedirles una limosina —le dijo Marcus Zach
Basso al subir a la camioneta.
— Sabes que me gusta pilotear mi propia nave —le respondió Donnie.
— Sí claro, capitán Dickinson —bromeó Zach.
La enorme camioneta negra de vidrios oscuros recorría las estrechas calles perdida sin remedio y parando en cada esquina para tratar de ubicarse.
— ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —preguntó Donnie.
— Unas tres semanas.
— Me parece suficiente tiempo para saber dónde está la salida a la autopista.
— De esas cosas se encarga el chofer —dijo secamente Zach—. Yo soy una estrella ¿Sabías? Además, ¿Que no tiene un GPS este cacharro?
— Claro que lo tiene, tú sabes que yo no compro tonterías.
— ¡Entonces úsalo, hombre y sácanos de aquí ya! —Se quejó Zach—. No me hagas llamar a mi chofer para que te deje en ridículo.
— Lo estoy usando y dice que si giramos a la derecha encontraremos la salida a la autopista.
— ¡Entonces gira ya!
— No se puede, hombre –dijo enojado Donnie—. Hay una enorme casota a la derecha.
— ¿A qué estúpido analfabeto se le ocurre construir en medio de una calle? –Preguntó Zach.
— Esa es tu casa, Zach.
— Pues sí que es una hermosa casa —respondió—, ¡ya sácanos de aquí!
Luego de unas cuantas vueltas más encontraron una calle que los llevó directo a la autopista. Para entonces unas pequeñas gotas empezaban a golpear el parabrisas con un ritmo como de tambores.
CAPÍTULO II
Mi llegada al mundo es cruel
Al ver a Donnie en su pequeña cuna, Anna se preguntaba si alguna vez en su cortísima vida había sido así de pequeña. Si bien se veía obligada a pararse en puntas de pie para alcanzar el borde de la baranda de madera, era mucho más de lo que su nuevo hermanito era capaz de hacer. Movía sus manitos como saludándola y apenas lograba balbucear algunos extraños sonidos.
— El bebé está cantando
—pensó divertida.
No eran sino unos ininteligibles pero vigorosos sonidos con un cierto ritmo entonado que, si se escuchaba con atención, daban la impresión de ser una primitiva canción de cuna.
Donald Donnie
Greco, nació el 25 de octubre de 1976. Hijo de padres casados entre ellos dos, pero más aún con la iglesia católica. Tuvo dos hermanas: Amanda, o Mannie
y Anna, ambas mayores que él. Llegó al mundo con un sueño a cuestas y una misión. Pero lamentablemente se fue de él sin completar lo que se proponía.
La casa Greco hervía de música a todas horas. Entre los ensayos del coro de la iglesia -del que formaban parte muy alegremente su madre y con algo menos de felicidad, su hermana Mannie- y el estridente estéreo de la pequeña Anna que competía a punta de bullicio con el coro de su madre por apoderarse de la casa. El confundido Donnie recurría al casi hermético estudio de su padre para refugiarse y garabatear algunos de sus papeles más importantes mientras él lo observaba divertido y pensando en cómo diablos haría para rehacer todo su trabajo.
El Doctor Ignacio Greco Dorantes, padre de tres hermosos hijos y dueño de una paciencia casi bíblica que lo había llenado de dos cosas principalmente: una legión de buenos amigos y el amor incondicional de una bella mujer llamada Eliana.
Eliana Greco era la razón de que aquellos tres niños estuvieran siempre tan hermosos como su padre los veía. Era una bella mujer cuya vetusta herencia familiar nada tenía que ver con su siempre juvenil semblante. La desaparición de su apellido paterno al casarse era, para ella al menos, la mejor demostración de desprendimiento que una mujer podía dar al convertirse en esposa y madre.
A los ojos del Doctor Greco Dorantes, el futuro de la familia recaía en las curiosas manos del menor de sus hijos. El joven Donald sería para su casa, lo que él mismo se vanagloriaba de haber sido para la suya. Sin embargo, no podía dejar de notar que el apabullante temperamento de Anna y su extrema seguridad para conducirse por la vida a sus cortos 5 años la hacían de lejos la candidata ideal para llevar sobre su espalda el futuro de todos ellos. Poco sabía el Doctor en aquellos días, de que los años le demostrarían lo acertadas de sus corazonadas.
Sus tardes más felices cuando el pequeño Donald entraba en su estudio sin decir el acostumbrado disculpa, papá
que recitaban sus hermanas. Donnie entró por primera vez al santuario de su padre en cuanto logró ponerse en pie y alcanzar la perilla de la puerta.
La primera vez que lo logró, le dio un susto de muerte a su padre mientras se encontraba navegando en un mar de papeles. De pronto la elegante manija alargada de la puerta empezó a girar por sí sola y, tras completar un cuarto de vuelta hacia abajo, las bisagras rechinaron como permitiendo la entrada de algún alma en pena.
El temblor de las manos del Doctor cesó de inmediato y su miedo se convirtió en una divertida mueca cuando estiró el cuello y vio lo que su enorme escritorio de madera le ocultaba. Era Donald que se asomaba con su mejor sonrisa dispuesto a descubrir aquel nuevo escondrijo de la casa lleno de cosas extrañas y seguramente muy divertidas. Desde aquel día el estudio de su padre se convirtió en el lugar preferido de toda la enorme casa. Siempre tendría algunos pesados volúmenes para construir castillos y papeles para pintarrajear – o romper en pedacitos según su estado de ánimo. Para padre e hijo, el estudio fue siempre el escondite perfecto. Podían pasar largas horas ahí; cada uno dedicado a sus asuntos pero con la cálida seguridad que le daba a ambos el saber que el otro estaba siempre ahí.
La vida de los Greco era feliz y así seguiría por algún tiempo más. Sin embargo la imagen de padre e hijo pasando la tarde juntos recorrería los sueños del Doctor