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El precio del petróleo: Detective Gwynn Reznick, #1
El precio del petróleo: Detective Gwynn Reznick, #1
El precio del petróleo: Detective Gwynn Reznick, #1
Libro electrónico405 páginas5 horas

El precio del petróleo: Detective Gwynn Reznick, #1

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Información de este libro electrónico

Cuando su mejor amiga y compañera de trabajo en la empresa de Petróleo y Gas Wilton muere en un accidente de tránsito, Gwynn Reznick sospecha que no fue un accidente en realidad. Sus sospechas son confirmadas cuando un detective privado, Rubén Dordi, se le presenta. Su equipo ha descubierto varias muertes inusuales y desapariciones entre el personal de Wilton.

Para complicar más las cosas, Gwynn está bajo observación constante de los criminales responsables de la muerte de su amiga, pero eso no le impide involucrarse en la investigación.

El peligro asecha en cada rincón de la Torre Wilton. Un movimiento en falso puede significar la diferencia entre una situación tensa y la muerte segura. Con cada avance de la investigación empiezan a descubrir una conspiración siniestra que amenaza con un desastre catastrófico en las principales líneas de transporte de petróleo y gas. ¿Podrán encontrar a los responsables antes de que sea demasiado tarde?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento13 jul 2021
ISBN9781667406961
El precio del petróleo: Detective Gwynn Reznick, #1

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    Vista previa del libro

    El precio del petróleo - Inge-Lise Goss

    El Precio del Petróleo

    Una historia de la detective Gwynn Reznick

    ––––––––

    Inge-Lise Goss

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son productos de la imaginación del autor o son usados de una manera ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares, o personas vivas o muertas reales es pura coincidencia.

    Dedicatoria

    ––––––––

    Para mi hermano, Arly, quien falleció debido a la Guerra de Vietnam siendo demasiado joven pero quien nunca será olvidado.

    Reconocimientos

    ––––––––

    Quiero expresar mi gratitud hacia todas las personas quienes me enseñaron mucho acerca de la industria del petróleo y gas mientras trabajé como auditor. Ese conocimiento sirvió como el cimiento para esta novela. Tengo aprecio profundo hacia Julian Seymour, cuyos comentarios y sugerencias me ayudaron a mejorar la historia. También le agradezco a los grupos de escritores Las Vegas Writers’ Group y Borders Writers’ Group por criticar mi novela. Adicionalmente, quiero agradecerle a Nicole Varela y a mi esposo, Peter, quien logró leer todas las palabras de los primeros intentos que no estaban para nada pulidos. Sin el apoyo continuo de mi esposo, mi esfuerzo no habría dado fruto. También le agradezco a Lisa Binion y Nancy Buford por editar mi novela. 

    Contenido

    Dedicatoria

    Reconocimientos

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    CApítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Prólogo

    ––––––––

    ―¡No podrán bajarse de la plataforma! ―gritó Kirk mientras que sus atacantes lo arrastraban por los pies por encima del áspero tapete de metal. Lo rugoso del tapete le marcó la piel.

    ―Se equivoca, señor. Lo haremos sin problema ―contestó uno de sus atacantes, hablando con un acento eslavo muy marcado.

    Kirk intentó respirar profundamente, quedándose sin aliento. El dolor agudo radiaba a través de su torso, producto de los varios golpes que había recibido. Sintió cómo la sangre corría de su nariz. Intentó levantar sus brazos para protegerse pero ya no tenía suficiente fuerza.

    ―¿Qué sucede allí afuera? ―preguntó una voz masculina.

    Algo le pegó a Kirk en la cabeza. Todo a su alrededor se desvaneció en la oscuridad.

    Veinte minutos después, Kirk se despertó y se quejó, tratando de abrir sus ojos hinchados. Con la vista borrosa vio una lona gris cubriendo su cuerpo. Sintió lo áspero de la lona contra la piel lastimada de su rostro cuando intentó darse la vuelta, tomando bocanadas de aire para poder respirar.

    ―¿No quieren que hagamos algo con respecto a él? ―Escuchó hablar a su atacante eslavo. Él era el hombre que Kirk temía más. Él daba las órdenes. Él le dio el primer golpe.

    Kirk supuso que se referían a él. Cerró sus ojos por un instante cuando un dolor agudo envolvió su pierna. Apretó la mandíbula para no hacer ruido alguno.

    ―No ―contestó otra voz masculina―. Bajará de la plataforma mañana. Él sabe qué le espera si dice algo. Luke lleva varias semanas conviviendo con los trabajadores. Él nos avisará si el hombre dice algo.

    ―¿Por qué arriesgarse de esa manera? ―preguntó el atacante eslavo.

    ―No quieren más fatalidades en la plataforma o en cualquier otro sitio de trabajo. Llamaría demasiada atención, y el tipo no sabe lo que hicimos aquí.

    Un escalofrío recorrió el cuerpo de Kirk al darse cuenta de que no se referían a él. Usó toda su fuerza restante para quitarse la lona de los ojos. Su corazón latía con fuerza contra sus costillas, y cada pulsación causaba oleadas de dolor por su pecho.

    ―No te muevas ―susurró otro hombre, demasiado cerca de él.

    Kirk vio una silueta oscura entre las sombras. Se preguntó si el hombre llegó para ayudarlo o si era otro enemigo. Temiendo por su vida, Kirk se quedó callado mientras esperaba que el hombre se revelara. Escuchó pisadas fuertes que se dirigían hacia él desde otra dirección. Kirk tragó en seco y sus manos temblaron. La figura oscura se mantuvo oculta entre las sombras.

    Repentinamente dos de sus atacantes quitaron la lona de encima de su cuerpo. La esperanza de Kirk de sobrevivir ese incidente se evaporó por completo cuando lo tomaron de los brazos.

    ―Es hora ―dijo el atacante eslavo.

    Tiraron a Kirk por el bordo de la plataforma. Respiró profundo y luego contuvo la respiración cuando sintió que el agua helada lo envolvió. Parecía haberse hundido en lo profundo del infierno. Levantó la cabeza y forzó a sus piernas para que patalearan. Espasmos de dolor atacaron sus músculos golpeados. Su garganta ardía. Lentamente logró llegar a la superficie. Respiró profundo, saboreando el aire fresco. Kirk intentó nadar hacia la plataforma, pero sus extremidades dañadas no fueron capaces de vencer a las olas feroces que azotaban su cuerpo, hundiéndolo una y otra vez. La última burbuja de aire escapo entre sus labios. Ahora le pertenecía al mar.

    Capítulo 1

    ––––––––

    Julie entrecerró los ojos cuando el brillo del sol mañanero de Houston le pegó en el parabrisas de su carro y reflexivamente bajó el tapasol. Respiró profundo para relajarse, parpadeó para reenfocar su vista, y sintió que su estómago daba vueltas. Era la primera vez que llegaba a su trabajo tan temprano. También era la primera vez que intentaba grabar algo de manera furtiva. Su enorme bolso de mano contenía todo el equipo necesario: tres micrófonos y un receptor que una amiga le prestó.

    Hoy, John McIntyre, el gerente ejecutivo de Petróleos Wilton, tendría una reunión con los ejecutivos de la Compañía CT de Petróleo y Gas, el principal rival de Wilton. Julie sabía de la reunión solo porque estaba cubriendo el puesto de Pam, la secretaria de McIntyre. Ella le preguntó a su jefe, Steve Hadley, el vicepresidente de relaciones públicas, si él sabía de qué iba a tratar la reunión. Él no tenía idea, y estaba muy molesto por no haber sido invitado. Fue entonces que ella empezó a pensar que podría tratarse de una reunión para discutir la posibilidad de la fusión de ambas empresas. Se habían dado varios casos recientes así en la industria petrolera y los accionistas de Wilton estaban enojados por el bajo rendimiento de la empresa durante el último año y demandaban que se hiciera algo al respecto. Julie también sospechaba que sucedía algo inusual ya que McIntyre no quería que la reunión fuera documentada.

    Sabía que cualquier negociación acerca de una fusión de empresas se llevaba a cabo a puerta cerrada con la única presencia de los interesados clave en el asunto. Solo los presentes sabrían lo que se discutió. Julie fue parte de una discusión similar en su último lugar de empleo, la cual fue brutal y duró más de un año. Todos los días los trabajadores se preguntaban quién sería despedido. Algunos de sus amigos perdieron sus empleos. Otros cuantos no pudieron seguir pagando sus hipotecas. Su jefe sufrió un paro cardíaco y murió. Un tipo se suicidó. El tema era el pan diario de las conversaciones. Ya de último, la empresa cambió su cede a Denver, y ella quedó sin empleado. Nunca más en la vida quería pasar por algo similar.

    *******

    Al salir del elevador se encontró a Neil, un guardia de seguridad de casi dos metros de alto, musculoso, de treinta y tantos años.

    ―¿Qué haces aquí tan temprano? ―preguntó mientras rápidamente la ojeaba: veintinueve años, aproximadamente un metro setenta de altura, un cuerpo esbelto pero con curvas, ojos grandes color azul claro, labios carnosos, y pelo rubio ondulado que le caía a los hombros. Él pensaba en ella con frecuencia y deseaba que rompiera con su novio.

    ―McIntyre tiene una reunión esta mañana, y quería asegurarme de que todo estuviera listo. ―Ella le sonrió, pero luego sintió nervios cuando vio que él frunció el ceño, mirándola como si sospechara de algo.

    ―¿Pam no va a trabajar hoy?

    ―No, ella todavía está resolviendo un problema familiar.

    ―¿Entonces estarás aquí todo el día?

    ―Sí ―contestó mientras se alejaba. Miró por encima de su hombro vio a Niel parado en medio del pasillo, observándola mientras se alejaba.

    Cuando llegó al escritorio de Pam, Julie miró en todas direcciones para asegurarse de que no hubiera nadie más a su alrededor. No vio a nadie. Sintió una sensación parecida a la náusea cuando sacó los micrófonos de su bolso. Los sostuvo con firmeza, ocultos en su mano, puso un block de notas debajo de su brazo, y caminó hacia el salón de conferencias. Una grande y ovalada mesa de roble ocupaba el centro del salón con 14 sillas a su alrededor. Una barra con gabinetes estaba situada a lo largo de una pared mientras que mapas coloridos de campos petroleros decoraban la otra.

    Después de que Julie colocó dos micrófonos, empezó a poner el tercero pero se le cayó de la mano y rodó debajo de la mesa. Movió una de las sillas para agacharse a recogerlo cuando escuchó los pasos de alguien detrás de ella.

    ―¿Pasa algo con la silla? ―preguntó McIntyre. Era un hombre alto, apuesto, cuarentón, con aparente estado físico excelente. Su pelo castaño empezaba a tornarse gris en la sien. Estuvo casado cuatro veces, su último matrimonio terminando hace unos pocos meses. Una broma común entre las secretarias era quién quería ser la esposa número cinco.

    Julie se respingó y se sentó en la silla, escondiendo el micrófono debajo de su pie.  ―No, Sr. McIntyre ―contestó, forzando las palabras para que salieran a pesar del nudo que se le hizo en la garganta―. Sentí que estaba algo dura y quería asegurarme de que los rodos funcionaran bien.

    McIntyre vio el bloc de notas en la mesa enfrente de ella. ―Julie, ya te dije que no requiero que estés presente para tomar los minutos.

    Ella tragó en seco. ―Lo sé. Solamente quería revisar que todo estuviera listo. ―Se puso de pie, cuidadosamente pateando el micrófono para que él no lo pudiera ver. Empujó la silla contra la mesa, cubriendo el pequeño dispositivo. Ella arregló los lapiceros, lápices y otros objetos sobre la barra, intentando verse muy ocupada mientras que lo observaba de reojo. Él caminó por el salón, deteniéndose a la cabecera de la mesa, y pegó sus dedos contra el respaldo de la silla de una manera rítmica. McIntyre normalmente se veía sofisticado y pulido, casi sin emociones, pero hoy parecía estar nervioso. Esto fue otra prueba más para Julie de que no iba a ser una reunión normal de negocios.

    ―¿Necesita que le ayude a preparar otra cosa para la reunión? ―preguntó ella.

    ―No, ya todo está listo.

    Una mujer mayor vestida con uniforme blanco de cafetería entró al salón, empujando una carreta con el refrigerio: pan dulce, jugo, y café. McIntyre se dio la vuelta y salió del salón mientras que la mujer arreglaba los alimentos sobre el mostrador.

    Julie levantó el bloc de notas y dejó que cayera sobre el piso justo al lado de la silla que ocultaba el micrófono. Se agachó para recogerlo y rápidamente fijó el micrófono al soporte metálico de la mesa. Luego se paró con el bloc de notas en su mano. Sus músculos estaban tensos y su corazón latía a mil por hora mientras se quitaba el pelo de su rostro. ―¿Puedo ayudarla con algo? ―preguntó, hablándole a la mujer de la cafetería, intentando verse calmada y en control.

    ―No, gracias. Ya casi termino.

    Julie se apresuró para llegar al escritorio de Pam, observando todo a su alrededor por si veía a McIntyre. Se sentó detrás del escritorio y suspiró de alivio al ver que la puerta de su oficina estaba cerrada. Enchufó sus auriculares al receptor escondido en su bolso. También planeaba grabar la reunión por si necesitaba contestar el teléfono o levantarse del escritorio. Julie se trató de acomodar en la silla y meció su pie suavemente debajo del escritorio mientras revisaba su correo y esperaba que empezara la reunión.

    No tardó mucho para que Kent Fardown, el vicepresidente senior de Wilton, un hombre bajito y no muy robusto de más o menos cincuenta años, caminó hacia el salón de conferencias junto con tres hombres. Julie supuso que eran ejecutivos de Petróleos CT y estudió su apariencia mientras pasaba. Los tres hombres parecían tener alrededor de cuarenta años. Sabía, gracias a un artículo que leyó, que el director ejecutivo de Petróleos CT tenía más de sesenta años, así que él no iba en el grupo. Dos de los hombres eran altos y delgados, y uno era moreno. Ella pensó que podría ser de descendencia árabe. El tercer hombre era bajo y fornido, y tenía la expresión más amable de los tres. Fardown le sonrió mientras pasaron su escritorio, hablando con los tres hombres.

    Ella se giró en la silla para ver hacia el salón de conferencias. Sus ojos se mantuvieron fijos sobre la puerta hasta que se cerró. De las siete personas en el salón, solamente dos eran ejecutivos de Wilton: McIntyre y Fardown. McIntyre entró al salón con otros dos hombres. Uno era Ethan Lemus, un exempleado de Wilton de más o menos sesenta años con pelo canoso. Julie se preguntó si ahora trabajaba con CT, ya que lo vio en una discusión animada con Hadley, su jefe, justo antes de renunciar a su puesto en Wilton. No reconoció al otro tipo, pero pudo ver que tenía alrededor de cuarenta años y complexión musculosa.

    Julie empezó a escuchar. Nadie se presentó, pero pudo escuchar cuatro nombres – Abir, Ramza, Miguel, y Luke. Sonó el teléfono en su escritorio, asustándola. Supo que era su mejor amiga, Gwynn, cuando vio el identificador de llamadas. Ella trabajaba en el departamento de finanzas. Julie no quería quitarse los auriculares, pero no tuvo otra opción.

    ―Hola, Gwynn. Estoy algo ocupada. ¿Puedo llamarte luego?

    ―No tardaré mucho. ¿Te escribió o llamó Taylor durante el fin de semana?

    ―No, para nada. ¿Por qué?

    ―Cindy está preguntando. Quiere saber si alguien sabe algo de él. Acaba de irse de mi cubículo y me pidió que te preguntara.

    ―¿Por qué no me preguntó ella directamente?

    ―Su jefe ya la está viendo mal porque lleva toda la mañana platicando. En todo caso, Taylor no le habló después de que lo despidieran. No habló con ninguno de nosotros. Ella fue a su departamento pero se mudó. Luego pensó que tal vez fue a la casa de su mamá, pero ella tampoco sabe nada de él. Cindy está muy preocupada.

    Julie sentía ansias por escuchar lo que pasaba en la reunión, pero Taylor y Cindy eran de sus mejores amigos. ―Eso no tiene sentido. Cindy y Taylor son inseparables. Él no desaparecería así sin decirle nada. ¿Acaso se pelearon?

    ―Ella dice que no, pero empiezo a dudarlo ―contestó Gwynn―. Recibió un paquete de él, pero no tenía una nota ni nada por el estilo.

    ―¿Qué venía en el paquete?

    ―Dijo que no quería platicar de eso en la oficina. Que nos dirá hoy en la noche. Todavía piensas ir con nosotros a Brodys después de salir del trabajo, ¿cierto?

    ―Sí, voy a ir.

    ―Bien. Me da curiosidad lo del paquete y no entiendo por qué nadie sabe nada acerca de Taylor.

    Julie miró la superficie de su escritorio, mirando fijamente a los auriculares. Quería ponérselos para saber de qué estaban hablando detrás de la puerta cerrada.

    ―Julie, ¿sigues allí?

    ―Sí, solo que tengo mucho trabajo. ―Una luz roja se iluminó en la base del teléfono―. Necesito contestar una llamada en el teléfono de McIntyre. Te veo luego. ―Colgó la llamada y presionó la luz parpadeante―. Oficina del Sr. McIntyre. ¿En qué le puedo servir?

    Después de contestar dos llamadas, Julie al fin pudo ponerse los auriculares de nuevo. Sus ojos se abrieron y sus manos temblaron de la sorpresa mientras escuchaba. Asustada y confundida por lo que acababa de escuchar, se quitó los auriculares y los metió a su bolso. Cómo deseaba que hubieran estado discutiendo una fusión de las empresas. Ella podía con eso.

    ―¿Estás bien? ―preguntó Pam, parada al lado del escritorio.

    Julie brincó del susto. Ni siquiera se dio cuenta que estaba allí. ―Ah... eh... sí, estoy bien. Me dijeron que no vendrías hoy.

    ―Había pensado quedarme en San Diego un poco más, pero pensé que John podría necesitar mi ayuda. ¿Sigue en reunión?

    Julie asintió. ―Sí, todavía está allí.

    ―Ya que no estás tomando notas, de seguro que la está grabando.

    Julie aclaró su garganta. ―Me dijo que tampoco la iba a grabar.

    Pam presionó sus labios mientras rápidamente ojeó la puerta del salón de conferencias. ―Probablemente está tomando notas y luego me las dictará. John siempre quiere minutos de todas sus reuniones.

    «De esta no», pensó Julie mientras agarraba su bolso y se paró. Trató de concentrarse en los mensajes, entregándole las notas a Pam. ―No dejaron un número de teléfono. Los dos dijeron que McIntyre ya tiene sus números de contacto. Igual apunté los números que aparecieron en el identificador de llamadas.

    Pam ojeó los mensajes. ―John ya tiene los números de teléfono. Gracias por ayudarme.

    Julie se dirigió hacia el elevador, agarrando su bolso con fuerza. Se preguntó cómo haría para quitar los micrófonos del salón de conferencia ahora que estaba Pam sentada tan cerca de la puerta. No tenía manera de saber a qué hora se iría Pam, ya que la oficina de su jefe estaba en el piso de abajo.

    Se sentó en su silla y respiró profundo. Apretó sus manos y las puso encima de sus piernas para evitar que temblaran. Cuando al fin sintió que sus dedos se relajaban logró sacar el receptor de su bolso y lo metió en una gaveta. Ahora sabía por qué McIntyre no había invitado a Hadley a la reunión. Cada vez que ocurría un escándalo debido a algo que hizo Petróleos Wilton, Hadley era quien solucionaba todo. McIntyre siempre era inocente y no sabía nada acerca de lo ocurrido. Hadley tenía la reputación de hacer milagros. No importaba qué tan mala la situación, Petróleos Wilton siempre salía en caballo blanco.

    ―Pensé que ibas a estar en el puesto de Pam todo el día ―dijo Hadley, saliendo de su oficina.

    ―Yo también pero llegó a trabajar hoy.

    ―¿Lograste averiguar de qué trataba la reunión?

    ―No. Todo lo que hice fue sentarme en el lugar de Pam. El Sr. McIntyre no quiso que tomara notas ni que hiciera otro trabajo para él. ―Julie le quería contar a Hadley lo que sabía, pero no estaba lista para confesar lo que hizo. También quería escuchar la grabación desde el principio, por si estaba mal interpretando algo.

    ―Entonces tuviste una mañana fácil ―dijo Hadley mientras sonreía―. Voy a tener que hacer algo al respecto. ―Colocó una montaña de papeles sobre su escritorio.

    Mas tarde, cuando Hadley salió a almorzar, Julie conectó el receptor a su computadora y transfirió la grabación a un disco. Luego borró la grabación del receptor. Pensaba devolverle el equipo a Barby, su amiga, esa noche. Guardó el disco en un sobre y lo envió a su apartado postal. Era la única manera que podía sacar el disco después de que aumentaran los procedimientos de seguridad de Wilton. Los guardias hacían revisiones al azar de todas las pertenencias de los empleados al entrar y salir del edificio. Solamente habían revisado su bolso en una ocasión, pero no quería correr el riesgo. Si los guardias revisaban su bolso hoy, encontrarían el receptor y los micrófonos. En ese caso, les diría la verdad, que estaba devolviéndole el equipo a una amiga. Si encendían el receptor, solamente escucharían los sonidos del lobby del edificio grabados por los micrófonos.

    Después de escuchar la grabación y cerciorase de que no estaba malinterpretando la situación, pensó en informarle a Hadley y contarle cómo grabó la reunión. Aunque resultara en que la despidieran, quería exponer al siempre «inocente» de McIntyre.

    Almorzó un viejo sándwich sin sabor de la máquina expendedora mientras trabajaba en los proyectos de Hadley. Estaba agradecida de poder mantenerse ocupada mientras esperaba toda la tarde para recuperar los micrófonos.

    ―Julie, no tienes que terminar todo hoy ―dijo Hadley cuando estuvo listo para irse a casa.

    Ella miró su reloj. Eran pasadas las 5:30. ―Solo quiero terminar esta carta.

    ―Bien, entonces te veo mañana ―contestó mientras se alejaba.

    Limpió su escritorio después de que él se fuera, y esperaba que ya no hubiera nadie en el piso de arriba para que pudiera regresar al salón de conferencias. Pensó que Gwynn la estaba esperando en Brodys y la llamó para decirle que iba en camino.

    Después de que Julie salió del elevador en el piso cuarenta, ella no vio a nadie mientras caminaba hacia el salón de conferencias. Vio que el escritorio de Pam estaba vacío y supuso que ya se había ido. La puerta de la oficina de McIntyre estaba cerrada, pero siempre estaba así aun cuando él estaba trabajando, así que no sabía si seguía allí o no. Las luces se encendieron automáticamente cuando entró al salón de conferencias. Recuperó el micrófono de debajo de la mesa pero entró en pánico cuando descubrió que los otros dos no estaban.

    ―¿Busca esto? ―Escuchó la voz profunda y carrasposa de un hombre detrás de ella. Se giró y vio los ojos oscuros y fríos del hombre musculoso que acompañó a McIntyre a la reunión. Él la observó con malicia mientras sostenía los otros dos micrófonos. Ella apretó el tercero en su mano y se quedó congelada mientras él se movió hacia ella. Un escalofrío recorrió su espalda.

    ―Abra la mano ―ordenó él tipo. Julie mantuvo la mano cerrada. Le daría el micrófono al guardia de seguridad, pero no a este hombre que caminaba hacia ella. Ella tomó unos pasos hacia atrás. Él se le acercó. Siguieron así hasta que la espalda de ella topó con la pared en la esquina del salón. Sus manos temblaban incontrolablemente mientras observaba la expresión dura e inflexible del hombre parado enfrente de ella.

    ―¡Abra la mano! ―demandó de nuevo mientras la observaba con los ojos entrecerrados―. ¿O quiere se le lo quite a la fuerza?

    Julie sabía que sería fácil para él ya que tenía cuerpo de jugador de futbol americano, con hombros anchos, un cuello grueso y músculos que estiraban el material de su camisa. Ella tragó en seco. ―¿Por qué no llama a los guardias de seguridad?

    ―No es necesario.

    Ella abrió la mano a regañadientes y sintió la piel áspera de la mano del tipo rozar contra su palma cuando agarró el micrófono.

    ―No quité el que estaba en la mesa para saber quién lo dejó allí. ―Siguió observándola con malicia―. ¿Dónde está el receptor?

    ―En mi bolso ―contestó, suponiendo que él no la dejaría marcharse si no se lo entregaba.

    El hombre le arrebató el bolso de su hombro, vació el contenido sobre la mesa y agarró el receptor. Revisó todo lo que llevaba adentro del bolso. Julie quería decirle que ya tenía todo, pero sabía que eso no haría que él se detuviera. ―Así que es una espía ―concluyó el hombre.

    ―No, no lo soy ―contestó ella con voz temblorosa. Respiró con dificultad y mordió su labio inferior.

    ―Pude haber encontrado el receptor antes, pero estaba apagado. ¿Por qué?

    Ella no le respondió mientras se quedó inmóvil, mirándolo a los ojos.

    ―¿Para quién trabaja?

    ―Para Wilton, nadie más ―respondió con voz tímida y asustada.

    ―Le irá mejor si dice la verdad ―comentó con un tono calmado e impasible.

    ―Es la verdad. ―Jugó con los dedos de sus manos y sintió cómo el corazón le latía con fuerza contra sus costillas―. Solo quise escuchar para saber si Wilton y CT se iban a fusionar ―confesó―. Eso es todo.

    ―No le creo. ¿Qué es lo que quiere de nosotros?

    ―Nada ―murmuró, preguntándose quienes eran «nosotros». Luego notó que McIntyre estaba parado en el umbral de la puerta y dio un suspiro de alivio hasta que vio la expresión dura y fría en su rostro.

    Capítulo 2

    ––––––––

    Gwynn y Cindy se sentaron en una mesa al lado del ventanal de Brodys, un bar cercano a la Torre Wilton. Era un lugar popular para que los trabajadores se juntaran después de la hora de salida, con una barra de mármol pulido de color blanco con motas negras y una fila de banquillos que casi nunca estaban desocupados y varias mesas distribuidas al azar. El murmullo de los comensales llenaba el lugar mientras reían y hablaban.

    Gwynn levantó la servilleta de su regazo y la puso al lado de su plato antes de levantar la vista de su carne asada. ―¿Por qué se tarda tanto? ¿Le habrá pasado algo? ―pregunto con el ceño fruncido de preocupación.

    ―¿Por qué no la llamas al teléfono de su oficina otra vez? ―sugirió Cindy.

    Gwynn marcó el número de la oficina y esperó que sonara cuatro veces. Entró el contestador automático y ella colgó. ―Ya le dejé tres mensajes. Mejor llamo al teléfono de su casa, por si acaso. ―Hizo otra llamada, presionó sus labios, y sacudió su cabeza, confundida―. No está allí tampoco. ―Miró la hora en su reloj―. Si para las ocho no está aquí, voy a buscar su carro en el estacionamiento.

    ―Te acompaño ―ofreció Cindy―. Oye, ¿pudiste averiguar por qué Taylor me mandó esos contratos sin incluir una nota o explicación?

    ―No ―contestó Gwynn, levantando los documentos de la silla que habían reservado para Julie y hojeándolos―. No reconozco el nombre del comprador, y no entiendo por qué Taylor tendría estos contratos. Él lleva la contabilidad de las compras de bienes, no ventas. No tengo la menor idea de por qué te los mandó.

    ―¿Crees que él quiere que los trabaje y luego archive?

    ―Lo dudo. Mejor quédatelos hasta que él te llame. ―Gwynn bajó la vista a los contratos que estaban sobre la mesa―. Me pregunto a dónde fue.

    ―Algo anda mal ―dijo Cindy, sus ojos humedeciéndose con lágrimas―. Mañana iré a la policía y lo voy a reportar como desaparecido. Quiero que tú y Julie me acompañen. ¿Puedes?

    Gwynn se paró y la abrazó. ―Por supuesto. Estoy segura de que Julie también nos acompañará. ―Se quedaron sentadas y calladas mientras la mesera limpiaba la mesa, y luego continuó hablando―. Taylor vació su departamento, así que seguro está bien. Tal vez esté molesto por algo que ocurrió en el trabajo y solo quiere estar un tiempo a solas.

    ―No entiendo por qué se mudó. Le gustaba su departamento con vista de la ciudad, y la renta era barata. No había razón para que se mudara, a menos que hubiera conseguido un empleo en otro lado. Tiene dinero en el banco. Aún sin trabajar, tiene suficiente como para sobrevivir un buen rato. ¿Por qué no me llamó?

    Gwynn le dio unas palmadas a la mano de Cindy mientras ella se preguntaba lo mismo. ―Dale un poco de tiempo.

    Cindy respiró profundo, luchando por no llorar. ―¿Crees que conoció a alguien más?

    ―No, no. No te preocupes, aparecerá. ―De repente Gwynn se acordó de haber visto a Taylor y Marilyn, su jefe, susurrando en el pasillo de la oficina y finalizando su conversación de golpe cuando la vieron. La semana pasada Gwynn se quedó tarde en el trabajo, y los vio hablando en voz baja en una esquina de la cafetería. Después, se dio cuenta que entraron a la oficina de Marilyn y cerraron la puerta aunque no había nadie más alrededor. «¿Habrá algo entre ellos?» pensó Gwynn mientras miraba otra vez a su reloj. ―Voy al estacionamiento. ―Se levantó de la silla y extendió los documentos para dárselos a Cindy.

    ―Esas son tus copias. Eres mejor que yo investigando. ¿Podrías investigar esa empresa?

    ―Lo haré en cuanto llegue a casa.

    Cindy revisó su celular mientras salían de Brodys. ―Dos de mis hermanas me mandaron mensajes, pero no hay nada de Taylor.

    ********

    Entraron al elevador del estacionamiento. Afuera, en la bulliciosa calle de enfrente se escuchaba el sonar de las bocinas, el chillido de las llantas y el rugir de los motores de los carros que se desplazaban en la concurrida calle frente a la Torre Wilton. Cuando empezaron a subir, las luces parpadearon y el elevador se sacudió. Escucharon un chillido metálico que retumbó en el espacio encerrado y las luces se apagaron sin previo aviso.

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