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El Consultor: Vigilante, #2
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El Consultor: Vigilante, #2
Libro electrónico264 páginas3 horas

El Consultor: Vigilante, #2

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Información de este libro electrónico

La adquisición amigable de CSS Inc. Deja al ejecutivo en computación Chris Barry sin empleo, muy rico y muy complacido con la situación. Pero este descanso dura poco… Como resultado de su intervención en la reciente investigación sobre el Vigilante, Jonathan Addley, al frente de Discreet Activities, se acerca a Barry y lo invita a unirse a esta agencia de gobierno clandestina. Al aceptar, sin demora recibe su primer  encargo bajo la apariencia de un consultor en tecnología de la información, para investigar los posibles lazos entre un negocio de importación local y el asesinato de su director administrativo en sistemas de información. Cuando descubre que la firma es usada para traficar con narcóticos, su cubierta se descubre y las cosas se vuelven personales, incitándole a demostrar que los asesinos, lords de las drogas, pandillas de motociclistas y secuestradores no son rivales para El Consultor…

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento14 sept 2019
ISBN9781547584840
El Consultor: Vigilante, #2

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    El Consultor - Claude Bouchard

    Agradecimientos

    Una vez más, Diana Domenech ha demostrado impecablemente su profesionalismo, atención al detalle y magníficas destrezas de traducción, por lo cual estoy eternamente agradecido. Y un reconocimiento especial para Gaby García, de quien he sabido es la mejor compañera de aventuras que un traductor puede tener (después de todo, ambas tienen nombre de superhéroe).

    Tabla de Contenido

    Prólogo – Martes 7 de enero de 1997

    Capítulo 1 – Miércoles 8 de enero de 1997

    Capítulo 2 – Jueves 9 de enero de 1997

    Capítulo 3 – Viernes 10 de enero de 1997

    Capítulo 4 – Lunes 13 de enero de 1997

    Capítulo 5 – Martes 14 de enero de 1997

    Capítulo 6 – Miércoles 15 de enero de 1997

    Capítulo 7 – Lunes 20 de enero de 1997

    Capítulo 8 – Martes 21 de enero de 1997

    Capítulo 9 – Miércoles 22 de enero de 1997

    Capítulo 10 – Jueves 23 de enero de 1997

    Capítulo 11 – Viernes 24 de enero de 1997

    Capítulo 12 – Sábado 25 de enero de 1997

    Capítulo 13 – Domingo 26 de enero de 1997

    Capítulo 14 – Lunes 27 de enero de 1997

    Capítulo 15 – Martes 28 de enero de 1997

    Capítulo 16 – Miércoles 29 de enero de 1997

    Capítulo 17 – Jueves 30 de enero de 1997

    Capítulo 18 – Viernes 31 de enero de 1997

    Capítulo 19 – Sábado 1 de febrero de 1997

    Capítulo 20 – Domingo 2 de febrero de 1997

    Prólogo – Martes 7 de enero de 1997

    ¿Quién diablos es?, exigió la voz al otro lado de la línea.

    No importa quién soy, contestó George, su voz apenas un susurro vacilante. Solo escuche. Quality Imports. ¿Lo tiene? Es todo lo que puedo decir. Quality Imports. Revíselo.

    Colgó el teléfono con rapidez y se sentó en la oscuridad de su oficina; respiraba profundamente, resistiendo el deseo de vomitar. Después de un momento, los temblores disminuyeron y la revoltura en su estómago se frenó. Se dio cuenta de que era peligroso, pero también sabía que había hecho lo correcto.

    Se puso de pie y comenzó a andar de un lado a otro mientras continuaba con sus respiraciones profundas, en un intento de recobrar la compostura. Comenzó a sentirse ridículo y se relajó poco a poco. No había razones para preocuparse, pensó: estaba completamente solo. Como quiera, nadie tenía la más remota idea de que él estaba al tanto de cualquier cosa.

    Sintiéndose mejor, tomó su portafolio y dejó la oficina. Se dirigió a la entrada principal. Mientras caminaba por la puerta que llevaba al almacén, hizo una pausa y se detuvo. Tenía que verlo otra vez. Era tonto, ya que había visto lo que tenía que ver, pero se sintió atraído, como si estuviera al alcance de un imán poderoso e invisible. Bajó su portafolio y, después de un momento de duda, abrió la puerta.

    El almacén estaba a oscuras, pero él había estado sin luz por un largo rato y sus ojos se habían acostumbrado a la ausencia de ella. Rápidamente recorrió el camino hacia el área de recepción del fondo, donde había visto las cajas hacía apenas una hora.

    Mientras levantaba la barreta que había usado anteriormente y comenzaba a levantar la cubierta de la primera caja de madera, podía sentir la adrenalina bombeando por su sistema una vez más. La tapa salió más fácilmente esta vez y la dejó recargada contra un costado de la estantería. Aunque esta vez sabía lo que iba a encontrar, experimentó la misma sensación devastadora que había sentido una hora antes, cuando había descubierto por primera vez la cocaína.

    Al menos, creía que era cocaína. El embarque salió de Colombia y, de acuerdo a las etiquetas y los formularios, se suponía que era café. Aunque estaba lejos de ser un experto en drogas, estaba seguro de que solo el contenido de esta caja valdría muchos millones de dólares en la calle.

    Mientras miraba con asombrado horror las filas de bolsas plásticas llenas de polvo ante él, las luces del almacén se encendieron de pronto, bañando el cavernoso cuarto de una luz penetrante.

    Buenas noches, George, lo saludó una voz familiar a su espalda.

    Se volvió para encontrarse frente a frente a cuatro hombres: dos de ellos que, como él, eran administradores ejecutivos de la compañía. Los otros dos, a los que reconoció como empleados del almacén, llevaban en sus brazos lo que parecían ser armas automáticas que le apuntaban directamente.

    Greg... Wayne... ¿Qué está pasando?, preguntó George, nervioso, a falta de algo mejor que decir.

    Vaya, respondió Wayne, el Director de Operaciones de la compañía. Lo que está pasando es que Georgie no se encarga de sus propios asuntos. ¿Qué crees que pasa, jodido estúpido?.

    Escuchen, suplicó George, quien volvía a temblar. Lo que ustedes, amigos, hagan con su tiempo libre es su propio asunto. Solo déjenme ir y prometo que no diré nada. Lo juro.

    ¿Estás seguro de eso, Georgie?, inquirió Wayne con una cálida sonrisa. No puedo dejarte ir a menos que estés seguro de lo que dices.

    Lo juro, Wayne, prometió George, mientras sudaba a chorros por cada poro de su cuerpo. No diré una palabra. Vamos, incluso renunciaré si así lo quieres. Ni siquiera volveré mañana.

    Wayne lo miró pensativamente por unos segundos, y entonces sacó un arma de mano equipada con silenciador del interior de su chaqueta.

    En eso tienes razón, amigo, sonrió mientras con toda tranquilidad apretó el gatillo cuatro veces.

    ¿Fue esto absolutamente necesario?, gimió Greg, el Director de Finanzas, mientras el cuerpo de George se desplomaba sobre el piso.

    Greg, a veces me pregunto por qué demonios te llegué a involucrar en todo esto, gruñó Wayne, exasperado. ¿Qué se supone que deberíamos hacer? ¿Creer al imbécil y dejarlo ir? Más vale que comiences a rezar de que no haya hablado con nadie sobre esto.

    Wayne se volvió hacia los otros dos, y continuó: Traigan su auto a la parte de atrás y sáquenlo de aquí. Boten a este y a su vehículo en algún vecindario duro, cualquiera es bueno. Con suerte, los policías pensarán que fue un asalto o algo parecido.

    ¿Crees que haya podido hablar con alguien?, preguntó Greg, incómodo, mientras veía cómo se llevaban el cuerpo a rastras.

    No pudo haber sabido de nosotros por mucho tiempo, así que lo dudo, contestó Wayne, con el exceso de confianza de siempre. Pero si lo hizo, estoy seguro de que quien lo sepa comprenderá que su mejor opción es cerrar el pico.

    Capítulo 1 – Miércoles 8 de enero de 1997

    Walter Olson firmó la última página del grueso documento de tamaño oficio y lo deslizó a través de la mesa del salón de juntas hacia Chris Barry.

    Aunque conocía al dedillo su contenido, Chris se permitió varios minutos para revisar el acuerdo una última vez y entonces también yuxtapuso su firma.

    El trato estaba cerrado. CompuCorp ahora era el accionista mayoritario de CSS Inc., al adquirir todas las acciones que habían pertenecido a Walter Olson y Chris Barry.

    Fundada por Walter Olson veinticinco años atrás, la "raison d’être" original de CSS había sido ofrecer seguridad y servicios de investigación a la comunidad de negocios en general.

    Nueve años antes, en un tiempo de mercados difíciles e ingresos en caída, Chris Barry, ahora el Vicepresidente Ejecutivo y Director de Operaciones, se había unido a la firma y rápidamente la convirtió en líder en el campo de la seguridad computacional. La compañía comenzó a cotizar en la bolsa después de tres años y continuó su expansión desde entonces. Las ganancias del año anterior habían excedido ligeramente los tres billones de dólares y las predicciones conservadoras para el presente año tuvieron un aumento del 15%.

    De las cien millones de espectaculares acciones, que se negociaban en la bolsa a $16.25 dólares, Walter, el presidente y Director Ejecutivo de la firma, poseía un 40%. Además de un generoso sueldo y una variedad de otras prestaciones, Walter había premiado a Chris con una cierta cantidad de participaciones accionarias a lo largo de los años, en reconocimiento por su contribución al éxito de la compañía. En la actualidad, esto se traducía a que Chris era dueño del 20% de la firma.

    Al cumplir sesenta el año anterior, y satisfecho con sus logros, Walter había decidido que era tiempo de retirarse. Para asegurarse un retiro sereno, Walter sintió necesario salir completamente del mundo de los negocios e invertir sus ganancias en vehículos de renta fija, eliminando así el estrés relacionado con la volatilidad del mercado de acciones.

    El único inconveniente que sentía con su decisión había sido Chris y cómo reaccionaría este último a ello.  Habían trabajado extremadamente bien juntos por alrededor de una década y llegaron a tenerse un gran aprecio durante ese tiempo.

    Para sorpresa de Walter, cuando anunció sus intenciones Chris accedió de todo corazón; incluso indicó que él también estaba llegando a un punto de inflexión en su existencia y deseaba tomar las cosas con calma y disfrutar de la vida con Sandy, su esposa.

    En varias ocasiones durante los últimos años, se habían acercado a CSS con propuestas de fusión, y cuando surgió el rumor de que la compañía estaba en venta, las ofertas comenzaron a abundar.

    Reconociendo el valor actual de la firma y su potencial para ganancias futuras, CompuCorp llegó con la mejor propuesta al ofrecer a los accionistas de CSS $28 dólares en efectivo por acción. Walter y Chris aceptaron y ambos eran en ese momento hombres mucho más adinerados.

    ¿Estás seguro de que no vas a cambiar de opinión, Chris?, preguntó Jeff Sanders, Director Ejecutivo de CompuCorp. Con Walter lejos de aquí, harías funcionar a CSS con todo su potencial, agregó con una sonrisa.

    No, contestó Chris sin dudarlo, meneando su cabeza. Aprecio el voto de confianza, pero Walter es quien realmente construyó esta compañía. Solo lo ayudé a mantenerla rentable estos últimos años. He decidido dar vuelta a la página y francamente, después de trabajar con él de cerca por más de diez años, realmente siento que me merezco un muy merecido descanso.

    ¿Desean, bastardos, que me salga del cuarto para que puedan continuar su maldita conversación?, preguntó Walter con falso enojo, ahora $470 millones de dólares más rico.

    No, quédate aquí, contestó Chris con una sonrisa de satisfacción. Soy un hijo de puta rico ahora y ya no eres mi jefe. Creo que es hora de que escuches lo que realmente tengo que decir acerca de ti.

    Mocoso desagradecido, sonrió Walter, quien terminó así el intercambio juguetón.

    Bueno, Chris, si cambias de parecer, avísame, dijo Sanders. No dudo de que podemos encontrar un lugar en nuestra organización para ti.

    Gracias, respondió Chris. Pero los treinta y cinco no son una mala edad para retirarse y estoy seguro de que mi esposa y yo encontraremos algo para pasar el tiempo, al menos por un rato.

    * * * *

    Chris terminó de reunir los distintos documentos que estaban desperdigados ante él sobre la mesa de la sala de juntas y se dirigió a la puerta que conducía a su espaciosa oficina adjunta. Walter, quien ya estaba sentado en una de las cómodas butacas de cuero en la esquina y daba sorbos a un Chivas, prolijo, alzó la vista ante la entrada de Chris.

    ¿Estás seguro de que es lo que quieres, muchacho?, preguntó, inseguro de que Chris hubiese tomado la decisión correcta.

    Walter, voy a cumplir treinta y cinco en marzo, contestó Chris con paciencia. Acabo de firmar un contrato que pondrá $560 millones de dólares en el banco a mi nombre. Es una ganancia de $235 millones por lo que considero poco o ningún esfuerzo. Sí, esto es lo que quiero.

    ¿Qué vas a hacer ahora?, continuó Walter, todavía no convencido del todo.

    Para comenzar, rió Chris, "voy a tener una verdadera noche de descanso. Después, tendré sexo frecuentemente con mi esposa, algo que ambos disfrutamos muchísimo; viajar, podar el césped, hacer crucigramas, leer y pintar. Vaya, tal vez incluso escriba un libro. Eso es algo que siempre he querido hacer".

    Después de eso, insistió Walter, ¿Qué vas a hacer si te aburres?.

    Te preocupas demasiado, Walter, dijo Chris con una risita, mientras se encogía de hombros, exasperado. Después de eso, si realmente me aburro, encontraré algún trabajo que hacer. Ya sabes, como independiente. Me convertiré en un consultor.

    Capítulo 2 – Jueves 9 de enero de 1997

    Empleado por el Ministerio de Defensa del gobierno federal, el puesto oficial de Jonathan Addley era el de Director de Relaciones Policíacas y, aunque tenía asignada una pequeña porción de su tiempo disponible a las tareas relacionadas con el puesto, no era esta su función principal.

    Él era, de hecho, responsable de una pequeña división de elite, cuya existencia era conocida por muy pocos. Aunque no tenía un nombre oficial, algunas veces se le refería como Discreet Activities, y trabajaba en una muy cercana colaboración con organizaciones similares de otros países. El propósito de esta red encubierta era proveer cualquier ayuda que pudiera asegurar la seguridad y bienestar de los ciudadanos de los países miembros.

    Para cumplir su propósito, Discreet Activities estaba abierta a resolver problemas en todos los niveles y muchas veces se encargaba de asuntos que podrían de otra forma ser invisibles para la policía a nivel municipal, provincial o federal. De hecho, como era constantemente el caso, tales autoridades se encontraban investigando actividades criminales que este equipo clandestino había decidido manejar. Sin embargo, cuando se involucraba la división, siempre lo hacía sin el conocimiento oficial de estas agencias de policía.

    El personal del equipo canadiense consistía en poco más que un puñado de personas, reclutadas cuidadosamente por Jonathan. Ninguno de ellos, sin embargo, estaba en la nómina del gobierno, al menos no como sirvientes civiles asalariados. Más bien, cuando se requerían sus servicios, se les pagaba de las arcas del gobierno como consultores.

    Sus encargos usualmente consistían en tareas que requerían altos niveles de discreción, así como acciones que no serían llevadas a cabo habitualmente por las agencias de policía. Cada miembro del equipo sabía bien que en el evento de una asignación saliera mal, su gobierno no los respaldaría, ya que al hacerlo así estaría admitiendo que, de hecho, la red existía. Estaban por su cuenta, pero eran muy bien recompensados por su riesgo y sus esfuerzos.

    Aunque Jonathan no reclutaba nuevos miembros con frecuencia, permanecía constantemente en alerta por posibles candidatos, quienes eran un raro lujo en su línea de trabajo. Terminó de leer el archivo confidencial con el título Christopher Barry y se recargó en su silla, rememorando cómo había llegado a saber de este nuevo recluta potencial.

    Era tarde en la mañana de finales de septiembre del año anterior, y estaba sentado y conversando en la oficina de su amigo personal y aliado profesional, Nick Sharp, Director de la RCMP[1] para la provincia de Québec. Nick era una de las pocas personas que estaban enteradas de las actividades encubiertas de Jonathan y los dos se ayudaban ocasionalmente siempre que era posible.

    En medio de su conversación, se vieron interrumpidos por unos golpes en la puerta.

    Lamento molestarlo, jefe, se disculpó Arty, uno de los oficiales de Nick, mientras entraba y cerraba la puerta detrás de él. Tengo a una dama ahí afuera que insiste en hablar con la persona a cargo.

    ¿Acerca de qué?, preguntó Nick.

    No lo dijo, Arty se encogió de hombros. Solo dice que tiene algo de vital importancia que discutir con quien esté a cargo.

    ¿De vital importancia, se mofó Nick. ¿Es una loca?.

    Habían tenido un buen número de gente desquiciada que caía de la nada para proveer información acerca de espías enemigos con confabulaciones maestras o extraterrestres de otros planetas.

    No, Arty meneó su cabeza. Está bien vestida, es guapa; un poco agitada, pero no creo que esté loca.

    Muy bien, suspiró Nick. Déjala entrar.

    Cuando Arty dejó la oficina Jonathan se levantó de su asiento, pero Nick le indicó que permaneciera en la silla.

    Quédate, sugirió. Solo en caso de que esté demente: puedo necesitarte para protección. En serio, eres un oficial gubernamental sénior, de forma que puedes escuchar lo que ella tuviese que decir. Además, esperaba que me pagaras el almuerzo, así que quédate.

    Mientras Jonathan se reía y se dejaba caer de nuevo en su asiento, la puerta se abrió una vez más y Arty entró, seguido por una atractiva mujer rozando los treintas. Parecía de verdad agitada; su nerviosismo se delataba por su floja sonrisa y sus movimientos rápidos y abruptos.

    Los dos hombres se pusieron de pie para saludarla a medida que entraba a la oficina.

    Este es el jefe Sharp, señora, anunció Arty antes de dejar el cuarto, cerrando la puerta al salir.

    ¿Cómo está, señorita...?, inquirió Nick, con una cálida sonrisa al extender la mano.

    Señora, corrigió ella con incertidumbre; no respondió al apretón de manos ofrecido. Señora Denver.

    Por alguna razón, el nombre le parecía vagamente familiar.

    Bueno, señora Denver, soy Nick Sharp y él es Jonathan Addley, dijo Nick cuando se volvió a sentar. El señor Addley trabaja en el Ministerio de Defensa. Tome asiento, por favor.

    Mientras se sentaba, ella vio con sospecha a Jonathan y preguntó: ¿Tiene que estar él aquí?.

    Se me dijo que usted deseaba hablar con alguien que estuviera en un alto puesto, contestó Nick con una sonrisa seria. El señor Addley es lo más alto a lo que puede aspirar. No tiene nada de qué preocuparse.

    Muy bien, ella contestó, con indecisión. Solo quiero tener cuidado de con quién hablo.

    Muy comprensible, contestó Nick suavemente, preguntándose si ella era una desequilibrada mental. Ahora, ¿cómo puedo ayudarla, señora Denver?.

    Ella miró fijamente a ambos hombres, con una clara incertidumbre en sus ojos; respiró profundamente y comenzó a hablar.

    Antes de que diga nada, quiero que me prometan inmunidad y, si se requiere, protección.

    ¿Inmunidad y protección de qué?, preguntó Nick; su curiosidad iba en aumento.

    Lo que tengo que decir concierne a un caso de asesinato muy importante en Montreal, que fue resuelto hace un par de meses, ella respondió; dudó antes de agregar: El asesino todavía está suelto.

    Nick se inclinó ligeramente hacia adelante en su silla. Denver; el nombre se hacía más familiar aunque todavía no podía expresar por qué. Tal vez esta dama estaba bastante cuerda.

    ¿Cuál asesino, señora?, preguntó con

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