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Juegos Mentales: Vigilante, #3
Juegos Mentales: Vigilante, #3
Juegos Mentales: Vigilante, #3
Libro electrónico269 páginas3 horas

Juegos Mentales: Vigilante, #3

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Montreal está plagada por una cadena de violentos asesinatos de índole sexual. El capitán Dave McCall y su Cuerpo Especial para Homicidios Únicos se encuentran en un frustrado frenesí mientras intentan poner fin a la salvaje carnicería. Asistiéndolos oficialmente se encuentra un notable psiquiatra, el doctor Samuel Bowman y, no oficialmente, el genio de las computadoras y multimillonario Chris Barry.
Con cada día que pasa, McCall lucha por acercarse a la verdad, sin saber que se están dirigiendo a las profundidades mismas de los mortíferos Juegos Mentales.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9781071534342
Juegos Mentales: Vigilante, #3

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    Juegos Mentales - Claude Bouchard

    Tabla de contenido

    Capítulo 1 – Viernes 23 de mayo de 1997

    Capítulo 2 – Sábado 24 de mayo de 1997

    Capítulo 3 – Domingo 25 de mayo de 1997

    Capítulo 4 – Lunes 26 de mayo de 1997

    Capítulo 5 – Martes 27 de mayo de 1997

    Capítulo 6 – Viernes 30 de mayo de 1997

    Capítulo 7 – Sábado 31 de mayo de 1997

    Capítulo 8 – Domingo 1 de junio de 1997

    Capítulo 9 – Lunes 2 de junio de 1997

    Capítulo 10 – Miércoles 4 de junio de 1997

    Capítulo 11 – Jueves 5 de junio de 1997

    Capítulo 12 – Viernes 6 de junio de 1997

    Capítulo 13 – Sábado 7 de junio de 1997

    Capítulo 14 – Lunes 9 de junio de 1997

    Capítulo 15 – Martes 10 de junio de 1997

    Capítulo 16 – Miércoles 11 de junio de 1997

    Capítulo 17 – Jueves 12 de junio de 1997

    Capítulo 18 – Viernes 13 de junio de 1997

    Capítulo 19 – Sábado 14 de junio de 1997

    Capítulo 20 – Domingo 15 de junio de 1997

    Capítulo 21 – Martes 17 de junio de 1997

    Capítulo 22 – Miércoles 18 de junio de 1997

    Capítulo 23 – Jueves 19 de junio de 1997

    Capítulo 24 – Sábado 21 de junio de 1997

    Capítulo 25 – Domingo 22 de junio de 1997

    Capítulo 1 – Viernes 23 de mayo de 1997

    Randi abrió la puerta del cuarto de hotel y se volvió hacia el tímido hombre que lo había acompañado.

    Bienvenido al paraíso, exclamó con una seductora sonrisa, mientras indicaba a su invitado que entrara al cuarto.

    El hombre examinó, nervioso, el estrecho corredor del pequeño hotel, para asegurarse de que no había testigos presentes. Fue entonces cuando entró al cuarto.

    N-no he hecho esto antes, confesó con un ligero tartamudeo mientras Randi cerraba con seguro la puerta detrás de ellos.

    Bien. Relájate, dulzura, ronroneó Randi, quien dejó entrever una prometedora sonrisa. Me voy a encargar maravillosamente de ti. ¿Por qué no te quitas la ropa y te pones más cómodo?.

    Eh, muy bien, el hombre accedió, vacilante, y comenzó a desvestirse lentamente.

    ¿Y t-tú?, preguntó mientras Randi se recargaba contra una mesa desvencijada en una esquina y observaba.

    Mira, amor. Ya que es tu primera vez, probablemente quieras que permanezca vestido, al menos por un rato, explicó Randi, mientras alisaba por el trasero su apretada minifalda al hablar: Una vez que comiences a calentarte, podremos llegar hasta donde quieras.

    Cla-claro, si t-tú crees que es lo mejor, el hombre balbuceó con timidez, mientras se quitaba con indecisión sus calzoncillos. Bajó la vista hacia su persona, y susurró, avergonzado: N-no sé si esto va a funcionar.

    Deja que yo me encargue de eso, precioso, gorjeó Randi con voz ronca. Acuéstate en la cama. Deja que Randi te prepare para el cielo.

    En silencio, el hombre obedeció mientras su anfitrión se contoneaba al dirigirse hacia una deslucida cómoda. Del cajón superior sacó un puñado de corbatas de seda con las que volvió a la vieja cama de armazón metálico.

    ¿Q-qué es-estás haciendo?, indagó, nervioso, su desnudo invitado.

    Shhh, relájate, susurró Randi para tranquilizarlo. Confía en mí, bebé. Solo recuéstate y deja que me encargue de ti.

    El hombre calló y obedeció a Randi mientras este procedía a atar sus muñecas y tobillos a la pesada armazón de la cama.

    Mientras su anfitrión terminaba de atarlo, el hombre habló de nuevo: N-no estoy seguro de q-que me vaya a gu-gustar esto.

    Jugando con una corbata sin usar, Randi observó a su prisionero abierto de brazos y piernas por un momento. Lamió sus sonrientes labios antes de contestar: No me extraña que no lo disfrutes. Hablas demasiado, cariño. Arreglemos eso para que podamos concentrarnos en lo que está sucediendo.

    Dicho eso, se acercó repentinamente al hombre, y rápidamente lo amordazó con la última corbata. Se enderezó, con las manos sobre sus caderas, y admiró su obra mientras su prisionero luchaba en vano por liberarse de sus ataduras.

    Creo que puedes ser de los que gritan, afirmó Randi, objetivo, mientras sacaba un rollo de cinta adhesiva ancha del cajón de la cómoda: Mira, no querríamos molestar a los vecinos, así que arreglemos el problema antes de que empiece.

    Mientras su prisionero lo miraba fijamente, con los ojos dilatados por el terror, Randi cortó una tira de unos quince centímetros con los dientes y la colocó firmemente sobre la boca del hombre atado, por encima de la mordaza.

    Listo, chilló Randi con satisfacción. Que comiencen los juegos.

    Se acercó de nuevo al cajón de la cómoda una última vez, y extrajo un enorme cuchillo de trinchar, su reluciente hoja de veinte centímetros destellando en la tenue luz, y se volvió hacia su aterrorizado acompañante.

    Puede que duela un poco al principio, explicó al aproximarse. Pero ya verás que el dolor se irá pronto. Y no te preocupes por la sangre: traje un cambio de ropa.

    Capítulo 2 – Sábado 24 de mayo de 1997

    ...así que el segundo golfista dice, ‘él estaba inconsciente cuando lo encontré, de forma que comencé a darle respiración de boca a boca; y entonces, una cosa llevó a la otra’.

    Francamente, Dave,, objetó juguetonamente Cathy, su esposa, entre las risas de sus dos invitados, ¿es lo que ustedes, los policías, hacen cuando supuestamente están trabajando duro? ¿Contarse  chistes verdes?.

    Solo a veces, sonrió Dave McCall.

    El resto del tiempo, sugirió Chris Barry, su buen amigo, comen donas.

    No este tipo, replicó Dave, asumiendo una pose de hombre musculoso y dando palmaditas a su vientre plano.

    Eres un policía muy guapo, Dave, lo consoló Sandy, la esposa de Chris mientras guiñaba un ojo a Cathy. Por lo menos, en lo que se refiere a policías.

    ¿Qué es esto?, exclamó Dave, fingiendo un puchero. ¿La noche de atacar a McCall?.

    Como el dirigente del Cuerpo Especial para Homicidios Únicos de Montreal, el capitán Dave McCall había conocido a Chris Barry hacía poco menos de un año mientras trabajaba en el caso de un asesino serial. Al rastrear mensajes que habían sido enviados a través de Eazy-Com, una red de comunicaciones computarizada, Barry, el vicepresidente ejecutivo de una firma de seguridad computacional en ese momento y un genio en el campo, había ayudado a la policía en localizar al infame Vigilante, cuyas víctimas fueron criminales del peor tipo. Sus esfuerzos habían llevado a las autoridades hacia un tal Carl Denver, empleado de Chris, quien había cometido suicidio de inmediato cuando se le confrontó. El caso del Vigilante estaba resuelto; o así parecía.

    Sin que Dave y la policía lo supieran, Chris Barry era el verdadero Vigilante. Una víctima de violencia doméstica cuando niño, había crecido con la venganza en su corazón y, por un tiempo, tomar la vida de traficantes, violadores y seres similares había sido su terapia. La culminación de sus actividades había sido doble: primero, el asesinato de su padrastro, quien le había causado terror y dolor, así como a su madre y a su hermana muchos años atrás; finalmente, el suicidio de Carl Denver, culpable de malversación, pero incriminado por Chris como el Vigilante. Carl merecía su muerte, no por su robo de fondos, sino más bien debido a su papel en la muerte del padre de Sandy un año antes de que Chris conociera a su cautivadora esposa.

    Mientras trabajaban juntos en el caso del Vigilante, se desarrolló una genuina amistad entre Dave y Chris y los dos se habían vuelto muy cercanos desde entonces, así como sus esposas. Chris se sentía a veces culpable, aunque definitivamente no por los actos violentos que había cometido: todos esos bastardos merecían pagar por sus crímenes y de vez en cuando el sistema no funcionaba adecuadamente, fracasando en definitiva para proporcionar el castigo que merecían. La culpa que experimentaba era por Dave, un verdadero amigo, a quien Chris sentía que había usado, aunque no hubieran sido esos sus planes. Sabía que eventualmente llegaría el día en el que tendría que revelar su secreto, sin importar las consecuencias que pudieran seguir. Dave era un buen hombre y no merecía menos.

    Siéntense, siéntense, insistió Dave, mientras hacía una seña a Cathy y Sandy para que volvieran a sus asientos y él se levantaba. Ustedes, chicas, relájense, mientras que Chris y yo nos ocupamos de los platos. Ustedes hicieron la cena; déjennos hacer nuestra parte.

    No dejes que te engañe, Sandy, comentó Cathy con una sonrisa juguetona, el concepto que tiene Dave de ocuparse de los platos consiste en amontonar todo en el fregadero para que pueda lavarlos yo en la mañana.

    Antes de que Dave pudiera pronunciar siquiera alguna de sus famosas respuestas agudas, los interrumpió el timbre del teléfono.

    Déjame contestarlo, amor, ofreció Cathy, guiñando un ojo a sus invitados. Ya estás bastante ocupado.

    Salió rápidamente del comedor antes de que su esposo pudiera contestar, y volvió al poco tiempo con el inalámbrico en la mano.

    Dave, Tim está en la línea, anunció con expresión abatida.

    Tim Harris era uno de los detectives de homicidios de Dave. En muy raras ocasiones llamaba al jefe en su día libre con buenas noticias.

    Sí, Tim, ¿qué pasa?, inquirió Dave mientras Cathy limpiaba la mesa del comedor sin hacer ruido.

    Lamento molestarlo, jefe, se disculpó Harris, con tono sombrío. Tenemos uno muy desagradable en el centro, Dave. Creo que vas a querer venir aquí.

    ¿A qué nos estamos enfrentando?, preguntó Dave, a sabiendas de que su noche tranquila con amigos estaba arruinada.

    Parece un juego sexual perverso que salió mal, contestó Harris. La víctima es un Richard Savois, veintinueve. Revisamos si tenía antecedentes, pero el tipo está limpio. El administrador del Hotel Chancellor lo encontró atado a una cama. El tipo tiene varias heridas de arma blanca y por varias quiero decir muchas. Hay sangre por todas partes. Y aquí viene la parte realmente enfermiza: le falta una parte.

    ¿Podrías ser más específico, Tim?, insistió Dave, quien ya visualizaba la escena macabra.

    El loco que hizo esto cortó sus genitales, afirmó Harris con un escalofrío. Y hasta ahora, no los hemos encontrado.

    Muy bien, suspiró Dave. Voy en camino. ¿En dónde exactamente está este lugar?.

    Sherbrooke, cerca de St-Laurent, respondió Tim. No puedes perderte, Dave: es un lugar con mucha clase.

    El sarcasmo en su voz era inconfundible.

    * * * *

    El tráfico era relativamente ligero para una noche de sábado, lo que permitió a Dave llegar al centro desde su hogar en Dorval en poco menos de media hora. El Hotel Chancellor, un edificio más bien mal mantenido y anodino, fue fácil de encontrar debido al puñado de patrullas estacionadas en doble fila frente a él en Sherbrooke. Un número creciente de curiosos se había reunido y mantenían a la media docena de oficiales presentes ocupados con el control de multitudes.

    Dave se hizo pasar a través del grupo de buscadores de escándalos y logró entrar al sencillo recibidor del pequeño hotel. En el interior, encontró a Harris en el área de recepción, charlando con un hombre gordo como un globo, que llevaba un habano en la boca, ataviado con jeans relavados y una camiseta manchada. El caballero, en sus cincuentas, obviamente era partidario de la conservación del agua, porque se veía y olía como si no se hubiera bañado en una semana.

    Capitán McCall, lo saludó Tim. Este es Scott Wilson. Es el propietario y administrador de este lugar.

    Bienvenido a mi castillo, murmuró el hombre obeso, molesto obviamente por la excesiva atención que estaba atrayendo su establecimiento.

    El señor Wilson fue el que encontró el cuerpo, continuó Harris, en un intento por actualizar rápidamente a Dave.

    Debió haberlo conmocionado terriblemente, propuso Dave, empático.

    Sí, sí, terrible, el habano gruñó y se encogió de gordos hombros. ¿Quién va a pagar por la limpieza del maldito cuarto?.

    Lo haremos limpiar una vez que hayamos terminado de recoger evidencia, contestó McCall, lanzando una pesarosa mirada a un divertido Harris.

    Sí, bueno, está bien, refunfuñó Wilson. Espero que no les tome demasiado tiempo. El tiempo es dinero, ¿saben?.

    Dejaremos de molestarlo tan pronto como podamos, le aseguró Dave.

    Bien, porque, sin ofender, contestó el gordo, pero tener a los de su clase por aquí no es bueno para el negocio.

    No se preocupe, señor Wilson, dijo Dave en forma conciliatoria, nos habremos ido antes de que se dé cuenta.

    Muy bien, aceptó Wilson a regañadientes. Entonces, en un intento por ser cortés, agregó: ¿Algo que pueda hacer para ayudar a las fuerzas de la ley?.

    Tengo unas preguntas, si tiene tiempo, sugirió Dave.

    Bueno, creo que lo haré caber en mi ocupada agenda, respondió el propietario del hotel, mientras su imponente panza temblaba al reír de su propio intento de broma.

    Gracias, dijo Dave, que sonreía al lamentable ser que se encontraba ante él. ¿Fue la víctima quien rentó el cuarto?.

    No. Nunca había visto al tipo hasta que lo encontré.

    Muy bien. Entonces, ¿quién rentó el cuarto?.

    Una chica grande y pelirroja, contestó Wilson, quien masticaba pensativamente la colilla del habano. Una mujerona. Pensé que podría ser un hombre. No fea pero, ya sabe, de complexión fuerte.

    ¿La había visto antes?, inquirió Dave.

    No, fue la respuesta del administrador. Tengo a algunos clientes regulares que veo más seguido, pero esta era nueva: primera vez.

    ¿Cree que la reconocería si la volviera a ver?

    Tal vez, los gordos hombros se volvieron a encoger. No puedo garantizarlo. Por aquí, todos se parecen,

    McCall continuó mientras Harris revisaba las notas que ya había tomado. ¿Puede darme el nombre con el que se registró, tal vez una dirección?.

    ¿Registro?, el gordo soltó la carcajada. No tengo tiempo para molestarme con registros, señor McCoy.

    McCall, le corrigió Dave. ¿No mantiene registros de los que se quedan aquí? ¿Tal vez recibos de tarjetas de crédito?.

    ¡Tarjetas de crédito!, Wilson contuvo la risa. Eso sería sorprendente. Este lugar y el Ritz. Escuche, capitán: déjeme explicarle algo a usted y así nos ahorramos mucho tiempo. La gente que viene aquí no viene precisamente a dormir.

    Apuntó a la lista con las tarifas garabateadas sobre el pizarrón a sus espaldas y continuó: $20 por una hora, $35 por dos, $50 toda la noche. Efectivo, al entrar. Mantengo un control de qué cuartos están rentados y por cuánto tiempo. Cuando se acaba el tiempo acordado, toco a la puerta para sacarlos o para que me paguen tiempo extra. A los que se quedan toda la noche no los molesto hasta que el negocio comienza a repuntar al día siguiente. Es lo que pasó con su amigo aquí. Fui a revisar el cuarto cerca de las siete y lo encontré. Fin de la historia.

    Muy bien, señor Wilson, dijo McCall, a la vez que sacaba una tarjeta del bolsillo de su saco. Es todo lo que necesito por ahora. Aquí tiene mi número, solo en caso de que recuerde algo más.

    Claro, no hay problema, aceptó el gordo, aventando la tarjeta entre un embrollo de papeles en un cesto de correo sobre el mostrador. Se lo haré saber. Si la veo de nuevo, le llamaré inmediatamente. No necesito esta mierda en mi negocio.

    Bien, gracias, realmente lo agradezco, contestó Dave antes de volverse para hablar con Harris: Me gustaría echar un vistazo al cuarto.

    Oiga, capitán, un travieso Wilson comentó mientras se alejaban del mostrador, espero que no haya justo acabado de cenar. Está ya bastante desagradable. No quisiera que vomitara en mi alfombra.

    Capítulo 3 – Domingo 25 de mayo de 1997

    Todavía bostezando, Sandy entró lentamente al estudio, o la oficina, como la llamaban, donde su esposo estaba ocupado frente a la computadora.

    ¿Dave te canceló el golf?, preguntó, mientras se frotaba los ojos para ahuyentar el sueño.

    Sí, se quedó hasta tarde anoche, revisando lo de ese asesinato, contestó Chris, y sonrió entonces a su esposa. Tendrás que aguantarme esta mañana.

    ¡Qué mal!, respondió esta con un mohín antes de envolver con sus brazos a su marido desde atrás, descansando sus manos sobre su pecho y besando su coronilla. ¿En qué estás trabajando?, preguntó, mientras revisaba la pantalla de la computadora.

    Termino mi investigación para ese proyecto que me dio Jonathan, contestó Chris, quien volvió su atención a los datos en el monitor.

    ¿Y a qué  conclusiones ha llegado, señor consultor?, preguntó Sandy, y descansó su barbilla en el hombro de su esposo mientras leía la pantalla.

    Oh, definitivamente son culpables, le aseguró Chris. Eso era claro cuando Jon vino conmigo con esto. En lo que he estado trabajando mayormente es más bien el rastreo de sus actividades, para establecer su programa y localizar sus cuarteles. Gracias a un poco de investigación y otro poco de suerte, he tenido éxito en ambas tareas.

    ¿Cuándo planeas dar cierre?, preguntó su adorable esposa, con su usual toque de preocupación en la voz.

    Tienen planeada una reunión esta noche, contestó Chris. Ronald Tremblay, su fundador y presidente, es el propietario de una casa de campo cerca de Laplaine. Ahí tiene sus cuarteles. Jon y yo vamos a ir ahí esta tarde para preparar el lugar para la junta.

    ¿Vas a tener cuidado, Barry?, preguntó Sandy con una juguetona severidad, aunque su preocupación era real.

    Chris estiró los brazos hacia atrás para alcanzarla, y la estrechó contra su espalda mientras contestaba: Todo el tiempo, amor. Todo el tiempo.

    Hasta el final del año anterior, Chris Barry había sido el vicepresidente ejecutivo, director de Operaciones y propietario del veinte por ciento de CSS Inc., empresa líder en el campo de la seguridad computacional. En la segunda mitad del año, Walter Olsen, el fundador y director ejecutivo había decidido retirarse y puso a CSS en el mercado. Esto coincidió más o menos con el fin de las actividades secretas de Chris como Vigilante, y también él sintió que era un buen momento para hacer otros cambios de fondo en su vida. Por tanto, para sorpresa de Walter, Chris anunció que él también se retiraba, a la madura edad de treinta y cuatro. La parte que obtuvo con la venta de la firma era enorme, muchos millones más de lo que él y Sandy necesitarían para sostener un estilo de vida extremadamente confortable. Era hora de descansar y disfrutar de las buenas cosas que la vida tenía por ofrecer.

    La transacción había tenido lugar a inicios del nuevo año, con la adquisición

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