Polos opuestos
Por Myrna Mackenzie
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Beth Krayton, la dura secretaria de Carson, sabía que podía conseguir todo lo que se propusiese por sus propios medios, sin ningún hombre…
A pesar de no ser en absoluto la mujer ideal para él, la atracción que Carson sentía por Beth era cada vez más intensa y pronto iba a tener que plantearse qué era más importante, salvar a su familia o el amor de aquella mujer…
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Polos opuestos - Myrna Mackenzie
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Myrna Topol
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Polos opuestos, n.º 2167 - septiembre 2018
Título original: Marrying Her Billionaire Boss
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-624-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
Desesperación» era una palabra tan fea… Desgraciadamente, describía muy bien la situación de Beth Krayton. Tenía aproximadamente cuarenta y ocho horas para encontrar un buen empleo y un sitio agradable donde vivir en Lake Geneva, en el estado de Wisconsin, antes de que sus hermanos descubrieran su paradero e intentaran obligarla a volver a Chicago.
Sabía con certeza qué arma utilizarían para ello: la culpabilidad. Y a ella nunca se le había dado bien enfrentarse a la culpabilidad. A sus hermanos y ex tutores siempre se les había dado muy bien echarle la culpa a ella; pero después del «incidente» de dos años atrás, las cosas habían ido de mal en peor; y desde que había perdido su empleo…
El recuerdo de la humillante escena ocurrida dos días antes le provocó náuseas. Cuando había oído a sus hermanos y a las esposas de éstos discutiendo soluciones al «problema de Beth», se había dado cuenta por fin de que, por mucho que se esforzara en ser independiente, cuanto mayor era, más se empeñaba su familia en dirigirle la vida.
Tras la muerte de sus padres años atrás, sus hermanos habían prometido criarla y protegerla. Ella siempre había esperado que llegara el día en que la trataran de igual a igual. Pero esa conversación que había oído por casualidad y que la etiquetaba como una de esas jóvenes mujeres incapaces de tomar sus propias decisiones, había aniquilado todas sus esperanzas. Por fin entendía que ellos no descansarían hasta que creyeran que estaba a salvo bajo la protección de otro hombre. Y sólo demostrando que era capaz de arreglárselas sola sin un marido podría convencerlos para que dejaran de meterse en su vida.
–Si fuera posible… –se dijo en voz baja mientras ahogaba apenas un gemido de desesperación.
Cerró la boca. No causaría una buena impresión de cara a su nuevo empleo si la gente la veía hablando sola o gimoteando en lugares públicos. Y tenía que causar una buena impresión, porque el tiempo pasaba y lo único que se interponía entre ella y sus objetivos (y sus hermanos) era un hombre llamado Carson Banick, un rico hotelero que había publicado un anuncio solicitando una asistente personal con experiencia en la industria hotelera.
Beth no tenía ni un ápice de experiencia en la hostelería. Pero eso no podía importar, se iba diciendo para sus adentros mientras se acercaba al edificio donde se celebraría su entrevista. Al hojear los anuncios clasificados había encontrado unos cuantos empleos para los que estaba cualificada y que le permitirían vivir de su sueldo. Ese empleo le garantizaría una fuente de ingresos básica, no decía nada de estudios superiores y, sobre todo, podría ayudarla a labrarse un futuro profesional y a ser ella misma. Jamás había logrado ninguna de las dos cosas, y las deseaba tanto que no podía explicarlo.
Carson Banick tenía que contratarla; y ella convencerlo de que le gustaba, de que era la adecuada. Haría falta derrochar todo su encanto, aunque como nunca le habían dicho que lo tuviera, no sabía si le saldría.
–Hoy seré encantadora, maldita sea –dijo en voz baja mientras empujaba la puerta del trailer que habían colocado en un extremo de un solar en construcción. Al entrar se encontró de frente con el hombre más guapo que había visto en su vida.
Él la miraba con expresión ceñuda.
Carson levantó la vista del montón de papeles que tenía en la mesa, irritado por la distracción de la puerta. Ya había entrevistado a unas cuantas personas, pero aún no había encontrado lo que buscaba. Y a juzgar por la apariencia de la mujer que acababa de entrar, no era probable que de aquella entrevista surgiera nada positivo.
No le inquietaba la falda marrón, que más que falda parecía un saco; ni tampoco sus ojos ligeramente rasgados, ni la melena corta de aquel tono pelirrojo tan llamativo. La ropa y el peinado se arreglaban con dinero; y él tenía de sobra.
No. Era la expresión dolida y desafiante de su mirada. Estaba claro que aquella mujer tenía una fuerte carga emocional en su vida, y él precisamente no era quién para acercarse a personas heridas. Ya lo había demostrado en distintas ocasiones recientemente. Las personas, las importantes, como su ex prometida, o su hermano, habían sufrido en el transcurso.
Carson trató de no pensar en la cara que había puesto Emily cuando la había dejado. Se esforzó para no recordar el miedo escrito en el rostro de su hermano justo después del accidente, o en cómo Patrick no había reaccionado cuando Carson había ido a verlo la semana anterior, tal y como ocurría desde el día de la tragedia. Trataba de ignorar que él era el responsable de la caída de su hermano en esa montaña; y le acongojaba la injusticia de que Patrick perdiera la movilidad en las piernas, mientras él, Carson, ocupaba el lugar que por derecho le correspondía a Patrick.
Se levantó, diciéndose que debía centrarse en el presente, en esa mujer; tenía que hacer aquel trabajo, continuar hasta que Patrick volviera a la normalidad. Carson rezaba para que Patrick se curara del todo, aunque los médicos le habían dicho que no estaba progresando como habrían esperado. La única manera de ayudar a su hermano era ocupando su puesto y haciéndolo lo mejor posible.
Aspiró hondo y estudió a la mujer con la mirada. No. No le valdría en absoluto. Ni por asomo contrataría a alguien que necesitara de su comprensión, o que le hiciera pensar en sus fracasos.
Necesitaba a una ayudante competente y con los conocimientos adecuados; alguien que lo ayudara a que se obrara un milagro para lo que sería un futuro hotel, y que fuera lo antes posible. La mujer que tenía delante no parecía tener experiencia en milagros, pues su aspecto era frágil, emocional…
¡Pero por qué se fijaba en esas cosas! Tal vez ni siquiera había entrado allí por el trabajo; podría ser una vendedora o alguien que se hubiera perdido. Pero Carson vio esa expresión de desesperación del que iba buscando un empleo.
–¿En qué puedo ayudarla? –dijo mientras daba la vuelta a la mesa–. Supongo que está aquí por el puesto –dijo él.
Ella asintió brevemente, pero levantó un poco la cabeza, como si él la hubiera ofendido.
–Sí, estoy aquí por el puesto de secretaria para el nuevo complejo Banick.
Mostraba aún esa expresión un poco altanera y orgullosa, como si lo desafiara a echarla de allí.
Carson suspiró.
–Entonces ha venido al sitio adecuado. Soy Carson Banick.
Ella pestañeó.
–¿Usted… es el dueño de la empresa?
–¿No me cree?
–No es eso. Sólo que no esperaba que las entrevistas las hiciera alguien tan impetuoso.
Carson se encogió de hombros.
–La persona que consiga este puesto trabajará conmigo.
Ella bajó la vista y asintió concisamente.
–¿Tiene una solicitud?
–Sí, por supuesto, y le voy pedir que me rellene una, pero la solicitud es una mera formalidad. Prefiero obtener la información de primera mano.
Para qué pedirle que rellenara papeles si se largaría en unos minutos. Ninguna de las personas a las que había entrevistado había sido la adecuada, pero al menos le habían parecido más profesionales que ésa que tenía delante.
Parecía, pensaba Carson, que iba a resultar más difícil de lo que había pensado encontrar a la persona adecuada. En Lake Geneva estaban en temporada alta, y había más empleos que cubrir en la exclusiva población turística que personas disponibles para ello.
Era inaceptable. Tenía que tomar una decisión en los días siguientes. Sabía que las cosas se estaban retrasando un poco, pero había esperado, con la fe de que se produjera el milagro y Patrick regresara. Al principio, y como era costumbre en él, había ignorado los ruegos de sus padres. Pero al final se había visto obligado a reconocer que tendría que ocuparse de la construcción del nuevo hotel: el mayor proyecto de su hermano. Cuando los médicos le habían dicho que la falta de progreso de Patrick parecía estar relacionada con la tensión nerviosa, Carson había arrimado el hombro. Por extraño que fuera, a lo mejor su comportamiento acabaría repercutiendo positivamente en la recuperación de su hermano. Le quitaría de encima a los accionistas y a sus padres, Rod y Deirdre Banick. Por una vez Carson sería el hermano mayor responsable y haría lo que estuviera en su mano para proteger a Patrick.
A Carson no se le pasó por alto el sarcasmo. Sus padres se habían pasado años tratando de que él ocupara el lugar que por derecho le correspondía; pero él siempre se había rebelado y había hecho lo que le había dado la gana, ignorando así el negocio familiar. Patrick había sido el cerebro al timón de Empresas Banick durante cinco años, desde que la salud de su padre lo había obligado a jubilarse. Pero de pronto todo había cambiado. Cuando Patrick se curara y pudiera reclamar su lugar como heredero de Banick, el hotel tenía que estar funcionando a la perfección; y tenía que ser una obra maestra. Eso significaba que Carson debía hacer lo que jamás había hecho en su vida, que era dejar atrás sus días de rebeldía y ser un verdadero Banick. Y eso exigía imperativamente una secretaria de alto nivel; pero en ese momento no había ninguna candidata allí salvo ella.
La silueta pálida de su mandíbula estaba rígida, esperando a que él diera el paso siguiente. No era de extrañar. Se dio cuenta de que además de hacerla esperar, la contemplaba con demasiada dureza.
–Siéntese –le dijo al tiempo que le señalaba la silla donde se habían sentado las otras entrevistadas.
Ella se adelantó despacio, se sentó y se alisó la falda sobre las rodillas. Había en su gesto cierta inocencia, cierta femineidad, en contraste con el aire valiente del mentón. Carson tuvo ganas de abofetearse. Él no tenía nada que ver con la inocencia, y que esa mujer fuera o no femenina ni le iba ni le venía.
–Cuénteme algo sobre usted –le dijo para centrarse de nuevo en el tema que los ocupaba.
Era una pregunta terrible para una entrevista, pero la respuesta solía ser reveladora. Los entrevistados le contaban lo que pensaban que él quería escuchar. Eso podría ser importante, ya que un asistente personal debía ser capaz de anticiparse a veces a situaciones algo difíciles.
–Me llamo Beth Krayton. Soy nueva en Lake Geneva, pero he estado antes de visita. Siempre me ha encantado este lugar y tengo la ilusión de establecerme y vivir feliz aquí.
Le pareció una respuesta más digna de una modelo en un concurso de belleza, pero cuando Carson la miró a los ojos vio que Beth Krayton era sincera. También notó que se había agarrado la falda, como si estuviera muy nerviosa. Cuando ella vio que él le miraba la mano, soltó