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Libro electrónico825 páginas11 horas

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Información de este libro electrónico

James Watson es un exitoso empresario de San Antonio, Texas. Fundador de una
empresa en el ramo de mantenimiento de pozos petroleros. Un buen da recibe
una carta de Mxico, de un viejo amigo a quien crea muerto haca 34 aos. Esa
carta le estremece por un pasado que ni su familia conoce. Decide ir all, a esa
clida costa de Tampico, quiere hacer cmplice a su hijo para que le acompae,
pero antes lo cita para contarle un secreto hasta ese da desconocido para todos.
Un pasado que le atorment por ms de 3 dcadas y le cambi para siempre.
El autor recrea la vida de un joven norteamericano que es contratado para
trabajar en El guila, una empresa propiedad de la London Trust and Oil Shell,
durante la dcada de los aos 30. En un ambiente lleno de traiciones donde los
intereses de las petroleras internacionales se entretejen con el naciente movimiento
sindical y con la intervencin de los Nazis en Mxico. El protagonista va viviendo
a plenitud aquellos agitados aos previos a la II guerra mundial.
Esta es una novela histrica llena de pasin e intrigas, donde el protagonista
cruza el umbral de lo novelesco para adentrarse en hechos histricos pincelados
por el autor. La novela describe las vivencias de quienes no aparecen en los libros
de historia, pero que fueron fundamentales en las decisiones que cambiaron el
rostro de un pas para siempre.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 nov 2013
ISBN9781463366070
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    Chapopotli - ABEL OSEGUERA KERNION

    Copyright © 2013 por ABEL OSEGUERA KERNION.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013916445

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-6605-6

                 Tapa Blanda            978-1-4633-6606-3

                 Libro Electrónico   978-1-4633-6607-0

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 30/10/2013

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    Suite 200

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    493880

    ÍNDICE

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XX

    Capítulo XXI

    Capítulo XXII

    Capítulo XXIII

    Capítulo XXIV

    Capítulo XXV

    Para:

    Cavis, Abel y Victoria.

    Mis tesoros y el motivo de mis esfuerzos. Con todo mi amor, para ellos.

    CAPÍTULO I

    San Antonio, Texas. Noviembre 14 de 1972

    Esa mañana James Watson estaba ya tomando su acostumbrado café veracruzano, acompañado de una pieza de pan de dulce, ambos adquiridos por su eficiente secretaria Margaret, de una panadería mexicana que se encontraba en la acera sur de la calle Lincoln. Muy cerca de donde alguna vez había morado en sus primeros años de vida junto a sus padres y hermana.

    Y aunque a sus 62 años ya tenía la necesidad de usar anteojos para recorrer las noticias del San Antonio News, sus ojos grises claros, que parecían cambiar de tono con su corbata azul verdoso, y su pelo entrecano, permitían ver aun a un hombre de brazos fuertes y piernas ágiles que parecían llevar un ritmo militar en cada movimiento.

    Parecía ser un día más en la vida de negocios con la que había contraído matrimonio laboral hacía ya más de 20 años. Sus manos grandes y toscas daban cuenta de su taza de café sin que su mirada perdiera de vista el informe bursátil del día anterior en Wall Street.

    Él había luchado por años trabajado duro cada día para poder ver a su empresa, que él mismo había fundado, crecer y convertirse en una compañía líder en el mantenimiento y mejoramiento de pozos petroleros en Texas. Era su orgullo junto con la familia que tanto amaba, de la cual podía sentirse satisfecho de haber formado con Diana.

    Pareciera que en la vida todo le sonreía a James, la fortuna, la suerte y el éxito, sin embargo había algo en él que estaba incompleto, algo en el pasado le tiraba de la espalda y se le agriaba el café. Esos fantasmas que carga un hombre, que dejó inconcluso, algo que odiaba o amaba y no se lo podía explicar ni él mismo. Como podía él, que todo lo tenía, sentir ese rencor hacía sí mismo por algo que no habría hecho, evitado, o por supuesto provocado, y que siempre la duda lo había consumido. Volvió de nuevo su mente a lo que mejor sabía hacer, tomar sus informes de la empresa, emitir los memorandos necesarios a las oficinas de contabilidad y producción para resolver los asuntos del día. El trabajo y esfuerzo debían ser lo suficiente importantes como para mitigar ese vacío estomacal que provocan los asuntos del pasado.

    Mientras le asaltan los fantasmas del pasado intenta olvidarse de sí mismo y retoma el rumbo con una mirada hacía el nuevo intercomunicador que le han instalado en su oficina, que apenas está aprendiendo a descifrar, después de una intentona del técnico por mostrarle lo sencillo del sistema. Tan fácil que era antes, solo presionar un timbre, su secretaria aparecería presta y seria con libreta y lápiz en mano enfundada en su traje gris oscuro con esos ojos azules nerviosos bajo sus anteojos redondos y pequeños que intentaban ocultar la veneración y respeto que siempre había sentido Margaret por su jefe.

    —Margaret, por favor, la molesto con una llamada a la oficina de permisos de obra de Waco.

    —Si señor, por cierto tengo en mis manos su correspondencia y está aquí su hijo que desea verlo.

    —¿Correspondencia? ¿Hay algo privado que no puedas atender tu Margaret? Y pasa a mi hijo por favor.

    —Es una carta de México. Me parece algo personal por lo que no he querido abrirla señor.

    —¿México? Bien puede traerla.– sintió un vuelco en el estómago. ¿Qué será?

    La puerta de cedro sólido y pesada de su oficina se abrió después de sonar un timbre de seguridad que era accionado desde un botón secreto bajo el escritorio de Margaret, entró James Jr. Era muy parecido a su padre en cuanto a su complexión atlética y rígida, como la de los militares que no pueden soltar ningún musculo al marchar por no romper con las formas correctas de su ritmo. Pero sus ojos verdes y sus finas facciones enmarcadas por unas cejas pobladas y castañas las habría heredado de su madre Diana. Sonreía como un niño pequeño que encuentra divertido hacer cómplice a su padre después de una travesura.

    —Papá ¿Cómo estas? ¿Cómo te amaneció? ¿Listo para el fin de semana de pesca?

    Había reservado tiempo en su agenda ese fin de semana para ir a Corpus Christi con su hijo y disfrutar de una de sus viejas pasiones; la pesca. Su otra pasión aparte de los deportes televisivos de costumbre, era la cacería. Así pues entre temporada y temporada de cualquier actividad al aire libre podía consolarse con los deportes televisivos como el futbol (Americano) y el beisbol. Ahora comenzaban a correr las primeras curvinas bull de la temporada que solía ocurrir con lo que él llamaba el cordonazo de San Francisco. Y que no era otra cosa que los primeros vientos fríos del norte de la estación otoñal. Llamados así porque coincidentemente en el sur de Tamaulipas siempre pega un viento del norte el día 4 de octubre santoral de San Francisco de Asís.

    —Sí, claro Jimmy. ¿Cómo está todo por Midland?

    —Bien, ya terminamos el mantenimiento de las bombas 126 y la 432, solo falta mover las bombas a Rankin para resolver lo del taponamiento en el rancho Lazy R.

    Siempre era la misma conversación con su padre, él comenzaba con algún tema trivial y su padre abordaba el tema laboral de inmediato, ya saciadas sus dudas del negocio en el cual colabora James Jr. como jefe de mantenimiento mecánico en el este de Texas. Como disfrutaba James Jr. cuando sus hermanas menores iniciaban una conversación, pues lo desarmaban al no poder tratar con ellas ningún tema laboral y batallaba para poder conservar cualquier conversación coherente con ellas. Aunque él fuese el primogénito e ingeniero mecánico como su padre, además de compañero de pescas y cacerías entendía perfectamente cuál era su lugar en la familia. Él era el orgullo de su padre, era el cerebro, era su fuerza perdida por los años, pero Diana, su madre y sus hermanas Jessica y Laura eran su debilidad, las dueñas de su corazón y con ninguna de ellas valía la pena confrontarse de ninguna manera, cualquier batalla se daba por perdida.

    —Bien, espero que pronto termines de armar la torre de la Texas Petroleum, que me han estado llamando toda la semana pues les urge ya ponerla a perforar.

    —Necesitamos que los compresores nos lleguen de New Jersey para poderlos montar, probar y poder entregarla, ya la tenemos casi lista, solo falta eso y un poco de los cambios eléctricos que nos propuso el cliente.

    —¿Ya hablaste con Douglas para ver cuando llegan los compresores?

    —No, de hecho pasé primero a saludarte, ahora bajo a ver con Douglas lo del equipo.

    —¿Ya pasaste a saludar a tu madre?

    —Desde anoche estuve con ella, llegué tarde y tú ya estabas dormido. Como siempre a las 9 ya estabas roncando.

    —Mmm. Me levanto muy temprano y .. bueno ¿Qué con lo de la ida a pescar?

    James Jr. sabía cómo arrinconar a su padre y ponerlo de vuelta en el tema que le interesaba.

    —Por eso quiero verte también. ¿Preparo el avión para ir o prefieres manejar hasta Corpus?

    —¿Manejar? Mira yo prefiero ver el paisaje desde la ventanilla de copiloto de tu nueva Bronco 4x4.

    —Jajaja. Entiendo. Yo manejo tu disfrutas, criticas como manejo y empiezas a darme sermones de casarme y formar una bonita familia.

    —Mira hijo, si deseo que formes una bonita familia es porque me da envidia verte soltero disfrutando del montón de jóvenes bellezas que me paseas por enfrente todo el tiempo.

    —Jajaja. Ahora sí creo que me estás hablando con la verdad.

    En mitad de las risas suena nuevamente el intercomunicador. La luz indicaba su secretaria intentaba comunicarse con él. Presionó el botón que insistía con intermitente brillantez.

    —Si, dime Margaret.

    —Señor. ¿Le llevo otro café y la carta que le comenté?

    —Café ya no gracias, la carta si por favor.

    En eso James se levanta e inmediatamente James Jr. Entiende que la conversación con su ocupado padre ha terminado.

    —Paso con Douglas para ver los pormenores de los equipos y preparo todo para mañana.

    —Por favor, no hagas planes con tus bellezas para comer, Hoy comemos juntos. Y la cena también, pero en casa con tu madre y hermanas.

    —Ok. Y el fin de semana de pesca. Seguro voy a padecer abstinencia sexual por unos días. Todo por tus envidias.

    En eso se abre la puerta, entra Margaret con un sobre blanco en la mano y lo deposita sobre el elegante escritorio hecho a mano de maderas de Brasil, que había sido colocado en medio de aquella ostentosa oficina con todas las paredes tapizadas en maderas de un color un poco más claro, pero haciendo juego con su escritorio. Toda aquella decoración habría sido diseñada por un arquitecto de gustos y modales exquisitos, venía recomendado ni más, ni menos que por Diana. Y donde Diana interviene, normalmente James acata, solo eructando algunas quejas cuando llegan las facturas.

    —Señor su llamada a la oficina de obras de Waco esta lista por la línea 5.

    —Gracias Margaret.

    —Sr. White ¿Cómo está? Le molesto por los permisos para la obra de introducción del ducto de La Harris Oil.

    —Sr. Watson, que gusto, los permisos ya fueron enviados ayer por la tarde a sus oficinas de San Antonio, por ahí los recibirá muy pronto.

    —Gracias White. Se lo agradezco.

    —Para servirle Sr. Watson.

    Cuando James estaba a punto de volver a los informes de la empresa, un sobre blanco reposaba serenamente por encima de su periódico doblado en su escritorio. Parecía el preludio de algún acontecimiento extraño, algo fuera de su cómoda cotidianidad, algo que no debería estar en ese lugar. Algo que él siempre detestaba, que las cosas no estuvieran en su lugar correspondiente, en su orden natural. Margaret se entendía de la correspondencia, toda ella, desde las cuentas personales y tarjetas de crédito, como el pago de los recibos de su propia casa. Solo algo notaría ella, que no le correspondía enterarse. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo siempre sabía ser tan eficiente? ¿Sería que él tenía un mal intelectual, que les permitía a sus mujeres leerle la mente? Su mujer ponía sobre su cama la ropa del día que él usaría. ¿Cómo podía ella saber lo que él quería ponerse? ¿Cómo lo hace? ¿Cómo sabe que él esta alegre o triste o molesto? Es algo de la mujer, algo en los cromosomas XX. Si eso debe ser yo tengo un Y por eso nunca me doy cuenta cuando ellas sufren ríen o se enojan. Y luego por eso me meto en tremendos problemas con ellas. Bueno con Margaret no, al menos ella como empleada no tiene la confianza de quejarse de mis distracciones.

    Tomó la carta como temiendo que el ayer lo alcanzara y le fuera a destrozar la vida, pero no tenía por qué temer. Todo había quedado en un pasado lejano y oscuro. Aquellos años no tenían ya nada que ver con su vida familiar o laboral. Ya no había cerca de él aquella gente que alguna vez fueron sus amigos, enemigos y quien sabe que más. Sus dedos jugaban con aquella carta que tenía un sello que borrosamente intentaba dilucidar algo como Correos de México Cd. Madero Tamaulipas. Y en el centro la fecha Sept. 08 72. James rio casi a carcajadas y pensó para sí. —Pinche Correos de México más de dos meses en llegar.—

    Su mente voló a miles de kilómetros, hasta esa costa cálida y húmeda. Que diría esa carta que venía no solo del sur sino de su pasado de aquel ayer donde no existía ni Diana, sus hijos, ni su empresa. De ese pasado que nadie conocía, que en medio de sus primeros años de vida adulta lo transformaron para siempre, que le habían robado su inocencia, que le habían enseñado a ser desconfiado, duro, fuerte, temerario. Esos años en México los habría vivido tan intensamente que de ellos podía asegurar con certeza que al menos le habrían servido para forjar ese carácter arriesgado que siempre le habría sacado de muchos apuros.

    Que más daba, como siempre; Al mal paso darle prisa. Tomo el abre cartas que se encontraba dentro del cajón central de su escritorio y se dispuso a abrir esa carta al tiempo que en su alma sentía como si un puñal abriera heridas del pasado. Como si el espacio y el tiempo se comprimieran y fueran a su encuentro. Cada que movía la pequeña daga que hacía de abrecartas aceleraba su corazón, ese que en su juventud había sido capaz de las más duras pruebas y que como ocurre siempre en estos casos, una parte de él se va quedando como tinta en el papiro de la vida. Al final. ¿Quién era él sin eso que había ocurrido hace ya tantos años allá en México? Tal vez no sentía nostalgia de un pasado lleno de aventuras y recuerdos, quizá su temor es que ese pasado pudiese acabar con lo que construyó durante más de una veintena de años. ¿Y sí todavía existían rencores o miedos? ¿Y si lo habían acusado de algo que ni él mismo sabía? Como se acostumbraba cuando él vivió allá.

    Por fin ahí estaba esa carta, perfectamente doblada y en un papel que le pareció más fino de lo que se acostumbraba en una carta oficial o común. Con más devoción que oficio desdoblo aquel escrito, noto una letra burda, apresurada y un tanto temblorosa, seguro habría sido escrita con una pluma fuente de elegante tinta color azul. De inmediato se dispuso a leer en esa lengua que solo practicaba ocasionalmente con alguno que otro empleado de origen mexicano que laboraban con él, pero evitando al máximo hacerlo frente a su familia para evitar cuestionamientos o perspicacias y así evitarse dar explicaciones o mentir. Su familia era algo que por fuerza debía permanecer alejado de todo lo que tuviera que ver con México.

    Ing. James Watson:

    Presente.

    Estimado James:

    Me dirijo a ti con el respeto que siempre me mereciste y en virtud de la amistad que cultivamos cuando fuiste mi jefe en la refinería El Águila, por allá de los años treinta. Te parecerá extraño que después de tantos años me dirija a ti, cuando quizá por razones, que la vida por sí misma sola sabe, nuestros caminos tomaron rumbos distintos.

    Espero que tú y tu hermosa familia estén bien, porque sé que te has convertido en un próspero hombre de negocios, siempre fuiste muy inteligente y trabajador, no podía ocurrir de otra manera.

    Pero lo que tengo que tratar es algo personal, me gustaría poder nuevamente estrechar tu mano. Ahora que las enfermedades me aquejan con mayor contundencia que en otros años, no vaya a ser que en una de esas recaídas ya no me recupere. Tengo algo que es de tu propiedad y me daría un enorme gusto poder entregarla en mano propia.

    Deberás preguntarte cómo te localicé, la verdad desde hace varios años que sé de ti, aunque tu nombre sea diferente al que fuiste conocido mientras viviste por estos rumbos. No debo negar que tuve que mover algunas amistades para poder saber algo de tu persona, pero vale la pena siempre saber que los viejos amigos están bien.

    Te envío un afectuoso saludo esperando muy pronto saber de ti y poder compartir unos días para ponernos al día de las experiencias que hemos vivido durante todo este tiempo.

    Cordialmente

    Antonio Álvarez.

    Nayarit #500

    Unidad Nacional

    Cd. Madero, Tamaulipas

    México

    __Me lleva la chingada… maldito cabrón estás vivo. – soltó unas carcajadas.– No puedo creerlo.

    Su voz sonó tan fuerte que de inmediato su intercomunicador comenzó a timbrar señalando la extensión de Margaret.

    – ¿Le puedo servir en algo señor?

    – No gracias estoy bien.

    James estaba más que bien, de pronto el saber que su viejo amigo estaba vivo le devolvía la tranquilidad que por muchos años le habría sobresaltado. Pero ¿Cómo era posible que Antonio lo hubiese ubicado, si allá le conocían por otro nombre? Si había roto todo vínculo con las personas que había conocido durante aquellos años. Había construido todo un acantilado para evitar toda relación que le llevara de vuelta a lo que vivió en esos tiempos. Ese maldito seguía siendo verdaderamente eficiente, el siempre presente y eficiente Antonio Álvarez seguía apareciendo cuando se le necesitaba.

    Claro que volvería a Tampico, claro volvería a Madero, ahora estaba seguro que todo había quedado atrás y todos sus temores por aquellos tiempos estaban, tal vez, infundados o quizá, ya habrían sido enterrados por el tiempo mismo. Álvarez lo llamaba para… ¿Devolverle algo? Volvió a rumiar la carta con cuidado, palabra por palabra. ¿Por qué si sabía de él desde hace tiempo, no se había puesto en contacto? ¿Porque no le decía de una vez que era aquello que era de su propiedad y que debiera entregar en mano propia? Pero era costumbre de algunas personas y de él sobre todo la discreción. Solo había una sola forma de aclarar esas dudas. Claro que iba a ir. Pero esa carta, gracias a correos era de hace más de dos meses. ¿Seguiría vivo? Eso no importa, tengo este fin de semana libre, adiós pesca. Primero está la reivindicación con mi pasado. ¿Qué le voy a decir a Jimmy? ¿Y si lo llevo? Si eso era, lo llevo y que de una vez sepa por mí y no por alguien más que fue de aquellos años y a Diana le digo que la pesca es mejor allá. Además es cierto, no hay como los sábalos de Tampico, no hay nada como los robalos del Panuco, fritos, enteros o en postas, en el mercado, con salsa. Que el Dr. Brown y su dieta se vayan al carajo. Ahora si voy a comer como se debe, como hace mucho no lo hago.

    —Margaret comuníqueme con mi hijo, debe estar con Douglas en compras por favor.

    —Sí señor, enseguida.

    James se sentía mejor que nunca esto era un regalo divino, y eso que otra de las herencias de aquellos años era su desapego por la iglesia, que por cierto tanto molestaba a Diana, quien lo arrastraba hasta las ceremonias, los domingos que lo podía atrapar.

    —Señor; su hijo. Extensión cuatro.

    —Extensión cuatro. Gracias.

    –Jimmy a las doce en punto en el River Boat.

    Era su restaurante favorito pues combinaba los mariscos y carnes de muy buena calidad, bien servidos con un servicio extraordinario. La mejor carne de Hertford de las altas planicies de Texas y los mejores mariscos de Galveston. Además que el capitán de meseros le distinguía con la mejor mesa con vista al rio.

    –Si papá a las doce en punto.

    Vaya todo estaba dispuesto para hacer a su hijo cómplice de su nueva travesura. Se levantó con sus 1.85 metros de estatura que aún podían presumir de su fuerte complexión aunque ya mostraba un poco de esa grasa en su cintura, que va de la mano de su edad adulta, pero que no era en exceso ni representaba impedimento alguno para que una que otra dama joven o no tanto le merecieran una mirada furtiva. Se dirigió a la ventana de su oficina, desplazando un poco la cortina miro a través del cristal, pudo apreciar el nuevo edificio de oficinas que estaban irguiendo sobre la Commerce Street, próximamente podría representar un obstáculo para admirar La torre de las Américas símbolo y orgullo de los san antoninos. A James le gustaba cenar con Diana en su torre giratoria, desde su apertura algunos años atrás, le parecía romántica y elegante, pero también lo era el River Boat a un lado del río San Antonio, que después de estar mucho años abandonado, sucio y contaminado, afortunadamente una comisión de la cámara de comercio de la ciudad en la cual el mismo James era miembro, habrían unido fuerzas con las autoridades estatales, de la ciudad y federales para crear un fondo de inversión para el saneamiento y rescate de los edificios históricos, desde el viejo Álamo, hasta las casas particulares que representaran hechos históricos en la vida de San Antonio.

    James sentía que su ciudad natal era la representación exacta de lo que era él mismo. La ciudad tenía la apariencia, empuje, dinamismo y pragmatismo que caracterizan a la cultura norteamericana, pero con una influencia mexicana que le generaba un aire de mayor fraternidad, menos frívola, con orgullo nativo y propia personalidad. James no tenía por ningún lado sangre mexicana, pero aquellos cinco años en Madero le habían permeado por su piel, usos, costumbres y filosofías mexicanas que hacía que mucha gente dudara de su origen norteamericano. Solo su físico lo reivindicaba ante sus detractores. Amaba la comida mexicana casera, esa que de cuando en cuando le invitaban los Rodríguez. Una acaudalada familia, de esas que llevaban más de 7 generaciones en San Antonio y que con frecuencia respondían al pregunta expresa de; ¿Son de San Antonio? No. San Antonio es nuestro.

    La Señora Rosa María Rodríguez Había nacido en Houston, era Nieta de un agricultor del valle de González, Texas. Había contraído nupcias con Don Nicolás Rodríguez, acaudalado hombre de negocios, presidente del fideicomiso Rodríguez y heredades de los reyes de España. Aunque el paso del tiempo hubiese infructuosamente, para fortuna de James, intentado remover sus costumbres culinarias mexicanas, Doña Rosa conservaba ese sazón que mantienen secuestrado los mexicanos dentro de su territorio y que consideran un bien nacional, por encima, quizá, de su propia Constitución. Doña Rosa, mujer de orgulloso porte, inamovible peinado, tez morena clara y elegante andar se despojaba de sus impresionantes joyas, dejándolas sobre una enorme plancha de granito claro con vetas verde oscuras, a un lado de su estufa de tamaño industrial, para preparar los más exquisitos platillos mexicanos. Desde el mole poblano, tamales, de los norteños en hojas de maíz y los huastecos en hoja de plátano, guacamole, migadas, sopes, pozole, quesadillas de todos los rellenos, menudo, carnitas y barbacoa, además de un sin número de postres y dulces mexicanos. Esa era la comida favorita de James y no la que preparaban en la mayoría de los restaurantes de comida rápida o comida TexMex. Lo que para él era una irrespetuosa ofensa a su paladar mexicanizado y a su aparato digestivo capaz de digerir cualquier tipo de bacteria, estreptococo o condimento adicionado voluntaria o involuntariamente a la comida.

    Nuevamente el intercomunicador repicó y lo sustrajo de ese momento de placentera distracción.

    –Sr. Watson lo llama su esposa por la línea uno.

    –Gracias.

    ¿Cómo lo había olvidado? Le estaban leyendo su mente desde su casa o vaya saber desde donde. Seguro Diana ya lo sabía o al menos presentía algo que no cuadraba. Pero ¿Cómo? Tomó aire, a ver como lidiaba con su mujer.

    – ¿Cómo está la mujer más hermosa de San Antonio, del condado y del Estado?

    –Hola mi amor ¿Estas solo verdad?

    Caray ¿Cómo lo sabía?

    – ¿Tienes rayos X o qué?

    –Mi amor eres demasiado predecible. No coqueteas frente a nadie. Por eso sé que estas solo. Pero bueno. ¿Ya viste a Jimmy?

    –Sí, claro ya estuvo por aquí, de hecho vamos a comer a las doce.

    – ¿al River?

    –Sí, ya sabes que me encanta y ..

    –Van mujeres bellas por ahí, ya lo sé.

    –Bueno, por eso no me gusta llevarte, tu belleza les desgracia el día.

    –Compórtate James, Oye me llamó Jessica, me invitó a mí y a su hermana a un recital en Austin para el fin de semana. ¿Cómo ves? ¿La pesca o tus bellas mujeres?

    – Si solo las invitó a ustedes dos. ¿Por qué me pasas la invitación a mí?

    –Porque ella sabe que yo te arrastro con mis coqueterías hasta donde quiero.

    –Pues sí, pero creo que en esta ocasión te voy a quedar mal. Voy a una reunión este fin de semana.

    – ¿Qué? ¿Y tú pesca?

    –Tal vez sea reunión y pesca, o solo reunión y comilonas.

    –Que sinvergüenza, ¿Pues con quienes vas?

    –Voy a Tampico, más bien a Madero, bueno es lo mismo es como… San Antonio y Olmos Park están tan pegados que es difícil identificar donde empieza una ciudad y donde termina la otra. En la costa del Golfo de México.

    – ¿México? Si ni de casualidad has querido ir a Acapulco y ahora te vas de pesca con quien sabe quién. Vaya que a veces me sorprendes, pero estoy segura que te la vas a pasar muy bien. Solo espero que no sea de negocios porque te mereces un descanso. No vayas a tomar demasiado tequila. Bueno en la cena nos vemos para que me cuentes. Te amo, guapo.

    –Yo también preciosa.

    Bueno al menos se había librado de un compromiso que parecía irremediable, pero no podía dejar pasar más tiempo sin saber de todo aquello. De volver la mirada hacia atrás y ver si todo lo pasado valía la pena.

    De nuevo el timbre del intercomunicador.

    –Si Margaret.

    – ¿Le reservo en el River?

    ¿Cómo lo hace? Es impresionante.

    –Si Margaret por favor, ¿Cómo lo supo?

    –Señor es mi trabajo. Primero su hijo está aquí y no en Midland, luego llama su esposa. Así de fácil.

    –Mmmmm. Eres un encanto Margaret.

    –Gracias señor.

    –Por cierto Margaret ya no me pase ninguna llamada a menos que sea de mi familia o de México. Y deme otro café.

    Eso sí era extraño; pensó Margaret, nunca dejaba de recibir llamadas y si por un tiempo no las recibía se bajaba por los pisos de compras, de proyectos o contabilidad para ver como caminaba todo. Llamadas de México. Eso era aún más extraño, pero bueno a un jefe no se le interroga.

    El reloj ya no caminaba tan rápido como cuando le dan masajes en el club de golf, le urgía ir a comer con Jimmy para ponerlo al día de su viaje a México. El día era espléndido y aunque había amanecido un poco ventoso ya el sol brillaba con fuerza, la temperatura era agradable.

    –Margaret, diga a mi hijo que le espero en el River, yo me adelanto para tratar algunos asuntos antes. Voy a estar cerca del restaurante, prefiero no regresar por él a la oficina.

    –Muy bien señor. ¿Cancelo su reunión con los técnicos de automatización?

    Había olvidado por completo su junta con los técnicos del nuevo sistema que pensaba incluir en los mantenimientos para volver más eficientes y ahorrar en mano de obra en la operación de los equipos de perforación. Pero eso podía esperar para el próximo lunes.

    –Cancele por favor esa reunión hasta el próximo lunes.

    Mejor era retirarse de su oficina y tener tiempo de caminar un poco por el rio, para tener totalmente clara su mente y poder contar aquella parte de su vida a James Jr.

    –Muy bien señor.

    El restaurante rebosaba de clientela que procuraba su comida gourmet, en muchas ocasiones con la prisa de la hora del lunch y en otras con la pereza y relajamiento de disfrute de la ocasión. La mayoría de los comensales eran ejecutivos de bancos o empresas que tenían sus oficinas en el centro de la ciudad, otros eran turistas, algunos mexicanos que buscaban adelantar sus compras navideñas y no esperar hasta el último momento que se despierta el frenesí consumista que traen consigo esas festividades.

    James entró con su enorme porte enfundado en un traje gris oscuro y una gabardina de lana negra, fue recibido por un sonriente capitán de meseros, que de inmediato le dio la bienvenida y le ofreció su mesa de costumbre.

    –Al, le agradezco su atención. Respondió un tanto distraído James.

    James Jr. Era muy puntual sobre todo cuando se trataba de su padre y jefe, pero en esta ocasión James se había adelantado, ya estaba bebiendo un Chivas en las rocas, su bebida preferida. Aunque no era su costumbre beber cuando pensaba regresar a la oficina por la tarde. James Jr. Entró como torbellino lleno de energía deteniéndose a saludar a un matrimonio que parecían disfrutar de una bebida esperando sus respectivos platillos.

    –Buenas tardes señor y señora O´Connor. Me da gusto verles. ¿Cómo está Susan?

    El matrimonio sonrió al ver al joven James Watson con su presencia imponente y su genuina sencillez que les merecía su atención, pero sobre todo les venían a sus mentes los suspiros y animadas emociones que provocaba a su hija Susan. O´Connor se levantó de sus silla, dejó al descubierto su enorme estatura y gran redondez que pareciera más de origen Vikingo que irlandés.

    –James, que gusto de verte. ¿Cómo estás?

    –Muy bien señor O´Connor.

    –No has pasado por la casa últimamente, espero no hayamos sido malos anfitriones.

    –De ninguna manera, he estado bastante ocupado en Midland, mi padre es un explotador indecente que cuando me trae de regreso a San Antonio es por razones de trabajo, como compinche de pesca o de cacería.

    La verdad es que James procuraba evitar en lo posible los encuentros con Susan, pues la joven era demasiado bella, cada que ella se le ofrecía, él como buen caballero no podía negársele, solo que la muchacha también tenía bien dispuesto entre sus intereses hacerse de un matrimonio con James, lo que ya le incomodaba, como coyote tiroteado le hacía agachar la cabeza y salir en discreta retirada.

    –Bien James ya sabes que tú siempre serás bienvenido.

    –Gracias señor O´Connor, señora fue un placer saludarla.

    Desde su mesa en un extremo del restaurante su padre le observaba, ya se imaginaba que seguro no era un asunto de negocios. Deben ser los padres de alguna amiga o amigo. Tenía por un lado el menú el cual ni siquiera había intentado abrir, lo conocía de memoria, además ya sabía que empezaría con una pequeña ensalada, para luego pedir un gran corazón de filete en salsa de alcaparras acompañado de unos espárragos asados. Su estado anímico estaba al alza se sentía joven, fuerte, animoso. Esa carta le había hecho su día, le daba la sensación de que ese día entero lo debiera disfrutar al máximo. Para recordarlo por siempre. Era como las cacerías y pescas que organizaba con sus amigos o con Jimmy, primero las vivía al máximo, para después desfrutarlas en su memoria por muchos meses y hasta años. Siempre solía comentar en el exclusivo club Safari en Dallas del cual era miembro activo; La cacería no es un deporte donde se matan animales, es un recuerdo que perdura hasta la propia muerte. Ahora estaba por primera vez encontrando un ángulo diferente de su aventura por México, ahora con el tiempo y esa carta que todo lo cambió, algo amargo tomaba dulce sabor de recuerdos en su mente. Que bien le caía el Chivas, frio, con ese sonido cristalino que le dan los cubos de hielo rebotando entre sí y el vaso. Que bien le caía su vida en ese momento en el que se hace retrospectiva la visión de las cosas que ocurrían en su vida.

    –Papá, llegaste temprano.

    De súbito la voz de su hijo lo hizo volver de su abstracción.

    – ¿Admirando el río?

    –Sí, claro, bueno más bien hundido en mis pensamientos.

    Al tiempo que James Jr. Tomaba asiento el mesero le entregaba la carta del menú y le sugería algún aperitivo.

    –Un tequila.-reviró James- Un Herradura reposado. Por favor.

    Su hijo tal vez a razón de la influencia de la cultura san antonina, tomaba muy en serio sus gustos locales.

    El silencio de su padre le pareció a James Jr. Un tanto extraño, pero no tanto como para dar una mirada hacia todo lo largo del salón del restaurante como intentando divisar alguna dama que le pudiese llamar su atención.

    – ¿A quién buscas Jimmy?

    –No; a nadie en particular pero parece que no tienes mucho que decir.

    –No, por el contrario tengo mucho que platicar contigo, pero antes que nada debes prometerme que a nadie vas a contar lo que te voy a decir. Y mucho menos a tu madre y hermanas, que bien sabes que como buenas mujeres no saben guardarse para si nada.

    –Me estas poniendo nervioso. ¿Pasa algo malo? ¿Es tu salud?

    –No para nada, no. Es algo que pasó hace casi cuarenta años.

    – ¿Cuarenta años?, creo que voy a necesitar más tequila.

    –Y toda la tarde para escuchar esta historia.

    James volvió a admirar el hermoso río que recorría sinuoso, y en esa época del año serenamente, bajo su ventanal. Como si la naturaleza de los hombres fuese como un río, que tiene épocas donde las tormentas que le embisten cambiasen sus condiciones mansas en torrenciales avenidas con dramáticas avalanchas de ira, como si iracundo despertase de sus sueños. Así los hombres en su juventud la tormenta de testosterona que circula por sus nóveles venas despiertan su tormentoso despacho de energía y firmeza que suele disminuirse con el paso del tiempo. James tomó aire, miró fijamente aquellos ojos que le recordaban a su Diana y que estaban serenos como esperando todo lo que su padre pudiera mostrarle.

    CAPÍTULO II

    San Antonio, Texas 17 de febrero de 1933.

    Aquella mañana los ruidos de su madre, Jane, en la cocina despertaron a James, como si los sartenes y las ollas tuviesen un conflicto laboral en sus manos. De un brinco salió de su cama, corrió al baño. Con firmeza y prisa comenzó a lavarse los dientes, tenía que apresurarse a vestirse, afeitarse y desayunar. Hoy era un gran día para James. Cuatro meses atrás había terminado sus estudios de Ingeniería mecánica en la Universidad de Texas, en Austin. Solo que por estar inmersos en una profunda depresión económica que golpeaba de manera rabiosa a la población norteamericana no había podido encontrar trabajo en ninguna parte de San Antonio.

    Habría tenido la oportunidad de abrir su propio negocio de taller automotriz y de camiones, pero requería de un local y herramientas que no podía darse el lujo de adquirir. Su padre, Frank, ya habría hecho un enorme esfuerzo pagando su matrícula en la Universidad, consumiendo casi todos sus ahorros en esa empresa.

    Frank tenía un trabajo estable y bien remunerado gracias a los 25 años de vida que le había dedicado a la Humble Oil & Refining Co. Primero como repartidor de aceites, para lámparas y motores en unas yuntas de mulas y después como chofer de camiones cisternas. Ahora era el jefe de tráfico y reparto de la empresa lo que le permitía no pasarla mal en esa época donde millones de personas habían perdido todo como si un tornado les hubiese arrancado de raíz todas sus pertenencias. Pero tampoco lo hacía un hombre adinerado. Frank era ante todo un hombre sencillo de enorme compromiso con su trabajo, sentía el orgullo de haber criado una familia con su total esfuerzo y sin que las cosas se le hubiesen dado fácilmente. Hacer dinero no era su fuerte, lo suyo era trabajar duro, vivir de un salario que le permitiera dar solvencia y tranquilidad a su familia.

    Cuando James salió de su habitación su padre ya estaba bebiendo su café y leyendo el periódico del día.

    –Buenos días papá, mamá.

    Su madre era de esas que creen sus hijos siempre comen poco, son indefensos ante la vida y que debieran estar siempre bajo sus faldas.

    –James, te preparé tus huevos con tocino y salchicha como te gustan. En un momento más sale tu pan.

    James tenía una hermana menor que se sumó a la mesa de desayuno, iba muy bien peinada a la secundaria Jefferson, se encontraba a algunas cuadras de la casa.

    –Rose vas muy descubierta, hace frio allá afuera, ponte un abrigo más grande. —ordenó Jane en tono autoritario.

    –Mamá, bien sabes que el abrigo de lana grande no combina con mi ropa. No voy a ir como de mil colores.

    Era esa misma discusión todas las mañanas entre su madre y Rose, entre que no comía como era debido, que su peinado estaba mal, de que si se la pasaba platicando con las vecinas y mirando a los chicos del vecindario, etcétera. Como podían las mujeres ser tan complicadas, él y su padre solo intercambiaban miradas y ya todo estaba dicho.

    –James ¿ya terminaste tu desayuno? – preguntó Frank por detrás de sus pequeños anteojos, con el periódico haciendo de escudo como para protegerse de las discusiones de Jane y Rose.

    –Si, tan solo me lavo los dientes.— de un solo movimiento James salió de su lugar en la mesa para dirigirse al baño.

    Frank se levantó de la mesa tomó la barbilla de Jane y la beso en la frente, después se agachó hacia Rose y la besó en la mejilla.

    –Amor, dile a James que voy a ir calentado el auto, lo espero afuera. —Frank no era un hombre alto y fuerte como su hijo James, sus movimientos eran más bien lentos y suaves. Era contrastante ver a padre e hijo juntos, James era de constitución atlética y de una apariencia que traía a la mayoría de las jovencitas suspirando por él. En cambio Frank era un hombre diminuto de un bigote apenas visible, un tanto calvo con un cuerpo poco afortunado. Podía dudarse fácilmente James fuese su hijo. Y esto se debía a que James era más parecido a la familia de su madre, que a su propio padre.

    James salió apresurado de la casa cuando su padre ya había encendido su Ford modelo T del año veinticinco. Una adquisición en abonos que pudo hacer luego que cambió auto uno de los ejecutivos de la Humble. Por medio de su nómina se le descontaban los pagos del auto cada mes hasta que finalmente después de un año logró liquidar la última letra. El auto estaba perfectamente conservado, su motor cuatro cilindros rumbaba con extrema sincronización. Esto se debía a que Frank era sumamente cuidadoso al manejar controlando la velocidad y el manejo de la transmisión como si se tratase de un instrumento quirúrgico. Además James recién desempacado de Austin ya le había dado una afinada y lubricada. Le había removido los neumáticos y calibrado las balatas. Prácticamente el tiempo de desempleo que le mantuvo cuatro meses en casa le dedicó todas las tardes, después del trabajo de su padre, al modelo T.

    James se subió al auto haciendo esfuerzo para doblar su cuerpo y acomodarse en una cabina que le parecía pequeña para su humanidad.

    —James ayer mi jefe, me comentó le gustaría conocerte, que tal vez te pudiese conseguir un empleo con un viejo amigo de él. Procura dar una buena impresión, no hables demasiado ni quieras aparentar en la escuela te enseñaron más de lo que sabe cualquiera que trabaje en la Humble, sé humilde y discreto. Acepta cualquier empleo, lo importante es estar dentro, ya el tiempo te llevará a escalar peldaños.

    —Si, papa descuida. No te preocupes, la boca cerrada.

    —Oye pero tampoco que parezcas bobo, solo habla lo necesario.

    —Está bien, papá.

    Frank no le quitaba de encima la mirada, cualquiera que fuese tan solo un poco observador podría notar el orgullo que sentía Frank por su hijo. Era todo lo que él no habría podido ser, seguro llegaría muy alto. No lo dudaba.

    El auto entró por la puerta del estacionamiento de empleados como ronroneando su impecable presencia que no desmerecía a pesar de los ocho años de uso. Con un chirrido detuvo su marcha, Frank lo estacionó en uno de los varios espacios vacantes.

    James bajó del auto sintiendo de pronto el aire frio en su rostro, como si fuera una premonición, aduciendo tal vez hoy podía cambiar su vida para siempre. Y poder construirse un futuro prometedor. Le caló hasta los huesos, no sabía si eran la temperatura que había bajado o los nervios se apoderaban de él. Así en silencio siguió a su padre hasta la entrada donde un guardia lo saludó efusivamente.

    –Buenos días Frank.

    –Buenos días Bob. ¿Cómo está la familia?

    –Muy bien jefe, ¿hoy traes guardaespaldas?

    –Perdón Bob, mi hijo James.

    –Mucho gusto joven. Bienvenido sea usted a Humble Oil.

    –Gracias señor.

    James sentía esto era más difícil de lo que parecía y no era otra cosa que sentirse como en el primer día de clases, desde la primaria hasta la universidad. Se ponía el saco del novato, del que nada sabe, del que solo espera no hacer el ridículo. No quería echar a perder esta oportunidad.

    –Bob, no sabes si ya llegó Art. –Arthur Johnson era su jefe, un hombre de mediana estatura pero de enorme cintura. No era capaz de moverse ni con fragilidad, ni con decencia. Todo en él era brusquedad, pesaba mucho, quizá ni él mismo sabía cuánto. Pero así de tan grande que era su humanidad, así en misma proporción era su corazón. Era todo un bonachón, no había en la empresa quien no lo admirara por su sagacidad y buen humor. Era de esos hombres que inspiran confianza a primera vista. Siempre había impulsado a Frank durante los años que había laborado en la Humble.

    –Sí, Frank, el señor Johnson ya está en su oficina.

    –Gracias, Bob.

    Frank tomó del brazo a James y lo encaminó hacia la oficina de Art. Esta se encontraba recorriendo un interminable corredor en el cual había privados de cada lado con puertas de cristal con gotas, para solo dilucidar profusamente las imágenes de quienes se encontraban en su interior. Todas ellas mantenían los nombres de las personas que las utilizaban, en pequeños marcos de aluminio, certificando el cargo del mismo. Todo aquel corredor olía a desinfectante parecido al de los hospitales solo que con un toque a pino. A James le pareció inicialmente patético, tenía miedo de vivir y morir entre esas paredes simples, austeras y que parecían aprisionar a quienes caían en su interior, esclavizándolos a la cotidianidad y el conformismo. Se detuvieron en un pequeño lobby que no había notado a lo largo del pasillo, en un escritorio de metal se encontraba un secretaria muy seria de edad avanzada y bastante pasada de peso que le vino a James la idea de que seguro trabajaba en la Humble desde que repartían aceite en mulas o que la esposa de Art la habría impuesto ahí para mantener alejado a su esposo de cualquier intentona de coquetería. Sí, tenía que ser eso, solo una esposa celosa sería capaz de semejante atrocidad.

    –Señora Milly, buenos días—saludó cortésmente Frank, que frente a esa mujer parecía aún más frágil de lo que era— ¿Podría avisar al señor Johnson que estoy aquí con mi hijo.

    –Claro señor Watson, enseguida.

    James divertido pudo percibir el esfuerzo en los brazos de la secretaria para zafarse de la estrecha silla en la que había entrado quien sabe cómo. Caminó a través de la puerta de su jefe con pesados pasos que le divertían a James, además le ayudaron a distraerse y distenderse.

    –Pasa Frank—Resonó una voz ronca y fuerte—Mira nada más que traes por aquí. ¿Tu hijo me imagino?

    –Así es Art este es James, mi hijo, te comenté que terminó sus estudios en la Universidad de Texas como ingeniero mecánico y ahora busca trabajo.

    Frank era una de esas personas que detestaba quitar el tiempo a las personas y con mayor razón si se trataba de un asunto personal, por lo que tocaba los asuntos sin rodeos y con claridad.

    –Vaya Frank ¿Seguro es tu hijo?—sonrió pícaramente Art, como dudando por la diferencia de apariencias.–Me parece que mejor lo llevas a California, allá buscan galanes para el cine. — soltó una sonora carcajada que pudo seguro oírse por todo cuan largo era el corredor.

    Art era, no un tipo grande pero si muy grueso de cintura y hombros, parecía tener el tipo aquel del bigotón de los circos que levantaba barras de gran peso. Solo que se dudaba el gran Art siquiera tuviera fuerza para levantarse de la silla.

    –Bueno Art esa no es una mala idea, pero no pienso que el dinero que le invertí en sus estudios deba desperdiciarse, creo yo. —señaló Frank con una sonrisa entre sus labios.

    –Bueno, bueno. — resonó la voz con la misma gravedad pero con más solemnidad. —Mira Frank, que digo Frank, James, si James es tu nombre. Tu bien sabes que desde el veintinueve que se presentó la crisis económica en Norteamérica los trabajos son escasos y nosotros que estamos en el negocio del petróleo nos ha bajado la demanda de manera considerable. Así hemos podido sobrellevar y sortear estos tiempos sin despedir un solo empleado, pero tampoco hemos contratado nuevos. Vamos con prudencia esperando tiempos mejores. Pero tengo un buen amigo, bien, es tan buen amigo que me presentó a su hermana y me casé con ella—Art sonrió con su cara redonda que parecía angelical cuando lo hacía. — Bien mi cuñado trabaja para la Shell en Houston, me comentó que estaba en búsqueda de jóvenes ingenieros para ocupar cargos en su empresa, en México. –Art hizo una pequeña pausa para sorber su café—El Águila se llama una de las empresas que la Shell mantiene en territorio mexicano, es una de las más importantes del mundo. La pasada navidad que lo visité con mi familia en su casa me pidió le recomendara ingenieros que tuvieran interés de trabajar para ellos. Luego tu padre me comentó ayer de tu situación, y creo ésta es una oportunidad que no debes dejar pasar.

    Frank miró fijamente a Art, nunca se había esperado una situación así, más bien creía que le iba ofrecer un trabajo de obrero o algo así por San Antonio o en alguna de las refinerías locales. Pero ¿México? Eso era una locura para un joven recién graduado que no había viajado más allá de Austin al norte y Corpus al sur. Tomando un poco de aire y midiendo perfectamente cada palabra se dirigió a Art.

    –Vamos Art, creo puedes hacer algo mejor que esto, tienes buenos contactos con clientes y proveedores de la empresa como para buscar una opción más local.

    James no podía creerlo, la idea no solo le había sorprendido, le había encantado, se esfumaba su temor al encierro de una oficina fundida en el tedio y las intrigas palaciegas que se ciernen entre sus moradores. Era una verdadera aventura, algo para lo que él estaba hecho.

    –Frank, creo esta oportunidad debe aprovecharla tu muchacho, la paga es tan buena que va a ganar tal vez el doble de lo que tú haces aquí, le darían auto, casa y sobre todo una carrera en la industria petrolera de carácter internacional. Esto sería empezar con el pie derecho. Mira Frank, tu y yo ya estamos viejos para algo así, pero James es joven, soltero y esto, mi amigo, es algo que puede impulsarlo en la vida. Total si no le gusta siempre puede regresar a casa. ¿O no es así?

    –Creo que es una buena oportunidad—Intervino James con algo de timidez.

    –Tendría que platicarlo con su madre y conmigo en la casa con calma. —interrumpió Frank con la autoridad de un padre, a leguas se notaba le habían clavado un puñal en el corazón y ahí debía dejarlo para no desangrarse.

    –Gracias Art, te agradezco profundamente que hayas pensado en algo así para mi hijo.— Podía notarse el cambio de voz y la tristeza en los ojos de Frank. Sabía desde ese momento había llegado el tiempo para que James tomara su propio camino, pero aunque lo reconocía se negaba a aceptarlo. —Vamos James. — Tomando a su hijo por la espalda lo dirigió a la salida.

    –Una última cosa Frank. —Resonó nuevamente la voz de Art—Si acepta el trabajo avísame para llamar a mi cuñado y él a su vez envíe un telegrama a El Águila avisando del nuevo empleado. Tienen que mandar viáticos, boletos, preparar los permisos de empleo ante el gobierno mexicano, etcétera.

    –Sí, mañana te damos una respuesta Art cuenta con ello. –Afirmó Frank.

    Ya en el corredor nuevamente, Frank tomó las llaves del auto y se la dio a James.

    –Toma hijo vuelve a casa, a las cinco vienes por mí. Ve adelantando un poco con tu madre de todo esto.

    James notó como en segundos su padre había envejecido, lo sorprendió verlo tan frágil y delgado, tan empequeñecido. Ese no era el mismo que había entrado y con fuerza saludado al guardia, no era el mismo que con autoridad le daba las instrucciones de cómo comportarse en la oficina de su jefe. Ese hombre era un padre adolorido, lastimado, lamiéndose las heridas. No era para menos, era un viejo sabio que podía entender la magnitud de lo que ocurriría. James dejaba su hogar.

    James condujo por algunos minutos desde las oficinas de la Humble hasta su casa, donde al escuchar el motor del viejo carro su madre salió presurosa a su encuentro.

    – ¿Cómo te fue? ¿Conseguiste el trabajo?

    James se bajó del auto un poco sorprendido, no había pensado en cómo iba a tomar su madre lo del empleo que le habían ofrecido. Iba tan emocionado y con tanta alegría que no se percató de cómo iba afectar todo esto a su madre.

    –Muy bien, mamá. Parece que hay una buena oportunidad de trabajo, solo que no es aquí en San Antonio. — aguardó unos segundo esperando la reacción de su madre.

    –Y donde es ¿En Houston, Dallas? –preguntó Jane un tanto ansiosa y secándose las manos en su delantal, como niña que espera el ansiado dulce de manos de su benefactor.

    Esto sí va a ser difícil, pensó al ver aquel rostro que siempre significó amor, entrega y compañía. Esa mujer que cuando lo despertaba cada mañana lo hacía sentir él era lo más importante en su vida. Que ella solo había venido a este mundo para criarlo, como si el destino y su vocación fueran sus hijos. Va a ser duro, pensó, pero ni hablar.

    –Más bien es un poco más al sur.

    – ¿Corpus, Brownsville, Laredo? –preguntó arrebatada por la emoción.

    –México, madre. –Lo soltó, como esperando un huracán que le azotaría su cuerpo con ráfagas enardecidas de viento.

    Pero el silencio se apoderó de su madre, quedó en un estado de inamovilidad, como calculando si había escuchado bien o si todo fuera solo un sueño.

    –Creo. —Respondió pausadamente— Aunque México puede ser una zona de guerra, que puede ser sumamente peligrosa, la decisión que tomes va a ser la correcta.

    –Mamá México no es una zona de guerra, la revolución ya terminó y el país se encuentra en plena evolución hacia el progreso. Ahora bien, aquí no hay trabajos disponibles. Dicen que la paga es bastante buena, me ofrecen casa, auto y un buen sueldo.

    –Si hijo, pero ya ves lo que se dice de México, que hay mucha pobreza, que hay robos y que todavía hay brotes de violencia y guerrilla en algunos lugares. ¿En qué parte de México es el trabajo?

    –Aún no lo sé, papá quiere que lo platiquemos los tres esta noche y tomar una decisión sin precipitarse.

    Jane sentía que se le rompía el corazón y no era para menos, le preocupaba enormemente el bienestar de James, pero sabía esto iba a ser demoledor para Frank. Ella conocía perfectamente la familia que había formado, sabía cómo pensaban cada uno de ellos, sus fortalezas y sus debilidades. Sabía que James era fuerte y arrojado como su abuelo, el padre de Jane, ante cualquier circunstancia sabría salir adelante, pero Frank vivía la vida de James, Frank había perdido su propia identidad desde el nacimiento de James. Todo debía girar en torno a James. Esto, sabía iba a repercutir en su ánimo y en su salud.

    –Tu padre no quiere pensarlo bien hijo—musitó Jane—Él quiere que tú lo pienses bien. Lo conozco, él va a acatar lo que tú decidas. Solo está tratando de digerirlo con más calma.

    Las palabras de su madre le hicieron entender lo importante que era él para sus padres. Él ya daba por sentado que sus padres lo amaban, pero hasta esa conversación con su madre entendió la magnitud de ese amor.

    Aquella iba a ser una muy corta mañana hasta recoger a su padre del trabajo. Así que la dedicó a regar un poco el jardín, estaba completamente arruinado por las heladas de la temporada. Con manguera y herramientas en mano su mente voló a imaginar lo que sería una vida llena de emociones diferentes, en un país aunque vecino, distaba mucho del que había nacido. Había leído un poco en la gaceta de la Universidad sobre México, sobre su revolución y de los caudillos que retrataban una imagen romántica del movimiento armado a los ojos de los norteamericanos. Tenía amigos en San Antonio, sobre todo desde la primaria hasta la preparatoria de origen mexicano. Pero la mayoría tenían tantas generaciones en los Estados Unidos que prácticamente ya ni español hablaban. Salvo una familia con la cual convivió muy poco pues eran casi vecinos, había escuchado que el señor Fernández había sido un acaudalado terrateniente del Estado de Coahuila, pero había huido perseguido por los revolucionarios que le arrebataron sus propiedades, solo salvo su vida y la de su familia gracias a la premura de su partida. De ahí en fuera todo lo demás eran historias aisladas, tal vez mitos como los que se le cuentan a un niño para mantenerlo en calma y fuera de sus convencionales travesuras. Si te portas mal va a venir Pancho Villa por ti. Solían decir algunas madres a sus hijos para atemorizarlos. Como Pancho Villa ya había cruzado la frontera y atacado un pueblo en territorio Estadounidense, pues algunos niños se tragaban la historia. Solo que el señor Villa ya estaba bien muerto, pero eso no era motivo para seguir atemorizando a la niñez que moraban cerca de la frontera sur. El omnipotente señor Villa podía levantarse de la tumba y seguir haciendo de las suyas.

    A las cinco de la tarde salió Frank por la puerta de empleados ya lo esperaba su hijo James con el auto encendido y una sonrisa en la cara. Frank se apeó apenas gruñendo lo que parecía un saludo, mismo no pudo completar por el esfuerzo.

    – ¿Cómo te fue papá? – preguntó James un tanto para romper el hielo que transpiraba su padre.

    –Bien, hijo, muy bien y ¿tu como la pasaste con tu madre?—soltó con mucha tristeza en sus ojos.

    –Creo que no lo tomó tan mal.

    –Eso quiere decir que ya lo decidiste, si te vas.– bien sabía Frank esa era la decisión correcta pero aún tenía la esperanza de que algo truncara ese plan.

    – ¿Tu qué opinas, papá?–James jamás imaginó esa pregunta le ahondaba aún más la herida a su padre. Pues le obligaba a dar el mejor consejo y no el que más le gustaría dar.

    –Hijo, tú eres lo mejor que ha pasado en mi vida, el hogar que construí es para ti y para tu hermana. Es difícil aconsejar a un hijo que lo deje, pero ya eres un profesionista graduado con honores, ya eres un hombre, ya eres capaz de arreglártelas allá afuera. Me hubiese gustado que esta oportunidad se te presentara cerca de casa o al menos en el Estado, pero tiene razón Art, es una espléndida oportunidad. –casi no podía creer Frank que así de fácil lo dejara ir, pero su hijo no podía esclavizarse a un viejo sentimental.–El mundo es muy grande hijo, hay allá afuera muchas oportunidades para alguien de tu edad, inteligencia y valores. Creo es tu tiempo, aprovéchalo, con rectitud, trabajo honesto e inteligencia vas a tener todo lo que tú quieras. Sería una estupidez verlo de otra manera. Aquí en Norteamérica la depresión quizá dure más de lo que los políticos nos quieren hacer ver.

    Mientras el modelo T se desplazaba con ligereza por las calles de San Antonio, Frank, intentaba creer que el camino a casa podía ser más largo, que los días debieran ser más duraderos para disfrutar aún más a su hijo.

    Esa noche Jane se lució con la cena, cocinó su mejor estofado de carne con papas y arroz con elotes, platillo que tanto disfrutaba Frank. Ella sabía que la despedida iba a causar un gran dolor en su marido, en lugar de consentir a su hijo, quien era el que partía, prefirió consentir a su marido. Los ánimos estaban en los extremos, había alegría y esperanza en todos por el nuevo horizonte que se le abría a James, y al mismo tiempo tristeza por la partida.

    Rose lo miraba como pidiéndole que no los dejara, su madre con orgullo, Frank simplemente quería disimular su dolor haciendo bromas y riendo de cualquier tontería que dijeran.

    –Sabes James—dijo Frank ya en un tono más serio—Mañana que voy al trabajo, sería conveniente me fueras a dejar en el auto y de inmediato te fueras a Austin, para sacar copias de tu acta de nacimiento y un pasaporte, si no alcanzas a recogerme a las cinco, no te preocupes, yo me regreso en autobús. Vale la pena tener todo

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