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Filosofía y ciencia para todos
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Libro electrónico364 páginas6 horas

Filosofía y ciencia para todos

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¿Cuál es el origen de nuestro universo? ¿Qué son la materia oscura y la energía oscura? ¿Cuál es nuestro papel en el universo como seres humanos capaces de conocimiento? ¿Qué nos hace agentes cognitivos inteligentes aparentemente dotados de conciencia? La investigación científica en las ciencias físicas y cognitivas plantea preguntas filosóficas fascinantes. La filosofía y las ciencias para todos presenta estas preguntas y más.

Comienza preguntando de qué sirve la filosofía para las ciencias, antes de examinar los siguientes temas: el origen de nuestro universo; la materia oscura y la energía oscura; el razonamiento antrópico en filosofía y cosmología; la teoría evolutiva y la mente humana; la conciencia; las máquinas inteligentes y el cerebro humano; la cognición encarnada.

Este libro es una excelente introducción para cualquiera que busque una visión general concisa de los temas clave en filosofía de la ciencia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 mar 2021
ISBN9786070310683
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    Filosofía y ciencia para todos - Michela Massimi

    medio.

    PREFACIO

    Durante siglos la filosofía y las ciencias avanzaron codo con codo. A lo largo de los siglos XVII y XVIII la filosofía natural sentó las bases de la física, la química y la astronomía modernas, así como de la botánica y la medicina. Newton, por ejemplo, tituló su obra maestra Principios matemáticos de la filosofía natural, y las reflexiones filosóficas sobre la naturaleza del espacio y del tiempo desempeñaron un papel central en su física. En el siglo XVIII las especulaciones filosóficas de Kant sobre los orígenes del universo lo condujeron a proponer la hipótesis nebular, que más tarde Laplace elaboró en el que constituiría uno los primeros esfuerzos por proponer una explicación cosmológica científica moderna. Pero ¿de qué le sirve la filosofía a las ciencias? ¿Y qué pueden aprender de ellas los filósofos contemporáneos? Si bien todavía a principios del siglo XX la filosofía ejerció una profunda influencia sobre los descubrimientos de Einstein, Bohr y otros pioneros de su época, hoy puede dar la impresión de que el diálogo entre la filosofía y las ciencias ha llegado a su fin. Después de todo, vivimos en un momento en el que la investigación científica está tan especializada y diversificada, y se desarrolla a una escala tal que –dicen los escépticos– la filosofía tiene muy poco que contribuir a la ciencia contemporánea.

    En este libro tratamos de demostrar que esos escépticos se equivocan. El diálogo entre la filosofía y las ciencias nunca ha sido más rico, más generalizado ni más oportuno. ¿Cuál es el origen de nuestro universo? ¿Qué son la materia oscura y la energía oscura, y qué razones tenemos para creer que existen? ¿La naturaleza del universo es tal que permite que evolucione la vida? ¿La mente humana evolucionó en forma de una serie de minicomputadoras adaptadas para resolver los problemas que enfrentaban nuestros antepasados? ¿En qué medida nuestra mente funciona como una computadora? ¿Qué nos convierte en seres humanos conscientes? ¿Y cómo pueden ayudarnos la tecnología y el medio ambiente a entender cómo funciona nuestra mente? En este libro, un viaje desde el cosmos hasta la conciencia y las computadoras, nos ocuparemos de dichas preguntas, centrales, oportunas y de vanguardia para la ciencia contemporánea.

    Por supuesto, no pretendemos que esta selección de temas sea una introducción representativa ni mucho menos exhaustiva a las muchas formas en las que la filosofía y las ciencias (en su sentido amplio) aún entablan un diálogo mutuamente provechoso; para hacer eso necesitaríamos un libro mucho más largo. Por el contrario, nos concentramos de manera selectiva en algunos temas actuales de filosofía de las ciencias físicas y la filosofía de las ciencias cognitivas con la esperanza de explorarlas un poco más profundamente de lo que nos habría permitido una rápida gira por la ciencia en su conjunto.

    Así pues, este libro está conformado por dos secciones. En la primera nos concentramos en tres problemas clave de la filosofía contemporánea de la cosmología. Comenzamos, en el capítulo 1, con una introducción general a la filosofía de la ciencia. Llevaremos al lector de la mano por el famoso debate relativista sobre Galileo y el cardenal Bellarmine; aprenderá sobre qué hace especial al conocimiento científico en relación con otros tipos de conocimiento, la importancia de delimitar claramente las fronteras entre la ciencia y lo que no lo es y cómo respondieron a estas preguntas filósofos como Popper, Duhem, Quine y Kuhn. En los capítulos 2, 3 y 4 nos ocupamos de una rama particular de la filosofía de la ciencia llamada filosofía de la cosmología. Se trata de un pujante campo de estudio que se encuentra en una encrucijada clave entre la filosofía de la ciencia y la investigación cosmológica de vanguardia. El capítulo 2 está dedicado a los orígenes del universo y ofrece un panorama general de la historia de la cosmología y de los problemas filosóficos (las leyes, la unicidad, la observabilidad) que entorpecieron el reconocimiento de la cosmología como una ciencia por derecho propio (desde el siglo XVIII fue considerada una rama de la metafísica). En el capítulo 3 discutimos el modelo cosmológico vigente, que habla sobre energía oscura y materia oscura: nos preguntamos qué son la energía oscura y la materia oscura, con qué evidencias contamos para pensar que existen y qué teorías rivales están disponibles en la actualidad. Esto nos dará la oportunidad de explorar un problema filosófico bien conocido llamado la indeterminación de las teorías por la evidencia. A continuación, en el capítulo 4, nos preguntamos por qué nuestro universo parece tener condiciones propicias para que evolucionara la vida, según el principio antrópico. Aclaramos a qué se refiere el principio antrópico y de qué forma estas reflexiones filosóficas pueden o no hallar una contraparte en la cosmología inflacionaria y en la hipótesis de los multiversos.

    Después de estos capítulos sobre cosmología centramos nuestra atención en la filosofía de las ciencias cognitivas. Es un área muy activa en la que los filósofos de la mente, los científicos cognitivos, los psicólogos y los lingüistas están uniendo fuerzas para entender mejor cómo ha evolucionado y cómo funciona la mente humana. Comenzamos esta sección en el capítulo 5, con un viaje fascinante por la psicología evolutiva y el debate sobre el nativismo; examinamos ejemplos que provienen de la ecología, tales como las colonias de castores, para entender de qué forma la mente humana puede haberse adaptado para llevar a cabo algunas de las tareas que debían resolver nuestros ancestros. En el capítulo 6 nos concentramos en el funcionamiento de la mente humana como una computadora capaz de realizar cálculos, y analizamos las ideas científicas que subyacen a la analogía mente-computadora. El capítulo 7 hace un recorrido por la investigación psicológica de vanguardia sobre la naturaleza de la conciencia y sobre temas urgentes como el papel de la conciencia en los estados vegetativos y otros síndromes. Para terminar, en el capítulo 8 reseñamos lo último en investigación sobre la naciente área de la cognición corporizada. Se trata de una tendencia reciente que ha centrado la atención en la importancia de ir más allá de las nociones neurocéntricas sobre el funcionamiento de la mente y de reevaluar el papel central de la tecnología y del ambiente en el desarrollo de nuestras capacidades cognitivas.

    Este libro está dirigido a cualquiera que desee aprender sobre filosofía de la ciencia; no fue escrito desde el punto de vista de la historia de la disciplina y de sus debates internos (existen muchas introducciones excelentes a este tema). Por el contrario, ofrece una introducción a la filosofía de la ciencia que explora los más recientes debates entre filósofos y científicos sobre temas relevantes en la actualidad, como la materia oscura y la energía oscura, la mente y las máquinas, la conciencia y la psicología evolutiva. Buscamos ofrecer para cada tema una introducción accesible y poco técnica que no presuponga que el lector tiene conocimientos previos de filosofía ni de ciencia. Cada capítulo tiene una sinopsis, una lista de preguntas de investigación, lecturas adicionales (tanto básicas como avanzadas) y referencias de internet. Las palabras clave aparecen en negritas y se definen en un glosario al final del libro.

    Con la intención de fomentar el diálogo entre la filosofía y las ciencias, cada capítulo fue escrito por una mancuerna formada por un filósofo y un científico. El proceso de escritura conjunta de cada uno de estos capítulos fue un viaje muy gratificante para todos, y me gustaría agradecerle a los colaboradores por ayudarnos a llevar a buen puerto este proyecto: David Carmel (psicología), Andy Clark (filosofía de las ciencias cognitivas), Jane Suilin Lavelle (filosofía), John Peacock (física y astronomía), Alasdair Richmond (filosofía), Peggy Seriès (informática), Kenny Smith (lingüística) y Mark Sprevak (filosofía). Un agradecimiento especial para James Collin por su invaluable ayuda con la corrección de estilo del manuscrito. ¡Espero que disfruten su viaje por el libro tanto como nosotros!

    Michela Massimi

    1. ¿QUÉ ES ESTA COSA LLAMADA CIENCIA? UN RAPIDÍSIMO RESUMEN FILOSÓFICO

    MICHELA MASSIMI y DUNCAN PRITCHARD

    ¿QUÉ ES LA CIENCIA? EVIDENCIA, AFIRMACIONES DE CONOCIMIENTO Y SU JUSTIFICACIÓN

    La investigación científica suele considerarse una forma paradigmática de adquirir conocimiento sobre el mundo que nos rodea. Pero ¿qué es la ciencia. ¿Y qué hace que el conocimiento científico sea especial en relación con otros tipos de conocimiento (véanse Achinstein, 2010; Chalmers, 1999; Goldacre, 2009)? Una posible respuesta a dicha pregunta es ésta: la ciencia no es más que lo que hacen los científicos profesionales (por ejemplo en los departamentos de ciencias de la universidades o en las áreas de investigación científica de las grandes empresas, etcétera). Así, por ejemplo, la astrología, que no es practicada por científicos profesionales (pero sí por columnistas de periódicos, entre otros) no es una ciencia, mientras que la astronomía, que es practicada por científicos profesionales, sí lo es. Basta reflexionar un poco para concluir que no se trata de una descripción de la ciencia particularmente útil.

    Por ejemplo, ¿no podría haber alguien que haga investigación científica pero que sea un aficionado y por lo tanto no forme parte de ninguna comunidad científica profesional? Es más, ¿todas las investigaciones que realizan los científicos profesionales como parte de su trabajo cuentan como investigaciones científicas? Hay que notar que ni siquiera el contraste entre astrónomos y astrólogos es muy útil en este sentido una vez que comenzamos a analizarlo más de cerca. Después de todo hay astrólogos profesionales que pueden considerarse a sí mismos (y ser considerados por otros, por ejemplo sus clientes) científicos genuinos. Está claro que tenemos que profundizar un poco más.

    Para delimitar mejor nuestra pregunta considérese la conocida controversia Bellarmine-Galileo sobre la validez del sistema geocéntrico de Tolomeo contra el sistema heliocéntrico de Copérnico. Este acontecimiento histórico está bien documentado, y ha sido el campo de batalla de discusiones importantes sobre lo que los epistemólogos llaman relativismo epistémico, es decir la noción de que las normas de razonamiento y las justificaciones para nuestras afirmaciones de conocimiento parecen ser relativas (véanse Rorty, 1979; Boghossian, 2006). El relativismo epistémico sostiene que si bien pueden existir hechos concretos sobre si nuestro sistema planetario en efecto es heliocéntrico o no, esto no quiere decir que el heliocentrismo sea la idea más racional de todas. El relativismo epistémico afirmaría que para juzgar el desacuerdo entre Galileo y Bellarmine sobre si la Tierra se mueve o no habría que evaluar los estándares y las normas epistémicas que estaban en operación en cada caso. Pero el problema es que para evaluar la validez de sus respectivas afirmaciones Galileo y Bellarmine usaron dos normas o principios epistémicos al parecer incompatibles. Mientras Galileo se basaba en evidencia observacional que provenía de su telescopio, el cardenal Bellarmine se basaba en el texto de la Biblia. En otras palabras, Galileo y Bellarmine recurrieron a dos principios epistémicos distintos para justificar sus respectivas creencias (Boghossian, 2006: caps. 5 y 6). Galileo recurría al principio epistémico que podemos llamar observación y Bellarmine empleaba el principio epistémico de la revelación. El primero dice básicamente que, dada la evidencia que Galileo había obtenido por entonces gracias a su telescopio, le parecía que la Tierra se mueve alrededor del Sol, y por lo tanto se justifica que Galileo creyera que la Tierra se mueve alrededor del Sol. El segundo principio, por el contrario, dice que puesto que la Biblia, la palabra revelada de Dios, dice que la Tierra yace inmóvil en el centro del universo, se justifica que Bellarmine creyera que la Tierra está inmóvil en el centro del universo.

    Los relativistas epistémicos se basan aquí en un argumento muy sólido conocido como el argumento de la falta de terreno neutral (véase Siegel, 2011). El argumento de la falta de terreno neutral afirma que por entonces Galileo y Bellarmine no compartían un terreno común o un estándar neutro que pudiera usarse para determinar inequívocamente quién tenía razón y quién no. Más exactamente, para establecer si uno de ellos en efecto estaba equivocado tendrían que ofrecerse razones y argumentos para probar que el principio epistémico de la observación de hecho es superior al principio epistémico de la revelación de Bellarmine. ¿Es posible encontrar estas razones y argumentos?

    Un partidario de Galileo seguramente invocaría la fiabilidad del telescopio y de la evidencia producida a través de él para justificar las ideas de Galileo. El telescopio era un instrumento científico que podía usarse para poner a prueba la hipótesis copernicana y contrastarla directamente con la evidencia observacional. La evidencia bíblica de la hipótesis geocéntrica era de un tipo totalmente diferente: era una evidencia textual, basada en la autoridad de la Biblia como palabra revelada de Dios. Así que parece que la superioridad de la evidencia observacional sobre la evidencia textual habla a favor de la superioridad de la observación de Galileo sobre el principio epistémico de la revelación de Bellarmine.

    No tan rápido. Para empezar, no resulta inmediatamente obvio por qué la evidencia textual deba ser inferior per se a la evidencia observacional. Piense en las humanidades y en disciplinas como la arqueología o la antropología, en las que la evidencia textual (o la evidencia oral de boca de miembros de una comunidad) suele usarse para justificar afirmaciones que creemos que son correctas sobre el pasado o sobre determinadas prácticas culturales. Por supuesto hay contextos en los cuales la evidencia textual es la evidencia primaria con la que se cuenta para justificar afirmaciones de conocimiento (en arqueología o antropología) que nos sentimos inclinados a creer válidas y científicas. Pero hay más. En tiempos de Galileo la evidencia observacional que permitía el telescopio era en sí mismo objeto de un enconada discusión. No todas las personas de la época creían que el telescopio era confiable, o que la evidencia recabada gracias a él debía tener prioridad sobre la evidencia textual de la Biblia. De hecho, la calidad científica de la evidencia obtenida gracias al telescopio estaba tan en discusión durante este debate como la creencia misma en el heliocentrismo.

    Para empezar, Galileo no tenía una teoría óptica completa que explicara cómo funcionaba su telescopio o si era confiable, aunque sí tenía una explicación causal sobre la forma en la que la lente del telescopio hacía que los objetos celestes se vieran más parecidos a su forma real en la naturaleza. Sin embargo, los adversarios de Galileo respaldaban la explicación causal opuesta sobre el funcionamiento del telescopio, cuya lente –pensaban– magnificaba y distorsionaba el tamaño real de los objetos celestes. Los enemigos de Galileo, desde Christopher Clavius hasta Lodovico delle Colombe y Cesare Cremonini, objetaron la confiabilidad del telescopio con el argumento de que no parecía magnificar las estrellas, a diferencia de otros objetos celestes: el tamaño de las estrellas parecía ser el mismo a simple vista y a través del telescopio. En este debate estaba en juego el problema de si los halos de las estrellas, visibles a simple viste, debían tomarse o no en cuenta al calcular su tamaño real: aristotélicos como Horatio Grassi pensaban que sí, y Galileo creía que no, puesto que eran ilusorios. El debate se desencadenó cuando Grassi (con el pseudónimo Lothario Sasi) publicó, en 1619, su objeción Libra astronomica, que Galileo refutó en El ensayador. El fallo fue a favor de Galileo, pues la comunidad científica terminó por adoptar su explicación causal sobre el funcionamiento del telescopio y las razones por las que era de fiar. Para usar la expresión de Rorty, todos estamos parados en la red que Galileo tendió con su victoria.

    Este ejemplo histórico ejemplifica el argumento de la falta de terreno neutral de los relativistas epistémicos, y lo difícil que es identificar un terreno o una medida comunes para analizar y evaluar las afirmaciones de conocimiento en su contexto histórico. Pero los relativistas pueden usar otro argumento, más sólido, contra la afirmación de que en ciencia existen normas de razonamiento universalmente válidas. Se llama argumento perspectivista (véase Siegel, 2011), y dice que dada la naturaleza contextual e históricamente situada de nuestro conocimiento científico, lo que podemos saber (lo que es al mismo tiempo verdadero y justificable que creamos) depende inevitablemente de la perspectiva del agente. Dejemos a un lado por ahora el tema de cómo deberíamos entender o definir una perspectiva –ya sea en términos del sistema de creencias que acepta el agente (véase Sosa, 1991) o en términos de la jerarquía de modelos científicos que definen una perspectiva científica (véase Giere, 2006)–; lo importante para fines de nuestra discusión es que si el argumento perspectivista es correcto, nuestras afirmaciones de conocimiento están vinculadas o determinadas por la perspectiva del agente, de modo que no existen normas o estándares universales para evaluar estas afirmaciones de conocimiento en las diferentes perspectivas.

    No tenemos espacio para entrar en detalles sobre el debate sobre el relativismo epistémico y sus trascendentales implicaciones para la ciencia y el conocimiento científico (véase Kusch, 2002). Simplemente queremos llamar al atención sobre lo que está en discusión, es decir las nociones de verdad y de progreso científico. Si la falta de terreno neutro y el argumento perspectivista de los relativistas epistémicos son argumento correctos uno podría concluir, con razón, que la investigación científica no debería considerarse una actividad cuyo objetivo sea obtener un conocimiento cada vez mejor y con más probabilidades de ser cierto sobre universo en el que vivimos, pues no existen normas universales de razonamiento ni estándares de los que podamos echar mano para evaluar las afirmaciones de conocimiento, y estamos atrapados en los rigores de nuestras perspectivas individuales. Si en efecto éste es el caso, ¿cómo puede avanzar la ciencia? ¿Y tiene un objetivo final la investigación científica? La verdad, entendida como la correspondencia con la forma en la que son las cosas en la naturaleza, sería un candidato natural para la investigación científica: esperamos que nuestras teorías científicas sean mejores que sus antecesoras, que demuestren por qué las teorías anteriores tuvieron el éxito que tuvieron y que extiendan el abanico de fenómenos que pueden ser explicados y predichos por las nuevas teorías. En otras palabras, si la verdad es la meta ideal de la investigación científica podríamos entender la historia de la ciencia como una secuencia progresiva de teorías científicas, cada una con más probabilidades de ser cierta, aunque todas falibles y susceptible de revisión. La idea de ciencia que considera que la verdad es el objetivo final de las teorías científicas se conoce como realismo científico, y contradice frontalmente el relativismo epistémico, puesto que afirma que deben existir normas y estándares universales de razonamiento con los que podamos evaluar las afirmaciones de conocimiento y distinguir cuáles son científicas (por ejemplo el heliocentrismo de Galileo) y cuáles pseudocientíficas (como el geocentrismo de Bellarmine). Durante el resto de este capítulo nos ocuparemos de un importante esfuerzo, el de Karl Popper, por identificar un método científico universal capaz de distinguir la ciencia de la pseudociencia. Luego veremos de qué formas algunas de las intuiciones relativistas que ya vimos reaparecen en el debate sobre el método científico (o su ausencia) en los trabajos de Duhem, Quine y Kuhn.

    DEL INDUCTIVISMO AL FALSACIONISMO DE POPPER

    A los filósofos de la ciencia les interesa entender la naturaleza del conocimiento científico y sus rasgos característicos en comparación con otras formas de conocimiento (digamos, por ejemplo, el conocimiento por testimonio). Durante mucho tiempo se esforzaron por encontrar el que pensaban que podría ser el método característico de la ciencia, el método que le permitiría a los científicos tomar decisiones informadas sobre lo que debe considerarse una teoría científica válida. La importancia de distinguir la buena ciencia de la pseudociencia no es un ejercicio ocioso ni meramente filosófico: cuando a nivel gubernamental se toman decisiones sobre cómo gastar el dinero de los contribuyentes, se encuentra en el corazón mismo de la política científica.

    No cabe duda de que Karl Popper fue uno de los filósofos que, a principios del siglo XX, más contribuyó al debate sobre la demarcación entre buena ciencia y pseudociencia. En esta sección mencionamos brevemente algunas de sus ideas fundamentales, sobre todo porque resultarán importantes para entender las discusiones metodológicas sobre cosmología de los dos capítulos siguientes.

    El campo de batalla de Popper eran las ciencias sociales (Ladyman, 2002; Thornton, 2013). A principios del siglo XX en el mundo de lengua alemana se mantenía un animado debate entre lo que recibía el nombre de Naturwissenschaften (las ciencias naturales, incluyendo matemáticas, física y química) y la Geisteswissenschaften (las humanidades, incluyendo la psicología y el naciente psicoanálisis), y sobre si estas últimas podían elevarse al estatus de ciencias de verdad, al nivel de las ciencia naturales. En este contexto histórico Popper comenzó sus reflexiones filosóficas en los años de 1920. Las ideas de Popper recibieron la influencia del Círculo de Viena, un grupo de jóvenes intelectuales que incluían a Phillipp Frank para la física, Hans Hahn para las matemáticas, Otto Neurath para la economía y a los filósofos Moritz Schlick (que se unió al grupo en 1922) y Rudolf Carnap (que se unió en 1926). La postura filosófica que adoptó el círculo de Viena se conoce como empirismo lógico: el conocimiento viene en dos modalidades; la primera es el conocimiento de las verdades lógicas (las verdades independientes de la experiencia); la segunda es el conocimiento empírico, cuyas verdades están basadas en la experiencia (véase Gillies, 1993). La lógica de la investigación científica, el influyente libro de Popper, se publicó en 1934 (apenas se tradujo al inglés en 1959 [y al español en 1962]) como parte de la serie del Círculo de Viena que editaba Schlick, y trataba precisamente con el problema de demarcar la buena ciencia de la pseudociencia. Antes de Popper la idea que imperaba sobre el conocimiento científico y su método era el inductivismo: según este punto de vista las teorías científicas se confirman a través de las inferencias inductivas que se obtienen a través de un número cada vez mayor de casos positivos hasta alcanzar una conclusión universalmente válida. Por ejemplo, la segunda ley de Newton parece verse confirmada por muchos casos positivos, entre otros el péndulo, los osciladores armónicos y la caída libre. Podemos concebir las teorías científicas como conjuntos de enunciados, es decir leyes de la naturaleza que adoptan la forma de generalizaciones auténticamente universales: "Para todos los objetos x, si Fx entonces Gx" (por ejemplo, la segunda ley de Newton diría lo que sigue: si una fuerza externa actúa sobre un cuerpo de masa m, el cuerpo acelerará). Y podemos considerar que las generalizaciones auténticamente universales se confirman cuando se encuentra una cantidad lo suficientemente grande de casos positivos (y ningún caso negativo). El inductivismo era la lógica tras el criterio de verificación de los empiristas lógicos, es decir la idea de que cualquier afirmación o declaración es científica si existe alguna manera de verificarla empíricamente (es decir si hay forma de encontrar casos empíricos positivos que confirmen esa afirmación o declaración).

    El problema con la metodología inductiva –según Popper– es que como método para demarcar la buena ciencia de la pseudociencia resulta demasiado liberal. Teorías políticas como el marxismo o el psicoanálisis de Freud cumplirían ambos estos requisitos inductivistas. El psicoanálisis freudiano podría señalar que hay muchísimos casos positivos en forma de sueños que confirman la validez del análisis de Freud sobre el complejo de Edipo, por ejemplo. Pero ¿es esto suficiente para concederle carácter científico al psicoanálisis freudiano? Los aficionados a leer

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