Fabla salvaje
Por César Vallejo
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César Vallejo
César Vallejo (1892 – 1938) was born in the Peruvian Andes and, after publishing some of the most radical Latin American poetry of the twentieth century, moved to Europe, where he diversified his writing practice to encompass theater, fiction, and reportage. As an outspoken alternative to the European avant-garde, Vallejo stands as one of the most authentic and multifaceted creators to write in the Castilian language.
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Fabla salvaje - César Vallejo
SALVAJE
FABLA SALVAJE
Balta Espinar levantose del lecho y, restregándose los adormilados ojos, dirigiose con paso negligente hacia la puerta y cayó al corredor. Acercose al pilar y descolgó de un clavo el pequeño espejo. Viose en él y tuvo un estremecimiento súbito. El espejo se hizo trizas en el enladrillado pavimento, y en el aire tranquilo de la casa resonó un áspero y ligero ruido de cristal y hojalata.
Balta quedose pálido y temblando. Sobresaltado volvió rápidamente la cara atrás y a todos lados, como si su estremecimiento hubiérase debido a la sorpresa de sentir a alguien agitarse furtivamente en torno suyo. A nadie descubrió. Enclavó luego la mirada largo rato en el tronco del alcanfor del patio, y tenues filamentos de sangre, congestionada por el reciente reposo, bulleron en sus desorbitadas escleróticas y corrieron, en una suerte de aviso misterioso, hacia ambos ángulos de los ojos asustados. Después miró Balta el espejo roto a sus pies, vaciló un instante y lo recogió. Intentó verse de nuevo el rostro, pero de la luna solo quedaban sujetos al marco uno que otro breve fragmento. Por aquestos jirones brillantes, semejantes a parvas y agudísimas lanzas, pasó y repasó la faz de Balta, fraccionándose a saltos, alargada la nariz, oblicuada la frente, a retazos los labios, las orejas disparadas en vuelos inauditos...Recogió algunos pedazos más. En vano. Todo el espejo habíase deshecho en lingotes sutiles y menudos y en polvo hialoideo, y su reconstrucción fue imposible.
Cuando tornó al hogar Adelaida, la joven esposa, Balta la dijo,con voz de criatura que ha visto una mala sombra: –¿Sabes? He roto el espejo. Adelaida se demudó. –¿Y cómo lo has roto? ¡Alguna desgracia! –Yo no sé cómo ha sido, de veras...Y Balta se puso rojo de presentimiento.
Atardeció. Sentose él a la mesa para la comida en el corredor.Desde el poyo contemplaba Balta, con su viril dulcedumbre andina, el cielo, un cielo rosado y apacible de julio, que adoselaba con variantes profundas los sembríos de las lejanas quintas de la banda. Por sobre la rasante del huerto emergía la briosa cabeza castaña de Rayo
, el potro favorito y mimado de Balta. Mirole este, y el corcel reposó un momento sus grandes
pupilas equinas en su amo, hasta que una gallina del bardal turbó el grave silencio de la tarde, lanzando un cántico azorado y plañidero. –¡Balta!
¿Has oído? –exclamó sobresaltada Adelaida, desde la cocina. –Sí... Sí he oído. Qué gallina más zonza. Parece que ha sido la pulucha
. –Jesús!
¡Dios me ampare! Qué va a ser de nosotros... Y Adelaida irrumpió en la puerta de la cocina, mirando ávidamente hacia el lado del gallinero.Rayo
entonces relinchó medrosamente y paró la oreja. –Es necesario comerla
–dijo Balta, poniéndose de pie–.Cuando canta una gallina, mala suerte, mala suerte... Para que muera mi madre, una mañana, muchos días antes de la desgracia,cantó una gallina vieja, color de habas, que