Helado de pera
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Esta es la historia de cómo la esperada partida a Suecia con el programa de estudios de Erasmus se perfila en un primer momento como un desagradable encuentro con un universo en el que se intercalan la violencia, la sexualidad y los abusos.
El protagonista, además de autor, narra los primeros doce días que pasó en la Escandinavia profunda entre la pequeña aldea de Uddevalla y la gran y cosmopolita Gotemburgo; la difícil convivencia con Lena, su compañera de piso, y ese sentimiento de inadaptación que desembocará con el tiempo en una crisis personal y psicólogica.
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Helado de pera - Enrico Varrecchione
Introducción
A finales de 2019, la joven Sanna Marin fue nombrada primera ministra de Finlandia, al mando de un gobierno formado por partidos liderados exclusivamente por mujeres. En mi perfil de Facebook, citando un artículo de un periódico nacional, me felicité por el hecho de que hubiera sido elegida una persona de ideas progresistas, y en cambio no tanto por el hecho de que se haya echado por tierra la tan ensalzada paridad de género –suponiendo que sea objeto de discusión en el primer país de Europa que concedió el derecho de voto a las mujeres– para conceder más espacio a personajes políticos femeninos.
Empiezan a aparecer una serie de comentarios por parte de algunas activistas inscritas en el mismo partido político que yo. Una de ellas me escribe textualmente en un mensaje privado «Me has bloqueado para poder corr... », refiriéndose —con el verbo que se usa coloquialmente para indicar la eyaculación masculina– al hecho de que le iba a impedir hacer más comentarios sobre mi post después de algunas intervenciones decididamente inapropiadas y de naturaleza sexista. La denuncia ante la comisión disciplinaria del partido quedó en nada. Aún hoy me pregunto si el mismo mensaje escrito por mí con referencias explícitas al orgasmo femenino habría corrido, valga la redundancia, la misma suerte.
Pasan algunos meses. El Covid se lleva unas cuantas decenas de miles de personas en Italia y los gobiernos de todo el mundo se ven obligados a realizar grandes intervenciones a nivel financiero, así como a restringir las libertades individuales en un intento desesperado de detener la propagación de la pandemia. Ese mismo partido, en vez de preocuparse por hallar una solución o hacer alguna sugerencia para al menos uno de los miles de problemas surgidos por causa del virus, impulsado por activistas como la que he mencionado más arriba, aprueba un documento que abraza la causa del feminismo interseccional. Se trata de una teoría que clasifica el nivel de discriminación en base a la coincidencia o no de diversos factores como el género, la identidad sexual, la etnia, etc., y promueve acciones de discriminación positiva hacia quien pertenece a determinadas categorías. Una especie de hit parade anacrónico de la discriminación en la cual el esfuerzo y el mérito individual no tienen lugar. Mi idea sobre esta teoría está plenamente reflejada en la intervención del famoso psicólogo Jordan Peterson en Youtube. Para quien sepa inglés, se puede buscar por el título «Jordan Peterson debunks intersectionality and White privilege». Obviamente, después de esto anulé mi afiliación al partido.
Así que justo después de la peor pandemia del último siglo me encontré con dos años de activismo político echados por tierra. Al no poder salir, viajar ni hacer todas esas cosas que me mantienen ocupado normalmente, disponía de mucho tiempo y estaba muy aburrido con el actual discurso partidista por parte de algunos individuos minoritarios pero muy escandalosos y eficientes. El discurso en cuestión es generalmente ese por el cual las mujeres son mucho más transparentes y honestas que los hombres y que la gestión de lo público sería mucho mejor automáticamente si hubiera más mujeres en el poder. Tengo la firme convicción de que, en un mundo ideal, se debería alcanzar un adecuado nivel de representación en todos los rincones del planeta (aunque en algunos de ellos casi haría introducir el concepto de representación de por sí, y no hablamos del perverso mundo occidental); no creo que las mujeres sean más transparentes, honestas y laboriosas que los hombres. Lo son de la misma manera, y existen miles de ejemplos que lo demuestran. Y a veces, cuando están en política, las mujeres no se muestran particularmente empáticas en relación a los temas que tanto gustan al feminismo. ¿Quién podrá favorecer mejor los derechos de las mujeres (o de cualquier minoría), un socialdemócrata calvo, con sobrepeso y bigote de cantante de pop de los setenta, o Marine Le Pen (o, si queréis mirar para casa, Giorgia Meloni)?
Después está mi experiencia personal. Yo fui el único chico de mi clase durante la mayor parte de mis cinco años en el instituto de lenguas y tuve relaciones estupendas con mis compañeras, aunque, al menos en le primera etapa, la situación me producía una ligera soledad, especialmente porque era un adolescente bastante tímido. A menudo se oye hablar de masculinidad tóxica; a pesar de lo mucho que pueda querer a muchas de ellas, yo he vivido de cerca la feminidad tóxica. La sentía en los comentarios que se hacían en ausencia de una de las compañeras, o en las deplorables acciones que se llevaban a cabo para desacreditar la reputación de otra de ellas. O, si queremos dejar de mezclar toxicidad y género, podríamos volver a empezar a decir que algunas personas son malintencionadas o malas, y que eso poco tiene que ver con el género.
Y después vino el Erasmus en Suecia. En concreto, los primeros doce días en el país que se perfila como el ejemplo más brillante de paridad en varios sectores de la política, la economía y la empresa.
Durante ese periodo sucedieron una serie de cosas, todas muy seguidas, que llegaron a hacer que me plantease la idea de volverme a casa después de lo duro que había trabajado para ganarme aquella oportunidad.
Así he escrito: todo ha surgido muy rápido, también porque la memoria es un músculo que tengo muy bien entrenado y eso en estas situaciones es de mucha utilidad. He escrito estas líneas con la conciencia de no querer darles necesariamente un significado político, sino para contar una experiencia difícil y dolorosa a partir de la cual han ido surgiendo otras. Pasé algunos años atormentado por ataques de pánico capaces de generar una inseguridad constante y de derrumbar mi autoestima al hacer aflorar sus terribles efectos colaterales. Y al contar estos episodios, he intentado recalcar, si es que era necesario, que el bien o el mal, la injusticia o la razón, el castigo y el premio, son elementos bastante fluidos.
31/12/2007
2008 tiene siete horas y yo estoy disolviendo en agua caliente mi tercer o cuarto sobre de Tachifludec del día. Estoy bien, solo tengo una estúpida gripe debida, probablemente, a que pillé frío hace unos días cuando salí con mis amigos. Estoy realmente bien porque estoy a punto de volver a comprometerme. Estoy feliz, radiante. En mi cabeza se repite una y otra vez I can see me loving nobody but you de los Turtles. Me he pasado la tarde mirando las jugadas destacadas del campeonato de fútbol de la temporada 1978-79 en una colección de DVD dedicada al fútbol de época. Mi extraña fijación por el fútbol de los años setenta y ochenta surge en los momentos especialmente difíciles desde el punto de vista emotivo (como por ejemplo las fiestas de Navidad), cuando no tengo el consuelo de poder ver partidos de fútbol en directo. Para que nos entendamos, en plena crisis del coronavirus devoraré otra colección similar, la que iba de 1970 al 1978 y que no había sido incluida en esa primera colección que salió ese mismo 31 de diciembre. Las fiestas de Navidad solo me gustaban en los años de educación obligatoria: desde que empecé en la Universidad y sucesivamente me puse a trabajar, durante las fiestas me vienen a la mente siempre un montón de ideas que sin embargo nunca consigo llevar a cabo porque todos están ocupados con los regalos, las vacaciones y las visitas a familiares, y antes de que llegue el 7 de enero ya he tenido tiempo de olvidarme de lo que se me ha ocurrido o de darme cuenta de lo ridícula que resultaba la idea sin ni siquiera intentar ponerla en marcha.
Breve resumen del 2007 que acaba de irse: Estoy casi a la par con los exámenes del segundo curso de universidad (me queda Economía, que me sacaré unos meses más tarde); todavía no me he dignado a sacarme el carnet de conducir (lo haré solo tres años después); en agosto dejé a mi novia, a dos días de nuestro primer aniversario y una semana de su cumpleaños. Vale, admito que con eso no habría ganado el premio a «Novio del año». No está mal, en resumen mucho mejor que 2006, que estuve a unas centésimas de segundo de agotar mis nervios con la preparación de la selectividad, o que 2005, cuando, por motivos que desconozco, me convertí en objeto de burla de parte de un grupo de chicas de mi instituto.
En las úlimas semanas he conocido a Sonia a través de una amiga común. Es elegante, tiene una finura que me cuesta encontrar en las chicas de nuestra edad, y sin embargo no se lo tiene creído y es decididamente despierta, competente... No cabe duda de que podría empezar a gustarme, ya que entre mis fantasmas en el armario de las locuras adolescentes hay personajes mucho peores, y de hecho eso es lo que termina sucediendo, tal cual. Es más, ella lo sabe y parece apreciarlo, a pesar de que haya sucedido lo que, con doce años de distancia, creo que es el momento de mi existencia en el que más vergüenza he pasado. El segundo momento más embarazoso que he vivido en mi vida ni siquiera se acerca, a pesar de que se trató de la única vez en que yo haya proferido un insulto de trasfondo racial. Sucedería unos años después de ese episodio con Sonia: Yo trabajaba para una multinacional de Budapest, y muchas veces tenía que tratar con algunos compañeros de la sucursal de India. Estos colegas tenían fama de no ser demasiado rápidos en su trabajo y siempre terminaban por hacernos perder un montón de tiempo a todos. Después de una enésima e infructuosa llamada con un técnico informático de Gurgaon, me desahogué con un desafortunado «Fucking Indians!», y solo me di cuenta una fracción de segundo después de la presencia del responsable de la sede principal de St. Albans, que estaba sentado detrás de mí, cuyo origen era evidentemente del país que vio nacer a Gandhi. Este episodio todavía hoy me resulta bochornoso porque obviamente solo pretendía desahogarme sobre las escasas competencias de mis compañeros asiáticos. No es que eso lo haga menos grave, pero al menos compartirlo sirve para expiar mejor la culpa. Aun así.
¿Habéis sentido alguna vez una tos y gases en la tripa al mismo tiempo? Yo sí, evidentemente en 2007 mi sistema inmunitario decidió acomodarse, y solo un tiempo después descubriría que era intolerante a la lactosa. Así que a veces me entra tos y gases en el estómago a la vez.
Yo, Sonia y otras tres chicas estamos preparados para salir a bailar en el cumpleaños de la chica de la que hablaba antes, la que nos presentó. Nos metemos en el coche. En este momento, soy el único tío, porque el novio de mi amiga se nos unirá más tarde. En el aparcamiento nos juntamos tal vez cuatro o cinco, creo que también hay otra amiga de ellas fuera del coche, de pie. Nos estamos rulando un porro, aunque yo no estoy acostumbrado a fumar, y de hecho en la primera calada dos metros cúbicos de humo llegan a parar a mis pulmones. Toso. Pierdo el control de los músculos abdominales. Me tiro un pedo. En un coche con cuatro mujeres, de las cuales al menos dos son desconocidas. ¿Necesitáis que os explique por qué este es con mucho el momento más embarazoso de todos los tiempos?
A pesar de este incidente, las cosas iban bastante bien. En esa época diría que no se usaba el término leak para indicar una filtración, pero lo que sucedió principalmente fue que un email enviado por mí, en el que le confesaba a mi amiga cierto interés por Sonia, le llegó a parar a ella. Efectivamente, ella se lo tomó mejor de lo que yo hubiera esperado, vista