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El estallido: ¿Por qué? ¿Hacia dónde?
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Libro electrónico358 páginas5 horas

El estallido: ¿Por qué? ¿Hacia dónde?

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El viernes 18 de octubre de 2019 una protesta contra el alza de 30 pesos del pasaje del metro detonó un estallido social, con la participación de más de 4 millones de personas. La rabia y el malestar motivaron a la gente a salir masivamente a la calle. Tiempo antes, muchos habían argumentado que en Chile el malestar era un mito y que la gente estaba contenta, lo que explicaría el triunfo de Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales apenas 24 meses antes del estallido. Pero entonces ¿por qué una explosión ciudadana tan intensa en un país donde supuestamente el bienestar de la gente ha mejorado tanto? ¿Hacia dónde nos conducirá?

A través de una revisión de las cifras económicas y sociales de Chile, en un ejercicio comparativo con las de otras naciones, la autocomplacencia de los partidarios del "modelo chileno" queda en evidencia. El malestar, que tantos investigadores han podido constatar, no es ningún mito sino el resultado de una desigualdad fuera de toda norma, que se traduce en bajos salarios y pensiones de miseria, algunas de las razonas más sentidas que han impulsado a la gente a movilizarse. Poniendo a Chile en el contexto mundial de otros experimentos de neoliberalismo extremo (como los casos de Reino Unido y Estados Unidos), el texto de Hassan Akram relaciona esta desigualdad con dicho modelo económico. Ella ha dado a luz a un nuevo actor social mundial, los rezagados de la sociedad, agentes en la primera línea del estallido.

El lúcido análisis que el autor hace sobre este grupo social aclara muchos elementos de la coyuntura. Su situación de particular precariedad económica y social explica buena parte de la rabia que ha acompañado el estallido. Su actuar político explica también la victoria de Piñera "por descarte" cuando estos nuevos actores sociales se abstuvieron de votar. Su demanda - la de millones de chilenos - para una nueva constitución da cuenta de hacia dónde va la movilización. Su deseo de cambio radical, distinto de la fracasada propuesta de la Nueva Mayoría, posibilita la superación del neoliberalismo con una política diferente a la del duopolio. Son estos algunos de los ejes que Hassan Akram pone en el centro de este ineludible examen al modelo chileno y sus posibles salidas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 may 2020
ISBN9789569370571
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    El estallido - Hassan Akram

    © Hassan Akram

    © Ediciones y publicaciones El Buen Aire

    RPI 2020-A-763

    ISBN 978-956-9370-56-4

    Edición y producción general

    Ediciones y publicaciones El Buen Aire

    Arzobispo Casanova 36, Providencia, Santiago, Chile

    Fono (+056) 22 335 1767

    www.ocholibros.cl

    Director editorial: Gonzalo Badal

    Editora general: Florencia Velasco

    Dirección de arte: Carlos Altamirano

    Diseño editorial: Michel Contreras

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Impreso en Imprenta Salesianos, en Febrero de 2020.

    Impreso en Chile

    Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio impreso, electrónico y/o digital, sin la expresa autorización de los propietarios del copyright.

    Índice

    Capítulo Uno CHILE DESPERTÓ

    Capítulo Dos NO SOMOS DE IZQUIERDA NI SOMOS DE DERECHA. SOMOS LOS DE ABAJO Y VAMOS POR LOS DE ARRIBA

    Capítulo Tres YA DIJIMOS NO, PERO EL SÍ ESTÁ EN TODO

    Capítulo Cuatro SI NO NOS DEJAN SOÑAR, NOSOTROS NO LOS VAMOS A DEJAR DOMIR

    Agradecimientos

    Como extranjero que llegó a Chile hace casi una década, mi vida acá ha sido marcada por las familias que me han adoptado en el camino. Así, antes que nada, quiero agradecerles a Isa Santander y sus dos hijos, Ihara e Ithan –esta pequeña (gran) familia pintanina que me acogió con tanto cariño. Hemos vivido hartos momentos juntos, algunos felices, otros muy duros, pero su apoyo ha sido un punto firme en mi vida y su casa un escape de todas las presiones del trabajo –sin ellos no habría llegado hasta acá. También tengo una enorme deuda de gratitud con Constanza Cristi, mi pareja, y su familia: mis suegros Jorge y Pía y mis cuñados Pablo y Tomás. A pesar de que mi propia familia está lejos, gracias a ellos siempre me he sentido acompañado acá.

    No son solo las familias las que te acompañan, sino también los amigos, y por eso no puedo dejar de mencionar a Cristóbal Lagos y Karla Espinoza, mis primeros y más jugados amigos en Chile. Todavía doy las gracias de que las grabaciones donde me obligaron a bailar cueca se perdieran en algún punto del ciberespacio (me aseguran que lo hice peor que Lagos Weber). También tengo lindos recuerdos de muchas horas de conversación sobre el precio de la palta en La Cruz y de los variopintos dramas familiares de la gente del valle del Aconcagua.

    En otro plano, escribir un libro es una actividad solitaria, pero este surgió al calor de las movilizaciones sociales más grandes de la historia chilena. Así, salí a marchar en las tardes, y habiendo sido parte de esa tremenda masa de gente que sufrió la intensa violencia de la represión de los carabineros, me retiré a terminar los capítulos cada noche. Esto solo fue posible gracias a Claudio Sepúlveda, que además de acompañarme a todas las marchas, también leyó cada capítulo meticulosamente y, como economista que es, hizo comentarios detallados para reforzar los argumentos. Sin su ayuda perspicaz y exigente, este libro habría resultado mucho más débil. Además, en esos días tan agitados, tanto en términos políticos como emocionales tuve varios debates muy esclarecedores. Conversaciones que fueron una mezcla de análisis político y contención emocional con Daniel Andrade, con Daniela Manuschevich y con Beatriz Sánchez (quien además aceptó escribir el prefacio del libro) quedan grabadas en mi memoria.

    Varias partes de este libro nacieron de un proyecto mucho más grande sobre la situación política y económica de Chile en las postrimerías del neoliberalismo. Con mis otroras coautores José Miguel Ahumada y Claudia Sanhueza queríamos abordar con mayor profundidad las alternativas al modelo imperante, un proyecto que ahora quedará para el futuro. De todas formas, sus comentarios sobre los borradores iniciales del texto fueron de gran ayuda. Con Claudia hemos mantenido un diálogo muy extendido sobre las falencias de las políticas sociales en Chile. Recuerdo particularmente un desayuno en el que me explicó sus críticas en detalle y me obligó a ordenar las mías. Sin esas conversaciones no me habría sido posible escribir este libro. La ayuda de Fran Quiroga, Florencia Velasco y todo el equipo editorial de El Desconcierto también fue absolutamente fundamental para hacer de este libro una realidad.

    Este texto es una intervención polémica en un momento de mucho debate político, pero se basa en investigaciones académicas de un grupo grande de economistas y cientistas políticos muy acuciosos. De ellos tengo que agradecer sobre todo a mis dos supervisores de la tesis doctoral en Cambridge, el economista Ha-Joon Chang y el cientista político Andrew Gamble. Juntos me entrenaron a pensar críticamente sobre estas disciplinas y hacerlas dialogar, con una perspectiva más amplia, incluso cuando muchos especialistas se resisten a la construcción de narrativas más populares. Pero no fueron solo los profesores de Cambridge los que me enseñaron cosas allá; Antonio Andreoni y Gwen Burnyeat, dos grandes amigos que creen en la vocación académica de verdad, hicieron vivible mi tiempo en ese pueblo de m*****.

    Cuando me fui de Cambridge tuve mucha suerte en encontrar un espacio laboral tan ameno como Wake Forest. Peter Siavelis, también cientista político, ha sido el jefe ideal, comprensivo y generoso en cada momento, permitiéndome la flexibilidad para combinar el manejo del centro de Wake Forest en Chile con las actividades de participación pública. Entre otras cosas, pude participar como coordinador del Grupo de Apoyo Programático sobre Matriz Productiva del Frente Amplio, compartiendo esta tarea con Carla Ortiz. Ella y Miguel Torres, coordinador original de este grupo, hicieron de la comisión un espacio colaborativo muy importante, al interior del cual nos convertimos no solo en colegas sino en amigos. La participación de Daniel Díaz, Rafik Masa’d y Loredana Polanco también fue muy importante ahí. Algunas de las ideas que hemos conversado están recogidas en estas páginas.

    Finalmente tengo que agradecer a mi propia familia en Londres: mis padres, mis dos hermanas y mi sobrino, quienes estaban enfrentando su propia crisis política del Brexit justo en las semanas del estallido en Chile. Yo soy muy optimista sobre el futuro de Chile, pero bastante pesimista sobre el futuro de Inglaterra. Cuando me preguntan, a veces digo que los ingleses somos los chilenos de Europa, ojalá que, algún día, esto se convierta en un halago y no una crítica.

    Hassan Akram

    Recoleta, Santiago de Chile

    27 de noviembre de 2019

    Prólogo

    ¿Qué pasa si no sacamos la rabia? ¿Qué pasa cuando esa rabia se acumula por semanas, por meses, por años? ¿Qué le pasa a un país cuando no puede canalizar su rabia?

    Esta semana nos enteramos de una nueva colusión. Esta vez son los supermercados. Antes fueron el papel de limpiar, el asfalto, las navieras, buses interurbanos, las farmacias, etc. Pero si no se hubiesen coludido, la actual concentración de muchos de estos sectores les hace posible matar a la competencia, maltratar a sus proveedores pequeños y no considerar a sus clientes. Da rabia.

    Hace solo unos días se conoció el resultado de la PSU. El 70% de los alumnos de colegios municipales no superó los 500 puntos. Reciben una subvención un poquito superior a los 60 mil pesos mensuales. En el otro Chile hay chiquillos que se educan por 500 mil pesos mensuales. Ellos son los hijos de los que se coluden robándoles todos los meses a las familias que no pueden pagar otra educación. Da rabia.

    Vimos hace una semana las diferencias de arancel en las carreras universitarias. ¿Qué puede justificar que una misma carrera valga el doble en una u otra universidad? ¿Cómo es que una universidad privada que lucra gasta más en publicidad de lo que gasta otro plantel completo –que no lucra– en pagar a sus profesores?¿Por qué hoy todos financiamos el lucro en la educación? Da rabia.

    Hoy nos enteramos de que los parlamentarios tienen la posibilidad de créditos blandos en el mismo Congreso; ayer supimos que ocupan las millas extras de los vuelos comprados con plata fiscal en viajes personales y privados; antes, que gastan millones y millones de pesos en bencina; antes de eso, que se les paga un viático por ir a trabajar; antes, que se enviaban mails con quienes los financiaban para acordar leyes, y antes, que recibieron financiamiento trucho (no sabemos cuántos) para salir elegidos. Da rabia.

    Cuando el 70% gana hasta 426 mil pesos y las pensiones en un 95% no pagan más de 150 lucas. Cuando el salario mínimo no saca a una persona de la línea de la pobreza. Cuando estos mismos que se coluden, pagan a miles de sus trabajadores ese salario mínimo. Da rabia.

    El 89% de los que hoy están presos son pobres. ¿Solo los pobres cometen delitos? Claramente, con todo lo dicho, no. Sin embargo, en el Congreso se apuran por legislar una ley corta antidelincuencia para el que roba un celular en la calle, y el ladrón de cuello y corbata, ese emprendedor que se colude, paga una multa y sigue viviendo su vida sin sobresaltos. Seguimos acumulando rabia.

    Y después nos preguntamos por qué luego de marchas o celebraciones llega una turba a destrozar todo lo que encuentra. O por qué no podemos detener la evasión del Transantiago. O cómo es que nadie participa de los procesos electorales. O por qué los niveles de desconfianza son de los más altos de toda América Latina. ¿Cuánta rabia hay allí? ¿Qué le pasa a un país que se llena de rabia? ¿Qué le pasa a un país que no puede canalizar esa rabia?

    Esta es una columna que escribí en el diario Publimetro hace casi 4 años, fue en enero del 2016, cuando aún ejercía como periodista. Fue justo la semana en que nos enteramos de un nuevo caso de colusión. El concepto que utilicé fue la rabia, para referirme a la impotencia, la frustración, el descontento y el mal sabor que dejan las injusticias diarias. En las páginas de este libro, encontrarán un detalle de las razones que provocan esta rabia que finalmente gatilló este estallido social.

    En Chile, no se trata de injusticias puntuales o pasajeras, se trata de injusticias sistémicas, estructurales, perpetradas por un modelo o una forma de vida. Es un modelo político, económico y cultural.

    Y son varios los que dicen hoy que no lo vieron venir, que no sabían que había tanta rabia acumulada.

    Más allá de las cifras y las estadísticas, quiero preguntarles por su propia vida. Quiero preguntarles por la desigualdad y cómo la viven. Quiero preguntarles por la herida abierta de este país, que ha sido una constante con el correr de los años y que nos ha separado dramáticamente. Están los chilenos de primera y de segunda. Los barrios de primera y los barrios de segunda. Las ciudades de primera y las ciudades de segunda. La educación de primera y también la de segunda. La salud para los de primera y la otra, para los de segunda. Por brutal que se escuche, en una región como la metropolitana hay sectores donde se vive con el PIB de Noruega y a 10 kilómetros, con el PIB de la República Democrática del Congo.

    Y hay varios que dicen que no lo vieron venir.

    La desigualdad en Chile es de ingresos, es territorial (no es lo mismo vivir en Santiago que en regiones), es de origen (no es lo mismo ser chileno que mapuche o aimara), es de género (no es lo mismo ser hombre, que mujer o trans), es de clase (no es lo mismo tener un determinado apellido o estudiar en un cierto colegio). Esto hace el problema aún más complejo y el estallido social aún más potente. ¿Puede entenderse entonces este estallido sin las movilizaciones estudiantiles del 2011? Creo que no. ¿Puede entenderse sin la opresión permanente del Estado al pueblo mapuche? Creo que no. ¿Puede entenderse sin la masiva marcha del 8 de marzo de este mismo 2019, cuando salimos un millón de mujeres a la calle? Creo que no.

    Y hay varios que dicen que no sabían que había tanta rabia acumulada.

    Desde hace años que los siquiatras en Chile se preguntan por qué somos el país récord de las enfermedades mentales. Tenemos el índice más alto de depresión del mundo de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. En suicidios adolescentes llevamos el segundo lugar, igual que en el caso de los adultos mayores. ¿Por qué?, se preguntaron los especialistas. ¿Por qué, si las cifras que

    exhibimos son tan distintas a las del resto de América Latina? Su única explicación es por nuestra forma de vida. Bajos sueldos, alto costo de la vida, alto endeudamiento.

    Miremos los salarios en Chile. La mitad de los y las chilenas obtiene un salario líquido menor o igual a 450 mil pesos, y el 80% hasta 750 mil pesos. Al mismo tiempo, solo 140 chilenos concentran el 20% de la riqueza del país (estudio de la consultora BCG). La deuda de los hogares chilenos subió el 2018 a un récord de 74%, lo que muestra que a salarios bajos, la deuda permanente es la solución para llegar a fin de mes. Investigadores del COES (Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social) ya publicaron el 2017 un primer estudio que muestra la relación entre enfermedades mentales, estrés y depresión, con el nivel de endeudamiento. Ya podemos hacernos una idea de lo que estamos hablando.

    Este estallido social no es nuevo en Chile, al parecer veníamos estallando hacia adentro, de manera silenciosa, en privado, afectando nuestro entorno más íntimo, desde hace mucho tiempo. Estallamos hacia adentro con altas tasas de depresión y de suicidio.

    Y hay varios que dicen que no lo vieron venir.

    Las mujeres en Chile obtenemos por el mismo trabajo que un hombre, en promedio, 30% menos de salario. Trabajamos en promedio tres horas más (trabajo remunerado y no remunerado). Nuestras pensiones son un 40% más bajas que las de los hombres. Somos en un 85% las encargadas exclusivas del cuidado de niños y niñas y enfermos. En cargos de poder estamos subrepresentadas y los niveles de violencia sexual y física no disminuyen. La desigualdad en este caso se expresa en diferencias de ingreso, pero también en una estructura que nos deja fuera del poder y de las decisiones. Cuando se analiza la trayectoria laboral de un hombre y una mujer como iguales –cuando no lo son– o incluso cuando a nosotras se nos suministra en el hospital menos anestesia –esto está documentado– porque existe la creencia cultural de que tenemos un umbral más alto para resistir el dolor, la angustia, el agobio y la rabia acumulados son mayores. Para nosotras, entonces, es necesario un cambio de modelo que incluya un entendimiento de nuevas relaciones sociales, culturales, laborales y económicas. La actual institucionalidad también es parte del problema. Como lo verán explicado en las páginas de este libro.

    Y hay algunas que dicen que no lo vieron venir.

    Ante este panorama, que antecede al actual estallido social, la pregunta es obvia. ¿Qué hacemos? No me voy a adelantar a lo que propone el autor, Hassan Akram, pero sí relataré brevemente la experiencia que me tocó encabezar de un proyecto político colectivo, que surge a propósito de este diagnóstico y que es el Frente Amplio.

    El Frente Amplio nace a principios del 2017, como un proyecto político que busca representar experiencia y trabajo de movimientos sociales. Nace al alero de este diagnóstico crítico de la realidad, de los que sí veíamos venir la acumulación de rabia y descontento, y de la incapacidad política de dar soluciones. Apostamos por la vía institucional como la forma de canalizar este descontento y decidimos ir a las elecciones presidenciales, parlamentarias y de Consejeros Regionales ese mismo año 2017. Un vértigo.

    ¿Cómo se canaliza lo que pasa en la calle?, ¿cómo se representa el descontento?, ¿hay formas de representar la rabia? eran todas preguntas que nos hicimos. Para eso la estrategia fue expandir en vez de cerrar. Por un lado buscamos hacer un programa de gobierno participativo y no de expertos. Fue un esfuerzo gigante que involucró la participación de más de 15 mil personas involucradas de distintas maneras. Y por otro, buscamos convocar, no desde la rabia, sino desde la esperanza.

    El resultado fue la entrada del FA a la institucionalidad del país a través de parlamentarios y parlamentarias. Y, además, cambiar el mapa político de Chile, que antes se debatía entre dos mitades autodefinidas como centroderecha y centroizquierda. El duopolio.

    ¿Cambiar el mapa político y correr el cerco en el Parlamento fue suficiente? No.

    El estallido político y social nos muestra cómo, pese a abrirse espacios en la institucionalidad, esto ha sido insuficiente sin transformaciones más profundas aún. La posibilidad de cambiar las reglas, de establecer otras relaciones de poder dentro del país –que es una de las mejores definiciones que he escuchado de lo que significa una nueva Constitución– podría generar esa grieta, esa institucionalidad nueva. En este libro, Hassan Akram avanza en ese terreno, el de las nuevas reglas. Ahí es donde propone abordar tres puntos que considera vitales: los cabildos ciudadanos, el fin del control constitucional vigente y adentrarse en lo que significa en Chile el concepto de la propiedad privada.

    En estos últimos dos meses en el país, junto con las marchas y ocupaciones, una de las formas de movilización han sido los cabildos de discusión ciudadana. Estos han reunido a vecinos y vecinas, compañeros y compañeras de trabajo, gremios, incluso personas anónimas, a hablar sobre el país. A partir de estos cabildos pueden perfectamente levantarse representantes independientes posibles de integrar la Convención que buscará redactar la nueva Constitución. El segundo punto apunta a terminar con el tutelaje que ha ejercido el Tribunal Constitucional en Chile, que en la práctica actúa como una tercera cámara. Cuando se avanza en derechos en el Parlamento, siempre se puede retroceder en el TC. Y el tercer punto que propone Hassan aborda uno de los aspectos jurídicos y de poder más importantes de nuestra historia: el derecho a propiedad. No podrá existir una nueva Carta Fundamental sin redefinir este concepto; y es allí donde se abre una ventana. ¿Qué pasa si se establece que la protección de la propiedad privada no da a los administradores de cotizaciones –por ejemplo las AFP o las Isapre– el derecho a indemnización por pérdida del privilegio de administrar dichas cotizaciones? Esto también implicaría renegociar los tratados comerciales que Chile tiene con protección de inversiones. Pero es solo así que nuestro país podrá hacer reformas sociales profundas, garantizando de una vez por todas los derechos sociales universales en pensiones y salud.

    ¿Queda claro, entonces, por qué es fundamental cambiar la Constitución si queremos Cambiar Chile?

    Eso hoy se está escribiendo, eso hoy está por verse.

    Beatriz Sánchez Muñoz

    15 de noviembre de 2019

    Capítulo Uno

    CHILE DESPERTÓ

    1A. ¿Un estallido enigmático?

    El viernes 18 de octubre 2019 es una fecha que va a quedar grabada en la memoria histórica de Chile. Solo hay un puñado de fechas que tienen tanta notoriedad que se reconocen por sí mismas. Ahora, al dieciocho (de septiembre de 1810) y al once (de septiembre de 1973), podemos añadir este nuevo dieciocho como otro momento que marca un antes y un después en la vida del pueblo chileno.

    Pero ¿qué pasó en realidad ese viernes histórico? Contando los simples hechos de cómo empezó, todo parece sacado del guion de una película hollywoodiense poco realista. Un aumento de 30 pesos para el metro y 10 para la micro generaron una semana de protestas de los estudiantes secundarios. Empezaron, de forma masiva, a saltar los torniquetes del metro, pero en la tarde de ese viernes finalmente lograron alentar a los demás pasajeros a evadir el pago de la misma manera. Los carabineros respondieron con una violencia feroz, pero no pudieron detener la ola de pasajeros que se unieron a la protesta. Frente a su incapacidad de controlar la situación, las autoridades dieron la orden de no detener los trenes en las estaciones donde había estudiantes manifestándose, provocando que ningún pasajero pudiera subir o bajar.

    Con esta medida solo lograron escalar el conflicto, porque incluso los pasajeros que habían pagado sus pasajes se veían perjudicados. Muchos de los que estaban atrapados en las estaciones sin poder subir a los trenes se unieron a otro tipo de protesta pacífica, sentándose en las orillas de los andenes para obligar a los trenes a detenerse. Las autoridades reaccionaron a esta escalada, que ellos mismos habían catalizado, cerrando estaciones a la fuerza y tirando lacrimógenas para dispersar a los manifestantes. Rápidamente terminaron cerrando por completo la red de metro. Entonces, gran parte de la población de Santiago tuvo que seguir su viaje de vuelta a casa a pie, caldo de cultivo para más demostraciones de ira.

    Aunque fue la reacción violenta de la fuerza policial, frente a una protesta pacífica, la que terminó masificando las manifestaciones, ni siquiera esa provocación podría explicar la escala de ellas y la intensidad de la furia de la gente. Expulsada del metro con bombas lacrimógenas, enfrentando trayectos de muchas horas para volver a sus hogares, la gente respondió con barricadas, con fuego y con caos. Al presidente Piñera, a cargo de las autoridades que ya habían apagado el incendio con bencina, no se le ocurrió nada mejor que declarar un estado de emergencia, sacando los militares a la calle. En cuestión de horas, el último día de una semana de protestas de escolares en el metro de Santiago explotó en una rebelión nacional. Al día siguiente, sábado 19 de octubre, con las libertades de reunión y locomoción restringidas por 15 días, empezó el toque de queda.

    Esta escalada, tan rápida y totalmente impensada, superó con creces su gatillo inicial. Es cierto que el metro de Santiago es el segundo más caro de América Latina. Cuesta un 70% más que el promedio de la región,¹ un costo particularmente pesado para las familias de bajos ingresos –el gasto mensual en transporte en Santiago llega a 16,4% del salario mínimo.² Sin embargo, el alza del metro fue solo la punta del iceberg. Una encuesta hecha el mismo fin de semana del comienzo del estallido reveló que solo 3,4% de las respuestas sobre las mayores preocupaciones de los chilenos mencionaron el transporte.³ Las preocupaciones más importantes señaladas fueron más bien los bajos salarios y pensiones (45% de las respuestas) y los altos precios de los servicios básicos (luz, agua, salud, educación – 19% de las respuestas).⁴ Casi en el mismo momento en que la protesta prendió, el motivo ya rebasaba el tema del transporte.

    Piñera chocó con esta dura realidad cuando trató de desactivar el conflicto eliminando el alza del metro el día dos del estallido (que ya era la segunda semana de protestas). Las manifestaciones siguieron y de hecho aumentó su masividad e intensidad. Finalmente, después de casi tres semanas enteras con el país en llamas, el presidente tuvo que reconocer que la represión no funcionaba y que había una lista muy larga de reclamos de la población chilena. Como dijo en una entrevista televisada, esto no es un problema por 30 pesos, sino que de 30 años y que no vamos a resolver en 30 días.⁵ Hasta Piñera había aceptado la consigna del estallido, acá la gente se estaba movilizando contra todo el sistema implantado desde la transición chilena iniciada en 1989, hace exactamente 30 años.

    Inicialmente se habían hecho comparaciones entre el estallido chileno y la ola de protestas en Ecuador contra el paquetazodel Fondo Monetario Internacional (FMI) que explotó solo dos semanas antes de su par austral. Esas manifestaciones también fueron gatilladas por un alza del transporte (se eliminó un subsidio a la bencina, aumentando en un 25% el precio de la gasolina regular y un 123% al diésel) y rápidamente pusieron en jaque al gobierno ecuatoriano. Además, había comparaciones obvias con el fenómeno de los gilets jaunes (chalecos amarillos) en Francia, también un grupo de protesta contra el alza en el costo de transporte, cuyas enormes manifestaciones hicieron tambalear al gobierno francés.

    Sin embargo, la extensión e intensidad del estallido chileno rápidamente superaron los otros casos internacionales. La movilización social chilena no era simplemente contra un gobierno de turno, sino contra todo un sistema, como reconoció el mismo Piñera. Por consiguiente, solo cabían comparaciones con la autoinmolación de un vendedor ambulante en Túnez en 2010, en señal de protesta por los abusos y corrupción policial. Este evento parecía tan intrascendente como una protesta escolar contra el alza del pasaje de metro. Sin embargo, desató una lucha social amplia, encabezada por jóvenes, mujeres y trabajadores, que finalmente derrocó al sistema político de aquel país, dando luz a lo que hoy conocemos como la ‘Primavera Árabe’. El viernes 18 de octubre de 2019 empezó una ‘primavera chilena’.

    Analizar la naturaleza de este estallido va a dar trabajo a muchos sociólogos y otros estudiosos de los movimientos sociales por varios años más, pero sus efectos políticos están a la vista. Inmediatamente la aprobación del presidente Piñera se vino al suelo –según Cadem bajó a solo un 13% (con 79% de desaprobación) y según Criteria a 16% (con 78% de desaprobación).⁶ A pesar de sus diferencias metodológicas, las dos encuestas eran coincidentes: Piñera había llegado al nivel de aprobación más bajo de un presidente, al menos desde el retorno a la democracia. Además, como contrapunto de un mandatario completamente deslegitimado, la movilización social goza de un apoyo transversal –según Cadem 79% de las personas la apoyan; según el Desoc, un 86%.⁷

    Se ha hablado mucho de las tácticas de las protestas. Es innegable, como observaron Joignant y Basaure, que en las manifestaciones recientes "la línea divisoria que separaba formas legítimas o no violentas de la protesta y

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