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Zihuatanejo
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Libro electrónico445 páginas5 horas

Zihuatanejo

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Información de este libro electrónico

Empeñarse en vivir o empeñarse en morir.

Zihuatanejo es el nombre de mi blog —jualpofu.wordpress.com— donde escribo desde hace cinco años. Este libro es una recopilación ordenada de mis artículos favoritos.

A la hora de poner nombre al blog y al libro tenía dos opciones basadas en mis largometrajes favoritos. Ilsa y Rick encontraron su lugar de referencia en el París previo a la invasión de los nazis, aunque lo que realmente les quedó fue Casablanca. Andy Dufresne, en cambio, encontró su lugar en Zihuatanejo, escapando de su condena a cadena perpetua en la prisión de Shawshank. Elegí Zihuatanejo porque no es un alegato al pasado, sino al futuro, a la esperanza, a la amistad y a la fe en las personas. Es el lugar en el que creo y al que quiero escribir.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 jul 2021
ISBN9788418832697
Zihuatanejo
Autor

Juan Alfonso Poyatos

Nacido en La Coruña, de padre madrileño y madre de la España hoy vacía. Viví mi infancia y adolescencia en Guadalajara y estudié LADE y Derecho en la Carlos III de Getafe. He viajado y trabajado por el mundo desde que un amigo me habló de las becas ICEX. La vida me ha llevado a África, Colombia, Perú y México. He tenido la oportunidad de disfrutar de personas muy diversas y enriquecedoras. Rondando la crisis de los cuarenta me dio por escribir, encontrando un espacio en el que compartir ideas propias sobre la realidad que me rodea. El resultado fue, primero, el blog jualpofu.wordpress.com y, posteriormente, este libro... mi primer libro.

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    Zihuatanejo - Juan Alfonso Poyatos

    Preparando el viaje

    Cuando era becario, uno de mis primeros jefes realizó la siguiente pregunta: «¿Quién es la persona que más conoce de un tema?». Guardé silencio, porque las preguntas retóricas es mejor no responderlas cuando tú eres el novato y acabas de aterrizar en el primer puesto de trabajo —lecciones de la mili a la que no fui—. «La última persona que lo ha estudiado», se autorrespondió. No me atreví a llevarle la contraria, aunque no quedé del todo convencido. Siempre he pensado que necesitas contar con una base profunda para ser quien más conoce de un determinado tema, y que solo en temas sencillos puedes ser la persona que abarca mayor conocimiento solo por ser el último en analizarlo. Con el tiempo he reafirmado mi opinión, a pesar de estar a contracorriente en este mundo adanista que nos ha tocado vivir donde los recién llegados tienden a despreciar la valiosa aportación de las personas que les precedieron.

    No obstante, para un becario novato era siempre estimulante recibir ese tipo de lecciones, puesto que me hacía sentir que las opiniones por mí expresadas podrían ser incluso tomadas en consideración. Además, sin llegar a creerme el mayor experto, me daba la opción de crear opiniones propias y no ser un mero altavoz de las ajenas. De este modo, decidí ser crítico, profundizar en los temas que me preocupan y expresar mi propio punto de vista, siendo consciente de que puede ser refutado por personas que tengan mayores conocimientos a los míos, o ser incluso compartido. Por ello, al no ser experto en nada, he tenido la posibilidad de escribir de todo sin riesgo de que me tomen realmente en serio, pero con la suficiente profundidad como para que tampoco me tomen totalmente en broma.¹

    Este libro agrupa los pensamientos que he ido compartiendo a lo largo de cinco años en mi blog Zihuatanejo. La idea de escribir nació con la intención de tener agrupados en un único lugar pensamientos acerca de temas diversos que me ocupan y preocupan, desde un espíritu crítico y con un punto de vista propio. Al final se me fue de las manos y he abordado muchos más temas de los previstos, sin la necesidad de establecer ninguna verdad absoluta en los temas que trato. Todo lo escrito no ha de tener mayor utilidad que disfrutar de un tiempo ameno, a la vez que observar la realidad con una mirada diferente a la que nos suelen mostrar.

    A la hora de poner nombre al blog y al libro, tenía dos opciones basadas en mis largometrajes favoritos. Ilsa y Rick encontraron su lugar de referencia en el París previo a la invasión de los nazis, aunque lo que les quedó fue Casablanca. Andy Dufresne, en cambio, encontró su lugar en Zihuatanejo, escapando de su condena a cadena perpetua en la prisión de Shawshank. Elegí Zihuatanejo porque no es un alegato al pasado, sino al futuro, a la esperanza, a la amistad y a la fe en las personas. Es el lugar en el que creo y al que quiero escribir.

    El camino que lleva hasta mi Zihuatanejo consta de ochenta y cuatro pasos que podrían ser leídos de manera independiente, pero cobran mayor sentido en su conjunto. Para hacer más ameno este viaje, mi camino cuenta con cinco etapas que relacionan mi desarrollo personal con temas que siempre me han interesado. En mi infancia sentía que todo lo que sucedía a mi alrededor se explicaba a los niños de manera muy simple… hasta que empecé a darme cuenta de que la realidad era más compleja. En ese momento empezó mi proceso de cuestionar las sencillas verdades que me revelaban los adultos o, al menos, a encontrar matices. En la edad dorada de mi adolescencia, además de superar el temido acné, surgieron las inquietudes políticas que me siguen acompañando, a pesar del disgusto que supone comprobar que muchos de los líderes de hoy siguen anclados en la adolescencia de su ideología del ayer. Con la juventud, me enfrenté a las primeras experiencias en las que tenía que confirmar o desechar los valores que me transmitieron en la infancia, e ir creando mi propio camino personal y profesional. En la edad adulta mi mundo cambió. Me vi enfrentado a nuevos retos y a no fijarme solo en mi propio bienestar cuando pasé de uno a dos y crecimos de dos a cuatro. Cuando llegó una situación tan compleja como la pandemia de la COVID-19, asumí el reto de aplicar lo que había vivido en mi infancia, adolescencia, juventud y edad adulta para comprender de mejor manera qué estaba sucediendo alrededor y sobrevivir lo más cuerdo posible a esta época de locura.

    En la primera etapa —infancia—, planteo mi visión de aspectos que se presentan a mi juicio de una manera muy reduccionista en nuestra sociedad actual, tales como el franquismo, el feminismo, la polémica del taxi, el medioambiente, la economía, o el desafío separatista catalán que tanto daño causó y sigue causando. En la segunda —adolescencia—, comparto mi visión de la política actual y la frustración que me supone descubrir cómo la complejidad del mundo actual es inversamente proporcional a la altura de miras de nuestros dirigentes. Supone este tema una relación de amor-odio para mí, ya que la alternativa a la democracia son los peores populismos, y estamos comprando todos los boletos para acabar sufriendo sus terribles consecuencias. En la tercera —juventud—, comparto los valores que han quedado en mí, forjados tras experiencias positivas y negativas, pero que apuestan por una sociedad inclusiva en la que la persona está en el centro de cualquier decisión en la vida. En la cuarta —edad adulta—, muestro cómo ha habido momentos en mi vida en los que me ha tocado apostar y salir de mi zona de confort, con las renuncias dolorosas que ello implica y las recompensas que también proporciona, así como reflexiones de la vida en familia y el legado que pretendo dejar a mis hijos. Por último, la quinta etapa recorre aspectos de lo aprendido en las cuatro anteriores para interpretar con sentido crítico la situación que nos ha tocado vivir en la pandemia de la COVID-19.

    Para no hacer tan lineal el relato, he hecho un original Benjamin Button a la hora de organizar la lectura. Los relatos del coronavirus siguen quedando para el final, que al tratarse de los temas más actuales siempre genera más expectación, pero iremos saltando por las cuatro etapas anteriores. Empezaremos por juventud para realizar escalas intermedias en la infancia y la edad adulta, para terminar disfrutando de la adolescencia. En los relatos de la infancia se cuestionan las verdades sencillas de la edad adulta, y en la edad adulta te reencuentras con la sencillez de volver a ser un niño en el momento en que eres padre.

    Get Busy Living or Get Busy Dying —empeñarse en vivir o empeñarse en morir—. Es la dura decisión que hubo de tomar Andy Dufresne en una situación límite y es la misma decisión que tengo que tomar todos los días al levantarme. Como no hay una tercera alternativa y siempre hay que empeñarse en algo, apuesto por vivir y con una sonrisa.

    Espero que leer mi camino hacia Zihuatanejo os resulte tan entretenido como ha sido para mí escribirlo.

    Terminado de escribir en Ciudad de México, el 21 de junio de 2021


    ¹ Similar a lo que leí en El penúltimo negroni, de David Gistau. Editorial Debate. Enero de 2021, en referencia a las palabras de Julio Camba.

    PRIMERA ETAPA

    JUVENTUD, VALORES Y TRABAJO

    Durante mi último cuatrimestre de carrera tenía una asignatura que se llamaba Prácticum. Consistía en realizar prácticas de Derecho en despachos de abogados, empresas, asociaciones u organismos públicos. Eran dos mañanas a la semana. Tuve la suerte de que me admitiesen en Cáritas, que era para mí una de las instituciones a las que tenía más aprecio. Por desgracia, mi experiencia no pudo ser más desilusionante. Había una tremenda desorganización y no tenían un plan de actividades preparado para los que estábamos en prácticas. Todo lo veía como una pérdida de tiempo en un último año en el que tenía que aprobar todas las asignaturas, trabajar por las tardes y pensar qué iba a ser de mí en el futuro. Para más inri, en las pocas reuniones de trabajo a las que asistí, veía cómo quienes participaban en ellas se creían buenas personas por el mero hecho de trabajar en Cáritas, cuando en realidad había un ambiente enrarecido en el que las críticas entre ellos arreciaban en el momento en que alguien se ausentaba.

    Esta experiencia me dejó también importantes lecciones. Una persona no puede considerarse buena por el simple hecho de pertenecer a un determinado grupo; que el respeto profesional se basa en el trabajo bien realizado; y que no siempre las expectativas se convierten en realidades. Pero la lección más importante de todas es que Cáritas sigue siendo para mí una de las organizaciones que tengo en mayor estima. Miles de voluntarios y profesionales dedican su vida para servir a los más necesitados. Tener una experiencia negativa en una institución que aprecias mucho —asociación, sindicato, parroquia o partido político— es una prueba de madurez. Lo más sencillo es convertir lo particular en absoluto y criticar una institución por una experiencia puntual. Lo más enriquecedor es tomar conciencia de los errores que cometemos y del daño que todos a veces causamos a las organizaciones a las que pertenecemos, pero las instituciones prevalecen.

    La fortaleza del amor se comprueba con la primera discusión, que tiene la agradable recompensa de la primera reconciliación —cuando nos damos cuenta de que ni los príncipes son azules ni las princesas mean colonia— o el sinsabor de la separación final.

    Paso 1. 2 % y exagerando

    4 de marzo de 2018

    Creo que no fui el único que entró en depresión al leer las noticias de orgías y escándalos sexuales cometidos en el seno de Oxfam.² Era imposible aceptar que esas terribles iniquidades habían sucedido en una institución icónica en la lucha contra la injusticia. Tras incrementar mi estupor en días posteriores con otras informaciones de abusos en Médicos Sin Fronteras,³ la decisión por tomar era obvia: no volver a establecer jamás ningún contacto con las ONG. Y, efectivamente, no fui el único. Más de mil bajas⁴ en una semana solo en España.

    Por pura coincidencia, esa misma noche vi la película Spotlight, donde se narran abusos sexuales a niños y encubrimiento por parte de sacerdotes en Boston. Mi padecimiento se incrementó, puesto que la esperanza que también tenía en la religión se desvaneció. El siguiente paso fue renunciar a mis creencias, ya que no podía participar de ningún modo en una institución que se veía envuelta en casos tan deplorables. ¿Cómo había permitido Dios que se produjesen todos esos abusos en su nombre?

    Decidí entonces encauzar mi inquietud social por medio de la política, aunque abandoné el intento casi antes de empezar: en España el PP tenía a Bárcenas, Lezo y compañía; el PSOE desde Filesa hasta los ERE; los partidos nacionalistas estaban descartados por principios —por lo que me evitaba a Pujol, Palau y demás expolios—; y la nueva política me ofrecía a Ramón Espinar, Monedero o las primeras dudas sobre la financiación de Ciudadanos.⁵ Visto el panorama, renuncié a buscar información acerca del Partido Animalista con la seguridad de que, antes o después, aparecería algún integrante en una corrida de toros o en plena mariscada. Mientras tanto, en el Perú, el horizonte no era mucho más alentador después de las últimas declaraciones de Barata⁶ en el caso Odebrecht.

    Mi siguiente paso fue volcar todos mis esfuerzos en el trabajo, pero las noticias que aparecían en prensa de corrupción en grandes empresas me volvieron a hundir en la miseria. Después pensé en buscar cobijo en una pyme, pero mi experiencia en un breve trabajo veraniego de juventud en una pequeña compañía de extintores me recordó que no suelen ser las empresas de ese tamaño las que más se preocupan por la responsabilidad social corporativa, códigos éticos, o políticas anticorrupción. Como las referencias a la función pública tampoco suelen ser muy positivas y la expectativa de convertirme en emprendedor me conducía a formar parte de ese decadente entramado empresarial que explota a trabajadores, tomé una decisión radical.

    Fui ilusionado a casa para compartirlo con mi esposa. «He decidido abandonar mis valores, mi fe y mi trabajo». Y le expliqué con detalle mis argumentos. Según se los compartía, noté en su cara que no estaba tan emocionada como yo y, tras recordarme mis obligaciones familiares, sin mucho cariño me comentó: «Eres un gilipollas. ¡Vete de casa hasta que recuperes la cordura!». Totalmente indignado, llamé a mi querida mamá —castellana de pura cepa— para comentarle lo sucedido, pero tampoco encontré mucha empatía: «Eres un gilipollas. ¡Y a mi casa no vuelves!». Busqué por último la comprensión de mis amigos, aunque su reacción la vi venir de lejos: «Sin duda, eres un gilipollas».

    Mi ofuscación no tenía límites. Hice uso de mi buena memoria y, cual Cid tras la Jura de Santa Gadea, decidí ser yo implacable y asumir y ampliar mi destierro. Con la toga recién estrenada, juzgué que todas las personas a mi alrededor tenían motivos para ser rechazadas, recordando traumas infantiles sufridos, desplantes, agravios o comportamientos incívicos de todos y cada uno de ellos —desde aquel que miccionó en la vía pública hasta otros que no pagaron IVA, pasando por toda clase de comportamientos más o menos egoístas—. Si los más cercanos eran así, ¿cómo no sería el resto? Entonces lo comprendí. Todos eran a la vez cómplices y culpables de vivir en una sociedad corrupta y sin futuro. En realidad, no me estaban atacando: estaban protegiendo su mediocre vida. Pero yo pude ver la luz y dicté sentencia. Me encontré con fuerza para romper todo contacto con la sociedad y vivir solo en el mundo: sin familia, sin amigos, sin vecinos y sin nada que me recordase todas las miserias de las que acababa de adquirir plena conciencia.

    Ante el aburrimiento de no poder escribir, al no encontrar a nadie digno de leer mis líneas, opté por dedicar tiempo a una de mis pasiones: el cine. Pero como no podía ver las obras de Woody Allen, las producidas por Harvey Weinstein o aquellas en las que participaba Kevin Spacey, cambié de idea. Además, las películas de vidas de santos me aburren de manera soberana y había decidido apostatar. Ante la pereza que me suponía seguir investigando a músicos, escritores, arquitectos o escultores opté por hacerme ermitaño y dedicar el resto de mi vida a la meditación.

    Asumí de forma estoica el hambre que me tocaría pasar, al no ser un manitas. Pero no podía formar parte de este mundo injusto. Pronto asumí que no tenía las habilidades de Tom Hanks en Náufrago y lamenté haber dejado el cine antes de volver a ver MacGyver. Sin embargo, lo más desagradable surgió al iniciar la meditación. La memoria en este caso se mostró implacable en contra mía. Aunque la viga en mi ojo siempre fue mucho más ligera que la paja en el ajeno, me resultó muy desagradable comprobar cómo utilizar conmigo los mismos parámetros que había empleado para juzgar al mundo me llevaban de manera inexorable al borde de un acantilado. Los recuerdos de las veces que he sido mal padre, marido, hijo, hermano, amigo, compañero o ciudadano acudían a borbotones. Y una cantidad no despreciable de veces los juzgué bastante peores que los que yo había sufrido. Y vinieron a mi memoria las sabias palabras de mi abuela: «Cuando señalas con un dedo, otros tres se dirigen a ti».

    La intensa hambre que sentí a las dos horas de ser asceta, juntado con el baño de humildad que me proporcionó el autoexamen, provocó que mis pensamientos redescubriesen que las sonrisas de mi familia eran un buen motivo para volver a casa; que todos los regalos recibidos por mis padres y mis hermanos podrían ser más importantes que los traumas infantiles que me pudieran haber ocasionado —sobre todo, teniendo en cuenta los que haya podido infligir a mi hermana menor—; que los buenos y malos momentos compartidos en compañía de amigos generan lazos imborrables; y que con mis conciudadanos hemos construido una sociedad cada vez más próspera y desarrollada.

    Y así, dirigí mi mirada al mundo con ojos renovados y no me pareció tan malo lo que vi. Aprecié cuántas cosas buenas tenemos alrededor, y el inmenso valor de aquellos que me han acompañado y soportado en esta vida. Volví a recordar la ingente labor de aquellos amigos que dan y dieron hasta su último aliento en el mundo de las ONGD. Volví a creer en Dios a través del ejemplo de la dedicación de muchísimas personas, desde el colegio de mi infancia hasta los lugares más recónditos de África o Asia. Hasta vi que el PP es un partido necesario con un millón de militantes que defienden una manera de ver la vida necesaria y respetable, que aportan cosas positivas para la sociedad y dedican su vida al bienestar de los demás —igual que muchas personas del PSOE, Ciudadanos o Podemos—. Y pensé en los compañeros de trabajo que se han desarrollado en grandes empresas, directivos que no paran de viajar para hacer crecer sus empresas, y así permitir el desarrollo de sus colaboradores, pymes que se abren camino en entornos cada vez más cambiantes o emprendedores incansables que generan casi todo el empleo de nuestro país.

    En mi éxtasis, llegué incluso a pensar que Trump podría ser un sabio estadista que había sido juzgado de manera errónea con los mismos ojos exigentes que yo empleaba en mi depresión y que se merecía una septuagésima novena oportunidad. Y decidí que mi película de cabecera debía ser To er mundo é güeno, de Manuel Summers. Así, por tanto, después de pedir perdón en silencio a todos aquellos que había ofendido, decidí realizarlo en persona. Presenté a mis amigos mi nueva visión del mundo, aunque la respuesta mayoritaria que recibí me sumió en el desconcierto: «Sigues siendo un gilipollas, el mundo está lleno de hijos de puta». Percibí un claro deje machista en ese comentario, pero siguen siendo mis amigos a pesar de tener un evidente potencial de mejora en el uso de ciertas expresiones.

    Me aterraba volver a deslizarme a un abismo que había superado, por lo que no tuve otra opción que decantarme por la ecuanimidad. Es cierto que existe mucha miseria y mucho miserable en este mundo, pero todos juntos no creo que lleguen a 150 millones. Por eso, llegué a la conclusión de que lo más fácil en esta vida es quedarme con la queja improductiva basada en el 2 % de joputos que salen en los titulares de prensa para tener la excusa de no comprometerme con nada. Después estamos más de un 90 % de gilipollas e incluso existe una minoría de gente normal como vosotros.

    Gracias al equilibrio alcanzado, pude volver a casa, mi madre reconoció a su hijo, no perdí el trabajo, y volví a disfrutar con mayor intensidad del formidable valor de la amistad y de la sociedad mejorable que hemos construido.


    ² https://www.lavanguardia.com/internacional/20180219/ 44916593154/implicados-escandalo-sexual-oxfam-haiti-amenazaron-testigos.html

    ³ https://www.elmundo.es/internacional/2018/02/14/5a845ccc468aeb8c498b45fc.html

    ⁴ https://www.elconfidencial.com/espana/2018-02-15/abusos-oxfam-espana-1-200-bajas-ong_1521875/

    ⁵ https://www.publico.es/politica/cuentas-cs-donaciones-especie-dudas-tribunal-cuentas-financiacion-ciudadanos.html

    ⁶ https://elcomercio.pe/politica/jorge-barata-quienes-financio-odebrecht-peru-noticia-500858-noticia/

    Paso 2. Campeones en la nieve

    5 de febrero de 2019

    Ante el temporal de nieve que se vive en el norte de España, mi amigo Juan Carlos escribió que la nieve es preciosa cuando vas a visitarla, pero cuando es ella la que viene a ti se puede convertir en una pesadilla. Y es que las personas del norte de Burgos o de la Montaña Palentina saben cómo eran esos inviernos en los que podías estar semanas aislado, sin acceso a más alimentos que los que tuvieses almacenados, y en los que un niño pequeño estaba condenado a morir por un mal catarro o una pulmonía en casas sin más calefacción central que el brasero del comedor.

    El gran mérito de Javier Fesser en su película Campeones ha sido mostrar un precioso paisaje nevado en el lugar donde mucha gente no ve más que una pavorosa ventisca que provoca pesadillas. El humor es capaz de hacer más por la integración que cientos de discursos solemnes y sesudos análisis. La gala de los Goya terminó de mostrar el trayecto de verse atrapado en la ventisca a contemplar el paisaje nevado al contrastar la frase de Marín en la película: «A mí no me gustaría tener un hijo como yo. Yo querría tener un niño sano, no soy tonto. Pero sí me gustaría tener un padre como tú», con la de Jesús Vidal: «A mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros».

    La frase de Marín es la primera reacción ante la ventisca. El rechazo ante lo que nadie quiere vivir. Una carga demasiado pesada. Por eso, el presidente de la asociación Down España comentó en una entrevista⁷ que casi todas las mujeres que conocen que su hijo tiene altas probabilidades de padecer síndrome de Down (SD) decide abortar.⁸ Hay alguno que incluso ha llegado a rechazarlo al nacer, como el niño de vientre de alquiler en Tailandia⁹ que fue descartado por sus progenitores, aunque no a su mellizo, carente de trisomía 21. Era mercancía defectuosa. La consecuencia es que la tasa de nacimientos actual de niños con SD en España es de menos de un 30 % de la que había en 1980, y en países considerados modélicos como Islandia o Dinamarca la reducción es incluso más acentuada.

    Esto no tiene nada que ver con una renuncia al avance de la investigación para lograr la curación y tratamiento de enfermedades raras. No perder la esperanza de encontrar la cura de la enfermedad de Tay-Sachs¹⁰ o de tantas otras enfermedades incurables que causan tanto sufrimiento. De hecho, el avance de la medicina ha logrado que la esperanza de vida de personas con síndrome de Down haya aumentado de veinticinco a sesenta años en las tres últimas décadas.

    Asumir la paternidad de un hijo con discapacidad intelectual supone gran cantidad de sacrificios, que van desde las expectativas que uno se genera con los hijos, pasando por fisioterapeutas, psicólogos, logopedas, dentistas, oculistas, médicos, quirófanos… hasta dejar de disfrutar tiempo libre con tu pareja, viajes, ocio, retos profesionales, etc. Para disfrutar de un lindo paisaje, muchos padres y familiares de personas con discapacidad física o intelectual tienen que coronar su Everest particular.

    Las palabras de Jesús Vidal, por otro lado, permiten disfrutar todo el esfuerzo que hay detrás del paisaje nevado. Muestran que se puede encontrar belleza y satisfacciones escalando una montaña cuando te estabas preparando para unas vacaciones en la playa. Encontrar la felicidad en el cambio de expectativas. De desear que tu hijo sea el más listo de la clase a que tan solo sea feliz. De esperar al nuevo Messi o Ronaldo a disfrutar de las primeras patadas a un balón en el parque más cercano. De soñar con un profesional de éxito a sentirte orgulloso de que tu esfuerzo se vea recompensado por haber criado una persona autónoma. Y empiezas a saborear cada paso, como cuando Jan¹¹ se lanzó a caminar. A disfrutar cada cumpleaños viendo la sonrisa de Javisteps¹² al soplar las velas. O cada reunión familiar con mi tía Sonsoles, que cada día está más guapa.

    Y ahí es donde uno encuentra más emocionante el agradecimiento de Jesús a su madre. «Mami, gracias por darme la vida, gracias por dármelo todo. Porque hiciste nacer en mí el amor hacia las artes y porque me enseñaste a ver la vida con los ojos de la inteligencia del corazón». Y a don José Vidal Conde, su padre: «Gracias por haber vivido, gracias por luchar tanto por mí, porque eres la persona con más ternura del planeta, sin pretenderlo, y porque con solo una sonrisa cambiabas y cambias mi mundo». Porque en su afirmación de que le gustaría tener un hijo como él, está el convencimiento de que fue él quien también creó unos padres como los suyos. Un «ayúdame y te habré ayudado»¹³ que cobra todo el sentido en un mundo en el que enfrentar juntos los retos termina haciendo más fuerte a los que trabajan en equipo.

    En países como España tenemos la inmensa suerte de contar con una amplia red de apoyo a personas con discapacidad, como la ONCE¹⁴ o Down España.¹⁵ Hemos de sentirnos todos orgullosos de esa labor de cohesión que proporcionan desde voluntarios hasta asociaciones que luchan para que nadie se tenga que bajar de un autobús en marcha. Todavía faltan recursos, porque cuesta mucho dinero. Pero es un modelo a seguir para otros países¹⁶ en vías de desarrollo, donde la gran mayoría de los discapacitados están condenados a la miseria y el abandono.

    Ninguno de nosotros está a salvo de una discapacidad: un ictus, un derrame cerebral o un accidente de tráfico puede cambiar de forma radical nuestra vida y la de las personas que nos rodean. Si alguna vez me llegare a suceder a mí, os doy las gracias por seguir tratándome como a una «persona normal». Al igual que Maysoon Zayid,¹⁷ seguiré teniendo noventa y nueve problemas, y mi discapacidad será tan solo uno de ellos.

    En los pueblos de Castilla, la comida no se podía tirar. Quiero imaginar que allí se inventaron las «cocretas» de cocido. Solo los verdaderos artistas son capaces de convertir en un manjar un plato realizado con aquello en lo que otros solo ven sobras y convertirlo en una receta popular que a todo el mundo le gusta. Imagino que en una familia de nueve hermanos tampoco sobraba mucho. ¡Gracias, Javier Fesser!


    ⁷ https://www.eldiario.es/sociedad/down-espana-mujeres-sindrome-abortan_1_2782382.html

    ⁸ https://cincodias.elpais.com/cincodias/2018/02/14/companias/1518628477_419570.html

    ⁹ https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20140803/pareja-australiana-abandona-bebe-sindrome-down-madre-alquiler-3428009

    ¹⁰ https://www.actays.org/

    ¹¹ http://lahistoriadejan.com/

    ¹² https://www.instagram.com/javisteps/

    ¹³ De la gran canción de Los Secretos, Pero a tu lado.

    ¹⁴ https://www.once.es/

    ¹⁵ https://www.sindromedown.net/

    ¹⁶ https://fundacionvicenteferrer.org/es/noticias/mujeres-con-discapacidad-en-la-india-rural-una-lucha-contra-la-triple-discriminacion

    ¹⁷ TED Talks: Maysoon Zayid: «Tengo 99 problemas y la parálisis cerebral es solo uno de ellos».

    Paso 3. Importan

    27 de agosto de 2020

    Charles trabajaba como profesor de Agricultura en el instituto de formación profesional que los hermanos maristas tienen en la isla de Mfangano (Kenia). Durante el verano de 2001 tuvimos la oportunidad de compartir mucho tiempo juntos mientras participaba en un campo de trabajo. Los alumnos tenían clases teóricas por la mañana en suajili e inglés —los dos idiomas oficiales de Kenia—, aunque el idioma natal de la mayoría era el luo —dholuo—. Un obstáculo más a superar en su formación. Los luos forman una tribu nilótica que se ubica en la orilla ugandesa, tanzana y keniana del lago Victoria. A partir de las once de la mañana empezaban las clases de cada especialidad.

    Hicimos una excursión con Charles para conocer Mfangano y de paso comprobé cómo una hora africana se puede convertir en más de cinco europeas. Rodeamos la isla y no fracasamos en el intento gracias a que una familiar de Charles apareció en el otro extremo con un té providencial que me salvó de una más que probable deshidratación. A pesar de las penalidades, las cinco horas europeas y una africana se nos hicieron cortas conversando acerca de los retos que tenían que afrontar sus alumnos, de las escasas opciones de trabajo que tenían, del 90 % de población que tenía malaria —que él también sufría— y una presencia del sida que afectaba a más del 20 % de la región —a pesar de las ONG que se pasaban un par de veces al año por la isla para repartir condones—. Me comentaba que era imprescindible ser muy exigentes con sus alumnos porque el riesgo de no tener éxito en su desarrollo profesional era elevado. Las oportunidades eran escasas, sobre todo en una agricultura que, en muchas ocasiones, era más bien un medio de subsistencia poco tecnificado que un negocio.

    Maurice trabajaba como profesor de Construcción. Entre sus responsabilidades estaba coordinar la edificación de la nueva escuela de enseñanza primaria en la isla gracias a la financiación de la ONGD SED.¹⁸ Era el colegio en el que iban a asistir a clase sus hijos, con los que jugábamos todas las tardes después de comer. Tener un techo bajo el que recibir la enseñanza les permitiría asistir a clases sin interrupción en la época de lluvias, sin necesidad de recibir sus clases sentados en el suelo o de pie a la sombra de un árbol. Un gran avance en su formación. El siguiente proyecto consistía en mejorar el acceso al agua potable y concienciar de la necesidad de hervir un agua llena de parásitos que hacía que casi todos los niños mostrasen una amplia barriga, lo que les causaba no pocas diarreas e infecciones. Un grave riesgo cuando el médico más cercano estaba a cinco horas de distancia.

    Maurice vivía en una pequeña casa para profesores que estaba en el recinto del instituto, junto con su mujer y sus cuatro niños. Uno de los momentos más agradables de ese verano fue la noche en la que me invitaron a cenar a su casa. Me ofrecieron sus mejores galas y a Maurice no se le quitó la sonrisa de la boca en toda la cena por poder compartir la cena conmigo. Sus hijos se entretuvieron acariciando mi pelo lacio europeo como si fuese una mascota, mientras yo me metía en el papel con los correspondientes maullidos y

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